Shiver, stop shivering.

Jul 31, 2010 04:07

Título: CCMX ab urbe condita
Capítulo: Prólogo | I | II | III | IV | V
Pairing: Chuck/Dan
Longitud: 3.630 (esta parte) | 17.005 totales.
Rating/Advertencias: T | Sexo poco explícito, violencia, palabras malsonantes varias.

Notas: Creí que esto empezaba a ponerse fácil, pero el final me ha costado como si hubiera tenido que inventar el alfabeto para escribirlo. Gracias miles a raintofall por sus ‘ESCRIBE!!’ y su maravilloso regalo de cumpleaños, que me salvará la vida más de una vez escribiendo esto.

V.

Que fuera algo habitual no lo hacía menos extraño. Siempre empezaba como por casualidad, con el amo haciéndole llamar con cualquier pretexto, y muchas veces incluso sin él. Le citaba en su dormitorio o en el estudio o en los baños, y le atacaba antes de que Dan pudiera mediar palabra. Él se dejaba hacer, sintiendo esa oleada de culpabilidad y placer a partes iguales. Dejaba que Chuck le desnudara y le tomara desde atrás y le mordiera esa zona de piel sensible entre el hombro y el cuello. Dan se tragaba los gemidos y reprimía los escalofríos que le provocaban las yemas de los dedos de su amo recorriendo la piel de su estómago, húmeda de sudor.

Dan se esforzaba por ser frío, por mantenerse al margen de lo que pasaba en su cuerpo. Separaba su consciencia, Daniel la persona, el autor, el ser frágil y sensible, de su cuerpo de esclavo, estoico e inquebrantable. Era la única forma de salir airoso de esos encuentros, de no perderse entre las caricias como la primera vez. Había aprendido de ese error.

-Tú, deja eso -oyó a otro esclavo decirle de malos modos una tarde, sacándole de su ensimismamiento-. El amo tiene un invitado para cenar.

Él dejó las telas que estaba vareando para sacarles el polvo, y miró al hombre que le hablaba, sin estar muy seguro de qué había querido decirle. Buscó esa mirada de sorna que solía encontrar en las caras de los otros esclavos cada vez que se dirigían a él.

-¿Quieres decir que me necesita? -preguntó un poco confuso.

-Tú sirves a los invitados, ¿no es cierto?

-Oh. Sí, claro.

-Ese es el trabajo que te está encomendado, al menos -añadió es esclavo entre dientes, con mordacidad.

Dan no era el tipo de persona que caía en esas provocaciones, pero no pudo evitarlo.

-¿Qué tratas de insinuar con eso?

-Cada uno utiliza las armas a su alcance para ganarse los favores del amo, pero algunos tenemos más escrúpulos que otros. No eres más que una ramera -escupió-. No creas que nos pasa desapercibida la manera en la que te mira.

-¿Y de qué modo es eso mi culpa? -replicó él, sorprendido por el repentino giro hostil de la conversación.

-No te hagas el inocente ahora -le espetó con agresividad-. Desde que llegaste no toca a nadie más. Somos como invisibles para él.

-Debéis de estar desolados -ironizó Dan, retrocediendo un paso por cada uno de los que él daba en su dirección. Se fijó en él por primera vez, en la voracidad de sus ojos y en la piel dura como el cuero de sus mejillas, curtidas por el sol.

-Me hace preguntarme qué es lo que tienes. Qué ve en tu cuerpecillo escuálido y enfermizo -dijo, acorralándole contra la pared-. Seguro que la chupas de miedo.

-Apártate de mí.

-Te encanta que el amo te de por culo, ¿verdad? -le preguntó mientras aprisionaba sus brazos en cada una de sus enormes manos-. Se te ve en la cara.

-Te he dicho que me dejes -se revolvió Dan inútilmente. Le tenía inmovilizado, y era mucho más grande que él, a lo alto y a lo ancho. Sus muñecas parecían juncos en sus monstruosas manos.

-A lo mejor sólo necesito probarlo. A lo mejor así lo entiendo.

El otro esclavo se acercaba cada vez más a él, y podía oler su aliento pesado y su sudor impregnándose en su cuerpo. Usó una pierna para abrir las de Dan. Él tuvo que pensar rápidamente. Le propinó un rodillazo en la entrepierna con todas las fuerzas que fue capaz de encontrar. El otro hombre, sorprendido, liberó sus manos, y Dan aprovechó para usar la vara de olivo que seguía teniendo en la mano y golpear con ella en su garganta, a la altura de su nuez. Él emitió un quejido y boqueó torpemente para encontrar aire que llevarse a los pulmones. Dan tuvo el tiempo justo para cambiar las tornas y dejar que fuera él el que estuviera de espaldas a la pared. Sujetó su cuello con la misma vara de madera, impidiéndole respirar.

-¿Te crees que por que nací esclavo voy a permitir que me trates como a escoria, puto galo de mierda? -susurró en su oído, mientras él trataba inútilmente de liberar su cuello-. He visto a mi amo fustigar a gente como tú con látigos de siete puntas hasta que quedaron mudos de tanto gritar. Entonces no parecéis tan valientes -dijo, haciendo más aguda la presión contra su cuello-. Como vuelvas a dirigirme la palabra me aseguraré de que el amo se entere de esto. Y tengo entendido que me tiene en alta estima, no creo que le haga mucha gracia que te adueñes de algo que es suyo. ¿Entendido? -preguntó, con los dientes apretados. Él asintió con la cabeza, y logró mantener la mirada orgullosa aunque su cara empezaba a tornarse púrpura.

Dan le soltó violentamente y salió de la habitación en tres grandes zancadas, temblando de miedo como un corderito. No estaba muy seguro de si se acababa de ganar su respeto o había cavado su propia tumba. No sabía si quería correr o sentarse en el suelo, con la espalda contra el frío mármol de alguna columna, y esperar a que la sangre dejara de hervir. Sus pies decidieron por él cuando le llevaron sin pensar hasta la habitación de su amo. Él mismo se sorprendió cuando acabó allí, para encontrarle leyendo un largísimo papiro, con los pies apoyados sobre una banqueta. Cuando ni siquiera lo intentaba conseguía estar arrebatadoramente guapo, se dio cuenta Dan. Le asustaba pensar en esas cosas.

-Llegas pronto -murmuró. Él tardó un instante en entender lo que le decía, porque todo estaba pasando demasiado rápido frente a sus ojos.

-Lo sé. Sólo venía a ver si necesitaba algo antes de la llegada de su invitado -mintió con muy poca convicción.

Su amo pareció notarlo. Le miró más inquisitivamente de lo normal, con un gesto entre divertido y, extrañamente, preocupado.

-Te habría llamado de haberte necesitado, Daniel -contestó, como si fuera lo más obvio del mundo. Para Dan lo era, y precisamente por eso la situación era tan poco creíble. Quería gritar, quería derrumbarse y llorar y decirle que tenía miedo. Miedo de todo. De él, de sí mismo, de todos los demás esclavos, de Blair, de las cosas con las que soñaba despierto. Tenía miedo de que nunca se hicieran realidad, y aún más de que sí lo hicieran. No había nada en el mundo que no le pusiera un nudo en el estómago, excepto estar a su lado-. Dan… ¿necesitas tú algo?

Apretó las manos a su espalda hasta que las uñas se le clavaron en las palmas, y se concentró en negar con la cabeza. Lentamente, tratando de convencerse.

-Lamento la interrupción.

Chuck le miró de una forma en la que no solían mirar a Dan. Clavó en él sus ojos y de alguna manera él no pudo apartar la mirada. Era casi una pregunta silenciosa, que buscaba en él la respuesta que no le había dado antes.

-Está bien, puedes retirarte -cedió finalmente.

-Gracias -dijo, con una pequeña inclinación de cabeza, y salió de la habitación avergonzado.

No fue capaz de irse muy lejos. Se quedó apoyado contra el muro junto a la puerta hasta que su mente se serenó y el torrente de palabras en su cabeza se relajó.

Allí fuera aún podía oír a Chuck a través de la cortina que separaba las dos estancias. Oyó el significativo silencio que siguió a su conversación, el susurro del papiro al ser desenrollado de nuevo y el crujido de la madera de su silla bajo el peso de su cuerpo. Oyó también el suspiro que emitió su amo, un suspiro de rabia, de hastío y de desesperación. A veces le gustaba pensar que el amo suspiraba por él, pero sabía que era darse demasiada importancia. Era un Senador Romano, al fin y al cabo, y tenía cosas más importantes en mente que los ataques de locura de un insignificante esclavo. Y aún así…

La observación le había pasado desapercibida en su momento, por aquello de estar viéndose amenazado de muerte, pero en ese instante le volvió claramente a la mente, resonando como el eco en una habitación vacía. Ya no tocaba a nadie más, le había dicho.

Dan no estaba seguro de qué opinaba de aquello que sucedía entre su amo y él, o su amo y su cuerpo, pero saber que era el único para él le quitaba una presión del pecho que ni siquiera sabía que tenía antes.

Sabía perfectamente lo que tenía que opinar: nada. Estaba concienciado de que si su amo le deseaba él no tenía derecho a negarse, ni a aceptar, ni a decir una palabra al respecto. Lo cierto era que no tenía derecho a nada en el mundo, porque él le poseía. Era el dueño de su vida y de su cuerpo; y hasta sus pensamientos, que eran lo único que realmente le pertenecía, también él los poseía, porque los poblaba todos. Y él era el único esclavo al que desnudaba, al que llevaba a su cama y clavaba contra los cojines de seda, al que arañaba con los dientes en la piel del interior del muslo, el único que le sentía vaciarse dentro de él con un quejido y con las manos cerrándose en torno a su cuello. Y eso le gustaba.

Puede que le gustara demasiado. Recordaba lo que le había dicho a aquél esclavo, y se avergonzaba de haberlo pensado siquiera. El amo me tiene en alta estima. No le gustaría saber que te adueñas de algo que es suyo. No sabía cuánto había de verdad en ello, pero tenía claro que el simple hecho de considerarlo como una posibilidad ya era un error. Un error que él no habría cometido en su anterior casa, con su anterior amo. Puede que no hubieran sido más que un montón de exageraciones de las que podía echar la culpa al pánico, pero no podía dejar de pensar que se estaba volviendo soberbio. Un esclavo soberbio no es que fuera una idea descabellada, es que era simplemente estúpida. Y eso era lo que se sentía alrededor de su amo, estúpido por simplemente sentir algo.

La actividad comenzaba a ser frenética, con esclavos preparando el triclinium para los invitados mientras otros ultimaban la cena en las cocinas. Algunos echaban miradas curiosas, no exentas de burla, hacia Dan, que debía de tener un aspecto lamentable allí sentado. Se había creado una imagen de persona reservada y un poco extraña entre los demás esclavos, y en momentos como ese lo agradecía. Puede que su existencia en la casa fuera solitaria, pero también le evitaba tener que tratar con los que se supone que eran sus compañeros. Hasta el momento no le habían traído más que problemas. Sabía que era, en parte, porque no los consideraba sus iguales. Era un indicio más de su recién descubierta soberbia; siempre se había sabido más que los demás esclavos. Ellos, tanto si eran botín de guerra como esclavos natos, no eran más que unos bárbaros que apenas sabían juntar dos palabras para formar una frase coherente. Vivían como si su existencia no les importara, como si cualquier día pudiera ser el último. Eran violentos y soeces, y sólo fingían saber comportarse frente a los amos, para no enfrentarse a las consecuencias. Dan se tomaba su trabajo con honor, aunque fuera el menos honorable de los trabajos. Al fin y al cabo, ser esclavo era su vida, y era la única que iba a tener.

Se levantó sólo para que Chuck no le encontrara allí cuando saliera de su estudio. Se lavó la cara y esperó a que sus servicios fueran requeridos.

El invitado de Chuck resultó ser un anciano flácido y calvo, que parecía una bolsa de piel arrugada. Comieron liebre estofada, queso y melocotones, y vaciaron un par de jarras de vino. Dan se encargaba de que sus copas nunca estuvieran vacías, deslizándose entre ellos tratando de ser invisible. No prestaba mucha atención a la conversación por pura costumbre, pero no podía evitar fijarse en su amo. Hablaba poco, porque aquél hombre tampoco le daba la oportunidad. Dan era capaz de darse cuenta de cuándo le prestaba atención y cuándo simplemente lo fingía. Sabía que se buscaría un problema si le descubrían mirando a su amo tan insistentemente, pero no era capaz de evitarlo. Los cambios en la expresión de su rostro eran tan sutiles y tan fascinantes que no podía apartar la mirada. La elegancia que desprendía su cuerpo reclinado en el asiento y la manera en la que los músculos de su brazo se tensaban cuando se llevaba un pedazo de pan a la boca, la forma en la que las gotas de de jugo del melocotón rodaban por sus labios y él las recogía con la lengua. Había algo en todo aquello que le hacía sentir terriblemente incómodo. Terriblemente excitado. Sólo hubo una palabra capaz de sacarle de su trance.

-¿Y Blair, por fin se ha decidido a abandonarte?

Chuck rió la gracia sin muchas ganas, como si fuera una broma recurrente entre los dos.

-Aún no, por suerte -contestó-. Sólo está de visita en casa de los Van der Woodsen. No aguanta el calor de Roma en verano.

-Es amiga de Serena Van der Woodsen? -preguntó el hombre, sorprendido.

-Íntima.

-Vaya, eso es… insólito. Lily siempre ha sido buena cliente mía.

En ese punto la conversación volvió a girar en torno a temas que a Dan le eran ajenos y a personas que no conocía, y no pudo evitar que sus pensamientos le llevaran lejos de allí. Al menos ya sabía qué era de la esposa de su amo, y que en algún momento volvería y todo sería como antes. No sabía si eso le reconfortaba o le asustaba.

-Eh, esclavo -oyó que le llamaba en anciano, haciendo un gesto con la mano en el aire-. Más vino.

Dan acudió diligentemente a llenar su copa.

-Tienes buen servicio. ¿A quién le compras los esclavos?

Chuck tapó su copa para que Dan no la rellenara de nuevo, pero él ya había hecho el gesto, y su mano había quedado a apenas dos palmos de distancia de sus ojos. Siguió la mirada de su amo y casi pudo notar cómo se paraba en la marca de su muñeca, que empezaba a amoratarse. Dan se retiró, pero era demasiado tarde. Chuck apretó la mandíbula.

-Generalmente los elige mi esposa -respondió al fin-. Ya sabes cómo funcionan las cosas cuando hay una mujer en casa.

-Demasiado bien lo sé, Senador. No sabe lo liberador que es quedarse viudo -rió. Chuck le acompañó por compromiso.

Era bien entrada la madrugada cuando el hombre se marchó, dando tumbos por las calles de Roma. Era sorprendente que consiguiera mantenerse en pie después de la cantidad de vino que había ingerido. Los esclavos no tardaron en recoger los restos de la cena y devolver el orden a la casa, mientras Chuck se arrastraba hasta su dormitorio.

-Tú -dijo al pasar junto a Dan-. Ven conmigo.

Miró por encima de su hombro para asegurarse de que era con él con quien quería hablar. Normalmente era más sutil al requerir su compañía. Le siguió a un par de pasos de distancia hasta su dormitorio. Se le notaba cansado, pero algo bullía en su interior furiosamente, como en los ojos de un animal rabioso.

Cuando llegaron se paró frente a él, mirándole, demandando una explicación que Dan no podía darle. Bajó la vista, pero él le obligó a mirarle a los ojos.

-¿Desea que le prepare para acostarse? -preguntó inocentemente.

Él ni siquiera pareció querer oírle.

-¿Vas a explicarme qué ha pasado? -dijo en cambio.

-¿A qué se refiere?

-Tus manos.

-No merece la pena que se interese por ellas -contestó, ocultándolas tras su espalda.

-Yo decidiré lo que me interesa o me deja de interesar. ¿Quién te ha hecho eso?

-No ha sido nadie. Me he dado un golpe.

Chuck no pareció creérselo ni por un momento. Agarró las muñecas de Dan a su espalda y tiró de ellas hacia él, arrancándole un gemido de dolor. Las observó en sus manos hasta que encontró la postura en la que sus dedos encajaban perfectamente con las marcas en la piel de Dan.

-Curioso golpe -ironizó. Dan volvió a bajar la mirada, apretando los dientes para mitigar el dolor palpitante que recorría sus brazos cada vez que Chuck agudizaba la presión sobre sus muñecas-. No me mientas, Daniel.

-No es ese mi deseo.

-Entonces dime quién te ha hecho eso. Necesito saber lo que sucede bajo mi techo. Si hay disputas entre dos de mis esclavos…

-No hay tales disputas.

-¿Me tomas por estúpido?

-Lo siento, no…

-Dan -le interrumpió-, alguien te ha hecho esto. Simplemente mirando a los hombres a mi servicio sé que ha sido alguien más grande, más fuerte y con menos escrúpulos que tú. Y quiero saber cual de todos ellos ha sido.

-Uno no llega a mi edad con todos los dientes si no sabe defenderse solo.

-Ya asumo que has sabido defenderte, porque no pareces estar muerto aún -dijo Chuck con mordacidad-. Para prevenir futuros conflictos necesitaré el nombre del agresor.

-Si tomara partido sólo empeoraría la situación -no pudo evitar decir.

-¿Qué significa eso?

-Nada -se apuró a aclarar-. Sólo que no debería molestarse por un simple desacuerdo entre esclavos.

-No se acaba con dos brazos rotos por un desacuerdo -repuso, volviendo a cerrar las manos firmemente en torno a sus muñecas, que no había soltado en ningún momento. Si bien no estaban rotos, estaban lo suficientemente magullados como para que el dolor le recorriera el cuerpo como un latigazo.

Dan no habló. Sólo esperaba a que su amo se cansara de jugar al gato y al ratón con él y que le dejara marchar, aunque su insumisión pudiera traer consecuencias aún más dolorosas.

-¡Dan, por todos los dioses! -le zarandeó.

-Es cierto que parezco el más débil, y que sus esclavos no me tienen especial afecto -soltó por fin-. Las atenciones que usted me profesa crean entre ellos envidias y celos…

-¿Estás diciendo que es mi culpa, que te han hecho eso por mí?

-No me atrevería a sugerir tal cosa.

-Pero es así, ¿verdad?

-No he querido insinuar eso. Sólo que mi propia incapacidad física les hace preguntarse…

-Deja de dar rodeos y decir gilipolleces rimbombantes.

-Amo…

-Te he dicho mil veces que no me llames amo -le cortó con agresividad.

-Todos los demás lo hacen.

-Tú no eres como todos los demás, ¿no es cierto?

-Soy un simple esclavo -contestó, levantando la voz más de lo que era conveniente.

-No hay nada de simple en ti, Daniel -dijo él, tomando su cara entre sus manos-. Eso es lo que te crea tantos problemas. Y lo que me los crea a mí.

-Yo no quiero nada de eso -se apartó-, no quiero ser especial.

-Pero no puedes evitar serlo, igual que yo no puedo evitar lo que eso me provoca, por mucho que lo intente. Y créeme, lo he intentado -aseguró- . Si tantos problemas te causa, si tan infeliz te hace, sólo tienes que decirlo, y comenzaré a tratarte como a cualquier otro. Dime que no quieres que te tome otra vez, que no me deseas, y yo me reprimiré. Sin repercusiones, sin más consecuencias que esa. Sería lo mejor para los dos.

Dan no fue capaz de articular una palabra. Sabía que era su momento, veía que la proposición de su amo era sincera y sin dobleces, pero las palabras se atascaron en su garganta. Eran fáciles, las podía recitar en su cabeza una y otra vez, pero cuando trataba de hacerlo en voz alta algo se cerraba en torno a su cuello y se lo impedía.

-Sé que no vas a mentirme. Eres demasiado bueno para eso -dijo, y consiguió que sonara insultante-. Sólo dime que tú también lo deseas, que no he perdido el juicio.

-Lo que yo desee no tiene importancia -musitó Dan.

-Yo decidiré lo que tiene importancia, te he dicho -le espetó-. No quiero esto pesando también sobre mi conciencia. No quiero que ninguno de esos brutos te vuelva a poner la mano encima y saber que ha sido por mi culpa, por esta ridícula obsesión que tengo contigo -dijo, como castigándose simplemente por pensarlo-. Por alguna razón consigues que me asquee la posibilidad de estar aprovechándome de mi posición contigo. Por todos los dioses, Dan, hablemos con franqueza; es una orden. Tú eres experto en evadir preguntas y contestar sin decir nada realmente, pero necesito que me des una respuesta. -Se acercó a él hasta que sus alientos se mezclaron en el aire, pero no hizo amago alguno de tocarle. -Joder, si no supiera que hay algo que me ocultas, algo que te guardas de mí… Aunque no me dejes verlo sé que tú también lo quieres, Daniel. Hay urgencia en la manera en la que me miras cuando estamos juntos, aunque trates de rehuír mis ojos.

Dan se mordió el labio inferior con nerviosismo. Sentía el calor del cuerpo de su amo vibrar en el aire entre ellos, la cadencia de su voz aflojando la tensión en sus músculos.

-Yo…

-Demuéstralo, Dan -susurró, levantando los brazos en el aire como rindiéndose ante él-. Demuéstrame que me deseas.

Fue un error inevitable. Casi atisbó media sonrisa antes de besarle, chocando contra sus labios con desesperación. Sus dedos encontraron piel a la que aferrarse en la nuca de Chuck, y por primera vez fue él el que se dejó llevar.

No sabía de qué modo eso iba a solucionar nada, pero de alguna manera estaba bien.

personaje: dan humphrey, -fic, fic: ccmx auc, pairing: chuck/dan, personaje: chuck bass, fandom: gossip girl

Previous post Next post
Up