Título: CCMX ab urbe condita
Capítulo:
Prólogo |
I |
II | III
Pairing: Chuck/Dan
Longitud: 4.106 (esta parte) | 10.814 totales.
Rating/Advertencias: R | Sexo. Se podría considerar dub-con, sólo que no.
Notas: Sí, por fin. Gracias a las de siempre por aguantarme y por preguntarme ‘ey, cómo va el capítulo’, porque es lo que me hace querer escribir más y mejor. Y gracias a la gente habla de mi Dan y mi Chuck, porque sin ellos no había pensado dos veces en meterme en un berenjenal como este. El siguiente capi tardará, pero espero que no tanto como este.
III.
Las mañanas para Dan siempre eran iguales. Se levantaba al alba y, después de asearse y desayunar algo de pan y leche, se dedicaba a limpiar el suelo del peristilo, que por las noches se llenaba de polvo y hojas que traía el viento. Era un buen sitio para pasar las mañanas, porque el sol aún no daba de lleno, y se estaba fresco y tranquilo.
Esa mañana, en cambio, la casa entera estaba revolucionada. Las esclavas correteaban de un lado a otro llevando bultos y vasijas, y Blair, desde el centro del atrio, daba órdenes a voz en cuello. Chuck, aún vestido con su túnica de dormir, leía unos pliegos de papiro sentado en una silla en una esquina, colocada estratégicamente para ser el mayor estorbo posible. En la casa siempre había quedado muy claro que, a excepción de los esclavos que trabajaban en la cocina, los demás eran o de Chuck o de Blair, y sólo debían rendir cuentas a uno de ellos. Por supuesto, una orden de Blair seguía siendo válida, pero ella no era su ama. No como lo era Chuck, al menos, así que asumiendo que el motivo de tanto revuelo no era de su incumbencia, se marchó a barrer a un sitio más silencioso.
A media mañana todo había vuelto a la normalidad. Cada uno hacía su trabajo en silencio y sin molestar a nadie. De hecho, la paz era incluso demasiado obvia. Había algo que faltaba, y lo descubrió cuando solicitaron su presencia en la habitación principal para mover unos muebles. No había mujeres allí, igual que no las había en ningún otro lugar de la casa. Ni esclavas ni ama, todas habían desaparecido.
Dan no quería parecer entrometido, pero la situación era cuanto menos curiosa. ¿Se habrían divorciado los amos? Era improbable, porque ese tipo de cosas siempre creaban más conflicto y se alargaban durante semanas, y a menos que Blair hubiera ido a casarse con el mismísimo Nerón, nadie en su sano juicio se había divorciado de alguien como Chuck.
-El amo ha ordenado que movamos la cama a este lado de la habitación -dijo un esclavo alto de ancha espalda, que siempre ejercía de portavoz del amo. Dan observó que, de los cuatro esclavos, él era el que parecía menos fuerte, con sus brazos largos y huesudos-. Levantaremos una esquina cada uno, a la voz de tres.
La cama parecía pesada, de madera oscura y decorada con telas de colores intensos, y Dan estaba seguro de que cuatro como él no habrían podido con ella. Pero los otros tres eran fuertes, y ellos harían el trabajo. A él le valdría con fingir que ayudaba.
-¿Así que, cuánto va a estar fuera la ama? -preguntó otro, que parecía mayor y tenía la cara enrojecida por el sol.
-¿Cómo voy a saberlo? -contestó el primero.
-Esperemos que no se dé prisa en volver -apuntó el tercero-. Se vive mucho mejor cuando no está cerca.
-El amo vive mucho mejor, eso es seguro.
-Suficiente -dijo el alto bruscamente, aunque parecía más bien divertido-. Movamos esto de una maldita vez. Algunos tenemos cosas que hacer hoy. Uno, dos y…
¿Dónde podía haber ido Blair? Chuck no parecía precisamente preocupado esa mañana, pero también era cierto que no le tenía mucho aprecio. Tal vez hubiera huido con su amante, aunque no sabía si habían llegado a ser descubiertos por el amo aquella noche tras las termas. Puede que a él ni siquiera le importara si volvía.
Dan se preguntaba a veces cómo podían vivir de esa manera. No hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta de que su matrimonio no era más que un trámite. ¿Y cuál no lo era? La gente se casaba con personas a las que despreciaban y después pasaban las noches en brazos de otras. Todo era política y juegos de poder. ¿Entonces, para qué servía el amor?
Dan a veces soñaba con Venus, que salía de entre las olas y le llamaba, con la voz hecha de agua. Él nunca podía acercarse porque estaba hundido hasta la cintura en la arena, y cuanto más peleaba más se hundía, hasta que la arena le llenaba la boca y le cegaba los ojos.
-Has sido de gran ayuda -ironizó uno de los esclavos, sacando a Dan de su ensimismamiento. Los otros dos le rieron la gracia y se marcharon con él, bromeando sobre esto o aquello. Dan ni se molestó en encogerse de hombros, y se quedó rezagado sólo para perderles de vista un momento, aprovechando para recolocar los cojines sobre la cama. Eran de colores vivos, rojos y verdes, y de un material que Dan no había visto nunca, y que les daba un aspecto como de piedra preciosa, irisada y pulida.
-¿Habías visto mejor seda que esta antes?
Dan se dio la vuelta rápidamente y bajó la mirada.
-Lo siento, estaba…
-Sí, ya lo sé. Y me viene muy bien, porque he pensado en salir a dar una vuelta, y necesitaré mi toga.
-Por supuesto -replicó él, dirigiéndose sin perder un segundo al armario en el que la guardaban. No sería la primera vez que se la pusiera. Desde aquella tarde en las termas se lo había pedido más de una vez, y para Dan no era una sorpresa, porque era una de las habilidades de las que más se enorgullecía. Para aquél otro esclavo de la espalda ancha, que era el que se encargaba hasta entonces de servir personalmente al amo, no había sido una noticia demasiado bien recibida.
-Hoy hace un día maravilloso, ¿no crees?
-Supongo que sí, amo.
-Eh -le reprendió, sin tomárselo demasiado en serio. Realmente estaba de buen humor.
-Disculpe. Es la costumbre.
Dan comenzó el intrincado juego de dobleces y giros de la tela, una y otra vez alrededor del cuerpo de Chuck, y bajo su brazo y sobre su hombro y bajo la anterior vuelta, asegurándose de que cada fruncido fuera perfecto, que todo fuera armonioso y elegante y digno de un Senador Romano.
Chuck, mientras tanto, no le quitaba ojo. Dan había descubierto que le gustaba mirarle trabajar. A él le ponía algo nervioso, pero en el mejor de los sentidos. Le hacía trabajar mejor, con más cuidado y poniendo más atención; porque así, cuando hacía algo especialmente bien, podía verle por el rabillo del ojo asintiendo con aprobación. Esos eran sus momentos de mayor orgullo.
-¿Dónde aprendiste a hacer esto? Tiene mérito, yo nunca he sabido hacerlo solo.
-Mi padre me enseñó.
-Te enseñó bien.
-Gracias -contestó, sonriendo tímidamente. Se agachó a colocar el bajo de la toga, que estaba algo arrugado.
-¿Qué es eso?
Dan levantó la mirada, sin saber a qué se refería su amo. Él señaló un trozo de papiro en el suelo, al lado de su pie, y Dan lo reconoció como uno de los suyos. Esa mañana lo había guardado estúpidamente entre la tela de su túnica y el cordón que hacía las veces de cinturón, creyendo que ahí estaría seguro.
-Daniel…
-Es un papiro.
-Eso lo sé. ¿Es tuyo?
-Sí -contestó avergonzado. Chuck extendió la mano y Dan se lo entregó, sintiéndose como un niño pequeño al que regañan por estar jugando donde no debía. Después de examinarlo un momento, preguntó:
-¿Qué es?
-Oh, no es nada, es… un trozo de una Tragedia que…
-¿De quién?
-Mía. Yo la escribo.
-¿Tú? ¿Estás escribiendo una Tragedia? -repitió incrédulo. Dan asintió con la cabeza lentamente-. ¿En este lamentable trozo de papiro? Esto es papiro del que se usa para envolver la carne.
-Yo…
-Mira esta tinta. Es prácticamente agua sucia.
Dan se levantó lentamente hasta volver a quedar a su altura, con los hombros hundidos y el ceño fruncido con confusión.
-No estoy robando tinta, si es eso lo que sugiere -se apuró a aclarar-. Y sólo escribo de noche, en mis horas de sueño, se lo aseguro. No me atrevería a perder horas de mi trabajo que le pertenecen en escribir tonterías.
-No estoy acusándote de nada -rió Chuck-. ¿Tienes algo más escrito?
-No mucho. Lo tengo todo aquí -dijo con timidez, señalándose la sien con un dedo.
-Me gustaría que lo escribieras para mí.
-Pero…
-Puedes usar papiro y tinta de mi estudio. Y coge un buen cálamo, no sé cómo puedes escribir con esto…
-¿Lo está diciendo en serio?
-Yo siempre hablo en serio, Daniel. Tampoco es como si lo usara para nada importante. Sólo procura que no te vean los demás esclavos, no necesitarán mucha incitación para decidirse a desvalijarme la casa.
-No sabe cuánto se lo agradezco -casi gritó-. No tengo palabras para…
-Guárdate las palabras, porque las vas a necesitar.
Dan no pudo evitar reírse.
-Es lo más hermoso que nadie ha hecho por mí en toda mi vida.
-Tienes una habilidad inusitada para ser deprimente -dijo, devolviéndole el trozo de papiro.
-Lo lamento.
-Seguro que sí. Ahora, tengo sitios en los que estar y una toga a medio poner.
Dan volvió a repasar cada vuelta y cada doblez, mirando desde todos los ángulos y a todas las alturas para asegurarse de que no estaba menos que perfecta. Era feliz, y eso era algo que no le pasaba a menudo. Una especie de oleadas calientes le recorrían el cuerpo cada vez que pensaba en ello, en su ópera prima que por fin sería escrita, en ese papiro nuevo y crujiente y en el sonido que haría el cálamo rascándolo por primera vez, en la tinta tan perfectamente negra… Trataba de mantener la apariencia de calma, pero no podía evitar que una sonrisa se colara en sus labios. Se sentía el hombre más afortunado del mundo. Prendió el broche en el hombro izquierdo, de manera que quedara invisible, cubierto por la tela, y la toga estuvo colocada.
La mano derecha de Dan se quedó un momento sobre el hombro de su amo, sin atreverse a descansar sobre él el peso de su brazo. Sólo estaba ahí, lo suficientemente cerca como para sentir el calor de su cuerpo a través de la lana. La deslizó por su pecho, arreglando innecesariamente los pliegues de la tela una y otra vez, aunque ya estaban perfectos la primera. Chuck le dejó hacer, y probablemente se congratuló por haber comprado un esclavo que se tomaba su trabajo con tanto celo.
De acuerdo, una parte era esmero y la otra… La otra era algo que no sabía explicar, pero que estaba seguro de que estaba mal. Era una especie de presión blanca en el estómago. Ganas de morderse los labios, de que no se marchara nunca.
-Querré irme en algún momento, Daniel -le apuró, sin conseguir aparentar prisa.
-Lo siento, ya está -musitó él, sin atreverse a levantar la mirada y sin siquiera hacer amago de apartarse de él.
-¿Ha quedado bien?
Dan dio un paso atrás y contempló su obra; la delicada manera en la que la tela se fruncía alrededor del torso, la caída tan elegante, y ese falso aire de naturalidad que sólo se lograba con una estudiada colocación, que hacía que pareciera que lo que era distinguido no era la toga, sino el hombre que había debajo. Parecía más alto y más robusto, y Dan incluso juraría que los ojos le brillaban más.
-Perfecta.
-No eres muy modesto, ¿verdad?
-Lo siento, no era mi intención…
-No, está bien. Yo tampoco lo soy. -Y sonrió. Muy poquito, casi sin mover la boca, y los ojos se le hicieron más pequeños. Y Dan le besó.
Besó a su amo, con la boca muy cerrada y los labios apretados, antes de tener tiempo de asustarse, porque era la primera vez que besaba a alguien y en ese momento era lo de menos, porque estaba besando a su amo, y acababa de quebrantar tantas reglas no escritas que ya no era capaz de pensar en una que siguiera respetando.
-Lo siento -dijo, apartándose de él con brusquedad, cubriéndose la boca con una mano instintivamente, y bajó tanto la mirada que parecía que estaba rezando por que la tierra se abriera y le engullera el Averno. Las mejillas le ardían y el corazón le tronaba en los oídos-. Lo siento, amo. Oh, Dioses, no sé en qué estaba pensando. No estaba pensando. Discúlpeme, amo. Soy un esclavo estúpido -dijo con desprecio-, no me tenga en cuenta esta imprudencia.
-Daniel.
-Lo siento, amo. Lo siento -repitió, al borde de la histeria-. Es la primera vez que hago una tontería semejante.
-Se nota.
-Lo siento.
-No es el mejor beso que he recibido en mi vida, si he de ser sincero.
-Estoy terriblemente avergonzado. Me merezco diez veces la pena que desee imponerme, amo, porque es usted demasiado benévolo conmigo.
-¿Cuántas veces tengo que repetirlo? -preguntó, fingiéndose irritado-. Tendré que fustigarte yo mismo si no dejas de llamarme amo.
Sólo entonces se atrevió Dan a levantar la vista, para encontrarse con Chuck mucho más cerca de lo que le recordaba la última vez. No parecía precisamente enfadado, sino más bien divertido. Le tomó de la nuca con suavidad y le atrajo hacia él hasta que sus labios se tocaron. Fue mucho más pausado que la primera vez, menos tenso y más blando, de bocas más redondas y labios suaves. Era casi como si Chuck le estuviera enseñando cómo se hacía. Pasada la impresión inicial, los ojos como platos y los músculos en tensión, Dan casi se dejó llevar. Cerró los ojos lentamente y dejó que su amo hiciera con él lo que quisiera. Entreabrió los labios lo suficiente como para que la punta de la lengua de Chuck pudiera rozarlos. Los brazos cayeron pesados a los lados del cuerpo, y probablemente se hubiera desplomado como un peso muerto si su amo no le hubiera estado sujetando también por la cintura.
Sentía su lengua dentro de él, caliente y roja, aventurándose cada vez más lejos, pero muy lentamente. Rozaba la lengua de Dan y se frenaba, volviendo atrás, a sus labios. Sólo cuando Dan emitía ese débil quejido como de desesperación, casi de hambre, volvía a intentarlo.
Lo hacía sin querer. Era un gemido que pedía más, y Dan sabía que no tenía derecho a pedir, que él ni siquiera tenía derecho a estar ahí.
Chuck le quitó la tosca túnica marrón en un movimiento rápido, y Dan quedó completamente desnudo. Pensó que si ese era el castigo que iba a sufrir, se merecería cada minuto de él. Había sido osado y estúpido y, por un pequeño instante, se había atrevido a olvidar lo que era. Iba a pagar de la peor manera posible, peor que la humillación o los latigazos. Su amo iba a recordarle que incluso su cuerpo le pertenecía.
Chuck fue a soltar el broche que sujetaba su toga, pero pareció dudar un momento antes de hacerlo, como si le molestara desperdiciar el tiempo que le había costado ponérsela. Miró a Dan con una expresión que él fue incapaz de descifrar y la soltó, dejando que fuera cayendo lentamente a sus pies.
Normalmente Dan se habría ofrecido a desvestirle él, y sentía una necesidad terrible de recoger la toga del suelo y doblarla para que no se arrugara, y de quitarle también la túnica blanca de lino que llevaba debajo. El miedo le paralizaba. Miedo a hacer algo que empeorara las cosas, y a no hacer nada y que empeoraran de todas maneras. Odiaba no saber lo que se esperaba de él. Y estaba aterrorizado por lo que iba a pasar. Sólo se quedó ahí parado y desnudo, mirando a ningún sitio en particular y rezando para que todo acabara pronto, mientras Chuck se desprendía también de la túnica y la dejaba caer junto a la toga.
-Daniel -murmuró.
-Sí, amo.
-Acércate.
Dan tragó saliva y obedeció, cerrando el par de pasos que le separaban de él. Había aprendido que con los amos había que comportarse como con los animales salvajes, evitando el contacto visual y tratando de no mostrar miedo, porque eso sólo les hacía crecerse, ser más violentos y más crueles. Dan trataba de mantener su expresión serena y vacía, porque así había una posibilidad de que se cansara pronto de él y le dejara marchar. Y, por otra parte, eso le parecía una opción casi tan mala, porque en el fondo sabía que se merecía el castigo, que necesitaba ser reprendido por su conducta tan inapropiada. Lo necesitaba con desesperación. Quería que Chuck supiera que él era un buen esclavo, pero por alguna razón no podía serlo a su alrededor. Él le hacía olvidarse de lo que era, y necesitaba que se lo recordara, por las buenas o por las malas. Y ni aún estando a punto de violarle conseguía parecer cruel, lo que sólo lo hacía aún más difícil.
Chuck volvió a besarle, con una mano tomándole de la barbilla y la otra en su cadera firmemente, como reivindicándole de su propiedad. Ese beso fue distinto a los anteriores. Más agresivo, con más dientes y más lengua y labios más duros, y Dan se descubrió devolviéndoselo, no solo abriendo la boca para él, sino buscándole con la lengua; y se tuvo que frenar antes de mover los brazos para tocar su piel y sus hombros y su pecho con las yemas de los dedos.
Eso no era lo que tenía que estar pasando. No era como las veces anteriores, con esos hombres viejos y medio desdentados que le lanzaban contra un colchón y le follaban rápido y brusco y le susurraban al oído que era un esclavo sucio y asqueroso. Nunca antes le habían tocado de esa manera tan real, ni le habían besado, ni le habían llamado por su nombre. Él nunca había sentido esa presión en el bajo vientre, como una compulsión enferma que le hacía jadear cada vez que Chuck le rozaba la piel.
Claro que tampoco había besado nunca a nadie. Nunca había sentido ese impulso que le había empujado contra él, esa sensación de que ardería en llamas si no hacía suya su boca.
¿Por qué era todo tan complicado? El miedo, el deseo y la duda, querer tocarle y alejarse de él al mismo tiempo. Querer hundir las manos en su pelo cuando le besaba el cuello y repasaba sus formas con la lengua, cuando hundía las uñas en su cadera y le presionaba más contra su cuerpo, haciéndole sentir su polla cada vez más dura contra el interior de su muslo. Saber que no debía quererlo, pese a todo.
Dejó que su amo le diera la vuelta y se hundiera en él sin más preámbulos que unos dedos húmedos de saliva. Dan soltó un quejido mientras él le obligaba a inclinarse sobre la toga tirada en el suelo hasta quedar de rodillas, agarrando la tela a manos llenas. Lo hizo despacio, dejando que Dan le sintiera entrando en él y llenándole; pero sin ninguna compasión, con dureza y con brusquedad.
-Dioses -dijo Chuck, y él se mordió la lengua para no blasfemar cuando su amo comenzó un ritmo frenético, sin pausa. Sólo se oía el sonido de sus cuerpos chocando y los jadeos graves y entrecortados, que Dan descubrió que eran también en parte suyos. Le cogía de la cadera primero, y luego de los hombros o del cuello, y pasaba una mano por su espalda húmeda de sudor, y Dan gemía repasando sus labios con la punta de la lengua, cerrando los ojos con fuerza.
Chuck se frenó súbitamente, y sólo entonces se dio cuenta Dan de lo muy dentro que estaba de él. Le notaba en el pecho y en las piernas y en las yemas de los dedos, como si todo su cuerpo ahora estuviera ocupado por el suyo. Salió de él muy despacio, casi torturadoramente, y Dan suspiró como si hubiesen succionado el aire de sus pulmones. Volvió a entrar con un golpe seco, y él contestó con un quejido que trató de silenciar contra la lana de la toga. Su frente descansaba sobre el frío suelo de mosaico.
-¿Eso te gusta, esclavo?
-Sí -contestó, antes de poder pensar. Chuck rió con un gruñido y le embistió de nuevo, y él tuvo que morderse los labios para no gritar.
Le tomó del hombro y le obligó a incorporarse, y Dan se agarró a él para mantener el equilibrio, con una mano apenas rozando el suelo y la otra clavada en el culo de su amo, hincándole más en él. Ya no podía controlar los sonidos que escapaban de su cuerpo, los gemidos con la boca cerrada y los jadeos y los quejidos ahogados entre los dientes. Chuck soltó su mano y le retorció el brazo a la espalda, sujetándolo firmemente con una mano mientras con la otra le tomaba del hombro para inmovilizarle mientras le embestía con rabia.
Dan sentía que su polla iba a estallar. Notaba el latido constante y grave y el calor de la sangre llenándola. “Tócame, amo” pensaba, suplicaba. “Tócame, por favor”, y podía imaginar su pulgar húmedo haciendo círculos alrededor de la punta casi púrpura, sus dedos calientes envolviéndole y bombeando con fuerza, y tuvo que resistir la tentación de liberarse de la prisión de sus manos y hacerlo él mismo.
-Fóllame -musitó sin querer, entre otros conjuntos de sonidos que tenían menos sentido. Chuck le acercó más a él, hundiéndose aún más y haciendo que su pecho se juntara con la espalda de Dan, húmeda de sudor. Él notaba su respiración en el cuello, los labios entreabiertos rozando su hombro y las manos cerradas en torno a sus dos muñecas, llevando sus brazos tan atrás como podía antes de que los músculos dolieran. O que dolieran demasiado.
-Quiero que te corras para mí, Daniel. -Él gimió cuando le notó moverse dentro de su cuerpo, lentamente, casi sin moverse en absoluto. -¿Harás eso?
-Sí, amo.
-¿Por mí?
-Sí, amo -jadeó-. Por usted, amo… haré todo lo que me pida.
-Hace un momento no me llamabas de usted. Creí que mi mejor esclavo me había perdido el respeto -dijo burlonamente, y antes de que pudiera contestar le empujó contra el suelo y volvió a embestirle con rabia.
Dan mordía la tela de lana para no gritar. Sólo necesitó la mano de su amo presionando en la base de su polla para dejar que se lo llevara el orgasmo, temblando y agitándose entre gemidos y gritos de ‘joder, oh, dioses’. Chuck seguía entrando en él cada vez más rápido, y su respiración se oía más acelerada con cada contracción en los músculos de Dan, hasta que se desplomó sobre él aún en tensión y con los dedos cerrándose en su cintura. Dan sintió esa calidez extraña llenándole, rodando por su piel con los últimos golpes exhaustos de Chuck.
El tiempo se paró. Se quedaron así lo que pareció toda una vida, Chuck aún dentro de él, respirando pesadamente contra su piel; Dan temblando como las réplicas tras un gran terremoto. No quería volver a abrir los ojos. Sabía que en cuanto lo hiciera todo sería real, todo sería peor. Él volvería a ser un esclavo, uno que no debía llamar ‘amo’ a su amo, pero que lo hacía de todas maneras, uno que exigía, que decía ‘f…’. No, ni siquiera podía repetirlo. Era un esclavo que ya no sabía comportarse como tal. Y su amo tampoco. O no podía, o no quería, o simplemente le gustaba jugar con su cabeza.
-Eso será todo por hoy -murmuró con la voz algo ronca, incorporándose lentamente. Algo frío y vacío se coló en su pecho cuando Chuck salió de dentro de él. Aún le podía sentir, pero ya estaba muy lejos de allí. A días de distancia-. Vístete y vete.
Dan se levantó y recogió la toga de su amo del suelo. Estaba arrugada y manchada y llena de vergüenza.
-¿No quiere que…?
-Quiero que por una vez en tu vida hagas lo que te ordeno sin desafiar mi autoridad, esclavo -escupió, sin ni siquiera mirar en su dirección.
Dan se estremeció. La crueldad con la que había dicho eso había sido casi dolorosa. Sintió cómo sus piernas no aguantaban el peso de su cuerpo de repente, como si hubiera envejecido cien años de un soplido. Recogió su túnica y su cinturón y se vistió rápidamente, sin despegar la vista del suelo. Podía notar la presencia de Chuck aún desnudo, parado en una esquina de la habitación. Mirándole, estaba casi seguro. Dobló la toga lo mejor que pudo y la dejó sobre una tosca banqueta de madera.
-Estaré en la cocina si me necesita… -y se mordió la lengua para no terminar la frase.
-Bien.
Suspiró.
-Siento mucho mi comportamie…
-Dan -le interrumpió en un susurro-, márchate, por favor.