No he terminado del todo el siguiente capítulo (calculo que me quedan 300 palabras), pero tengo un muy mal día y me apetece postear este ya. So...
(Por cierto, ¿alguien más se ha dado cuenta de que I fail terriblemente con los números romanos, y que 8 es 5+3, no 10-2? Ya me lo podíais haber dicho antes de que le pusiera el título mal al fic. Ahora ya me da igual, porque CCMX es más bonito que DCCCX, que tiene un aspecto ligeramente fálico. Whatevs.)
Título: CCMX ab urbe condita
Capítulo:
Prólogo |
I | II
Personajes/Pairings: Dan, Chuck | (futuro Chuck/Dan)
Longitud: 3.191 (esta parte) | 6.710 totales.
Rating/Advertencias: T | Desnudez, Dan dándole muchas vueltas a las cosas.
Notas: Aguantad conmigo hasta que esto empiece a ser una historia digna de ser contada; ya queda poquito. Gracias, como siempre, a todos los que están leyendo y muy especialmente a mis tres incansables,
raintofall,
eve_malfoy y
riatha, que vigilan cada pasito que voy dando, de una manera u otra.
II.
Dan debía de tener algo, algo único que le hacía especialmente digno de confianza. Sería esa cara de no haber roto un plato, o la facilidad con la que se sonrojaba, o la diligencia para acatar órdenes, pero algo hizo que su amo una tarde le mandara acompañarle a las termas. Dan sabía que ya había esclavos encargados de esas labores, que él simplemente tenía que servir el maldito vino, que él ni siquiera tenía que tratar con sus amos y que, por encima de todo, no era a él al que le tocaba ir a las termas. Así era como debían de ser las cosas, y hacía todo lo posible para que no fueran de otra manera. Él sólo quería ser uno más, uno de esos esclavos que trabajan en silencio, que no llaman la atención sobre sí mismos ni por trabajar mal ni por hacerlo demasiado bien. Podía leer cartas si el amo le reclamaba, podía ayudar en la cocina si le necesitaban, podía hacer todos esos trabajos rutinarios y mecánicos que le mantenían la mente ocupada, pero no se sentía capaz de ir a las termas. Porque las termas, para un esclavo, eran el sitio más aburrido del mundo. Y Dan, si se aburría, acababa pensando más de lo debido.
Por suerte, su amo tenía el suficiente dinero como para tener un balneario en casa, pero siempre era conveniente dejarse ver por las termas de vez en cuando para hacer un poco de vida pública. En las termas se discutía de política, se hacían negocios, se intercambiaban chistes de mal gusto y se hacía ejercicio, mientras los esclavos esperaban pacientemente pasando el calor más agobiante de sus vidas. Toda la labor de Dan era, aparte de cubrir su cuerpo de aceite o bañarle si el amo lo pedía, llevarle las toallas y darle algo de beber. Había hecho eso a diario con su primer amo, y la perspectiva de hacerlo también con Chuck era aterradora. El resto del tiempo, que podían ser horas si su amo se encontraba especialmente dicharachero, simplemente estaba allí, sentado en una esquina sin absolutamente nada que hacer, rodeado de otros esclavos que hablaban en voz baja unos con otros. Dan no hablaba con nadie. Con el tiempo había llegado a la conclusión de que la gente no le gustaba demasiado.
-Vamos, esclavo. No tengo todo el día.
-Disculpe, amo -contestó Dan, sabiendo que no había por qué disculparse, porque llevaba un buen rato esperándole. Simplemente asumió que estaba de mal humor.
Blair le despidió desde la puerta con una enorme sonrisa falsa.
No había un carro esperando para Chuck porque prefería ir andando, así que Dan caminó tras él, a unos cuantos pasos. Llevaba su toga senatorial, como siempre que salía de casa, y todos se apartaban de su camino cuando le veían pasar. Dan recordó los viajes a las termas con Gayo Mario, caminando al lado de su carro y tardando el doble del tiempo normal en llegar, porque el carro siempre se quedaba atascado en el cruce de dos calles especialmente transitadas. A veces echaba de menos ser ese esclavo, el que sabía lo que quería el amo con sólo mirarle, al que acudían todos los demás buscando ayuda o consejo o protección. Dan llegó a ser el más importante de los esclavos, si es que algo así tenía sentido. Y era una sensación interesante, como si su vida tuviera propósito y su trabajo realmente tuviera alguna repercusión. Actuaba de nexo entre los demás esclavos y el amo, y había conseguido mejorar la vida de las dos partes y, extrañamente, la suya propia, porque había conseguido sentirse útil.
En casa de Chuck Bass no se sentía útil. Trabajaba mucho, y trabajaba bien, pero le daba la impresión de que eso se perdía entre la marea de los demás esclavos. Allí ni siquiera era uno más, porque nadie le conocía realmente, y eso no le molestaba, porque no conseguía que le importara lo más mínimo. Tenía la extraña sensación de que no duraría allí mucho tiempo. Puede que si nadie se acordaba de él consiguiera ir haciéndose pequeñito hasta desaparecer del todo, y entonces nadie le echaría de menos.
Pese a todo, él era al que había reclamado su amo para ir a las termas. Tenía al menos diez esclavos a su disposición y le había elegido a él, el nuevo que no llevaba en la casa ni quince días. Le hacía sentir un poquito orgulloso.
Ya en el vestuario, mientras Dan le ayudaba a desvestirse, se acercó un hombre mucho mayor que ellos al que el pelo le clareaba. Llevaba una fina túnica de lino, muy buena, que traslucía en los puntos en los que el sudor la pegaba a su piel.
-Chuck Bass, qué raro placer encontrarle aquí -le dijo, con el respeto con el que se le habla a un superior, casi con devoción. Su amo se tensó visiblemente, y Dan se frenó antes de quitarle el broche que sujetaba su toga-. No me sorprende que no me recuerde, le conocí cuando era apenas un niño. Era un gran amigo de su padre. Sentí muchísimo su muerte.
-Por supuesto -contestó Chuck con fingido interés, ofreciéndole su mano, y le hizo a Dan un leve gesto ordenándole que se quedara aparte un momento.
Sólo oyó partes sueltas de la conversación, a la que tampoco estaba prestando gran atención, pero captó el tono servicial y almibarado del hombre, y supo que trataba de conseguir algo. Era un tono que su anterior amo dominaba a la perfección. Chuck no parecía dispuesto a caer, y parecía más bien irritado y aburrido por la insulsa conversación. Dan se miraba las sandalias sin verlas realmente, más preocupado en no olvidar un verso que acababa de ocurrírsele, perfecto para su último poema. Esperaba poder mantenerlo vivo para llegar a casa y escribirlo en el pliego en el que amontonaba su poesía. Oyó la voz de Chuck y levantó la vista por simple inercia, pero él seguía hablando con ese hombre.
Había algo en él que le hacía sentir muy incómodo. Tenía la mirada poco clara, y cuando se fijaba en Dan por el rabillo del ojo, sonreía de una manera imperceptiblemente obscena que le provocaba escalofríos. Chuck pareció captarlo, y su cara se tornó de repente más severa.
-Ha sido un placer hablar con usted pero, si me disculpa, tengo algo de prisa -le despachó con poca delicadeza.
-Debe de ser usted un hombre muy ocupado -replicó él, reticente a marcharse-. Su padre estaría muy orgulloso.
-Seguro que sí. Esclavo… -le llamó Chuck, apenas mirándole, y Dan se acercó dispuesto a resumir su labor de quitarle la toga, haciendo una respetuosa inclinación de cabeza ante el hombre aquél, que contestó con otra de sus sonrisas torcidas.
-Espero volver a encontrarle por aquí, Senador. Ha sido un placer.
-Lo mismo digo.
-Le reitero mi más sentido pésame.
-Le reitero mi agradecimiento -dijo hastiado.
Cuando el hombre se marchó por fin, tras besar las manos de Chuck con más entusiasmo del necesario, él suspiró profundamente, como aliviado.
-Odio las termas -musitó, y Dan sólo fue capaz de oírle porque estaba acomodando la túnica de lino sobre sus hombros. Quiso preguntarle por qué iba entonces, por qué le hacía acompañarle, sobre todo, y quiso decirle ‘yo también las odio’ porque, de alguna manera, necesitaba que lo supiera. Y no sólo para que no volviera a elegirle a él para acompañarle, sino para que se diera cuenta que había algo, tan trivial y tan pequeño, en lo que coincidían.
Era estúpido y Dan lo sabía, así que no le costó reprimir la necesidad de hablar. Su amo las odiaba por razones totalmente distintas a las suyas, estaba seguro. No sabía en qué momento había tenido la peregrina idea de que los sentimientos de su amo eran comparables a los suyos. El aburrimiento de Dan no era el mismo que el de Chuck, la desgana de Dan no era la misma que la de Chuck, y el desinterés de Dan por el resto de sus semejantes no era el mismo que el de Chuck. O puede que Chuck simplemente no tuviera semejantes, y ese fuera su problema. Puede que Dan tampoco los tuviera, porque nunca había conocido a un esclavo con el que pudiera mantener una conversación que le desafiara intelectualmente. Puede que fuera simple egolatría, pero Dan sabía que era más inteligente que cualquier otro esclavo que hubiera conocido. Había historias, claro, de esclavos que se convertían en maestros y en filósofos y en autores, pero sólo eran eso, historias. En la vida real de un esclavo no había lugar para el intelecto. Sólo había togas que quitar y ánforas de vino que llevar y pies que lavar, y así había sido siempre.
En eso pensaba Dan mientras atravesaban la palestra, una sala rectangular rodeada de pórticos, donde los hombres hacían ejercicio o conversaban o leían antes de pasar al resto de habitaciones para bañarse. Honestamente, Dan pensaba que eso podían hacerlo perfectamente en sus casas, pero aparentemente en aquella ciudad todo el mundo disfrutaba paseándose desnudo y cubierto de aceite frente a sus vecinos.
Chuck no perdió el tiempo para dirigirse al frigidarium, la primera de las cuatro salas por las que pasaría para completar su baño. Nadó durante un momento en el agua fría y salió enseguida al borde de mármol blanco, donde Dan aguardaba con las toallas.
Pasaron a la siguiente sala, en la que ya empezaba a notarse el calor. La gente se sentaba en el banco corrido alrededor de la habitación, conversando o leyendo. Chuck tuvo que pararse a saludar a algunos hombres, y lo hizo sin cambiar su gesto indiferente, contestando con monosílabos y sin molestarse demasiado en fingir interés. Dan seguía su ritmo como podía, tratando de no perder la delicadeza y el cuidado que le caracterizaban, demasiado acostumbrado a andar por las termas con lentitud, dedicando horas a cada sala y esperando a que su amo terminara sus interminables conversaciones para poder acercarse a hacer su trabajo.
-Hagamos esto rápido -dijo Chuck mientras buscaba un sitio lo suficientemente apartado, esperando para que Dan le quitara la toalla. Él la dobló delicadamente sobre un banco y buscó el botecito de aceite perfumado.
El aceite que usaba su amo era delicado y sutil y a la vez muy regio, como poderoso. Fue lo que pensó Dan al entrar a su casa el primer día, porque todo olía a él. A lavanda y a bergamota, y a algo más de fondo, dulzón y suave y delicioso que no había sido capaz de identificar. Y aún así no era un olor abrumador y mareante, como solía pasar con tantos hombres ricos. Dan no sabía qué era, pero ese olor tenía algo casi acogedor, como una buena manta de lana cálida y áspera en su justa medida.
Dan podía hacerlo rápido o podía hacerlo bien, pero el momento de aplicar el aceite era esencial, y no quería hacer un trabajo mediocre. Eso era algo que él simplemente no podía permitirse. Era bueno con sus manos, y era delicado y minucioso y muy perfeccionista; por eso se le daba bien tratar con los amos y vestirles y bañarles, porque siempre daba la impresión de que se tomaba su labor muy en serio. Lo hacía. Por eso, por mucho que tratara de pasar desapercibido, nunca lo conseguiría. Siempre sería ese esclavo larguirucho con cara triste que sabía cómo poner una toga mejor que nadie. Puede que en el gran esquema de las cosas eso no fuera nada, pero en su pequeño mundo era algo muy importante.
Puede que la opinión del resto de esclavos no le importara, pero ambicionaba la atención de su amo. La necesitaba. Le gustaba el ligero gesto que le dedicaba cada vez que hacía algo bien, o esa manera que tenía de llamarle por su nombre cuando estaban solos, como si realmente fuera especial, digno de tener nombre de pila.
Vertió una pequeña cantidad de aceite en la palma de su mano y la extendió por sus hombros antes de que pudiera escurrírsele entre los dedos, aprovechando la temperatura de sus manos para calentarlo y aplicarlo con más suavidad, en una fina capa desde su cuello hasta la parte baja de su espalda. La espalda de su amo era joven y suave y estaba moteada de pequeños lunares oscuros. Era extrañamente elegante, como una escultura recién terminada en la que aún no habían acabado de retirar el polvo de mármol que la cubría.
Sabía que era probablemente terrible, pero su amo le fascinaba. Era uno de esos personajes de los que le gustaba escribir a Dan, que siempre parecían fuera de lugar, que no se dejaban ver del todo, que tenían ese algo inexplicable que les hacía relucir de manera especial. A veces se sorprendía poniendo palabras suyas, captadas por casualidad en una conversación ajena, en boca de sus mejores personajes. Sabía que le enfurecería si se enterara, que era una terrible falta de respeto, pero Dan lo tomaba como su propia manera de rebelarse, y era algo que nunca podrían quitarle. Su arte, porque le gustaba llamarlo arte, era exclusivamente suyo. Lo único que le hacía sentirse especial.
Giró en torno a Chuck para aplicar aceite por su pecho, tratando de evitar el contacto visual, lo que era bastante difícil teniendo en cuenta que Dan era ligeramente más alto que su amo y que él no dejaba de seguirle con la mirada. Masajeó sus brazos fuertes, desde el hombro hasta la muñeca, y haciendo presión en todos los sitios indicados.
-Dan, ¿eres feliz?
-¿Disculpe, amo? -se sobresaltó, temiendo no haber oído bien la pregunta.
-Pareces infeliz.
-No soy infeliz -contestó tentativamente.
-¿Estás seguro?
-Sí, amo.
-¿Y por qué no? -preguntó Chuck, realmente sorprendido.
Dan tuvo que pararse a pensar, evitando la mirada inquisidora de Chuck poniéndose de rodillas para extender aceite por sus piernas, desde la rodilla hasta el tobillo derecho.
-Porque sigo vivo, amo.
-¿Eso es todo?
-Sí.
-¿Sobrevivir te hace feliz? -preguntó con incredulidad, casi divertido.
-Con el debido respeto, amo -dijo Dan, clavando la mirada en el suelo-, siendo lo que soy no puedo aspirar a mucho más que a seguir vivo y tener algo que comer y un sitio en el que dormir.
-Eso es deprimente.
-Lo lamento, amo.
Deslizó sus manos resbaladizas por la corva de su rodilla y el interior de su muslo, lentamente para no herir la fina piel con sus manos ásperas y duras.
-Un esclavo no debería ser feliz -dijo Chuck confuso-. No conozco a nadie perfectamente feliz. Todos queremos más dinero, un puesto de más prestigio, una vida sexual mejor o una mujer que no sea una víbora.
-No es mi intención contradecirle, amo -balbució-, pero no ser infeliz no es lo mismo que ser feliz.
-Así que no eres feliz.
-Creo que no lo soy, amo. No completamente.
-Bien -exclamó, con creciente interés-, ¿y qué es lo que falla? ¿Qué ambiciona un esclavo?
-Echo en falta a mi familia -contestó tras un momento, reticente a revelar esa parte de su historia.
-¿Tienes familia?
-Sí, amo, claro que la tengo -respondió, y no pudo evitar que sonara un poco ofendido-. Un padre y una hermana menor.
-¿Murieron?
-Espero que no, amo -contestó rápidamente, encomendándose en silencio a los dioses.
-¿Qué fue de ellos?
-Espero que fueran comprados, como yo, por un amo bueno y considerado -dijo, subiendo sus manos por el exterior de sus piernas hasta alcanzar la cadera.
Chuck sonrió cínicamente.
-Pero no lo sabes con certeza.
-No, amo.
-Ya veo -murmuró.
No parecía que fuera a profundizar en el tema, así que Dan continuó con el aceite en silencio, extendiéndolo por todo su cuerpo para luego retirarlo con un estrigilo, llevándose con él la suciedad y el polvo de su piel.
Tuvo que morderse la lengua para no decirle que sentía la muerte de su padre. No había conocido a Bart Bass, y apenas le conocía a él, pero necesitaba consolarle. De alguna manera sabía que nadie le había dicho las palabras correctas, aunque había oído pésames de cientos de personas. Puede que Dan no supiera tampoco qué palabras eran esas, pero sabía que sólo de pensar que su propio padre pudiera morir se le ponía un nudo en el estómago, y que nadie debería pasar por eso solo. Y Chuck estaba terriblemente solo. Nadie que no lo estuviera hablaría con su esclavo.
A veces Dan incluso se acordaba de su madre, que escapó dejándoles atrás cuando él era muy pequeño, y sólo podía rezar para que estuviera bien. ¿Qué habría sido de la madre de Chuck? ¿Habría muerto también? Su madre era una mala persona, egoísta y desleal, y si lo que había oído comentar en las cocinas era cierto, el padre de su amo también lo fue. Pero eso demostraba que incluso las malas personas podían engendrar buenos hijos. Él era bondadoso y generoso y noble, y estaba seguro de que Chuck también podía serlo. Había algo en la manera en la que le trataba, casi como si fuera una persona de verdad, que le hacía tener esperanza.
Puede que, simplemente, Dan estuviera pensando demasiado. Ya volvía a comparar a su amo, un Senador, un Patricio, consigo mismo, un mero esclavo. Él mismo lo había dicho, la gente como su amo simplemente tenía otras prioridades, y puede que la familia no fuera una de ellas. El dinero y el sexo, había dicho. Sí, el nombre de la familia era algo que se debía honrar sobre todas las cosas, pero puede que el hecho de llamar padre a alguien no tuviera el mismo significado para ellos que para Dan. Él ni siquiera tenía nombre de familia que honrar.
Dan era un maldito esclavo y a veces parecía olvidarlo, aunque había nacido siéndolo y, probablemente, también moriría siéndolo. Había gente que no sabía ser libre. Dan era una de esas palomas estúpidas que nunca aprendían a volar. Podría escribir sobre ello, aunque acabara siendo demasiado rebuscado. Una paloma que tenía miedo de desplegar las alas, y que cuando al fin lo hacía, descubría que nunca las había tenido. Sería una paloma blanca o, aún mejor, un mirlo. Dan casi sonrió, pensando en lo tonto que eso sonaba.
Terminó de ponerle la túnica de lino con delicadeza, apenas rozando la tela con la yema de los dedos, y Chuck volvió a ponerse en marcha. Dan recogió sus cosas con cuidado y le siguió a paso rápido a través de los pasillos, zigzagueando en torno a decenas de hombres en diversos grados de desnudez.
-No te entretengas -le dijo sin siquiera girarse para mirarle-. Quiero volver a casa a tiempo para descubrir a mi mujer con su amante.
-De… De acuerdo, amo -replicó, apretando el paso.
-Daniel
-¿Sí, amo?
-Haz algo por mí.
-Lo que sea, amo.
-Deja de llamarme amo -le ordenó, con tono cansado-. Me hace sentir muy viejo.
-Si así lo desea -dijo, un poco confuso-. Y… ¿cómo prefiere que le llame?
Chuck se paró en mitad del pasillo y le miró con curiosidad, como si fuera la primera vez que realmente le veía.
-Lo cierto es que no estoy seguro.