Título: CCMX ab urbe condita
Capítulo:
Prólogo |
I |
II |
III | IV
Pairing: Chuck/Dan
Longitud: 2.561 (esta parte) | 13.375 totales.
Rating/Advertencias: T | Nada aparte de angst lamentable.
Notas: Este capítulo me ha vuelto literalmente loca. Sólo quiero quitármelo de en medio de una santa vez, para empezar con el resto de la historia.
IV.
-¿Tú eres Daniel?
Dan levantó la vista del pan que estaba amasando, lleno de especias y aceite que se le escurría por entre los dedos, y miró a su interlocutor.
-Sí -contestó a media voz, al ver que era el esclavo de la espalda ancha que acompañaba siempre al amo. Al menos era el que lo hacía hasta que Dan le sustituyó hacía algunas semanas, y debía de haber vuelto a su puesto los últimos cinco días, cuando él había decidido esconderse en la cocina.
-¿Eres el de la toga, no? -preguntó el otro casi despectivamente, estudiándole con detenimiento.
-Supongo que sí.
-El amo te ha hecho llamar.
-¿Para qué…?
-No hagas preguntas, chico -dijo con hostilidad-. Ha preguntado por Daniel, “el nuevo, el triste, el único que sabe poner una puta toga”. ¿Eres tú o no?
-Sí -contestó limpiándose los restos de harina de las manos en el bajo de la túnica, y echando un último vistazo a la masa que dejaba sobre la mesa de mármol. En cuanto saliera de allí algún otro esclavo continuaría con ella, porque los esclavos eran así de fácilmente sustituibles. Intercambiables. Prescindibles.
La cocina no era su hábitat natural, pero era el único sitio de la casa en el que se encontraba cómodo últimamente. El amo no había tenido invitados y tampoco le había reclamado para cualquier otro asunto, así que en vez de hacerse útil en otro lugar de la casa, donde pudiera cruzarse con Chuck por casualidad, había decidido hacerlo allí.
Le estaba evitando, era cierto. Hacía lo posible por evitarle, dadas las circunstancias en las que se encontraban, y hasta entonces había funcionado, porque no le había visto desde esa tarde.
Sabía que no estaba bien, que ni siquiera tenía motivos reales para rehuirle, pero no quería pensar lo que pasaría si le viera. Sólo de recordarlo se apoderaba de él un sentimiento de vergüenza y de turbación que le provocaba náuseas. Se veía a sí mismo desde fuera, desde arriba, gritando y retorciéndose entre gemidos, y se sentía ridículo, grotesco. Se odiaba, por ser débil y haberse permitido disfrutar. El sexo era patrimonio de los amos, y los esclavos como él no tenían derecho a participar más que como recipientes, como aparatos masturbatorios de los amos, porque eran tan suyos como sus propias manos.
La simple idea de haber disfrutado era ridícula. El placer había sido tan intenso que casi se convirtió en agonía, o puede que fuera al revés. Había sido como una de esas noches en las que se tocaba frenéticamente bajo el amparo de la oscuridad, tumbado en su catre y amortiguando el sonido de su respiración contra la piel de su antebrazo. Había sido eso y algo completamente distinto, cien mil veces mejor (y peor). Tanto que casi parecía demasiado. Había sido como vaciarse completamente, como convertirse por un momento en otra persona, sin pudor ni normas ni historia, como si fuera algo tan intenso que no dejaba que ninguna otra cosa existiera a la vez.
Sólo de pensarlo le recorría el cuerpo una especie de temblor, y algo se tensaba en su estómago.
Cruzó por el patio interior hacia el otro lado de la casa, donde estaban las habitaciones de los amos y los salones. El estudio de Chuck estaba casi a oscuras, apenas iluminado por una lámpara de aceite a punto de consumirse. No vio a su amo, y se dio la vuelta para buscarle en el dormitorio. Había sido bastante estúpido por su parte no preguntar dónde estaba.
-Dan -le oyó decir débilmente, y sólo cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad fue capaz de intuir su figura pálida sentada en una banqueta con asiento de cuero-. Ya creí que te habías escapado.
-Yo no haría eso -contestó él, que se notaba sonrojar por momentos.
-Es una pena.
Dan no estaba muy seguro de lo que había querido decir con eso, pero lo dejó pasar, como dejaba pasar todo. Era más probable que el amo estuviera hablando solo a que estuviera dirigiéndose a él.
Se sentía estúpido allí de pie, esperando a recibir unas órdenes que no parecían llegar nunca. Chuck le miraba con los ojos muy vivos en la semioscuridad de la habitación, como si estuviera mirando más bien a través de él, o dentro de él. Era amenazante de una manera extraña, magnética. Le hacía sentirse desnudo y desvalido y de alguna manera especial, porque sabía que no miraba así a nadie más.
-No has estado escribiendo -dijo con cierto desdén.
-No sabía si su generoso ofrecimiento seguía en pie.
-No era tanto un ofrecimiento como una orden.
-Yo no…
-¿Y por qué no iba a seguir en pie? -le interrumpió antes de que pudiera disculparse. Dan se quedó en blanco un momento. Balbuceó y Chuck respondió con una sonrisa torcida. En sus ojos brilló algo un poco animal.
-No quería abusar de su confianza. No estaba seguro, después de la otra noche… -dijo Dan, bajando el volumen de sus palabras hasta que fueron inaudibles.
-¿Sí? -le instó a seguir.
-No sabía si seguía considerándome… bueno, merecedor de ese trato.
La sonrisa salaz de Chuck se congeló antes de llegar a sus ojos.
-¿Por qué no habrías de serlo?
Dan se clavó las uñas en la palma de la mano para evitar que su cara mostrase el sufrimiento y la ira y la vergüenza que sentía.
-Mi comportamiento fue lamentable, impropio de mí, y ruego que acepte mis disculpas.
-Tu comportamiento fue excepcional, Daniel.
Él enrojeció hasta la raíz del pelo, y las lágrimas se agolparon en sus ojos.
-Si así lo cree, celebro haber sido de su agrado -replicó, todo lo fríamente que pudo-. Tengo entendido que desea que le asista con su toga.
-Lo cierto es que he cambiado de opinión.
-Oh. Entonces… -tuvo que frenarse antes de suplicarle que le dejara marchar, que le permitiera volver a esconderse de su indecencia durante otra semana, o hasta que su imagen abandonara sus sueños.
-¿Fue acaso tu primera vez?
-No -contestó, secándose los ojos con el dorso de la mano.
-¿Tan lamentable fue mi actuación para producirte un sufrimiento tal?
Dan ni siquiera supo cómo contestar a eso, si era una pregunta sincera o si su amo estaba burlándose de él una vez más. Su gesto era indescifrable.
-No era mi intención poner en duda… -Se le escapó otra lágrima, que ni siquiera sabía de dónde salía, pero tuvo que morderse los labios para que su voz no le delatara, porque esperaba que la oscuridad de la habitación las ocultara de la mirada de su amo. -No era mi intención poner en duda su habilidad como amante. No soy quién para juzgarla, y pido disculpas si esa ha sido la impresión que han desprendido mis palabras.
-¿No tengo que preocuparme por mi rendimiento sexual, entonces?
Cuando a Chuck se le escapó una risa cruel, otra lágrima rodó por la mejilla de Dan. O puede que fuera en el orden inverso. Nunca antes se sintió tan avergonzado, tan estúpido y tan indefenso. Deseaba con todas sus fuerzas poder salir de allí. Correr a través del atrio y por la puerta de la casa, y no dejar de correr hasta llegar a la muralla de la cuidad que nunca había rebasado. Pero sabía que no haría eso ni en un millón de años, que soportaría el ridículo al que le sometía su amo como había hecho siempre. Aunque esa vez era distinto. Esa vez no era algo que Dan pudiera ignorar, dejando que las palabras le atravesaran como atravesarían una red de pesca. Las palabras de su amo le removían por dentro, le hacían odiarle y temerle, y le provocaban un ruido sordo en el fondo del estómago, un resentimiento que le hacía rechinar los dientes. Por primera vez en su vida se sentía totalmente vulnerable, despojado de toda su humanidad. Se había entregado a su amo, le había mostrado esa parte de él tan privada que ni tan sólo él conocía, y la estaba usando para reírse de él. Dan era suyo, lo había sido desde el primer momento, pero para Chuck parecía no ser suficiente. Necesitaba poseer también sus pensamientos, sus defectos y sus deseos más profundos. Necesitaba su adoración y su devoción tanto como su desprecio.
-En comparación con tus experiencias anteriores, Daniel, ¿he sido mejor o peor?
-No… no lo sé -contestó, y no mentía. No se había parecido a nada que hubiera hecho antes, aunque la mecánica hubiera sido la misma. Con Chuck había sido insoportablemente intenso y personal y cercano, y no estaba seguro de si eso era bueno o malo. Se había sentido como un animal en ese momento; libre y salvaje, pero también como un hombre por primera vez en mucho tiempo. Pero cuando acabó todo, cuando Chuck le ordenó que se fuera, le suplicó que se fuera, se había sentido sucio y utilizado, mucho más incluso que con los otros hombres. Le odiaba, y no era capaz de pensar en otra cosa que no fuera él y sus manos y su lengua recorriéndole la piel.
-Voy a necesitar una respuesta.
-Nunca antes lo había deseado -dijo, antes de poder procesar las palabras que salían de su boca. La sonrisa que se formó en la boca de Chuck duró apenas un instante.
-¿Nunca? -Dan negó con la cabeza-. ¿Tampoco con una mujer?
-No.
-No te pierdes gran cosa -contestó casualmente-. Entonces, ¿qué te ha parecido la experiencia?
-No… no sé qué quiere que conteste a eso.
-Es una pregunta sencilla, Daniel. Una pregunta de sí o no. ¿Fue una experiencia placentera?
¿Cómo debería de abordar eso? ¿Qué quería oír su amo? Dan ni siquiera sabía contestar sinceramente. Si el placer existía, había sido eso, esa tarde y esas manos, pero las consecuencias estaban resultando ser insoportables. La confusión y la sensación de que hiciera lo que hiciera sería un error le hacían pensar que simplemente haberlo vivido como algo placentero ya era un error en sí mismo.
-Mi placer es su placer -dijo por fin-. Si para usted lo fue…
-No me tomes por tonto, Dan -le interrumpió bruscamente-. Que seas de mi propiedad no significa que seas un apéndice más de mi cuerpo. No sé si todos los esclavos tenéis sentimientos, pero sé que tú los tienes. Mírame -le ordenó, y la dureza de su voz se resquebrajó de la manera más sutil, como si no pudiera evitarlo por más tiempo-. Sé que los tienes porque los estoy hiriendo ahora mismo.
Sabía que no era una pregunta, pero Dan asintió con la cabeza enérgicamente de todos modos, incapaz de evitar que las lágrimas le desbordaran los ojos.
-Perdóneme. Yo…
-Ven aquí -dijo Chuck, en un tono casi inaudible, y compasivo de alguna manera-. Te haré azotar como no pares de llorar como una niña.
Dan se acercó tambaleante el par de pasos que le separaban de él. Hincó las rodillas en el suelo y su cabeza encontró el regazo de Chuck sobre el que descansar.
-Te conviene saber que soy un mal hombre. Uno de los peores -dijo él, acariciando su pelo con suavidad-. Olvidarlo sería peligroso. Olvidar que soy tu amo, que tú eres mi esclavo.
-No podría hacerlo -replicó con firmeza-. Nunca me atrevería a olvidar el lugar que me corresponde en esta casa, en el mundo.
-¿Quién habla de ti?
La mejilla de Dan, húmeda y sonrojada, rozaba contra la fina tela de la túnica de su amo, de lino blanco. Sus dedos caracoleaban entre su pelo distraídamente, como quien acaricia a un perro entre las orejas sin prestarle demasiada atención. Él hacía lo posible por frenar el caudal de lágrimas estúpidas e inoportunas, por devolver el ritmo normal a su respiración. Se sentía infantil y patético, pero la presencia de Chuck era de alguna manera consoladora. Era extraño, pero con él se sentía seguro, como si a su lado no pudiera sucederle nada malo. Era una noción contraria a todo lo que su padre le había enseñado. Sabía que él mismo era el único que iba a preocuparse por su vida, el único que iba a estar siempre de su lado, que no podía confiar en nadie más que en sí mismo, y mucho menos en su amo. Pero en Chuck había algo distinto, algo que le hacía reconsiderarlo. Estaba en la forma en la que le miraba a los ojos, como si fuera algo más que un objeto. No sabía si era respeto, pero se le parecía lo suficiente como para que mereciera la pena pararse a pensarlo.
La relación entre un esclavo y su amo funcionaba cuando había indiferencia mutua. Al igual que Dan no debía de sentir afecto por su amo, tampoco podía sentir desprecio. No había lugar para ello. Sentir algo por él, cualquier cosa, sólo entorpecía el trabajo. Si tenía la teoría tan clara, ¿por qué la práctica se le hacía imposible? ¿Por qué le odiaba tanto a veces que deseaba abrirle el pecho con las manos, y por qué otras le amaba tanto que se notaba morir al recordar el sabor de su piel?
-Siento mucho… -comenzó a decir, tratando de incorporarse, cuando los dedos de Chuck se hicieron fuertes en su nuca y se lo impidieron. No dijo nada, pero continuó enredando los dedos en su pelo y acariciando su piel lentamente. Sus párpados húmedos y sus mejillas y a lo largo de su mandíbula hasta llegar a los labios.
-Estás llorándome en la túnica, ¿sabes? Y es una túnica muy fina.
-Lo sé. Soy un desastre -respondió sin pensar. Cuando quiso disculparse se dio cuenta de que Chuck se estaba riendo. Riéndose de verdad, sin carcajadas pero de manera franca y abierta. Se incorporó y le miró, y él debió de ver la sorpresa en sus ojos. Dan no pudo más que sonreír también, tímidamente, secándose la cara con el pecho de su túnica. -Lo lamento.
-Lo sé.
Sabía que tenía que decir algo más, que la manera correcta de arreglar las cosas era otra, pero en ese momento no la recordaba. Probablemente debería levantarse, pedir disculpas por enésima vez e ignorar la manera en la que su amo le miraba. Ignorar que bajo el deseo en sus ojos había algo más oscuro, más denso y mucho menos manejable. Con el deseo era capaz de vivir, pero eso era insoportable. Dan sentía la presión rompiéndole desde dentro, la presión de ser esa persona que su amo quería ver en él.
El fantasma de la sonrisa seguía en la boca de Chuck, como un recuerdo fugaz, pero sus ojos volvían a mostrarse duros y algo tristes. Sus manos encontraron la cara de Dan y la acunaron con algo que se podría haber confundido con ternura, si Dan hubiera podido reconocerla.
-No voy a mentir. He estado pensando en ti, Daniel -murmuró, como con miedo de que los dioses le oyeran-. De un modo en el que un Senador no debería pensar en su esclavo. De un modo en el que nadie debería pensar en su esclavo.
-No sé qué espera de mí, amo -contestó él con desesperación, rehuyendo su mirada-. Dígame lo que quiere, lo que necesita de mí. Yo sé servir vino y poner togas y escribir en versos yámbicos, pero mi padre no me preparó para esto.
Chuck sólo suspiró.
-Nunca se está preparado para las cosas verdaderamente importantes.