El Big Ben era predecible. Un enorme reloj con tendencias suicidas. El estruendo a cada hora en punto le parecía un reproche, algo muy poco tácito, sujeto a empujarle, más y más, el transcurso de un nuevo día.
“¡Mei-Ling! ¡Hemos perdido a Sakura y Xiao-Lang! ¡No sé adónde han ido!”
“¡Que se apañen ellos solitos! ¡Es un viaje que organiza la
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