Fanfic: Insecto (2ª Parte) + Algún iconcín

Dec 23, 2008 20:22

Es que las fotos lo pedían a gritos ♥








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Autor: yokana_yanovick
Fandom: Battlestar Galactica
Pairing: Adama/Roslin, Baltar/Roslin
Spoilers: 4ª Temporada
Tema: #16 - Insecto - 2ª Parte ( Tabla)
Contenidos: Unas cucharadas de Angst, una pizca de Romance y un toque de Sex.
Palabras: 5.456



Insecto

(2ª Parte)

A menudo una sensación,
a veces una realidad.

****

LAURA

-¿Señora Presidenta?

Abrió los ojos lentamente y un resplandor intenso le golpeó en la cara, frunció el ceño y entrecerró los ojos para protegerse de él sin dejar de buscar la voz que la llamaba.

-¡Por todos los dioses, joven! ¿No era suficiente para usted el cáncer que ahora pretende acelerar el proceso muriendo de hipotermia?

Una inevitable sonrisa comenzó a curvarse en su cara, no por que se sintiese mejor, ni más feliz. Sencillamente la regañina del doctor Cottle la hizo sentirse de nuevo en casa.

-¿Se puede saber que es lo que pretendía? -preguntó malhumorado.

-Nada -respondió con una voz vacía de todo sentimiento.

Realmente no se había propuesto nada en absoluto.

-Si no llega a ser por un perro que se había escapado, no la hubiésemos encontrado hasta el amanecer. Eso sí, muerta.

Una de las cosas que más le gustaba de su médico es que no tenía ningún reparo en contar las verdades tal y como eran, con más o menos tacto, pero con una sinceridad tan apabullante que a veces parecían incluso sencillas por muy crudas que fueran.

-Realmente debe de tener a alguien allá arriba cuidándola muy bien, su suerte con respecto a la muerte ya comienza a rozar lo paranormal -continuó hablándole mientras comprobaba sus constantes.

Vio como Cottle daba un par de vueltas a su alrededor observando todos y cada uno de los aparatos a los que Laura ya se había acostumbrado y, antes de salir por la cortina, se giró para mirarla.

-Trate de dormir un poco y, ¡ah! -Dijo mientras su mano derecha se movía con exasperación en el aire para enfatizar sus palabras-, la próxima vez que quiera cometer una locura, hágase un favor, vaya acompañada.

Si hubiese tenido fuerzas y ganas, se hubiese echado a reír.

***

GAIUS

Brillaba con una intensidad deslumbrante. Acarició el cuerpo desnudo de la mujer que descansaba plácidamente junto a él. A pesar de todo y sin duda alguna, era hermosa. Su pelo revuelto estaba esparcido por la almohada y le daban un aspecto mucho más vivo y salvaje del que tenía habitualmente.

Rozó sus caderas con la yema de los dedos, dibujó la línea de su cintura, y cuando por fin llegó a su pechó, lo abarcó con suavidad mientras enterraba la cabeza en su hombro y besaba su cuello.

La mujer despertó lentamente de su letargo y enterró una mano en su pelo para atraerle hasta ella y poder besarle. Un gemido resonó entre sus labios cuando acarició con más insistencia su pecho izquierdo. Su mano se detuvo el tiempo suficiente como para notar los latidos de su corazón bajo la palma de su mano. Se vio a si mismo separarse apenas unos milímetros de su boca y susurrarle algo que no llegó a comprender.

Baltar se despertó hablando en sueños sin recordar una sola palabra de las se que había pasado la noche susurrando. Sin embargo, una revelación tan clara y liberadora voló frente a él como un pequeño milagro que ansiaba por ser descubierto.

Ya sabía lo que tenía que hacer.

***

LAURA

-¿Es tarde para una visita?

Levantó la cabeza de su libro para ver a Baltar con las manos cogidas tras la espalda dedicándole una débil sonrisa.

-Nunca es tarde para una persona que padece insomnio -dijo quitándose las gafas y posándolas sobre la mesita.

Llevaba horas ojeando Searider Falcon. Le gustaba tenerlo cerca de ella, acariciar sus páginas, tocar con la yema de los dedos las hundidas letras doradas del título, pasear la mano por la áspera tela en la que estaba encuadernado. Sentía como si fuese una especie de unión con Bill, como si el hecho de sujetarlo contra su cuerpo le mantuviese más cerca de ella.

-¿No cambias de libro? -dijo señalando su regazo.

-Aún no lo he terminado.

Tardó dos décimas de segundo más de lo normal en contestar y vio a Baltar contener una sonrisa cuando llegó la respuesta. No quiso pensar demasiado en cuánta verdad había podido vislumbrar tras sus palabras en cuanto a su vida personal, así que carraspeó y enlazó sus manos para prestarle toda su atención.
-Dado que es tarde para una visita de cortesía, debe de tener algún motivo oculto para venir a verme a altas horas de la noche, doctor Baltar -y aunque no lo pretendía sus palabras sonaron casi provocativas.

Por un momento vio al hombre ponerse nervioso, enrojecer e intentar hablar sin que le saliera sonido alguno de la garganta. Casi tuvo que ahogar una carcajada.

-No se preocupe, incluso tras su declaración de amor dudo que tenga perversas intenciones conmigo -alzó las cejas y le señaló la silla que había al lado de su cama.

Vio cómo se sentaba recatadamente a su lado mientras le oyó murmurar algo que se parecía a "se sorprendería".

-¿Disculpe?

-Nada -contestó azorado-, tan sólo... -dejó su frase en suspenso y volvió a revolverse ansioso en su silla.

Suspiró.

Lo cierto es que no tenía ningún ánimo para jugar a las adivinanzas.

-Si hay algo que quieras decirme, hazlo sin más -se llevó mano a la sien y comenzó a masajearla.

El hombre que tenía a su lado inspiró profundamente al tiempo que en su cara aparecía una nueva determinación.
-He tenido... un sueño -la miró fijamente a la espera de alguna reacción.

Aquello logró sorprenderla.

-¿Qué clase de sueño? -dijo frunciendo el entrecejo.

Gaius volvió a moverse incomodo.

-En realidad han sido varios. Uno cada noche, distintos, pero iguales en esencia. Pero eso no es lo que importa, tampoco el contenido, lo importante es que gracias a él, ellos, he tenido una revelación.

Las palabras del doctor se sucedían una tras otra sin apenas tiempo para respirar, igual que le había visto hacer en muchas otras ocasiones cuando sus nervios le ganaban la partida.

Alzó las manos para detenerlo, estaba confusa.

-¿Una revelación?

El hombre volvió a suspirar.

-Tras el juicio, comencé a vivir, como ya sabrás, con un grupo de personas que me... apoyaban.

Fue lo bastante inteligente como para no terminar la frase con la palabra que tenía en mente. Tras aquellos meses las adoraciones, y más hacia el doctor Gaius Baltar, solo conseguían enfurecerla, como muchas otras cosas, tuvo que reconocer. Odiaba a las personas que habían encontrado "el camino" gracias a él, aunque fuese falso, las envidiaba por ello.

-Sí, lo recuerdo a la perfección, gracias a eso casi tenemos una cruzada en Galáctica -le contestó tensa.

Gaius carraspeó y obvió su pequeña apreciación.

-La cuestión es que durante ese tiempo pasó algo importante, algo que me hizo cambiar. Algo que me hizo creer que... -titubeó antes de hablar- formo parte del plan de Dios.

Tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para no poner los ojos en blanco.

-¿En serio? -dijo sarcástica.

Volvió a ignorar su actitud para mirarla serenamente.

-Había un niño. El hijo de una de mis más acérrimas fieles, su madre me lo trajo para que le curara, para que cuidara de él. Observé sus síntomas y, como médico, supe que no había demasiadas esperanzas para el pequeño. Sin embargo... esa misma noche recé, por primera vez en mi vida recé por la vida de aquel niño, le pedí a Dios que me llevara en su lugar. Por supuesto no ocurrió nada. Sin embargo, días mas tarde dos hombres que no compartían ni mis creencias, ni la misma pasión que yo por mi existencia, decidieron ponerme a prueba, y con una afilada hoja de afeitar clavándose en mi gaznate volví a pedirle a Dios que sacrificara mi vida por la de aquel niño. Fue entonces cuando Dios escuchó mis plegarias. Fue entonces cuando al regresar vivo a aquella sala llena de personas rebosantes de fe vi con mis propios ojos que la salud de aquel pequeño estaba intacta. Ese fue el momento donde mis creencias nacieron de la nada más absoluta, crecieron y se fortalecieron de una manera tan asombrosa que no hubiese creído posible tan solo un año antes.

Baltar la miró fijamente a los ojos y se dio cuenta que estaba aguantando las lágrimas. Se contuvo como mejor pudo y con la voz más templada que pudo conseguir, preguntó.

-Una historia interesante, no la conocía con tal lujo de detalles, pero ¿qué tiene eso que ver conmigo?

Baltar se levantó de la silla despacio, agarró una de sus manos con dulzura y, para su sorpresa, una sensación extrañamente cálida le invadió el pecho. Se sintió abrumada de repente por la intimidad y el tacto suave de sus manos.

***

GAIUS

-Tienes que confiar en mí.

Laura alzó las cejas.

-Déjame hacer…

Por unos momentos estuvo a punto de replicar pero la vio contenerse. Le estaba ofreciendo la mirada más cargada de sinceridad de toda su vida, y gracias a Dios Laura supo leerla y contener los impulsos negativos que le hacían rechazarle una y otra vez.

Dejó caer las manos sobre su regazo y le miró con tranquilidad. Con un asentimiento le concedió el permiso que estaba esperando.

Dio un par de pasos y con manos temblorosas se acercó al primer botón de su camisa. Pudo notar el cuerpo de Laura tensarse hasta el punto de parecer rígida como una estatua.

Detuvo sus movimientos y volvió a mirarla fijamente, esperó hasta que notó cómo los músculos se iban relajando de nuevo.

-Confía en mí -dijo despacio.

Desabrochó el primer botón, tragó. Descendió un poco más y sacó de su ojal el siguiente. Cuando hubo deshecho el cuarto botón, Laura ya lucía un generoso, y para que lo iba a negar, apetecible escote. Abrió la prenda a ambos lados de su cuerpo y desveló un sencillo sujetador de algodón blanco. Por primera vez, tocó la piel suave de su hombro para dejar caer el tirante izquierdo por su antebrazo, tuvo ganas de lamerse los labios pero se contuvo, esto no era una maldita fantasía sexual. Realmente Laura estaba confiando en él. No la decepcionaría. No esta vez.

Inclinó su cuerpo sobre el de ella sin rozarla, pero fue suficiente para que olor le impregnara los sentidos. Sus manos desaparecieron bajo su espalda para desabrochar el sujetador que lo único que hacía era estorbar en la tarea que se había impuesto, que Dios le había ordenado.

Pudo ver el pecho de una mujer incomoda y asustada, subir y bajar aceleradamente frente a él.

-Laura…, tienes que confiar en mí.

La mujer asintió levemente y vio cómo trataba de controlar su nerviosismo con todas sus fuerzas.

Gaius tiró del tirante ya caído un poco más hacia abajo, hasta que por fin, la copa izquierda del sujetador descubrió una piel increíblemente pulcra, sin manchas, blanca resplandeciente y un pezón rosado increíblemente bien centrado, y deliciosamente respingón.

Tragó una vez más y la miró de nuevo, parecía como si quisiese discernir el efecto que había tenido sobre él haberle dejado revelar uno de sus pechos. Contra toda lógica ahora parecía mucho más tranquila y centrada, incluso ligeramente más segura y confiada.

Cuando volvió a verla asentir acercó su mano izquierda hasta ella y la mantuvo en el aire unos segundos antes de dejarla caer con cuidado sobre aquel hermoso y delicado pecho que acababa de descubrir. Era suave, estaba caliente y era perfecto para su mano, el tamaño perfecto, tal y como lo había soñado.

Se quedó inmóvil durante no supo cuánto tiempo, sin hacer ningún gesto, ningún movimiento, tan sólo clavado en el suelo de metal mientras sentía el calor en la palma de su mano emanar del cuerpo de Laura.

-No sé qué tengo que hacer -admitió avergonzado.

-¿Para curarme? -le miró escéptica, mientras alzaba una ceja.

No contestó.

Apoyó su mano derecha en la cama y se inclinó sobre ella y a pocos centímetros de sus labios le susurró despacio.

-Tal vez sólo debas tener fe.

-Fe… -dijo casi escupiendo la palabra-. He cubierto mi cupo de fe, doctor Baltar.

Se volvió a alejar de ella, posó la frente sobre la mano que abarcaba aquella delicada parte de su anatomía y rezó.

Levantó la cabeza para mirarla y se dio cuenta de que se había apoyado en la almohada y cerrado los ojos.

Aquello no funcionaba.

Estaba retirando la mano cuando de repente la propia mano de Laura cogió la suya y la volvió a apretar con más fuerza contra su pecho desnudo, provocando un gemido ahogado que no supo discernir de qué garganta había salido.

-Aun no -dijo manteniendo su mano contra ella.

Un escalofrío le recorrió la espalda. Tenía su mano apretando el pecho de Laura. El pecho de Laura en su mano. Suave, caliente, vivo. Trató de echar a un lado las imágenes que últimamente se metían en su cabeza con una facilidad pasmosa e intentó concentrarse. No tenía muy claro en qué, pero aún así lo intentó de todos modos. Cerró los ojos y comenzó a rezar, incluso suplicar por la vida de la mujer que tenía entre sus manos.

Tardó varios minutos en darse cuenta de que la respiración de Laura era mucho más regular, la miró y se dio cuenta de que efectivamente se había dormido. Retiró con delicadeza su mano y volvió a vestirla con cuidado de no despertarla. Abrochó el último de los botones de su blusa y en vez de alejarse y dejarla descansar, se quedó allí, mirándola dormir placidamente. Realmente era preciosa, incluso para su edad. Tenía algo que atraía irremediablemente. Cuando se quiso dar cuenta su boca acariciaba los labios entreabiertos, calientes y relajados de la mujer con la que soñaba noche tras noche.
La besó una vez y tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para no volver a besarla con más insistencia hasta saciarse.

Suspiró y se alejó de la cama dejando una caricia en su mejilla antes de irse. Recogió su chaqueta mientras salía por la cortina opuesta por la que había llegado sin darse cuenta de que tras él, y como una sombra, Bill Adama había contemplado cada segundo de su “milagrosa curación”.

***

LAURA

Le latía la cabeza más de lo normal. El tratamiento era cada vez más fuerte y por consiguiente su cuerpo se rebelaba contra él, se sentía como si todas las células de su cuerpo se mantuviesen en una guerra continua contra sí misma, y más que doloroso resultaba agotador.

Abrió la puerta de la habitación y se coló dentro como un fantasma dejando a los guardias fuera custodiando la entrada. Se acercó hasta la mesa y tardó más de lo normal en darse cuenta que el dormitorio no estaba tal y como ella lo había dejado la última vez. Vio la bolsa de deporte encima de la cama. Sin previo aviso el corazón le comenzó a palpitar con tal fuerza que se olvidó de sus dolencias y una sonrisa estúpida apareció en su cara.

Ya habían pasado dos semanas.

Miró su reloj, Bill debía de estar en el CIC. ¿Por qué nadie la había avisado de la llegada de la flota? Dejó la ducha para más tarde y se dispuso a averiguarlo. Dejó Searider Falcon sobre el escritorio y puso rumbo a la sala de control.

Sus guardias abrieron las puertas y para su decepción, tan sólo Tigh lideraba el panel luminoso en el centro de la sala.

-¿Ya han llegado? -se acercó a él con paso firme tratando de disimular la ansiedad que sus palabras tan solo ocultaron levemente.

Tigh siguió mirando con tranquilidad los papeles que tenía esparcidos por encima de la mesa y sin mirarla contestó -llegaron ayer casi a media noche.

-¿A media noche? -contestó contrariada.

-Sí, señora.

-¿Y cómo es que la presidenta ha sido la última en enterarse? -dijo con irritación.

Aquello era el colmo.

-El Almirante pidió que no se os molestase.

Trató de contener el enfado que crecía en ella por momentos.

-¿Y bien? ¿Cual es el veredicto? -cruzó los brazos sobre el pecho y esperó.

-Negativo. No hay signos de vida en la zona sudoeste del planeta. Quizá tengamos más suerte en el siguiente reconocimiento.

-Quizá -repitió malhumorada. -¿No debería estar con usted el Almirante?

-Hace tan sólo unos momentos que se fue, necesitaba descansar así que le obligué a que fuera a pegarse una ducha y a dormir. Cuando le vi parecía como si hubiese envejecido diez años. -Por primera vez en aquella conversación, Saul levantó la vista de los informes para mirarla con curiosidad -¿aún no le ha visto?

No tenía tiempo ni ganas de darle explicaciones, y mucho menos de admitir que, aún después de casi nueve horas en aquella nave, no había visto a la persona por la que había estado esperando, mientras su ansiedad crecía a pasos agigantados, dos semanas enteras.

-Quiero ser la primera a la que se avise si hay alguna novedad, ¿está claro? -le espetó evitando una respuesta directa.

-Como el agua cristalina, señora.

Se dio media vuelta y volvió sobre sus pasos con la certeza de que el ojo de Tigh continuaba clavado en su espalda escrutándola, obteniendo más información sobre ella de la que le hubiese gustado revelar a nadie. Ahora era un cylon, quien sabe si podía hacerlo. Y llegados a este punto, ¿a quién demonios le importaba ya?

El trayecto al dormitorio fue más corto de lo que había previsto cuando se dio cuenta de que el esperado reencuentro debía ser pospuesto, al menos hasta después de su reunión con el Quorum. Maldiciéndose tomó otro de los pasillos adyacentes e inspiró con fuerza para la batalla en la que ahora, y cada vez más, se convertían las reuniones con los representantes de las colonias.

Había dejado de escuchar. Había dejado de luchar. Había dejado de ser la líder de la humanidad, la líder de nadie, y ellos, a pesar de percibirlo, se resignaron, dejaron de pelear y por consiguiente el cargo de presidenta aun seguía atado a su espalda como una enorme y pesada piedra de la que no podía deshacerse.

A cada paso que daba oía las voces más fuertes, más nítidas. Las discusiones y quejas de los delegados rebotaron en su cabeza justo antes de pasar a través del umbral e imponerse sobre todos ellos con una desazón que a cada minuto le era más difícil controlar.

***

GAIUS

-¿Doctor Cottle?

Gaius entró en la enfermería, estaba más desierta que de costumbre. Inconscientemente llevó los ojos a la cama donde solía acostarse Laura y algo revoloteó en su estómago cuando las imágenes de la noche anterior aparecieron en su mente a traición, como un sueño.

La cama estaba vacía, y a pesar de que una incomoda punzada de decepción intentara clavarse en alguna parte de su cuerpo, se alegró. Aquello facilitaba su misión.

-No hace falta que venga tan a menudo, doctor, el vendaje puede incluso aguantar más de ocho horas seguidas.

El médico apareció tras una cortina con su habitual cara de cansancio, las manos en los bolsillos de su bata y un cigarro sujeto entre los labios.

-Doctor, ¿ha seguido la presidenta con el tratamiento esta mañana? -rápido, conciso y seguro. Quizá así conseguiría la información.

Cottle dio una calada a su cigarro y le miró fijamente.

-El tratamiento de la presidenta queda entre la presidenta y yo, a no ser que al Almirante le dé por amenazarme.

Adama siempre tan sutil.

-No estoy autorizado para compartir esa información con usted, lo siento -Cottle iba a darse media vuelta cuando su voz le hizo detenerse de nuevo.

-Tengo motivos para creer que el cáncer de la presidenta ha experimentado una notable mejoría hasta el punto de remitir completamente -hizo una pausa-. Otra vez.

-¿Y me puede explicar a santo de qué tiene la certeza de algo así...? -le preguntó alzando las cejas.

-¿Podría hacerle pruebas? -le respondió obviando su pregunta- No le llevará tiempo, y podría evitarle muchos malos ratos a la paciente. No creo que sea beneficioso para su salud continuar con un tratamiento que ya no necesita -comenzó a caminar hacia la puerta- Y ¡ah!, sería conveniente que Laura no supiera nada de esto hasta que tuviera los resultados. Cuantos más sobresaltos innecesarios le evitemos, mejor -y sin esperar respuesta salió de allí. Confiaba en el doctor Cottle, esperaba que la curiosidad y el miedo por asignar un tratamiento incorrecto le llevaran a seguir su consejo.

***

LAURA

Echó un vistazo por una de las pasarelas más altas del CIC y no pudo contener la frustración cuando vio al mando al capitán Agathon. Ni rastro de Tigh, ni rastro de Bill... Aceleró el paso hacia la habitación, tenía la impresión de haber hecho aquel camino una decena de veces ya.

-¿Bill? -se asomó por la compuerta sellándola tras de sí.

Recorrió la estancia con la mirada un par de veces y contuvo un suspiro cuando vio sus pertenencias aún intactas sobre la cama. No había pasado por allí en todo el tiempo que ella había estado reunida. Cinco largas horas más se sumaban a las nueve que había estado sin tener noticias suyas, casi comenzó a parecerle preocupante.

Se acercó hasta la cama y con cuidado dejó la maleta en el suelo. No se atrevió a colocar la ropa que había dentro, en parte por miedo a interferir en los planes de Bill, y en parte porque no estaba demasiado segura de si aquello seria una intimidad extrema sin tener noticias suyas.

Sino le conociese pensaría que estaba intentando evitarla. Trató de hacer a un lado esa idea y concentrarse en otra cosa, sin embargo, la primera imagen que vino a su cabeza fue la cara de decepción de Tom Zarek al salir de la reunión con el Quorum, no había sido su aparición más estelar, desde luego, pero ya no tenía claro si de verdad podría hacer algún bien en ese puesto. Y lo que es más importante, ya no tenía muy claro si en el fondo le importaba. Una punzada de decepción le recorrió el pecho al ahondar en aquellos pensamientos y trató de hacerlos a un lado por segunda vez antes de que la decepción contra ella misma se hiciera insoportable. Por asociación el dolor y la angustia le trajeron a la mente a Gaius Baltar. Sin embargo, y para su sorpresa, aquellas imágenes resultaron gratamente embriagadoras.

Se llevó la mano al pecho y palpó la zona en la que había posado su mano la noche anterior. Se preguntó cómo fue posible que en aquel momento hubiera creído su cháchara incesante sobre milagrosas curaciones y creencias absolutas en un único Dios. Pasado el tratamiento y con la mente más despejada la situación casi le pareció cómica y levemente vergonzosa. Si tan sólo una hora antes le hubieran dicho que terminaría desnudándose para Gaius Baltar se hubiese echado a reír. Trató de recordar las sensaciones que le llevaron hasta ese punto y tuvo que detenerse porque su pecho sufrió una descarga eléctrica, no tenía muy claro a raíz de qué, pero por lo que se veía su cuerpo estaba empeñado en reaccionar.

Inspiró con fuerza y cerró los ojos mientras dejaba salir el aire de sus pulmones con tranquilidad.

Necesitaba descansar.

***

LAURA

Dos horas, en las que dormitó y releyó informes a los que no prestaba mayor atención, tuvieron que pasar hasta que por fin la puerta del cuarto chirriara y de entre las placas de hierro surgiera Bill Adama.

Como una gata satisfecha se desperezó tras la mesa de su despacho conteniendo una mueca de alegría, y cuando entró en aquella parte de su habitación para ponerse frente a ella, le saludó con una sonrisa.

-Has tardado -dijo más suavemente de lo que había previsto. La alegría de volver a verle por fin casi le había hecho olvidar por completo que se había enfadado con él por no mantenerla informada, o como su parte egoísta trataba de resaltar, por no ser ella su primera visita de Galáctica.

-Tenía asuntos que resolver -le espetó con sequedad.

Laura se levantó de su silla despacio ante la ligera impresión de estar contemplando las puertas de un enfrentamiento.

-¿Algo más importante que comunicar las pesquisas de la misión a la presidenta? -le contestó con una fría tranquilidad que estaba a un paso de convertirse en hielo.

-Era tarde, estabas en la enfermería y no había ninguna prisa -evitó su mirada y se quitó las gafas mientas se desabrochaba los primeros botones de la chaqueta.

Rodeó el escritorio y se acercó a él para notar el tacto suave de su uniforme, pero cuando quiso ayudarle en la tarea de desabrocharse la chaqueta, con un movimiento lento pero seguro se apartó de ella.

-Me voy a tumbar. Aún no he dormido -la informó en un tono monocorde.

La mano de Laura quedó congelada en el aire un par de segundos más de lo necesario ante aquel obvio rechazo.

-Bien -alcanzó a contestar todo lo que le permitió la sorpresa y la ansiedad que se volvió a acumular en su garganta.

Le vio coger una almohada del armario y un par de mantas.

-No -dijo sin fuerzas y en un susurro apenas audible.

Bill la miró.

-Duerme en la cama -se explicó- has debido pasar dos semanas agotadoras -y antes de que pudiera darle tiempo a replicar mintió- Además he de continuar con el tratamiento esta tarde, dormiré en la enfermería.

Creyó ver un destello de rabia en su cara y aquello terminó por desmontarla. ¿Qué demonios ocurría? ¿De la noche a la mañana había comenzado a despreciarla él también? Trató de apartar esos pensamientos de su mente, si realmente se creyera una cosa así... terminaría por matarla, antes que el cáncer diera su golpe definitivo.

No podía seguir allí, necesitaba aire. Echó a andar hacia la puerta a grandes zancadas, dudó antes de salir pero aún así no hubo ninguna palabra para detenerla, ni un gesto, estaba segura de que ni si quiera había posado los ojos en ella. Le oyó meterse en la cama antes de cerrar la compuerta tras de sí, y casi echó a correr por los pasillos para evitar que los marines vieran las lagrimas que comenzaban a inundar sus ojos. Aceleró la marcha para perderse en una de las muchas salas vacías en las que, sentía que hacía años, Bill y ella solían reunirse.

Cerró y atrancó la puerta.

Se derrumbó en una silla y enterró la cara entre las manos.

El único lugar donde se sentía a salvo ahora también parecía estar derrumbándose. Una gota y el vaso se desbordó. Tenía ganas de llorar, sin contenerse, sin preocuparse de si las paredes eran lo suficientemente gruesas para albergar e insonorizar su pena. No podía soportar una decepción más, no así, no con él.

***

LAURA

No supo cuánto tiempo pasó en aquella habitación pero cuando salió a los pasillos apenas estaba transitado. Tan sólo se encontró con un par de personas de camino a su habitación provisional, la mayoría de sus cosas ya no estaban allí dado que pasaba la mayor parte del tiempo en la habitación de Bill, pero aun conservaba su escritorio intacto y alguna prenda de ropa.

Se dejó caer sobre la cama exhausta.

No le atraía dormir sola sabiendo que Bill estaba en una cama caliente a tan solo unos pasos de ella. Cerró los ojos y trató de no pensar en cuanto necesitaba tenerle cerca.

Suspiró y se levantó de la cama. Lo mejor sería dormir.

Rebuscó entre su ropa algo que pudiera usar para dormir. Dado que eran los que más usaba, los pijamas de invierno estaban en la habitación de Bill, pero estaba segura de haber dejado, al menos, el camisón que había traído en su maleta cuando pensó que tan sólo iba a ser un viaje rápido a Galáctica. Efectivamente detrás de sus trajes de diario allí estaba, escondido bajo un par de camisas. Lo descolgó del pequeño armario y comenzó a desvestirse, incluso aquella tarea tan cotidiana le parecía tediosa, estaba cansada tanto físicamente como emocionalmente, se sentía vacía. Ya ni si quiera podía aferrarse a la idea de un refugio a salvo entre los brazos calientes y seguros del Almirante Adama. Y si le quitaban eso, ¿acaso le quedaba algo más? Rió con desgana. Si aquel era el panorama que le deparaba el futuro no necesitaba ver la película completa, el avance ya le había amargado suficiente el paladar como para no querer averiguar cual era el desenlace.

Estaba a punto de meterse entre las sábanas cuando unos suaves golpes en la puerta la sorprendieron. Se puso una bata, si era algo importante al menos no la iban a pillar medio desnuda, volvió a tener ganas de reír amargamente, o quizá sí, tal vez así la dejaran en paz.

Relajó su expresión antes de abrir la puerta para dar su mejor aspecto presidencial, algo que ya no conseguía tan a menudo como antes, e inspiró profundamente. Todo esfuerzo por parecer impasible se vino abajo cuando ante su puerta apareció Bill en pijama, con una cara, que como bien había descrito Tigh, parecía haber envejecido diez años.

-¿Puedo pasar? -le preguntó sin demasiado ánimo.

Se hizo a un lado demasiado rápido para lo que le hubiese gustado mostrar.

-Claro -y su voz sonó tan dócil como la de un niño pequeño. Odiaba que sus defensas se vinieran abajo a aquella velocidad, apenas tenía tiempo de pensar en cómo reaccionar cuando su cuerpo ya había tomado las riendas.

Pasó a su lado y de forma inconsciente respiró profundamente para impregnarse de su olor. Dioses, cómo le había echado de menos.

-No podía dormir -le dijo con sencillez.

La habitación en la que se había visto recluida cuando comenzó su tratamiento no era tan lujosa como la de Bill, no había cómodos sofás donde sentarse, tan solo una mesa, un par de sillas, algún mueble y la cama. Pudo verle dudar entre si sentarse en una de las incómodas sillas de su escritorio o en su cama, que aún estaba intacta. Cerró la puerta de la habitación y contuvo un suspiro de alivio cuando los muelles de la cama crujieron bajo el peso de Bill.

Se mordió los labios antes de darse la vuelta y hacerle frente. Con paso tranquilo se acercó hasta él y se sentó a su lado, a una distancia prudencial, era consciente de que algo pasaba, y no se permitiría ninguna debilidad antes de averiguarlo.

-¿Estas preocupado por el futuro de la flota? -¿era egoísta esperar que la respuesta fuera afirmativa? Eso querría decir que no tenía nada que ver con su relación con ella. Que estaban bien, que aún la quería.

-En parte -un susurro, y apenas la miraba. Miraba al frente, a algún lugar de su habitación mientras que con los codos apoyados en las rodillas, se frotaba las manos.

-¿Cuál es la parte que desconozco? -le preguntó en el mismo tono, como si el hecho de levantar la voz pudiese ser la causa de que el leve flujo de información se cerrara abruptamente.

-¿Hay algo que quieras decirme, Laura? -podría habérsele roto el corazón sino hubiese sido porque hacía tiempo que había perdido los pedazos. La mirada tan cargada de pena que le dirigió y el tono de súplica en que hizo la pregunta casi la hizo llorar.

-¿Que? No... -aventuró su mano para tocarle el antebrazo pero antes de que pudiera reaccionar, él se levantaba de un golpe de la cama.

-Bien -con la mandíbula apretada y tan sólo una palabra ronca cortando el aire, consiguió golpearla más fuerte que una bofetada.

La desesperación de no saber que era lo que ocurría descontroló cualquier idea o pensamiento que se le pudiera pasar por la mente, y verle alejarse de nuevo hacia la puerta la angustió hasta el punto de pegar un alarido, una suplica, cualquier cosa para que se detuviera en la puerta y se quedara con ella.

-¡Dime que tengo que hacer para arreglarlo! -podría haber sonado más patética suplicando cariño, pero no se le ocurrió la forma.

Con la puerta entreabierta, se detuvo.

Tenía el corazón palpitando en la garganta, como si poco a poco fuese abarcando el sitio sin dejar espacio para el oxígeno, cuando llegó la respuesta.

-Tal vez sólo debas tener fe.

Y entonces la miró al tiempo que sus ojos se abrían de par en par. Sin tener una respuesta que darle vio el reflejo del dolor y la decepción que sentía en aquel momento al ver que le había comprendido.

La puerta se cerró con un sonido metálico que retumbó en las paredes, en su cuerpo y en su alma justo en el mismo instante en que algo se rompía dentro de ella. Pensaba que ya no le quedaba nada más a lo que hacer añicos, pero para su desgracia no fue capaz de averiguarlo antes de perder el sentido.

***

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