Fanfic: Insecto (4ª Parte)

Jan 04, 2009 23:41



Autor: yokana_yanovick
Fandom: Battlestar Galactica
Pairing: Adama/Roslin, Baltar/Roslin
Spoilers: 4ª Temporada
Tema: #16 - Insecto - 4ª Parte ( Tabla)
Contenidos: Unas cucharadas de Angst, una pizca de Romance y un toque de Sex.
Palabras: 5.593



Insecto

(4ª Parte)

A menudo una sensación,
a veces una realidad.

****

LAURA

Las naves habían partido de nuevo. Una semana en Galáctica, y las mismas naves que habían levantado el vuelo la primera vez volvían a estar fuera durante otras dos semanas. Bill volvía estar lejos de ella.

En aquella ocasión no hubo despedida, no hubo una palabra de cosuelo, no hubo un "hasta pronto" susurrado contra el cuello de su camisa. No hubo besos, ni caricias.

En aquella ocasión ni si quiera salió de su cuarto.

No habían vuelto a hablar, ni a verse. Los asuntos oficiales los trataba con Tigh, el enviado al que había comenzado a utilizar Bill para mantenerla lejos de él. No había querido saber nada más de ella desde su último encontronazo y ella no se había dignado a explicar la situación.

¿Venganza? ¿Vergüenza? Qué importaba ya.

Se había recuperado del cáncer de forma milagrosa y, paradójicamente, se sentía más muerta que nunca.

Dejó caer los informes del Quorum sobre la mesa y se estiró pesadamente. Aquellas reuniones se habían vuelto un suplicio, más aún si era posible desde que el contacto con la gente se había vuelto una dificultad casi insalvable a cada minuto que pasaba.

La expedición había partido hacía tan sólo unas horas y curiosamente fue entonces cuando comenzó a echarle de menos hasta el punto de dolerle el pecho. Aunque no hablaran saber que podía acceder a él en cualquier momento la mantenía tranquila, a pesar de su discusión. Ahora sin embargo todo estaba mal, él se había ido donde ella no podía alcanzarle y a ella había comenzado a invadirla una ansiedad tan profunda que a menudo no la dejaba respirar.

Dos semanas.

Tan sólo dos semanas.

Y tal vez podría pegar los pedazos de una relación que no estaba dispuesta a dejar que se quebrara con tanta facilidad como su cuerpo y su ánimo. Tal vez ya no creía en los dioses, en la humanidad, en su propia supervivencia, pero aún creía en él.

La melancolía la asaltó de repente y se vio a sí misma abrazándole en Nueva Cáprica. Una vida tranquila, una vida feliz, una vida con él... ahora podía conseguirlo. Si Bill estaba con ella podía hacerlo.

Evitó pensar en las imágenes de Baltar tocando su cuerpo que le venían de tanto en cuando. Agriaban su humor y la hacían avergonzarse hasta el punto de que una arcada se hiciera patente en su garganta. Sacudió la cabeza. Resolvería eso a su debido tiempo.

Por el momento, necesitaba sobrevivir.

Se levantó de la silla para meterse en la ducha, y cuando estaba a punto de comenzar a desvestirse se le ocurrió una idea mucho mejor.

***

Unos suaves golpes en la puerta la sobresaltaron. Salió del baño en albornoz y se colocó la peluca que había dejado sobre el escritorio de Bill antes de acercarse a abrir.

-Cuando no la encontré en su cuarto supuse que estaría aquí.

Saul Tigh entró sin permiso como si estuviera en su propia habitación.

Suspiró.

No tenía muy claro si su actitud le molestaba o le agradaba el hecho de tener alguien de confianza con quién hablar.

-¿Deseaba algo, Coronel? -dijo cansadamente mientras cerraba la puerta tras él.

-Sí -le contestó sin más.

Se sentó en el sofá de cuero y esperó a que prosiguiera, cosa que no hizo.

-¿Y bien? -preguntó mientras levantaba la cabeza para mirarle y alzaba las cejas- ¿O por ser uno de los cylon más antiguos tendré que darle cuerda?

Saul sonrió y se sentó pesadamente a su lado.

-Me preocupa el viejo.

Se le hizo un nudo en la garganta. Lo último que esperaba era que Tigh viniera a hablar de su relación con Bill.

-¿Por qué? -preguntó con suavidad.

-Sabes porqué -la miró con seriedad.

Se quedó en silencio.

Sí, lo sabía demasiado bien.

-No sé lo que ha pasado entre vosotros, ni quiero saberlo, pero el hombre que se fue esta mañana no fue el mismo que se fue en la primera expedición.

-Lo sé -susurró.

Ella tampoco era la misma desde que llegaron a aquel maldito planeta.

-Tan sólo quería que lo supieras. Ese hombre ya ha sufrido bastante -dijo mientras se levantaba y caminaba hacia la puerta-. Si no vas a hacerle feliz -se giró antes de salir- al menos déjalo tranquilo.

Y si aquello no sonó como la advertencia velada que era, que los dioses bajaran para comprobarlo.

***

BILL

-¿Papa?

Lee asomó la cabeza dentro de su pequeño camarote. Había pasado los últimos días visitándole cada vez más a menudo. No debía de estar dando resultado la coraza de hierro que había intentado mantener desde que despegaron de la tierra, de hecho, lo único que consiguió fue que su pena se colara entre las grietas que Laura había creado sin ningún esfuerzo justo el día de su llegada.

Cogió las gafas de su mesita y se incorporó sobre la cama.

-Papa, traigo los informes del último reconocimiento.

Alargó la mano sin demasiado entusiasmo para coger los papeles que su hijo le ofrecía. Hacían esto más de diez veces al día, y estaba cansado de soportar una decepción tras otra.

Si su mente no hubiese estado tan pendiente de las andanzas de Laura, se hubiera dado cuenta de la sonrisa que había comenzado a escaparse de los labios de Lee. Miró los informes y tuvo que leerlos tres veces más para creerlos, para ver que realmente no era una visión.

-¿Un sitio habitable? -no daba crédito.

Su hijo se sentó a su lado emocionado, estaba deseoso de explicarle sus pesquisas.

-En este valle -señaló el mapa-, los niveles de radiación son mucho más bajos; debió de ser uno de los lugares más apartados de la guerra. Por lo tanto en muchas de las zonas, aunque sean pequeñas, es posible un asentamiento y es viable la agricultura. Puede que tan sólo para unos cuantos años, ¡pero es mucho más de lo que tenemos ahora, papá! -le agarró del brazo y lo zarandeó levemente para que compartiera su dicha con él-. Y sin duda es mucho mejor que Nueva Cáprica.

Una sonrisa murió en sus labios al recordar el año en aquella roca desértica. Un baile, una noche, su risa. Era inevitable, todo le recordaba a ella. Todo.

-¿Estamos absolutamente seguros de que podremos vivir allá abajo?

-Totalmente -le vio contestarle triunfal.

-Bien, en cuanto la última nave de reconocimiento haya terminado la exploración quiero todos los datos sobre mi mesa. Estudiaré la cuestión cuidadosamente y volveremos con las buenas noticias a Galactica -habló sin demasiado ánimo.

-¿Qué ocurre? -le preguntó su hijo de repente.

Levantó la cabeza del papel para mirarle con desgana.

-Nada, hijo -contestó con tranquilidad.

-Es ella, ¿verdad?

Siempre es ella.

-Papá...

-No, Lee. Esta vez no.

No iba a hablar con él de aquello.

Le agradeció que se retirase sin mediar palabra y le dejase sólo con la rabia que se había acomodado en su pecho desde hacía días.

Todo su humor giraba entorno a un nombre. El odio, la rabia, la frustración, la angustia, la impotencia. Todo. Y sin embargo ese nombre no era Laura Roslin, porque ella se convertía cada noche en un fantasma que conseguía que sus emociones la traspasaran sin tocarla, sin afectarla, y se focalizaran directamente sobre una sola persona. Gaius Baltar.

No podía centrar su odio contra ella, porque no podía hacer otra cosa que no fuera amarla, por mucho que eso le pesara en aquel momento, por mucho que quisiera hacer todo lo contrario. Y eso, más que cualquier otra cosa, lograba enfurecerlo.

Se estaba acostando con el maldito Gaius Baltar, se repetía cada noche. Ella que tanto le había odiado, él que había traicionado su causa, sus principios. ¿Cómo era posible?

Trató de hacer oídos sordos. De olvidar lo que habían visto sus ojos. Pero era tan endemoniadamente difícil y doloroso que, sobrellevarlo se había convertido en la mayor carga que podía recordar haber llevado sobre sus hombros. Incluso mayor que el peso de la maldita supervivencia humana.

Dio un puñetazo sobre la mesita. Necesitaba seguir adelante, no podía romperse, no otra vez. Sin embargo, su mente no estaba dispuesta a cooperar. Docenas de imágenes vinieron a su cabeza sin previo aviso. Gaius tocándola, besándola, haciéndole el amor, con tal lujo de detalles que estuvo a punto de enloquecer.

Necesitaba saber la verdad.

Necesitaba la confirmación de sus labios.

Y cuando la tuviera, se moriría... o mataría a alguien con sus propias manos. Aún no lo tenía muy claro.

Recogió los informes que se habían esparcido sobre su cama y suspiró. A quién quería engañar. Si aquella había sido la decisión de Laura, no había nada más que discutir al respecto. Nada más por lo que luchar...

Con un nudo en la garganta se obligó a hacer su trabajo.

Al menos eso aún sabía hacerlo.

***

LAURA

Los días transcurrían tan lentamente que estaba segura de que si hubiese estado mirado un reloj podría haber visto pasar cada décima de segundo. Enterró la cabeza en la almohada y aspiró con fuerza para absorber cada partícula del aroma de Bill que tanto echaba de menos. Estar en su cama, bajo las mantas y rodearse de todas sus cosas la hacía sentir un poco más cerca de él, a pesar de que el sentimiento de pérdida aumentara cada mañana y se convirtiera en un nuevo tipo de angustia con la que no podía lidiar.

Dejaría la habitación intacta mucho antes de verle aparecer, su orgullo aún magullado no le permitía dejarla en una situación tan obvia y vulnerable. Le echaba de menos, sí. Pero no volvería a dejarse llevar antes de hacerle ver lo mucho que se había equivocado.

Un flashback de de Baltar empujando entre sus piernas con una marcada erección bajo la ropa interior volvieron a ella como una bofetada. Se tapó con la sábana y trató de olvidar que estaba asqueada de sí misma, ya no por el hecho de que casi había sucumbido, sino porque durante un instante había incluso deseado que pasara.

Bill se había equivocado, trató de convencerse inútilmente. Por poco, pero se había equivocado.

Se levantó de la cama cuando se dio cuenta de que tenía el camisón pegado al cuerpo, necesitaba ducharse, quizá así el agua también se llevara la culpabilidad que estaba comenzando a ganarle la batalla a un orgullo, quizá, sin sentido.

Entró en el baño y se quitó la ropa; pero, cuando estuvo a punto de meterse en la pequeña bañera, algo llamó su atención en el espejo, algo que hacía bastante tiempo había dejado de llorar y de tratar de no echar en falta. Se pasó la mano por el cuero cabelludo para verificar que efectivamente no estaba soñando. Su pelo había comenzado a crecer de nuevo.

De entre todo lo que había ocurrido los escasos cinco días que había pasado Bill en Galactica, ya había olvidado que la cura milagrosa de su cáncer era realmente lo más importante.

***

GAIUS

Caminó a paso ligero por los pasillos de Galáctica con una chaqueta de chándal abrochada hasta la garganta y la capucha calada hasta las orejas. Por el bien de su salud aún no era completamente seguro ir con la cabeza erguida por ningún rincón de aquella nave, al menos no en los rincones donde pudiese haber un mínimo de público.

Llegó hasta la puerta de metal custodiada por dos guardias armados hasta los dientes y con una ligera autoridad, y no sin miedo, pidió permiso para entrar en los cuartos del Almirante Adama.

No tenía muy claro que Laura quisiera verle tras las últimas circunstancias en las que se habían visto envueltos. En realidad, antes de aquello, no tenía muy claro que quisiera verlo en ninguna circunstancia, sin embargo ahora...

La puerta se abrió.

Había escogido la hora en la que menos tránsito había por aquellos pasillos normalmente atestados de gente, pero, por suerte o por desgracia (depende del punto de vista), no había caído en la cuenta de que tal vez Laura ya estuviese planeando dar por finalizada su jornada laboral y estaba a punto de irse a la cama.

La peluca caía graciosamente sobre los hombros semi desnudos que tapaba una desgastada bata de verano y bajo la que llevaba un camisón que no había sido diseñado para nada más que estuviera remotamente relacionado con dormir, sin embargo, sobre su cuerpo, su mente tan sólo quería adivinar el sinfín de curvas que se hallaba debajo.

-¿Puedo pasar...? -y para ser más consciente de ello, se le había secado la garganta por completo.

Laura le hizo un ademán para que entrara y, al pasar por su lado, su delicado perfume le envolvió.

Su sequedad bucal dejó de ser un problema al instante.

Meneó su cabeza con fuerza, no había ido a aquel cuarto con esa intención, maldita sea. Aunque no negaría que desde su último encuentro, no había dejado de pensar en ello, fantasear con ello, deseando que pasara una y mil veces más, con más fuerza, con más intensidad, con un final mucho más feliz.

Tomó asiento en el sofá antes siquiera de haberse planteado sentarse en ninguna parte. Había accedido a tomar un vaso de agua en algún momento de los que su mente había vagado por las piernas desnudas de Laura, y en aquel instante tan sólo se sentía atontado de la pura excitación que le provocaba estar, de nuevo, en una habitación a solas con ella.

El frufrú de su bata llamó la atención de la longitud de sus piernas, y el cinturón, ligeramente más apretado de lo que debería, dejaba entrever la pronunciada y maravillosa curva de su cintura.

Alto.

No podía continuar mirando a Laura de aquella manera. No había ido allí para eso. No le molestaría desde luego, pero no era ese su objetivo.

-¿Para qué ha venido?

Esa era la cuestión.

Se llevó el vaso a los labios antes de hablar y el frescor que le recorrió el paladar consiguió también despejar su garganta.

-Quería ver cómo te encontrabas -dijo sin más.

Laura se había colocado en el sillón individual más alejado del rincón del sofá donde se encontraba él en aquel momento. Muy útil para mantener las distancias, pero también muy engorroso para mantener una conversación con cierto grado de intimidad.

Se desplazó por el frío cuero hasta quedar a su lado y la miró fijamente. Dejó su mirada vagar por su cuello, sus hombros, sus brazos... analizando.

-Si ha venido para una nueva sesión de magreos, lo siento, se nos han terminado -la oyó decir con el habitual timbre de irritación que, estaba seguro, sólo le dedicaba a él.

Cogió su muñeca por sorpresa y la observó con cuidado.

-¿Pero qué demonios...? -Laura se zafó de su agarre y le miró malhumorada.

-Dime la verdad, Laura. ¿Ha sido él?

-O, si por el contrario, ha venido para averiguar si el Almirante Adama me maltrata ya puede irse por donde ha venido -se levantó de su asiento como una exhalación y se dirigió hacia la puerta.

Antes si quiera de haber pensado en qué hacer, sus pies ya habían tomado una decisión, y cuando se quiso dar cuenta estaba frente a ella bloqueándole el paso.

-No sé qué es lo que te ocurre Laura, pero no puedes seguir así, no puedes dejar que te haga esto...

La carcajada le pilló desprevenido.

-Créame cuando le digo que la única persona que me hace daño esta justo aquí, frente a usted, y ahora si me disculpa... -iba a pasar por su lado pero volvió a interponerse en su camino.

-¿Y qué hay de nuestra última reunión?

Esta vez fue ella quién se detuvo.

-Aquello... fue un error -le contestó en un susurro con la mirada perdida en alguna parte de la moqueta.

-No dudo que tú lo veas así -le contestó no sin cierta pena-. ¿Qué es lo que está mal?

-¿Por qué crees que ha de haber algo mal?

-Porque, normalmente, cuando pierdes los papeles conmigo tu primer impulso es meterme en la cárcel, no besarme.

Una risa triste pero sincera salió esta vez de los labios de la mujer que evitaba mirarle, y aún en aquella postura y con los dientes mordisqueándose el labio inferior, hizo algo que consiguió sorprenderle hasta el punto de enternecer los sentimientos más fogosos que pudiese albergar por ella.

-Desde que llegamos a este planeta, me siento... frustrada.

Se abrió para él.

Dio un paso en su dirección. No se movió. Bien, al menos no había vuelto a huir.

-Por algún motivo tengo la extraña sensación de que puedo ayudarte -susurró.

-¿La misma sensación que te trajo hasta mí para curarme el cáncer?

-Una parecida -admitió.

-¿Tendré que volver a desnudarme? -le preguntó con sorna.

Esta vez fue a él a quién se le escapó una sonrisa.

-No..., a no ser que lo desees.

Y por primera vez desde que se conocieron, compartieron una autentica mirada cómplice cargada de algo que podría ser definido como confianza.

***

BILL

-Bienvenido a bordo, Almirante.

Vio a Saul erguirse en un saludo militar. Le miró sin poder evitar que cierto recelo penetrara en la carne, se colara entre sus huesos y le pinchara el corazón a modo de recordatorio.

Cylon.

Era un cylon y, sin embargo, su pequeña alarma mental era incapaz de saltar cuando le tenía cerca. A sus ojos siempre sería el Coronel Tigh, su compañero, su amigo, sin importar qué era lo que su piel sintética escondiera debajo.

Caminó codo con codo por los pasillos de Galactica, sin prestarle atención a su incesante charla. Posar los pies sobre la tierra era un peso que no estaba seguro de que fuera capaz de llevar, y el pensamiento de una realidad dolorosa le llevó, de nuevo, a otro mucho más recurrente que su mente había batido una y otra vez en su cerebro con el fin de encontrar un sabor agradable y no aquel toque amargo con el que había subido en su raptor una semana atrás.

Laura Roslin.

Por más que intentara dejar a un lado todo lo relacionado con ella, insistía en meterse en su cabeza cuando menos lo esperaba y aunque siempre comenzaba con una sensación cálida en el estómago, el recuerdo de los últimos acontecimientos le hundía de tal modo, que a menudo las tareas más sencillas se habían vuelto un arduo trabajo a realizar.

Se sentía traicionado.

¿Tenía derecho a estarlo?

No era su mujer, ni si quiera habían hablado de su relación abiertamente, sin embargo una insistente voz en su cabeza le instaba a defender y proteger algo que sentía como suyo desde hacía mucho tiempo.

No prestó atención a su hijo que había salido con él de la nave y comenzado a seguirle, y tan sólo se dignó a mirar a Saul cuando el nombre de sus pensamientos vibró en voz alta.

-Iré a avisar a la Presidenta de su llegada.

-No -y su palabra sonó más cortante de lo que le hubiera gustado. -Ya me encargaré yo de avisarla -usó un tono que no admitía discusión alguna. Vio a Saul asentir lentamente. -Si no les importa ahora necesito descansar. En un par de horas volveré al CIC a relevarle, mientras tanto Lee puede ponerle al corriente de todo -dicho esto se paró delante de su puerta y les despidió sin más.

Cerró la puerta tras de sí y sintió alivio.

Necesitaba aclarar sus ideas, necesitaba una ducha, descansar y sobretodo necesitaba tiempo para prepararse antes de tener que enfrentarse a Laura.

Sin embargo, el destino a menudo tiene un raro sentido del humor.

Todos los músculos de su cuerpo quedaron congelados al ver un conocido traje de falda y chaqueta sobre una de sus sillas.

No...

No quería verla.

No podía verla.

Estaba convencido de que su cuerpo se rompería en mil pedazos si averiguaba qué era lo que pasaba realmente entre Baltar y ella. Baltar. Ni si quiera podía pronunciar su nombre mentalmente sin que le invadiera una furia incontrolable.

Antes de pensar más una maraña de contradicciones comenzó a latir en su pecho, dio un paso, temeroso de encontrarla, ansioso por hacerlo. Asomó la cabeza cuando llegó casi a oscuras al umbral de su cuarto y allí estaba. Tumbada en su cama, durmiendo plácidamente.

¿Qué demonios hacía allí?

Una parte de él quería hacerle creer que era por comodidad, y otra, deseaba más allá de todo límite creer que podía haber sido por su ausencia. Su caparazón había comenzado a resquebrajarse y ella ni si quiera estaba consciente. Se puso furioso ante su propia debilidad al ser consciente hasta qué punto esta mujer le tenía en sus manos.

Antes de darse cuenta ya estaba al lado de su litera y la miraba hipnotizado. Tenía el pañuelo de seda verde brillante atado bajo su nuca y sus hombros desnudos, gracias al bendito camisón que usaba últimamente, asomaban sobre la sábana azul de su cama. No podía negarlo, era hermosa.

Se sentó a su lado con cuidado de no despertarla. No era buena idea, era consciente de ello, si llegara a despertarse... No quería un enfrentamiento, no ahora. Pero necesitaba tanto su compañía..., dioses cómo la había echado de menos.

No lo pensó. Y cuando quiso dar marcha atrás sus labios ya depositaban un beso suave sobre los de la mujer que dormía tranquilamente. Se alejó de allí todo lo rápido que pudo. Más de una semana recreando la escena que había visto por última vez entre ellos, entre ella y Baltar, y todas sus defensas de desmoronan al encontrarla en su habitación. No podía permitirlo.

No sin estar seguro qué parte de la película se había perdido.

Salió de allí furioso consigo mismo y avivó el fuego con las escenas que se habían grabado en lo más hondo se sus retinas. Iba a agarrarse a todo lo que le fuera posible. No se permitiría caer de nuevo. Sabía, con absoluta certeza, que si esta vez se hundía, no conseguiría volver a salir a flote.

No sin ella.

***

LAURA

Se despertó tranquila. Con una paz interior que hacía mucho tiempo no sentía.

Había pasado horas de la noche anterior hablando con Baltar, y, para su sorpresa, en una de las muchas conversaciones que trataron con respecto la vida, la muerte y la maldita religión que la había llevado de cabeza desde entonces, consiguió llegar a una claridad mental que la llenaba por dentro, la elevaba y gratificaba, hasta límites que no había experimentado jamás.

Estiró su espalda sobre la cama hasta hacer crujir todos los huesos de su columna vertebral. Había dormido como un tronco, sin sueños, ni sudores fríos. No recordaba la última vez que había disfrutado tanto de una noche de descanso.

Se levantó de la cama con energías renovadas. Por primera vez desde que habían posado un pie en el planeta, tenía ánimos para enfrentar su jornada diaria.

Quién le iba a decir que sería gracias a Gaius Baltar.

Casi tuvo un ataque de risa al pensar en él como su guía espiritual.

Se vistió y adecentó con más ahínco del habitual.

Cogió su chaqueta y sus gafas, y a buen paso se dirigió a hacerle una visita al Coronel Tigh.

Ese día veía la vida de otro color.

***

Entró con energía en el puesto de mandos y toda la decisión que había acumulado en unas horas se fue al traste cuando tras la perenne iluminación de la mesa del CIC no se encontró con el tuerto que había venido a buscar, sino con un hombre que la miraba con sus dos ojos bien abiertos, analizándola, penetrándola.

Sin poder evitarlo sus piernas temblaron ligeramente, y aunque ella pensó que no la sostendrían, la llevaron, con cierta dificultad, hasta su lado.

-Almirante -y su rango salió de su boca con un hilo de voz tan suave que no supo si la había oído.

¿Cómo era posible que volviera a estar en la nave sin que ella lo supiera? Quiso arremeter toda su furia contra Tigh pero sabía de sobra quién había sido realmente el culpable de su desinformación.

Miró fijamente a Bill que parecía no advertir su presencia de lo concentrado que estaba en los informes que tenía delante.

-¿Cuándo han llegado? -exigió saber.

-Esta noche.

Su corazón le dio un vuelco.

¿Podía haber visto salir a Gaius de su cuarto? De ser así, y tras todos las demás pruebas... no quería pensar en qué podía haberse pasado por la imaginación de Bill.

No podía pensar en eso ahora.

Necesitaba concentrarse.

-¿Han tenido suerte esta vez? -trató de no denotar ningún tipo de sentimiento en su voz, pero tenía la impresión de que fracasaba estrepitosamente una y otra vez.

-Sí -contestó sin más.

-¿Sí? -le miró atónita. -¿Y cuando pensabas avisarme? -siseó en voz baja mientras se acercaba a él tratando de no llamar demasiado la atención.

-Pensé que se levantaría pronto para continuar el tratamiento y no quise molestarla hasta no tener todos los detalles -contestó sin levantar la cabeza.

-Muy amable por su parte, pero soy la Presidenta, y esta flota tiene un lugar prioritario frente a todo lo demás. Así que si no le importa, me gustaría ser la primera en enterarme de que la supervivencia humana no pende de un hilo tan fino como habíamos pensado en un principio -no tenía pensado que su primer contacto, tras el último, fuera tan seco y cortante, y mucho menos público, pero la desinformación le hervía la sangre.

-Muy bien, no volverá a ocurrir -Bill hablaba sin mirarla, sin levantar la voz, usando un tono monocorde que estaba consiguiendo exasperarla. -Tomé -le entregó una carpeta marrón-, aquí tiene toda la información que han recabado nuestros raptors en la zona sudeste del planeta.

Se quedó casi un minuto entero como una imbecil con la carpeta en la mano, sin abrirla, sin hablar, tan sólo mirándole fijamente.

-En cuanto todas las naves hayan repostado saltaremos a la nueva ubicación -hablaba sin dirigirse a nadie en concreto, como si hablara con su tripulación y no con ella.

-Bien -y la palabra tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para salir de su garganta mientras trataba de contener sus ganas de tirarle la carpeta a la cara.

Iba a darse la vuelta por salir por donde había venido pero decidió dejar las cosas claras, tan sólo para tener la certeza de que si su malhumor se manifestaba en voz alta, ella sería quien tuviese razón. -Ah, y Almirante, me gustaría saber todo lo que pasa en esta nave a partir de ahora -dijo en tono tajante.

-Descuide, si ocurre algo será la primera -dijo haciendo hincapié en la palabra- en enterarse.- Y por primera vez desde que habían comenzado a hablar la miró como si quisiera taladrar su cuerpo.

Un escalofrió le recorrió la espalda.

Asintió débilmente, como si todo el peso de un cáncer que ya no existía hubiese venido volando para posarse de nuevo sobre sus hombros.

Salió del CIC sin mirar atrás.

A cada minuto que pasaba estaba más convencida de que no podían posponer su conversación por más tiempo.

***

BILL

Abrió la puerta de su habitación con esfuerzo, aquel día había sido agotador. Habían saltado con toda la flota a las coordenadas de su último reconocimiento y algunas de las naves más pesadas habían decidido tomar tierra y pedir permiso para comenzar, sin más esperas de ningún tipo, la creación de un asentamiento permanente.

Tenían mucho que celebrar y, sin embargo, en lo único en lo que podía pensar era en quitarse la ropa y meterse en la cama para dormir una semana, o en su defecto, unas cuantas horas seguidas.

Tras su primer encuentro con Laura había tardado horas en volver a concentrarse completamente en su trabajo. Más de una semana sin verse y sus defensas casi no habían conseguido contener su primer enfrentamiento. Cuando estuvo listo para el siguiente decidió dirigirse él mismo a la enfermería, pero, para su sorpresa, no estaba allí. Según las explicaciones de Cottle el tratamiento requería un parón de doloxan por unos cuantos días. Y aunque en aquel momento el hecho de no tener una excusa para verla le decepcionó, al final decidió que era lo mejor.

Atrancó la puerta tras de sí y comenzó a desabrocharse la chaqueta. Dioses, le crujía todo el cuerpo.

Tardó unos cuantos segundos en darse cuenta que en su habitación había luz y no había sido él quien la había encendido. Se dirigió con paso veloz al salón y allí estaba. Sentada en el centro de su sofá, con una copa de licor en la mano, sin chaqueta, sin gafas y con las piernas cruzadas haciendo que su falda tensara partes de su anatomía que no quería mirar dadas las circunstancias.

Se preguntó si sería consciente del efecto que provocaba en él.

-Deberías estar en tu cuarto, descansando -dijo en el tono más amargo que consiguió. A pesar de que se alegraba tenerla de vuelta en su cuarto, no quería que fuera consciente de hasta que punto le afectaba tenerla cerca de él.

-Bill, tenemos que hablar -la vio inclinarse hacia delante y apoyar los codos en sus rodillas mientras con la mano libre le instaba a sentarse a su lado.

¿Aquel iba a ser el momento?

Apretó los labios con fuerza, no estaba preparado para lo peor. Aún no.

Sin mediar palabra se dirigió al mini bar y se sirvió una generosa copa de whisky puro, y, haciendo caso omiso de la mano que Laura tenía apoyada sobre el sofá a la espera de su compañía en el mismo, se sentó en la butaca independiente que tenía a su lado.

Se sentó y esperó unos segundos interminables a que comenzara una historia que no estaba seguro de si quería escuchar.

La vio suspirar nerviosa y pasar su copa de una mano a otra mientras la miraba fijamente sin saber muy bien por donde empezar.

-Cuando nos viste la primera vez en la enfermería...

Las imágenes de las manos de Baltar tocando sensualmente el pecho de Laura, de ella misma sujetándole para que no las apartara, le golpearon en la cara tan fuerte, que fue incapaz de soportar el mismo recuerdo.

No.

No podía.

Esto tenía que ser mucho más rápido, o realmente no lo soportaría.

"¿Te has acostado con él?" quiso preguntarle pero ni si quiera era capaz de pronunciar tales palabras, la garganta le quemaba, le quemaba de auténtica rabia.

A diferencia de eso varió la pregunta hasta darle una forma más manejable para que no le hiciese demasiado daño al oírla en voz alta. Aunque, en su pequeño mundo, para él, seguía teniendo el mismo significado.

-¿Le has besado? -la interrumpió-. A parte del día en que os vi en la enfermería -y el hecho de volver a decirlo casi le daba nauseas-. ¿Le has vuelto a besar? -continuó manteniendo la mirada fija en su copa.

Rápido, conciso y quizá puede que incluso indoloro. Esperó una respuesta igual de contundente.

Esperó un sí, o mejor un no.

Sin embargo, todo lo que recibió fue un puto silencio. Uno que estaba a punto de acabar con él.

Levantó la vista y pudo ver la indecisión cruzar su rostro.

Una punzada de dolor le atravesó el pecho. Lo estaba esperando y aún así... no quería creerlo.

-¿Laura? -y su nombre murió en sus labios casi como una súplica de que no fuera cierto.

-Sí... -y su susurro fue tan leve que no estaba seguro de si lo escuchó o lo había imaginado. No hubo duda alguna cuando levantó la cabeza para mirarle a los ojos y pudo leer en ellos con total claridad la culpabilidad que corría por sus venas.

No podía ser verdad.

¿Se habían vuelto a besar? ¿Se habían acostado? ¿Había estado follándose a Gaius Baltar mientras él, como un gilipollas, pensaba que tal vez le echara de menos?

Demasiadas preguntas cruzaron por su mente y de ninguna quería respuesta tan sólo por miedo.

Se levantó bruscamente de su asiento, sin poder estar quieto por más tiempo.

-Bill, tan sólo ocurrió por un motivo... -y su voz sonó vacía en sus oídos. No quería tenerla delante. No quería saber nada más de aquel asunto.

Se dio la vuelta cuando vio que ella también estaba de pie a su espalda, y la enfrentó.

-Sé "exactamente" el motivo, Laura -no pudo contener la furia que estaba expeliendo por cada poro de su piel, y sus palabras salieron tan afiladas que hubiesen podido cortarle la ropa de haberse acercado un poco más a él. -Y no necesito escucharlo -finalizó acercándose a su cara casi raspándola en un susurro.

Pudo verla contener la respiración, contener las lágrimas, y quiso abofetearse a sí mismo por sentir el impulso de consolarla, de decirle que no importaba.

Pero no era cierto.

Le importaba.

Le importaba demasiado, maldita sea.

-Bill, por favor, déjame explic... -con un sollozo ahogado y una mano garrando su brazo, trató de retenerle. Pero en un movimiento limpio se zafó de ella.

-No... -gimió con voz grave. No quería escuchar más.

Un recuerdo lejano le abordó de repente y se vio a sí mismo sobre las rodillas de su padre.

"No son las ramas más fuertes las que superan la tormenta, sino las flexibles. Son las que no se doblan las que se rompen".

Sin embargo, aquella tormenta ya había comenzado a astillar su pecho. Muy a su pesar hacía años que había dejado de ser flexible.

Salió por la puerta de su habitación con un nudo en la garganta y su nombre vibrando en los oídos con la voz de Laura.

***

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