Fanfic: Insecto (1ª Parte)

Dec 18, 2008 12:48

Bueno como se me echa el tiempo encima antes de la nueva mitad de temporada de Battlestar Galactica, voy a ir posteando pequeñas partes de un fanfic medianamente largo que pensé despues del final de "Revelations".

Me hubiese gustado corregirlo más y darle más vueltas pero el 16 de Enero ya está demasiado cerca (¡POR FIN!) y quería publicarlo antes de tener más datos (que sino la cosa pierde su gracia v.v).

Así que si os encontráis muchos errores por ahí lo siento de antemano ^^U



Autor: yokana_yanovick
Fandom: Battlestar Galactica
Pairing: Adama/Roslin, Baltar/Roslin
Spoilers: 4ª Temporada
Tema: #16 - Insecto - 1ª Parte ( Tabla)
Contenidos: Unas cucharadas de Angst, una pizca de Romance y un toque de Sex.
Palabras: 5.711



Insecto

(1ª Parte)

A menudo una sensación,
a veces una realidad.

****

GAIUS

El jadeo contenido de la mujer resonó en su oído de forma ahogada. Sus mechones oscuros y sintéticos le acariciaban la mejilla cada vez que empujaba contra sus caderas, penetrándola, invadiéndola, perdiéndose en el delicado olor que le había embargado años atrás.

Besó su cuello, aspiró su perfume y su mano izquierda buscó su pecho casi con desesperación. No fue capaz de pensar más cuando sus débiles gemidos comenzaron a inundar la habitación. Embistió su pequeño cuerpo con ferocidad mientras su boca se perdía entre sus besos. Jadeó con fuerza a la vez que su ritmo cardiaco se disparaba hasta límites preocupantes, pero aun así no se detuvo.

El punto culminante se desvaneció entre las sombras cuando una ligera sacudida en el hombro le despertó de su letargo.

-¿Gaius?

Se despertó bañado en sudor. Le costaba respirar y su cuerpo le pedía a gritos un poco de atención. Jamás había tenido un sueño erótico tan vívido, tan real. Podría haber jurado que estaba haciéndole el amor sino hubiese despertado sólo entre las sábanas de su cama.

-¿Te encuentras bien? -repitió la voz femenina.

Una de sus más fervientes seguidoras le miraba con cara de preocupación.

-Parecías tener una pesadilla -dijo la mujer mientras se sentaba a su lado en la cama.

Se frotó la sien.

-Sólo era un sueño.

La joven esperó pacientemente algún tipo de explicación que no tenía intención de darle. Asintió despacio, y tras unos momentos de silencio, salió de la habitación dejándole a solas con sus pensamientos.

***

LAURA

El olor a quemado llenaba sus pulmones. Las llamas crepitaban ante sus ojos con un suave balanceo que era casi hipnotizador. El fuego bailaba alrededor de su compañero de fatigas como un amante, lamía sus cubiertas, devoraba sus páginas. Las primeras cenizas comenzaron a brotar, tan negras y yermas como la tierra que pisaban sus pies, como la desesperanza que había anidado en su alma y se había arraigado tan profundamente que tenía miedo que comenzara a carcomer su carne.

El desengaño había sido una puñalada mortal para su fe.

Su muerte ya no tenía sentido. Sus malditas creencias les habían llevado hasta allí, hasta un callejón sin salida. Parecía una macabra broma del destino.

Apretó la mandíbula y enterró los dedos en la arena mojada sobre la que se hallaba. Ahora tan sólo era una mujer de mediana edad aterrada frente al futuro, frente a su futuro. Sus pasos sólo estaban marcados por la enfermedad, un maldito cáncer que no sólo le estaba ganando la batalla, sino que le iba a arrebatar los años de vida que podría compartir con el hombre al que amaba.

Tenía que ser una maldita broma. No era justo. Maldita sea, no era justo.

Oyó la voz de un hombre llamarla en la lejanía.

No se inmutó.

El viento comenzó a azotar su pelo negro con insistencia. Cerró los ojos e inspiró una vez más el humo espeso que se movía al son del mismo viento que trataba de desordenar los mechones de su falsa melena.

-Cottle me ha mandado venir a buscarte.

Echó un vistazo rápido a la mujer joven que se acercó a ella. Kara se sentó a su lado con una expresión inescrutable en el rostro. No tenía mucho mejor aspecto que ella, y casi podía ver el halo de decepción que la rodeaba y la angustiaba con la misma fuerza que una mano invisible apretaba su garganta y no la dejaba respirar.

-Hace mucho tiempo que no me baño en el mar -contestó con sencillez.

Levantó la arena mojada que aprisionaba en su puño y dejó que los granos duros y de diferentes tonalidades se pegaran a su piel cuando trató de exprimirlos en su mano.

-Es una diversión de la hemos estado privados durante mucho tiempo.

-Al menos eso no han podido quitárnoslo -miró cómo la orilla del mar se acercaba y alejaba casi con timidez. La noche había caído tan negra y espesa que tan sólo el reflejo de las llamas en el agua podían ubicar su cercanía con las olas que rompían a escasos metros de ellas.

-Quizá mañana satisfaga ese pequeño deseo.

-Puede que te acompañe.

Por primera vez la teniente la miró a los ojos, y alzó una ceja.

-No creo que nuestra idea de aventura sea la misma, señora presidenta.

-Entonces quizá el problema esté en que no me conoce lo suficiente -hizo una mueca.

Ni si quiera el calor de la risa de Kara consiguió arrancarle aquel pensamiento oscuro de que algo había muerto en su interior. Sacudió sus pantalones gastados y se levantó con decisión. Con una sonrisa triste se despidió de la mujer, y antes de dar media vuelta, buscó los vestigios de libro que había mandado a la hoguera con una ira tan profunda e intensa que tenía que hacer esfuerzos sobrehumanos para contener las ganas de gritar.

Se alejó de allí a paso resuelto, con el cuaderno de Pythia quemándose a su espalda y un camino oscuro, desértico y muerto cerniéndose sobre su futuro.

***

LAURA

-Mañana comenzarán las expediciones en el planeta.

Bill Adama vertía un poco de agua en dos vasos de cristal.

Laura apoyó la espalda en su sofá de cuero oscurecido por el tiempo y cerró los ojos. Estar en Galáctica le provocaba una inyección de energía, se sentía más viva allí que en cualquier otro lugar.

-¿Los cylons formaran parte de la expedición? -preguntó.

-Sí, a decir verdad, están ansiosos por comenzar. No hemos sido a los únicos a los que este lugar ha pillado por sorpresa.

-Me gustaría pensar que hay un algún lugar ahí fuera al que realmente podamos llamar hogar. Construir, asentarnos -levantó la cabeza del sofá y le miró mientras suspiraba- y procrear.

Bill alzó las cejas.

-¿Es una indirecta?

-Por mi parte, no, puedes estar seguro de ello -rió.

-Es una pena -sonrió mientras se sentaba a su lado.

Acercó su cabeza hasta su hombro y enterró la nariz en su cuello mientras le abrazaba por la cintura.

-Me conformo con estar cerca de ti -susurró contra su piel tan levemente que pudo notar cómo un escalofrío le recorría la espalda.

Notó las manos envolver su cintura y atraerla contra él. Suspiró con sonoridad y estrechó su abrazo. Aquellos lapsos de tiempo eran los únicos hasta el momento que disfrutaba con la misma intensidad de saber que nada ni nadie más importaba en aquel lugar, sin que las preocupaciones ni responsabilidades volaran molestas a su alrededor.

-Estaré varios días fuera. Ojalá pudieras venir conmigo.

Laura sonrió contra su cuello. Desde que había ido a buscarla a la nave base cylon no había querido separarse de ella ni un solo segundo. Aquella muestra de cariño la abrumó y la inundó hasta el punto de crecer en su interior una necesidad desesperada por quedarse tan cerca de él como fuese posible.

-Ojalá -aspiró su olor le dio un pequeño beso en el cuello.

Después de su repentina declaración de sentimientos no habían tenido mucho tiempo para demostrar su afecto de una manera más intima. No es que no las hubiese, desde luego había mas roces; caminaban por los pasillos de la nave tan cerca, y a menudo con sus manos entrelazadas, que sino fuera porque toda la tripulación sospechaba, o desde su punto de vista, conocía su relación, hubieran dado lugar a los cuchicheos. Los abrazos se habían convertido en moneda de cambio en sus pequeñas “reuniones”, e incluso algún beso furtivo alegraba más de lo normal sus días más grises. Tenía todo lo que quería con aquel hombre, o casi.

Volvió a besar su cuello más pausadamente, arrastrando los labios por su piel, dejando que notara el calor de su aliento.

No se definiría como una mujer extremadamente sexual, tal vez porque no había dejado de tener relaciones hasta el día de los ataques. Sin embargo, durante estos tres años había llegado a su punto de frustración máxima. Tanto que incluso, y aunque se avergonzaba al pensarlo, ésta había logrado ser un estorbo en sus tareas diarias, y por mucho que lo intentase ignorar, también en su diplomacia. No de una manera exagerada, nada que no se pudiera achacar a un mal día, pero ahí estaba.

Acercó su cuerpo al de Bill y le arrastró con ella hacia el respaldo del sofá. Se deshizo rápidamente de sus tacones y recogió las piernas en los cojines. Con mucha naturalidad dejó que una de sus rodillas abarcara la mitad de los muslos de su pareja, paseó su mano tranquilamente por su chaqueta militar, y finalizó su incursión en el cuello con un último beso suave.

Suspiró una vez más, dejó caer su cabeza contra su hombro, se preguntó si volvería a tener relaciones sexuales alguna vez. Tras su parón con el doloxan había recuperado las fuerzas, se sentía renovada, con más energía. Con ganas de vivir aquellos pequeños momentos hasta el límite que le permitiera su cuerpo. Tras el tratamiento, su deseo había vuelto a aparecer con más fuerza, zarandeando cada una de sus células para exigirle que ya estaba bien de esperar por una satisfacción personal. Y que se lo pidiera el cuerpo era lo último que esperaba en aquellos momentos.

No era una sorpresa que su mente vagara por tales necesidades, pero no siempre su cabeza y su cuerpo habían estado de acuerdo.

Sin embargo su situación actual era bien distinta a la del principio y no se avergonzó al pensar que quería desesperadamente ahondar en la relación que ahora mantenía con Bill. No sabía el tiempo que le quedaba de vida, y lo que era más importante, no sabía cuánto de ese efímero tiempo podría seguir manteniendo cierta calidad de vida.

Eso la frustraba hasta el punto de contener su rabia para no entrar en la habitación del hombre que la estaba abrazando, llevarle hasta la cama y obligarle a hacer que se sintiese una mujer de nuevo.

Iba a comenzar a reírse de sus propias ideas hasta que un pensamiento fugaz cruzó su mente. Un pensamiento que la aterrorizó hasta el punto de tensarse visiblemente.

-¿Te encuentras bien?

Se apretó contra su pecho.

-Estoy aquí. No podría estar mejor -una voz queda que no reconoció como suya, salió de su garganta.

No insistió. A diferencia de eso comenzó a acariciarle la espalda suavemente de arriba hacia abajo y en grandes círculos.

Aquel pensamiento absurdo y angustioso la asaltó de nuevo con más fuerza.

¿Y si él no sentía esa misma necesidad?

Eran compañeros, amigos, pero no tenían porque ser amantes. La quería, estaba segura de ello, las pruebas hablaban por sí solas, pero… Nunca había visto en sus ojos algo más que le pudiese dar a entender que necesitara tener la más cerca de lo que estaban ahora.

Quizá ya estaban mayores para actuar por instinto, para dejar que los impulsos físicos se apoderaran de ellos.

Quizá había dejado de parecerle atractiva.

Necesitaba detener esa línea de pensamientos ahora mismo. Un golpe duro cada seis meses era más que suficiente. No necesitaba un subconsciente que le hiciera perder el control de la realidad.

Estaban bien, estaban a gusto y se querían.

Era más de lo que podía haber esperado cuando supo que había comenzado la guerra. De hecho no había podido tener más suerte aún si la hubiera buscado.

Miró el reloj.

-Es tarde y necesita descansar, Almirante. Mañana tiene un largo día por delante -su voz sonó ahogada, fue consciente de ello. Por desgracia habló con el único tono medianamente templado que consiguió mantener. A pesar de ello, si Bill se dio cuenta no hizo ningún comentario al respecto.

Su aliento le acarició la cara y sus labios cálidos la besaron en la frente.

-¿Te veré mañana antes de irme?

-Por supuesto -levantó la cabeza del hombro del que, cada vez, estaba segura que había estado esperando por ella todo aquel tiempo, se acercó hasta sus labios y le besó suavemente.

-Prometo volver lo antes posible -dijo con determinación.

-Y yo prometo no hacer ninguna escapada con los cylons mientras estés fuera -sonrío débilmente.

Le vio dedicarle una sonrisa y mirarla con curiosidad, pero antes de que pudiera iniciar otra tanda de preguntas de las que posiblemente no iba a gustarle el tema, se levantó de su regazo y se puso los zapatos.

Bill cogió su mano y abortó el movimiento que había comenzado para acercarse hasta la puerta.

-¿Hasta mañana entonces? -insistió.

Un ridículo sentimiento de pérdida la paralizó durante un instante. Y la estúpida idea de estar viviendo un amor con reticencias casi consiguió malhumorarla. Quizá necesitaba suplir el vacío que había dejado la fe a la que con tanto ahínco se había aferrado desde que tuvo la certeza de que iba a morir.

Un nudo se había plantado en su garganta y las lágrimas amenazaban con manifestarse. Asintió casi imperceptiblemente, ya que no estaba segura de si sería capaz de pronunciar alguna otra palabra sin obviar el hecho de que su estado anímico no era el más propicio.

Acarició la mano que la sujetaba y con paso decidido se dirigió hacia la salida.

Bill Adama la vio desaparecer por la puerta con la absurda sensación de que algo había cambiado entre ellos.

***

GAIUS

La herida que le recorría el estómago de parte a parte había comenzado a cicatrizar satisfactoriamente. Se había recuperado de forma extraordinaria tras el leve intento de asesinato.

Gracias a los cuidados de las mismas manos que en un momento dado habían decidido acelerar su inminente fin, ahora se sentía lleno de fuerza, puede que incluso más vivo que antes. Su fe se había reforzado, y por consiguiente su carácter había dado un giro de ciento ochenta grados que había comenzado a cambiar su vida.

-Ya puede vestirse -la voz del médico le devolvió a la realidad.

El doctor Cottle recogió las vendas usadas y desapareció tras las cortinas. Iba a ponerse el jersey cuando una voz familiar llamó su atención. Salió del pequeño espacio y apenas tuvo que recorrer la enfermería con la mirada hasta encontrar lo que buscaba. En una de las camas que había frente a su pequeña sala de curas, encontró a Laura tumbada, vestida y con un libro en su regazo.

No se dio cuenta de que se había quedado ensimismado mirándola pasar las páginas medio quemadas de su libro hasta que levantó la vista para mirarle. Por un momento no hizo nada más a parte de devolverle la mirada, pero tras unos segundos su sonrisa comenzó a curvarse levemente hacía arriba.

-¿Echa de menos desnudarse frente a mi, doctor Baltar?

A pesar de que sus palabras estaban cargadas de ironía y una amarga reticencia, no pudo evitar que se le escapase una sonrisa. Le dio la vuelta al jersey y se lo puso con cuidado antes de acercarse a su cama.

-¿Quién la cambiaría por Cottle? -habló en tono burlón.

-Yo lo haría sin dudarlo, los rumores dicen que es un buen médico -contestó poniendo una mueca.

-No es por desprestigiarle pero me gustaba más mi enfermera anterior.

-¿Más dotada?

-Más atractiva.

Laura rió.

-¿No es un poco tarde para seguir administrándole morfina?

-Tal vez, pero definitivamente viajar de sus manos a las de ese fumador compulsivo ha sido una terrible pérdida para mis sentidos.

-Estar en mis manos casi le cuesta la pérdida total de sus sentidos -susurró casi de forma inaudible mientras acariciaba las letras doradas del título de su libro.

-Supongo que esa es la palabra mágica -dijo encogiéndose de hombros.

Laura levantó la vista para mirarle.

-“Casi”.

La habitación se inundó de repente de un aire espeso que les rodeaba y les envolvía, mientras sus miradas se tanteaban en el más absoluto de los silencios.

-Gracias -dijo por fin.

La vio mirarle con calma, puede que incluso agradecida. Pero de lo que estaba totalmente seguro, es que pudo leer en sus ojos la redención que tanto esfuerzo le había costado otorgarle.

-Quid pro quo -susurró en un timbre de voz tan suave y dulce que sintió el impulso de acariciar sus manos y abrazarla.

Obviamente no lo hizo.

***

LAURA

Las naves despegaron levantando una intensa nube de polvo en el proceso. Laura se tapó los ojos para protegerse de las partículas que volaban con insistencia contra ella. El último grupo de la expedición había partido. Cuando pudo levantar la mirada sin dificultad, los raptors más cercanos desaparecían de su vista paulatinamente.

Un escalofrío recorrió su espalda y se abrazó los antebrazos para protegerse de un frío que no existía. De repente volvió a sentir esa desesperanza que la embargaba cada vez más a menudo, sin sentido, sin motivo sin el porqué que la había mantenido en la lucha hasta hace tan poco.

Miró las nubes blancas, la tierra muerta, miró directamente al sol y maldijo a todos y cada uno de los dioses que la habían llevado hasta allí.

Maldijo la farsa que había vivido a causa de una creencia que sólo les había traído a la nada más absoluta.

Estaba convencida de que la exploración de aquella nueva vieja tierra no podría albergarles, cuidarles, salvar las malditas vidas de lo que quedaba de la humanidad.

Cogió una piedra de la arena húmeda y la apretó en su palma hasta que los pequeños trozos de material duro se hundieron en su carne y desgarraron la piel. Con toda la fuerza, la rabia que había comenzado a brotar en su pecho desde que habían llegado al planeta, lanzó la piedra al mar tan lejos como le fue posible mientras dejaba que las olas que morían en la orilla mojaran sus zapatos.

Apartada de toda civilización, se sentó entre las pequeñas olas de espuma sin preocuparse por la ropa que había comenzado a calarse hasta su piel, se agarró las rodillas y comenzó a llorar.

***

GAIUS

Gimió en voz alta.

La mujer se sentaba a horcajadas sobre su regazo y cabalgaba en su erección como si su cuerpo estuviera especialmente hecho para él.

Entreabrió los ojos y pudo verla en toda su esplendor. Su cabeza se inclinaba hacia atrás, sus delicados pechos se balanceaban con cada acometida que le hacía profundizar en su cuerpo. Su desordenado pelo castaño rojizo acariciaba sus hombros desnudos cada vez que se inclinaba para besarle con tal suavidad que estaba seguro de que la ternura que le provocaba podría terminar desbordándose en su pecho.

Llevó su mano izquierda al pezón erecto que se mecía contra su cuerpo. Lo acarició, pasó su pulgar por la punta mientras los gemidos de la mujer resonaban en la habitación. Lo abarcó con toda la palma de su mano y todo a su alrededor comenzó a perder fuerza. Todo se detuvo, y una luz cegadora llenó el pequeño cuarto.

Despertó con una de sus manos cubriéndose la cara.

No existía ningún tipo de brillo a su alrededor, tampoco ninguna mujer, tampoco ella. Tan sólo la tenue luz de unas cuantas velas titilaban a un lado de su cama.

Tiró de las sábanas y se sentó en el borde. Se sentía mareado, acalorado y con una molesta excitación palpitando contra su pierna derecha.

Suspiró exasperado mientras enterraba las manos en su pelo y se levantaba para ir al baño a enjuagarse.

***

LAURA

Odiaba aquella maldita medicación.

Las pastillas, el suero, la cama, las cortinas, los aparatos, toda aquella estúpida parafernalia. Todo a su alrededor le producía angustia, un nudo se había implantado en su garganta y se negaba a abandonarla desde que se habían asentado. No pasó por alto que su ansiedad se había profundizado cuando la expedición había partido en busca de una nueva esperanza.

Quizá porque se sentía sola después de haber encontrado una mitad que no sabía que hubiera estado esperando, quizá por el miedo de que las noticias que trajeran no fueran las esperadas, quizá por… ¡Dioses! Un impulso casi irrefrenable de tirar su libro lejos se apoderó de ella y se maldijo por mencionar a sus más recientes enemigos. Se sentía como si se hubieran reído de ella. Y no lo soportaba.

Una cabeza se asomó por una de las cortinas de su estrecho cubículo. Reconoció su desordenada melena castaña antes de reconocer al humano que se escondía debajo, y necesitó acopio de todas sus fuerzas para no descargar toda su ira contra él.

-¿Puedo pasar?

Cerró su libro y se quitó las gafas que dejó sobre su regazo mientras asentía débilmente y se masajeaba el puente de la nariz solo para poder ganar un poco más de tiempo y controlar su mal genio.

Esta vez no tenía ninguna gana de mantener una conversación agradable con absolutamente nadie, y aunque Gaius Baltar hubiera mejorado posiciones en su escala, no era el acompañante que necesitaba en aquel momento.

Gaius se acercó hasta su cama, y sin atreverse a avanzar demasiado, se quedó a sus pies acariciando la sábana azul pálido sobre la que reposaban sus piernas.

-¿No es pronto para un nuevo cambio de vendas, Doctor? -cuando habló lo hizo pesadamente, sin mirarle siquiera.

-Sí, yo sólo…

-¿Hay algo que pueda hacer por usted entonces? -cogió las gafas de su regazo y se las puso tranquilamente.

No fue de forma consciente, pero al hombre se le ocurrieron varias opciones que sugerirle, aunque dudaba que pudiera salir con vida de aquella habitación si las pronunciaba en voz alta.

-Tan sólo… -hizo una pausa-, quería saber cómo te encontrabas, Laura.

Le vio esperar alguna reacción por su parte, así que levantó el brazo para dar constancia de su situación y rió amargamente.

-Estupendamente -dijo en tono sarcástico.

El hombre miró al suelo incómodo.

-¿Algo más?

Por fin, levantó la vista y la miró fijamente.

-Sólo quería comprobar si son ciertos los rumores de estas últimas semanas.

-¿Qué rumores? -preguntó de manera un tanto agresiva.

-Que la Presidenta de la decimotercera colonia trata con mayor acritud al resto de sus congéneres.

-¿Y vienes tú a comprobarlo? -dijo en tono burlón.

-No había mucho más donde elegir, la mayoría de las personas partieron en naves en busca de algo con lo que podamos subsistir en este planeta.

Laura se revolvió en su cama. No necesitaba un amigo, y mucho menos a Gaius Baltar haciéndole de psicoanalista.

Antes de que pudiera iniciar una cadena de pensamientos cada vez más agrios, el hombre frente a ella habló de nuevo.

-Quizá no sea la persona más indicada para darte mi apoyo moral, pero sólo quería que supieras que si necesitas algo de mí, aquí estaré.

-A menos que tengas algo más que confesarme, creo que hemos terminado -abrió su libro y fingió leer tan sólo para evitar su mirada.

A pesar de no mirarle directamente le vio fruncir el ceño y mirarla de manera inquisitiva.

-Has cambiado.

Oír aquella frase tan certera en boca de una persona que no la conocía lo más mínimo logró sobresaltarla. Aumentó la presión con la que sujetaba el libro y siguió con la vista clavada en el mismo párrafo, sin moverse.

-Sé que me has perdonado, Laura. Pero por algún motivo, ahora te siento más distante que antes.

-Nunca hemos estado cercanos, doctor Baltar.

Por el rabillo del ojo vio el destello de una leve sonrisa.

-No es cierto.

Laura levantó la cabeza y la miró con toda la intención de iniciar un nuevo enfrentamiento, pero Gaius se adelantó y volvió a hablar.

-Pude vislumbrar a la verdadera Laura en la nave base cylon, y tú sabes algo de mi que no le he contado a nadie y…, ha sido liberador. Viste mis errores, mis defectos y fuiste capaz de perdonarme y salvarme. Quizá no seamos amigos, pero ya no somos enemigos, y si niegas eso, mientes.

A regañadientes, tuvo que darle la razón.

Ya habían superado esa fase, y ciertamente, tras haber rozado el asesinato, a partir de ahora su relación tan sólo podía mejorar.

En una fracción de segundo hizo amago de adelantarse hasta ella, pero abortó el movimiento antes siquiera de haberlo comenzado.

-Trata de descansar, Laura -dijo suavemente antes de apartarse de su cama y cruzar las cortinas.

Tardó unos minutos en darse cuenta que ya no albergaba rabia, se sentía extrañamente aturdida. Nadie, ni si quiera Bill había reparado en la creciente desazón que había comenzado a aparecer en su mente, o al menos, si había reparado en ello, no había sido capaz de captar los pequeños detalles tal y como lo había hecho el hombre que estaba en la escala más baja de su estima.

Sintió una incomoda mezcla entre turbación y conexión ante la posibilidad de que alguien más caminara por su lado sin una venda en sus ojos que le evitara ver más allá.

Cerró los ojos y suspiró.

Ciertamente necesitaba descansar.

***

LAURA

Le dolía la cabeza.

Se llevó una mano a la sien mientras los latidos de su corazón resonaban en su cerebro y trataba de incorporarse. Una botella de alcohol casi vacía había extendido una mancha oscura por la moqueta y la apuntaba con un aire acusador.

Se enderezó sobre la cama al tiempo que una arcada, que comenzó a brotar de lo más profundo de su garganta, la hizo correr y trastabillar pesadamente hasta el baño. Le latía el cerebro, la cabeza la deba vueltas y no fue capaz de contener los restos de la cena que comenzó a vomitar sin pausa hasta que se quedó con un amargo sabor a bilis en el paladar y un agujero vacío y doloroso en el estómago.

Se sujetó la cara entre las manos para intentar controlar la montaña rusa en la que se había convertido su cuerpo, desde la cabeza hasta el abdomen.

No se consideraba una mujer estúpida. Pero sin lugar a dudas mezclar ambrosía con doloxan había sido una estupidez. Contra toda sensatez había saqueado el mini bar de Bill para ahogar la frustración tan agria, y desde hace semanas tan familiar, que se había colado en sus huesos. Las horas dejaron de existir cuando el segundo vaso completo del líquido verde brillante había desaparecido de su continente.

Ni si quiera recordaba haber llegado hasta la cama. Miró el reloj, eran las nueve de la noche, había caído dormida al menos un par de horas.

El sonido atronador del teléfono logró que su cerebro comenzara a chocar contra las paredes de su cráneo de una forma tan insistente y dolorosa que casi la hizo perder el sentido.

Se levantó del suelo apoyándose sobre el lavabo, que tenía la impresión de que se convertiría en su mejor amigo en las próximas al menos cinco horas, y se acercó con toda la rapidez que fue capaz (no a mas un par de pasos cada cinco segundos) al precursor de aquel horrible sonido que le estaba haciendo perder la razón.

-¿Sí?

Estupendo.

Tom Zarek estaba delante de su puerta.

-Háganle pasar.

Dio un paso y se dejó caer en la silla del escritorio de Bill. Recolocó su peluca, entrelazó sus manos e irguió su espalda tratando de parecer lo más presidencial posible a pesar de ser consciente de su desastrado aspecto.

Zarek apareció delante de ella. Entró con paso resuelto, investigando, recorriendo la habitación con la mirada en busca de señales que le dieran las respuestas que no estaba seguro de conseguir, al menos de viva voz, de su superiora. Tras hacer un examen exhaustivo de su pequeño escondite posó sus ojos en ella con una mirada tan rota y decepcionada que tuvo que contener las ganas de coger cualquiera de las cosas que tenía sobre el escritorio y tirárselo a la cara como prueba de que aún tenía suficientes energías como para pelear.

Lo último que deseaba era compasión. Se asqueaba de su actitud y de su aspecto, no necesitaba que encima se compadecieran de ella.

Levantó la barbilla siendo plenamente consciente de las oscuras marcas bajo sus ojos, de las marcadas líneas de su edad que en apenas unos días se habían profundizado hasta el punto de no reconocerse en el espejo.

-¿Quería algo, señor Zarek? -sus palabras resonaron en las paredes tan duras y agresivas como su propio humor.

-Sabía que te encontraría aquí.

-No hay muchos más lugares donde esconderse.

-¿Te escondes? -la miró inquisitivamente.

-Lo intento, pero por lo que se ve incluso para eso soy inútil.

Se arrepintió de decir las últimas palabras en cuanto salieron de su boca. Eso había sido demasiada información innecesaria. Apretó los labios y esperó a que su compañero atacara por esa nueva vía que acaba de abrir, pero para su sorpresa Tom obvió la cuestión y la miró en silencio.

-¿Hay algo que pueda hacer por usted, señor Vicepresidente? -repitió con un deje de irritación en su voz para hacerle entender que no deseaba ningún tipo de compañía en aquel momento.

-No es una visita oficial, Laura -respondió con tranquilidad.

-Bien, pues si vienes para animarme puedes irte por donde has venido -replicó tensa, mientras bajaba la vista hacia el escritorio y revolvía los papeles que había sobre la mesa, sólo para mantener sus manos ocupadas.

No le hizo caso y se acercó hasta la mesa para apoyarse en ella e inclinarse para volver a hablar.

-¿Qué te ocurre? La reunión de esta tarde con el Quórum ha sido de lo más escueta, distante y fría. ¿Qué es lo que te pasa? Tú no eres así.

¿¿Y que demonios sabía él como era ella?? Estaba empezando a hartarse de que todo el mundo presumiera de saber quién era.

-¡Oh!, no lo sé -respondió irónicamente-, tal vez sea el hecho de que me esté muriendo -dijo levantando la cabeza y clavándole una mirada cargada de rabia.

-Por todos los dioses, Laura. ¡Hace tres años que te estas muriendo! Y eso no evitó que continuaras siendo un buen político, a pesar del secretismo que insistías en mantener con Adama -la señaló-. ¡Mírate! ¿Es que no te das cuenta? No sé lo que ocurre, pero no puedes seguir así…

-¿… o si no me darás unos azotes? -dijo sarcásticamente.

Tom la miro estupefacto.

-Si no te quieres dar cuenta de que esta no eres tú, no tengo nada más que decir al respecto.

Dio media vuelta y antes de llegar hasta la puerta se topó con la botella que había en el suelo. Se agachó lentamente y la posó frente a ella.

-O recupera la razón, señora Presidenta, o conseguirá que la nuestra desaparezca.

Le vio desaparecer de la habitación al mismo tiempo que reaparecían las nauseas en su cuerpo. Cogió con furia la botella que Zarek había posado delante de ella y la tiró con todas sus fuerzas contra la pared más cercana, haciendo que el cristal se partiera en mil pedazos ensuciando de licor las paredes grises de la habitación.

***

LAURA

Ya hacía una semana que la expedición había partido dejando al Coronel Tigh al mando de Galáctica. Un par de naves autosuficientes habían saltado con casi la totalidad de los raptor que disponían, que junto con los raiders cylons se habían convertido en un grupo considerable. La base cylon, o mejor dicho, el híbrido, que era quien controlaba el FTL de la nave, había insistido en acompañarles en aquella misión de reconocimiento.

Ahora la mayor parte de la flota colonial había tomado tierra y empezado a construir pequeñas tiendas de campaña provisionales ante la necesidad de los civiles por un poco de aire fresco.

Aquel paraje desértico conseguía ponerle los pelos de punta. Se parecía demasiado a Nueva Cáprica.

La pequeña nave en la que viajaba aterrizó con una maniobra suave, y tras unos segundos, la compuerta que les llevaría al exterior comenzó a abrirse. Pudo notar inmediatamente el olor a salitre y la fuerza del aire que había estado azotando aquella gran playa con incansable empeño.

Las nubes cubrían la mayor parte del cielo ocultando lo que hubiese podido ser un azul intenso dejando en su lugar un gris tan triste y deprimente que podría aunar fuerzas con la parte negativa que había comenzado a cobrar protagonismo en la lucha interna que se debatía en su mente.

Echó a andar por las ruinas de lo que antes podría haber sido una ciudad impresionante. Ahora las construcciones se limitaban a un amasijo de metal deformado e incoherente de un uniforme color óxido.

Laura pasó los dedos por la superficie irregular y áspera, estaba cubierta de rocas, la naturaleza parecía devorar los cimientos ya que era la única manera de hacer desaparecer aquellos edificios de su entorno. Si la tierra hubiese tenido vida, ahora se encontraría entre un montón de crecederas, arbustos, árboles, un bosque llenó de aire puro, de una vida que se pudiese respirar. Sin embargo, lo único que entraba por sus fosas nasales era el olor a mar que insistía en embestir los restos de sus antepasados como si no quisiese que estuvieran allí.

Quizá no deberían estar allí.

Miró a lo lejos, en la arena. Pequeños grupos de personas disfrutaban del aire libre, a pesar del mal tiempo y de la decepción, veía a niños correr y jugar. En aquel momento aquella visión le pareció tan surrealista que ni si quiera fue capaz de arrancarle una sonrisa. Lo que antes le hubiese producido un agradable calor en el pecho, ahora no le producía ningún sentimiento. Se quedó allí, mirando impertérrita cómo las generaciones venideras bailaban alrededor de una esperanza inexistente.

Ya no había esperanza para la raza humana. Y ellos ni si quiera lo sabían.

Las horas pasaron lentamente y la noche fue cayendo sobre ellos despacio, como una caricia tranquilizadora, ya no había niños jugando en la arena, ya no había parejas paseando por la orilla. Los grupos de personas eran cada vez más reducidos, y a cada minuto que pasaba le era más difícil distinguirlos en la lejanía. La oscuridad se abrió paso a su alrededor y los focos de luz que habían comenzado a surgir de la nada no fueron capaces de arrancarla de su solitaria capa de sombras.

Comenzaba a hacer frío, pero no le importaba. Avanzó con paso tranquilo hasta que el mar le cubrió los tobillos, las rodillas, la cintura. El agua helada chocaba contra su cuerpo sin ningún tipo de miramiento. Cerró los ojos y, por una vez, se dejó llevar.

***

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