¡Feliz San Valentín!
Hoy es el día del amor, y da igual que el tuyo sea idílico...
Pasional...
O salpicado con deseos de conquista mundial y asesinato...
... porque hoy los celebramos todos. No importa si este día te hace feliz o si piensas que todo es un truco del Corte Inglés para ganar pasta; seguro que estás de acuerdo en que cualquier excusa es buena para tener un poco más de slash. Por eso...
Lectores de Intruders, os doy la bienvenida a un fanfic distinto, original, único. Dos veces por semana durante los próximos dos meses, podréis disfrutar de un proyecto conjunto realizado en común entre diez escritoras y una fanartista, que se han coordinado mediante reuniones secretas y conspiratorias con la intención de traer algo que no os dejará indiferentes. Cada fanficker toma el relevo, en un orden echado a suertes y con absoluta libertad creativa, y conduce a los personajes hacia delante. Con cada actualización veremos algo completamente distinto a lo anterior: una autora, un capítulo, un estilo propio, un lugar impredecible al que llevar la trama. Las situaciones se vuelven mágicas y nadie sabe adónde se llegará; se mezcla el slash con cachitos de femmeslash, el típico paisaje inglés con viajes espacio-temporales inexplicables, la magia con el choque contra la cruda realidad. Las mismas coordinadoras del proyecto nos hemos quedado sorprendidas ante la explosión de creatividad que ha surgido, a través de subtramas oníricas que se enlazan formando un entretejido mágico. Como siempre, el resultado de esta locura es después revisado con los habituales procedimientos de calidad de Intruders, continuando con una cadena en la que cada eslabón ejerce una función fundamental, y en la que el conjunto decide los pasos que se dan (desde las características del proyecto hasta el título de la historia).
Un agradecimiento a todos los eslabones de la cadena: las autoras que han participado en el proyecto, la fanartista invitada, la ilustración interna, la beta y la organización. Hacéis que esto sea posible.
ronnachu -
mullu -
lyeth -
gabry62 -
psique_chan -
yuki_sagara -
ms_naeh -
omitae -
sra_danvers -
heiko_gsnapy_90 -
sratenebrosa Sin más dilación, traigo ante vosotros el I Fanfic del proyecto Encadenadas:
La penúltima cadena
Eslabón Primero
Por Ronna
Revisado por Veroboned
Cuando por fin pasó, fue porque tenía que pasar y con conocimiento pleno de ambas partes. No fue un accidente, ni “una cosa llevó a la otra”, ni que aquel día Remus oliera especialmente bien o que Sirius sólo llevara una toalla a la cintura y tuviera el pelo mojado. No.
Cuando pasó, estaban ya en quinto curso y llevaban años de tensión a sus espaldas. Tonteando uno con chicas, otro con chicos, siempre el uno con el otro. Siempre las miradas, y las bromas, y el contacto físico; no aquel contacto abrumador que tenían Canuto y Cornamenta, sino pequeños roces casi imperceptibles que erizaban la piel y duraban días. Leves contactos de los dedos al pasarse cosas, o una palmada en el hombro al levantarse Sirius y alejarse, con ese apretón que era casi una caricia.
No el contacto ávido y necesitado del día en que pasó; eso llegó después.
Para entonces ya lo sabía todo el mundo. Lily lo dedujo en segundo año, James lo decía siempre medio en serio, medio en broma -“vosotros dos, no sé qué hacéis que no estáis liados todavía”-, Colagusano escuchó por casualidad cómo Remus se corría con el nombre de Sirius en los labios. Snape aprovechaba cualquier oportunidad para insinuarlo de las maneras más insultantes posibles.
Pasó cuando la tensión en el aire era demasiada, y los dos llegaron sin palabras -con ese lenguaje de miradas y gestos apenas perceptibles que compartían- a la conclusión de que aquello tenía que pasar ya.
Fue en las vacaciones de primavera. El colegio estaba casi vacío, pero Remus se sentía más seguro en Hogwarts que en casa y Sirius había ignorado por completo las órdenes de su madre y pensaba quedarse dijera ella lo que dijera. Salieron a despedir a los otros, y se quedaron mirando hasta que los carruajes hubieron desaparecido de su campo de visión. Después echaron a andar de vuelta hacia la torre de Gryffindor, a paso rápido y en silencio. El corazón de Remus latía con fuerza, y todos sus esfuerzos se concentraban en no tropezar, porque si tropezaba Sirius le ayudaría a levantarse y entonces se estarían tocando y tendría que besarlo allí mismo. Consiguió no tropezar, y recordar la contraseña, y no derretirse cuando Sirius le cogió de la mano y tiró de él, corriendo escaleras arriba hasta el dormitorio. Y entonces ya sí.
Entonces Canuto se dio la vuelta y lo encaró, y Remus vio reflejada su propia mirada de ansiedad en los ojos del otro. Se encontraron en mitad de la habitación y, a falta de un punto de apoyo, se apoyaron el uno en el otro. Se rozaron las bocas y el contacto de labio con labio duró poco, porque había sido demasiado tiempo, porque había demasiadas ganas y aquello sencillamente no era suficiente para saciarlas. Así que abrieron las bocas, y eso estaba mejor: el choque brutal de las lenguas, la competición, las manos moviéndose rápidamente por cuello, cara, pecho, culo, estómago. Sin apenas delicadeza, tocando y explorando, queriendo hacerlo todo de golpe, queriendo tragarse el uno al otro y no sentir más el ansia que los volvía locos.
Ilustración realizada por Snapy
Ya habría tiempo para la suavidad, para tumbarse desnudos y charlar mirando las estrellas por la ventana. Ya habría tiempo para memorizar todas las cicatrices en la espalda de Remus; por ahora sólo necesitaba lamerlas rápidamente, verlas mojadas de su saliva como una marca de su canina propiedad. Por ahora Remus sólo tenía que verlo desnudo, palpitante y duro, y apañárselas para gemir más que él, aunque tuviera su polla bloqueando los sonidos que emitía su garganta.
Habían sido casi cinco años de preliminares. Aquello estaba destinado a ser brutal, el impacto entre dos placas tectónicas convergentes, Sirius entrando en él, rompiendo de golpe todas las barreras que aún quedaban entre ellos; gritos que habrían escandalizado a todo Gryffindor si hubiera habido alguien capaz de ignorar la norma intuida de que nadie iba a aparecer por allí aquel día.
Para lo demás, ya tendrían tiempo. Paseos por Hogsmeade, peleas en la nieve, tardes eternas en la Casa de los Gritos. Convencer a Remus para que se saltara alguna clase, convencer a Sirius para que leyera algún libro. Eran críos de dieciséis años. Canuto se creía inmortal. Lunático creía que Canuto era inmortal.
Tenían toda la vida por delante.
-¿Profesor Lupin?
-Pasa, Harry.
El chico abre un poco más la puerta entornada y da un paso adelante, sin atreverse del todo a entrar en la habitación.
-Le traigo un poco de cerveza de mantequilla.
La sonrisa es cálida y le invita a acercarse con la misma sinceridad que sus gestos, a pesar de que sus ojos no parecen enfocarse en él. Harry coge una silla y se sienta a su lado, frente a la ventana. Se quedan un momento en silencio, observando la plaza frente al piso del profesor. No es un lugar tremendamente interesante: un cruce de calles con zona peatonal por el que los muggles pasean de un lado a otro. Sin embargo, Harry cree entender qué llama la atención del lugar al otro hombre: personas corrientes, con vidas corrientes que se extienden perezosamente hacia el pasado y el futuro, dejándose apenas adivinar en sus rostros. Hay un banco de madera junto a una fachada blanca; tal vez, piensa Harry, alguna pareja se sienta allí de vez en cuando, ignorando que a pocos metros dos hombres miran por la ventana destartalada del tercer piso, pensando en las cosas -las personas- que han dejado atrás a lo largo de una guerra de la que ahí afuera ni siquiera han oído hablar. Preguntándose si realmente ha merecido la pena.
Ahora mismo, el banco está vacío.
-¿Qué tal están Ron y Hermione?
Por alguna razón, la palabra “bien” dejaría un eco extraño en este ambiente, como si no tuviera lugar aquí.
-No les va mal. Mandan recuerdos.
-Devuélveselos, ¿querrás?
-Claro, de su parte. -Lupin asiente, bajando un poco la cabeza para dar un sorbo a su cerveza de mantequilla.
-¿Y qué tal estás tú, Harry?
El joven tuerce la boca en un amago de sonrisa.
-No puedo quejarme. Aunque ayer me mudé con un profesor licántropo. No sé si me preocupa más lo que pase en luna llena o que me mande un castigo si me pilla despierto a horas indecentes.
-Una perspectiva aterradora, sin duda -dice Lupin suavemente, con esa cosa que hace de incluir humor en frases aparentemente serias sin que parezca gran cosa, sin llamar la atención sobre sí mismo. Es un gran hombre, Lupin. A pesar de lo que impone allí, sentado en su butaca frente a la ventana, leyendo o mirando alrededor como si viera cosas más allá de lo que hay al alcance de su vista. Como si no perteneciera realmente a este lugar.
Harry se alegra de estar aquí. Ron y Hermione se merecen algo de intimidad, y… no hay muchos otros sitios en los que estar, en realidad.
-Ya no tengo pesadillas -suelta de repente, no muy seguro de por qué-. Las tenía cada noche, durante la guerra. Pasé meses sin dormir en condiciones, pero desde que lo… desde que ya no está, no hay ni una. Nada. Ni siquiera recuerdo lo que sueño.
-¿Y eso no es bueno? -se extraña Lupin, reconociendo su tono.
-No. Bueno, sí, en el sentido de que puedo dormir ocho horas seguidas y no despertarme gritando, pero… -Harry se interrumpe y suspira, centrando la mirada en una chica que pasea alegremente por la calle. Lupin no le presiona; se limita a mirarlo con gesto amable, haciendo ver que espera la continuación. La chica tiene los cordones desatados y no se ha dado cuenta. Podría caerse-. Lo maté. Maté… He matado a Voldemort. Asesinado. Sin más. Debería sentir algo, ¿no? Debería sentirme feliz, liberado, o tal vez tener cargo de conciencia y arrepentirme de haber acabado con una vida. Puede que lástima por el Tom Ryddle que nunca pudo ser. Pero estoy… en blanco. Como si me hubieran reseteado, y hubiera olvidado cómo se hace eso de sentir. ¿Eso es normal?
La mirada del profesor es inescrutable.
-¿Y quién dice qué es normal y qué no, Harry? Nunca me ha gustado esa palabra. Lo que has pasado es duro, más de lo que se te podía exigir. Nadie tiene derecho a decirte cómo debes reaccionar o qué debes sentir. Nadie. Sólo el tiempo te dará la perspectiva para juzgar lo que ha pasado.
-¿Ayuda realmente? ¿El tiempo?
Lupin evita sus ojos, volviéndolos otra vez hacia el exterior. Harry tiene la sensación de que está a punto de mentir.
-Relativiza las cosas.
Harry da unos sorbos a su cerveza de mantequilla, dejando que la conversación se asiente. Tiene ganas de preguntar cómo lo lleva él; cómo ha logrado sobrevivir, los trece años de entonces y los dos de ahora. Pero le parecería demasiado intrusivo y, de todas formas, es probable que no quiera contestar. Lupin, maestro en evaluar las emociones ajenas, que se ocupa bien de no revelar las propias.
-¿Cómo va a ir esto, profesor? -pregunta, en cambio-. ¿Qué vamos a hacer a partir de ahora?
-¿Tú y yo? Descansar. Unas semanas, al menos. Creo que nos lo merecemos, ¿no? Leer, charlar, escuchar música, descubrir qué quieres a partir de ahora. Si vas a encerrarte aquí, o vas a salir ahí fuera y ver qué pasa en el mundo.
-¿Y qué quiere usted?
Lupin ríe quedamente
-Por ahora, que me tutees.
El chico asiente, reconociendo los límites. Puede que llegue el día en que se lo cuente.
-Querré salir, creo -dice Harry tras un momento-. Ver lo que hemos conseguido, ayudar. Saber que puede haber un futuro después de todo esto.
-Puede que el mundo te decepcione.
-Lo sé. Pero necesito creer que ha valido la pena, y para eso tengo que ver algo que valga la pena.
-En ese caso, no puedo sino desearte lo mejor.
Cuando Remus sonríe, a Harry le parece que vale un poco la pena.
-Seis, dos, cuatro, cuatro, dos -murmura Harry, al tiempo que marca los números en el teléfono roto, y se pregunta por qué los magos se empeñan en hacer las cosas con tan poca elegancia.
-Bienvenido al Ministerio de Magia -resuena la fría voz femenina en toda la cabina-. Por favor, especifique su nombre y el motivo de su visita.
-Harry Potter -dice él, con el teléfono en la oreja; después duda. Por alguna razón “salvador del mundo mágico en busca de empleo” no suena muy digno-. Visitante.
La voz lo repite e imprime el nombre, provocándole un estremecimiento. Como si no fueran a reconocerlo ya perfectamente bien sin una tarjetita de presentación. Harry observa con aprensión cómo la tierra se traga la luz solar, sintiendo un inicio de claustrofobia. El ascensor se queda completamente a oscuras durante un segundo.
-Lumos -murmura, y la luz de su varita le permite tranquilizarse un poco. No le gusta la oscuridad. Le trae imágenes de las que no puede deshacerse. En el piso de Remus, la oscuridad es imposible; las persianas están rotas y hay una farola justo tras la ventana de Harry.
Podría haberse aparecido directamente, pero le apetecía pasear por Londres. Aunque el piso está en esta misma ciudad, apenas ha salido a la calle en las dos últimas semanas. Lo relaja caminar por la acera, cruzándose con un montón de gente que se mueve apresuradamente, con aparente finalidad, como si todo fuera una máquina gigante en la que hay que continuar trabajando. Le gusta que nadie lo reconozca, y sentirse parte de la multitud, sin destacar. Le gusta la idea de que ninguna de esas personas con las que se ha cruzado haya oído jamás el nombre de Voldemort. Es uno de los objetivos por los que ha luchado, una de las razones para el sacrificio.
Encerrarse con Lupin está muy bien; el hombre sabe un poco de todo, tiene libros para cada ocasión y siempre se puede encontrar en él un consejo o un comentario útiles; pero en ese espacio reducido es demasiado fácil notar la melancolía en el ambiente. Hay un aura de constante tristeza en torno al licántropo, que puede resultar contagiosa en las largas horas de silencio, y él no está en condiciones de luchar contra ella. Le hace bien salir y recordar cómo es la vida corriente.
Las puertas se abren a la Fuente de los Hermanos Mágicos. Sigue en reconstrucción; varios magos se pasean alrededor de ella tomando medidas y comprobando los cimientos. Harry tiene entendido que Hermione está luchando activamente porque se apruebe su nuevo diseño, en el que el mago y la bruja conviven activamente con el resto de criaturas mágicas. El ajetreo aquí es bastante grande, y nadie lo mira dos veces. El mago que comprueba su varita le dedica un largo vistazo, pero hace su trabajo sin comentarios. El minuto durante el que Harry se encuentra indefenso y sin varita se le hace más largo de la cuenta, y no respira del todo hasta que vuelve a guardarla en la parte interior de la túnica.
Entra al ascensor junto a una bruja bajita que lleva un montón de pergaminos en las manos y se dedica a revolverlos desordenadamente, al parecer buscando algo. Las puertas se acaban de cerrar cuando se le cae la mitad de su carga; Harry se agacha a ayudarla y choca contra ella, al arrodillarse ambos al mismo tiempo. Es entonces cuando la bruja le echa el primer vistazo; abre mucho los ojos, se echa atrás para alejarse, y recoge muy despacio los documentos que Harry le ofrece, como si tuviera miedo de hacer movimientos bruscos que lo volvieran agresivo.
-Gracias -dice suavemente, y después vuelve la mirada al frente y se queda muy quieta. Sale del ascensor en la siguiente parada, pero parece pensárselo mejor y se detiene un momento, volviéndose hacia él con gesto solemne-. Muchas gracias, Harry Potter.
Después sale a paso ligero, y las puertas se cierran a su espalda. Harry se queda allí, solo y desconcertado.
-De nada -murmura en dirección a las puertas cerradas, sintiéndose como un estúpido. Es perfectamente consciente de que no es recoger los papeles lo que la bruja le acaba de agradecer, y no está muy seguro de cómo sentirse al respecto.
Pronto, más gente empieza a entrar en el ascensor, que se va llenando poco a poco. Algunos magos le dan la mano, y una bruja gigantesca insiste en darle cuatro besos muy pegajosos, pero en general todos guardan sus distancias. Harry trata de quedarse en una esquina y pasar desapercibido, observando cómo los memorándums chocan contra las paredes.
-Segunda planta -anuncia la voz femenina-. Departamento de Seguridad Mágica, que incluye la Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia, el Cuartel General de Aurores y los Servicios Administrativos del Wizengamot.
Harry sale hacia el pasillo bordeado de cubículos. Pensando en hacer una visita rápida al señor Weasley, se acerca a la sección de Uso Indebido de la Magia; aún recuerda cuál era su cubículo, justo enfrente del armario de las escobas.
-¡Harry! -exclama el pelirrojo, sorprendido, colocándose las gafas rápidamente como para asegurarse de que es realmente é-. ¡Qué alegría verte!
Se levanta a toda prisa, tirando un pisapapeles por el camino, y se acerca a darle primero un apretón de manos y empujarle después a un fuerte abrazo, que dura algo más de lo que a Harry le habría resultado cómodo. Sonríe, sin embargo; realmente se alegra de verlo, y de verlo bien.
-Buenos días, señor Weasley. ¿Mucho trabajo hoy?
-Bastante, sí. La gente se empeña en pensar que puede hacer lo que le apetezca desde que… -Hace un gesto hacia Harry, y luego se apresura a cambiar de tema-. ¿Qué te trae por aquí?
-Venía a hablar con el señor Singer.
-¿Quién? -se extraña el otro, y luego parece recordarlo-. Ah, claro, Bobby. Ya veo, ya veo… ¿Pensando en quedarte por aquí?
-Es posible.
-Me alegro, me alegro, eso me gustaría mucho.
Harry le devuelve la sonrisa, buscando algo más que decir. Su mirada repasa el cubículo. Un zapato solitario mueve los cordones alegremente sobre un fajo de pergaminos, golpeando de vez en cuando la pared repleta de diagramas con motores de coches. Sobre el escritorio hay una foto de la familia Weasley. Los nueve pelirrojos bromean animadamente: Fred y George susurran con aspecto conspirador, Bill revuelve el pelo de Ginny, Percy parece estar regañando a Ron. Molly está a un lado, mirándolos a todos con cariño. Harry piensa que no le pega estar en silencio en una esquina. ¿Es esa señora Weasley consciente de que dentro de no mucho ya no estarán todos?
-Bueno, debería… -empieza, pero habla tan bajito que el señor Weasley ni siquiera parece oírlo.
-Ah, sí, ésa es de hace unos cuantos meses. Hicimos otra anteayer, cuando celebramos el compromiso de Ron y Hermione. -Se pone a rebuscar en el cajón-. Aún no la he enmarcado. Quiero hacerlo a mano, con un marco muggle. -En ésta resaltan las cabezas no pelirrojas de Hermione y Fleur. Todos sonríen con alegría, pero hay menos interacción entre los presentes, menos algarabía. Se aprietan, como para darse calor unos a otros. Ginny, Fred y Percy no se ven por ningún sitio. Harry traga saliva-. Faltas tú, por supuesto.
-Era… Es casi luna llena. No quería dejar solo a Remus.
Es una excusa barata, y ambos lo saben; aun así, el señor Weasley no pierde un ápice de sonrisa.
-Ya veo. Bueno, pues para la próxima os venís los dos, ¿eh? Ya sabes que siempre estáis invitados. Molly está deseando verte. -Harry asiente.
-De acuerdo, lo tendré en cuenta. Un placer verlo, señor Weasley.
-Claro, claro. Cuídate mucho, Harry.
Con un nudo en la garganta, Harry se aleja en dirección al área de aurores. Se pregunta si no es aún demasiado pronto, si realmente está preparado para ver a gente, hablar con gente. Desearía haber aceptado la oferta de Remus de acompañarle. Pero ha llegado hasta aquí. Si se echa atrás ahora, tal vez no sea capaz de volver a salir de casa. Por seductora que pueda resultar la idea. Es un Gryffindor, después de todo.
Simplemente no había esperado que las cosas fueran así, después de Voldemort. En realidad, no se había planteado realmente cómo sería la vida después de Voldemort; ya tenía bastante tratando de sobrevivir día a día. Especialmente después de Ginny. Seguir adelante era necesario entonces, para pararle los pies a su asesino. Ahora… “Reconstruir el mundo mágico” suena demasiado abstracto. Demasiado irreal.
Por eso está aquí.
-Buenos días, Harry -lo saluda una voz, sobresaltándolo. Kingsley Shacklebolt está en pie delante de un mapa de Londres en el que parece ir colocando chinchetas. No se acerca, pero le dedica una sonrisa amable-. ¿Qué te trae por aquí?
-Ah, hola. El señor Singer me dijo que pasara a verlo.
-¿El señor…? -se extraña Kingsley, y después pone cara de comprensión. Harry se decide a no volver a llamarlo por su apellido-. Ah, el jefe. ¡BOBBY! -grita de pronto-. ¡TIENES VISITA!
-¡PUES QUE META EL CULO AQUÍ DENTRO! -se oye la respuesta desde una puerta a la izquierda del pasillo. Nadie parece sorprendido por el intercambio; Kingsley ríe, divertido.
-Ya lo has oído. Creo que está listo para verte.
-Gracias, Kingsley.
-¡Hasta la vista!
Harry se acerca a la oficina del Jefe de Aurores, y llama a la puerta entreabierta antes de entrar. Lo conoció brevemente durante la guerra; es un mago poderoso y rudo, cuyos ojos se esconden entre la barba y la permanente gorra muggle. Hoy también la lleva, en su sitio tras el escritorio.
Bobby Singer nos hace una visita desde el fandom de Supernatural
-¡Harry, muchacho! -El hombre se levanta enseguida a darle un fuerte apretón de manos-. No esperaba verte por aquí tan pronto, no sabes cuánto me alegro de estar equivocado. Siéntate, hombre, siéntate. ¿Una copa? -Harry niega con la cabeza, sentándose al otro lado del escritorio, y mira cómo Bobby se sirve una generosa copa de lo que parece whiskey de fuego. Mira el reloj para comprobar que, efectivamente, no son aún las diez de la mañana-. Tenía ganas de verte, chico, ya lo creo que sí. No he visto tanto potencial desde el último apocalipsis. Algo así no puede quedarse desaprovechado, ¿me entiendes, muchacho? Tenemos que hacer algo contigo. Por eso estás aquí, ¿verdad?
Harry asiente, contento de dejarle el peso de la conversación. El acento americano de Bobby alarga las palabras, haciéndolas arrastrarse con pereza
-Bien, bien, me alegro. Eso es bueno, sí, señor. Tenemos mucho trabajo y, cuantas más varitas estén de nuestra parte, mejor. Especialmente si son varitas como la tuya. Te vi allí, al final, en el cara a cara con ese bastardo de Voldemort. Oh, chico, vamos a hacer grandes cosas contigo, ya lo creo que sí. Me he tomado la molestia de revisar tus archivos. -Se echa atrás en la silla para sacar unos pergaminos del cajón, y Harry se pregunta si debería preocuparle el que estuvieran ahí-. Con el entrenamiento que te procuró el viejo Dumbledore, no necesitas mucho más, ¿eh, chico? Te voy a meter en uno de los cursos de entrenamiento, de todos modos, para que veas cómo hacemos aquí las cosas, cómo nos organizamos. Nos importa el trabajo en equipo, muchacho. Al menos desde que yo he llegado. Compañerismo, ¿me entiendes? Aquí somos como una familia, y la familia es lo primero. Nos cuidamos las espaldas. Ya sabrás lo que es eso. -Le echa vistazos rápidos mientras busca entre sus papeles, hasta que encuentra uno que le hace emitir un “hmm” de satisfacción-. Equipo Gamma. Estarás con Tonks, tengo entendido que la conoces. Discípula de mi viejo amigo Ojoloco, para bien o para mal. Quién más hay por aquí… Ah, sí, Thomas. Y Jordan, Lee. Sabes que tenemos un buen grupo que viene hablando maravillas de aquel club tuyo de defensa, ¿no, chico? Bien hecho. Me gusta la gente con iniciativa, sí, señor. Alicia Spinnet, también aquí. Malfoy, y Michael Corner, y…
-¿Malfoy? -interrumpe Harry, hablando por primera vez.
-Oh, sí. Su ingreso en el cuerpo ha causado bastante controversia, claro, por eso lo tenemos de prueba en el curso de entrenamiento. Pero tiene potencial, muchacho, eso no puede negarse. E información útil.
-Pero… ¿Qué hace aquí? ¿Desde cuándo…? ¿Cómo…?
-Empezó la semana pasada. Cuando lo declararon libre y sin cargos, se vino directo a hablar conmigo. Buen chaval. Ganas de trabajar.
-¿Buen…?
-Tengo la impresión de que quiere hacer penitencia. De cualquier forma, es un buen luchador, y está dispuesto a colaborar. ¿Te he dicho ya que necesitamos todas las varitas que podamos conseguir?
-Pero…
-Muchacho -lo interrumpe Bobby, y su expresión amable se arruga un poco-. No sé si te lo ha dicho ya alguien, pero la guerra ha terminado. Da igual lo que piensen esos malnacidos de los altos cargos del Ministerio. Ahora toca reorganizar, reconstruir, recuperar. Reunificar. Y para eso tenemos que ser un solo bando. Puede que yo haya llegado hace poco y no tenga esos prejuicios que parecen ser una plaga en los Gryffindor que voy conociendo, pero si la justicia dice que Malfoy no es un mortífago, entonces no es un mortífago. Después de su período de prueba, entrará al cuerpo y tendrá las mismas posibilidades que tú o cualquiera de su generación y características. ¿Está claro?
Harry frunce el ceño, pensando. Todos sus instintos insisten en que esto está mal. Malfoy, auror. No tiene ningún sentido. Son dos conceptos irreconciliables.
-De acuerdo -dice lentamente, decidido a pensárselo mejor. Bobby se ríe bajito, como si esto fuera muy divertido.
-Buen chico. Te quiero el lunes en el entrenamiento, ya te mandaré una lechuza con los detalles. Y ahora fuera, tengo cosas que hacer.
El apretón de manos es cálido, traicionando el tono brusco de su voz.
-Hasta el lunes, Bobby.
-Nos vemos, muchacho.
Harry sale de la oficina y vuelve hacia el ascensor, preguntándose si la cosa ha ido bien o mal. Le parece ver el destello de una cámara al pasar junto a la fuente. Puede que las revistas me informen de ello mañana, piensa amargamente, y busca el acceso a la cabina telefónica. Sin embargo, antes de entrar, unas voces le llaman la atención desde la derecha, en una esquina del gran vestíbulo.
-Pues claro que estás solo, ¿qué esperabas? ¿Que fuera un camino de rosas? ¿Entrar de nuevo a la sociedad y que todo el mundo te perdonara, sólo porque cometiste un error de crío estúpido?
-¿Puedo confiar en ti, al menos?
-No deberías confiar en nadie, Draco. Pero te ayudaré.
Malfoy no contesta, y su silencio hace que Snape se dé la vuelta para comprobar adónde se dirige su mirada. Es entonces cuando Harry se ve descubierto, dándose cuenta de que se ha detenido entre el flujo de gente a mirarlos fijamente, de forma muy poco sutil. Se endereza con rigidez.
-Malfoy. Snape. -No sabría decir en cuál de los dos nombres ha insertado más desprecio. Si alguien espera que utilice la palabra “profesor”, que espere sentado.
-Potter -contesta Malfoy, acentuando su permanente mueca de asco. No ha cambiado mucho desde la última vez que lo vio; tiene el pelo un poco más largo, pero todo en él sigue recalcando esa idea de que está muy por encima de lo que le rodea.
-Ah, señor Potter. -Snape gira hacia él su nariz ganchuda. Definitivamente, él no ha cambiado un ápice-. Qué atípico de usted haber tardado tanto en aparecer por aquí. ¿Acaso no merece cuanto antes toda la gloria que pueda recibir? Por supuesto, hemos de suponer que tenía otras… ocupaciones. -Sus labios se curvan ligeramente en algo que podría ser una sonrisa o una mueca de desprecio-. Tengo entendido que ahora vive con el señor Lupin, ¿no es cierto?
Harry aprieta su varita dentro del bolsillo hasta que le duelen los nudillos.
-Sin duda, en mi lista de tareas pendientes hay un gran número de cosas que no incluyen obtener una gloria que no merezco -dice, con toda la entereza de que es capaz-. Después de todo, según leo estos días, me hallo ante los verdaderos héroes de esta guerra. Y quién va a dudar, a estas alturas, de lo que dice la prensa mágica.
-Vaya, Potter. ¿Es eso envidia? ¿Nos estamos quedando un reconocimiento que querías para ti solito?
-Puedes quedarte con todas tus portadas, Malfoy, y hacerte pajas mirándolas si te apetece. Supongo que eso es lo que has querido todo este tiempo. Si me disculpáis…
-Corra a esconderse detrás de su lobito, señor Potter. Ahora que el mundo mágico ya no lo necesita, puede que no lo tenga tan fácil a la hora de que se toleren sus pataletas.
-Merlín, cómo me alegro de no dar más clases con él.
Harry se plantea decirle que a partir del lunes volverán a verse todos los días, pero decide callárselo. Será, indudablemente, una agradable sorpresa para su compañero.
-Hasta la vista, Draco -dice, con un tono fingidamente amable y alegre. La expresión confundida que se le dibuja al muchacho le inspira gran satisfacción-. Snape.
Cuando las puertas del ascensor se cierran, los ve de nuevo envueltos en su conversación susurrada.
-No me lo puedo creer. Después de siete años deseando librarme de él, ¡siete años!, y ahora me toca trabajar con él y verlo todos los días. Debería estar en Azkaban, por Merlín. Debería estar pudriéndose en una celda.
-Harry -dice Lupin, tranquilizador-, sabes tan bien como cualquiera que no hay forma de probar que Draco no sea un miembro aceptable de la sociedad. Abandonó a Voldemort meses antes de su caída. Estuvieron a punto de matarlo.
-Debieron hacerlo -dice Harry con crueldad, pero no sigue adelante ante la mirada reprobadora que le dirige su amigo.
-Se entregó de buena voluntad, dispuesto a entrar en Azkaban. Si el Wizengamot dice…
-Si el Wizengamot lo dice es porque quieren dinero.
Remus suspira.
-Necesitan dinero, Harry. El Ministerio no ha salido exactamente muy beneficiado de todo esto.
-Si lo primero que hacen es venderse a los malos, dudo que hayan aprendido la lección.
-¿Los malos? -repite el otro, arqueando una ceja-. Me sorprendes, Harry.
-¿Vas a decirme que no todo es blanco y negro, y que Voldemort y su pandilla constituían un amasijo de tonalidades grises?
-No. -Lupin ladea la cabeza-. Voy a decirte que Voldemort era un hombre. O lo fue en algún momento, al menos. Que los mortífagos eran magos y brujas, personas. Eso implica cosas en las que tal vez no podías permitirte pensar cuando luchabas contra ellos. Pero la guerra ha terminado.
-Sí, y ahora tengo que trabajar con ellos. ¿Cómo se supone que voy a permitir que me guarde las espaldas alguien en quien no confío en absoluto?
-Será sólo el periodo de entrenamiento. Después, sólo tienes que asegurarte de que no os toque en el mismo equipo.
-¿Y mientras tanto?
-Mientras tanto… tendrás que encontrar la forma de convivir con él. -Harry le dirige una mirada asesina, pero sólo consigue que se eche a reír-. Ay, me siento como en la escuela. Supongo que los tiempos nunca cambian demasiado; los Gryffindor seguimos siendo tan cabezones como siempre. Cualquiera habría dicho que la guerra nos haría reflexionar, pero… -suspira.
-Por más que reflexione, no se me ocurre una sola razón para querer convivir con Malfoy.
-¿Qué tal la de comprobar si sigue siendo la persona a la que odiabas?
-¿Cómo?
-¿Acaso lo conoces, Harry?
-¡Pues claro que…!
-Piénsalo. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación de más de tres minutos con él? ¿La has tenido alguna vez?
-¿Cómo se supone que voy a hacer eso si cada vez que me acerco se pone a insultarme?
-¿Lo has intentado? Piensa una cosa. ¿Te has planteado qué clase de vida ha tenido ese chico? Su padre, su madre, su Casa. La presión. Por qué se hizo mortífago y, sobre todo, por qué dejó de serlo. Intenta ponerte en su lugar durante un segundo.
-Lo he hecho durante años, y…
-Pero ahora no es lo mismo. Hace más de un año que no convives con él. Dale la oportunidad de haber cambiado.
Harry resopla. Todo el mundo parece empeñado en negar lo evidente. Siente el impulso de ir hacia la chimenea y llamar a Ron; seguro que él lo entendería. Seguro que los dos pueden hacer equipo contra Hermione, como en los viejos tiempos, y…
Luego recuerda que Hermione siempre tenía razón en aquellas discusiones. Y por qué aún le duele tanto ver el pelo rojo fuego de Ron.
-Creo que me acostaré pronto hoy, Remus -dice con un suspiro, levantándose y recogiendo los restos del té que habían estado tomando-. Buenas noches.
El otro hombre se limita a murmurar un “hm-mm”, a modo de contestación, absorto en sus propios pensamientos.
Eslabón II Eslabón III Eslabón IV Eslabón V Eslabón VI Eslabón VII Eslabón VIII Eslabón IX Impresiones de las participantes