Yuki es la autora del sexto eslabón de la cadena, que versa sobre los sueños, el subconsciente, los recuerdos reprimidos. Veremos poco de realidad y mucho de paisajes interiores, a veces conocidos y otras veces desconcertantes, como suele resulta serlo lo que llevamos dentro. Siguiendo a la perfección el espíritu libre y creativo del proyecto, podemos echar un vistazo a un entorno onírico completamente inesperado. ¿Quién se atreve a echar un vistazo dentro de sí mismo?
La penúltima cadena
Eslabón I Eslabón II Eslabón III Eslabón IV Eslabón V Eslabón Sexto
Por Yuki
Revisado por Veroboned y Ronna
Así pues, vuestra Santidad, vuestros sacerdotes están muertos... y yo sigo vivo.
Pero en verdad soy yo quien ha muerto, y ellos son los que viven.
Porque, como ocurre siempre, los espíritus de los muertos sobreviven en la memoria de los vivos.
La misión (The mission)
Entiéndelo, trata de entenderlo, no lo sueltes, no dejes que se tambalee, no lo aceches. Hay veces, situaciones, necesidades, sueños… en los que si no lo sientes, no lo intentas, no lo entiendes… ya no hay salida, solución, vida. Como si dejaran de existir los confines, las superficies, lo que respiras. Estás perdido. Como en una vigilia que se entrecorta a mitad de una expectativa. Perdido entre personas que no te recuerdan. Perdido entre reliquias que se asemejan a lo que fuiste en su día. Atrapado, inseguro, necesitado, indeciso. Así de penoso. Así de perdido.
Y vuelve a tenerlo. El mismo. Un recuerdo que no le pertenece. Un sueño que no parece un sueño, no porque se aproxime a la realidad, ni mucho menos. Resulta más complicado, retorcido, menos sencillo a la hora de describirlo.
“Es usted un entrometido, profesor Lupin.”
Como si volviera a estar en la escuela (de hecho lo está, en esos sueños). Las palabras firmes, la entonación directa.
“Dejé de ser profesor hace tiempo, Minerva.”
Y sonríe, porque sabe que sólo pueden pertenecerle a ella. No sueña con gente muerta o que no exista. Ve a Minerva McGonagall con otra persona. Siempre con esa persona. Y McGonagall lo sabe. No la McGonagall de verdad (la “suya” ni siquiera es la “falsa”), pero lo sabe, sabe que las ve, que las observa, que las escucha porque luego siempre están ellos dos solos y McGonagall le habla, le recrimina; reflexionan igual que hablarían fuera.
Quizá ésa es la cuestión. Que puede que nada de lo que le muestra el subconsciente esté “dentro”, puede que todo ahí sea tan palpable como la fragilidad que observa en esos dedos furtivos que se entrelazan temblorosamente bajo el enredo de las mangas de sus túnicas.
Quizá es por eso que no parece un sueño.
“Hay que saber cuándo dar importancia al tiempo, Remus.”
-¿Está incluido en tus planes aquí ir a hacerle una visita a Potter?
-Aún no es el momento.
-¿Y quién decide eso?
Snape deja la taza de té a un lado. La ha aceptado por compromiso, supone, porque siempre ha mirado con ojos despectivos esa especie de apego que tiene el licántropo hacia las tazas humeantes, el movimiento acompasado de la cucharilla que traquetea a través del líquido contra la cerámica y que, en teoría, es tan estimulante como la cocción que desprende el vapor que embadurna sus párpados. Sosegada en apariencia, pero con toda esa mezcla de sensaciones expectantes removiéndose allí dentro. Igualita que quien la ha estado sirviendo.
-Él mismo, por supuesto.
-Potter ha venido para verte porque tú se lo has pedido. Creo que podrías interpretarlo como que ya lo ha decidido.
-No es así exactamente.
-¿No se lo has pedido?
-No, sí se lo he pedido, sólo que no para que viniera a verme.
-¿Y qué papel juego yo dentro de todo esto?
Remus da un sorbo más a su té y desliza la taza sobre el plato que sostiene en la otra mano.
-¿Viste lo que hizo Luna hace dos noches?
Snape abre un poco más los ojos, controlándolos lo suficiente como para no parecer demasiado alterado. No sabe si le sorprende del todo porque, al tiempo que no se esperaba la pregunta, también es consciente de que el otro conoce la respuesta y el interrogante sólo está ahí para ser amable.
-¿Qué significa toda esta historia, Lupin? -Frunce el ceño. El aire parece que pesa-. ¿Desde cuándo te gusta andarte con rodeos?
Remus deja entrever el ensanche que se desliza a la perfección tras el borde de la taza que regresa a sus labios.
-Desde que vine aquí, supongo.
-¿Y no podrías haberte buscado un habitáculo menos parecido al que tenías en Londres?
-Tú no has estado en el que yo tenía en Londres -replica Remus, volviendo a alargar unos labios que esta vez se reservan muy poco.
Snape no puede evitar el carraspeo tras la garganta.
-Por supuesto.
Y vuelve a hacerse con la puñetera taza.
Normalmente, no se acuerda nunca de lo que sueña. Y cuando dice “nunca”, quiere decir todavía más. Para Severus, soñar consiste en un cuadro de oscuridad que envuelve su entorno hasta que los ojos regresan a mostrarle el techo bañado por la luz del día siguiente, así que lo que le viene pasando desde que ha llegado a ese sitio no se queda sólo en una simple molestia.
No recuerda que en todos aquellos años en Hogwarts que transcurrieron con él de profesor implicaran fijarse demasiado en esas dos. McGonagall por supuesto que merecía su atención (animaga, cercana a Dumbledore y miembro de la Orden del Fénix), pero la otra…
“¡Oh, Dios mío, profesor Snape, lleva toda la semana muy pálido! ¿Quiere que hablemos?”
En fin. En su momento, consistía en cosas como aquella. Ahora, en sus sueños, el tema resulta muy distinto.
“Me gustaría saber qué opina.”
Severus no va a evitar los levantamientos de ceja ni siquiera en su propio subconsciente.
“¿Qué opino sobre qué?”
“Sobre nosotras.”
Y ya llevan siendo unas cuantas noches con esas miradas que observa a distancia lo suficientemente grabadas.
“No sé qué espera que opine.”
A lo mejor debería responderle tan rápido como clara tiene la idea en su cabeza. Porque ver a la jefa de Gryffindor compartir esa clase de sonrisas con otra persona quizá merezca más que una mera sorpresa sarcástica.
“Esto también tiene que ver con usted.”
“Lo dudo. Sólo veo escenas que no me interesan, mientras usted está en ellas al mismo tiempo que aquí tratando de comentarlas conmigo.”
Entonces, las pupilas abismalmente abiertas de Trelawney se relajan tanto que si Snape no se había preocupado antes, lo hace en ese preciso instante.
“El ser humano cree que no puede elegir lo que sueña.” La profesora de Adivinación suele hacer que se despierte, después de ese tipo de frases. “Menos aún saber por qué lo sueña.”
Son las cinco y media de la mañana y Harry no puede dormir. Está sentado sobre la cama de su habitación, observando la ventana abierta por la que se cuela el frío glacial de Cuzco que, en lugar de tratar de evitar con un hechizo que la cierre o que aporte un poco de calidez al espacio, recibe sin más reacción que la de querer sentir algo, averiguar algo, necesitar algo.
Por su cerebro sólo circula el recuerdo de la noche pasada: la luz, el trance de Luna, la figura vestida de blanco, los ojos de Draco, el mismo frío de la noche que su organismo no logra asimilar ahora ni la mitad de lo que lo hizo en aquel momento, cuando apreció lo fácil que era para su boca esbozar un ensanche balsámico después de tanto tiempo dormido.
Harry, no voy a volver. No te voy a explicar ahora mis razones, no por carta. Las descubrirás cuando vengas, porque tienes que venir y verlo todo con tus propios ojos. Sólo así sabrás por qué digo que aquí está mi paraíso en la tierra. Cuando anochece, Harry, el cielo se cuaja de estrellas, es todo un espectáculo.
¿Y ahora qué, Remus? Al joven le entran unas ganas odiosas de estrujar el pergamino entre sus dedos cuando, por la enésima lectura, llega a esa maldita parte. ¿Qué se supone que debo hacer ahora?
-Para empezar, salir al mundo exterior. No sé qué esperas ganar encerrado dos días enteros.
Y no es la voz de Remus. Para nada. Empezando por lo primero que registraría racionalmente (¿qué coño hace otro ser supuestamente pensante en mi habitación y a estas horas de la madrugada?), no es la voz de Remus.
-Sí, sí, no pongas esa cara de pánfilo, anda.
Es la voz de Ginny. Es la cara de Ginny.
-No estás soñando.
Es Ginny.
-Aunque, la verdad, creo que, hoy por hoy, eres el único que no lo hace.
Ginny.
Antes de que pueda pronunciar su nombre en voz alta, se descubre de pie, nuevamente solo, con la palma de la mano abierta contra el cristal de la ventana cerrada y la luz incesante de un nuevo día que bordea su extremidad de la forma más poética que ha visto en su vida.
-Ginny…
Cuando Sirius murió, empezó a pensar más de lo que ya lo hacía. La muerte no deja de ser muerte por el simple hecho de que el azar te señale a ti para que sufras la pérdida de ese alguien, por supuesto que no va a creerse tan pretencioso. Cuando pensaba que Canuto era inmortal, no tenía en mente más que a su amigo frente a todo y frente a todos, porque Sirius era capaz de hacerte creer que la naturaleza corriente no tenía nada que ver con sus labios perfectos o la infinidad abrumadora de las pupilas que le recorrían en tan sólo una ojeada directa. Y cuando ocurrió, cuando el velo se llevó a Sirius, lo primero que sintió pudo resumirse en una inmensa vergüenza hacia sí mismo, así que, cualesquiera que fueran los segundos que debieron de transcurrir al sostener la carta de Luna mientras todavía estaba en Londres, a Remus se le antojaron igual de veloces que la cantidad de pensamientos atropellados que comenzaron a desatarse en el interior de su cabeza.
Estúpido. No seas estúpido, es lo último que te faltaba.
Quizá todo el interminable asunto de la guerra haya supuesto la mayor barrera para no permitirle escarbar hasta donde le es totalmente posible. Quizá, ahora que Voldemort está muerto y no hay guerra oficial de por medio, haya logrado, por fin, disponer de todas las fuerzas necesarias para averiguar más sobre esa flor y conducir sus pasos hasta Cuzco.
Palabras como “revivir” o “recuperar” no tienen cabida alguna dentro de lo que pretende, una vez allí. Claro que desea ser feliz; claro que, a pesar de todo, no intenta engañarse. Lo único que busca es saber, lo único que ha venido a encontrar es esa diferencia entre la realidad y lo que quiera que haya en el lado opuesto, porque está seguro de que ya sea cerca, allí mismo o en el punto intermedio que los conecta a ambos va a descubrirle. Sin que signifique que esté vivo. Sin que signifique que haya vuelto para quedarse otra vez a su lado.
“Puedo entender por qué ha querido que viniera Harry, en ese caso.” En el sueño de esa noche, McGonagall y él están sentados sobre el césped, cerca de un árbol igual a ése en el que, minutos antes, habían estado ella y Trelawney. “Pero ¿había necesidad también de traer al profesor Snape?”
“¿Le desagrada la idea?”
“Trato de ponerme en el lugar de Severus y no, no me hace demasiada gracia, lo cierto.”
“Me está culpando, supongo.”
“¿Es que no se siente culpable por su cuenta, acaso?”
“Fue hace mucho tiempo, Minerva.”
“Como si alguno de los dos creyera eso…”
A la profesora todavía le quedan restos de las flores con las que Sybill trataba de representarle la forma que había visto aquella tarde, cuando leía las hojas del té.
“No sabía que frecuentasen estos sitios.” Lupin sonríe, omitiendo el …donde suelen ir los adolescentes como puede.
“Y no lo hacemos.” responde McGonagall, muy tajante.
Remus no tiene intención de culparla.
Bien mirado, ahora que posee la oportunidad de estudiarlo detenidamente, el odio que sentía hacia Black no iba para nada relacionado con Lupin, y es curioso. De hecho, “odio” le parece una palabra hasta demasiado superflua. Nunca ha podido encontrar vocablos ya existentes para describir nada suyo. Claro que podrá utilizar el lenguaje para hablar, pero eso no significa que el lenguaje pueda hablar de él.
“Profesor Snape…”
Por otra parte, las noches en este lugar están siendo una verdadera tortura.
“¿Piensa aparecérseme siempre, profesora Trelawney?” gruñe tras un suspiro, fijo en las tazas de té que hay sobre la mesa donde están sentados.
“¿No le gusta el sitio de hoy?” responde la interpelada, regresando a esos ojos que bien podrían abarcar todo el espacio. “Mis alumnos no se han quejado nunca.”
“¿Quiere decir?”
“¿No va a beberse el té?”
“No creo que sirva de mucho en un sueño.”
“Pero está ahí por una razón.”
Vale, sí. La metáfora del té y Remus Lupin. No necesita que una chiflada se la repita.
“Él no le ha hecho venir porque quiera verle sufrir.”
“¿Y usted qué sabe?” Frunciendo el ceño, percatándose de que, justo al mismo tiempo, la cerámica ha empezado a temblar. “¡Sólo es parte de mi subconsciente, no una fuente fiable!”
Aquel día. Hace años. Ni siquiera puede recordarlo como algo bonito.
Bonito. Otra maldita palabra superflua.
“Le importa. De verdad que usted le importa.”
“No tiene vela en este entierro, de modo que cierre la boca.”
La primera vez, pasó incluso antes de que hubiera nada oficial con Sirius y fue sólo cuestión de labios. Rapidez, estirón de corbata y el camuflaje de la oscuridad de aquella esquina solitaria. La segunda ya fue la definitiva. Ya fue aquel día, y sabía tanto a culpabilidad y sufrimiento que Lupin se encargó de que se repitiera hasta llegar a la perfecta.
“No hace falta que finjas amabilidad incluso en esto.”
“Retira la mano de ahí, entonces.”
Sabía que Lupin estaba enamorado de Black, nunca le preguntó qué cojones pretendía con todo aquello. Se concentraba tan sólo en su boca, en el recorrido que podía emprender por su torso, en la reciprocidad de los mordiscos de Remus alrededor de su cuerpo…
“¿No vas a decir nada?”
“Cállate, Lupin.”
Y aunque sabía también que el licántropo no era capaz de engañar a alguien a quien quisiera; aunque, a pesar de ese conocimiento, seguía sabiendo que jamás jamás iba a disponer de esas palabras (superfluas palabras), la manera en la que Remus apretaba los dedos contra su espalda aún sigue en su piel, memorizada… como si, de verdad, fueran a permanecer allí de por vida.
“Le importa.”
Sólo después de despegar los ojos para encontrarse con el techo, cae en la cuenta de que ése ha sido el único sueño donde no la ha visto con McGonagall.
Parecen, quizá, unas manos demasiado endebles para sujetar, siquiera, una varita. Sólo que no; ambos las han visto en acción fuera de los sueños y dentro de ellos, saben que pueden asirse entre ellas con fuerza, sin más anhelo que mantenerla.
McGonagall y Trelawney. Juntas. Como nadie las haya imaginado o visto. Tanto Remus como Snape se han visto incapaces de apartar la mirada y, a pesar de que no son ellos sino el subconsciente quien lo decide, tampoco después se han escandalizado ante la idea. Suponen que ése no es el meollo; que, de todas maneras, nunca han observado nada grotesco. No están en la edad ni en el momento y ambos, precisamente, no tienen nada que criticar a eso.
Debaten, eso sí, para sus adentros, continuamente el significado. El porqué de ellas y sólo ellas.
No son una pareja normal. Cuando McGonagall pone los ojos en blanco cada vez que la escucha, cuando Trelawney clava las uñas en la tela de sus ropas y murmura sandeces ni muy cerca ni muy lejos de su rostro no quiere decir lo que a simple vista parece, porque ésa precisamente, esa clase de vista, no sirve para ellas. No recoge la delicadez que adoptan las pupilas de Sybill, que mueren por llegar a las suyas. No asimila el deje de suavidad de las yemas de Minerva, que le sujetan los hombros como pueden. Sencillamente, está fuera de su alcance. Porque las dos son conscientes de que la costumbre ha conseguido ahuecarse en los años. Porque las dos son conscientes de que la necesidad, lo que pretenden y no pretenden, simplemente no tiene importancia. No cuando algo en su interior se ha asentado. Cuando sus presencias, sus voces, sus pieles han llegado a ese punto, a ese lugar, a ese conocimiento.
Tal vez, estén ahí todas las noches para mostrárselo, para transmitírselo, para hacerles ver que ellos no lo tienen tan lejos.
-¿Las reservas de té no se te acaban nunca?
Ese día. Esa nueva tarde en Cuzco compartiendo espacio con Remus Lupin, se fija en que éste ha cerrado la puerta con un hechizo nada más tenerle dentro.
-¿Puedo hacerte una pregunta? -le interrumpe, ignorando la de Severus, mientras éste no es capaz de despegar los ojos de la salida recién obstruida.
-¿Ya se va acercando el momento de Potter o prosigue todavía el misterio?
El licántropo vuelve a ignorar sus preguntas, mirando fijamente hacia los enormes haces de luz que traspasan la ventana.
-¿Has soñado algo raro estos últimos días?
Eslabón VII