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arespredatorPalabras elegidas: -
Personaje: es un yōkai del folclore japonés. Durante el día parecen seres humanos normales, pero por la noche que adquieren la habilidad de estirar su cuello para grandes longitudes como una serpiente. Alguna vez los rokurokubi fueron personas, generalmente mujeres, pero fueron transformados por el karma para romper diversos preceptos del budismo. A menudo, estos rokurokubi son verdaderamente siniestros.
Rating: PG16
Palabras: 3926
El día se tiñe de naranjas y ocres mientras el Sol se oculta entre los edificios. Yuko corre con la mochila ajustada sobre los hombros. Se maldice a sí mismo por llegar tarde. Al fin ha conseguido un alquiler cerca de la universidad. Por la mañana habló con el casero, quien por su parte concretó una cita para esa misma tarde.
Sin embargo, las prácticas en el laboratorio se alargaron en exceso. Mira su reloj, son las 19.35. La cita era a las 20.00 y aún debía llegar a la estación de metro y realizar un trayecto de cinco estaciones. “Maldición, no llegaré a tiempo y no conseguiré el alquiler”. Se lamenta Yuko al tiempo que salta de dos en dos los escalones de acceso al metro. Por suerte, a esas horas no hay mucha gente, mantiene su carrera hasta que un guardia uniformado le llama la atención.
-¡Joven, no corra. Podría tropezar con alguien! -grita el guardia mientras levanta una mano enguantada.
-¡Lo sé y lo siento! ¡Llego tarde!
-¡No es excusa! ¡Ten más respeto!
Yuko aminora el paso ante la inquisitiva mirada del guardia. Mantiene el paso ligero, al tiempo que mira de reojo. Se acerca a la máquina expendedora más cercana. Revisa el trayecto e introduce 3.000 yenes. Un zumbido metálico y su billete aparece en una bandeja plateada. Una figura familiar se mueve por el rabillo del ojo. Vestida de azul intenso, con guantes blancos. Se vuelve muy despacio. El guardia está allí. Sonríe y realiza una reverencia. “Lo que me faltaba” piensa.
Ambos avanzan por un pasillo que desembocaba en la estación. Mantienen las distancias pero sin verse directamente. Un cartel luminoso muestra las diferentes rutas y el tiempo de llegada de cada tren. Aguarda unos instantes y el número de su tren apareció en pantalla. Dos minutos. Mira su reloj, las 19.47. Podría llegar a tiempo. Al poco un sonido inconfundible, el traqueteo de un tren avanza por el oscuro túnel. Todos los viajeros se disponen de manera ordenada sobre las lineas que delimitan la entrada y salida de viajeros. La cabecera del tren se presenta majestuosa, reflejando cada luz de la estación. Yuko sigue el movimiento ondulante de cada vagón con la mirada.
Por fin se detiene. Un silbido y las puertas se abren con un chasquido hidráulico. Gran cantidad de gente se apea, el resto aguarda paciente hasta que el último pasajero abandona el vagón correspondiente. Suben al tren sin prisa pero sin pausa. Yuko entra e intenta quedarse cerca de la puerta. Sin embargo es empujado hacia el interior del vagón. Entre la gente busca en el andén, mira de un lado a otro. El guardia ha desparecido. Tal como llegó, se fue.
Cinco estaciones más tarde, una voz artificial anuncia su parada. La gente que no desea salir se hace a un lado de forma respetuosa. Yuko sale acompañado de unas cuantas personas más. La estación está medio vacía. Le entran ganas de volver a la carrera, se detiene y mira a su alrededor. La sombra del guardia le persigue, sin embargo no ve a ninguno. Toma la decisión de ir a paso ligero, sin llegar a correr. Alcanza la salida del metro. Se detiene junto a un plano de la zona para localizar la casa de Danjuro, el propietario.
Ya en la calle mira su reloj. Las 20.03, se sitúa y sale a la carrera. Esquiva transeúntes. Algunos le increpan, otros clavan su mirada enfurecida sobre él. Un grupo de chicas se ríe al verle tropezar, manteniendo el equilibrio en el último momento. Gira una esquina, unos metros más adelante ve el edificio. La carrera final. Jadeando llega hasta la puerta. Pulsa el interfono.
-¿Sí? ¿Quién es?
-¿Señor Danjuro? Soy Yuko, el estudiante que habló con usted. Vengo a ver la habitación.
-¡Ah! Sí, adelante.
La puerta se desbloquea con un ligero golpe de resorte. En la entrada, se detiene un momento a recuperar el aliento. El aire es ligero. Cuando sus ojos se acostumbran a la penumbra pasea sus mirada por la estancia. A un lado, una fila de buzones, cada uno numerados. Algunos con los nombres de los inquilinos y otros vacíos. La pared, revestida con paneles de madera, es decorada por varias pinturas de tranquilizadores paisajes. Respira profundo tres veces.
Se dirige hacia las escaleras. Sube un piso y llama a la única puerta en todo el rellano. Pasan pocos segundos y abre un anciano de cara sonriente.
-Pasa por favor -dice amablemente el anciano.
-Gracias -responde Yuko con una reverencia.
Se descalza y le sigue hasta una pequeña habitación. Ambos se sientan ante una pequeña mesa. Danjuro comienza a preparar el té. Sin dejar de sonreír, pregunta.
-Bueno, Yuko. ¿Qué estás estudiando? ¿Cuánto tiempo llevas en la universidad?
-Estudio periodismo. En estos momentos curso mi segundo año.
-Eso es bueno. Necesitamos periodistas que cuenten la verdad. Que sean respetuosos con la gente. ¿Podrás pagar el alquiler?
-Trabajo a media jornada en un periódico local. Los fines de semana ayudo a mi padre con su trabajo.
-Así me gusta. Pocos son los jóvenes que se esfuerzan hoy en día. Muchos sólo quieren salir a divertirse. No saben lo que es el trabajo duro -responde mientras le ofrece una taza humeante.
-Gracias, señor.
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Yuko abre la puerta de su nueva casa. Paquetes y bolsas esparcidas por todas las habitaciones le dan la bienvenida. Deja la mochila en el suelo y se dirige al baño. Abre el grifo de la ducha, al poco una columna de vapor llena la pequeña estancia. Mientras se lava piensa en todo lo que le queda por hacer. Entre terminar la mudanza, acabar un par de trabajos y ayudar a su padre este mes tendrá poco tiempo para él.
Más cómodo y relajado comienza a desempaquetar sus pertenencias. Lo primero es la ropa que, tan cuidadosamente, su madre ha lavado y planchado. La coloca en un armario al lado de su cama. Le llega el turno a los libros, que terminan apilados alrededor de una pequeña mesa en el salón por falta de espacio en las estanterías.
Al cabo de un par de horas, lo tiene casi todo listo. Abre la nevera y coge una lata de cerveza. Un merecido descanso. Mientras se sienta en el sofá, alcanza el mando de la televisión y abre una bolsa de patatas fritas. Un vistazo rápido a cada uno de los canales y decide ver una película, sin saber muy bien sobre que trata. Cualquiera es válida para despejar un poco la cabeza. Mira por la ventana, es casi de noche. Al menos, mañana no tendrá que levantarse muy temprano para ayudar a su padre con el reparto. Termina su cerveza y come las últimas patatas de la bolsa. El sonido de la televisión se acolcha, los párpados se cierran y todo a su alrededor se torna borroso. Cae en un profundo sueño.
Abre los ojos, su corazón late deprisa. Se ha quedado dormido en el sofá. Mira a su alrededor, ha comenzado a amanecer. “Maldita sea, ¿era un sueño? Una pesadilla”, piensa mientras se levanta. “Me pareció haber escuchado un grito, un llanto...” Media hora más tarde abre la puerta de su casa. Luces y sombras visten el pasillo. Cierra la puerta y se encamina hacia el ascensor. Sonríe mientras piensa en la sorpresa que dará a sus padres. Les llevará el desayuno antes de que se levanten. Hoy será un buen día.
Llama al ascensor y mientras espera su cuerpo se tensa. El ambiente es ahora un poco más denso, más gris, más triste. A sus espaldas algo se mueve. Gira como un resorte. No hay nadie. Sin embargo es capaz de distinguir una figura al fondo del pasillo. Parece una mujer. La ve de espaldas, su negra y larga cabellera le llega hasta la cintura. Respira tranquilo, un pequeño susto, nada más. La mujer se detiene frente a una de las casas, abre la puerta y desaparece en su interior.
Antes de abrir la puerta de la calle, escucha un grito espeluznante. La sangre se le hiela. Mira en todas direcciones. Parece como si viniese del edificio. Corre escaleras arriba y llama a la puerta Danjuro.
-¿Sí? ¿Quién es?
-Soy Yuko.
La puerta se abre y el anciano mira de arriba a abajo al joven.
-¿Algún problema?
-¿No lo ha oído? Alguien ha gritado, deberíamos llamar a la policía.
El gesto de Danjuro se contrae. Su mirada afable se torna inquisidora.
-¿Gritar? No he escuchado nada Yuko. ¿Estás seguro? -replica frunciendo el ceño. Yuko duda, ya no tiene claro si el grito a sido una mala pasada de su imaginación, o real.
-Me pareció que alguien gritaba. Ahora no estoy tan seguro.
-Tal vez sea la televisión de algún vecino. No te preocupes muchacho.
-Tiene usted razón, debió ser una televisión con el volumen muy alto. Siento haberle molestado -responde Yuko.
Danjuro cierra la puerta y Yuko sale a la calle preocupado todavía por aquel grito. Antes de girar la esquina se detiene a mirar por última vez cada uno de los pisos. Se encoje de hombros y se dirige al metro.
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Las clases resultan interminables. Los profesores van y vienen, cada uno da el correspondiente temario. Manda ejercicios y se marcha. Desesperado, Yuko mira el reloj cada cinco minutos. El tiempo se dilata hasta convertirse en una pesadilla. No ve el momento de salir a tomar un poco el aire.
-¡Yuko, Yuko! -grita una chica al otro lado del pasillo. Es Akako, una amiga del instituto-. ¡Que no se te olvide el trabajo para este fin de semana!
Yuko sonríe con un gesto afirmativo. Un amigo le propina un suave codazo en las costillas.
-¿Un trabajo? ¿Qué clase de trabajo? -le pregunta con una sonrisa irónica en los labios.
-¡Oh vamos! Déjalo ya Eichi.
-¿Que lo deje? Amigo, estas colado por esa chica desde hace ¿Cuánto? ¿Desde que os conocisteis en el instituto?
-Más o menos, ¿Y qué?
-Que deberías intentar algo, no sé. Lanzarte.
-Sí, buena idea y que su novio me parta la cara.
-Vamos, vamos. No será para tanto. A parte, tú no eres celoso, ¿Verdad? -se ríe mientras rodea con su brazo el cuello de su amigo a modo de presa-. Venga, te invito a comer.
Ambos salen del edificio universitario. El sol brilla pero no calienta lo suficiente. La mañana es fría y el vaho de su respiración da fe de ello. Se dirigen, entre bromas y comentarios, al restaurante. El interior es cálido y un olor a comida recién preparada inunda cada rincón.
Las tripas de Yuko rugen con fuerza.
-Vaya, pues sí que tienes hambre -comenta Eichi con una sonora carcajada. Al poco se encuentran saboreando un plato de tallarines con carne.
-Aún no me has invitado a ver tu nuevo piso. ¿Cómo es?
-Es genial, ahora sólo tardo cuarenta y cinco minutos en llegar hasta aquí.
-¡Uau! Yo aún tardo casi dos horas en ir y otras dos en volver. Espero encontrar pronto algún trabajo con el que me pueda pagar un alquiler como el tuyo.
La conversación se alarga durante una hora más. Los recuerdos se mezclan con planes de futuro, con bandas de música, con conciertos, con video-juegos y libros, con miles de historias aún por empezar y otras tantas por terminar. Una campana anuncia el comienzo de las clases. Se levantan, recogen sus cosas y se prestan a enfrentarse a otros cuatro profesores tan divertidos como los anteriores. Aunque esta vez lo harán con el estómago lleno.
Al final de las clases ambos amigos se despiden. Eichi aguarda el autobús que le dejará en la estación de tren del norte, Yuko se dirige hacia la boca de metro más cercana.
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La noche cubre la ciudad cuando Yuko sale del metro. La luz de las farolas ilumina el camino a casa. Está cansado y no para de bostezar, el día ha sido largo. A lo lejos ve una figura cerca de su portal. Parece una mujer, no la distingue muy bien pero su falda le delata. Sí, es una mujer cargada de bolsas con comida. Según camina la mujer se define mejor. La media melena se agita con el viento.
Un momento, no hay viento. “¿Serán imaginaciones mías?” piensa Yuko al tiempo que rebusca las llaves en su bolsillo.
La mujer entra en el portal. “Bueno, al menos tengo una vecina guapa”. Acelera el paso para ver si puede coincidir con ella. La puerta se cierra a pocos metros de llegar. Saca las llaves y la abre en el mismo instante que se cierra el ascensor, dejando la entrada sumida en la oscuridad. “Otra vez será”.
Ya en casa, deja la mochila en la entrada. Se prepara para asearse antes de cenar cuando un relámpago ilumina todo el salón. Sin previo aviso se levanta un fuerte vendaval. Yuko corre a cerrar todas las ventanas entre papeles que vuelan por los aires. Recoge las hojas, cuadernos y demás objetos esparcidos por el suelo. Maldice entre dientes el desastre producido en tan poco tiempo.
Un relámpago, un trueno y se apaga la luz. Permanece inmóvil mientras los ojos se acostumbran a la oscuridad. Con sumo cuidado esquiva una mesa, una silla, hasta que su rodilla golpea con el canto de una estantería. El dolor le paraliza, “¡Joder, como duele!”, grita al tiempo que se frota la rodilla. Observa por la ventana, un apagón general. Ahora toca esperar a que la sub-estación entre en modo automático, o vaya el técnico a repararla.
“¿Dónde había puesto la linterna?”, se pregunta. Busca en los cajones más cercanos, a tientas. “¡Ah, ya sé!” dirige sus pasos hacia el salón. Otro relámpago seguido al instante por un trueno. Un ligero murmullo se convierte en un rugido cuando la lluvia se transforma en un aguacero. Mira por la ventana, los edificios más cercanos están ocultos bajo un grueso telón de gotas de lluvia. Enciende la linterna y la tenue luz recorre las paredes, el sofá, la televisión. Con un poco más de seguridad abre la puerta de la nevera. Esta noche toca comer frío por lo que parece. Deja la linterna sobre la encimera. Saca un tazón, un plato y unos palillos. Abre el microondas, lo cierra de nuevo con una sonrisa en la cara.
Vierte el contenido de un tupper en el tazón. Lo que debían ser unos tallarines son ahora una pasta grumosa mezclada. Plof, el ruido gelatinoso le indica que su cena está servida. Gira para alcanzar la linterna cuando su corazón da un vuelco, en lo que dura un parpadeo le ha parecido ver la cara de una mujer tras los cristales del salón. Una cara sin rostro, el pelo enmarañado, una sonrisa pérfida, abominable. Juraría que su cuello… Su cuello era anormalmente largo.
Su corazón no para de latir desenfrenado, en la boca un nudo se niega a deshacerse. Le tiembla el cuerpo. Un escalofrío se agarra a su columna. Respira profundo, agarra el tazón y tiembla como un niño pequeño. El instinto le clava en el suelo, incapaz de mover un pie en dirección al salón. Tan cerca de las ventanas, tan cerca de esa cosa.
Un leve tintineo y la luz de su habitación se enciende. Deja el tazón y corre a encender la luz de la cocina. La habitación se llena con un resplandor blanquecino. El viento continua azotando con fuerza los cristales. Un rayo cae cerca, y la casa entera tiembla. Las luces parpadean, de nuevo oscuridad.
Casi a la carrera, Yuko alcanza de nuevo la linterna. Esta vez parece que el apagón se ha producido en el edificio. Cierra los ojos y se concentra en el sonido de la lluvia. Su corazón se tranquiliza al cabo de un tiempo. Se acerca hasta cuadro eléctrico, sube el diferencial. Nada. Lo vuelve a intentar, sin éxito.
Aún con la imagen de la extraña mujer en su cabeza decide ir a ver al casero. El pasillo que da al ascensor se ilumina con los relámpagos creando sombras y luces que duran apenas unos segundos. Linterna en mano se abre camino entre la penumbra.
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Baja las escaleras con cuidado, pero sin demorarse mucho tiempo. Amortiguado, el sonido de la tormenta rebota en las paredes. La linterna enfoca aquí y allá rasgando la total oscuridad. Únicamente las luces de emergencia indican la posición de las puertas de cada piso.
Al fin, alcanza el primer piso. La boca está tan seca que le cuesta tragar. Empuja la puerta y se abre con un sonido seco y pesado. Enfoca en todas direcciones, esperando encontrarse con alguien o con algo. La oscura soledad le da la bienvenida. Unos pasos más y llama a la puerta de su casero.
-¿Señor Danjuro? -pregunta. Unos pasos avanzan hacia la puerta.
-Sí, un momento. -Danjuro aparece sujetando una pequeña lámpara eléctrica-. ¿Qué quieres?
-La luz se ha ido sólo en este edificio, pensé que podríamos echarle un vistazo al cuadro eléctrico. Tal vez haya saltado algún plomo.
-Esta bien muchacho. Toma las llaves…
En el mismo instante que Yuko cierra la mano, un desgarrador grito eclipsa el sonido de la tormenta. Se miran el uno al otro sin saber que decir.
-No ha sido la televisión… -musita Yuko. Danjuro palidece por momentos petrificado, sólo sus ojos se mueven en todas direcciones.
Yuko se encamina de nuevo hacia las escaleras. Danjuro, con una lágrima recorriendo su mejilla susurra: “No vayas”, pero es demasiado tarde. La puerta se cierra y Yuko comienza a subir las escaleras. En la lejanía escucha un lamento amargo seguido de una voz ronca, tajante. Sube un par de pisos, le falta el aliento. Ahora el lamento se escucha con mayor claridad. Tiene miedo pero no deja de subir escaleras. Su linterna alumbra cada vez con mayor desesperación cada tramo. Se detiene para tomar aire y tras la puerta el llanto de una mujer invade por completo el rellano.
Vuelve a enfocar, el piso número cuatro. Abre la puerta y vuelven los sonidos de la tormenta.
-¿¡Hola!? -grita. Un relámpago responde con un destello de luz muda-. ¿¡Ocurre algo!? Estoy aquí para ayudar.
Escucha una voz femenina grave.
-¡Ves! Te dije que dejaras de llorar, e-s-t-ú-p-i-d-a. -deletrea con venenosa malicia-. Puerca, dame de comer. Inútil. Nunca has servido para nada...
Yuko avanza con cuidado, tratando de localizar aquella voz. “Tal vez sea mejor llamar a la policía”, piensa mientras rebusca en sus bolsillos. “¡Mierda! El móvil lo dejé en casa”.
Se mueve con cautela por el largo pasillo. Un relámpago seguido de un trueno. Los cristales retumban con fuerza. Observa cada uno de las residencias, intentando localizar la larga letanía de sollozos e insultos. Se detiene frente a una. Se acerca para escuchar mejor. Aquí es. Oye con claridad el llanto de una mujer. Traga saliva y llama.
-¿Hola? -pregunta con una voz un tanto insegura. El llanto se detiene. Escucha pasos acercándose, por instinto se retira.
La silueta de una mujer se recorta en el marco de la puerta. Lentamente Yuko enfoca con su linterna. Le tiembla todo el cuerpo, la respiración se vuelve inconexa. Cuando por fin el haz de luz alcanza el rostro de la mujer, grita.
-¡Perdón! Me he asustado. ¿Se encuentra bien? La he oído llorar -se disculpa con una reverencia.
-Me llamo Akiko, ¿podrías ayudarme? No puedo calentar la comida -responde la mujer con voz trémula.
-Será un poco difícil, la luz se ha ido en todo el edificio. Ahora mismo iba a mirar el cuadro eléctrico.
-Por favor…
-Señorita, yo…
Yuko salta hacia atrás y golpea la cabeza contra el muro. La linterna cae al suelo, el cristal se rompe y deja de funcionar. El fogonazo de un relámpago confirma lo que sus ojos han visto: El cabello de la mujer se mueve, tentáculos de pelo sisean en la oscuridad. La mujer grita mostrando una dentadura mellada, alarga unos brazos famélicos intentando atrapar a Yuko.
En el último instante, Yuko gira sobre sí mismo y sale a la carrera. No quiere mirar atrás. Escucha movimiento detrás de él, un siseo continuo arropado por un llanto lastimero. De repente, un grito.
-¡¡No dejes que se escape!!
Yuko corre desesperado, el final del pasillo parece estar a kilómetros de distancia. Cuando ve la salida hacia las escaleras, salta con todas sus fueras. El golpe abre la puerta y cae rodando en el rellano de las escaleras. De una patada y consigue cerrar justo cuando el ser está apunto de atravesar el umbral.
Un golpe seco, un lamento amargo y finalmente un lloro desesperado.
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No espera ni un segundo. Aunque el hombro le duele por el impacto, sube las escaleras antes de que ese monstruo decida abrir la puerta. Intenta no tropezar en la oscuridad. Su mano no abandona la barandilla metálica. La vista comienza a enturbiarse, una lágrima recorre su mejilla. Incapaz de pensar con claridad sólo desea huir, alejarse de aquel edificio.
Se detiene en seco, reprime un grito cuando escucha una puerta abrirse. Un aterrador aullido comienza a subir pisos. Mira a su alrededor. Ha subido hasta el noveno y último piso. Una puerta enrejada le impide el paso hasta la azotea. Se gira y entra de nuevo al descansillo. Otro pasillo oscuro le aguarda, la tormenta alumbra esporádicamente paredes y puertas. Coge aliento y se lanza de nuevo a la carrera.
-¡Ayuda! ¡Socorro! -grita con todas sus fuerzas.
Por primera vez cae en la cuenta, el edificio entero parece estar deshabitado. No ha visto a ningún vecino, salvo el casero y a ese… ese Yökai. Sin saber muy bien porqué, recuerda a su abuela y los cuentos sobre terribles espíritus condenados que tanto le fascinaban y asustaban cuando era pequeño. Siempre pensó que eran leyendas, mitos, historias para entretener a los niños. Esta vez era real, existían.
Sabe que está cerca, con casi total seguridad a punto de alcanzar el piso donde se encuentra. Vuelve a detenerse. Se percata de una fatal casualidad, la única salida es el ascensor, pero no hay electricidad. Llora de rabia y desesperación, se recuesta sobre la pared y cae al suelo con las manos tapándole la cara. No sabe qué hacer. Abre los dedos mirando hacia la puerta. De un momento a otro aparecerá y le condenará también a él. A una no-vida, a un lamento eterno.
Todo su cuerpo se tensa, una puerta se ha abierto. “No estoy solo”, piensa. De golpe se pone en pie y entre lágrimas distingue una cabeza que mira hacia los lados.
-¡Por favor, ayuda! -gimotea.
-Tranquilo hijo. Tan sólo se ha ido la luz -responde una mujer.
-No se lo va a creer, me está persiguiendo un Yökai -explica con voz cortada, mientras avanza sintiéndose un poco mejor.
-¿Un Yökai? Tales cosas no existen… Jijijijiji. Por cierto, puedes llamarme Azumi.
Yuko se queda de piedra. La cabeza de la mujer es sostenida por un cuello anormalmente largo. Otro relámpago y puede distinguir su rostro desfigurado. El de una mujer con una sonrisa llena de dientes afilados. El cuello se alarga un poco más entre crujidos de vértebras y piel estirada más de lo natural. Yuko no se mueve. Sus ojos se apartan de aquella horrible visión para toparse con una aberrante maraña de pelos que le rozan el cuello. Por su mente comienzan a pasar imágenes de sus amigos, de su familia, de Akako…
-Es hora de que te unas a nosotras, hijo… -sentencia el horrible ser que poco a poco acerca su rostro al de Yuko- El viejo siempre ha sabido cómo hacernos felices.