Autora:
anunustargaryenPalabras elegidas: -
Personaje: Thor, es el dios del trueno en la mitología nórdica y germánica, su arma es el martillo de guerra arrojadizo, llamado Mjolnir, tenía una gran área de influencia desde controlar el clima y las cosechas hasta la consagración, justicia, protección y batallas. El atributo más obvio del dios es su aspecto guerrero, gran cantidad de mitos lo describen abriéndose paso con su martillo de guerra entre hordas de gigantes.
Rating: PG16 - slash
Palabras: 1069
El viento le azota la cara, y le despeina, y hace que algo del polvo del camino se le meta en los ojos y que Thor se jure a sí mismo que no va a volver a dejarse convencer por dos dioses griegos, (porque son todos unos cabrones) a una carrera de caballos. Mucho menos en un día de viento. Y mucho menos, en medio de Asia Menor, cerca de Troya, donde sabe que Apolo tiene un influjo muy fuerte.
Aprieta los dientes cuando una abeja se acerca rápidamente por el frente y la esquiva. Hermes, detrás de él, no tiene tanta suerte, y suelta una maldición que hace que Thor desee que Zeus no esté escuchando.
Gruñe y espolea su caballo en pos de Apolo, que les lleva una buena ventaja (cierra los ojos y oye su risa cantarina al desaparecer, ve su pelo rubio como el Sol brillando y agitándose) y se pregunta cómo demonios ha conseguido ir tan rápido. Acaba perdiendo a Hermes, que se queda en una curva del camino, con el pelo rojo revuelto y cara de concentración, intentando alcanzarlo.
El camino acaba abruptamente en un claro tranquilo. Lo primero que hace Thor es comprobar que no haya ninfas, ni nada de eso. Los bosques de la Hélade están llenos de ninfas violadoras, y él no quiere acabar como el pobre Hermafrodito.
No hay ninfas. Solo está el caballo de Apolo, resoplando y sudando por el esfuerzo (Febo, eres un bruto) y el propio dios, apoyado contra un árbol, sonriendo con la tranquilidad del que gana.
Hermes está en una rama, los pies colgando en el aire y una sonrisa sardónica en los labios, una sonrisa que parece que le dice botas con alas, ¿recuerdas?
-No le gusta perder. -Apolo contiene una risita y se aparta el flequillo con tranquilidad.
-Has hecho trampas. -Thor le señala, acusador y ofendidísimo.
La risa de Hermes se oye por todo el bosque, y un par de pájaros salen despavoridos de la encina en la que están sentados los dos.
(Sureños cabrones.)
-No me gusta perder -Parafrasea a su hermano y se encoge de hombros-. Además, yo no tengo ni tuertos ni cantamañanas a los que impresionar. -Sonríe.
Thor ladea la cabeza. Evidentemente, lo de tuertos va por su padre. Pero Odín no canta, así que no entiende.
(Apolo sí, y se levanta con la misma sonrisa -hipócrita, hipócrita- pero un leve rastro de rabia en los ojos para pegar a su hermanastro la colleja del siglo.)
Pero como Thor no se entera, no pasa nada, y el juego acaba rápidamente cuando un grueso pergamino cae en medio de la hierba con un leve “paf”. Hermes se abalanza sobre él, saltando por encima de ambos y lo despliega, sentado en el suelo, con el pelo cobrizo revuelto sobre unos ojos dorados y un ceño que cada vez está más fruncido.
Se levanta y señala a su hermano con un dedo que casi, casi, parece una garra mientras se guarda el pergamino.
-Tus. Compañeros. Son. Todos. Unos. Imbéciles. -Le gruñe. Y después es todo Hermes farfullando cosas como más me vale avisar a Hades, o voy a matar a Eris o incluso es que son como putas crías, es que de verdad, luego el que tiene que trabajar soy yo.
-¿Qué pasa, Herm? -Apolo se acerca a él como un rayo, poniéndole la mano en el hombro.
Él se sacude, clavándole una mirada asesina.
-Hermes o Mercurio. Herm, nunca. -Está cabreado-. Me abro, Febo de los cojones. Dale recuerdos a Loki -le ladra a Thor.
Y se larga, montado en esas botas aladas que él nunca consigue ver.
-Vaya. Espero que no tenga nada que ver con Alejandro. Me cae bien -murmura Apolo, más para sí que para Thor.
-Si te refieres a Alejandro Magno, Apolo, aún no ha nacido. -Clava sus ojos verdes en los azules, enormes y despistados de la forma humana del dios del Sol; con una mirada de parece mentira que lo sepa yo y tú no.
-Ah, sí. Sí. -Suspira y parece un poco menos dios y un poco más Apolo-. A veces me... Descoloco. No pasa nada. -Vuelve a sonreír y le chispean los ojos y la voz-. ¡Bueno, pues estamos solitos!
Tira de su brazo con una risa cantarina y le muerde el labio inferior. Thor se deja llevar un poquito, y desliza una mano por los planos de su espalda, hunde la otra en el pelo rubio y suave, profundizando un beso que, lo sabe perfectamente, no es para nada correcto.
El griego deja escapar un gemido suave y le clava aún más los dientes, se vuelve un poco loco, clavándole también los dedos en la espalda, en el culo... un poco donde puede, jadeando contra su boca, contra su cuello, mordiéndole el lóbulo de la oreja, susurrándole cosas en griego que, aunque Thor no entienda nada, suenan de puta madre.
Sin embargo, en ese momento no puede ser. No puede ser porque a Thor no se le va de la cabeza en ligero descoloque de Apolo, no puede ser porque de repente el dios nórdico se acuerda de que no son humanos y de que hay cosas que no se pueden permitir. Se aparta un poco de Apolo, que le dirige una mirada de reproche.
-¡Oh vaaaaaaaaaaaaaamos, Thor! ¡Somos dioses! ¡Podemos hacer lo que queramos!
-No, Apolo, no podemos. No podemos -hace un gesto vago con la mano- esto. Porque no somos humanos.
Febo se separa de él con una mirada decepcionada y se encoge de hombros.
-Supongo que tienes razón. -Se aparta de él con suavidad y susurra bajito-. Supongo que tenemos demasiada responsabilidad. Podríamos provocar un cataclismo.
-Uno grande -corrobora Thor.
Aunque no es muy listo, sabe perfectamente que Apolo va a irse, de un momento a otro.
-Supongo que lo que pasa es que hay problemas con Troya, o algo así. -Sonríe, brillando tanto como el Sol al que representa-. Debería irme.
Y se va. Se va como un humano, pero sin mirar atrás.
Thor suspira. No es que los posibles sentimientos del rubio le importen lo más mínimo, porque lo conoce de sobras. El hecho de ser un dios sí que le molesta un poco. A veces. Todo su libre albedrío depende de Odín.
Aprieta los puños y los dientes, y decide que ya es hora de volver a casa.