Tiempo [May/Naike]

May 10, 2008 18:54



Fueron tontas, ilusas niñas que podían contar sus años con los dedos de las manos y que se pasaban el tiempo sin vivir la realidad. Fueron tontas, muy tontas.

Fueron tardes al sol, corriendo por la calle para huir de unos padres sobreprotectores. Fueron noches perdidas, escapadas de algún cuento cursi en que se detenían en mitad de la nada con cuatro míseros dólares en el bolsillo y el rumor de una risa resonando en sus cabecitas morenas. Fueron pequeños gestos, como entrelazarse las manos cuando nadie miraba o pelearse con un par de almohadas que no dejaban de llover plumas.

Y se conocían, se sentían, se vivían. Ahora May sonreía, Naike no tardaba en imitar sus gestos. Ahora Naike echaba a llorar y May no lloraba -no, eso nunca-, pero reía por las dos, daba golpecitos en unos hombros pequeños y trémulos con estelas negras zumbando por su mirada.

Fueron tontas, ilusas, idiotas de pensar cosas impensables. De vivir vidas imaginarias dónde surcaban el cielo como ángeles para aterrizar en los brazos abiertos de la otra y caer ambas recostadas contra una cama.

Y Naike ya no lloraba. Y May ya no tenía porque fingir. Y hubieran podido seguir así porque les apetecía, porque no había nada más, porque no les quedaba nada más.

Fue hermoso. Era tierno vivir con esa dulce culpabilidad incrustada en el pecho, pero tan diminuta, tan -tan, tan, tan- diminuta que sólo un verdadero especialista podría diferenciarlo de simple resignación.

Fue dulce que la pequeña niña de ojos llorosos que siempre se escondía detrás de los adultos dejase un poco atrás esa absurda timidez. Y la siguiera a todos sitios. Y viviera, respirara, muriese por ella.

También fue dulce que la granuja May, la chica inalcanzable cuya cordura pendía constantemente de un hilo, dejase un poco atrás ese absurdo afán de superarse para quedarse al nivel de la otra, muy por debajo del suyo. Y se escondieran para llevar a cabo sus malvados planes de conquistar un castillo de arena colgado de las nubes o para construir guirnaldas de flores que poner alrededor del cuello de la otra y susurrar -tanto tímida como orgullosamente, según el caso- un pequeño: “¿Te gusta?”

Fue tierno para Naike tener una razón para vivir. Fue tierno para May ser una razón de vida.

Como todo. Como nada. Como noches de pesadillas que se evaporaron entre brazos de criaturas nocturnas. Como cuando los amaneceres llegaban demasiado pronto y las madrugadas demasiado tarde. Y ellas sólo sonreían porque querían más -¿Más? Sí, aún más- tiempo. Tiempo, tiempo, tiempo robado de cajitas de música y de baúles sin juguetes. Pero el tiempo se evaporaba, desvanecía, moría.

Y ellas empezaron a ser las muñecas sin nombre que quedaban abandonadas en un cuarto desordenado, debajo de las camas, repletas del polvo de un par de recuerdos consumidos. Y ya no había amaneceres que esperar porque siempre era de noche; y ya no había brazos de algodón porque no quedaban criaturas nocturnas que abrazar.

Sólo quedaba ese afán veloz, insaciable, macabra alusión a una inocencia perdida por el miedo. Temor a algo que ni siquiera ellas sabían. Sólo permaneció ese palacio de arena entre las nubes dónde cometían crímenes, dónde asesinaban dulces besos ensangrentados y dónde las manitas que en un ayer lejano habían acariciado cabellos morenos se convertían en garras feroces.

Y Naike volvía a llorar. Y May volvía a fingir. Y las dos se mentían mutuamente -acurrucándose entre brazos, sábanas y cadenas de culpabilidad- porque así era todo más fácil.

Por eso ya no resonaban en ecos palabras cursis ni risas tontas, ilusas, idiotas. Sólo gemidos, llantos, súplicas mudas a gritos. Desesperados “Júrame que no te irás aunque finalmente estalle la guerra”, labios despellejados que impactaban contra otros de fruncidos que siseaban a su vez en tono frío “¿Qué demonios estás haciendo?”.

Entonces las noches se hacían eternas. Y los amaneceres las cegaban. Y todo moría.

Y May moría.

Y en aquel instante Naike, con un vacío tierno entre las manos, se preguntaba si alguna vez iba a sentir aquello que muchos llamaban “añoranza” por esa hermana engreída que había visto irse de su castillo de arena para no regresar jamás.

fandom: vidas paralelas, comu: fanfic100, tabla: 100prompts, claim: may/naike, comu: crack and roll, tema: femslash

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