May 12, 2008 19:05
Pip-pip.
¿Recuerdas este sonido? Sí, claro… tu memoria nunca falla. Lo has oído muchas veces antes. Demasiadas veces. Cada vez que los gilipollas del instituto te apalizaban sin motivo aparente. Como esa vez que te pillaron en el callejón sin salida y llevaban cadenas y palos, ¿lo recuerdas? O esa otra vez que se las apañaron para acorralarte en la azotea del instituto y, entre tontería y tontería, empujarte para que perdieras el equilibrio y cayeras al vacío. ¿Qué fue? Ah, sí. Tres fracturas óseas y graves contusiones en la espalda: Ya no recuerdas la cantidad de puntos que te pusieron.
Fue tu culpa, por supuesto. O eso dijo el director. O eso dijeron tus padres. Fue sólo tu culpa, jodido masoquista.
Pip-pip.
No te gustan los hospitales. Los detestas. El olor a desinfectante te da alergia, los escalofríos se instalan de un modo permanente en tu espalda. Odias no poder moverte, correr, tener una vía de escape. Te hace sentir indefenso. Te sientes mal.
Pip-pip
… agónico. Derrotado. Cobarde. Cobarde, cobarde, cobarde. Porque después de todo fuiste incapaz de llegar hasta la muerte sin arrastrar contigo a los demás. Tuviste que contestar la puta llamada, ¿eh? No podáis haber apagado el móvil y fingir que el silencio seguía siendo tu compañero, no. Te pusiste sentimental. Tenías que despedirte de ella, como no. Y allí ya la cagaste hasta el fondo. Te delataste. Por eso ahora estás aquí.
Pip-Pip.
Tonto. Idiota, grandísimo idiota. Un intento más frustrado. Adelante, abre los ojos, ve la realidad que tú mismo has creado. Mira en que te has convertido: en un patético intento de suicida. Oh, ¿no puedes? ¿Tus párpados son plomo seco y pesado? Es una excusa barata, y lo sabes. Mentirse a sí mismo es más cómodo, ¿verdad?
Bueno, niñato, si más no, intenta confirmar tus sospechas sobre el lugar en el que te encuentras…
El entorno es un espacio vacío y blanco. Hay demasiada luz. Te ciega. Los esqueletos difuminados de un par de muebles permanecen estáticos, repartidos a tu alrededor. Distingues lo que parece una mesita blanca, un televisor y un cuadro de un soso color azul colgado en una pared grisácea.
¿Y tú? ¿Dónde estás?
Al instante de formularte esta pregunta, recuperas parcialmente el tacto. Sabanas frías y blandas contra las yemas de tus dedos. Hay una suave brisa que roza el cabello -desordenado, demasiado largo, que te cae sobre la frente y parte de los ojos-. No sientes atisbo de calidez.
Todo es asquerosamente frío.
Pip-pip.
Tu vista empieza a adquirir nitidez. De reojo por fin encuentras el motor del ruido: una máquina blanca a tu lado, al lado de la cama. Sostiene una pantallita en alto dónde tres líneas de distintos colores van marcando una serie de ondas. Jo. Recuerdas haber visto esto antes. Marca los latidos de tu corazón, ¿no? Pues está erróneo, seguro. Porque tú ya estás muerto. Es imposible que siga funcionando.
Suspiras y sientes como la cabeza se te hunde un poco más en la mullida almohada. ¿A quién quieres engañar? ¿A quién coño pretendes engañar? Estás aquí, en un hospital, vivo, vivo, vivo. De vuelta a la vida. Hogar, dulce hogar.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que te han trasladado? ¿Quién ha sido? ¿La propia May o alguien otro? Sí es May fingirás que no ha pasado nada. Si es otra persona, lo primero que harás al salir de aquí será pegarle un tiro.
Tu mente se detiene ante eso, como si ese nombre tuviera un magnetismo especial.
May.
May, May, May.
Cierras los ojos con fuerza, pero los recuerdos tienen la manía de acribillan la puerta de tu conciencia. Mierda.
Mierda.
¿Qué has hecho?
¿Quién iba a pensar que quizás esas no serían las últimas palabras que le dirías? ¿Quién podía imaginar que quizás más adelante tuvieras que encontrarte con ella? Porque regresará, seguro, esté dónde esté. Pedirá respuestas. Y tú no sabrás en qué rincón de tu cabeza las has abandonado.
¿Cómo fuiste tan tremendamente idiota, miserable y egoísta de revelarle aquello? Ya sabes que ella tiene sus propios problemas con unos padres favoritistas y sobreprotectores. Ya sabes que ella está gastando la mayor parte de sus energías en salir adelante por sí misma y, cómo no, ayudarte a ti de paso. Porque eres su amigo. Porque le das lástima.
¿Ahora, encima, vas a hacer que tenga que cargar con el peso de rechazarte? Estás mal, tío, enfermo de verdad.
Suspiras. Ha sido una locura, sin duda. ¿Alguien tiene un revolver cerca? Quieres volarte la cabeza de un balazo y acabar con todo. Oh. Quizás eso ya suena rallante. Es evidente que el de allá arriba no te quiere consigo. Si lo volvieras a intentar, quizás volviera a echarte de una patada en el trasero.
Ríes. Patético.
Y por si fuera poco, tienes la premonición que lo peor está por llegar.
Eres un especialista en premoniciones. Y lo sabes. Más lo sabes ahora…
… que unos suaves golpes en la puerta te revolucionan el corazón. Si no fuera porque estás inmovilizado de cintura para abajo, habrías pegado un bote.
Oh.
Oh, no.
Cierras los ojos rápidamente. Iluso. Eso de fingir dormir para que la gente pase de ti sólo funciona en las películas, ¿recuerdas? En el mundo real nadie es tan distraído de no darse cuenta que le tiemblan los párpados. Y las cejas. Y los labios, de tan fuerte que te los muerdes.
La sangre -fría, pegajosa, metálica- brota de tus labios y se desliza por la piel despellejada. Alguien abre la puerta de tu habitación. La sangre se seca.
Oyes un suspiro que no sabrías decir si viene de un sentimiento de alivio o pena. Es confuso. Tremendamente confuso.
Un par de pasos suaves, lentos, propios de alguien derrotado. Sigues con los ojos cerrados. Sigue siendo negro a tu alrededor.
¿Quién será esta vez? ¿Tus padres? Seguro que, si descubren que estás despierto, te caerá la bronca del mes. ¿Un amigo del instituto? ¿Una enfermera?
¿Quién?
Ojo, atento, aún hay más. El sonido de madera contra moqueta, el de una silla al ser arrastrada por el suelo. Alguien se sienta en ella.
El sonido de un cascabel.
Tu corazón se estruja, se retuerce, se devora a sí mismo. No puede ser. De entre todas las personas…
Abrirías los ojos, pero estás demasiado acobardado para siquiera intentarlo. Y un rumor suave a tu lado, el tímido roce de una mano -pequeña, delicada, cálida- contra tu cabello te confirman tus sospechas.
Si dejas de lado toda esta estúpida alteración, quizás aún puedes verla en la pantalla mental de tu cabeza. May, con sus andares saltarines. May, con esa mirada de creída que tanto odias. May y su cabello color chocolate, liso, que le cae sobre los hombros. Y sus ojos negros. Y sus rasgos orientales.
Definitivamente, hoy no es tu día de suerte.
La brisa vuelve a soplar. Te parece cálida. Quizás ya es el atardecer. No lo sabes. No quieres saberlo.
Oyes como toma aire. Se dispone a hablar. Sientes que nunca en la vida habías estado más atento.
comu: lunas y tinta,
claim: keith/may,
fandom: vidas paralelas,
tabla: diaria,
tema: het