A hard rain is gonna fall (iv)

Sep 20, 2012 23:48

Anterior | Masterpost





IV. I heard the sound of a thunder, it roared out a warnin´

13 de octubre de 1966

Querido Tony:

No sé cuándo te llegará esta carta. Hace una semana que no deja de llover y con este clima es imposible que los helicópteros salgan hacia la base. Pero quería escribirte antes de partir. Voy a estar fuera unos días y quería decirte que. Intentaré escribir de nuevo en cuanto vuelva.

Vietnam es completamente diferente de Europa. La geografía, la gente, las tácticas, las razones de la guerra… El alto mando lo envía a Saigón cada cierto tiempo a hablar con las tropas nuevas. O en misiones grandes que el pueblo estadounidense verá a todo color desde su sala de estar. Pero Vietnam no tiene un Red Skull, no tiene un Zemo ni un Zola, solo tiene grupos de campesinos armados escondidos en la selva. Y a Ho Chi Minh. A veces hay misiones como ésta, células de apoyo soviético que desactivar, altos mandos que capturar, información que recabar de fuentes… complejas. Pero en términos generales, Vietnam no necesita un Capitán América para mucho más que levantar la moral de las tropas. Y Steve es un soldado, no un predicador.

Vietnam no necesita un Capitán América. El problema es que nadie parece saber qué necesita.

A veces, muy raras veces, hay misiones como ésta. La tormenta se ha desatado completamente en la última hora y Steve supone que está cerca. Los relámpagos iluminan la jungla como el día más brillante y los rayos descargan la furia del cielo sin descanso. El viento amenaza con arrancar el bosque de raíz, pero Steve sigue avanzando. Los reportes meteorológicos de la zona son alarmantes, tanto que SHIELD ha empezado a considerar respuestas distintas al “es época de monzón” que invariablemente se obtiene de los locales. Los altos mandos norvietnamitas no tienen los medios para alterar el clima (Steve está seguro y Nick apoya la opinión), pero no lo pondría fuera del alcance de los rusos. Steve recuerda a los rusos en Europa. No pondría mucho fuera de su alcance. O dentro. Siempre es mala idea asumir cosas sobre los rusos. En todo caso, Howard dice que es posible (y luego desaparece una semana dentro del laboratorio).

La base está, como no, en el ojo de la tormenta. No mide más de tres por tres metros e incluso si Steve comprendiera la tecnología que le permite a alguien alterar el clima, no podría reconocerla. La base está completamente destruida. No hay señal de operarios ni mandos, las paredes están carbonizadas y la maquinaria quemada o derretida excepto por algunos cables sueltos. Alrededor de la pequeña construcción, la selva ha desaparecido en un claro perfectamente circular de al menos cincuenta metros de diámetro.

- ¿Qué fue lo que…?

Cuando el relámpago rompe la noche, Steve ve la figura en el centro del claro. Es un hombre enorme de cabello largo, con capa y armadura, de gesto terriblemente serio. Lleva un martillo colgado de la cintura y una niña en los brazos, frágil y aparentemente inconsciente, de piel oscura incluso bajo la luz del relámpago y cabello completamente blanco. El hombre encuentra su mirada y asiente en reconocimiento.

Cuando el siguiente relámpago ilumina la jungla, el claro está vacío. Y la tormenta amaina.

*

Finalmente ha dejado de llover y ha llegado el correo. Puede que sea la primera vez que Clint recibe algo.

- Natasha… ¿es tu chica?- pregunta Charlie mientras patrullan.

- No, es una espía rusa a la que le voy a vender información a cambio de que me saque de este maldito lugar.

Frank se detiene un momento y le lanza una mirada asesina, pero no dice nada. Mejor. Frank es un imbécil. O peor, está loco. Como el tipo aquel del ping pong, que salvó a toda su compañía y luego volvió a casa y se puso a correr de costa a costa sin afeitarse. No. No, ése es un loco divertido. Frank está loco como el tipo aquel de la brigada de Trautmann que confundió un pueblo en Washington con Da Nang.

Son historias particulares. Historias que llegan a la prensa local y se saben ciertas. Pero no son las únicas historias. Hay cientos y cientos de historias. Soldados perfectos que se quiebran bajo la presión, niños que salen de casa con el pecho henchido y vuelven con la mirada perdida. Clint no va a negar que tiene miedo. No de morir. Morir no es un problema. Miedo de acabar así, despertando por las noches con un nudo en el estómago y un grito en la garganta, asustado de su propia sombra, incapaz de dejar el frente por muy lejos que vaya. Nunca debió dejar que lo reclutaran. Clint no es un soldado. Por otro lado, ¿cuántos lo son? Frank, definitivamente. El loco de Washington (¿Rombo? ¿Rembo?). Steve.

Una vez, Clint le preguntó a Steve qué era lo que más le molestaba de Vietnam. No eran los mosquitos, ni el calor, ni la alerta constante. Muy serio, como confesando un secreto, respondió “lo cómodo que me siento”. Steve no es como los demás. No parece mayor que el resto, pero es claro que ésta no es su primera vez en el frente. Nadie lo dice en voz alta pero todos saben que es un agente de SHIELD. Es lo único que explica sus “misiones en solitario” y por qué Nick Furia tiene más injerencia en las decisiones de la brigada que su propio comandante.

- ¿Escucharon eso?- pregunta Frank.

- ¿Qué?- responde Clint, poniéndose alerta.

Demasiado tarde.

Los disparos caen desde ambos flancos. Responden al fuego como pueden, pero están rodeados.

- ¡Retrocedan!- grita alguien.

Lo bueno de la jungla es que tiene muchos escondites. Lo malo es que los locales los conocen mejor. Clint ve caer a alguien mientras intenta cubrirse, pero no sabe a quién. Se concentra en el sonido para ubicar el punto de origen de un disparo. Responde. Apunta y no pienses. Siguiente. Apunta y no pienses. Extraña sus flechas.

En medio de la confusión, escucha golpes. Las balas rebotan contra algo metálico. Lo ve por primera vez volando sobre su cabeza. Y es sólo un escudo, o solo debería serlo, pero impresiona bastante de cerca. Zumba en el aire deteniendo las balas y le da de lleno a un VC en posición de disparo, dejándolo inconsciente. El rebote lo lleva a otro tirador y de vuelta a las manos del Capitán América, que lo usa un segundo para protegerse de la respuesta armada antes de golpear del lleno a un tipo listo que pensó que podía dispararle por la espalda.

El tipo es una máquina.

Responde con más confianza, ahora que están cubiertos. Apuntando para detener, no para matar, porque cuando tienes el don de saber dónde va a dar una bala, asumes ciertas responsabilidades al respecto.

El enemigo se retira más pronto que tarde. El jodido Capitán América inspecciona el área sin inmutarse, como si todos los días salvara patrullas de fuego enemigo mientras pasea por la selva. Quién sabe. A lo mejor sí.

Hay un soldado herido junto a la maraña de raíces que allí se conoce como un árbol. Clint recuerda de pronto que vio caer a alguien en medio del caos.

El soldado herido es Charlie. Antes de que Clint pueda acercase, el Capitán América está sobre él, examinando la herida.

- Tranquilo,- dice, con la voz contenida de quien ha visto esa escena mil veces pero se niega a acostumbrarse. Lo primero que piensa Clint es que si él fuera Charlie, confiaría en esa voz. Lo segundo que piensa es que conoce esa voz.- Tranquilo, respira.

Se queda helado un segundo, inmovilizado por la cantidad de cosas que (claro, pero por supuesto) de pronto tienen sentido.

Hasta que Charlie escupe sangre y las identidades secretas de los héroes americanos/agentes de SHIELD pasan a segundo plano.

- ¡Hay un hombre herido!- grita cuando oye pasos acercarse. Puede hacerlo, ahora que sabe que no son enemigos. Y que si lo son, tampoco importa. Los veinte (por lo menos veinte) vietnamitas inconscientes a su alrededor, tenían rifles. Steve tenía un escudo.

Una maldita máquina.

Frank es el primero en aparecer, los demás a pocos pasos. Se queda inmóvil en la periferia, sin atreverse a acercarse. Esperando órdenes, tal vez. O un milagro. De todos, Frank siempre fue el que tuvo la fe más ciega en el Capitán América. O tal vez fue Charlie, que se desangra en una selva a millones de kilómetros de casa por el disparo ciego de un completo desconocido.

Steve intenta levantarlo en brazos, pero Charlie niega con la cabeza, pálido como un fantasma.

- Tenemos que llevarte con un médico,- dice Steve. Charlie vuelve a negar, ya sin fuerzas. Abre la boca para decir algo, pero se atora con su propia sangre. Steve lo sostiene mientras tose, mientras mancha de sangre el uniforme que mantiene viva la esperanza de un pueblo con su último aliento.

Nadie más parece reconocer la voz de Steve, pero el efecto es el mismo. Clint siente en el aire húmedo como la brigada se encoge ante la visión del Capitán América sosteniendo el cuerpo de un hombre que no pudo salvar. Ante la conciencia de que la leyenda de su infancia no es más que otro soldado en esta maldita guerra.

*

En noviembre, el New York Times publica que el 40% de la ayuda económica enviada a Vietnam es robada por funcionarios corruptos o termina en el mercado negro. Adrian Cronauer lo cuenta en mitad de una “entrevista” que por una vez falla en arrancarle una risa a Clint.

Piensa que por lo menos Charlie no tuvo que morir de una infección mal curada en un hospital de veteranos sin dinero para antisépticos. Pero la idea no lo hace sentir mejor. No es que Clint no esté familiarizado con la muerte. Es solo que, más y más cada día, se pregunta si alguna de esas muertes era necesaria. El 40% de la ayuda económica enviada a Vietnam es robada por funcionarios corruptos o termina en el mercado negro. Es un buen resumen de la situación.

Le da un trago a la cerveza, que ya caliente, sabe un poco a pis. Y un poco a sangre. Todo sabe un poco a sangre últimamente.

- Estamos en guerra. La gente muere. No seas melodramático, Barton,- dice Frank.

- Y tú no seas imbécil.

La guerra le quema bajo la piel, con ganas de salir. De golpear. De romper. De arrancarle los dientes a Frank. A alguien. A quien sea.

Steve le pone una mano en el hombro antes de que pueda levantarse.

- Vamos a entrenar,- dice, y Clint lo sigue.

Los entrenamientos de Steve no son como los del resto. Nunca hay armas que apuntar, solo un cuerpo y otro cuerpo. A Clint suele sacarlo de quicio, pero hoy lo necesita. Es liberador golpear a alguien sin tener que preocuparse por no hacerle daño. Suelta golpe tras golpe, primero con rabia, luego con un poco más de inteligencia. Steve evade, detiene, no lo deja avanzar. Y a lo mejor lo más frustrante es saber lo poco que le cuesta, lo mucho que se contiene.

- ¿Así que tu papá peleó con Stark?- dice para provocarlo y Steve no cede, pero algo cambia en su mirada. Sabe lo que Clint está diciendo.- Debes tener un montón de historias del Capi. Más que nadie, de hecho.

Steve para una patada. Devuelve un golpe. No está pensado para hacerle daño, pero sin duda lleva más fuerza que cualquiera de los anteriores. El Capi se está dejando ver.

- Di lo que tengas que decir, Clint.

No hay rabia en su voz. A lo mejor hasta un poquito de alivio. Es tan obvio, una vez que lo sabes. El tamaño, la postura, los modales anticuados.

- Solo digo que todos estos meses podría haber estado entrenando con el Capitán América, ¿sabes? Parece una pérdida de tiempo.

No es una recriminación, porque Clint entiende. Clint sabe de secretos. Pero claro, todas esas veces que lanzó golpe tras golpe, que rodó por la selva, Steve se estaba conteniendo. Protegiendo su identidad. Y es como si la fachada se hubiera despintado de pronto. De pronto, Clint puede ver la estrella en su pecho, la fuerza en sus ojos.

Steve respira hondo. Y luego se ríe. Hay alivio en esa risa. Clint entiende (Clint sabe de secretos).

- ¿Quieres entrenar con el Capitán América?- pregunta. Y es un reto.

A Clint le gustan los retos.

Pierde la cuenta de cuántas veces termina en el piso en la siguiente hora. Steve no le hace daño, pero tampoco le da descanso. Dice cosas como “cuida tu izquierda” y “soy más alto que tú, no te acerques tanto”. Clint suda y respira con dificultad, le duelen todos los músculos, pero no se da por vencido. Intenta tumbarlo por quincuagésima vez y termina atrapado en un gancho sorpresa.

- ¿Qué pasa con tu concentración, arquero?- pregunta Steve con media sonrisa cuando lo suelta.

Y es todo. Es hora de jugar sucio.

- Así que…- dice en tono de burla, preparando el golpe. -… el ícono del pie de manzana y todas las cosas buenas…- Steve sonríe pero no baja la guardia -… y el hijo de su compañero de armas. Qué vergüenza, Steve.

Cuando tumba al Capitán América de un golpe y se sienta sobre él antes de que reaccione, Clint se ríe con ganas por primera vez en demasiado tiempo.

*

En diciembre, Tony termina la universidad. El New York Times saca una nota al respecto (a Tony le gusta más la de Mecánica Popular) pero no consigue comunicarse con Howard para ampliar la entrevista, así que Tony tampoco lo intenta. No es que históricamente tenga un mejor record que el New York Times.

Rhodey está de permiso y es sorprendente lo adulto que se ve de uniforme, lo serio y confiable. Tony siempre ha sabido que pondría su vida en manos de Rhodey, pero de pronto la idea cobra un sentido mayor, más sólido. De pronto no es solo que Tony confíe en Rhodey, sino que el país entero puede dormir tranquilo con James Rhodes guardando su sueño. Se lo explica lo mejor que puede.

- Si te vuelves más viejo voy a tener que meterte en un asilo. ¿Qué demonios les hacen en esa escuela?

- Nos enseñan a no dejarnos influenciar por genios hiperactivos con el ego inflado. Yo también te extrañé.

Lo bueno es que Rhodey habla “Tony” con bastante fluidez.

Jan y Hank también andan por ahí. Hace semanas que Hank no sale del laboratorio, murmurando acerca de lo “cerca que está de lograrlo” y como “no puede perder la concentración ahora,” pero allí está, con la misma cerveza en la mano hace dos horas, y Tony tiene que apreciarlo.

- Jan y Hank Pym…- dice Rhodey sacudiendo cabeza con gesto incrédulo.- ¿Cómo sucedió eso?

Tony se encoge de hombros.

- Pasan cosas más raras. ¿Te conté que Richards se casa?

- ¿Reed Richards?

- Con una mujer de carne y hueso. Y bonita, además. Jan conoce a su hermano,- dice señalando a un chico rubio que baila con Jan.

Rhodey sacude la cabeza de nuevo.

- Me voy seis meses y el mundo se vuelve loco.

Tony se ríe. Vuelve a mirar a Hank, que intenta aparentar que no está vigilando a Jan en la pista de baile y falla estrepitosamente.

- Supongo que tiene sentido. Lo de las parejas disparejas, digo. ¿Te imaginas a uno de nosotros con otro de nosotros?

Rhodey se sacude un escalofrío.

(Jan se ríe en los brazos del rubio y Hank coge otra cerveza con cara de pocos amigos. Así que es capaz de sentir algo más que curiosidad científica. Es bueno saberlo.)

- Hablando de genios locos,- dice Rhodey,- ¿qué es de Howard?

- Ni idea. En Washington, supongo.

- Mhmm. ¿Ya sabe que terminaste la universidad?

Tony se encoge de hombros.

- Debería. Él la paga.

- Ya,- dice Rhodey, con ese tono suyo de “si quieres que me crea que no te importa lo que piense tu padre de que termines la universidad a los 17, llegas diez años tarde.”

Tony cede un poco.

- Steve dice que está trabajando en algo nuevo.

- Steve,- repite Rhodey.- Todavía me cuesta creer que seas amigo por correspondencia del...

Tony le da un codazo. Ha tenido mucho cuidado de no revelar la identidad de Steve como para que Rhodey venga a soltarlo en una casa llena de gente.

(La canción termina y Jan vuelve al lado de Hank, que mejora el humor un poco. Pero solo un poco.)

- Está raro últimamente,- dice sin darse cuenta.

- ¿Howard?

- Steve.

- Oh. Pensé que eran mejores amigos y todo eso. Ya me había hecho a la idea de ser solo un capítulo más en tu azarosa vida.

Tony sonríe y le da otro codazo.

- No es… Es diferente. Con Steve. Y en todo caso, últimamente parece que ni siquiera fuéramos amigos.

- ¿Por qué lo dices? ¿Pasó algo desde que se vieron en junio?

- No. No, de hecho, creo que fue en junio.

Rhodey pone los ojos en blanco.

- ¿Qué hiciste esta vez?

- ¡Nada!... Creo que nada. Hank dice que nada, en todo caso. Pero está raro desde que se fue.

(- ¿Quién era el chico con el que estabas bailando?- pregunta Hank en un tono que intenta ser desinteresado y no lo consigue.)

- A lo mejor solo está ocupado. Las cosas no van bien en el frente.

(- ¿Johnny? Un amigo,- responde Jan, quitándole importancia.- ¿Por qué? ¿Estás celoso?

- No,- dice Hank fastidiado.- ¿Por qué estaría…?- Jan lo calla con un beso.)

- S-sí.- responde Tony, y deja el vaso sobre la mesa para que no se note que le tiemblan las manos.- Sí, debe ser eso.

*

20 de enero de 1967

Querido Tony:

Vi el artículo en el New York Times. Nick lo trajo hace un par de días. Sé que otros ya te lo deben haber dicho, pero es impresionante lo que has logrado a tu edad (¿qué es eso en lo que estás trabajando en la foto? ¿un robot?). Por supuesto, nadie que te conozca puede sorprenderse. En general, eres bastante impresionante.

Me disculpo por no escribir antes, debo reconocer que entre una y otra cosa, se me había olvidado por completo el final del semestre. ¿Has pensado qué quieres hacer ahora? Sé que no es asunto mío, pero si te animaras a poner a trabajar esa mente tuya junto a la de Howard, creo que podrían ponerle fin a esta guerra los dos solos. Hablando de Howard, creo que voy a verlo cuando esté en Saigón. Trataré de enviarte algo con él. Algo colorido. Sigo pensando que Saigón es una ciudad que te gustaría, a pesar de la falta de…

- ¿Cuándo pensabas decírmelo?

- ¿Decirte qué?

- Que vas a ver a Steve.

Ah.

- No voy a ver a Steve. Voy a Saigón a probar unos prototipos.

- Y casualmente el Capitán América va a estar en Saigón esos días.

- Tiene que ayudarme con algunas pruebas.

- En consecuencia, vas a ver a Steve.

- Sí. Supongo que sí.- Howard suspira.- ¿Algo más? Estoy ocupado.

- Quiero ir.

- ¿Qué?

- Quiero ir contigo.

- ¿A Saigón? ¿Estás loco?

- Terminé la universidad. Por si no lo sabías. Eso significa que pronto vas a tener que hacerme un lugar en la empresa de todos modos. Y reconozcámoslo, podrías usar mi ayuda si algo sale mal con esos prototipos.

Howard alza una ceja. La adolescencia es pasajera, se recuerda. La arrogancia, tristemente, es hereditaria. Y no particularmente infundada.

- Pensé que ya no querías tener nada que ver con la empresa.

Tony se encoge de hombros.

- Eso fue el año pasado. Además, ¿Industrias Stark, no? También es mi nombre.- Le lanza una mirada a los planos sobre la mesa.- ¿En qué estás trabajando?

- Sistemas de reconocimiento.- No puede negar que la idea es tentadora. Tony enfocado es brillante y la empresa podría ganar mucho con su presencia.- Saigón es una ciudad en guerra. Podemos discutirlo cuando regrese.

- No,- dice Tony sin dejar de estudiar los planos. Howard casi espera que encuentre algún fallo (maldito genio, piensa con media sonrisa, recordando a otro maldito genio que jugaba a encontrar fallos en el trabajo del Departamento de Defensa cuando todavía no tenía edad para afeitarse).- Pero podemos discutirlo en Saigón.

- No es un viaje de placer.

- Vas a tener mi atención absoluta…- Howard alza una ceja.- Mientras estemos trabajando,- reconoce Tony.

- Es peligroso.

- Por favor. ¿Howard Stark y el Capitán América? ¿Quién va a acercarse lo suficiente para ponerme un dedo encima?- responde Tony con una sonrisa brillante.

Howard no recuerda la última vez que fue el receptor de esa sonrisa.

*

En febrero, grupos religiosos a todo lo largo de los Estados Unidos ayunan pidiendo el fin de la guerra, pero no son ellos, sino la luna (y las celebraciones del nuevo año que marca su ciclo sobre los cielos), quien consigue hacer un alto al fuego.

Las calles están decoradas con faroles rojos e inmensos dragones de papel bailan en las plazas, los vecinos se saludan con palabras que Steve ha aprendido a reconocer como buenos deseos y los mercados se llenan de olores dulces y frutas coloridas. Por unos días, la guerra se vuelve algo ajeno, lejano, algo que le sucede a otras personas en un mundo distinto.

Clint se estira y se mete un pedazo de fruta de dragón en la boca.

- ¿Un tipo con capa y armadura?

Steve asiente. No se lo ha contado a nadie además de Nick. Y por supuesto, la respuesta de Nick fue todavía menos informativa que sorprendida.

- Se parece a algo que oí en un bar,- dice Clint con el ceño fruncido.

- ¿Qué?

- Un tipo que controlaba la tormenta con un martillo.

- ¿Un martillo?- pregunta Steve y Clint abre los ojos sorprendido al oír el tono de reconocimiento.

- Era una broma. Unos tipos se estaban burlando de un piloto loco.

- Pues a lo mejor no está tan loco como creen.

- ¿Me estás hablando en serio? ¿Un tipo que controla la tormenta con un martillo?

Steve lo piensa un momento.

- No lo sé… no lo vi hacer nada. Pero se han visto cosas más raras.

- ¿Cosas más raras que un tipo con capa y armadura que controla la tormenta con un martillo?

Steve se encoge de hombros.

- ¿Qué hay del gigante verde sobre el que estabas leyendo ayer?

- En el Enquirer, Steve. Es entretenimiento, no periodismo.- Suelta la risa.- ¿Te creíste lo del gigante verde?

- Y vi a un tipo con capa y armadura parado en mitad de la selva.

- Um… sí, también está eso. Pero un gigante verde…

Lo procesan en silencio, respirando el momento. El olor de las especias en la calle. La fruta fresca. La cerveza helada. El rumor de los buenos deseos comprendidos a medias.

Por un día no son invasores, sino invitados. Por un día, no necesitan cuidar sus espaldas de la gente que vinieron a proteger. Es una ilusión, por supuesto. Pero todos se cuidan mucho de no romperla.

- ¿No te pone nervioso tanta tranquilidad?- pregunta Clint de pronto.

- Un poco,- admite Steve.

Parece que Clint va a responder, cuando algo llama su atención y señala la puerta con esa sonrisa suya que nunca augura nada bueno.

- No me dijiste que venía tu hermanito.

Steve se gira como un resorte.

Tal como esperaba, como habían acordado, Howard entra al bar y se acerca a su mesa. De forma completa, absolutamente inesperada, Tony entra con él. Steve tiene un segundo para emocionarse por la sorpresa, antes de darse cuenta de que no tiene idea de cómo va a mirar a Howard a los ojos con Tony sentado entre ellos.

*

- ¿Te molesta que haya venido?

- ¿Qué? ¡No! Por supuesto que no.

Clint ha vuelto a la base y Howard los ha dejado solos para atender una reunión demasiado confidencial hasta para el Capitán América. A su alrededor, Saigón zumba con los sonidoscoloresaromas del año nuevo.

- Estás raro.

- No estoy…- Pero no, tampoco va a insultar la inteligencia de Tony. Respira hondo.- No esperaba verte. Me tomó por sorpresa. Pero por supuesto que me alegra, Tony.

Lo dice en serio. No sabe cómo manejar su presencia, pero sigue siendo Tony. Por supuesto que lo alegra. Tony parece creerle, porque se relaja un poco.

- ¿Qué es eso?- pregunta señalando un pequeño puesto frente a una cafetería.

- Cha gió,- responde Steve, relajándose también.- Son muy buenos. Pero no te aconsejo que comas en la…- Tony pone unas monedas en manos de la mujer que se sienta tras la sartén y recibe media docena de rollos. -… calle.

Se mete un rollo en la boca y le ofrece otro. Steve sonríe. Extrañaba a Tony.

No hay mucho tráfico a esa hora, pero se suben a uno de esos carritos llevados por bicicletas, solo porque Tony nunca ha visto uno. Steve cabe con las justas en el pequeño asiento y se siente un poco ridículo, la verdad, pero los ojos de Tony recorren la ciudad con avidez y Steve se traga la vergüenza con el último rollo.

- Tenías razón,- dice Tony, con la mirada fija en el humo rojo que se eleva desde un pequeño templo.- Me gusta Saigón.

Steve asiente.

- Me alegro.

El silencio se estira entre ellos un segundo (dos, tres), hasta que Tony habla como distraído, como quien dice cualquier cosa.

- Me acordé de algo el otro día.

(Como habla de las cosas que le da miedo mostrar, las que realmente importan.)

A Steve se le hace un nudo el estómago.

- ¿Ah, sí? ¿De qué?

Tony lo observa sin responder. Pero debe encontrar algo en Steve, algo que lo delata, porque su mirada pasa pronto de tentativa a provocadora, a medio camino entre un reto y un montón de promesas que hacen que a Steve le queme un poquito la piel. En el minúsculo asiento, el calor de Tony se le pega a lo largo de todo el cuerpo. Es un niño, piensa. Es consciente de cada centímetro (quince, como mucho) entre sus labios y los labios entreabiertos que Tony moja con la lengua. Howard, piensa. Es el hijo de Howard.

Un segundo. Dos. Tres.

La bicicleta se detiene frente al hotel.

- Vamos,- dice Steve y agradece secretamente que no le tiemble la voz.- Howard debe estarnos esperando.

Cenan los tres juntos y es fácil caer en la rutina de las noches en la mansión, entre historias del frente y reminiscencias del pasado, Tony siempre atento a Steve y siempre un poco confrontacional con Howard (si bien mucho más moderado, tal vez en agradecimiento por el viaje). De vez en cuando, Steve levanta los ojos y la mirada que encuentra del otro lado de la mesa simultáneamente le enciende y le hiela la sangre (que no se dé cuenta, por favor, que Howard no se dé cuenta). En seis meses, no ha dejado de avergonzarse por lo que pasó esa noche. Pero es momento de reconocer que lo que más lo avergüenza no es lo que hizo, sino lo que le gustaría hacer. Ha pasado los últimos seis meses sistemáticamente no pensando en eso, pero es imposible cuando Tony lo mira de esa manera. Es imposible cuando Tony recuerda.

*

- ¿Por qué no vino Steve con nosotros?

- Está esperándonos allá con el equipo. Te lo dije anoche.

- Ah, cierto.

- Estás distraído. Tony, no te traje de paseo.

- Lo sé.

- Necesito toda tu concentración en esto.

- Lo sé,- responde Tony irritado.

Howard le da otro trago al vaso de whisky y Tony coge la botella que descansa sobre el asiento. Antes de que pueda llevársela a la boca, Howard se la quita de las manos. El jeep salta y el convoy sigue avanzando.

- Tú estás bebiendo,- se queja Tony.

- Yo soy un adulto,- responde Howard.

La mirada de Tony es la foto de portada de la indignación adolescente.

Van a tener una pelea. Puede sentirlo en los huesos. Van a tener una pelea en mitad de la selva de Vietnam, frente a oficiales del Ejército de los Estados Unidos de los que dependen los contratos de Industrias Stark de los próximos cinco años. Y es su culpa, por supuesto. Es su culpa, porque nadie más hubiera sido tan idiota como para traer a un niño de diecisiete años con delirios de grandeza a una demostración oficial.

Tony abre la boca para dar el primer golpe. Y es entonces cuando empiezan los disparos.

Masterpost | Siguiente

baby bang, avengers

Previous post Next post
Up