A hard rain is gonna fall (iii)

Sep 20, 2012 23:43

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III. I met a young girl, she gave me a rainbow
En septiembre, Howard le consigue a Clint y Steve cuatro días de licencia. Steve se niega a sentirse culpable por el uso de influencias para asuntos personales porque Clint ha llegado a un punto en que darle un respiro es prácticamente una misión humanitaria.

Pasan el primer día volando a Nueva York.

- Stark,- repite Clint por décima vez.- Howard y Tony son Howard y Tony Stark.

El plan era pasar el día con Howard y salir hacia Boston por la mañana para sorprender a Tony, pero una joven sonriente de uniforme azul los espera en el aeropuerto con una nota en la que Howard explica que lamenta no poder ver a Steve pero tiene demasiado trabajo en Washington y que su piloto estará encantado de llevarlos a Massachusetts inmediatamente si lo desean. En un jet privado. Que Clint no deja de mirar con la boca abierta.

Steve se siente un poco incómodo, pero por lo menos la mente de Clint está ocupada en algo que no tiene que ver con la guerra.

- ¿Cómo es que no habías mencionado esto nunca?

- Hablo de Howard y Tony todo el tiempo.

- Stark, Steve. Howard y Tony Stark. ¿Cómo es que los conoces? Pensé que habías crecido en el lado malo de Brooklyn.

- No había nada malo con mi lado de Brooklyn,- protesta Steve. Clint sonríe. Eso es bueno.

- Ya, pero no era exactamente el tipo de sitio que frecuentan los Stark.- Lo mira, esperando una respuesta. Steve respira hondo.

- Howard y… mi padre se conocieron en la guerra. Eran amigos.

- ¿La segunda guerra?

Steve asiente.

- ¿Tu padre peleó con el Capi?- pregunta Clint. Trata de esconderlo, pero hay un fondo de emoción en su voz que siempre enciende esa chispita de orgullo en Steve. El respeto de Clint Barton no es fácil de ganar.

- No lo sé. La verdad es que casi no lo conocí.

Clint hace una mueca.

- Pero Stark te manda el jet privado. Deben haber sido muy amigos.

- Sí, supongo.- No le gusta mentirle a sus amigos. No le gustaba hace veinte años y no le gusta ahora. Clint debe pensar que lo que le molesta es hablar de su padre (lo cual tampoco está tan desencaminado de la realidad) y cambia de tema.

Llegan a Boston cerca de las 4 (la joven de uniforme azul, muy amablemente, les sirve el almuerzo en el jet) y van directamente a buscar a Tony.

- ¿Seguro que no te molesta? Podemos descansar un par de horas.

Clint alza una ceja.

- Steve… Prácticamente estás saltando en un pie. Además, a estas alturas he oído hablar tanto de Tony que hasta yo estoy emocionado,- dice, y se ríe cuando eso consigue sonrojar a Steve.

*

Jan ya debe haber llegado al festival. Vino desde Nueva York solo para visitarlos y Hank no quería dejarla esperando, pero la biología no es como el diseño. Hay procesos que simplemente no se pueden apurar.

- ¿Stark?- oye decir a alguien.- Creo que no vive en el campus.

- No,- responde una segunda voz.- Pero no está en su departamento y nos preguntábamos si no estaría…

Hank dobla la esquina. Los que preguntan por Tony son dos chicos rubios que nunca ha visto antes. Tienen edad para estar en la universidad, pero hay algo en ellos que le dice a Hank que no pertenecen allí.

- Perdón, ¿buscan a Tony?- interrumpe.

- ¿Lo conoces?- pregunta el más alto.

Hank asiente.

- Está en el festival.

- Er… ¿y cómo llegamos allí?

- Pueden venir conmigo,- dice, y los extraños se le unen.- ¿Son amigos de Tony?- pregunta, porque ahora que lo piensa, son dos extraños, el alto mide como tres metros y Tony es el heredero de una de las fortunas más grandes del mundo. Siempre se le olvida esa parte.

- Solo él,- responde el más bajo.- Yo vengo de colado.

- Estamos de licencia,- agrega el alto, con un claro gesto de “aquí nadie está de colado”. Algo conecta en la mente de Hank.

- De licencia… ¿Steve?

El tipo (que, en serio, mide como 3 metros) sonríe y Hank se relaja. Ningún secuestrador sonríe con esa inocencia.

- ¿Tony te ha hablado de mí?

Hank resiste el impulso de poner los ojos en blanco porque no quiere avergonzar a Tony.

- Un poco,- dice. Luego se presenta.- Soy Hank. Hank Pym.

- Oh,- dice Steve con otra sonrisa brillante.- Tony habla mucho de ti en sus cartas. Es un placer conocerte por fin.

Tony habla de ti todo el día. Estaba empezando a preguntarme si eras real, piensa Hank, pero se cuida de no decirlo. Se aguanta la risa, porque Tony siempre se está burlando de que él y Jan no tienen nada en común, pero Steve tiene que ser lo más distinto a Tony que haya visto en la vida.

*

Hank es pacifista y tiene algunos amigos en el movimiento contra la guerra. Eso Tony ya lo sabía. Lo que no sabía era que sus amigos eran unos idiotas.

- Solo digo que no me parece correcto tomarnos un whisky pagado con sangre.

- Marcus… el chico tiene dieciséis.

Diecisiete, piensa Tony, pero los deja seguir discutiendo como si no estuviera sentado a su maldito lado invitándoles su maldito whisky. Más para mí, piensa, dando un trago largo.

- Que es edad suficiente para darse cuenta de lo que hace su padre. ¿Sabes lo que hace tu padre, verdad Tony?- dice el tal Marcus, mirándolo a la cara por fin.

- ¿Aparte de pagar tus estudios?- responde Tony sin mirarlo. Marcus parpadea en la periferia de su visión.- Geología, ¿verdad?- pregunta, recordando el teodolito que descansa entre las mochilas.- La mitad del equipo de tus laboratorios fue donado por mi padre. La otra mitad está basada en tecnología de Industrias Stark. Pero hey, no te preocupes, si te hace sentir mejor puedo tomarme el whisky solo,- dice alzando nuevamente la botella.- Y nunca es tarde para dejar la universidad.

El grupo lo mira en silencio mientras da otro trago. Idiotas.

Parece que Marcus va a contestar cuando una voz conocida los interrumpe.

- ¡Hey, Tony!

- ¡Hank! ¡Por fin!- grita, girándose.- ¿Ya podemos dejar a estos…?

- Hola Tony,- dice Steve con una sonrisa brillante.

Oh por…

No es…

El cerebro hiperactivo de Tony deja de funcionar un segundo. Cuando vuelve en sí, está completamente envuelto alrededor de dos metros de musculatura y se le ocurre que tal vez (solo tal vez) no debió haberse tomado la mitad de la botella mientras esperaba a Hank.

- Steve,- dice, pero duda que se le entienda con el rostro presionado contra la camisa azul de cuello blanco (a la que solo le faltan botones en forma de estrella, en serio, ¿cómo es que nadie se da cuenta?).

Steve se queda completamente quieto un segundo, antes de devolver el abrazo. Pero cuando lo devuelve es enorme, cálido, como una crisálida que protege a Tony de los idiotas que lo juzgan sin conocerlo, de los padres que lo juzgan conociéndolo, de la universidad y las expectativas y el miedo y la guerra.

- Yo también te extrañé,- dice Steve contra su cabello, y Tony cierra los ojos y se deja envolver.

*

Tony baila a pocos metros con su amiga Jan (que es preciosa, realmente), tocando una guitarra imaginaria con los ojos cerrados. Está un poco borracho, pero parece que se divierte y Steve supone que no es tan grave. Las vibraciones distorsionadas de la guitarra eléctrica (una de las maravillas de la nueva era) cargan el aire de energía y Tony es energía, necesita vibrar, liberarse, cargar el aire.

- ¿Así que ése es tu hermanito?- pregunta Clint con media sonrisa y un tono que a Steve no le gusta nada.

- ¿Por qué la pregunta?

Clint se ríe.

- Si tú no lo sabes, Brooklyn, no soy yo quien va a decírtelo.

Steve lo mira confundido, pero la canción ha terminado y un tipo de cabello largo (más largo que cualquier dama que Steve haya conocido, y honestamente duda que algún día se acostumbre a ello) coge una guitarra acústica y empieza a tocar acordes conocidos.

Que dios te bendiga y guarde siempre
Que todos tus deseos se hagan realidad

Clint canta tumbado en la hierba y Steve lo sigue, tal vez porque le parece curioso que nadie más entienda la ironía de la canción.

Que siempre hagas por otros
Y dejes a otros hacer por ti

El parque está lleno de música y vida, jóvenes de cuerpos sueltos y miradas que se elevan, camisas de colores, flores en el cabello, y es un mundo distinto, completamente distinto del horror de la guerra, pero a Steve se le ocurre que encajaría perfectamente en la exuberancia de la selva, bajo la lluvia y el verde.

Que construyas una escalera a las estrellas
Y escales cada peldaño

Jan revolotea como una mariposa, con un vestido minúsculo y botas altísimas, dibujando figuras en el aire con un pañuelo de todos los colores del arcoiris y sí, por supuesto, tiene sentido que Tony hable tanto de ella en sus cartas.

Y que te mantengas
Por siempre joven

- ¿Por qué conoces esta canción?- pregunta Tony con ojos acusadores, dejándose caer a su lado.

Steve sonríe.

- Tenemos radio en el campamento.

Parece que Tony lo considera un segundo antes de aprobar la respuesta. Luego se acomoda a todo lo largo de Steve.

- Tony, ¿cuánto has bebido?

- Menos que Howard un viernes cualquiera. ¿De verdad vas a regañarme por celebrar mi cumpleaños?

- Tu cumpleaños fue en marzo.

- Y no estuviste aquí para celebrarlo,- dice, acusador de nuevo, como si Steve pudiera volar a Boston cada vez que le diera la gana.- Pero estás aquí ahora,- agrega con una sonrisa brillante.- Bridemos por eso.

Alza un vaso descartable (no, en serio, hay vasos descartables, la gente los tira a la basura como si fueran inútiles después de usarlos una sola vez), pero Steve lo intercepta y se lo toma entero. De todos modos, a él no va a hacerle nada.

- Ése es el espíritu,- dice Tony con la sonrisa pegada al rostro. Tiene las mejillas rosadas y los ojos brillantes. A Steve le provoca meterle los dedos en el cabello y darle un poco de orden, pero por algún motivo se reprime de hacerlo.

A pocos metros, Jan ha convencido a Hank de bailar con ella. Envuelve el pañuelo a su alrededor y mientras Bob Dylan les desea que sus corazones sean siempre dichosos, Hank se acerca hasta tocar sus frentes, cruza el último centímetro y la besa despacio, todavía meciéndose al ritmo de la música. A Steve se le ocurre que hay más de una manera de ser “por siempre joven”.

- Por fin,- oye decir a Tony contra su brazo.- Ya pensaba que iba a sacar el doctorado antes de que Hank se anime a dar un paso al frente.

Un nudo se desenreda en el estómago de Steve.

Pasan la tarde tumbados en la hierba, bailando por ratos, hablando de nada. Tony y Clint se llevan bien de inmediato, hacen bromas que Steve no entiende y nunca mencionan Vietnam; Jan envuelve el pañuelo de colores alrededor del cuello de Steve “para que entre en el espíritu del festival”; Clint se pierde en algún momento detrás de una pelirroja que “tiene cara de conocer por lo menos treinta formas de reducirme, Steve, eso es una mujer” (Jan rueda los ojos y sigue bailando); Hank y Tony hablan en su propio idioma hasta que Jan besa a Hank para callarlo y Tony se deja caer sobre Steve con una mueca de disgusto; una chica vestida de blanco les deja una flor y un panfleto sobre la quema de cosechas en Vietnam (Tony lo rompe en pedazos y sigue hablando). Clint tiene esa maldita sonrisa de “sé algo que tú no sabes” tres de cada cuatro veces que Steve voltea a mirarlo.

Terminan en el departamento de Tony, ya entrada la noche. El alcohol fluye inagotable, a pesar de que muchos de los invitados claramente han perdido la batalla contra él, bien colapsando en algún sillón o manteniéndose en pie contra los (obvios) deseos de su cuerpo.

- No quiero volver a Nueva York,- dice Jan, acurrucada en el regazo de Hank, que le responde con un beso en la frente.

- No vuelvas.

- Tengo que,- dice ella, con un suspiro. Luego abre los ojos y salta.- ¡Ya sé! ¡Vámonos todos!

- ¿Qué?- pregunta Hank riendo.

- Vámonos todos. Tengo el auto, podemos salir mañana y pasar el fin de semana en la ciudad, salir a algún club, pasear por el parque… Clint y Steve tienen que regresar de todos modos.

- No sé si…

- ¡Hey, Tony! ¡Fin de semana en Manhattan!- grita con una sonrisa.

Desde su rincón de la sala, Tony alza el vaso y brinda con ella. Tiene la mirada desenfocada y se tambalea un poco. Uno de sus amigos le pone una mano en la cintura para enderezarlo.

- ¿Quién es el chico que está con Tony?- pregunta Steve sin darse cuenta.

- Stone,- dice Hank, dándole otro sorbo a la cerveza que no ha terminado desde que llegaron. Por su tono, no parece que el tipo le agrade mucho. A Steve le cae bien Hank.

Stone se acerca a Tony, vuelve a llenar su vaso (que nunca está realmente vacío), le susurra algo al oído y lo hace reír.

- Creo que debería llevar a Tony a la cama,- dice Steve. Tony detesta que lo traten como un niño, pero ha bebido mucho y ya es tarde.

Clint se ríe alrededor de la botella.

- Sí, creo que él piensa lo mismo.

Steve lo mira confundido, pero no responde. Clint dice cosas raras a veces.

- ¿Qué hacemos con los demás?

- Yo me encargo,- dice Hank.

Steve asiente y se levanta del sillón. Lleva todo el día queriendo pasar un rato a solas con Tony, compartir esas cosas que compartían en la mansión cuando podían hablar sin depender de una carta. Aunque dudo que en este momento esté en condiciones de compartir mucho.

Tony sonríe al verlo acercarse y luego lo abraza.

- Hey,- dice Steve devolviendo el abrazo.- Ya es un poco tarde, ¿qué tal si nos vamos a dormir?

- ¿Vas a venir conmigo?- pregunta Tony sin soltarlo.

Steve sonríe y asiente. Tony detesta que lo traten como un niño, pero a veces se comporta exactamente como uno. Sería desesperante si no fuera porque Steve no puede dejar de imaginarlo corriendo por la mansión con una estrella en el pecho y una A pintada en la capucha.

- ¿Me vas a dejar solo, Stark?- pregunta Stone, rompiendo el momento.

Tony le pone una mano en el hombro.

- Lo siento, Ty. Hoy no juegan los suplentes.

Y aunque Steve no entiende del todo la analogía, le gusta la cara que pone Stone cuando la oye.

*

- No deberías beber tanto,- dice cuando están solos.

La habitación de Tony es muy parecida a la de la mansión. Simple, práctica, con una enorme cama vestida de rojo, un tablero cubierto de notas incomprensibles, aparatos a medio armar sobre la mesa de noche y ropa tirada por todos lados.

- Si estuviera sobrio no estarías en mi habitación,- responde Tony con voz pastosa, quitándose la camisa abotonada por la cabeza.

Steve lo ayuda cuando se queda atascado.

- Si estuvieras sobrio podrías desvestirte solo.

- Precisamente mi punto,- dice Tony y se tumba en la cama. Luego estira los brazos y mueve las manos como intentando agarrarlo.

- Steve,- dice y a Steve se le escapa la risa. Exactamente como un niño pidiendo su juguete favorito.

- Por lo menos quítate los zapatos,- dice y procede a quitárselos él mismo. Luego le echa encima el cobertor. Tony consigue asirle el brazo y tira de él hasta que se tumba a su lado en la cama.

Steve se queda allí, con la mirada fija en el techo, mientras Tony se acurruca a su lado. Algo se le enrolla en el estómago, cálido y ansioso.

- Te extrañé,- murmura Tony contra el brazo que no ha soltado.

Steve respira hondo y voltea a mirarlo.

- Yo también,- susurra en el silencio de la habitación oscura, lejos de la música y el mundo. Tony lo mira con ojos brillantes y párpados pesados, el cabello hecho un desastre y aliento dulce a alcohol.- Duerme.

Tony cierra los ojos, pero no lo suelta. El cuello de su camiseta es amplio y Steve puede ver la curva que dibuja el inicio sus hombros, la cadena delgada de la que cuelgan dos placas escondidas bajo la ropa.

- ¿Quién era ese chico con el que estabas?- pregunta y se aguanta las ganas de tocar las placas.- ¿Stone?

- ¿Ty?- Tony se encoge de hombros entre sueños.- Un amigo.- Luego bosteza con todo el cuerpo y sonríe relajado mirándolo a los ojos.- ¿Por qué? ¿Estás celoso?

Steve frunce el ceño.

- No. ¿Por qué estaría…?- pero de pronto no puede seguir hablando, porque Tony lo está besando. Tony lo está besando y Steve responde antes de pararse a pensarlo. Tiene los labios suaves, y Steve se deja llevar por el calor y la humedad, por esa cosa intensa y nueva que se le enrolla en el estómago, casi como hambre. Tony le cuela la lengua en la boca y Steve piensa por dios, tiene la edad de Bucky y ¿qué estás haciendo? es el hijo de Howard, pero no se detiene. Se siente como dentro de una ola, incapaz de resistir el empuje del agua.

Es Tony quien rompe el beso, los labios quietos y la respiración calmada, liberando lentamente su brazo y hundiéndose en la almohada, hasta que Steve se da cuenta de que se ha quedado dormido.

(En medio del pánico que lo posee mientras se levanta de la cama, sale de la habitación y se mete en el cuarto de huéspedes sin hablar con nadie, algunas frases vienen a su mente.

¿Así que ese es tu hermanito?

Encuentra a Clint atravesado en la cama.

Si tú no lo sabes, Brooklyn, no soy yo quien va a decírtelo.

Pero Steve es el Capitán América.

Sí, creo que él piensa lo mismo.

Y el Capitán América no estrangula a sus amigos mientras duermen.)

*

La voz de Jan le atraviesa el cerebro como una lanza.

- ¡Arriba, soldado! ¡La carretera llama!

Clint gruñe bajo las sábanas. Mala idea. La niña abre las cortinas y la luz le perfora las retinas a través de los párpados.

- Arriba. Ducha. Desayuno. Auto,- dice, dando palmadas en el aire.- Ahora.

- Un poco de piedad con los combatientes heridos,- consigue decir Clint con voz rasposa. Pero Jan le arranca las sábanas de encima. No está en la naturaleza de las niñas ricas mostrar piedad.

Clint extraña mucho, mucho a su sargento.

- Steve salió a correr temprano y lleva horas listo.

A veces a Clint se le olvida por qué le cae bien Steve.

Se levanta a regañadientes y se mete en la ducha. Resulta no ser mala idea. El agua le relaja los músculos agarrotados y le quita de encima el olor a yerba. Bebe dos vasos directo del grifo y el dolor de cabeza recede un poco. Y es una bendición sacar el cepillo de la bolsa de lona y quitarse el sabor a mierda de la boca.

Encuentra a los demás en la cocina. Hank tan fresco como Steve, el maldito desgraciado, y Jan con unos enormes lentes oscuros que seguro están cubriendo unas enormes ojeras, pero despierta y avispada. Tony es el único que parece compartir su desgracia, despeinado y apoyado en el aparador, aferrándose con las dos manos a una taza de la que bebe como si su vida dependiera de ello.

Jan le pone una taza idéntica en la mano y el olor intenso del café le recorre todo el cuerpo.

- Te perdono,- le dice antes de beberse media taza.

Algunos minutos después, Tony rueda el cuello y parece recuperar la conciencia.

- ¿Por qué estamos despiertos a esta hora?

- Son las once de la mañana,- dice Jan. Tony alza una ceja, como quien no entiende su punto. Clint concuerda.- Si no salimos ahora, vamos a perder la tarde en Nueva York.

Tony frunce el ceño y pasea la vista por el grupo.

- ¿Nueva York? ¿Cuándo acordamos ir a Nueva York?

Jan rueda los ojos.

- Anoche, mientras Tiberius Stone te susurraba cosas al oído.

Tony se atora con el café y mira a Steve alarmado. Por dios, el chico es demasiado obvio.

- No te preocupes, Steve te llevó a dormir antes de que pudieras hacer el ridículo,- dice Hank.

La noticia no parece tranquilizar a Tony.

- No hice ninguna estupidez, ¿verdad?,- pregunta con la mirada fija en Steve.- Por favor, por favor, dime que no te vomité encima.

Clint se ríe contra la taza, Hank sacude la cabeza, Jan vuelve a poner los ojos en blanco. Steve niega con la cabeza, muy serio. Es cuando Clint se da cuenta de que no ha dicho una palabra en todo el intercambio.

*

El sol se eleva sobre el camino, brillante y perezoso, dándole una nitidez vibrante a los autos compactos y las ropas de colores. A veces a Steve le parece que lo que ve a través de la ventanilla es una película en technicolor. Una historia futurista y no el futuro, con sus reglas confusas y sus problemas (tristemente) conocidos. Una historia de juventud rebelde que va encontrando su camino.

Clint y Tony se han quedado dormidos, Clint apoyado en la ventana, Tony en Steve. Tony no recuerda nada. Ni las bromas de Stone. Ni los planes de Jan. Ni la debilidad de Steve. Es mejor así, supone. No sabría cómo mirarlo a la cara de otro modo. No sabe cómo va a mirar a Howard cuando lleguen a Nueva York. Tony se retuerce a su lado, acomoda la cabeza en su hombro, y Steve recuerda todo, hasta el último detalle, el sabor del alcohol en su aliento y la suavidad de sus labios, las palabras susurradas y el calor en el vientre, las placas que lleva bajo la camiseta, donde nadie puede verlas (las placas con su nombre sobre la piel de Tony). Steve recuerda todo porque él no estaba borracho, no puede emborracharse, no tenía excusa alguna.

En la radio, ese cuarteto británico que trae a todos de cabeza canta que “hey, tienes que esconder tu amor,” y Jan sigue los coros tras el volante, la brisa meciéndole el cabello.

*

- ¿Qué hice?

- ¿Perdón?

- Has estado raro todo el día, Steve. Si hice alguna estupidez me gustaría saberlo.

Lo dice como cualquier cosa, como si no importara. Pero Steve puede ver a través de la fachada.

- No es nada.

- ¿Ahora me vas a mentir?- pregunta en un tono que intenta ser agresivo, pero suena herido.

Jarvis aparece con más bebidas. Howard sigue en Washington (afortunadamente) y el grupo ha tomado la mansión por asalto. Jan y Tony insistieron en salir a algún club, pero Steve se negó categóricamente a dejarlos usar identificaciones falsas. Luego se sintió un hipócrita. Un poco tarde para tratarlo como un niño, ¿no crees?

- No hiciste nada malo.- Lo dice en serio. Tony no hizo nada malo. Era a él a quien le correspondía decir que no.

Tony bebe en silencio un rato y mantiene la mirada fija en la piscina cuando vuelve a hablar, con tono desafiante.

- ¿Es por lo que dijo Jan? ¿Por lo de Ty?

¿Por qué? ¿Estás celoso?

- No.

- Porque las cosas han cambiado desde los cuarenta y si honestamente te molesta que…

- No es eso.- Le molesta. Le molesta mucho más de lo que tiene derecho a que le moleste. Pero no es eso de lo que habla Tony. No es eso lo que le molesta.

Steve respira hondo.

- Ven aquí.- Tony lo mira todavía con recelo.- Ven aquí,- repite Steve, abriendo los brazos. Tony se acerca y Steve lo envuelve, cierra los ojos y habla despacio.- No hiciste nada malo. Y no estoy molesto contigo. Han sido días largos, es todo.- Tony asiente contra su pecho, pero Steve no lo suelta hasta que no siente que se relaja en sus brazos.

Esa noche se van a dormir temprano y pasan la mañana siguiente en Central Park. Los árboles ya se tiñen de rojo y amarillo, pintando un otoño que no verá del otro lado del mundo. Steve nunca ha sido un gran fan de Manhattan, pero hay algo en el parque que lo inspira, algo vivo, intensamente newyorkino, que no ha perdido con los años. Comen salchichas en la calle y por la tarde visitan la Estatua de la Libertad, porque Clint nunca ha estado en Nueva York y “hay cosas que tienes que hacer cuando visitas NY por primera vez, te guste o no.” Curiosamente, es también la primera vez de Tony en la cima de la dama.

Jan y Tony los convencen de pasar la noche en la ciudad, bajo la promesa de no utilizar ninguna identificación falsa. Cenan en un lugar que es demasiado elegante para la comodidad de Steve pero no consigue intimidar a Clint, que pide cinco platos (uno por tenedor) y los limpia todos (al menos Steve no está solo, Hank se ve tan incómodo como él). Luego van a un bar y cuando está a punto de recordarle a Tony la promesa que hizo, el portero lo saluda y los deja pasar sin pedir identificación alguna.

- Eso es trampa,- dice Steve una vez dentro.

- A mí me gusta llamarlo astucia,- responde Tony con una sonrisa que hace que a Steve se le olvide de qué estaban hablando.

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