Título: Lo mejor de mi vida eres tú
Autor:
sara_f_blackNombre de tu persona asignada:
bela_kikinuBeta(s) (si los tienes):
desperatesmirksPersonaje/pareja: Enjolras/Grantaire, Marius/Courfeyrac, Combeferre, Les Amis, algunos OC necesarios para la trama.
Clasificación y/o Género: Drama/Romance.
Resumen: Enamorarse del mejor amigo de la infancia y no ser correspondido es difícil. Enjolras es inflexible, por lo que el grupo de amigos de Grantaire decide ayudarle a salir con otras personas. A todos les parece buena idea excepto a Marius: él está convencido de que si se ama a alguien de verdad, estar con otra persona por diversión no le puede hacer olvidarle.
Disclaimer: el creador, dueño y señor de estos personajes es Victor Hugo, por si alguien no lo sabía ;)
Advertencias: trata temas de alcoholismo y depresión. AU.
Notas (si las necesitas): Tomé tres de tus prompts y a partir de ellos salió esta historia que espero que sea de tu agrado… Hay pinceladas de lo que querías de Gavroche pero ya ese no me fue posible integrarlo también.
* * *
-¿Estás seguro de que esto va a servir para algo? Tengo la impresión de que Grantaire sólo les está siguiendo la corriente.
Courfeyrac temía que Marius tenía razón. Le había contado camino al apartamento todo lo que habían planeado, los candidatos que cada uno de los amigos había buscado y cómo había resultado todo lo que sabía sobre lo sucedido con Louis. El chico lo había escuchado con atención y no emitió su criterio hasta que se encontró ya cerrando la puerta del apartamento.
De cualquier forma, aunque lo hiciera sólo por darles gusto, eso no quitaba que pudiera funcionar.
Arqueó una ceja y se giró para mirar a Marius, quien probaba sistemáticamente que los llavines hubieran quedado bien cerrados. Era gracioso lo cuidadoso que era en el apartamento que consideraba ajeno, considerando que las veces que Courfeyrac fue a visitarlo encontró su puerta más de una vez abierta.
-¿Así como tú te limitas a seguirme la corriente?
Había utilizado un tono ligeramente juguetón para tantear el terreno. No estaba seguro de a qué conclusión había llegado el chico tras la conversación que habían tenido el otro día. Después de todo hasta ese día parecía haberse recuperado al fin del resfrío, aunque Joly insistiera en que la recuperación completa llevaba más tiempo.
Su rubor característico no se hizo esperar. Era un rasgo particularmente atractivo, tenía que admitirlo.
-No sé exactamente cómo hacer esto -confesó Marius de una manera tan vaga que cualquier otra persona no le hubiera entendido.
Le hizo una seña con el dedo índice para que se acercara. El chico lo hizo y Courfeyrac extendió las manos hacia él, tomándolo por los bolsillos de su jeans para obligarlo a disminuir la distancia entre ambos. Marius no se mostró incómodo ni indeciso. De hecho, había cierta curiosidad escrita en su rostro, a pesar de que la sombra dolorosa de la tristeza seguía escrita en ellos.
-No tienes que hacer nada que no quieras -le recordó.
Si era sincero, una parte de él estaba inquieto sobre lo que estaba a punto de empezar. Lo de la otra noche no había sido nada, podría haberse quedado allí como anécdota nada más. Pero si ese día cruzaban la línea, tenía la sensación de que no habría vuelta atrás. Para Marius el sexo nunca sería algo totalmente casual.
-Lo sé -replicó el chico con sinceridad.
Tenía que admitir que el hecho de que confiara tantísimo en él lo tocaba más de lo que hubiera pensado. Sonrió un poco y deslizó las manos hacia la espalda del chico para acercarse a besarlo. Fue un beso lento, pausado, dándole tiempo para hacerse a la idea de lo que estaban por hacer. Se permitió explorarlo despacio con las manos, pasando poco a poco a la parte baja de su espalda. Se separó de él sólo un poco para buscar su mirada. No sabía qué esperaba, pero definitivamente no era el brillo curioso de excitación que encontró en sus ojos. La impresión le hizo contener el aliento un momento y dejar de lado la prudencia al besarlo de nuevo.
A partir de entonces fue tan sencillo como dejarse llevar.
Cuando Marius separó los labios para permitirle explorarlo; cuando descendió de sus labios dejándolo con ganas de más mientras buscaba su cuello; cuando escuchó un gemido suave e inútilmente contenido escapar de los labios del chico; en todos esos momentos Courfeyrac se dijo que aquella idea era la mejor que había tenido en mucho tiempo.
* * *
Antoinette era una chica agradable. Grantaire había tenido muy mala suerte con las mujeres, pero esta en particular no le hacía ascos y sabía disfrutar muy bien el momento. Tenía ideas ingeniosas sobre cómo pasar el tiempo en la cama y no parecía tomarse nada demasiado en serio. Su apartamento desprovisto de muebles y lleno de caballetes con cuadros inacabados le parecía excitante.
Jehan no le había buscado una futura pareja sino un bálsamo que hacía la vida un lugar un poco menos opaco.
Enjolras no la aprobaba, por supuesto.
-Lo último que necesitas es alguien más inestable que tú. No tiene trabajo, no tiene proyectos a largo plazo… ¡ni siquiera tiene una casa fija! Piensa que todo lo que necesita es su violín para vivir.
Sólo lo había confrontado un día al respecto. Antoinette había acudido a una de las reuniones informales del ABC y había congeniado con el grupo, aunque no había aportado nada a las discusiones políticas. La chica se había marchado temprano y Enjolras había sacado el tema camino a casa. Lo sabía desde antes de subirse al auto con él, pero no había podido evitarlo.
Últimamente Enjolras estaba tan ocupado todo el tiempo que un rato para discutir con él, aunque fuera sobre su vida privada, le venía bien.
-Alguna gente puede vivir con algo menos ambicioso que salvar el mundo -le replicó él mirando por la ventana.
Su amigo de infancia tampoco era la persona más estable económicamente. La asociación apenas se mantenía a sí misma y si habían podido empezarla era por el dinero de las respectivas familias de Combeferre, Courfeyrac y Enjolras. Pero si le decía eso lo acusaría nuevamente de atreverse a hacer comparaciones de ese tipo.
-A algunos nos preocupa hacer algo importante con nuestras vidas -le espetó Enjolras con un tono acusatorio y cortante.
-Y no se puede hacer nada importante con el arte, supongo.
Sabía que estaba siendo injusto. Recordaba las grandes expectativas que se había hecho su amigo con su futura carrera artística. Hablaba de museos, de exhibiciones, viajes, dejar atrás los oscuros años tras la muerte de su madre y forjarse un futuro brillante a punta de sus pinceles. Sabía que sólo había intentado animarlo, hacer que viera algo real en su futuro. Sin embargo, Enjolras nunca había entendido que el hecho de que le gustara pintar no quería decir que fuera bueno en ello. De nada servían las ganas sin el talento, pero su amigo nunca había podido aceptarlo.
-Cuando ni siquiera lo intentas, no, no se puede -fue su respuesta cargada de amargura.
Estaba enojado con él, por lo que no se volteaba a mirarlo. Eso le dio a Grantaire la oportunidad de ver su perfil por unos minutos. Las luces de la calle que se colaban por el parabrisas remarcaban la expresión molesta, el ceño fruncido y los labios apretados. Le hubiera encantado poder relajar su expresión pasando la yema de los dedos por su frente y luego hasta sus labios.
No podía dejarse todo el crédito de provocar esa expresión en él. Había demasiadas cosas que lo preocupaban. Enjolras necesitaba salvar al mundo y se enojaba cada vez que este se negaba a ser salvado. Así le pasaba con todo, incluido él. Se agobiaba por las injusticias en el mundo como si fuera su responsabilidad terminar con todas. Grantaire nunca pudo hacerle ver el mundo con una perspectiva diferente. Nunca había aceptado la idea del mundo de mierda en que el que les tocaba vivir.
Pero sabía que ese no era su papel.
-Podrías hacer mucho más… -musitó Enjolras, al parecer demasiado consciente de su mirada sobre él.
Aun así no dejó de mirarlo.
Sabía que en realidad quería decir que podía ser mucho más. Aunque era mentira, Enjolras lo creía. Eso era lo peor de todo.
* * *
Enjolras había aceptado el planteamiento de Courfeyrac sobre la necesidad del grupo de reunirse completo una vez a la semana a compartir, más allá del trabajo. Hacía años que lo hacían y tenía que decir que le gustaba. De pequeño nunca hubiera pensado que tendría un grupo tan variado e interesante de amigos. Sin embargo, las reuniones sociales no eran lo suyo.
Grantaire en cambio, siempre se había encontrado en ellas en su elemento. Al parecer, Antoinette también.
A ninguno de sus amigos le extrañaba que él se quedara aparte, generalmente hablando con Combeferre. Sin embargo, su amigo llegaría tarde ese día, andaba cenando con su novia.
Aparentemente todo el mundo tenía pareja en esos días.
-Hey -dijo Courfeyrac sentándose a su lado. Llevaba un trago en la mano y parecía muy contento. Últimamente estaba de muy buen humor, aunque tampoco debía ser sorpresa. De alguna manera se encargaba siempre de mantener el ánimo del grupo-. ¿Por qué tan solo?
Enjolras torció el gesto.
-No tengo interés en reforzar las historias de los artistas trovadores -replicó con un tono que contrastaba con el que había utilizado su amigo, ligero y cordial. Lanzó una mirada reprobatoria hacia el grupo de gente riendo las historias de Antoinette viviendo de su violín.
-Son divertidas, pero no me extraña que no te interesen -comentó Courfeyrac manteniendo el humor. A Enjolras siempre le había gustado su capacidad para evitar ser afectado por el mal humor de los otros-. Al menos no te pongas a hablar de trabajo con Combeferre cuando venga, ¿de acuerdo?
Dobló la servilleta con la que había estado jugando distraídamente.
-Si viene -señaló con cierto tono de resentimiento que no había pretendido.
Courfeyrac lo notó, puesto que lo miró levantando ambas cejas.
-Alguien está de un humor particularmente malo hoy. ¿Te importaría compartir lo que te pasa?
Antes de pensarlo lanzó una mirada resentida hacia el grupo de personas, pasando de Bahorel y la chica que había llevado con él a Joly y Bossuet, para luego mirar a Antoinette. Notó entonces que Grantaire estaba un poco aparte, ajeno a la narración que la chica estaba haciendo. Frunció ligeramente el ceño al notarlo, lo que Courfeyrac interpretó a su forma. Le puso una mano en el hombro y suspiró fingiendo preocupación:
-Ah, Enjolras, la mayoría de las personas normales necesitan sentirse vinculadas con alguien más.
La frase le erizó la piel de una manera que le era familiar pero muy lejana ya. Trajo reminiscencias que creía ya olvidadas. Miró severamente a Courfeyrac pero al notar cómo cambiaba su expresión a incomprensión decidió no decirle nada. No era su culpa, podía estar seguro de que él entre todas las personas sería la última en decir algo con intención de herir a un amigo.
Se levantó bruscamente y tras un escueto “ahora vengo” se retiró hacia el cuarto de baño. Le pareció ver movimiento tras él en la sala del Musain pero no le prestó atención.
Como era usual, el baño de hombres no estaba muy concurrido tan temprano en la noche. Se acercó al lavatorio y se mojó la cara. Era una estupidez permitir que una frase sin ninguna mala intención despertara cosas en él que tenían mucho tiempo controladas.
Al levantar la vista se miró en el espejo. Ya no era el mismo niño de rizos perfectos y carita de porcelana al que sólo le faltaban los aretes para parecer una niña. Tampoco era el muchachito de finos y delicados rasgos al que sus compañeros llamaban todo tipo de insultos. Casi podía escucharlos de nuevo en sus oídos: los cuchicheos sobre lo mucho que debía gustarle a los profesores que le tenían por favorito y los favores que debía hacerles.
Había aprendido a ignorarlos. Había sacado fuerzas de las burlas y se había propuesto que ni Grantaire ni nadie tuviera que volver a salir en su defensa. Lo había logrado hacía tanto tiempo que no entendía por qué razón estaba pensando en eso de nuevo.
-Hey.
La voz detrás de él lo sobresaltó, pero tenía suficiente control sobre sí mismo como para disimularlo. Se limitó a mirarlo en el reflejo del espejo. Era Grantaire, de pie en la puerta del baño con una actitud poco común en él. Si hubiera tenido que ponerle un nombre habría utilizado “prudencia”, aunque no era exacto.
-Hey -replicó él al tiempo que tomaba una toalla de papel para secarse las manos-. ¿Dejaste a tu novia sola?
-No es mi novia -replicó Grantaire como si no tuviera importancia-. Dejaste a Courfeyrac sin habla hace un rato. ¿Cómo lo hiciste?
-Tengo un talento especial con las personas -contestó. Botó la toalla al basurero y por un momento no supo qué hacer con los brazos. Aquella conversación tenía un tono cordial particularmente falso que le chirriaba-. Debo irme.
Grantaire se hizo a un lado para dejarlo pasar por la puerta.
Debió notar que era una mala señal que no tuviera ninguna respuesta ingeniosa para él. Se marchó a su apartamento tras despedirse de lejos de todos. A nadie le extrañaba realmente que se fuera temprano de la reunión social de la semana.
El aire frío en la calle le permitió pensar mejor lo sucedido. Se repitió a sí mismo la frase de Courfeyrac, preguntándose por qué le había afectado tanto. La clave estaba en la palabra “normales”, por supuesto.
Él era diferente. No por culpa de sus rasgos o su cara bonita. Pensaba diferente y al parecer había enterrado hacía mucho lo que para “la mayoría de la gente normal” era lo común.
Al entrar al apartamento estaba pensando en eso. Una ráfaga de aire frío se coló por la ventana que había dejado abierta sin darse cuenta. Al acercarse a cerrarla recordó la que había tenido en su vieja habitación. Esa por la que Grantaire se había colado muchas veces a su habitación cuando eran niños. Mientras que para entrar a la casa vecina se podía usar un viejo árbol cuyos nudos y ramas conocía de memoria, para entrar a la de él su amigo se valía de la malla de madera sobre la que crecía una maltrecha enredadera.
Recordó la última noche en que subió por aquella ventana, antes de que viajaran a la ciudad.
Cerró la ventana de golpe, con un escalofrío.
Estaba por ponerse a trabajar cuando escuchó que llamaban a la puerta. Se dirigió a abrir y al encontrarse a Combeferre allí parpadeó dos veces sorprendido. Había creído que se trataría de Courfeyrac o de Grantaire.
-¿Quieres salir a dar una vuelta? -propuso su amigo de manera casual.
-¿Pasa algo? -preguntó él arqueando una ceja y mirando a ambos lados del pasillo, más por costumbre que por esperar encontrar algo.
Su amigo negó.
-Me apetece hablar un poco, nada más.
Enjolras volvió a dedicarle su mejor mirada de incredulidad.
-Para eso sueles buscar a Courfeyrac.
Combeferre chasqueó la lengua y dirigió la vista hacia el tramo superior de la escalera.
-Está muy ocupado con Marius estos días. Vamos.
¿Marius? Prefirió no preguntar, y aceptó con menos pegas que de lo que solía ser normal en él. Tomó su chaqueta y acompañó a su amigo hasta un viejo café. No hablaron realmente de nada importante, pero no se atrevió a señalárselo hasta horas más tarde.
-¿Por qué me fuiste a buscar en realidad?
Su amigo no intentó disimular que sí existía otra intención.
-Alguien me dijo que podrías necesitar despejarte un poco.
Había cierta entonación acompañando la significativa mirada que su amigo le dedicó que le hizo comprender exactamente quién le había llamado. No había sido Courfeyrac.
Al regresar más tarde al edificio notó luz en la ventana de Grantaire. Supuso que estaba con Antoinette. Inspiró profundo y se apresuró a subir a su propio piso.
Todo aquello estaba bajo control desde hacía demasiado tiempo como para que volviera a relucir ahora.
* * *
Si alguien le hubiera dicho que la pasaría tan bien con Marius lo hubiera puesto en duda. Sin embargo, después de varias semanas desde que habían empezado su beneficioso acuerdo, su perspectiva sobre el chico había variado un poco. Había descubierto que no sólo era dedicado y rápido para aprender idiomas. Le gustaba aprender.
Habían pasado varias noches tan buenas que Courfeyrac sonreía de solo recordarlas. El chico era un novato en muchos aspectos, después de todo antes de Cosette había sido virgen y la chica tampoco había tenido experiencia que aportar a su relación. Habían sido dos niños jugando a estar enamorados. Dos autodidactas sin demasiada oportunidad de desarrollarse. Él por su parte había tomado a Marius por su cuenta ahora y tenía como firme propósito hacerlo sentirse bien.
El efecto no era permanente. Sabía que el chico seguía suspirando por Cosette. Pero reconocía el momento en que la tristeza nublaba su semblante y había ido aprendiendo a borrarla a punta de besos. Ahora lo hacía responder a su tacto con facilidad pero la euforia de lograrlo no lo abandonaba. Su propósito era hacerlo sentir bien la mayor cantidad de tiempo posible. Eso lo ayudaría a sanar.
En una ocasión al entrar al apartamento en la noche lo encontró mirando el perfil de Facebook de la chica. Se había detenido en seco aunque traía un comentario preparado para decirle sobre su jornada. Marius ni siquiera se había percatado de su entrada. Sin detenerse a pensarlo se había acercado por detrás de él y había empezado a besarle la curva del cuello, bajando hacia su clavícula.
Todavía recordaba el momento exacto en que el chico había dejado caer la cabeza hacia atrás apoyándose en él, dándose por vencido y permitiéndole apartarlo de la página llena de fotos de una Cosette radiante.
A veces tenía la impresión de estar peleando una batalla contra una contrincante ausente.
Sin embargo, la mayor parte del tiempo la vida transcurría con normalidad. Ambos trabajaban, se cansaban mucho, se encontraban en las noches para comer, veían televisión, bromeaban y la pasaban bien. La única diferencia entre antes y ahora era que además tenían sexo.
No era una diferencia desdeñable, por supuesto.
No tomó consciencia de cuánto tiempo había pasado hasta que al llegar al apartamento ese día se encontró con Marius nuevamente en el escritorio con la computadora al frente, pero viendo anuncios clasificados sobre apartamentos.
Nuevamente se quedó sin habla, pero en esta ocasión el chico lo había escuchado llegar.
-Creo que he encontrado un par de ofertas interesantes -dijo con resolución-. Tal vez pueda ir a verlas el próximo fin de semana.
Courfeyrac dejó sus llaves en la mesita de la entrada y se acercó sin replicar todavía. Tomó asiento en el sillón al lado del escritorio y miró al chico con tranquilidad.
-¿Tan mal te la estás pasando que ya te quieres ir?
Se arrepintió un poco al notar que Marius se azoraba. Si lo pensaba detenidamente no era buena idea que el chico se fuera todavía. El recuerdo de Cosette estaba demasiado fresco y ambos sabían, en cierta forma, que esa relación con derecho a roce que tenían terminaría en cuanto se marchara de ahí.
-Sabes que no -replicó el chico intentando no ser desviado del tema-. Pero ya llevo más de un mes aquí. ¿Podrías venir conmigo el sábado?
Courferyac suspiró. Puso una mano en cada rodilla de Marius.
-No lo sé. Creo que estoy libre pero no me apetece mucho irte a buscar otra casa. ¿No te gustaría hacer algo… diferente? ¿Divertido?
Empezó a golpear de manera rítmica y suave las yemas de los dedos contra las piernas del chico, quien lo miró con mal fingida desconfianza.
-¿Qué tienes en mente?
Se encogió de hombros.
-Nada concreto. Es sólo que generalmente si estamos juntos o estamos trabajando, o demasiado cansados o…
-¿…consolándome por algo? -completó Marius por él, desviando la mirada avergonzado.
-Iba a decir teniendo sexo -lo corrigió Courfeyrac con una sonrisa traviesa. El rubor habitual tiñó el centro de las mejillas del chico-. Pero creo que captas mi punto. ¿Qué dices? Ya te podremos buscar un apartamento luego.
Notó por el brillo en sus ojos que también le apetecía. Sin embargo, una sombra de preocupación tiñó su semblante.
-Con una condición -declaró finalmente-. Vas a aceptar mi dinero por otro mes en el apartamento. ¿De acuerdo?
Courfeyrac se incorporó apoyado en sus rodillas y lo besó un momento antes de responderle:
-De acuerdo, ya sé que no te gusta deberle nada a nadie.
Luego lo besó de nuevo.
* * *
Las cosas terminaron con Antoinette sin pena ni gloria. Desde aquella noche en que Grantaire había estado más pendiente de que Combeferre se ocupara de Enjolras las cosas se habían enfriado. El límite se había cruzado cuando ella se había atrevido a destapar uno de sus caballetes. Lo había visto y tras darle un beso, le había dicho que no volvería.
Ni siquiera había dolido aunque las noches un poco más solas le dieron más tiempo para beber. Enjolras se lo señaló con la misma amargura que se refería siempre al licor.
Desde esa misma noche el líder de ABC lo evitaba. Tenían demasiado trabajo. Las vías diplomáticas no servían de nada y las instituciones reguladoras del turismo les cerraban las puertas. La erosión del suelo en las playas era su obsesión esos meses y estaba dispuesto ya a pasar a la acción en las comunidades. No tenía tiempo para nada más. En especial no para la persona que conocía mejor sus debilidades.
Ni siquiera se molestó en presionarlo, aunque no faltó a ninguna reunión, ordinaria o extraordinaria, en un par de semanas. Enjolras le hacía el vacío, como en aquella época cuando empezaron a ir a colegios distintos y su amigo le dejó muy claro que podía estar tranquilo porque ya no le hacía falta.
Tampoco se le daba bien lidiar con las miserias individuales, propias o ajenas.
Sin embargo, saber que Enjolras no era perfecto no hacía que Grantaire pensara mal de él en ningún momento. Ni siquiera el sol podía iluminarlo todo a la vez.
Un par de semanas después, cuando empezaba a creer que sus amigos se habían dado por vencidos para buscarle pareja, alguien llamó a su puerta en la noche. Cuando se acercó a abrir, se encontró a Combeferre al otro lado.
Parpadeó dos veces, confuso.
-Te equivocaste de piso, Enjolras vive abajo -dijo apoyándose en la puerta. Le dolía la cabeza.
Combeferre ignoró su comentario.
-¿Puedo entrar? -preguntó con calma.
Siempre le había llamado la atención la tranquilidad de ese hombre. Se preguntaba si por eso le agradaba tantísimo a Enjolras. Se separó de la puerta ligeramente, dejándole espacio para pasar.
-Depende -dijo de todas formas-. ¿Me traes una nueva pareja?
El chico asintió al tiempo que se giraba. De un vistazo había notado que no había un lugar para sentarse y actuaba con naturalidad, como si fuera lo usual. Era obvio que llevaba ya pensado lo que tenía que hablar con él.
-Aunque no lo creas -replicó con una breve sonrisa.
En efecto, aquello no lo había esperado.
-De hecho, creía que Feuilly sería el próximo.
-Tiene un buen candidato -reconoció Combeferre-, pero quisiera que confiaras en mí en esto y aceptaras el que tengo pensado.
Si alguna vez se había sentido receloso de que alguien más pasara a ser el mejor amigo de Enjolras, había superado aquel sentimiento con facilidad al conocerlo. Después de todo, la amistad que había tenido con Enjolras había estado terminada desde antes de su aparición. Combeferre compartía los ideales y luchas de su amigo de infancia, pero tenía una dosis de sensatez que le ayudaba a ser comedido y sutil, algo de lo que Enjolras sabía poco y le venía bien tener cerca.
Sin embargo, Combeferre y Grantaire nunca habían sido propiamente amigos íntimos, de manera que la proposición le extrañó.
-¿Confiar? -repitió arqueando una ceja, interrogante.
La explicación ya la traía preparada.
-Tal vez se parece un poco a alguien que conoces, por lo que podría no agradarte tanto la idea. Pero sé que valdrá la pena.
Grantaire lo miró con desconfianza. ¿Qué estaba tramando? Aquello empezaba a sonar más complicado que limitarse a darle alguien con quién entretenerse al cínico del grupo. Además, todo había empezado poco después de que empezara a discutir menos con Enjolras. Hasta el placer de comprobar una y otra vez que seguía siendo el único que sabía hacerlo saltar se había diluido con el tiempo.
Se había ido encargando poco a poco de que no quedara nada de lo que había sido su amistad.
Ante su falta de réplica su invitado inesperado optó por reforzar su propuesta. Se había quedado pensándolo más de la cuenta.
-Ya aguantaste a Louis -insistió Combeferre-. Te puedo prometer que Philippe tiene cierta afinidad con tus gustos.
Le hubiera gustado pensar que nadie conocía sus verdaderos gustos, pero habría sido engañarse. Sabía que había sido patéticamente transparente toda la vida.
Se encogió de hombros antes de asentir. ¿Por qué no? Tampoco tenía nada mejor que hacer.
Al menos así podría probarle a Combeferre que se equivocaba: no podía existir alguien realmente similar a Enjolras.
* * *
Regresar a vivir con Courfeyrac había implicado más cambios para la vida de Marius de los que hubiera podido prever. Aparte del nuevo giro de su relación, había reincorporado a su vida cotidiana al grupo del ABC, de manera que más allá de sus dos trabajos ahora tenía reuniones semanales y había empezado a tener vida social. Así había terminado acudiendo al club de lectores de poesía romántica al que asistía Jehan.
De regreso de la actividad, comentando sobre la belleza de la naturaleza en la poesía, Marius sintió su teléfono vibrar. Generalmente se olvidaba de que lo llevaba consigo. Lo buscó sobresaltado y se encontró con una llamada perdida de Courfeyrac. Excusándose un momento con Jehan le llamó de inmediato.
-Menos mal -contestó la voz de su amigo al otro lado de la línea-. ¿Qué tal la poesía?
-No te hubiera gustado -replicó Marius sonriendo con cariño. Courfeyrac presumía de estar por encima del romance, aunque él pensaba que era una de las personas más sensibles que había conocido.
-Supongo que la disfrutaron, entonces. ¿No has pasado al supermercado, cierto? Dejaste la lista de la compra pegada a la refrigeradora.
Marius puso los ojos en blanco.
-Porque sólo tenía dos cosas escritas, que las anoté yo. Ninguno se apegó muy bien a eso de escribir lo que se acababa. Pasaré ahora. ¿Por eso llamabas?
-No -replicó Courfeyrac. Podía imaginar su sonrisa al otro lado del teléfono, como un niño pillado en falta que encuentra graciosa la reprimenda-. Quería saber qué quieres para cenar. Tengo tiempo, creo que voy a cocinar.
Jehan sonrió al notar el cambio en su expresión. Courfeyrac cocinaba muy bien, pero no era habitual que se esforzara en hacerlo. No una comida de verdad. Solían cenar cualquier cosa, demasiado cansados para ponerse a preparar algo sustancioso.
-No creo poder ponerme muy exigente hasta que haga las compras, no nos queda mucho -replicó intentando mantener un tono controlado, aunque sabía que su entusiasmo igual iba a notarlo.
Courfeyrac siempre lo notaba todo.
-Me subestimas -replicó con aire de entendido-. Trae el postre, te sorprenderé.
Marius sonrió ante la perspectiva. Notó que Jehan lo observaba con disimulo.
-De acuerdo. ¿Alguna otra cosa?
Era una pregunta innecesaria. Si hubiera algo más, Courfeyrac no habría esperado la pregunta para decírselo. Sin embargo, hizo una pausa como si lo estuviera pensando de verdad.
-No -replicó finalmente-. Te espero en una hora, más o menos, ¿cierto?
-Sí.
Ese era el final de la conversación, pero por alguna razón que no comprendió entonces, un simple “nos vemos” no parecía una despedida adecuada. El silencio en la línea se mantuvo un poco más.
-Bueno, nos vemos -dijo Courfeyrac finalmente. Tal vez era su imaginación pero sonaba reticente.
-Sí, nos vemos -contestó él antes de colgar con la extraña sensación todavía presente.
Notó que Jehan lo observaba ahora sin disimulo.
-Courfeyrac y tú lo hacen todo al revés, ¿lo sabes, verdad? -comentó notablemente divertido-. Empezar por irse a vivir juntos y hasta después la amistad, el sexo…
Marius se sonrojó vivamente.
-¿Cómo sabes eso? -preguntó antes de pensar si era apropiado mostrarse turbado al respecto.
Jehan arqueó una ceja.
-¿Se suponía que fuera un secreto?
No, en realidad no. Pero tampoco había pensado que fuera tan evidente. Su amigo rió, pero no había burla en su expresión. Se colgó de su brazo con un movimiento natural y empezó a caminar hacia el supermercado.
-¿Ya sabes qué le vas a llevar de postre?
Por supuesto que lo sabía, por lo que cambió el rumbo que llevaban: la pastelería favorita de Courfeyrac no estaba muy lejos de su camino.
* * *
Le iba a demostrar a Marius lo que años de vivir solo podían hacer en las habilidades culinarias de alguien como él. Había sacado todo lo que les quedaba en la refrigeradora, lo había puesto sobre el desayunador y lo había contemplado fijamente, esperando una idea que le permitiera aprovechar los ingredientes disponibles.
Estaba por alcanzar una idea cuando sonó el timbre.
Miró el reloj extrañado. No le hubiera extrañado que se tratara de Marius porque no encontraba sus llaves, pero era demasiado temprano, hacía poco que habían hablado. Frunció el ceño y tras secarse las manos en el pantalón se dirigió a la puerta a abrir.
Había un mensajero al otro lado con un sobre dirigido a él.
El remitente lo firmaba Cosette Fauchelevent.
Tras recibirlo cerró la puerta lentamente. Necesitaba procesar lo que tenía entre las manos. Leyó dos veces el sobre: su nombre estaba claramente escrito en él.
Lo abrió y encontró dos papeles en su interior: una tarjeta postal dirigida a Marius y una pequeña nota. La miró perplejo.
“Querido Courfeyrac: Quería enviar algo tangible a Marius de mi parte para que sepa que le recuerdo con mucho cariño. No sabía si ya tenía apartamento nuevo, pero supuse que si no es así, debe estar contigo todavía. De todas maneras cuento con que le puedas hacer llegar esto si sabes donde vive ahora. Saludos, Cosette.”
De repente, Courfeyrac visualizó lo que se avecinaba con la llegada de esa carta: todo el avance de Marius iba a retroceder. Volvería la añoranza punzante, las fantasías del regreso a la vida que había planeado junto a Cosette, la culpa por haberse permitido estar con alguien más…
También ese papel lo releyó varias veces antes de tomar una resolución. Marius leería la postal cuando estuviera listo para ello. Ese no era el momento. No todavía. Cosette no estaba allí para notarlo, pero él lo sabía. Tenía que prepararlo para eso.
Guardaría aquello y cenarían esa noche. Tal vez al día siguiente, o al final de la semana se la daría. El momento llegaría.
Sin embargo, cuando Marius llegó un rato más tarde con las bolsas de la compra y una bolsa de su pastelería favorita, tuvo que hacer un esfuerzo mayor por convencerse de que aquella decisión era buena.
* * *
Philippe era un buen chico. No se podía esperar menos de un amigo de Combeferre. No era particularmente atractivo, tenía la nariz aguileña y estaba muy delgado, pero a su forma resultaba agradable. Era más joven que Grantaire, iba por la mitad de la carrera en ciencias políticas y tenía puntos de vista muy fuertes sobre sus opiniones. Podía ver de dónde había sacado su amigo la idea de que tenía similitudes con Enjolras: convicciones, entrega por las luchas estudiantiles, responsabilidad y un buen corazón.
La principal diferencia era que Philippe además se permitía tener una vida propia, algo nada desdeñable. Sospechaba que la influencia de Combeferre en él era importante.
Grantaire se divertía con el chico: lo molestaba, se reía de él, se reían juntos y las veces que lo besó podía notar su curiosidad por algo en lo que todavía no tenía demasiada experiencia. Lo habría disfrutado más si no hubiera tenido el regusto amargo sentir que, si las cosas se hubieran dado de otra manera, tal vez hubiera podido mantener algo parecido con Enjolras en la universidad. O tal vez nunca había sido posible. Incluso sin que lo hubiera echado a perder todo desde tan antes.
No sabía qué tramaba Combeferre, pero le había arrancado la promesa de que le daría una oportunidad real a Philippe. El chico no era un desconocido para el grupo de amigos, involucrado como estaba en las luchas sociales de la universidad. El hecho de que Courfeyrac se guardara de molestarlo mucho al respecto le daba mala espina.
Enjolras por su parte lo miraba de manera reprobatoria, pero eso no era nuevo. Sin embargo, la manera en que miraba a Philippe sí tenía algo diferente a la abierta desaprobación usual.
Le molestaba de una forma diferente, podía notarlo.
* * *
Agotadas las vías diplomáticas la asociación había decidido en la última reunión pasar a la acción. Irían a realizar protestas al mismo sitio de las playas donde la explotación turística amenazaba con una erosión irreversible de los suelos, perdiendo importantes valores naturales con proyectos que enriquecerían solamente a los entes extranjeros que llegaran al lugar y no a las personas locales.
Combeferre y él estaban muy ocupados en la oficina organizando los detalles durante esa semana, lo que le había permitido evadir el tema por suficiente tiempo, pero inevitablemente este llegó.
-No tiene la menor gracia -declaró Enjolras irritado a Combeferre cuando salió el tema de Philippe en su conversación-. No sé de quién fue la idea pero es terrible.
Su amigo estaba particularmente serio con él ese día, a pesar de que la calma no había desaparecido de su voz.
-En cierta forma, Philippe se acerca mucho al tipo de persona que a Grantaire le gusta.
Una oleada de irritación invadió a Enjolras. ¿Por qué tenía que seguir tocando el tema? Ya le había dicho que él no era una posibilidad para Grantaire. Aunque no lo presionara para conocer sus razones, el tema seguía saliendo a colación y no le gustaba nada.
-No es una buena idea -repitió-. Grantaire tiene que superar eso también.
Notó de repente que el único sonido que había en la oficina era el que estaba haciendo él mismo tecleando el diseño de los lemas que habían acordado para enviárselo a Feuilly, quien se encargaría de los banners. Se detuvo y levantó la mirada, aunque se arrepintió de inmediato.
Le esperaban los ojos de Combeferre para escanearlo detenidamente con toda la seriedad del caso.
-Me pregunto si alguna vez te has dado cuenta de lo mucho que le exiges a Grantaire.
Le sostuvo la mirada decidido a no ceder sobre el tema.
-No más de lo que necesita.
Combeferre arqueó una ceja. Sin embargo, Enjolras tuvo la sensación de que el argumento no le resultaba sorpresivo y sabía de antemano lo que iba a decirle a continuación.
-Te he escuchado decir muchas veces qué cosas no necesita. De hecho, qué tipo de personas no necesita en su vida. Pero nada más.
No le gustaba discutir con Combeferre. Casi nunca lo hacía porque su amigo era partidario del diálogo y sabía razonar con sensatez. Pero en ese caso no lo estaba haciendo.
-Grantaire necesita arreglar su vida antes que nada.
Tal vez hubiera sido más sencillo discutir sin más. Razonar con Combeferre también podía resultar complicado.
-Tienes una idea demasiado rígida de cómo tiene que hacer eso. ¿Estás seguro de que es realista?
No le gustaba ese rumbo de la conversación. La duda lo había atenazado por mucho tiempo, en especial cuando aún eran adolescentes y poco después, recién llegados a la ciudad. ¿Había salvación para Grantaire? ¿Podía superarse lo que había sido su infancia y la muerte de su madre? ¿No era demasiado tarde? Se negaba a aceptar la posibilidad de que así fuera.
Grantaire era fuerte. Podía luchar. Pero en todo ese tiempo no había querido hacerlo de verdad: retomar la carrera, dejar de tomar, plantearse metas, planificar su futuro… Necesitaba todo eso.
-Cambiar de pareja cada mes dudo que sea la mejor alternativa -replicó con acidez.
Su amigo asintió, concediéndole el punto. Debió saber que eso era peligroso pero en definitiva no estaba acostumbrado a discutir con él.
-Aún me pregunto cómo crees que tiene que ser la pareja ideal para Grantaire: Louis, Antoinette y Philippe no tienen nada en común, pero los desapruebas a todos.
Desvió la mirada a pesar de su propósito de no hacerlo. No tenía interés en que viera que, muy en el fondo, habría aprobado a Philippe si no se hubiera parecido tanto a él mismo.
Eso último le causaba un desasosiego con el que no quería convivir.
-Tal vez el problema no son las parejas -dijo con sequedad, con intención de cortar la discusión.
El cambio en la expresión de Combeferre fue tan evidente que supo de inmediato que lo había molestado de verdad.
-Tal vez el problema sea que ni siquiera su mejor amigo crea en él. Si no puedes aceptarlo como es, tal vez es hora de dejarlo ir.
Enjolras resopló y decidió que era mejor dejar la oficina un rato para despejar el aire.
No podía quedarse allí y seguir escuchando en boca de su amigo sus peores miedos.
* * *
Combeferre estaba preocupado aunque insistiera en mantener su actitud prudente mientras esperaban cómo evolucionaban los hechos entre sus amigos. Courfeyrac había recibido su mensaje sobre el estallido de Enjolras y había pasado a hablar con él a la hora del café de la tarde. Del líder no había señales por ningún lado.
No les quedaba más que esperar. Sin embargo, él mismo tenía sus problemas en esos momentos y Combeferre era una excelente persona para escuchar.
-Tengo un problema -le dijo directamente, mirándolo a los ojos con fijeza para dejarle claro que necesitaba una solución que viniera de él-. Cosette le escribió a Marius. Envió la carta a mi nombre porque no sabía si seguía en el apartamento o tenía otra dirección que ella desconocía.
Su amigo lo miró por encima de los anteojos mientras inclinaba la cabeza para tomar un trago del humeante café.
-¿Por qué es eso un problema para ti?
-La escondí -replicó directamente.
La expresión de incredulidad en el rostro de Combeferre era demasiado clara. Parecía que acababa de confesarle algo espantoso.
Sabía que lo había hecho, no necesitaba que su amigo se lo reafirmara. Aunque seguía buscando la manera de convencerse a sí mismo de lo contrario.
-Creí que ya tenías asumido lo que significa Cosette para Marius.
Al parecer no estaba captando la gravedad del asunto.
-El chico notó que estoy inquieto por algo -continuó, ignorando el señalamiento-. Me preguntó si pasaba algo y le dije que tenía algo que decirle, pero no sabía cuándo sería el momento apropiado.
Combeferre asintió, aunque había fruncido ligeramente el ceño, como si le costara vislumbrar hacia dónde iba esa historia.
-¿Y qué te dijo? -preguntó innecesariamente para hacerlo seguir.
-Me preguntó si era algo grave. Le dije que no y dijo que confiaba en mí. -Justamente en ese momento era que se había dado cuenta de que estaba en un problema y nunca debía haber ocultado la postal-. Que sabía que se lo diría cuando fuera necesario.
Combeferre suspiró.
-El chico confía a ciegas en ti. ¿Crees que se merece que le ocultes esto?
Definitivamente no estaba viendo el punto de aquel problema.
-Recibir esa tarjeta podría ser desastroso para él. ¡Todo el progreso de estas semanas a la basura!
Todas esas semanas. El estremecimiento que lo recorría al pensar en ellas no era de preocupación. Tampoco la calidez por el sólo hecho de tener a Marius de nuevo viviendo con él. Lo había extrañado tanto y ni siquiera se había enterado hasta que empezó a plantearse una nueva marcha.
De repente tomó consciencia de que su rostro lo había traicionado. La sonrisa de entendido que esbozó su amigo le hizo pensar si no habían sido demasiado duros con Enjolras al dejarlo enfrentarse a Combeferre directamente a lo largo de todo su plan.
-¿El progreso de estas semanas? -El término parecía resultarle divertido. Le dedicó una mirada cargada de cariño a pesar de la risa que chispeaba en sus ojos-. En serio, Courfeyrac. Tú y yo sabemos de qué progreso estás hablando. Tienes razones para temer que entregarle la tarjeta sea desastroso para ti.
Levantó la barbilla ofendido por la insinuación. Le preocupaba el chico.
¿Por qué iba a ser desastroso para él? Marius y él la pasaban bien juntos, eso era todo. No había buscado nada más que hacerlo sentir bien y esa tarjeta podría volver a deprimirlo. No tenía sentido ni añadía nada a lo que había pasado entre el chico y su exnovia. Si Cosette fuera a regresar y hacerlo feliz, él lo felicitaría y le ayudaría en persona a pasar sus cosas de nuevo al departamento de la chica, pero…
Demonios. ¿A quién engañaba?
A Combeferre no, evidentemente. Ni a sí mismo, aunque lo intentara.
Resopló y se recostó en el espaldar de la silla con desaliento. En buen lío se había metido.
* * *
Grantaire nunca había creído que llegaría ese momento, pero ahí estaba. No podía dejarlo estar. No sin una última oportunidad. Siempre había sabido que aquello ocurriría eventualmente, pero no así. No de esa forma.
Agradeció al llegar a la oficina de la Asociación no encontrarse a Combeferre allí también. No había llamado a la puerta, se había limitado a entrar. Enjolras apenas y le dirigió una mirada.
No era posible que creyera que eso iba a quedarse así.
-Acabo de recibir una llamada de lo más curiosa -declaró sin dar ningún rodeo-. Feuilly quería saber cuánto estaba dispuesto a poner para las cabinas que vamos a alquilar la noche de la manifestación en la playa la próxima semana.
Enjolras continuó acomodando los panfletos que probablemente había recogido de la imprenta poco antes. Olían a nuevos.
-Todos pueden invitar a quienes quieran -dijo con tono neutro.
Odiaba cuando se atrevía a usar ese tono con él.
-Siempre he recibido una invitación directa de la asociación -le espetó-. Si no recuerdo mal, no he faltado a una sola sesión.
Al fin recibió una mirada de vuelta, aunque era distante.
-Nunca has creído en un solo movimiento de los que hemos hecho. Es hora de detener esta farsa.
No. No iba a tolerar eso.
Se acercó a él rodeando el escritorio de Combeferre. Realmente necesitaban un local más grande.
-Siempre he creído en ti. No puedes dudar de eso.
Enjolras mantuvo la expresión impasible, pero Grantaire lo conocía demasiado bien. Podía ver la vena que latía en su cuello.
-Ya ha pasado demasiado tiempo, Grantaire -dijo en tono mortalmente serio-. Tienes que superarlo todo. Mientras sigamos así no es posible.
Otra vez. Desde los quince años había sido así. A partir del momento en que había dejado de ser su amigo para ser la víctima, el chico que no había sido suficiente para que su madre quisiera seguir viviendo. El huérfano que había quedado a cargo de unos tíos desapegados y pobres que se habían limitado a darle comida y cama mientras terminaba sus estudios en una institución mediocre. El traumado, el alcohólico.
La primera causa en la que Enjolras había fracasado.
-Te lo dije una vez: no puedo darte lo que necesitas -continuó su amigo de infancia.
No podía creer que mencionara esa noche de nuevo.
Recordaba aquel episodio de su vida perfectamente. Se cumplían los dos años de que había encontrado a su madre muerta entre botellas de alcohol y frascos de pastillas. Se había emborrachado como nunca en su vida para que el recuerdo dejara de perseguirlo. Regresó pasada medianoche, tambaleante y mareado. Corría un viento frío que cortaba la piel, aunque la suya ardía. Notó que la cortina del cuarto de Enjolras salía y entraba, llevada por las fuertes ráfagas. La única razón por la que la tendría abierta bajo esas condiciones, era por él.
Todavía a la fecha seguía sin entender cómo había logrado subir por la enredadera sin caer y partirse el cuello. Perdió el equilibrio un par de veces, pero Enjolras se asomó para ayudarle a subir al antepecho de la ventana y luego a su cuarto.
Tal vez hubiera sido mejor que no llegara.
No recordaba las palabras exactas. Sólo sabía que había empezado a hablar y nada lo había detenido. Lo había confesado todo. Todo lo que sentía, todo lo que quería, todas las razones por las cuales lo único que tenía todavía sentido en su mundo era Enjolras y como lo necesitaba para seguir adelante.
Era la única vez en su vida que Grantaire había hablado de amor.
Tenía otros recuerdos más difusos que sólo en ocasiones lograba recuperar y por lo general se le escapaban como agua entre los dedos. A veces se preguntaba si no había sido una alucinación. Pero ahí estaba. El recuerdo de los labios de Enjolras, inexpertos pero firmes. El tacto de su piel, suave y cálida bajo sus manos. Los dedos finos ceñidos a su cintura.
Un instante tan fugaz que aún dudaba si había sido real. Un beso. El único beso.
De lo que no dudaba era de lo que había seguido a eso. El rechazo, la estupefacción, el horror. Recordaba claramente el semblante de Enjolras. Había miedo en su rostro. Mucho miedo.
“No estás bien, Grantaire. Yo no puedo darte lo que necesitas”.
Esas eran las palabras con las que había terminado todo.
Nunca había necesitado de él nada de lo que Enjolras creía. Incluso hubiera podido vivir sin ser correspondido. Pero había perdido a su amigo. Su único amigo.
Se sostuvieron la mirada con una tensión que empezaba a resultar insoportable. Apretó los puños y resopló. No iba a regresar a esa discusión.
-Iré a la manifestación. A esta y a todas las que sigan que organices. No puedes impedir eso.
Se volteó dispuesto a salir de ahí de inmediato. Pero lo detuvo el tono resignado y cansado de las palabras de Enjolras.
-Puedes ir si quieres. También puedes llevar a Philippe, probablemente esté más interesado que tú, de cualquier forma.
Grantaire inspiró profundo al escuchar el tono de desdén con el que se había referido al chico. Se giró bruscamente.
Tenía algo más que decir antes de irse.
-¿Realmente quieres tener esta conversación? ¿Quieres que te diga por qué te causa tanta repugnancia verme con Philippe? No es ningún secreto: no puedes soportar la idea de que alguien que se parece mínimamente a ti tenga algún interés en mí. Es demasiado desagradable para ti. Siempre lo ha sido.
Supo en ese momento que había tocado un punto sensible. Pudo verlo en sus ojos, en la tensión en su barbilla y en la manera en que sus labios se pusieron blancos. Pero no replicó nada.
Grantaire interpretó su silencio de la única forma posible: tenía razón y lo único que podía hacer ahora era marcharse.
* * *
(continúa)