¡Feliz Navidad, Bela_Kikinu! (parte 2/4)

Jan 02, 2014 23:27

Título: Lo mejor de mi vida eres tú
Autor: sara_f_black
Nombre de tu persona asignada: bela_kikinu
Beta(s) (si los tienes): desperatesmirks
Personaje/pareja: Enjolras/Grantaire, Marius/Courfeyrac, Combeferre, Les Amis, algunos OC necesarios para la trama.
Clasificación y/o Género: Drama/Romance.
Resumen: Enamorarse del mejor amigo de la infancia y no ser correspondido es difícil. Enjolras es inflexible, por lo que el grupo de amigos de Grantaire decide ayudarle a salir con otras personas. A todos les parece buena idea excepto a Marius: él está convencido de que si se ama a alguien de verdad, estar con otra persona por diversión no le puede hacer olvidarle.
Disclaimer: el creador, dueño y señor de estos personajes es Victor Hugo, por si alguien no lo sabía ;)
Advertencias: trata temas de alcoholismo y depresión. AU.
Notas (si las necesitas): Tomé tres de tus prompts y a partir de ellos salió esta historia que espero que sea de tu agrado… Hay pinceladas de lo que querías de Gavroche pero ya ese no me fue posible integrarlo también.

* * *

Las jornadas de información popular eran las favoritas de Courfeyrac. Sabía que todo el trabajo que realizaban era importante, pero tener la posibilidad de tratar con la gente y hacerles ver una realidad social injusta era su parte favorita de todo. Ese día Enjolras, Combeferre y él se habían distribuido por distintos centros universitarios para buscar apoyos en la manifestación contra la concesión de los derechos de explotación de la costa. Bahorel, Joly, Bossuet, Jehan y Feuilly ya tenían asignado también su turno para ir en parejas a lugares menos receptivos.

Para ser un viernes estaba regresando temprano a casa, pero quería hacer el informe de la visita. Tal vez terminaría temprano y podría salir un rato. Le hubiera gustado convencer a Marius de ir con él, pero un vistazo al cielo lo desanimó al respecto: parecía que iba a caer un diluvio y lo más listo sería quedarse en casa.

Ya en la calle del edificio de apartamentos distinguió desde lejos a dos personas fuera. Uno era Gavroche, definitivamente. Ese niño era reconocible en cualquier sitio y después de que Marius ayudara a su hermana para conseguir la patria potestad, el niño había conocido al grupo del ABC y le encantaba pasar tiempo con ellos. Estaba dejando unas latas de pintura en el piso y se despedía con todo entusiasmo de la segunda persona: Grantaire.

El niño lo vio acercarse pero se despidió con la mano mientras cruzaba corriendo la calle. Iba tarde a la hora de la cena. Debía ser difícil acostumbrarse a cumplir los horarios impuestos por su hermana mayor, pero sabía que en el fondo lo agradecía. En contraste con el abandono en que le tenían sus padres, Éponine vivía pendiente de él dentro de lo que el trabajo se lo permitía. Él intentaba echarle una mano cuando podía y los demás también. Sospechaba que Grantaire lo había llevado a pintar con él.

Cuando llegó hasta su amigo vio que estaba encendiendo un cigarrillo.

-Éponine te matará si sabe que fumas frente a Gavroche.

-Por eso esperé a que se fuera -replicó su amigo antes de dar la primera calada al cigarrillo. Tenía manchas de pintura en la cara, los brazos y la camiseta.

-¿Mucho trabajo? -preguntó después de negarse a aceptar la cajetilla que le ofreció.

-El justo para comer -replicó Grantaire encogiéndose de hombros-. ¿Ya ayudaste a salvar el mundo hoy?

Courfeyrac sonrió. Había conocido al pintor a través de Enjolras, antes de irse a vivir al mismo edificio que ellos. Siempre le había caído muy bien. Podía ser cínico y pesimista en muchas cosas, pero no dejaba de ser una persona cálida. Un buen amigo.

-Sí, ya salí del trabajo por hoy -replicó sin darle importancia. Si Enjolras aprendiera a hacer eso, discutirían menos, pero sospechaba que las discusiones siempre habían sido parte de su dinámica-. Puedo pasar a mi trabajo nocturno de celestino. ¿Qué tal te fue con el doctor ayer?

Había amenazado a Joly con todo tipo de repercusiones negativas para él si echaba a perder el plan escogiendo mal a su candidato. Sin embargo, la sonrisa pícara en los ojos de Grantaire y la manera en que desvió la mirada le hicieron despreocuparse y quitar la mira de venganzas aún no planeadas contra su amigo médico.

-No estuvo mal -replicó después de separar el cigarrillo de sus labios otra vez-. ¿Cuánto le están pagando?

Courfeyrac rió.

-¿Crees que tenemos tanto dinero como para pagarle a alguien por andar contigo si no quisiera hacerlo?

No llegó a escuchar la réplica de Grantaire. En ese momento ambos distinguieron a Enjolras acercándose al edificio también. Acababa de dejar el auto en el estacionamiento que le correspondía a su edificio, que se encontraba en la cuadra siguiente. Miró de reojo al pintor y notó que había empezado a fumar con un poco más de ansiedad. Luego observó al líder del ABC, quien había notado ya su presencia y se acercaba con un paso más pesado.

Ya Combeferre le había dicho el día anterior que su plan no le había sentado nada bien.

Sonrió para sí y se dispuso a sacar provecho de tan dichosa coincidencia. Enjolras los saludó con un asentimiento firme y seco, como era costumbre en él. Sin embargo, miraba a Grantaire con una grave atención que no le pasó desapercibida.

-Llegas justo a tiempo -dijo Courfeyrac cortando el saludo defensivo que pudiera haber utilizado el pintor-. Grantaire iba a hablarme de su cita de ayer.

Enjorlas arqueó una ceja con marcada incredulidad, mientras que Grantaire apuraba su cigarrillo.

-¿No tienen mejores cosas que hacer? -preguntó con el mismo tono de fastidio que utilizaba siempre que se desviaban durante una reunión para hablar de la vida personal de alguno de ellos.

Courfeyrac negó. Su postura no podía ser más despreocupada, con las manos en los bolsillos y la espalda relajada. Grantaire por su parte estaba recostado en la pared con un pie apoyado contra el muro tras él. Ambos habían trabajado bastante ese día: la pintura en su amigo daba testimonio de ello y por su parte, traía un montón de firmas y números de teléfono de personas interesadas en la causa.

-Es viernes en la noche, Enjolras, es el día que toca relajarse -declaró con desparpajo.

Su líder frunció el ceño. Aquel gesto siempre le hacía ver mayor, lo que no era tan malo considerando que la juventud parecía decidida a no abandonar sus rasgos. Dirigió la mirada hacia Grantaire.

-Entonces tu cita pudo haber sido viernes.

Su amigo terminó el cigarrillo y negó con una fingida expresión de decepción.

-Tal vez si Louis no hubiera tenido que hacer turno hoy en la noche en el hospital…

Notó cómo los labios de Enjolras formaban una delgada línea ante el familiar uso del primer nombre del susodicho.

-Ya veo -comentó sin añadir nada más.

Tratándose de Enjolras, era importante tomar en cuenta que ya había dedicado más de dos oraciones a la vida personal de alguien antes de preguntarle cómo le había ido en el centro universitario que le tocaba. Si hubiera estado solo, Courfeyrac se habría felicitado a sí mismo. Aquello marchaba mejor de lo que había pensado.

Ocultó su sonrisa de satisfacción para dirigirse con tono casual al pintor.

-¿Fueron al lugar hindú que te había propuesto?

Grantaire asintió, pero antes de que añadiera nada el resoplido de Enjolras lo interrumpió.

-¿Un lugar hindú? -repitió.

Su amigo le dedicó una sonrisa burlona. Courfeyrac identificó de inmediato uno de esos momentos en los que ambos amigos de la infancia recordaban algo en común que estaba fuera del conocimiento de los demás.

-Mis reflexiones sobre la cosmovisión hindú al parecer no lo espantaron -repuso Grantaire. Sostuvo la mirada en la de Enjolras, como si esperara que pusiera en duda sus palabras con base a algún evento pasado. Courfeyrac tomó nota mental de no sacar el tema de la cultura hindú cerca del pintor, sólo por si acaso.

-¿Cuándo van a verse de nuevo? -preguntó interrumpiendo la tensión. La vena en el cuello de Enjolras empezaba a marcarse y sabía por experiencia que eso no era bueno.

Se estaba aventurando, tal vez Grantaire había puesto fin a aquello después de saciar su curiosidad. Sin embargo, una sonrisa traviesa apareció en su rostro al escuchar la pregunta.

-El fin de semana. Quiere ir a una exposición de pinturas con alguien que sepa algo de arte… Para su mala suerte, sólo me conoce a mí.

Aquel tipo de comentarios eran comunes en él. Al principio a Courfeyrac le habían chocado un poco, pero con el tiempo se había acostumbrado. Era curioso: si Grantaire fuera tal y como él mismo se describía no habría nadie que tuviera interés en relacionarse con él. En cambio, no conocía una sola persona que lo conociese y no le cayese bien. Era el tipo más culto que conocía, aunque nunca le diera la menor importancia a los conocimientos que sabía excepto para vomitarlos en largas peroratas sin sentido cuando estaba muy borracho. El arte era su área de estudios además, así que fijo sabía más del tema que cualquier estudiante de medicina sin tiempo para respirar.

Había aprendido a ignorar aquel tipo de comentarios de su parte o tomárselos a broma, pero a Enjolras seguían irritándolo, aunque lo conocía desde hacía muchísimo más tiempo que él. Por eso no le sorprendió su hiriente réplica.

-Sabrías más de arte si no hubieras dejado la carrera.

Grantaire arqueó una ceja.

-Y si tú le dedicaras a tu vida la mitad del tiempo que le dedicas a salvar la patria de sí misma… Ah, qué no habrías hecho ya. Cada quien tiene sus prioridades, Apolo.

Como siempre, el pintor sabía encontrar el punto exacto para hacer saltar a su amigo.

-¡No puedes comparar! -le recriminó Enjolras acercándose un paso hacia él. Grantaire se separó de la pared, perdiendo la posición relajada que había mantenido hasta entonces. Estaba listo para un round con su mejor amigo y el brillo característico de emoción en sus ojos lo delataba.

Courfeyrac empezaba a plantearse si debía intervenir o no cuando su atención se vio desviada de las réplicas precipitadas de ambos. Marius acababa de salir del edificio y se notaba que había puesto particular atención a su aspecto. Se disculpó con sus amigos un momento aunque estos lo ignoraron y se acercó a él. El chico sonrió al verlo.

-Alguien se puso guapo hoy, ¿eh? -dijo por todo saludo al tiempo que lo miraba aprobatoriamente. Luego frunció ligeramente el ceño y se acercó a él un poco más, inspirando profundo-. ¿Esa es mi colonia?

El chico asintió, parecía algo nervioso.

-No te importa, ¿verdad?

Courfeyrac negó mientras lo inspeccionaba con la mirada nuevamente. Ahí estaba pasando algo. Marius llevaba días en un estado depresivo y automático en que lo último que le preocuparía era ponerse agua de colonia.

-Te dejaba usar mi ropa, claro que no me importa -le recordó. Luego lo miró a los ojos-. ¿Me vas a contar?

El chico sonrió, aunque había dirigido una mirada preocupada hacia Enjolras y Grantaire, quienes seguían discutiendo detrás de ellos.

-Cosette me llamó -declaró con entusiasmo. Sus ojos chispeaban con entusiasmo como no lo habían hecho desde que había vuelto a vivir a su apartamento-. Insistió en que quiere verme hoy.

Marius prácticamente tenía brillo propio. Nunca había conocido a alguien con esa capacidad de reflejar las emociones con tantísima claridad. Sin embargo, Courfeyrac se sintió particularmente intranquilo. Aquella llamada no tenía por qué significar precisamente lo que el chico creía.

Desvió la mirada para no transmitirle su preocupación, elevándola hacia el cielo que estaba tornándose de un color gris amenazante.

-Va a llover -le advirtió- y no llevas abrigo. Hubieras tomado uno mío.

El chico se encogió de hombros, quitándole importancia al asunto. Claro, pensaba que iba a reunirse de nuevo con el amor de su vida, un poco de agua y frío no iban a detenerlo. Por si acaso, Courfeyrac se quitó la bufanda que llevaba al cuello y se la pasó a él por encima de los hombros. Marius no se resistió, así que se permitió acomodársela. Se sumaba muy bien al conjunto total que llevaba ese día.

-Mejor -declaró antes de darle una palmadita en el hombro y soltarlo. Marius le dedicó una mirada agradecida y Courfeyrac odió por un momento la idea de que fuera a volver más destruido que antes de aquella cita improvisada. Se obligó a sonreírle-. Anda, no hagas esperar a la chica.

Marius no se hizo de rogar y tras decir adiós en voz un poco más alta, como si pretendiera incluir a Enjolras y Grantaire en su despedida, se marchó a toda prisa. Courfeyrac se quedó observándolo hasta que dobló en la esquina y suspiró. Aquello le daba mala espina.

Se giró para volver con sus amigos y logró ubicar que la discusión se había desviado al tema de la lucha por las costas.

-No puedo creer que en verdad estés defendiendo a las multinacionales -señalaba Enjolras con un tono rabioso ofendido.

-No las defiendo -replicaba Grantaire, mucho más contenido y tranquilo. Cualquiera podía percibir que se lo estaba pasando bien-. Sólo te digo que no esperes que la comunidad te reciba con los brazos abiertos si les estás quitando su esperanza de desarrollo económico en la zona.

-¡Hay otras formas! -insistió Enjolras con intensidad.

Grantaire no pareció impresionado.

-Ellos no las conocen -le recordó con calma. De hecho, más que pasarlo bien Courfeyrac se atrevía a decir que lo estaba disfrutando-. Puedo darte muchos ejemplos similares a través de la historia. ¿Quieres que empiece?

Ese era su momento para intervenir. Si dejaban que Grantaire se sumiera en unas de sus retahílas históricas se quedarían ahí toda la noche.

-Hey, dejen algo para la reunión de la otra semana -les dijo con un tono alegre y conciliador que no alcanzó para apaciguarlos del todo, en especial no a Enjolras. El líder del grupo se acomodó el cuello de la camisa, como si hubiera estado enzarzado en una pelea física y lanzó una mirada fría hacia ambos.

-De acuerdo. Por cierto, Grantaire, si piensas seguir saliendo con este hombre, recuerda invitarlo a nuestras reuniones.

Había algo tan frío y peligroso en sus palabras que Courfeyrac tomó nota mental también para no permitir que Louis pusiera un pie en el Musain.

Grantaire sonrió burlón.

-Oh, no querrá ir. No le interesa la política.

Aquel era el insulto final. Podía verlo escrito en la expresión de Enjolras, la cual se tornó tan dura que dolía verla. En especial cuando desvió la mirada hacia él, cargada de reproche y promesas de que iban a hablar después del tema.

-Tengo que subir a trabajar -dijo Enjolras con voz fría e inexpresiva. Sin esperar ninguna réplica, giró sobre sus talones y se dirigió hacia la entrada del edificio. Allí se detuvo un momento y se giró hacia Courfeyrac-. Esperaré tu informe de hoy.

No se quedó a esperar una respuesta a eso tampoco.

-Creo que acabas de condenar a Louis a nunca gustarle a Enjolras -declaró Courfeyrac mirando con algo de aprensión hacia el edificio.

Grantaire se encogió de hombros.

-Nunca le ha gustado mucho la gente con la que me relaciono -declaró con fingida resignación. Si lo miraba con atención parecía divertido. Incluso particularmente complacido-. Excepto los que son sus amigos también, claro. Voy a tomar algo con Jehan y Feuilly. Llámanos si puedes escaparte temprano de tus informes.

Courfeyrac asintió y se despidió de él. Grantaire recogió las latas de pintura y entró a dejarlas al edificio, mientras él lanzaba una última mirada al cielo gris. La tormenta estaba cerca. Se hizo el propósito de entrar a casa y no salir de allí hasta tener noticias de Marius. Sospechaba que no serían nada buenas y el chico necesitaría la compañía.

Además, no llevaba paraguas y por como amenazaba la lluvia sería mejor tenerle lista una toalla.

* * *

Le temblaba el pulso para abrir la cerradura. Estaba formando un pozo bajo sus zapatos, lo sabía, pero no se podía controlar. Inspiró profundo y cerró los ojos que todavía le ardían. Había sido tan ingenuo.

Tan tonto.

La puerta se abrió antes de que lograra introducir la llave. Courfeyrac parecía preocupado y lo arrastró dentro del apartamento con apremio.

-¡Te dije que iba a llover! -le recordó al tiempo que le quitaba la bufanda del cuello. La elegante prenda era ahora un trozo chorreante de tela que tiró al piso sin ceremonias.

Se lo había dicho, sí, pero al salir de ahí horas antes no había tenido en su mente nada más que regresar junto a Cosette.

Un estremecimiento lo recorrió mientras seguía a Courfeyrac a través de la salita hacia su habitación, después de dejar los empapados zapatos a la orilla de la puerta.

-Tienes que cambiarte -prosiguió su amigo. Marius notó que había dejado la computadora encendida sobre la mesita de la sala, había estado trabajando así que no era casualidad que estuviera en casa un viernes en la noche. Tenía una toalla a mano y se la pasó de inmediato, como si lo hubiera estado esperando-. Voy a buscarte algo de ropa mientras. ¿A qué esperas?

Reaccionó cuando notó la mirada insistente de Courfeyrac sobre él. Se había detenido frente a la puerta de su habitación a mirarlo remover los cajones. Se estremeció de nuevo cuando el retumbo de un trueno hizo vibrar los vidrios de la casa.

Se empezó a soltar los botones de la camisa que se pegaba a su cuerpo. El pulso le temblaba todavía, pero sabía que era efecto del llanto que había dejado correr por su cara. Llovía, estaba empapado, ¿quién iba a notarlo mientras corría por las calles desiertas bajo la tormenta?

Otro trueno resonó.

-Tienes que apurarte -lo apremió Courfeyrac. Para su alivio se acercó a él y se encargó él de los traicioneros botones. Cuando le quitó la camisa sintió como la tela se despegaba empapada de su piel. Tiritó de frío mientras empezaba a secarse, pero su amigo tomó el paño y le frotó con fuerza la espalda, como si quisiera hacerlo entrar en calor.

-Gracias -balbuceó, aunque la voz se le quebró.

Courfeyrac se detuvo y lo miró con atención a los ojos. Cuando hacía eso, Marius tenía la sensación de que podía leerle la mente.

-Quería despedirse, ¿verdad? -preguntó finalmente.

Él cerró los ojos antes de reunir las fuerzas para asentir.

Los abrió de nuevo al sentir las manos de Courfeyrac acunando su rostro.

-Lo siento -musitó su amigo. Estaba lo suficientemente cerca como para escucharlo a pesar del sonido de la lluvia que azotaba con violencia las ventanas.

Contuvo la respiración de repente. Las conversaciones que habían tenido los últimos días se arremolinaron en su mente. Si tan sólo pudiera ver las relaciones como Courfeyrac. Si todo fuera tan sencillo como embotarse los sentidos y no sentir más…

-Supongo que no es el momento apropiado para salir a tomar, ¿verdad? -dijo en voz baja, casi como una disculpa. Si le hubiera prestado más atención, si no hubiera sido tan ingenuo… no estaría allí empapado, mojándole todo el apartamento.

Courfeyrac sonrió al escucharlo y volvió a tomar la toalla que había dejado sobre sus hombros. Lo envolvió en ella y le soltó el botón del pantalón que continuaba chorreando hacia el suelo.

-No, no tienes el don de la oportunidad -señaló dejando caer las manos.

Marius podía ver en sus ojos que realmente lo lamentaba por él. Pudo ver sus ganas de ayudarlo y la calidez con que lo había recibido siempre que su mundo dejaba de tener sentido.

Antes de que reaccionara, Courfeyrac se había alejado de nuevo, dirigiéndose hacia su armario. Sacó una mullida bata de baño oscura, esa que solía usar cuando salía del baño y se sentaba a revisar los correos que Enjolras había enviado a primera hora. Marius reaccionó entonces y se quitó el pantalón. Lo dejó en el suelo, estaba pesado de la cantidad de agua absorbida. En condiciones normales se hubiera sonrojado por la mirada divertida que Courfeyrac le había dedicado: solía ser demasiado recatado, al menos en opinión de su amigo. Sin embargo, tenía frío y se sentía tan cansado, tan abatido… Se dejó envolver en la bata que le alcanzó y se estremeció una vez más.

Courfeyrac parecía más tranquilo ahora que cuando le había abierto la puerta, pero seguía preocupado.

-Ven -le dijo con firmeza, tomándolo de la mano. Marius se dejó arrastrar hasta la cama, donde su amigo levantó el edredón y le indicó que entrara. Los truenos fuera seguían retumbando, la luz parpadeó y se quedaron totalmente a oscuras. Courfeyrac lanzó una maldición-. Supongo que eso termina con las posibilidades de que te prepare algo caliente.

Marius contuvo una risita. Le resultaba totalmente inapropiado reír sintiéndose como se sentía, pero no le extrañaba que su amigo lograra sacarle una risa. Si alguien podía hacerlo era él. Se encogió debajo del edredón y se dio cuenta de que todavía sostenía la mano de Courfeyrac en la suya. Jaló de él con suavidad y, su amigo, comprendiéndolo, se sentó junto a él en la cama, metiendo las piernas debajo del edredón.

-Gracias -susurró Marius sintiendo que el calor al fin empezaba a regresar a él.

Le hubiera gustado poder ver la expresión de Courfeyrac, pero la única luz en la habitación era la que dejaban entrar las cortinas cuando los rayos rasgaban el cielo.

-Cuando pasa algo así en las películas, termina en sexo -comentó su amigo. Sintió como se giraba hacia él y le frotaba los brazos, como si quisiera ayudarlo a entrar en calor más rápido.

-Era la otra opción después de emborracharse, ¿cierto? -replicó él girándose para esconder la cara contra la almohada en un acto reflejo cuando la luz de otro rayo iluminó el cuarto. El olor de Courfeyrac inundó sus sentidos.

Su amigo rió un poco. Sintió cómo se acomodaba mejor en la cama, recostándose en la parte de la almohada que él dejaba vacía. Notó de repente que le estaba mojando la cama con el pelo e intentó levantarse, pero él se lo impidió.

-En realidad es la única opción viable -señaló Courfeyrac, ignorando su movimiento y contestando a su comentario anterior-. Vomitas tanto cuando bebes que si te sigo invitando a tomar es porque sé que vas a negarte.

El siguiente rayo los sobresaltó a ambos, lo que los hizo brincar y reír después. Sin embargo, Marius notó que su propia risa tomaba ciertos tintes nerviosos. Estaba tan agobiado. Tan exhausto de sentir…

-Quería devolverme algunas cosas -dijo finalmente. Sabía que tenía que hablar de lo que había pasado. En ese momento recordó que no había recogido la caja que Cosette le había alistado-. Se va mañana y no quería irse en malos términos.

Notó como Courfeyrac resoplaba. Tal vez en condiciones normales no se hubiera dado cuenta, pero estaba tan cerca que lo sentía. Un rayo iluminó la habitación y pudo ver entonces su rostro. Tenía una expresión más dura de la que hubiera esperado.

-No debió haberte llamado -declaró.

Marius no replicó nada al respecto. Se quedó quieto, escuchando la lluvia, los truenos y la respiración de Courfeyrac a su lado. Cuando sintió las lágrimas de nuevo en sus mejillas dio gracias por la oscuridad. Nunca le había gustado llorar en público.

Sin embargo, era menos disimulado de lo que pensaba. De repente sintió las manos de Courfeyrac en su rostro de nuevo. Otro rayo le permitió notar una expresión de concentración en su cara que no entendió.

Sintió sus dedos limpiando la lágrima que caía por su mejilla. Cerró los ojos, pero sintió su respiración cerca. Luego, tras un par de acercamientos dudosos, sintió unos labios cálidos y tentativos cerrándose sobre los suyos.

* * *

La luz se encendió de repente, haciéndolo parpadear con fuerza. Tardó un momento en ubicarse de nuevo. Había un silencio increíble, la luz de la habitación estaba encendida y Marius estaba a su lado en la cama, medio envuelto en su bata de baño.

Había terminado la tormenta. Al final había regresado la luz.

Había besado a Marius.

El chico estaba dormido. Seguía luciendo exhausto, pero su expresión resultaba un poco menos angustiosa que cuando había llegado la noche anterior, empapado y al borde de la crisis nerviosa. Por supuesto, cuando se despertara y recordara lo sucedido entre ellos iba a tener otro tipo de crisis.

Courfeyrac se incorporó con cuidado y apagó la luz en el interruptor sobre la cabecera de la cama, no quería que su amigo se despertara todavía. Lo mejor era ordenar sus ideas primero. Sin embargo, debía ser ya entrada la madrugada porque alguna luz natural se colaba entre sus cortinas.

Contempló al chico dormir mientras su mente empezaba a llenarse de imágenes de la noche anterior. O tal vez debería decir sensaciones. La oscuridad, la tormenta, el frío… Las dudas de Marius, palpables en la oscuridad, de repente dejadas de lado por unos labios aún algo inexpertos, pero ansiosos.

No tenía que haberlo permitido en aquel momento de fragilidad, pero había sentido que el chico lo necesitaba y él podía ayudarlo. No lo hubiera pensado dos veces con nadie más pero la verdad pocas veces sentía unas ganas tan fuertes de ayudar a otras personas como a Marius.

El recuerdo de su piel sensible le cosquilleaba en la punta de los dedos.

Sí, no sólo había besado.

Se llevó una mano a los labios y sonrió. No había estado nada mal. El chico podría aprender muchísimo de él si quisiera. Pero sospechaba que no se iba a tomar muy bien las cosas a la luz del día. Le tocaba a él tomárselo con la naturalidad del caso y esperar que no saliera huyendo espantado.

Besos, caricias, gemidos en la oscuridad, calor en medio de una tormenta… tampoco eran causal de abandono. ¿Cierto?

Se sobresaltó cuando escuchó a Marius gemir ligeramente y moverse. Notó como entreabría los ojos y lamentó no tener un poco más de tiempo para preparar sus argumentos. El chico parpadeó dos veces seguidas, mirándolo a su lado, todavía sin comprender.

-Es muy temprano -le susurró Courfeyrac alzando un poco más el edredón para cubrirlo de nuevo-. Aún puedes dormir más.

Notó el momento exacto en el que el chico recordaba lo sucedido. Su expresión lo delataba.

-Lo sé, ni siquiera tenemos el alcohol como excusa -replicó Courfeyrac encogiéndose de hombros, anticipándose a su comentario. La mirada de Marius se desvió hacia su pecho, el cual había quedado al descubierto al incorporarse. Claro, su propia camisa también había sido relevada de sus funciones durante la noche anterior a pesar de estar perfectamente seca.

-Dijiste que ayudaría -señaló el chico tras un momento.

Courfeyrac lo contempló con atención, intentando descifrar lo que había querido decir realmente, pero sin lograrlo.

-¿Vas a pedir tu dinero de vuelta? -replicó intentando mantener el humor ligero, aunque tenía que admitir que se sentía algo tenso. Lo último que quería era causarle más agobio al chico y sospechaba que era lo que había hecho-. No se aceptan devoluciones de orgasmos y otros productos de la misma categoría.

El sonrojo de Marius era al menos terreno conocido, pero el chico negó y se incorporó también. Todavía se notaba adormecido y la expresión cansada de su rostro se había acentuado con respecto a los días anteriores.

-Lo siento -dijo el chico mientras cruzaba los dedos de sus manos. Parecía acongojado.

Courfeyrac arqueó una ceja.

-¿Por qué? -La pregunta era sincera, no entendía a qué se refería.

Marius hizo un barrido de la habitación con la mirada que le invitó a hacer otro tanto. Había ropa empapada en el suelo, sus sábanas y su colchón también estaban mojados… Y estaba en la cama con su amigo.

-No habría sabido dónde más ir -confesó el chico bajando la cabeza, mirando sus propias manos sobre la sábana. Courfeyrac recordaba los finos dedos de su amigo aferrados a sus hombros y se preguntó si eso era lo que recordaba el chico también en ese momento.

Lo tomó de la barbilla y lo hizo mirarle.

-No tendrías que haber ido a ningún otro lado -le aseguró.

Notó que Marius contenía la respiración. No se retiró ni se mostró incómodo, sino expectante. Tal vez estaba imaginando cosas.

-Tal vez sí ayudó en algo -musitó el chico.

No podía decir que pareciera feliz al respecto, sino más bien confundido. Sintió ganas de besarlo otra vez. Tal vez había estado demasiado tiempo a dique seco por culpa del trabajo, pero dejando de lado la situación tan extraña y difícil, lo de la noche anterior le había sabido a muy poco.

Sin embargo, no lo besó de nuevo. El chico se retiró de golpe para estornudar y el estremecimiento que lo recorrió era fácilmente reconocible.

Había que tomar nota de eso: el sexo podía ser bueno o no para un corazón roto, pero no lo era para evitar un resfrío.

* * *

La noche de la tormenta había sido una totalmente improductiva para Enjolras. Había terminado con los informes a la mitad, no había podido recibir el de Courfeyrac y cuando subió a buscarlo para hablar con él ni siquiera le abrió la puerta. Probablemente ya se había dormido o el bullicio de la lluvia y los truenos no le habían permitido escucharlo. Tampoco respondió su teléfono.

Resignado se había metido en la cama tratando de convencerse de que dormir era una manera de aprovechar el tiempo. Sin embargo no lograba conciliar el sueño y se removió inquieto hasta que se levantó a buscar su teléfono de nuevo y le envió un mensaje a Grantaire.

“No hay electricidad en esta zona. El edificio está a oscuras. E.”

Su amigo siempre se había reído de su costumbre de firmar con la inicial los mensajes de texto. Recordaba cuando ambos habían tenido sus primeros teléfonos celulares. Habían pasado horas enviándose mensajes a pesar de estar en casas vecinas, discutiendo por cualquier cosa. Luego todo se había complicado.

Al rato recibió un mensaje de vuelta.

“Es bueno saber que te preocupo, Apolo. Me quedaré donde Feuilly. R.”

Sólo cuando hablaba con él Grantaire firmaba también, pero con aquel mote que tan ingenioso le había parecido desde que estaban en la escuela.

Resopló al ver el mensaje. Siempre se había preocupado por él. Quizá demasiado. Le había tomado su tiempo aprender cómo evitar que le afectara tanto. Aún recordaba la primera vez que lo había visto fumando. Tenía dieciséis años, la madre de Grantaire había muerto el verano anterior y habían dejado de pasar todos los días juntos en el colegio para verse de pasada durante la noche. Su amigo salía mucho más temprano ahora y pasaba la tarde con sus amistades del colegio público. Ninguno de ellos le daba a Enjolras muy buena espina.

También recordaba la primera vez que se lo había encontrado en un callejón unas cuadras antes de casa, besándose y removiéndose la ropa con uno de aquellos chicos peligrosos de su colegio. Había una botella de licor en el suelo.

-No es nada -había dicho Grantaire cuando lo había confrontado al respecto-. A veces se necesita desconectar un poco, Apolo. ¿O acaso te molesta que me vayan también los hombres? Ya sé que tú estás por encima de todo esto del sexo, pero el resto somos humanos.

No. Su problema era que aquel tipejo era un repitente ya mayor de edad, bebía, fumaba algo más que tabaco y tenía la palabra problema tatuada por toda la cara. Y al parecer a Grantaire le gustaba.

Había perdido al amigo que conocía ese año. Aquella no había sido su única relación dudosa. Sin embargo, no se alejó nunca del todo y siguió siendo esa persona con la que podía discutir sobre cualquier cosa y le daba puntos de vista que él ni siquiera había considerado.

Recordó la discusión de esa tarde y le envió un mensaje a Combeferre sobre la necesidad de que empezaran a buscar alternativas de desarrollo para proponer a la comunidad.

Luego se había acostado de nuevo, incapaz de dormir. Lo que estaba sucediendo con Grantaire ahora era una nueva etapa que encendía todas las alertas de Enjolras, recordando aquellas primeras peligrosas relaciones de su amigo. Sin embargo, el tal Louis no era un tipejo sacado de los bajos fondos en los que Grantaire era capaz de moverse. Era un médico que había sido escogido por Joly, una de las personas más prudentes y desconfiadas que conocía. Aprobado por alguien tan sensato como Combeferre. Debía fiarse más al respecto.

Sin embargo, al día siguiente cuando se encontró con Joly para ir juntos a reunirse con una organización de trabajadores, se dispuso a sacar el tema de la manera más sutil que le fue posible.

-Creí que estarías muy cansado hoy -comentó con tono casual, o eso pretendía-. Pensé que tal vez tenías turno también, como ese tal Louis con el que anda Grantaire.

Joly lo miró de reojo desde el asiento del pasajero.

-No estamos en los mismos roles de turno este cuatrimestre -replicó. Sonaba ligeramente divertido, lo que le advirtió que probablemente estaba siendo menos sutil de lo que creía.

-Oh, ya veo. Fueron compañeros antes, entonces -dijo como si fuera un hecho, no algo que le interesara averiguar.

-Toda la carrera -replicó Joly sin esconder su sonrisa esta vez-. Puedes preguntarme lo que quieras. Contaba con que tendrías curiosidad.

Giró la cabeza hacia él con el ceño fruncido.

-¿Por qué? -preguntó algo ofendido. Volvió la mirada a la calle pero sin relajar el gesto.

-Porque sé que eres un buen amigo y te preocupas particularmente por Grantaire.

El tono de Joly daba a entender que estaba convencido de lo que decía pero a la vez se estaba callando algo. Enjolras suponía que no había olvidado la vez que había hablado con él sobre el alcoholismo. Confiaba en la discreción de su amigo, pero tampoco le había dicho todo lo que le preocupaba entonces.

Eligió con cuidado cómo abordar el tema y optó por el punto más obvio a reprocharle.

-Aún no conozco a ese Louis pero por lo que dice Grantaire no tiene una posición política.

Joly no parecía considerarlo algo tan grave.

-Para Louis nada más allá de la sala llena de enfermos de un hospital tiene mayor importancia. Pero es un tipo culto, le gusta el arte y si hay algo que disfruta es una conversación inteligente. Es lo más parecido a un sapiosexual que conozco.

Enjolras resopló molesto por el término. Claro, Grantaire era capaz de hablar por horas sobre mitología, historia y geografía pasando de un tema a otro con fluidez. Cualquiera podía apreciar eso.

Todavía recordaba cuando jugaban de niños. Él siempre quería ser el que ayudaba a liberar al oprimido, por lo que su amigo le contaba cada vez las hazañas de algún otro héroe mitológico o real. Nada de superhéroes de comics para ellos, si lo intentaban podían pasar horas discutiendo sobre cuál era el mejor. En su lugar, su amigo le contaba historias de hazañas y él proponía emularlas. De niño había podido escuchar a Grantaire por horas. Luego, al crecer, se había dado cuenta de que su amigo desperdiciaba su maravillosa memoria y facilidad para aprender.

-Así que buscaste a alguien a quien con mucha probabilidad le iba a gustar Grantaire -resumió Enjolras.

-Claro. Lo opuesto era mucho más complicado. Todos sabemos que los gustos de Grantaire son tan definidos que sólo una persona calza realmente en ellos -declaró Joly alzando ambas cejas, como si fuera algo obvio.

O tal vez era sólo su alerta de que se estaban adentrando a un tema peligroso.

-Nunca ha sido muy exigente con sus parejas -replicó Enjolras frunciendo el ceño.

Aquella conversación lo estaba poniendo de muy mal humor y notó que su acompañante parecía cansado del tema, a pesar de haber dicho que estaba preparado para hablarle al respecto.

-La resignación se le da bien -repuso Joly con un suspiro inconforme-. Te aseguro que pensé en Louis con detenimiento: es una buena persona. Sólo bebe en ocasiones sociales particulares y sí, no tiene opinión política pero eso hará que discutan menos. Eres su amigo: deberías esperar que funcione si es algo bueno para él.

Enjolras se abstuvo a responder e intentó no pensar en que, tal vez, Joly tenía razón.

* * *

Cuando Marius había conocido a Courfeyrac había tenido la impresión de que se trataba de una persona muy generosa, capaz de cualquier cosa por ayudar a los demás. No había cambiado de opinión con el paso del tiempo, aunque en ocasiones tenía la impresión de que a él lo ayudaba mucho más que a otros.

Pero también podía deberse simplemente a que necesitaba más ayuda que la mayoría.

No había nada extraño en que le llevara una limonada con miel a la cama o que le trajera un par de pastillas. Sin embargo, después de la noche anterior aquello había pasado a un nuevo nivel.

-No me mires así -declaró Courfeyrac con su desparpajo y naturalidad de siempre, notando su aprensión. No sabía cómo se suponía que volvieran a la rutina de siempre-. Lo de anoche no tiene por qué cambiar nada.

Marius dio un largo trago a la limonada, la que le picó en la garganta.

-No podemos actuar como si no hubiera pasado nada -señaló él sintiendo que su rostro se acaloraba, aunque en parte era culpa de la bebida caliente.

-No tendríamos por qué. Dijiste que confiabas en mí hasta este punto, ¿recuerdas? -El sonrojo que siguió a eso no podía atribuirlo a la limonada aunque lo intentara. Su amigo lo sabía y se rió al notarlo-. Somos dos amigos, Marius. Dos amigos solteros, nos guste o no. No hemos hecho nada malo.

Lo más extraño de todo era que en los labios de Courfeyrac parecía tener sentido. Sin embargo, la mención a su soltería le dolió y de repente se sintió muy culpable. Había pasado de llorar la despedida de Cosette a meterse en la cama de su mejor amigo. ¿Qué clase de persona era?

Su rostro debió traicionar sus pensamientos, porque antes de que se diera cuenta Courfeyrac estaba a su lado, sentado en la orilla del colchón. Lo tomó de un hombro y lo miró fijamente.

-Ella te dejó -le recordó-. Puede tener sus razones y no sabemos si va a regresar en algún momento, pero ahora mismo Cosette decidió salir a conocer el mundo. Experimentar, viajar. ¿Por qué no vas a poder hacer tú lo mismo?

Desvió la mirada. No podía guardarle rencor a su exnovia. Entendía esos deseos de volar por su cuenta y sabía que se merecía darse su espacio. ¿De qué le hubiera servido convencerla de quedarse a su lado si hubiera sido infeliz? Aunque esa idea no era incompatible con las palabras de su amigo. ¿Debía quedarse él sufriendo por siempre su ausencia? No estaba seguro de tener una opción. La amaba. La extrañaba.

Sin embargo, la noche anterior en medio de su dolor, había llegado a sentirse bien. No era la misma sensación que la que había experimentado con Cosette, por supuesto. Era el sentimiento de íntima compañía. De no estar tan solo y desamparado como se sentía.

Era Courfeyrac diciéndole de todas las formas posibles que estaba allí para él.

-No sé cómo manejar esto -confesó. A él le tenía suficiente confianza para hablar en esos términos. No había mentido cuando le había dicho eso, aunque no hubiera imaginado nunca llegar a esa situación.

Su amigo bajó las manos que tenía en sus hombros, rozando su brazo derecho hacia abajo.

-Hay dos opciones -le dijo con resolución-. Dejamos lo que pasó anoche en un hecho puntual o cedes a la curiosidad y me dejas enseñarte un par de cosas más.

Había un toque travieso en sus últimas palabras que lo hizo sonreír. Volvió a mirarlo y notó que los ojos de Courfeyrac tenían la chispa de la expectativa en ellos. ¿En realidad le estaba haciendo una propuesta que esperaba que aceptara?

-Un par de cosas -repitió intentando mantener el semblante tranquilo.

-O más -replicó Courfeyrac levantando ambas cejas, como si quisiera tentarlo de una manera graciosa.

Marius rió un poco, aunque un estornudo lo hizo callar. Su amigo le pasó un pañuelo sin decir nada. No había signos de presión en él, estaba relajado y su única preocupación era mantenerlo cómodo. Sabía que podía optar por cualquiera de las dos opciones que le había ofrecido sin consecuencias negativas. Nunca lo hubiera creído: siempre había sido de la idea de que el sexo tenía un peso demasiado grande en las relaciones. Sin embargo, ahí estaba, valorando seriamente responder con un “sí” a una propuesta que nunca antes hubiera considerado siquiera posible.

* * *

Tras convencerse de que Grantaire iba a relacionarse con quien quisiera sin que él pudiera evitarlo, Enjolras se había dicho que podía confiar en el criterio de Joly y debía volver a concentrarse en las cosas importantes sobre las que podía hacer algo. Había trabajado todo el fin de semana y el lunes se encontraba a primera hora en el Corinto, dispuesto a tomar un desayuno sustancioso para hacerle frente a otro provechoso día de trabajo informativo en la universidad.

No contaba con que alguien pudiera llegar a desarmar su concentración y su cuidado trabajo de convencimiento.

-¿Enjolras, cierto? ¿Me puedo sentar? -Levantó la mirada para ver al hombre que le hablaba. Era alto, de cabellos castaños ensortijados y rasgos firmes. Parecía muy seguro y resuelto. Debió notar su silenciosa valoración y percatarse de que le estaba hablando a un extraño en realidad-. Mi nombre es Louis. Estoy esperando a un amigo tuyo, Grantaire.

No estaba preparado para eso. Una sensación de pesadez se posó en la boca de su estómago, pero se obligó a ser amable e indicarle que podía tomar asiento. El hombre no se hizo de rogar.

-Te reconocí del campus -dijo como si quisiera excusarse por haberse atrevido a hablarle como a un viejo conocido-. Joly ya te había mencionado y Grantaire sólo tiene palabras buenas para referirse a ti. Casi que dan ganas de interesarse en política con tal de escuchar uno de tus legendarios discursos.

Parecía muy complacido de sí mismo, lo que resultaba irritante.

-Tenía entendido que no te gustaba la política -replicó de manera cortante, pero Louis no se dio por enterado.

-No me gusta -admitió como si no fuera algo vergonzoso, en especial para un universitario-. Hay tantas personas necesitadas a las que se puede ayudar con pequeñas acciones. En el mismo hospital, en una sola sala hay tantas personas que necesitan ayuda y tan pocas manos…

Sí. Irritante era la palabra apropiada. Además, podían resultarle atractivas las personas inteligentes pero él no parecía ser una lumbrera.

-Con un cambio de las políticas apropiadas el hospital podría tener más recursos y por tanto más manos para ayudar a las personas -replicó con sequedad.

El hombre celebró su respuesta. Grantaire no era una persona diurna realmente, ¿cómo soportaba a alguien tan vivaz a esas horas?

-¡Bravo! -Declaró Louis-. Cada quien a lo suyo: yo curo personas, tú mueves los hilos para darles un mundo mejor. Ya me habían dicho que eres bueno en esto.

Ya tenía claro que era un doctor. ¿Era necesario que se lo recordara cada dos frases? Enjolras apuró su café pero renunció a terminar sus panqueques. Era el segundo desayuno que ese individuo le arruinaba.

-¿A qué hora quedaste con Grantaire? Ya deberías saber que la puntualidad no es su fuerte -señaló al tiempo que miraba hacia la puerta. Tenía que terminar su café y salir de ahí. No le apetecía verlo junto a Louis.

-Desde hace un rato -respondió Louis vagamente mirando su reloj con preocupación-. Quería verlo temprano, tengo clases el resto del día.

La idea de que Grantaire hubiera aceptado madrugar para verlo no le sentó particularmente bien. Aunque el hecho de que no hubiera llegado todavía le sacó una pequeña sonrisa. Todo su propósito de aceptar el criterio de Joly se estaba desvaneciendo. Buena persona o no, Louis no le gustaba. Hasta su nombre era desagradable.

-Tendrás que acostumbrarte si realmente te interesa -declaró Enjolras con más aire de entendido del que había pretendido usar.

El hombre no se lo tomó mal. De hecho rió con ganas.

-Ah, olvidaba lo bien que lo conoces. La otra noche vi esa foto de ustedes cuando estaban pequeños en el apartamento de R. ¿Una en la que estás vestido de ángel y él de demonio? Dijo que era de una presentación del kínder.

Tuvo la impresión de que la mención de su presencia en el apartamento de Grantaire una noche no había sido casual. Sin embargo, la mención de aquella foto lo desubicó un poco. De repente se vio desplazado en el tiempo a cuando tenían seis años y tuvo que ponerse ese ridículo disfraz de ángel para una presentación escolar. La maestra había dicho que era perfecto para el papel y sus padres se emocionaron mucho vistiéndolo para la ocasión.

A Grantaire le habían dado un papel totalmente decorativo como uno de los demonios que desaparecían con la aparición de los ángeles. La madre de Enjolras se había ofrecido a ayudarlo con su disfraz también, así que se habían vestido ambos en su casa.

Grantaire lo había visto con la boca abierta y le había dicho que parecía un ángel de verdad, sacado de una pintura.

Habían salido al jardín para llamar a la madre de su amigo, quien se asomó para verlos con una cámara en la mano. Se había reído y había abierto los brazos para que su hijo se acercara a abrazarla.

-¡Un querubín y una gárgola se escaparon juntos de una iglesia! -exclamó la mujer.

Enjolras notó cómo la mujer tenía cuidado de que su hijo no le botara en medio del abrazo el vaso lleno de alcohol que sostenía en la otra mano. En su momento no le había dado importancia a eso, pero su comentario le había extrañado. Las gárgolas eran feas. Las había visto en un libro de Grantaire una vez.

No entendía por qué una mamá le diría a su hijo algo así, aunque su amigo no le dio importancia.

-Hace mucho de eso -respondió con un tono neutro, sin pensarlo demasiado. No quería hablar sobre el tema. No sabía que Grantaire conservaba esa foto. ¿Hacía cuánto tiempo evitaba ir al apartamento de su amigo?

-Las amistades que duran tanto tiempo son únicas -declaró Louis con complacencia-. Grantaire y tú son muy afortunados.

¿Lo eran? Antes de que pensara en cómo replicar a eso escuchó las campanillas de la entrada y levantó la mirada hacia la puerta. Grantaire acababa de ingresar y sus miradas se encontraron. Fue hasta un momento después que la mirada de su amigo se desvió y localizó a Louis a su lado, haciéndole señas con entusiasmo.

Grantaire se acercó con andar despreocupado, aunque Enjolras lo conocía lo suficiente para saber que estaba algo tenso. Tal vez la palabra apropiada era expectante. Desvió la mirada hacia su taza de café cuando Louis se levantó para saludarlo con un beso. Dio un último trago dispuesto a marcharse de allí de inmediato.

-Estaba hablando un poco con tu amigo -declaró Louis al tiempo que apartaba otra silla a la mesa para Grantaire. El tipo era un cliché andante-. Le decía lo afortunados que son ustedes de tenerse el uno al otro después de tanto tiempo.

-Yo que tú no le daba mucha conversación: le gusta discutir y a ti eso te gusta muy poco-comentó Grantaire con ese tono de broma suyo que no dejaba de tener algo filoso en el fondo. De niño no lo tenía, excepto cuando hablaba de su ausente padre. En ese momento sin embargo no estaba seguro de si el tono burlón se dirigía a Louis o a él. Probablemente a ambos.

-¿No te gusta discutir? -preguntó perplejo Enjolras, mirando a Louis con incredulidad.

Discutir era una de las mejores habilidades de Grantaire. Si alguna vez lo hubieran convencido de entrar al equipo de debate de la escuela hubieran sido invencibles. Enjolras y él habían discutido desde niños por todo, desde Asterix y Obelix hasta los músicos de Bremen.

-En muchas ocasiones no hay una ganancia real en las discusiones más que el deterioro innecesario de las relaciones -repuso Louis con tono sensato y comedido.

Sin embargo, Enjolras no le prestó atención. Estaba observando a Grantaire, quien le dedicó una mirada de complicidad tan pura que le dejó muy claro que con su comentario no había sido de él de quien se estaba burlando.

Enjolras sonrió al tiempo que se disculpaba para retirarse. Tenía la impresión de que los días de Louis estaban contados.

* * *

A Grantaire no le pasó desapercibida la expresión de satisfacción mal disimulada que esbozó Enjolras cuando lo escuchó decirle a Joly que ya no iba a salir más con Louis. También notó que otros se fijaban en la reacción de su líder, en especial Courfeyrac, y se mostraba satisfecho.

Él por su parte conocía a su amigo lo suficiente para saber que Courfeyrac no tenía motivos para alegrarse realmente: lo que se reflejaba en cara de su líder no era producto de los celos. Nunca lo había sido. Grantaire lo conocía demasiado bien y desde hacía muchísimo tiempo como para permitirse ilusionarse por su actitud con respecto a Louis.

Enjolras siempre se había considerado responsable de todos los débiles y desposeídos, y él era el primero de todos. Seguramente tenía una lista de razones por las cuales Louis no era apropiado para él, a pesar de los evidentes esfuerzos de sus amigos por encontrarle una pareja.

Probablemente no se equivocaba: nadie le conocía mejor que él.

Hubo una época en que eran amigos de verdad. Esa época en la que Enjolras todavía le tenía confianza y él no había empezado a decepcionarlo sistemáticamente. Luego todo se había complicado. Su amigo se había dado cuenta de que no había nada que valiera la pena en él; él se había dado cuenta de que estaba perdida e irremediablemente enamorado de Enjolras.

A partir de ahí todo había ido cuesta abajo. Por suerte, Enjolras había encontrado amigos a su altura. Por suerte para él, le había permitido compartirlos.

La reunión había transcurrido con normalidad. Habían discutido lo usual, al parecer el encuentro con Louis durante la mañana había mejorado el humor de Enjolras. Probablemente había podido prever que el final se acercaba, tan claro como lo había visto él al encontrarlos juntos en el Corinto.

¿A quién había pretendido engañar?

Sin embargo, parecía que sus amigos no se darían por vencidos.

-También te gustan las mujeres, ¿verdad? -preguntó Jehan sentándose a su lado. Parecía emocionado y su pregunta no le extrañaba nada. El poeta era la idea de que el amor no debía tener sexo definido. Por su parte, no, él no era exigente con respecto al sexo.

El amor era otra historia en la que prefería no pensar.

Notó que los otros estaban pendientes de la conversación, aunque intentaran disimularlo. Courfeyrac convencía a Marius de probar un trago particularmente suave que creía que le sentaría bien. Había algo extraño en la actitud del chico más joven, pero según había escuchado, Cosette había terminado con él, así que no le extrañaba.

Enjolras también parecía haberlo escuchado. Notó perfectamente el momento en que dejó de prestarle atención a lo que Combeferre le decía para escuchar de lejos las palabras del poeta.

-¿Tienes a alguien en mente? -preguntó arqueando una ceja. No estaba de ánimo para rodeos.

Jehan asintió entusiasmado.

-Sí. Es una artista también, se dedica a la música. Toca el violín y es muy liberal. Lleva su vida como quiere y le gusta contactar con otras personas que optan por vivir del arte.

“Vivir del arte” era una expresión exagerada en su caso. “Sobrevivir” por no decir “malvivir” habría sido mejor. Pero ahí nadie estaba llamado a engaño. Simplemente sus amigos preferían decirlo de esa manera para subir su ánimo. O eso creían, porque solía tener el efecto contrario.

Al menos Enjolras sí que tenía claro aquello. Para otros podría haber estado impasible, pero él notó el escepticismo en su expresión al escucharlo.

No le apetecía nada tener otra relación, pero tampoco veía por qué negarse. Era un hecho que todos estaban pasando por un gran esfuerzo por armar esa especie de plan descabellado para hacerlo salir con otras personas. O poner a Enjolras celoso, no estaba seguro de cuál era el objetivo. Cualquiera de los dos igual de improductivo. Joly había buscado un candidato, al parecer Jehan también. Se preguntaba cuántos otros tenían a la cola.

Se encogió de hombros mientras tomaba un trago.

-¿Cómo se llama? -preguntó por fingir que quería saber algo más antes de aceptar.

-Antoinette.

Arqueó una ceja mientras tomaba. Miró de reojo la reacción de Enjolras, cuyos labios se habían estrechado hasta formar una línea recta.

-Bonito nombre -comentó antes de esconder su sonrisa tras otro trago.

Jehan le dedicó su mirada más inocente, aunque a él no lo engañaba. Ahí el único que tal vez no se había enterado de todo era Marius.

-Está estos días en la ciudad. Le puedo dar tu número si quieres -propuso el poeta con entusiasmo.

Notó la expresión aprensiva de Enjolras. Era evidente que seguía pensando que Grantaire no era una buena pareja para nadie. Se preguntaba si el rubio ya se había dado cuenta de que nunca iba a llegar a ser la persona que él quería que fuera.

-Claro -aceptó, al tiempo que pedía otro trago.

Poco después de que Jehan se alejara entusiasmado para hablar con Courfeyrac y Marius, Enjolras se acercó a él. Estaba muy serio. Como siempre. No recordaba la última época en que se había acercado a él con una sonrisa relajada y sincera.

Extrañaba esa sonrisa.

En realidad, echaba de menos todo sobre su relación con Enjolras, incluso todo lo que nunca había sido.

-Oí que terminaste con Louis.

Grantaire asintió al tiempo que pedía otro trago. Notó la reprobación en la cara de su amigo. Sabía que temía que terminara como su padre. O peor aún, como su madre. Le hubiera gustado que Enjolras se dedicara a ser más su amigo y menos su guardián.

No. Mentía. No quería que fuera sólo su amigo. Hacía años que lo sabía.

La esencia de Enjolras le inundó los sentidos. Había tomado asiento a su lado en la barra del Musain, prácticamente podía sentir el calor natural que se desprendía de él. Apretó las manos contra el vaso que le pasó Musichetta. Aún tanto tiempo después, sentía que tenía que controlarse junto a él. Lo miró de reojo. Tenía unos rizos dorados sueltos, invitándolo a acomodárselos.

Sabía que ni siquiera podía permitirse eso.

-No estaba destinado a durar -replicó sin darle mayor importancia.

Notó como Enjolras dudaba sobre cómo decir lo que quería. Eso le dio mala espina. Solía estar muy seguro de todo lo que decía.

-Sabes lo que pienso sobre las relaciones para ti.

Grantaire se tomó el licor de un trago. Sí. Lo sabía perfectamente y no tenía la menor intención de escucharlo de nuevo. Se levantó del asiento con agilidad. Contrario a lo que Enjolras creía, él controlaba bastante bien lo que tomaba.

-Sé lo que piensas sobre mí en general, Apolo, pero creo que la compañía de Louis al final me ha afectado: no quiero discutir al respecto.

Se despidió de todos de manera general y salió del local con paso firme. Inspiró profundo y miró hacia atrás una vez, antes de reprocharse a sí mismo lo estúpido que era por tener la menor esperanza de que Enjolras saliera tras él.

Lo mejor era que pensara en otro local al cual ir a beber. No le apetecía regresar al edificio de apartamentos que compartían. Al menos, no sobrio.

* * *

(continúa)

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