¡Feliz Navidad, Bela_Kikinu! (parte 1/4)

Jan 02, 2014 23:23

Título: Lo mejor de mi vida eres tú
Autor: sara_f_black
Nombre de tu persona asignada: bela_kikinu
Beta(s) (si los tienes): desperatesmirks
Personaje/pareja: Enjolras/Grantaire, Marius/Courfeyrac, Combeferre, Les Amis, algunos OC necesarios para la trama.
Clasificación y/o Género: Drama/Romance.
Resumen: Enamorarse del mejor amigo de la infancia y no ser correspondido es difícil. Enjolras es inflexible, por lo que el grupo de amigos de Grantaire decide ayudarle a salir con otras personas. A todos les parece buena idea excepto a Marius: él está convencido de que si se ama a alguien de verdad, estar con otra persona por diversión no le puede hacer olvidarle.
Disclaimer: el creador, dueño y señor de estos personajes es Victor Hugo, por si alguien no lo sabía ;)
Advertencias: trata temas de alcoholismo y depresión. AU.
Notas (si las necesitas): Tomé tres de tus prompts y a partir de ellos salió esta historia que espero que sea de tu agrado… Hay pinceladas de lo que querías de Gavroche pero ya ese no me fue posible integrarlo también.

* * *

Enjolras barrió con la mirada el apartamento. Muchas personas creían que era tan ordenado como solía exigirle a todo el mundo en la asociación, aunque nadie le hiciera caso. Sus amigos sabían tan bien como él que el desorden organizado era su elemento. Comprobó que lo llevaba todo en el bolso, tomó una liga de la mesita de la sala y mirándose un momento en el espejo del recibidor se ató el pelo en una coleta. Tras hacer un repaso mental de las actividades del día tomó su chaqueta roja de detrás de la puerta y salió corriendo. Tenía el tiempo justo para cumplir con todo. A alguna hora comería en algún sitio. Combeferre llevaría algo probablemente.

Se iba poniendo la chaqueta mientras bajaba las escaleras a toda velocidad desde el tercer piso cuando alguien subió del tramo de escaleras del segundo. Se detuvo de golpe. No había contado con un encuentro matutino. Grantaire nunca madrugaba.

Dada la manera de tambalearse ligeramente al subir cada escalón supo que tampoco lo había hecho ese día: simplemente nunca había regresado a casa la noche anterior y lo hacía a primera hora con la borrachera aún encima.

Cuando Grantaire le miró sonrió. Se detuvo en el tramo de escaleras entre el rellano del segundo piso y el del tercero. Siempre había sonreído al mirarlo, desde que Enjolras tenía memoria. Sin embargo, en los últimos años la sonrisa franca había dado paso a una mueca tirante y dolorosa que no le gustaba nada.

-¡Apolo! -Exclamó al tiempo que hacía una ridícula reverencia-. Dichosos los ojos.

Enjolras resopló. Ese ridículo mote se lo había puesto desde la escuela, cuando le había tocado el papel de sol en la obra que iban a presentar por el día de la madre. Un niño normal hubiera encontrado otra manera de fastidiarlo, pero Grantaire tenía que usar a un dios mitológico, por supuesto.

-Esto es regresar particularmente tarde, incluso para ti -le señaló sin disimular el tono de censura.

Como siempre, a Grantaire le daba igual.

-Dado que recién vas saliendo de casa, diría que es particularmente temprano -le contradijo.

Siempre lo contradecía. No le había pasado desapercibido que se estaba apoyando en la pared con aire despreocupado pero en realidad lo necesitaba para mantenerse en equilibrio. Estaba más tomado que de costumbre. La idea lo fastidiaba.

Desvió la mirada de su amigo de la infancia y notó que la pintura de la pared de la escalera empezaba a resquebrajarse de nuevo. Cuando Grantaire y él habían ido a ver los apartamentos por primera vez acababan de pintarlos.

Todavía recordaba el fuerte olor a pintura que tanto le había chocado. Su amigo en cambio había dicho que le gustaba, le hacía sentir en casa. Les habían gustado los pisos y habían alquilado dos apartamentos, uno en el cuarto y otro en el tercer piso. En teoría no habían alquilado juntos porque Enjolras necesitaría silencio para estudiar y su amigo espacio para el desorden de artista, pero ambos sabían que había otras razones que no discutieron. Grantaire se había dejado el más alto porque tenía mejor iluminación y lo necesitaba para sus pinturas.

Ahora nunca pintaba y Enjolras temía que un día saliera rodando por las escaleras si perdía el equilibrio por culpa del alcohol.

Sacudió ligeramente la cabeza para dejar de pensar en aquellas cosas.

-¿Quién fue tu compañero de juerga esta vez?

Grantaire rió, como si la pregunta tuviera algo de divertida.

-No te preocupes: Bahorel estará en condiciones para la reunión de la noche -le aseguró.

Antes de que Enjolras pudiera replicarle y no limitarse a fulminarlo con la mirada, escucharon otros pasos subiendo la escalera. Era alguien que tenía prisa y respiraba agitado. Ambos se giraron hacia el rellano inferior y para su sorpresa quien apareció ante ellos era Marius Pontmercy, con la ropa desarreglada, los ojos enrojecidos y una maleta en la mano.

Se detuvo de golpe al verlos. Probablemente no había esperado encontrarse a nadie a esa hora de la mañana.

-Te diría “buenos días” pero no parece que ese sea el caso -dijo Grantaire, todavía apoyado en la pared.

-Hola -dijo Marius tras respirar profundo. Los miró alternativamente, como si no entendiera qué hacían ahí. Parecía desorientado. Luego inspiró una vez más-. ¿Saben si Courfeyrac está en casa?

-A menos que haya dormido donde alguien más, supongo que sí -replicó Grantaire con una sonrisa pícara que no le faltaba justificación. Courfeyrac tenía cierta reputación entre sus amigos que se encargaba de mantener vigente.

Sin embargo, Enjolras sabía bien que ese día no era el caso.

-Sí, tiene que presentar un informe en la reunión de la noche, ha estado trabajando en él -respondió con toda la intención de recordarle a Grantaire que había quienes, a pesar de disfrutar de los placeres de la vida, también sabían comprometerse con un trabajo serio.

Pero evidentemente hacía mucho tiempo había perdido ese tipo de influencia sobre Grantaire.

-Gracias -replicó Marius continuando su ascenso por la escalera, pasando al lado de ambos con cuidado de no golpearlos con la maleta-. Buen día.

Lo vieron desaparecer escaleras arriba. Courfeyrac vivía en el otro apartamento del tercer piso, frente a Enjolras. Marius había vivido un tiempo allí también.

-Siempre tan educado -comentó Grantaire con un tono que no era particularmente halagado-. Pero lleva muy mala cara. Eso debe ser que la luna de miel con Cosette ya se ha terminado.

Enjolras puso los ojos en blanco. Le fastidiaba el interés que todos sus amigos solían manifestar por la vida privada de los otros. Además, el tema de Marius y Cosette había sido objeto de numerosas bromas y comentarios en los últimos meses en el grupo al punto de ser una distracción importante. Si Marius hubiera sido menos tímido y reservado no hubiera alimentado tanto la curiosidad de sus amigos.

A veces era difícil que se centraran en las cosas que de verdad importaban.

-Tengo que irme -dijo con algo de brusquedad.

Si por Grantaire fuera lo retendría toda la mañana en la escalera sin hablar de nada importante. Ya en el colegio había tenido que utilizar toda su fuerza de voluntad para quedarse en casa y trabajar antes de salir, porque si llegaba a encontrarse con él podían hablar y discutir horas antes de que alguno recordara que tenía otras cosas que hacer.

Aunque en aquel entonces se podía hablar con Grantaire, las cosas eran diferentes.

-Por supuesto -aceptó su amigo sin rebatirlo, haciéndose hacia un lado para dejarle paso en la escalera-. El mundo necesita ser salvado todos los días.

Enjolras apretó las mandíbulas pero se obligó a no decirle nada. Cuando estaba en ese estado era tiempo perdido hablarle. Pasó a su lado y cerró los ojos con desagrado al percibir el suave olor a alcohol que desprendía.

-Yo también estaré en condiciones para la reunión -le señaló Grantaire cuando llegó al final del tramo, pero antes de que iniciara el descenso al primer piso.

Se detuvo y levantó el rostro hacia él con una expresión acusatoria deliberada.

-No, no lo estarás -señaló.

Grantaire se encogió de hombros.

-Pero ahí estaré -insistió.

Tras sostenerle un momento la mirada decidió que era mejor no replicarle nada y siguió su camino. Sabía que era cierto. Allí estaría.

A pesar de todo, Grantaire siempre estaba a su lado.

* * *

Marius se detuvo frente a la puerta de Courfeyrac. Desde que había salido del apartamento no había tenido otro pensamiento que llegar hasta allí. Sin embargo, dudó un momento antes de tocar el timbre. ¿Cómo le iba a explicar lo sucedido?

Antes de que lo decidiera la puerta se abrió y su amigo lo miró con aire soñoliento.

-¿Qué haces aquí tan temprano? -Masculló con tono adormecido, a pesar de que había ciertas señas de alerta en su mirada.

-¿Cómo supiste que era yo? - Preguntó sorprendido, sin atinar a responderle.

Courfeyrac arrugó el ceño y se recostó en el marco de la puerta cerrando los ojos, como si no estuviera en condiciones de responder obviedades como esa.

-Reconocí tus pasos. Me despertaron tus pasos -especificó con un quejido. Luego entreabrió los ojos para mirarlo de nuevo-. ¿Qué te pasó? Te ves fatal.

No iba a contarle todo ahí en la puerta. Se pasó el dorso de la mano por la nariz, más por un acto reflejo que otra cosa, y desvió la mirada.

-¿Puedo pasar?

Courfeyrac se hizo a un lado para darle campo y Marius se precipitó dentro. Fue entonces cuando su amigo empezó a tomar consciencia de lo que pasaba.

-¿Por qué traes una maleta? -preguntó cerrando la puerta tras sí. Lo examinó de arriba abajo con la mirada con aspecto sombrío-. ¿Estás bien?

No, no lo estaba. Una vez allí, Marius podía permitirse admitirlo.

-Me fui de donde Cosette -declaró con la voz lo más firme que pudo.

La expresión de sorpresa en el rostro de Courfeyrac habría resultado cómica de no ser porque aquella situación no tenía nada de divertido. Su amigo tenía el cabello revuelto y ojeras marcadas; iba en boxers y camiseta, descalzo y con las señas de la funda de la almohada arrugada marcadas en la cara. Marius localizó las latas vacías de bebidas energéticas en la mesita de la sala: siempre que tenía que hacer informes para Enjolras los dejaba para última hora y le tocaba desvelarse.

-¿Por qué? -logró articular finalmente.

-Porque ella me lo pidió -replicó Marius dejándose caer en el sofá. Hundió la cara en las manos mientras el peso de la miseria de verse sin Cosette se posaba con toda la fuerza posible sobre él.

Por un momento se aisló de todo a su alrededor, hasta que sintió el sofá hundirse a su lado y el brazo consolador de Courfeyrac sobre sus hombros. No le dijo nada, no lo presionó a hablar ni trató de decirle palabras de aliento. Marius no conocía a nadie con la capacidad de su amigo de hacer sentir bien a los demás. Inspiró profundo varias veces hasta que se sintió en condiciones de elaborar.

-Dijo que lo había estado pensando mucho. Está en un momento de cambio en su vida, con la muerte de su padre y tal… Dice que todo lo que quiere es viajar y conocer el mundo, ser libre por primera vez y conocerse a sí misma. Para eso necesita ser… libre.

La última palabra se le atragantó un poco. Agradeció que Courfeyrac no dijera lo que pensaba, aunque por la exclamación que había ahogado sabía que lo primero que le había pasado por la cabeza era que había al menos una razón muy clara para que alguien quisiera irse de viaje sin dejar una pareja atrás.

No, no quería pensar en eso.

-¿Cuándo te lo dijo? -Preguntó su amigo tras un rato-. Da la impresión de que no has dormido nada.

-Anoche. Me pasé la noche haciendo la maleta y… -se calló porque sabía que era patético. Cosette lo había invitado a quedarse, a disfrutar los días que les quedaban juntos. Pero él no podía pensar que serían sólo días y no toda la vida, como había pensado siempre.

Dejó la frase incompleta, mientras su mirada vagaba por el apartamento. Había papeles por todo lado, prendas de ropa tiradas y más latas de bebidas energizantes. Hacía días no iba a reuniones del ABC pero lo que fuera que Courfeyrac estaba trabajando para Enjolras debía ser muy importante.

Su amigo le dio una palmada en la espalda y se levantó, sin insistir más.

-Tienes que dormir. Voy a hacernos algo de comer, luego podremos dormir un poco y en la noche te vienes conmigo al Musain. -El tono de su amigo no dejaba lugar a réplicas, lo que Marius agradeció. Se sentía tan perdido que no se le había ocurrido nadie más a quien recurrir. Courfeyrac siempre había sabido orientarlo. Asintió y lanzó una mirada agradecida a su amigo, quien parecía más despierto ahora, tras escucharlo. Al notar su mirada le dedicó una sonrisa traviesa-. Podremos ir a emborracharnos después y ahogar tus penas.

-Sabes que no me gusta tomar mucho -replicó Marius. Le sentaba fatal. Terminaba siempre vomitando y arruinándole la noche a todo el mundo. O al menos a Courfeyrac, quien terminaba con él en el baño y regresando a dejarlo al apartamento.

Su amigo suspiró.

-De acuerdo. Helados y película, como un par de chicas -dijo con tono resignado-. Pero ni pienses que voy a ver The Notebook de nuevo.

Al menos aquello le sacó una sonrisa.

* * *

El apartamento de Grantaire era grande y luminoso. No tenía más metros cuadrados que el de Enjolras o el de Courfeyrac, pero como casi no tenía muebles había mucho campo. Los caballetes abandonados, cubiertos de telas que le escondían sus proyectos fracasados, llenaban casi todo el espacio de la sala. Pesadas cortinas cubrían la luz de los ventanales del piso más alto del edificio.

Había llegado directo a la cama y su teléfono estaba descargado, así que al despertar no tenía idea de qué hora era. Se levantó a tientas. Conocía el espacio de memoria para moverse a oscuras. Llegó hasta la cocina, donde sacó un vaso del mueble y tomó un poco de agua. En realidad hubiera preferido algo más fuerte pero tenía que estar en condiciones de salir más tarde.

Todavía no había fallado un día en llegar al Musain, aunque fuera para fastidiar a Enjolras.

Recordaba la primera vez que lo había oído dirigirse a una muchedumbre. Estaban en la escuela y Enjolras había sido escogido como el representante de un equipo de debate. Grantaire estaba acostumbrado a hablar con él, pero escucharlo convencer a sus compañeros había sido increíble.

Los chicos problemáticos del grupo habían sido los únicos reacios a prestarle atención. De hecho un par habían empezado a burlarse entre cuchicheos. Ya sabía lo que decían de su amigo: se burlaban porque era el favorito de la maestra, y porque era tan delicado y bonito como una niña. En realidad le tenían envidia. Grantaire le había abierto de un puñetazo la ceja a uno y le había botado un diente de leche al otro. Había terminado en la dirección y su madre lo había castigado, pero Enjolras lo había visitado durante todas las tardes de su castigo, subiendo por el árbol que llegaba hasta su ventana.

Luego incluso aquellos chicos habían seguido a Enjolras años más tarde, cuando organizó a los estudiantes contra el código de vestimenta que querían imponerles en secundaria. Nadie podía resistírsele demasiado tiempo.

Nadie.

Grantaire suspiró mientras se arrastraba frente a uno de los caballetes, el que tenía su banco de trabajo al frente. Se dejó caer sobre él con pesadez y corrió la manta que lo cubría. Lo contempló sin siquiera hacer un intento por buscar sus pinceles.

Antes, cuando tenía encuentros como el de ese día con Enjolras en la escalera del edificio, su amigo solía dejarlo ordenándole que hiciera algo de provecho ese día. Él entonces subía, buscaba sus pinceles e intentaba pintar algo, sin mucho resultado.

Ahora Enjolras se había dado por vencido y había aceptado que era inútil pedírselo.

Le dolía la cabeza de pensar. Todo era culpa de Bahorel. No sabía por qué la noche anterior le había dado por hablarle de Enjolras. Extractos de la conversación parecían rebotar dentro de su mente. “Te harías un favor hablando con él.” “No puedes seguir así.” “¿Qué es lo peor que puede pasar?” “Lo conoces mejor que nadie…”

En eso último Bahorel tenía razón: nadie conocía a Enjolras como él. Por lo mismo sabía que no podía aspirar a algo más de los restos disfuncionales que quedaban de su amistad.

* * *

Cómo había logrado Combeferre hacerlo hablar sobre ese tema era un misterio. Tenían muchísimo trabajo que hacer si querían tener un efecto de peso antes de que se aprobara la legislación que iba a permitir la explotación turística de las costas a un nivel peor del que ya se daba en zonas particularmente vulnerables, geográfica y socialmente. Pero de alguna manera, ahí estaban, con los planos de las playas al frente pero discutiendo sobre la situación de Grantaire.

-Por supuesto que nos preocupamos por él -le estaba diciendo Combeferre con esa calma tan característica de él para tratar hasta los asuntos más serios y urgentes-. Por eso te lo digo. No puede ser que no hayas notado que sus sentimientos por ti son… fuertes.

Enjolras se presionó el puente de la nariz entre el pulgar y el índice. Combeferre no tenía idea de todo lo que sabía.

-¿Qué pretendes que haga sobre eso? ¿No ves que hay cosas más importantes, incluso para él? Grantaire tiene problemas. Problemas serios -recalcó bajando la mano de su rostro y dedicando una mirada dura a su amigo.

-Lo sé -replicó Combeferre impasible-. Pero, ¿no crees que esto es importante también?

Se tomó su tiempo para responder. Estaban en la oficina que compartían en la Asociación de Defensa de Derechos que llevaban juntos, a la que pertenecían el resto de miembros de lo que en la universidad habían llamado el ABC. Incluso ahora preferían usar aquel primer nombre. Estaba todo lleno de papeles, las paredes cubiertas por los carteles de antiguas campañas que habían tenido mayor o menor éxito, los escritorios cubiertos de informes y expedientes. Aquel lugar estaba lleno de injusticias a las que intentaban hacer frente con los pocos recursos que tenían. Era su vida.

Pero Combeferre le estaba pidiendo ahora que viera hacia atrás, a otra parte de su vida que no sabía cómo abordar.

-Lo que Grantaire necesita no es algo que yo le pueda dar -replicó finalmente. Endureció su expresión y se concentró de nuevo en el mapa frente a ellos-. Respeta eso.

No estaba dispuesto a discutir más sobre ese asunto. Ni con ellos ni con Grantaire.

* * *

La reunión de esa noche transcurrió con cierta tranquilidad, lo que era inusual e inquietante. Grantaire estaba particularmente sombrío. Era uno de esos días en que sacaba de quicio a Enjolras a punta de mantener la mirada fija en él y sonreír con desdén ante las ideas. Su líder tampoco estaba de buenas y no tenía intenciones de apartarse de los puntos que tenía establecidos para la agenda. Cuando estaba con ese ánimo ninguno lo fastidiaba, ni siquiera Courfeyrac a pesar de su costumbre de afrontar los malos momentos con humor.

Al final de la reunión, Enjolras se retiró con prisas alegando tener mucho que hacer. Grantaire tampoco se quedó mucho. Courfeyrac supuso que esa noche quería tomar solo. Por lo que Bahorel le había contado por Whatsaap, la conversación de la noche anterior le había sentado fatal.

Ambas marchas tempranas fueron favorables para los planes del grupo. Courfeyrac se levantó y tomó la posición desde la cual Enjolras solía dirigirse a todos. El café Musain había sido su centro de reuniones durante la universidad y la dueña del local había terminado por alquilarle el piso superior a la Asociación. A un lado tenían la oficina y al otro el salón con mesas y sillas, donde se encontraban. Musichetta, la hija de la dueña, formaba parte del grupo y se encargaba de subir comidas y bebidas para las reuniones.

-De acuerdo muchachos, tenemos trabajo que hacer -declaró Courfeyrac con un fingido tono de mando, mientras sonreía.

Todos los presentes se dispusieron a escucharle. Feuilly y Bossuet no estaban, pero el resto se encontraban allí. No era la primera vez que aprovechaban la ausencia de Enjolras y Grantaire para discutir la situación, pero la última vez habían decidido que no podían seguir impasibles. Como Courfeyrac le había explicado a Marius camino al Musain, Combeferre y Bahorel habían sido las elecciones lógicas para intentar hablar con ellos. El primero era el mejor amigo de Enjolras y el segundo solía ser el compañero de juergas de Grantaire.

Sin embargo, los intentos de ambos para hacer que sus amigos dijeran algo que fuera de utilidad para ayudarles a confrontar la realidad habían sido infructuosos.

-Enjolras está muy seguro de su posición -dijo Combeferre cuando Courfeyrac le pidió que les dijera a todos lo que había logrado hablar con su amigo-. Cree que Grantaire tiene muchos problemas como para incluir una relación en la ecuación. Aunque no quiere decirme mucho, sé que le preocupa que tome demasiado…

Bahorel se removió algo incómodo. Después de todo era él quien más salía con Grantaire a tomar, aunque no era el único. Joly por su parte tenía un semblante serio. Courfeyrac sabía que concordaba con Enjolras en que la manera de beber de su amigo no era sana, aunque Joly creía que todo era potencialmente peligroso.

Jehan miró a Combeferre pensativo, inclinándose sobre la mesa, como si quisiera alentarlo a confiarles lo realmente importante.

-Pero, ¿te dijo que sentía o que no sentía algo por Grantaire?

Combeferre ladeó la cabeza y negó.

-Ni una ni otra cosa. No creo que importe mucho: no va a hacer nada al respecto. De eso estoy seguro.

Todos intercambiaron miradas inquietas. Jehan suspiró decepcionado y se recostó de nuevo en la silla en la que estaba. Era el más claro de todos en expresar sus esperanzas de que algún día los amigos de infancia descubrieran que eran el uno para el otro.

Nadie más lo decía en esos términos, pero así era. Tenían demasiado tiempo de conocerlos a ambos como para no ser conscientes de que lo que tenían no era una simple amistad de muchos años. La adoración de Grantaire por Enjolras era de dominio público, ni siquiera se molestaba en disimularla. Su líder solía tomarla como algo insultante o molesto, o era lo que podían deducir por su actitud. Sin embargo, todos allí estaban seguros de que Grantaire le importaba mucho más de lo que decía.

-No podemos forzar a Enjolras a hacerle frente a algo que no quiere -declaró Combeferre con esa sensatez que le caracterizaba-. Grantaire tiene que aprender a aceptarlo.

-Lo acepta -le aseguró Bahorel-. O está resignado.

Courfeyrac pudo ver la sensación de desánimo extenderse por el grupo. Era normal ver en Bossuet cierta expresión de aprensión, pero no en los demás. Jehan en particular parecía afectado. Eso no podían permitírselo.

-Vamos a ver: no nos toca desanimarnos con Grantaire. El mismo Enjolras está de acuerdo en que el chico necesita ayuda, ¿cierto? -Buscó el apoyo de Combeferre con la mirada, quien asintió-. Así que deberíamos buscarle a alguien.

La propuesta no era nueva, pero era la primera vez que la decía en serio. Grantaire tenía una suerte terrible con las relaciones. Más allá de su aspecto físico que no era atractivo, su pesimismo y su cinismo eran tan filosos que terminaban con las relaciones antes de empezarlas. Bromeaba sobre su mala suerte con las mujeres, aunque todos sabían que su poco éxito se extendía a los hombres también.

Las veces que lo habían visto intentar ligar con alguien se trataba casi siempre de chicos o chicas de cabellos rubios y aspecto delicado. Nunca le habían conocido una pareja aunque fuera por poco tiempo y los ligues de una noche que tenía eran por lo general desconocidos de dudosa procedencia con los que no intentaba tener más contacto. Aquellos encuentros fortuitos solían venir seguidos de sus peores borracheras.

-¿Crees que querrá salir con alguien? -preguntó Combeferre con tono de duda.

-A nadie le gusta estar solo -declaró Courfeyrac encogiéndose de hombros-. Tampoco buscamos que se case con alguien, sólo… Necesita dejar de pensar en Enjolras.

Notó como sus palabras se asentaban en los demás. Iban a aceptar su plan. El único rostro con dudas era el de Marius, pero guardó silencio. Después de todo se sentía algo ajeno a aquello, nunca había estado totalmente integrado al grupo. Courfeyrac sabía que si había empezado a asistir a sus reuniones era por acompañarlo. Probablemente una reunión de gente dispuesta a jugar de cupido para sus amigos no era lo que necesitaba el chico después de terminar con Cosette, pero esperaba que al menos le ayudara a distraerse un rato.

-Tendríamos que elegir con mucho cuidado de todas maneras -señaló Bahorel-. Grantaire es un tipo bastante particular.

-Creo que tengo un compañero que podría estar interesado -repuso Joly-. Aunque la verdad sólo Enjolras conoce a Grantaire lo suficiente como para saber si sería una buena opción.

Combeferre dejó escapar una expresión de incredulidad.

-No contaría con él. Dudo que esto le haga la menor gracia.

Si era sincero, Courfeyrac contaba con eso. Aunque sabía que su amigo no se refería a los celos. Probablemente Enjolras temería que una relación agravara más los problemas personales de Grantaire. No eran desconocidos para ellos tampoco: el chico había abandonado la universidad, malvivía de las pinturas que lograba vender aunque cada vez pintaba menos, tenía problemas de autoestima, veía el mundo en negativo y además abusaba de la bebida. El hecho de vivir enamorado de su mejor amigo de toda la vida tampoco ayudaba, al menos en opinión de Courfeyrac y sus amigos; que el rechazo por parte de su amigo fuera progresivamente más intenso sólo agravaba la situación.

Tal vez Enjolras tenía razón y él no podía hacer nada al respecto. Pero era el deber de sus amigos hacer algo.

E iban a hacerlo.

Acordaron que Joly hablaría con su compañero. Tenían todo un set de buenas cualidades sobre Grantaire que podían ser de interés para cualquiera siempre y cuando el chico no se encargara de sabotearse. Courfeyrac en persona se comprometió a ayudar a Bahorel para convencerlo de aceptar la cita. Combeferre, como siempre, tendría que contener la reacción de Enjolras.

Era una operación en todo orden. Después de cerrar el trato todos empezaron a marcharse.

-No dijiste nada durante la segunda reunión -comentó Courfeyrac a Marius cuando estaban recogiendo para irse a casa. Se habían ofrecido a hacerlo cuando habían visto lo tarde que era. Después de todo, ellos eran los que habían dormido durante el día.

Marius terminó de subir las sillas sobre la mesa que había sacudido y se apoyó en la pata de una de ellas.

-Ustedes parecen saber lo que hacen -dijo de manera evasiva.

Courfeyrac terminó de subir las sillas de la mesa que se había encargado él. Arqueó una ceja adoptando la misma posición que él apoyado en una silla al revés.

-Pero no estás de acuerdo -completó por él-. ¿Por qué?

El chico meditó su respuesta un momento. Todavía se notaba cansado y decaído, Courfeyrac dudaba que fuera a pasársele pronto. Si alguien lo hubiera escuchado hablar sobre Cosette como él lo había oído sabría que Marius estaba convencido de haber encontrado al amor de su vida.

La cual terminaba con él para irse a conocer el mundo siendo… libre. Claro.

-Si realmente amas a alguien, estar con otra persona no puede cambiar eso.

Sonaba tan convencido de lo que decía que Courfeyrac se preguntó si valía la pena desengañarlo. La visión del amor que tenía Marius era tan irreal e idealizada que hacía de Jehan un hombre centrado y realista. El chico parecía obviar todas las partes dolorosas y oscuras de las relaciones mientras que Jehan sacaba de ellas la inspiración para la poesía que escribía.

A Marius le iba a tocar aprender sobre ellas directamente de la experiencia. No sería agradable.

Suspiró. A él le tocaba suavizarle el golpe.

-Nadie dice que vaya a enamorarse de la primera persona con la que salga, pero le ayudará ver más allá de Enjolras. Ya verás -le aseguró. Lanzó una mirada alrededor y sonrió-. Creo que esto ya está. Vamos.

Marius recogió su abrigo de la mesa pensativo.

-Realmente me gustaría pensar que le ayudará -declaró sin sonar particularmente esperanzado.

-Es una lástima que pienses eso -señaló separándose de la silla y acercándose a su amigo-. En tu situación actual te vendría de maravilla encontrar alguien que te aliviara las noches. Es una lástima, tendrás que conformarte conmigo.

Le pasó una mano por los hombros y lo guió fuera del local. Después de planear cómo ayudar a Grantaire, le tocaba buscar una manera de animar al chico que no incluyera ni sexo ni alcohol. No se había arrepentido ni una sola vez de haberle ofrecido asilo en su casa al compañero de Bossuet cuando lo había conocido en la cafetería de la universidad, pero tenía que admitir que ser amigo de Marius Pontmercy era algo bastante particular.

* * *

Marius no estaba seguro de cuándo iba a tener oportunidad de buscar apartamento. No estaba seguro de cómo se suponía que encontraría el tiempo para ello. Mientras que Courfeyrac y la mayoría de los chicos del ABC se habían graduado ya, él todavía estaba estudiando su último año. Además de estudiar, trabajaba en un despacho de abogados donde hacía labores de asistente. Su facilidad para los idiomas le había hecho el candidato ideal que buscaba uno de sus profesores para su práctica de derecho mercantil con empresas inglesas y alemanas.

No contento con eso, seguía laborando en el consultorio jurídico de la universidad, donde daba servicio pro-bono a personas que no tenían los recursos económicos para costear los servicios de un abogado. Así había terminado por asesorar a personas como Éponine Thenardier en el proceso de hacerse cargo de la patria potestad de su hermano Gavroche, los cuales vivían en el edificio del frente al de Courfeyrac, Enjolras y Grantaire.

-¿No sabes de alguien que esté alquilando apartamento? -preguntó mientras revisaba los avisos económicos del periódico local en línea, con la esperanza de encontrar algo que sonara mágicamente al lugar que necesitaba-. Sabes que me conformo con poco.

-Gracias por la parte que me toca -replicó Courfeyrac arqueando una ceja y mirándolo burlón.

Estaba en el sofá con su computadora en el regazo. En la reunión del ABC de días antes Marius se había enterado de que estaban concentrados en proteger los derechos de una región costera que iba a ser víctima de explotación indiscriminada si nadie lo impedía a tiempo. Su amigo estaba muy metido en el proyecto y trabajaba durante casi todo el día en la recopilación de la información: salía a entrevistarse con las personas que podían darle datos pertinentes o interesados en apoyar la causa y financiar el movimiento. Regresaba a redactar informes por la noche. A esas horas de la mañana consultaba sus citas del día y si había recibido nuevas instrucciones de Enjolras durante la noche.

Pocas veces lo había visto tan centrado y ocupado, pero mientras había compartido apartamento con él antes se encontraba todavía en la universidad, no en la asociación propia con Enjolras y Combeferre.

-Sabes que no quise decir eso -dijo Marius sintiendo que se sonrojaba, incluso aunque sabía que Courfeyrac lo estaba vacilando. Su piel era demasiado delatora, era la desventaja de ser tan blanco-. Pero conociste mi primer apartamento solo.

Recordaba la cara de horror que había puesto ante la idea de que fuera a vivir en aquel lugar. A Marius no le parecía tan malo. Claro, no tenía ni las comodidades ni las bellezas de este edificio, pero tenía un cuartito para él y sus cosas que era más que suficiente. Lo había dejado cuando se había ido a vivir con Cosette, unos meses atrás.

-Si esa es una estrategia para que te diga que puedes quedarte aquí ni te desgastes -le señaló Courfeyrac-, es innecesario. Ya pusimos la cama plegable en la segunda habitación, ¿no? Puedes vivir aquí todo el tiempo que quieras.

No había sido una estrategia, en serio, pero una parte de él había tenido la esperanza de que le dijera eso. Escondió la sonrisa de alivio detrás de la taza de café que se estaba tomando. La verdad, no podía imaginarse a su amigo echándolo del apartamento, pero tampoco pensaba aprovecharse ni estorbar. No podía ser egoísta.

-Sé que te gusta tu privacidad -repuso en tono de disculpa-. Recuerdo cómo celebraste mi marcha. Me iré en cuanto pueda.

Una expresión traviesa se formó en el rostro de Courfeyrac. Marius recordaba perfectamente cómo había presumido que ahora podía llevar a su pareja de turno al apartamento sin preocuparse por hacer demasiado ruido y no dejarlo dormir. Sabía que había exagerado para quitarle el sentimiento de culpa por dejarlo solo en el apartamento, pero también sabía que había algo de verdad en sus palabras.

-Tampoco es como que haya sido célibe cuando vivías conmigo -dijo encogiéndose de hombros-. De todas formas, mientras estemos con este problema en las costas dudo que tenga tiempo para salir a buscar a alguien que no sea un posible aliado para la causa. Mi vida sexual está en coma hasta nuevo aviso.

-Lo lamento -dijo Marius sin estar muy seguro de qué replicar, ganándose una risa por parte de su amigo. Siempre había tenido problemas para entender cómo Courfeyrac cambiaba de pareja sexual con cierta facilidad. Lo respetaba, pero a él se le hacía imposible pensar en tener sexo con alguien sin que hubiera algo más de fondo. Algo con más sustancia.

Sexo por diversión era un concepto que se le hacía ajeno y difícil de procesar.

-No tienes por qué. Tú eres el que tiene una vida sexual inexistente, a menos que te hayas pensado lo que te dije el otro día.

Nunca le había resultado cómodo hablar sobre sexo. Mientras sus amigos solían hacerlo con bastante desparpajo a él le resultaba particularmente incómodo. Courfeyrac era probablemente la única persona aparte de Cosette con quien se atrevía a tocar el tema, pero no por eso le era fácil.

-Ya te dije que no creo que estar con otra persona sirva para olvidar a la que amas.

Si era sincero, no creía que existiera algo que le hiciera olvidar a Cosette.

Courfeyrac suspiró y le dedicó esa mirada que solía utilizar con él: la de entendido dispuesto a solucionar una situación particular.

-No digo yo que te enamores de otra persona. Simplemente puede ser una ayuda para dejar de pensar, embotar un poco esa rueda que tienes en la cabeza y te hace pensar en Cosette todo el día.

Su tono dejaba claro que no valía la pena que intentara negarlo. Era cierto, tenía a la chica presente en la mente todo el tiempo.

-No podría usar a alguien -repuso con firmeza.

-No sería usar si no le mientes al respecto -replicó su amigo con seguridad. Marius lo miró perplejo. ¿Lo decía en serio? Courfeyrac continuó al no obtener una respuesta de su parte-. ¿Sabes cuál es tu problema? Para ti el sexo está ligado siempre al amor y el amor al sufrimiento. Así no hay quien tenga vida. Te vendría bien aprender a divertirte.

Marius frunció el ceño. Su amigo no entendía nada. El amor no estaría ligado al sufrimiento si Cosette no hubiera tomado la decisión de marcharse y dejarle. Por días había pensado que la chica recapacitaría y se pondría en contacto con él, pero hasta entonces no había tenido señales de ella.

-Cada quien tiene su manera de ver las cosas -replicó con seriedad-. No podría acostarme con cualquier persona. Incluso si no estuviera Cosette.

Notó que lo que había dicho había despertado el interés de Courfeyrac, quien volvió a apartar la mirada de la pantalla del computador.

-¿Qué necesitarías que tuviera esa persona?

Prácticamente puedo sentir el peligro en el aire. Sospechaba que había poderosas razones para no contestar, empezando por el renovado ánimo de celestino del grupo de amigos buscando una pareja adecuada para Grantaire.

Sin embargo, no tuvo que pensar demasiado la respuesta.

-Confianza -dijo antes de valorar si era apropiado decirlo-. Poder confiar en ella.

Courfeyrac arqueó una ceja. Notó que estaba a punto de decir algo pero cerraba la boca antes de pronunciar ningún sonido. Volvió a dirigir la atención a la pantalla.

-No pides mucho -declaró con un tono que no le quedó claro si era de burla o no.

Marius pensó un momento en ello. En realidad pedía mucho. Conocía muy pocas personas en las que confiara realmente. No hasta ese punto.

-Las únicas personas en las que confío tanto son Cosette y tú -señaló para intentar explicarle a lo que se refería. Sin embargo, la mirada atónita que le dedicó Courfeyrac le hizo detenerse y tomar consciencia de lo que acababa de decir.

Abrió y cerró la boca de nuevo, incapaz de encontrar una manera de explicar lo que había querido decir.

-Vaya Marius, me halagas -repuso su amigo conteniendo apenas la risa-. ¿Es esa una propuesta? No sabía que te interesaba.

Se sonrojó tanto que podía sentir el calor salir de su cara. Courfeyrac empezó a reírse con tantas ganas que supo que no habría forma de detenerlo por un rato. Se levantó dispuesto a retirarse con la dignidad que le quedaba.

-¡No te preocupes por el apartamento! -Le gritó su amigo entre risas mientras se alejaba, aunque seguía riéndose perdiendo el efecto del tono de disculpa que pretendía usar-. ¡Ya te ayudaré a buscarlo cuando salgamos de este proyecto de la costa!

Le tomaría la palabra, pero no volvería a tocar el asunto en unos días. Sabía que Courfeyrac no lo dejaría olvidar aquella conversación en mucho tiempo.

* * *

En opinión de Grantaire, el Corinto tenía al mejor barista de la ciudad y todo lo que necesitaba era una vieja máquina de café para trabajar. Había empezado a ir al Corinto desde su llegada a la ciudad. Había sido un descubrimiento de Enjolras. Aquel local era un centro de los más frecuentados por los universitarios aplicados que tomaban un buen desayuno mientras terminaban trabajos y se marchaban a ser gente responsable a sus clases. Tal vez por eso a lo largo de la carrera Grantaire empezó a acudir a él con menos frecuencia.

Sin embargo, esa mañana había decidido pasar allí. Para ir a trabajar era necesario tener algo sólido en el estómago. El lugar estaba bastante lleno, como siempre a esas horas, pero encontró mesa sin problema y le sirvieron su orden con rapidez. Tomó un largo trago de café que le dejó un regusto amargo. No le gustaba echarle ningún tipo de endulzante. Cuando había que empezar el día temprano la amargura de aquella bebida resultaba apropiada.

Mientras desayunaba empezó a repasar lo que le esperaba ese día, en especial, en la cita que había concertado para esa noche. Por qué razón había aceptado la propuesta de Courfeyrac y Bahorel aún resultaba extraño para él. No estaba tan tomado en aquel momento como para plantearse que había sido una simple confusión. Tenía que admitir que le había intrigado la idea. ¿Qué clase de elección habían hecho sus amigos?

“Limítate a no sabotearte y no habrá problema” -le había dicho Courfeyrac.

Ah, para algo que le salía particularmente bien…

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la campanilla que anunciaba la entrada de un nuevo cliente sonó. Por supuesto, ir a desayunar al Corinto implicaba también la posibilidad de encontrarse con alguien conocido. Por eso no le extrañó distinguir los rizos dorados de Enjolras mientras el recién llegado cerraba la puerta tras sí.

Como todas las mañanas estaba radiante. Nunca dejaba de sorprenderle cómo aquel niño de aspecto frágil y delicado había crecido para convertirse en ese hombre. Estaba lleno de una fortaleza que resultaba palpable bajo su piel a pesar de que su rostro siguiera teniendo los mismos rasgos finos de siempre. Sólo que ahora nadie se atrevería a burlarse de él ni a llamarlo niñita. Hacía mucho que Enjolras no necesitaba un amigo feo y fuerte que saliera a su defensa. Quizá nunca lo había necesitado.

Notó justo el momento en que Enjolras se percataba de su presencia y dudaba en aproximarse. No podía decir que le extrañara la actitud de su amigo de toda la vida. Lo conocía lo suficiente para saber que verle a esas horas tan tempranas podía ser una mala señal. Sin embargo, se acercó a él y le saludó con un suave asentimiento.

Enjolras nunca había sido alguien expresivo.

-¿Me puedo sentar? -preguntó con un tono educado y sereno que apenas camuflaba el reparo que sentía ante cuál sería su respuesta.

Como si alguna vez hubiera sido capaz de decirle que no.

-¿Por qué no? -replicó él empujándole la silla con el pie por debajo de la mesa para separarla de la mesa. Enjolras tomó asiento con resolución. Probablemente escuchar su voz firme y la coordinación lo había convencido.

Siempre era muy aprensivo cuando lo encontraba tomado. Ni siquiera se emborrachaba a diario, pero nada lo convencía.

-¿Es irlandés? -preguntó señalando su café.

Por supuesto, no le había dado señales para que tuviera más fe en él. ¿Por qué habría de hacerlo?

-Hoy no -replicó poniendo la taza sobre la mesa. Una mesera de las habituales le llevó a Enjolras su café sin esperar a que lo ordenara y tomó nota de lo que deseaba comer ese día. Enjolras se mantuvo impávido ante la caída de ojos que le dedicó la chica.

Grantaire podría haber ordenado por él. Era evidente que tenía ganas de panqueques. Recordaba cuando de pequeño se colaba en la cocina de la familia de Enjolras y su madre lo invitaba a un plato de panqueques. Pasaba temprano por él antes de irse juntos a la escuela. Por lo general su madre no estaba en condiciones de hacerle nada de desayunar así que la generosidad de sus vecinos le caía muy bien. Desayunar con Enjolras siempre había sido su manera favorita de empezar el día.

Hasta que empezaron a ir a colegios diferentes y sus horarios dejaron de coincidir, por supuesto.

-¿Tienes algo especial hoy? -preguntó Enjolras después de que la chica se retirara con la orden.

Grantaire se encogió de hombros.

-Hay que ganarse la comida de alguna forma. Tengo que trabajar en un mural.

Notó el brillo de interés en los ojos de Enjolras, por lo que decidió callarse que se trataba de un anuncio de uno de sus bares favoritos. Seguro que pensaría que se trataba de algo artístico y después se olvidaría del tema, así que no era necesario desengañarlo.

-Aun así es algo temprano -señaló Enjolras dirigiendo la mirada al anticuado reloj de pared en el local.

En ese momento el lugar se estaba vaciando un poco porque los estudiantes que tenían clase a primera hora se estaban retirando.

-Necesito regresar un poco antes a casa -replicó mirándolo con atención. Sabía que no se contendría. Iba a preguntarle por qué, a su manera.

Enjolras arqueó una ceja mientras recibía el plato de panqueques que la mesera le llevaba en ese momento.

-La reunión es a la misma hora de siempre -señaló.

Grantaire torció el gesto.

-No hay una reunión propiamente -le recordó. Los jueves coincidían para tomar algo todos en el Musain pero era algo informal en el primer piso, ni siquiera utilizaban la sala de sesiones.

Enjolras frunció el ceño.

-¿No vas a venir?

Tal vez no debía decírselo pero no dejaba de ser algo gracioso. Nunca había tenido oportunidad de decirlo. Probablemente no se lo creería.

-No puedo. Tengo una cita.

El tenedor con los panqueques perfectamente empapados en miel se detuvo camino a la boca de Enjolras.

-Una cita -repitió tras un momento. Como si se diera cuenta de lo ridículo que era quedarse con el bocado a medio camino se lo metió a la boca, aunque no dio señales de saborearlo-. ¿Desde cuándo programas citas?

Enjolras nunca había sido el tipo de amigo que trataba los temas de puntillas o buscaba la manera de tratar a los demás con delicadeza. Su franqueza era una de las tantas cosas que le gustaban de él.

-Desde que mis amigos las programan por mí, aparentemente -replicó, en esta ocasión permitiéndose una corta risa ante la expresión de estupefacción de Enjolras-. Joly cree que me llevaría particularmente bien con un colega suyo. Bahorel y Courfeyrac se pusieron de acuerdo para convencerme. Debiste haberlos escuchado.

Al parecer a Enjolras no le sonaba nada divertido aquello. De hecho, alejó el plato de panqueques un poco sobre la mesa y lo miró con seriedad.

-¿Por qué aceptaste? No suena a que sea tu tipo -su tono brusco lo irritó.

-¿Ah sí? Tú sabes cuál es mi tipo, ¿no, Apolo?

Supo que debió haberse mordido la lengua en lugar de hablar, pero ya lo había dicho. Enjolras apartó la mirada, parecía ofendido. Tampoco le extrañaba. Ya debía haber aprendido a no hacer referencias al respecto. Guardó silencio un momento, hasta que él habló de nuevo.

-No eres del tipo que tiene una cita a ciegas, eso es todo -replicó con tono frío y distante.

Grantaire se encogió de hombros.

-Salir por una vez con alguien que quiere conocerme y no con alguien que se queda con la peor opción en el bar por no pasar la noche solo… No es un mal trato, Enjolras. Tengo que aprovechar que aún no me conoce y no puede echarse para atrás.

Su tono era meramente burlón, pero la mirada que le dedicó su amigo hablaba de que percibía la amargura no demasiado oculta en sus palabras.

-No lo vas a dejar conocerte -dijo en un tono que era mezcla de advertencia y acusación.

Tenía razón, por supuesto. Grantaire amaba a cada uno de sus amigos, pero ni siquiera ellos habían llegado realmente a conocerle. Tenía sus razones para evitarlo. Miró el reloj y chasqueó la lengua. Esa conversación no iba a llegar nada bueno y tenía intenciones de realizar al menos el inicio del mural sobrio.

Se levantó y se encogió de hombros.

-Tú me conoces -señaló-, y no nos sirve de mucho.

Le dirigió una seña de despedida a la mesera que los había atendido y salió del local tratando de ignorar la mirada que Enjolras le estaba dedicando en ese momento.

* * *

-¿Qué creen que están haciendo?

Usualmente era difícil ser duro con Combeferre. Su mirada tranquila y su actitud impasible solía desarmar cualquier enfado. De hecho, Enjolras no recordaba haber estado enfadado directamente con él. Pero en esta ocasión estaba seguro que él sabía lo que sucedía. La conversación que había tenido con él sobre Grantaire la semana anterior no podía ser una coincidencia.

-¿A quién te refieres? -preguntó Combeferre sinceramente desubicado, levantando la mirada de la computadora en la que estaba trabajando en la oficina de la asociación. Enjolras no se había dignado siquiera a saludar al abrir la puerta e increparle de inmediato.

-Ustedes -insistió Enjolras entrando a la habitación y dejando su chaqueta roja en la primera silla-. Joly, Bahorel, Courfeyrac… Grantaire me acaba de decir que le organizaron una cita con un estudiante de medicina.

Combeferre asintió, lo que le fastidió. Era evidente que no sólo sabía del tema sino que estaba preparado para que él llegara pidiendo explicaciones al respecto.

-Joly le ha hablado de Grantaire y tiene la impresión de que congeniarían -explicó con simpleza-. ¿Por qué te molesta eso?

-Creo haberte dicho claramente que Grantaire tiene problemas propios que resolver antes de pensar en cualquier relación -le recriminó sin permitirse pensar en la pregunta que acababa de realizarle.

Tal vez su reacción parecía poco justificada, pero no le importaba. Su amigo no parecía alterado por su actitud, pero se tomó su tiempo para responder. Lo miró con gravedad mientras se limpiaba los anteojos.

-También dijiste que tú no podías darle lo que necesitaba -le recordó-. Si tú no vas a hacerlo… ¿Es tan raro que alguien más quiera intentarlo?

No. Tal vez había alguien que pudiera ayudarlo de verdad. Alguien que pudiera hacer todo lo que Enjolras no era capaz. Pero no era una idea fácil de conciliar. Alguien más. Desde un inicio sólo habían sido ellos dos.

De todas formas, esa otra persona no podía ser un personaje al azar que aparecía de la nada y se interesaba en salir una noche con Grantaire sólo porque un amigo le hablaba bien de él. Las cosas no funcionaban así.

-Ni siquiera lo conoce -rebatió Enjolras, aunque sabía que era un argumento dado con poca fuerza. Si a aquel hombre de verdad le interesara, si Grantaire dejara que las personas lo conocieran de verdad, la persona que él sabía que se encontraba detrás de años de autosabotaje y denigración…

-Quién sabe. Tal vez le guste el reto de intentar conocerlo. Tal vez le guste Grantaire de verdad. Tal vez a Grantaire le guste -propuso Combeferre. Se puso de nuevo los anteojos y se levantó del asiento. Se acercó a la máquina de hacer café para servir una jarra y se la tendió a Enjolras, quien la miró con desconfianza y negó: ya había tomado café antes aunque hubiera dejado más de la mitad de su desayuno sin tocar-. Si tú no vas a hacer nada por él, tienes que aprender a dar un paso a un lado y dejarle el espacio a alguien más.

Enjolras lo miró con incredulidad. Aquello no era tan simple. Combeferre no entendía que su preocupación iba más allá. Mucho más allá. Aunque no se lo pudiera explicar ni siquiera a sí mismo.

* * *

(continúa)

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