Título: Lo mejor de mi vida eres tú
Autor:
sara_f_blackNombre de tu persona asignada:
bela_kikinuBeta(s) (si los tienes):
desperatesmirksPersonaje/pareja: Enjolras/Grantaire, Marius/Courfeyrac, Combeferre, Les Amis, algunos OC necesarios para la trama.
Clasificación y/o Género: Drama/Romance.
Resumen: Enamorarse del mejor amigo de la infancia y no ser correspondido es difícil. Enjolras es inflexible, por lo que el grupo de amigos de Grantaire decide ayudarle a salir con otras personas. A todos les parece buena idea excepto a Marius: él está convencido de que si se ama a alguien de verdad, estar con otra persona por diversión no le puede hacer olvidarle.
Disclaimer: el creador, dueño y señor de estos personajes es Victor Hugo, por si alguien no lo sabía ;)
Advertencias: trata temas de alcoholismo y depresión. AU.
Notas (si las necesitas): Tomé tres de tus prompts y a partir de ellos salió esta historia que espero que sea de tu agrado… Hay pinceladas de lo que querías de Gavroche pero ya ese no me fue posible integrarlo también.
* * *
Courfyerac no era el tipo de persona que perdía tiempo en negarse a sí mismo las cosas una vez que las descubría. Sin embargo, no se había atrevido a hablar con Marius la misma noche después de ir a tomar café con Combeferre. Había decidido hacerlo al día siguiente, a la luz del día, cuando ambos pudieran tener una mayor libertad de movimiento. O mejor dicho: cuando tuvieran la posibilidad de escapar fuera del apartamento por el resto del día si aquello terminaba mal.
Al levantarse encontró a Marius desayunando. Se veía tan bien de traje que acercarse a arreglarle la corbata tenía su peligro. Se acercó a hacerlo y de paso le dio un beso de buenos días. Aquellas expresiones de afecto se habían ido sumando a su día a día de una manera muy sutil. No podía culparse a sí mismo de no haberse dado cuenta antes de lo que sucedía.
-Tengo algo que darte -declaró antes de que el chico pudiera sacar otro tema y desviarlo de su propósito.
Marius dejó el vaso de jugo que estaba tomando sobre la mesa, sin hacerlo llegar a sus labios a pesar de que acababa de agarrarlo.
-¿Ya llegó la tarjeta de Cosette?
No estaba preparado para eso. Parpadeó dos veces, visiblemente sorprendido, mientras el chico lo contemplaba esperando una respuesta.
-¿Cómo sabías de la tarjeta? -preguntó finalmente mientras se dirigía hacia el escritorio. La había guardado debajo de la caja de seguridad que tenía en la primera gaveta.
Marius se encogió de hombros y le dirigió lo que parecía una sonrisa de disculpa.
-Cosette me escribió. Quería saber si te había visto últimamente, le preocupaba que se hubiera perdido en el camino.
No había contado con eso para nada. ¿Cómo no se le había ocurrido? Vivían en el siglo XXI, enviar cartas y postales era una curiosidad, pero para comunicarte con alguien sólo tenías que abrir el correo electrónico o el chat del Facebook. Sacó la tarjeta con un sentimiento de fastidio que no calzaba con los posibles escenarios que se había planteado para esa conversación.
-No sabía que seguías en contacto con ella -dijo al tiempo que ponía la tarjeta sin mayor ceremonia sobre el desayunador. Vio que Marius le había preparado unas tostadas, pero no tenía hambre.
El chico contempló el paisaje que decoraba la tarjeta, pero no la tomó. Tampoco levantó la vista de ella mientras le respondía.
-No te gusta mucho que te hable sobre ella, por eso no lo mencioné.
Courfeyrac tomó asiento. Aquello era para no creérselo.
-No me gusta que te entristezcas hablando sobre ella -especificó.
Marius le dedicó una pequeña pero sincera sonrisa antes de tomar la tarjeta. La contempló más de cerca, pero no la volteó todavía para leerla.
-¿Esto era lo que tenías que decirme pero no sabías cuándo?
Básicamente, sí, eso era. Pero ahora tenía más cosas que decirle pero no podía concentrarse en eso. ¿Estaba realmente calmado o se estaba conteniendo? Hasta hace un par de semanas Marius era totalmente transparente para él. ¿Qué había pasado?
-Sí. En parte -replicó al notar que el chico seguía esperando una respuesta.
Recibió una cálida mirada de su parte.
-Fue bonito de su parte enviar esto -dijo con calma, aunque empezaba a vislumbrar la sombra de tristeza en su rostro-. ¿Temías que me deprimiera?
Courfeyrac se inclinó sobre el desayunador para verlo más de cerca.
-¿No te va a deprimir?
El chico suspiró y tamborileó las yemas de los dedos contra la tarjeta que sostenía.
-Es normal que me entristezca recibir algo de mi exnovia, ¿no? Pero -paró un momento, como si quisiera confirmarse a sí mismo lo que iba a decir antes de pronunciarlo en voz alta-, estoy bien.
En ese momento apareció la confusión de manera marcada en su rostro. Courfeyrac extendió el brazo hacia él, tomando su mano por encima de la mesa.
-Lamento no habértela dado apenas vino.
La sonrisa corta volvió a los labios del chico.
-Está bien. Estabas preocupado, eso lo agradezco.
Siempre tan educado. Courfeyrac se mordió el labio inferior.
-No estaba preocupado por ti. No sólo por ti -se apresuró a corregirse. La confusión en la mirada de Marius le hizo seguir hablando, aunque las ideas que había tenido de cómo abordar el tema se esfumaron de su cabeza-. Pensé que tal vez entrar en contacto con ella te haría dudar de… esto.
Las palabras casi nunca le fallaban, así que por supuesto tenían que hacerlo en un momento como ese. Estrechó la mano de Marius, quien se centró entonces en sus manos entrelazadas sobre la mesa.
-¿De qué? -preguntó con tono de duda, aunque Courfeyrac sospechaba que empezaba a entenderlo.
-¿Nosotros? -la respuesta sonó más a pregunta que a afirmación, pero una vez que lo dijo supo que no había otra manera de definirlo. Decidió darle un momento para procesarlo antes de explayarse.
-Nosotros -repitió Marius en voz baja.
El chico parpadeó un par de veces, como si intentara comprender la totalidad de aquella palabra. Luego estrechó su mano suavemente y se separó de él. Guardó la tarjeta en la bolsa derecha de su saco.
No había planificado que el chico huyera incluso antes de escucharlo.
-No te preocupes -dijo Marius con mucha más seguridad de la que parecía sentir y en definitiva más de la que Courfeyrac tenía-. La leeré más tarde. Tengo que irme ahora.
Courfeyrac miró el reloj y comprobó con fastidio que efectivamente si no se marchaba llegaría tarde al trabajo. No había previsto que la conversación tomaría más tiempo del que había pensado.
-No hemos terminado de hablar -le señaló sin ninguna esperanza de que se detuviera.
Marius sonrió ligeramente y se inclinó hacia él, dándole un rápido beso en los labios.
-Lo sé -dijo simplemente. Le estrechó el hombro con cariño y salió de la cocina.
No lo siguió a pesar de escucharlo lavarse los dientes rápidamente en el baño antes de salir corriendo. Había elegido esa hora para que el chico pudiera tomarse su tiempo de procesar la tarjeta durante el día y hablar después.
Tenía gracia que se sintiera decepcionado de que su propio plan funcionara.
* * *
Enjolras no estaba en condiciones de hacer nada importante ese día. Combeferre no tuvo necesidad de decírselo al llegar. Ya le había preparado la lista de funciones en las que necesitaba que lo cubriera y le había delegado otras a Courfeyrac. Eso no significaba que hubiera dejado de trabajar, al contrario. Simplemente se había desligado de las tareas más delicadas. Forzarse a concentrarse en una causa justa era lo único que podía mantenerlo a flote.
Sin embargo, entrada la noche tuvo que darse por vencido y volver a casa. No iba a poder evadirse por siempre. La discusión de la mañana se repitió en su cabeza una y otra vez mientras manejaba de regreso. Una vez en el edificio de apartamentos descubrió que no había luz en la ventana de Grantaire. No estaba en casa.
Debía estar fuera, bebiendo. No le extrañaba nada.
Subió las escaleras tan ensimismado que no devolvió el saludo a su vecina que iba saliendo. Su mirada se fijó en la pintura descascarada que había en el suelo. Una vez más le recordó su primera visita al edificio junto a Grantaire. Habían decidido olvidar lo sucedido la noche del segundo aniversario de muerte de la madre de su amigo. El plan siempre había sido marchar juntos a estudiar a la universidad e iban a cumplirlo.
Sin embargo, ambos sabían que ya nada era lo mismo. Renunciaron sin siquiera hablarlo a la idea de compartir apartamento. Grantaire se mostraba distante y más cínico que antes. Los años desordenados tras la muerte de su madre habían robado la afabilidad habitual de él, o eso pensaba Enjolras. Sin embargo, cuando empezaron a hacer amigos en la ciudad supo que el cambio era con él: miraba al mundo con desprecio y desesperanza, pero seguía siendo agradable y cálido con los demás. Cuando lo era con él había una nota de amargura insoportable en su voz.
Tal vez era su manera de mantener la distancia. Enjolras en parte había agradecido esa actitud. Se había dicho que era una fase. Todo se arreglaría. Pero en ese momento no había olvidado la sensación de sus labios ni de sus caricias. En ese entonces cualquier pequeño gesto era suficiente para recordarlo todo. Le tomó muchos tiempo enterrar ese recuerdo donde no pudiera salir a atormentarle cuando Grantaire estaba demasiado cerca y tenía que repetirse a sí mismo todas las razones por las que lo había rechazado esa noche.
Aún ahora el eco de aquel beso volvía a él en ocasiones. Era un recuerdo tan fuerte que por más que trabajara para ignorarlo, las sensaciones seguían vivas en él. Simplemente se había hecho un experto en ignorarlas.
Abrió la puerta de su apartamento y entró, encendiendo la luz. Estaba vacío y frío, como siempre, aunque se empeñaba normalmente en no reparar en esos detalles. Hacía mucho tiempo que había tomado la resolución de dedicar su vida a los demás, a las causas justas y a la libertad. Había decidido que las relaciones no eran una opción.
No era la razón por la que se había resuelto a evitarlas, pero con lo mal que se le daban las relaciones interpersonales era una buena elección.
En el refrigerador no tenía muchas opciones para comer, pero de todas formas no tenía hambre. Sacó un jugo en lata que no recordaba cuánto tiempo tenía allí y lo abrió. Contempló el contenido dentro sin probarlo. Grantaire debía estar en algún lugar tomando hasta perder el sentido porque él no había sabido llevar la situación, una vez más.
Así había sido desde los quince años, cuando había pasado su brazo sobre los hombros del tembloroso adolescente que había encontrado a su madre muerta. Los forenses declararon la muerte como accidental, pero para nadie había duda de que la voluntad de vivir de la madre de Grantaire era casi inexistente. Su hijo en especial estaba convencido de ello.
Enjolras no había sabido qué hacer para ayudarlo. Por dos años lo había visto degradarse y hundirse en un pozo del que no lo podía sacar. Sus tíos se mantenían indiferentes al peligroso camino de su sobrino. Los padres de Enjolras le decían que aunque les dolía, no había nada que pudieran hacer.
La noche que Grantaire trepó hasta su ventana y le dijo que lo único que tenía sentido en su vida era él, Enjolras supo que aparte de no ayudarlo se había convertido en parte de su problema. Era una responsabilidad demasiado grande que no estaba capacitado para asumir. No había sido el miedo el que lo había impulsado a rechazarle cuando lo había besado. Había sido la decisión que más le había costado tomar y tan sólo había tenido unos segundos antes de dejarse llevar por la pasión arrolladora que salía de Grantaire.
El sabor a alcohol lo había ayudado. El enfermizo olor que había conocido primero en la madre de Grantaire había inundado sus sentidos para recordarle que su amigo no era él mismo en ese momento. Tenía un problema. Muchos problemas. Y no los podía solucionar por él.
Fue suficiente para retroceder a pesar de que era lo último que hubiera querido hacer.
Desde ese entonces ya había decidido pasar de las relaciones y el sexo, los que parecían regir la vida de todos los demás y ser el centro principal de la mayoría de las burlas dirigidas hacia su persona. No tenía el mismo interés irrefrenable que los demás chicos. El adolescente que había sido Enjolras sólo había experimentado deseo por una persona. Luego había tenido el valor de rechazarlo.
Se acercó a la ventana mientras tomaba el contenido frío de la lata.
Ahora, tantos años después, empezaba a preguntarse si realmente había sido valor o había sido miedo. Cuando veía a Grantaire bromeando con Philippe mientras se burlaba de sus ingenuas causas, no podía evitar preguntárselo. Tal vez había existido una forma y él no se había permitido encontrarla.
Miró al exterior, preguntándose dónde estaría Grantaire. Sus últimas palabras habían dolido, pero no terminaba de decidir si debía sacarlo de su error. Tal vez debía mantenerse firme en su resolución. Dolería ahora, pero con el tiempo tal vez Grantaire podría permitir que alguien más se le acercara de verdad. Alguien que pudiera ayudarle, sin la presencia de Enjolras allí cerca para sabotearlo.
Había tomado esa resolución pensando que Combeferre tenía razón y lo mejor era dejarlo marchar. Pero Grantaire no quería irse.
Y si era sincero, él tampoco quería que se fuera.
De repente lo vio embocar en la esquina. Resultaba un cuadro curioso porque no estaba solo, pero no era Philippe quien lo acompañaba. Si Enjolras no se equivocaba, ese chico delgado y alto era Marius. Grantaire se tambaleaba apoyado en él.
Sin pensarlo dos veces, Enjolras salió a encontrarlos a la escalera. Tardaron todavía un tiempo en llegar, lo que alteró sus nervios. Finalmente, escuchó el sonido de la cerradura principal y los pasos mal amortiguados por la delgada alfombra.
Los recién llegados notaron su presencia a la vez. Grantaire detuvo un discurso alcoholizado de los suyos, en ese caso sobre la evolución y supervivencia de las especies, de la cual los humanos eran los más débiles de todos. Marius parecía realmente aliviado de contar con ayuda.
Bajó a su lado y le quitó el peso de Grantaire de encima. Enjolras era delgado pero fuerte, él lo ayudaría a subir. El chico más joven se lo agradeció y colaboró como pudo en el tramo que faltaba antes del apartamento que compartía con Courfeyrac. Enjolras le dijo que no se preocupara, él podía llevarlo el último tramo solo perfectamente.
-Creí que no tenías lo que necesitaba, Apolo -balbuceó Grantaire dejándose apoyar todo el peso de su cuerpo sobre su costado cuando se detuvieron frente a su puerta.
Enjolras palideció pero guardó silencio mientras sacaba su llavero y buscaba la copia de la puerta de su amigo. Habían intercambiado copias de sus llaves desde el primer día en el edificio, pero hacía mucho tiempo que había renunciado a subir a ese apartamento. Grantaire tampoco iba al suyo.
-Aún la tienes. -Grantaire parecía divertido con la idea.
Enjolras suspiró.
-Por supuesto -masculló girando la llave en la cerradura y abriendo la puerta para hacerle entrar-. Nunca me he desecho de nada relativo a ti.
Grantaire rió con amargura.
-Ni siquiera de mí -replicó mientras entraban.
La puerta se cerró tras ellos dejándolos en la oscuridad del salón. Grantaire se soltó de él y dio un manotazo poco delicado a la pared sin mirarla, acertando el interruptor. Luego se dirigió tambaleante hacia su cuarto, sin siquiera despedirse.
Estaba mal. No podía dejarlo en ese estado. Miró a su alrededor descubriendo con fastidio la ausencia de sillones o sillas. Grantaire se había desecho de los muebles de segunda que habían comprado recién llegados a la ciudad. Todo lo que había eran caballetes cubiertos.
Todos menos uno.
Cuando se acercó a mirarlo se quedó sin aliento.
Aquella sería una larga noche.
* * *
Marius se había encontrado con Grantaire de regreso al apartamento. Había decidido caminar porque necesitaba pensar.
Había leído la tarjeta de Cosette varias veces durante el día. Había sido agradable tener noticias de su exnovia. Un detalle digno de una persona tan fina y delicada como era ella. Sus palabras eran todas conciliadoras y cargadas de cariño. Ya casi se las sabía de memoria. “Fuiste tan importante en mi vida que siempre te tengo presente. Te recuerdo con cariño y espero que puedas recordarme de la misma manera.”
Si hubiera recibido esa tarjeta hacía más de un mes, cuando todavía lloraba su marcha, hubiera caído en la terrible depresión que había temido Courfeyrac. Pero ahora… No lo entendía, pero no era así. De hecho, la recordaba con cariño, tal y como ella decía. Lo mismo había pasado cuando unos días antes lo había sorprendido en la ventanita del chat del Facebook. Nostalgia, pero no dolor. No aquel tipo de dolor. Por eso había decidido no comentárselo a Courfeyrac.
Algo había ocurrido y creía saber lo que era. Pero no lo terminaba de creer.
-¿En qué podrá pensar Marius Pontmercy, vagando sólo por las calles de París en una noche sin luna? Apostaría todo mi licor de una semana en que tiene que ver con el amor y el objeto de sus afectos.
La voz de Grantaire había interrumpido sus pensamientos. Venía caminando de manera inestable y olía fuertemente a alcohol. Lo sujetó cuando perdió el equilibrio al detenerse junto a él para empezar a hablar de amantes históricos que habían sufrido accidentes estúpidos por estar perdidos en sus pensamientos de amor.
Ya Courfeyrac le había dicho que su amigo era particularmente elocuente cuando estaba muy intoxicado, justo antes de caer en un estado de estupor y sueño profundo. Esperaba que les diera tiempo de llegar al apartamento antes de eso, pues al parecer ambos llevaban el mismo camino.
-Algo carcome tu mente. Casi puedo escucharla desde aquí -masculló Grantaire tras terminar su largo monólogo-. Quieres preguntarme algo. Adelante. El alcohol da la claridad para tener las respuestas que sobrios no podemos escuchar.
Para él, el alcohol daba vómitos y dolores de cabeza, pero para Grantaire parecía funcionar en otro nivel. Tal vez incluso le hacía más perceptivo, porque era cierto que quería hacerle una pregunta.
Si lo hubiera encontrado menos borracho no se hubiera atrevido.
-¿Realmente crees que salir con otras personas ayuda a olvidar a alguien que se ama?
Las carcajadas de Grantaire llamaron la atención de todos en una cuadra a la redonda. Marius tuvo que sostenerlo para que se apoyara en la pared y no se cayera.
-No le estás preguntando a ningún experto en amor, Pontmercy. Tú eres el romántico aquí -replicó todavía sonriendo, aunque con la mirada vidriosa.
Continuaron su camino, todavía podía sentir agitarse un poco a Grantaire de la risa. Pero para él era un tema serio. Intentó retomarlo.
-Siempre he creído que si amas a alguien, nada puede cambiarlo, sin importar con quien salgas o tengas sexo o…
Se detuvo azorado por sus propias palabras. Tal vez Grantaire tenía razón y debía hablar con alguien más. Jehan, tal vez. Aunque la única persona que solía darle claridad era Courfeyrac.
Grantaire arqueó ambas cejas.
-Alguien aquí se siente culpable -declaró con resolución, pasando a un tono ligeramente acusatorio-. ¿Has superado a la bella y delicada Cosette? ¿Encontró Marius Pontmercy consuelo en la cama de alguien más?
Culpable. Sí. Tal vez eso era lo que le pasaba. Aunque era mayor la confusión que la culpa. La mirada mal intencionada de Grantaire le hizo preguntarse si tenía una idea precisa de quién podía ser ese “alguien más”.
-Ah, Marius, alégrate. Tienes la capacidad considerada sana y normal de superar las situaciones y seguir adelante -el chico rió con amargura-. ¡Después de todo, serías el animal más fuerte para sobrevivir! ¡El que cambia puede evolucionar!
A partir de allí no pudo detenerlo en un discurso sobre la evolución de las especies en el que se quedó perdido después de las referencias de Darwin, la Isla de Pascua, Lamarck y las jirafas.
Nada lo detuvo hasta que Enjolras apareció esperándolo en lo alto de las escaleras y Marius suspiró aliviado. Sin embargo, a pesar de lo difícil de aquel viaje como pie de apoyo, había sacado algunas cosas personales en claro.
* * *
Cuando Grantaire abrió los ojos inspiró profundo y volvió a cerrarlos con fuerza, antes de restregárselos con los nudillos. Una de sus cortinas estaba ligeramente corrida y la luz solar se colaba en su habitación de manera tenue. Frunció el ceño recordando el día anterior. El alcohol nunca le había dado la gracia del olvido, así que lo recordaba todo. Incluso a Enjolras en su apartamento.
Eso en especial hizo que le resultara inquietante escuchar movimiento en la cocina. Se levantó con cierta inseguridad, pero confirmó la estabilidad de sus piernas y su estómago. No se detuvo siquiera para ir al baño, así que no tuvo oportunidad de ver qué tan demacrado estaba su rostro. No tenía espejos en el cuarto. Tampoco se detuvo a ponerse una camiseta, ni se preguntó a qué hora se había quitado la del día anterior. Llevaba todavía los mismos pantalones ajustados y las medias ahuecadas en las puntas.
Al salir de la habitación encontró que un juego de cortinas de la sala estaba corrido por completo, pero no le prestó mayor atención al salón al sentirse deslumbrado por el sol. Sus pasos lo llevaron hasta la cocina, desde donde venía el sonido.
Enjolras estaba allí, con la misma ropa del día anterior y aspecto cansado. Era extraño, porque no parecía cansarse nunca. Levantó la mirada hacia él, quien se detuvo en el marco de la puerta.
-Ve a asearte -le indicó su amigo mientras daba vuelta a los panqueques que estaba cocinando-. Lo necesitas.
Pensó en discutir hasta sacarlo de allí, pero algo en su actitud lo detuvo. Asintió, giró sobre sus talones y regresó al baño. Una ducha rápida y lavarse los dientes lo hicieron sentirse mucho mejor. Lanzó una fugaz mirada al espejo mientras se acomodaba el desordenado pelo mojado. Estaba en mejores condiciones para enfrentar a Enjolras ahora.
Regresó a la cocina, donde el olor de los panqueques recién hechos le abrió el apetito.
Enjolras no comía, pero lo esperaba con dos platos servidos. Se acercó a él, tomó asiento en el desayunador y echó sirope de maple sobre uno de los platos. Empezó a comer despacio, sin apartar la mirada de su amigo.
-¿Amaneciste sin palabras, Apolo? El sol debe brillar de manera especial al inicio del día -le dijo con un tono carente de diversión.
-Come -le indicó por toda respuesta, y siguió el mismo su propia instrucción.
Podría haber discutido si eso era una orden, pero los panqueques estaban muy buenos y tenía hambre. Hacía muchos años que su amigo no cocinaba para él. No fue hasta que terminó el plato que Enjolras habló de nuevo.
-No puedo hacer esto siempre-declaró con resolución-. Ni yo, ni nadie. Tienes un problema con la bebida y lo sabes.
Grantaire cerró los ojos. Sabía a dónde llevaba esa conversación: el alcoholismo y la depresión corrían por su sangre, su madre, su padre… Se sabía los argumentos de memoria.
-Gracias por el recordatorio -replicó con acidez-. Pero ambos sabemos que es una batalla perdida. Es lo que es.
La luz que entraba por las cortinas corridas sacaba reflejos del cabello de Enjolras. Siempre le había parecido más dorado que rubio. De niños algunos de sus compañeros lo molestaban diciéndole ricitos de oro, pero a Grantaire siempre le habían gustado sus rizos. Notó que su amigo hacía un esfuerzo por mantenerse calmado, aunque evitaba su mirada.
-Cuando éramos niños estaba convencido de que eras el chico más fuerte que conocía. Te vi sobrevivir muchas cosas: el abandono de tu padre, la enfermedad y la adicción de tu madre… -En ese punto lo miró a los ojos-. Tú eres quien no es consciente de lo fuerte que es.
-¿Fuerte? -La idea le daba risa, pero la contuvo al notar que Enjolras hablaba en serio.
-Fuerte -repitió Enjolras.
Se levantó y se dirigió hacia la sala. Grantaire comprendió unos momentos después que su intención era que lo siguiera, así que lo hizo de mala gana aunque con algo de curiosidad.
Fue entonces cuando notó que todos los caballetes estaban destapados, descubriendo a la nueva luz del día sus cuadros inacabados.
Enjolras los había visto todos. Palideció de sólo pensarlo.
-Supongo que aquí es cuando llamas a un juez y me ponen medidas de restricción -dijo con un tono de broma que sonó falso y hueco. Su amigo negó, mientras su mirada vagaba entre las pinturas.
Eran cuadros mediocres, de dos figuras indefinidas de niños jugando, una clara y otra oscura. Cada una correspondía a alguno de sus juegos favoritos de niños. Otros, donde los protagonistas estaban más grandes, mostraban realidades distintas. La distancia que crecía. En los últimos, aquellos que no pasaban de ser esbozos no trabajados, estaban separados.
-Al principio creí que eran sobre mí. Pero luego comprendí que son sobre nosotros -respondió Enjolras. Su voz no sonaba normal.
Grantaire desvió la mirada. Nunca había tenido intención de que Enjolras llegara a ver esas pinturas. Simplemente no había sido capaz ni de terminarlas ni de destruirlas. Se metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón.
-Fueron para un trabajo biográfico en uno de los últimos cursos que llevé. No pude acabarlos. La historia que quería contar terminaba demasiado pronto.
Sus palabras causaron un estremecimiento visible en Enjolras, quien se giró hacia él.
-No es una historia terminada -le recordó en tono recriminatorio.
Grantaire sonrió con amargura. No, claro que no, si se consideraba la etapa de decepción continúa y rechazo.
-¿De verdad, Apolo?
Poner en duda sus palabras nunca era una buena opción. Enjolras acortó la distancia que los separaba.
-Sigo aquí -le recordó.
Le habría gustado que eso fuera suficiente. Pero sabía muy bien en qué términos estaba allí.
-Porque no puedes renunciar a las causas perdidas -replicó Grantaire con resignación.
Se paralizó cuando Enjolras levantó un brazo y posó una mano sobre su hombro. Lo notaba tenso e incómodo.
-Tú no eres una causa -dijo en voz baja.
Grantaire contuvo la respiración. Estaba tan cerca… El peso de su mano, cálida y fuerte sobre su hombro era una tortura. Pero lo peor era su mirada. Tan profunda.
Trago grueso y esbozó su mejor sonrisa fingida.
-Supongo que no. Tampoco es que se pueda hacer algo por mí.
Normalmente ese comentario habría hecho estallar la furia en Enjolras, pero ese día estaba particularmente controlado. Sin embargo, sintió la tensión en su mano y la tirantez en su voz cuando habló de nuevo.
-Tú puedes hacerlo -replicó Enjolras. Su mirada se dirigió de nuevo hacia las pinturas por un momento-. Fuiste la primera persona que vi luchar por proteger a alguien más débil.
¿A qué demonios se refería? La incomprensión debió reflejarse en su rostro, porque Enjolras se dignó a dirigir la mirada hacia él una vez más con algo que parecía latir dentro de su fría seriedad.
-Recuerdo que ese traje de gárgola quedó hecho pedazos y rompimos mi traje de ángel para detener la sangre de tu ceja -dijo en voz baja, como si alguien más pudiera oírlo y no quisiera compartir ese recuerdo. La mano sobre su hombro lo estrechó con calidez y sus ojos buscaron la cicatriz que partía su ceja izquierda-. Y esa fue sólo la primera vez.
Tenía que ser una broma. ¿Él, una inspiración de la lucha por el débil?
-Este es el esfuerzo más original que has hecho para ayudarme -le concedió Grantaire.
El momento en que Enjolras retiró la mano fue físicamente doloroso.
-Supongo que debería irme -dijo con seriedad. Se giró para dirigirse hacia la puerta y Grantaire estuvo seguro de que aquello tenía el sabor de la despedida que no quería.
Sin embargo, Enjolras se detuvo a medio camino y se giró ligeramente. Apenas podía ver medio lado de su cara.
-Una última cosa: lo que dijiste que pienso sobre Philippe y tú no es cierto. Nunca lo ha sido.
Tardó un momento en procesarlo. Se refería a todo lo que había dicho, no sólo al chico. Torció el gesto ante la mentira.
-Los dos estábamos ahí esa noche, Enjolras. Recuerdo tu cara de horror.
Notó que su amigo se estremecía como si lo hubiera pinchado. A él tampoco le gustaba recordar ese día. Se giró del todo para verlo con gravedad, acercándose de nuevo hacia él con dos ágiles zancadas.
-Usabas el sexo como escape -señaló con tono acusatorio-. Lo sabía entonces y aún lo haces. Por eso me disgustan tus relaciones. Ninguna va a ser buena para ti hasta que sean algo más que eso. Creí que era lo que intentabas esa noche. En parte por eso me horroricé y te rechacé.
Sus palabras fueron como un latigazo para él. Todavía le ardían cuando replicó con furia:
-¿Realmente pensaste que nuestra relación me importaba tan poco como para eso? ¿No entendiste nada de lo que dije esa noche?
Le había dicho lo que sentía. Claramente. Palabra por palabra. Pero evidentemente no había captado nada.
O tal vez sí, pero no había querido aceptarlo. Desvió la mirada un momento, mientras se humedecía los labios. Grantaire odiaba que hiciera eso cuando discutían, lo desconcentraba.
-Creías que me necesitabas, pero eso no resolvía nada -replicó Enjolras volviendo a bajar el tono de voz.
Grantaire se acercó a él, incrédulo.
-¡Mis necesidades no se limitan a ser el hijo alcohólico de una alcohólica depresiva y suicida! -le espetó con un resentimiento que hacía demasiado tiempo que sentía.
Sabía que Enjolras nunca había podido comprender que lo amaba, pero ese no era el tema. Tampoco había podido comprender que era más que esa víctima que trataba de ayudar.
Los dos guardaron silencio, aunque Grantaire notó que ambos respiraban de manera agitada. Enjolras lo miraba de hito en hito, como si intentara descifrar algo en él que se le escapaba.
-No necesito un terapeuta, ni un guía… Ni siquiera necesitaba un novio -continuó Grantaire aunque la tercera opción le causó un pinchazo de dolor. Pero si ese era el final, mejor decirlo todo-. Necesitaba un amigo. Todo este tiempo, sólo he necesitado a mi amigo.
Se sostuvieron la mirada. Notó la boca reseca, se sentía inquieto, al notar que la distancia entre ambos disminuía. Enjolras lo miraba con tanta intensidad que quemaba y cuando habló lo hizo con más gravedad que nunca.
-Tal vez el problema es que en algún momento dejamos de ser amigos -dijo en voz baja.
Al fin, la amarga verdad.
-Creía que la historia no estaba terminada -dijo con un sarcasmo forzado, recordándole sus propias palabras.
Pero Enjolras se mantuvo serio y firme.
-No lo está -replicó, pero no dijo nada más.
Antes de que pudiera reaccionar, puso una mano en su mejilla y acercándose a él, lo besó.
Esta vez fue él quien retrocedió. El miedo estaba en él. ¿Por qué estaba Enjolras haciendo eso? Lo último que quería de él era lástima. No la hubiera podido soportar. Pero al ver sus ojos, mortalmente serios y determinados supo que si lo estaba besando, era con toda la intención. Quería hacerlo.
Aunque él no pudiera creerlo.
Enjolras volvió a cerrar la distancia entre ambos y buscó sus labios. Marcó el ritmo del beso: firme, lento, dándole toda su dedicación como si intentara probar su punto. Grantaire sintió que perdía el equilibrio y se aferró a su espalda. La cabeza le daba vueltas y todo a su alrededor parecía disolverse en nada.
Cuando por fin se separaron, Enjolras apoyó la frente en la de él mientras con una mano lo sujetaba de la camiseta.
-Pero no soy lo que necesitas -le susurró antes de alejarse y salir del apartamento sin que lo pudiera detener.
* * *
A pesar de que lo había hecho prácticamente todas las mañanas desde hacía varias semanas, despertar con Marius al lado era diferente ese día. Ya Courfeyrac conocía su maña de deshacerse de las sábanas y cobijas durante la noche aunque después necesitara abrigarse por el frío. Él generalmente lo cubría al despertarse, pero aquella era una mañana más cálida y se permitió observarlo antes de arroparle de nuevo.
Esa mañana, todo era diferente. Lo que resultaba curioso porque en realidad, no había cambiado nada.
La noche anterior, Courfeyrac había levantado la cabeza al escuchar la cerradura de la puerta abrirse. Al fin. No había parado de trabajar en todo el día, pero la perspectiva del regreso de Marius lo había tenido inquieto.
A él. Eso no era nada común.
-¡Estoy en el cuarto! -gritó mientras terminaba de revisar el décimo correo electrónico que intercambiaba con la policía costera en el día para notificar de la manifestación. Enjolras había delegado todo lo importante del día, lo que también lo tenía preocupado. Tenía que estar pasando algo muy grave para que hiciera algo así, pero no había querido hablar al respecto.
Escuchó los pasos de Marius acercarse. Al entrar lo encontró sentado en el medio de la cama con la computadora en las rodillas.
-Hola -saludó Marius dejando sus llaves en la mesita de noche y tomando asiento al borde de la cama.
-Hola -repitió él, mirándolo.
Le gustaba. Muchísimo. Incluso más que eso. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
-¿Mucho trabajo? -preguntó Marius señalando la computadora.
Courfeyrac decidió que en efecto, ya era demasiado, de manera que la cerró y la dejó a un lado. Ya podría ver si le respondían el correo más tarde.
-Un poco -replicó-. Tú te ves cansado.
-Le serví de apoyo a Grantaire un buen trecho del camino hacia acá. Pesa más de lo que parece -comentó Marius mientras se apretaba el hombro derecho con la mano izquierda. Iba a estar adolorido al día siguiente, sabía por experiencia que aquel no era un borracho fácil de ayudar.
-¿Estaba muy tomado?
-Bastante. Enjolras subió con él a su apartamento.
Elevó los ojos hacia el techo de la habitación, como si así pudiera echar un vistazo a lo que sucedía en el piso superior. Combeferre seguía mostrándose confiado pero él estaba algo nervioso de que las cosas no resultaran bien al final para sus amigos.
-Está en buenas manos -dijo con un tono menos seguro de lo que había pretendido. Inspiró profundo y volvió a hacerse el propósito de dejar que ahora las cosas tomaran su curso entre sus amigos, ya no podían hacer mucho más. Volvió a centrar su atención en Marius-. ¿Qué tal la tarjeta?
Notó que el chico contenía una sonrisa, como si hubiera estado esperando que hiciera referencia al tema. Sacó la tarjeta de su bolsillo y la puso sobre el edredón, entre ellos dos.
-Léela si quieres -le ofreció con tranquilidad.
Courfeyrac arqueó una ceja, sin mirar la dichosa tarjeta. Se sabía la imagen de memoria.
-¿Por qué estás seguro de que no la he leído?
Ni siquiera lo dudó antes de replicar.
-Confío en ti -le recordó.
Coufeyrac sonrió complacido. Tenía que admitir que había esperado escuchar esa respuesta. Incluso después de ocultarle la llegada de la tarjeta. Dirigió la mirada hacia la susodicha y luego la empujó con la mano hacia Marius.
-Es tuya -dijo con firmeza. No tenía por qué leerla. Tampoco quería hacerlo. Examinó al chico con la mirada-. ¿Estás bien?
El chico asintió al tiempo que se quitaba los zapatos y se impulsaba para sentarse a su lado, subiendo los pies a la cama y recostándose en el respaldo de la cama.
-Sí. ¿Extraño, verdad?
Tomó la mano de Marius entre la suya, entrelazando sus dedos.
-Tal vez no tanto.
Era ridículo que un gesto tan simple pudiera sentirse tan bien. No sabía hasta qué punto no era más bien Marius quien había influido en él para llegar donde estaban.
-¿No estarás pensando que tu plan sobre acostarse con alguien más sirvió conmigo, verdad? -preguntó el chico estrechando su mano.
-Dímelo tú -replicó él con un tono retador que pretendía sonar juguetón y a la vez despreocupado sobre la respuesta.
Al parecer, ya tenía pensado lo que le iba a decir y le complacía.
-No habría funcionado con cualquier otra persona -declaró con seguridad. El chico desplazó la mirada de sus dedos entrelazados hasta sus ojos-. No somos sólo amigos que tienen sexo, ¿cierto?
Toda la tensión que había acumulado casi sin saberlo desde que había recibido la tarjeta de Cosette se disolvió en ese momento en su interior.
-Cierto. No somos sólo eso -respondió mientras sentía el alivio crecer dentro de él. Luego, sonriendo, lo atrajo hacia sí para besarlo.
Aquella noche había tenido un sabor especial y sabía por qué. Ahora, viendo como Marius parpadeaba y fruncía el ceño ligeramente al despertar, se inclinó hacia él para besarlo, al tiempo que dejaba bajar la palma de la mano por su espalda desnuda.
Ya tendrían más momentos para hablar después. Buscaría la manera apropiada de decírselo, pero desde ese momento estaba seguro: realmente quería a ese chico.
* * *
No volvió a encontrarse con Grantaire en toda la semana. Tuvo oportunidad de verlo desde la ventana del apartamento, saliendo con prisas o regresando a horas imprevistas. Notó manchas de pintura en su piel y su ropa, por lo que supuso que tendría algún trabajo. Al menos no llegó a enterarse de que tuviera otra borrachera épica, lo que había temido profundamente. Según Bahorel, más bien parecía empeñado a pasar tiempo a solas.
No estaba seguro de que eso lo inquietara menos.
Se obligó a concentrarse en la manifestación inminente. Muchísimo trabajo y cansancio eran lo único apropiado para alejar de su mente la sensación de los labios de Grantaire sobre los suyos y toda la conversación.
No se arrepentía de nada de lo que había dicho. Lo había meditado todo detenidamente durante aquella noche entre las pinturas que retrataban los mejores momentos de su infancia. No quería dejar que Grantaire siguiera pensando que le disgustaba la idea de ellos dos juntos. No podía quedarse en su vida sin tener nada que aportar pero tampoco podía dejarlo sin haberle dicho todo lo que pensaba.
Tenía la consciencia tranquila, aunque en su mente siguiera teniendo premoniciones sin fundamento de terribles desgracias.
El día de la manifestación salió del edificio con Courfeyrac y Marius. No se había atrevido a preguntarle a Feuilly si Grantaire había participado del alquiler de las cabinas, ni nadie más le había hablado sobre él con respecto al viaje. El resto del día, una vez llegado a la costa, no tuvo tiempo para pensarlo siquiera.
Al anochecer estaba agotado, a pesar de la creencia popular de que nunca se cansaba. No fue solamente una excusa para negarse a ir a la fiesta nocturna en la playa a la que unas nuevas amigas de Bahorel los habían invitado. Incluso Combeferre se apuntó a ir a la celebración. Él se quedó solo en las maltrechas cabinas en las que pasarían la noche. Olían a sal y sudor, por lo que decidió esperar en el exterior a que le diera sueño para irse a dormir. Se sentó en una banca con vistas a la playa y respiró profundo.
Era la primera vez que se permitía quedarse quieto desde aquella noche en el apartamento de Grantaire.
Por un momento creyó que alucinaba al escuchar su voz.
-Todavía no entiendo la pasión para pelear por este lugar. Odias la playa.
Giró la cabeza rápidamente, pero no lo había imaginado. Grantaire estaba a su lado. Llevaba una camisa blanca de manta que estaba algo sucia en las mangas, pero se veía bien.
Muy bien, de hecho. Buscó la botella de licor en sus manos, pero no estaba. Frunció el ceño.
-No odio la playa -replicó en lugar de hacer todas las preguntas que pasaban por su mente.
-La última vez que fuiste a una playa teníamos 11 años y tus padres me llevaron también. Te pasaste toda la semana quejándote de la arena, el agua salada y el sol.
Enjolras torció el gesto.
-Que no me gusten las incomodidades de la playa no implica que quiera que el turismo explote las playas hasta erosionarlas irremediablemente al tiempo que se aprovecha de las personas que viven en ellas.
Lo sintió sentarse a su lado en la banca. El olor a licor era muy tenue. Había tomado algo antes de ir a hablar con él.
-La erosión debería ser un monopolio del tiempo -comentó. Enjolras notó de reojo que la comisura de sus labios se curvaba hacia arriba. Esperaba iniciar una discusión sin sentido tal vez.
En otra época lo habría hecho: habría estado demasiado alterado o tal vez simplemente habría sido en los días en los que discutir con él era un placer privado de los dos. Pero ese día tenía otras cosas en mente.
-No sabía que habías venido -comentó.
-Te dije que vendría -replicó Grantaire. Su mirada seguía fija en las olas del mar que se adentraban cada vez un poquito más en la playa.
Enjolras vio en la misma dirección. Era cierto, lo había dicho, pero antes de todo lo sucedido.
-No te había visto. Tampoco te he visto estos días.
Su comentario pareció hacerle gracia.
-He estado ocupado -admitió, aunque su respuesta fuera muy vaga. Pareció pensárselo mejor unos momentos-. He estado trabajando. Tenía que decidir qué hacía con unos cuadros que tenía en la casa… Y he estado yendo a una especie de terapia.
No pudo evitar que la sorpresa se reflejara en su rostro. Grantaire le sostuvo la mirada. Parecía avergonzado por ello, pero desafiante al mismo tiempo, como si esperaba palabras que le recordaran que no iba a lograrlo.
No iba a decirlas, por supuesto. Tenía que lograrlo.
-¿Qué tal ha sido? -preguntó en el momento en que cayó en cuenta de que debía decir algo.
Grantaire se encogió de hombros, con una expresión mezcla de indiferencia y hastío.
-No está tan mal, supongo. Me la recomendaron.
Enjolras apretó los dientes sin ser consciente de ello.
-¿Louis? -espetó de golpe.
Su amigo río ante la mención. Aunque tal vez no debería pensar en él como amigo. Él mismo le había pegado un tiro a lo que quedaba de su amistad aquella mañana en su apartamento.
-Joly -lo corrigió.
Hizo su mejor esfuerzo por no mostrarse avergonzado por haber sacado a su ex a colación sin pensarlo. Volvió a centrar la mirada en el mar.
-Me alegro por ti-dijo finalmente.
Sintió la mirada de Grantaire, seria y solemne sobre él. Giró la cabeza para encontrarse con sus ojos.
-Esto podría no funcionar -declaró con su mejor tono pesimista-. De hecho, es muy probable que lo deje o lo eche todo a perder. No esperes demasiado.
-No tienes que hacerlo por mí -se apresuró a recordarle.
Grantaire torció el gesto una vez más.
-No lo hago sólo por ti. Aunque no lo creas, no disfruto estar mal. Pero yo tengo asumido que hay cosas sin solución y tú no.
Enjolras frunció el ceño. Odiaba los discursos derrotistas. Aunque se alegraba de verdad por él. Tal vez aquello le ayudaría.
Se obligó a dejar de lado la traicionera sensación de amargura al pensar que había tardado poco en empezar a mejorar tras tomar la decisión de separarse de su vida.
-Con esa actitud no llegarás lejos -apuntó.
Su declaración no pareció preocuparlo.
-El doctor fue el primero en decírmelo. Se falla.
-Pero puedes seguir intentando -insistió Enjolras.
Grantaire suspiró.
-No quería decírtelo por lo mismo: si no funciona, te vas a decepcionar. Supongo que no será una novedad para ninguno.
-La decepción nunca me ha desanimado -replicó arqueando una ceja al tiempo que sonreía.
Supo que se había equivocado al hacerlo en el momento en que notó el cambio la expresión de Grantaire. No por las palabras en sí, sino por la actitud. Se había devuelto tantos años en el tiempo que no podía precisar cuándo había sido la última vez que se habían sentado a hablar con tanta calma aunque la vida de ambos estuviera lejos de ser perfecta. No podía decidir salir de su vida para después caer en la trampa de volver a hablar como amigos de toda una vida.
No dijo nada más, aunque el silencio por parte de Grantaire se extendió algo más de lo habitual antes de que hablara de nuevo.
-Tal vez debería aprovechar ahora para que me aclares algunas contradicciones que tuviste en tu discurso en mi apartamento el otro día.
Enjolras sintió cómo se tensaban todos los músculos de su cuerpo.
-Creo que fui muy claro -replicó cortante.
-¿Eso crees? -Evidentemente él no estaba de acuerdo-. Aún me estoy preguntando por qué tienes que usar la trillada excusa de “soy yo, no tú”. Con tu capacidad oratoria es algo decepcionante: ambos sabemos que en este caso yo no soy lo que tú necesitas.
Enjolras volvió a desviar la mirada hacia el mar. Alguna vez lo había pensado. Más de una vez. Era un argumento de los que había utilizado para convencerse a sí mismo de muchas cosas, siempre con muy poco resultado.
-No puedes saber lo que yo necesito -declaró frunciendo el ceño.
Grantaire lanzó una exclamación de insultada incredulidad.
-Pero tú sabes lo que necesito. ¿Cierto? -Dejó de lado su tono burlón después de esas palabras-. Eso es lo que no quedó nada claro, Apolo, tienes que decidirte: o soy una persona fuerte que puede enfrentar sus problemas y hacerse cargo de su vida, o soy algo delicado que tienes que proteger de elegir lo que quiere en lugar de lo que tú crees que necesita. No puedo ser las dos cosas.
Las palabras flotaron en el ambiente. La playa, todavía libre del dominio explotador de las cadenas turísticas, era apacible en las noches. Enjolras tomó consciencia de lo absolutamente solos que estaban allí.
-Eres fuerte -le aseguró midiendo con cuidado sus palabras-, pero no te sirve tenerme cerca.
-Pero aquí estoy.
Así era. Ahí estaba y estaría siempre. ¿Cómo podía pensar que algún día no sería así después de todo lo que habían pasado juntos? ¿Era posible pensar que en algún momento Grantaire ya no estaría? Era parte de su vida. De cada momento de ella. Solamente que su papel había cambiado y él no se había permitido aceptarlo.
Tenía miedo por él. O tal vez por los dos.
-Esa es la otra parte que no quedó nada clara -insistió Grantaire-. ¿Esta historia no está acabada o crees que la terminaste ese día?
Por su expresión era claro que había seguido el camino de sus pensamientos y sabía que él ya lo había concluido también: no había un final.
La presencia de Grantaire, tan cercana, empezaba a hacer mella en sus sentidos. Cerró los ojos un momento, aunque fue peor acentuar la percepción de su olor y el calor de su cuerpo a su lado. Los abrió de nuevo antes de hablar.
-Si continúa parece tener sólo un camino que yo no encuentro apropiado y que tú quieres recorrer aunque tal vez yo tenga razón.
-No la tienes, por supuesto -se apresuró a refutarlo.
Sintió que la boca se le resecaba de sólo pensar que la posibilidad era real en ese momento. Más real que nunca.
-Es un camino sin regreso -le advirtió, aunque sabía muy bien que ya lo habían empezado.
-No puede ser peor que el punto en el que estamos ahora -declaró Grantaire con una mueca de resignación que no ocultó la ansiedad en sus facciones. La dolorosa expectación.
Enjolras comprendió entonces que no estaba allí para discutir el fin que intentó ponerle a su relación con un beso de despedida.
Lo había llevado hasta allí la esperanza que le había dado ese gesto.
A Grantaire, el hombre sin optimismo alguno.
Inspiró profundo, aunque el olor salado del mar le molestaba. Fijó su mirada en los ojos de su amigo. Supo perfectamente lo que le tenía que decir. Aunque una parte de él seguía temiendo que cometía un error, ya no podía evitarlo.
-Esto podría no funcionar -declaró con su mejor tono de advertencia, aunque había bajado el volumen, a pesar de que no había nadie más cerca que pudiera escucharlos. Esbozó una media sonrisa previendo sus siguientes palabras-. De hecho, es muy probable que lo echemos todo a perder. Te vas a decepcionar.
Las advertencias no deberían hacerse en un tono que se desviara peligrosamente a algo cercano al cariño.
Notó que su amigo reconocía sus propias palabras y sonreía levemente, aunque la incredulidad de que aquello estuviera sucediendo latía en su mirada.
-No lo creo: estoy familiarizado con el fracaso, ya aprenderás -replicó con seguridad.
Enjolras tragó grueso cuando comprendió que se había quedado sin argumentos y el único camino que le quedaba ahora era besarlo.
* * *
El bullicio del Musain por las noches era familiar y acogedor. En especial cuando se hacía particularmente tarde y la gente empezaba a marcharse a lugares de moda para la noche. Llegaban momentos en que sólo estaba el grupo de amigos en el local y esos eran sus favoritos. Había algo íntimo y familiar en sus reuniones, en particular los días que en lugar de una reunión formal tenían solamente de un rato de esparcimiento.
Marius había sido el último en llegar al grupo y aunque tenía que admitir que no se sentía totalmente uno de ellos, le agradaba estar allí. Pocas veces veía a Courfeyrac tan feliz como cuando estaba rodeado de sus amigos.
Se preciaba de conocer los distintos estados de felicidad de su novio y ser culpable de varios de ellos.
Pensar en ello le hizo sonreír un poco. Por suerte nadie le estaba prestando atención, excepto Courfeyrac, quien al notar su sonrisa le dedicó una mirada de entendido que prometía algo muy bueno de regreso a su apartamento. Hacía más de seis meses que habían modificado el contrato de alquiler para figurar los dos. Tenían un poco más de tiempo de haber decidido cambiarle el nombre a su relación, aunque había sido más que todo una cuestión de etiqueta: los dos sabían ya lo que tenían desde antes.
Ese día la reunión estaba bastante animada. Bahorel relataba su última pelea y Joly intentaba que Bossuet y Musichetta le pusieran atención sobre cómo quería que distribuyeran sus bienes si la cena que había tomado terminaba por matarlo de una indigestión o una intoxicación, como temía desde que había notado particularmente grandes las pintitas verdes del pan de especias.
Los ánimos habían estado bajos esa semana, después de que se aprobara la concesión de los derechos de las playas por las que habían estado luchando meses atrás. Las declaraciones entusiasmadas de la gente del lugar habían sido una puñalada para el grupo de chicos que había luchado pensando en ellos. El humor relajado de esa noche era una buena señal de que las cosas regresaban a la normalidad, aunque Enjolras seguía mostrándose arisco y molesto, como Courfeyrac se lo señaló.
-Con suerte las cosas no saldrán tan mal y la gente sabrá aprovechar algunos de los recursos que les dimos -añadió Combeferre en un intento de ver lo positivo y confiar en la educación que habían brindado a la población costera con los recursos que tenían.
-La zona se va a deteriorar y va a ser explotada, a pesar de que lo sabemos e intentamos evitarlo -replicó Enjolras, como si fuera necesario remarcar lo inaceptable que era pensar que aquello efectivamente iba a suceder.
-Ya habrán más playas a las cuales ir de visita porque las querrán explotar -comentó Grantaire con tono burlón.
Enjolras le dirigió una mirada irritada, lo que fue su señal para empezar a hablar entonces de la explotación turística con su vena sarcástica y cínica ya tan familiar.
-Ya verán como en unos años otros de los universitarios que fueron a la manifestación serán profesionales con altos salarios que llevarán a sus familias de vacaciones a los nuevos complejos turísticos -comentó Grantaire cerrando su disertación sobre la explotación histórica de las costas.
Los ojos de Enjolras chispearon con rabia a su lado en la mesa, ganándose una sonrisa complacida por parte de Grantaire, quien levantó un vaso de soda hacia él a modo de brindis burlón.
Aunque ya no discutían de la misma manera violenta e hiriente de antes, no dejaba de temer que regresaran a eso. Sin embargo, Courfeyrac le había dicho ya en otras ocasiones que aquella era la manera en que el chico evitaba que el líder se hundiera en meditaciones profundas de por qué había fallado. Lo obligaba a reaccionar en cierta forma.
De todas formas, verlos discutir no era algo nuevo. Era más difícil acostumbrarse a la imagen de Grantaire sin una bebida con licor en la mano. Ninguno sabía mucho sobre lo que estaba sucediendo con él, pero que estaba intentando beber menos era evidente para todos. Courfeyrac y él sabían un poco más por las discusiones que habían escuchado en la escalera: el proceso era largo, difícil y en ocasiones Grantaire no creía tener la fuerza o capacidad de lograrlo. Enjolras no lo dejaba darse por vencido, aunque a veces también él estuviera cansado o fuera su insistencia la que causaba la frustración de su pareja.
Sin embargo, estaban en una buena época. Cada vez duraban un poco más y todos tenían fe en que las cosas seguirían mejorando.
-Tu falta de fe en tus pares es denigrante -declaró Enjolras con acritud.
-Tú tienes suficiente fe por los dos -replicó Grantaire.
El brillo provocativo en su expresión solía causar la expectación de todos, aunque desde hacía un tiempo era usual no ver la resolución de sus discusiones en el café.
-Un poco de apoyo no vendría mal -señaló con acritud.
Grantaire se inclinó sobre la mesa y alzó ambas cejas.
-Estaré encantado de ir contigo a la playa en cualquier momento, Apolo. La última vez fue una experiencia muy positiva.
La picardía en el tosco rostro burlón de Grantaire contrastaba con la seriedad ofendida en los finos rasgos de Enjolras.
-Eres imposible -declaró Enjolras con fastidio, al tiempo que se levantaba. Sin embargo, no parecía enfadado-. Necesito tomar aire. Ahora vengo.
Salió del local con paso firme. Grantaire lo siguió con la mirada y sonrió satisfecho.
-Creo que a mí también me vendría bien un poco de aire-declaró tras verlo salir. Les guiñó un ojo con descaro antes de seguirlo rápidamente.
Courfeyrac rió.
-¿En serio creen que no sabemos lo que hacen cuando salen así? -Preguntó en tono pícaro-. Aunque no les servirá de mucho: esta es de las discusiones que resuelven en la cama.
No era la primera vez que Courfeyrac hacía un comentario por el estilo y él en persona había sorprendido al líder del grupo y su pareja en el rellano de la escalera en fuertes intercambios que no involucraban palabras. Ambos renegaban de utilizar etiquetas como novio o amante, pero ya todos sabían lo que pasaba. Al menos a grandes rasgos.
-Déjalos -dijo Combeferre con una expresión comprensiva, aunque también parecía divertido -. Enjolras tiene mucho aprecio a su privacidad.
-Excepto cuando en sus discusiones nos enteramos de algunas cosas que preferiríamos obviar -replicó Courfeyrac.
Marius recordaba un par de discusiones a las que podía hacer referencia el comentario y se azoraba de sólo recordarlo.
-Si el plan surgió esperando que así discutieran menos, no parece haber dado mucho resultado -comentó, aunque ahora las discusiones entre los amigos de infancia no le producían tanta aprensión como antes. Había algo tan cómodo y real entre ambos que incluso la mayoría de las veces al discutir dejaban un buen sabor de boca.
-El plan surgió porque no estaban discutiendo -lo corrigió Courfeyrac.
Su novio seguía mostrándose particularmente complacido por el resultado de lo que denominaba en confianza el mejor plan ejecutado por el ABC. Sin embargo, más allá de lo que le había explicado cuando estaba en ejecución, no había vuelto sobre el tema.
-Era preocupante -dijo Combeferre, apoyando a su amigo-. Grantaire se estaba volviendo más amargo y taciturno, Enjolras lo ignoraba, ambos se deprimían a su forma… Era insoportable.
Marius se había perdido esa etapa. Había regresado de golpe a la vida del ABC tras ser exiliado de la de Cosette, encontrando en marcha el plan.
-Así que decidieron que salir con otras personas le haría bien a Grantaire-continuó Marius.
Courfeyrac y Combeferre intercambiaron una mirada, como si estuvieran decidiendo lo que le iban a decir.
-No exactamente -replicó Courfeyrac dirigiendo la mirada hacia él lentamente, como si así advirtiera a su amigo de que iba a contárselo-. Era un poco más complejo que eso. Aquí el amigo Combeferre habló con Enjolras porque estaba convencido de que había algo más que un distanciamiento de amigos de fondo. Sin mayores resultados, decidimos pasar a esa segunda parte.
-Aunque nunca creímos que Grantaire fuera a quedarse realmente con alguien más -señaló Combeferre. No tenía los aires de presunción de Courfeyrac, pero era evidente que también se sentía satisfecho por el resultado-. Pensamos que sería bueno que fuera capaz de visualizarse a sí mismo en una relación. Siempre había pensado que nadie tendría interés en él.
-Por eso elegimos a Louis aunque ni siquiera a Joly le simpatizara demasiado -apuntó Courfeyrac-. Sabíamos que la cultura de Grantaire lo dejaría sinceramente embobado.
-Y a Antoinette -añadió Combeferre-, que sabría cómo hacerlo disfrutar de una relación. Creo que hasta entonces todo había sido muy sombrío para Grantaire.
Marius notó que la mirada de Courfeyrac se centraba en él particularmente durante ese comentario de su amigo. Sí, sabía que en cierta forma a él le había pasado lo mismo: había amado intensamente y sufrido en consecuencia, como si fuera la única vía. Pero eso ya había quedado atrás.
Estaban hablando de Grantaire.
-¿Y Philippe? -preguntó frunciendo el ceño ligeramente.
Fue el momento en que, con una sonrisa contenida, Combeferre se delató tan orgulloso del plan ejecutado como Courfeyrac.
-A él lo elegí pensando en Enjolras -declaró con sencillez-. No había forma de que pudiera aguantarlo.
Marius no estaba seguro de si se sentía sorprendido, admirado u horrorizado.
-Fríamente calculado -añadió su novio, al tiempo que le pasaba un brazo por encima de los hombros, acercándolo hacia él con un fingido gesto protector-. Hay que tener cuidado con Combeferre y su mente criminal.
-Ayudamos a dos amigos -le riñó el chico, aunque seguía mostrándose complacido.
-Con un poco de ayuda de todos los demás -añadió Courfeyrac satisfecho.
Marius miró a su alrededor. Al parecer Bossuet y Musichetta habían logrado calmar a Joly un poco y ahora era el turno de Feuilly de presumir sobre el viaje a Polonia que estaba planeando realizar algún día. No estaba seguro de que todos ellos hubieran sido conscientes del plan completo que Combeferre y Courfeyrac habían llevado acabo.
-¿Enjolras y Grantaire lo saben? -preguntó de repente, asaltado por la duda.
Por la expresión de ambos amigos supo que no estaban seguros.
-Grantaire sabe que algo pasaba -contestó Combeferre con prudencia-. Tuve que hablar con él en algún momento. Enjolras… No estoy seguro que lo descifrara todo pero, sí, sabía que tramábamos algo.
-Ninguno ha dado las gracias pero tampoco se han enojado con nosotros, así que nos damos por satisfechos -añadió Courfeyrac encogiéndose de hombros. No parecía preocuparle lo más mínimo.
Marius estaba seguro que lo que les hacía sentirse satisfechos era ver a sus amigos bien.
Dieron por finalizada la conversación cuando Courfeyrac reparó en la hora. Habían planeado marcharse temprano y a nadie le extrañaba a estas alturas. Grantaire había dicho una vez, lo suficientemente alto para que todo el bar lo escuchara, que sólo Marius era capaz de sacar a Courfeyrac de una reunión con sus amigos. No lo había avergonzado porque en el fondo se sentía orgulloso de saber que era verdad. Incluso cuando le había hablado a Cosette sobre su relación, la chica le había dicho que con cualquier otra persona le hubiera extrañado, pero no con Courfeyrac.
Por supuesto, tampoco era fácil que saliera del bar. Bahorel lo retuvo para confirmar los planes que tenían para el día siguiente, pero Marius se despidió de todos y salió a esperarlo a la calle. Hacía una noche bonita, el cielo estaba despejado y no amenazaba lluvia. Podrían caminar hasta la casa perfectamente.
Inspiró profundo y se restregó las manos. El clima era fresco. Sabía que tendría que esperar todavía un momento, así que se dirigió hacia el poste del alumbrado eléctrico para recostarse en él a esperar. Estaba frente a la entrada al callejón lateral del Musain y al llegar ahí, miró hacia el interior de este por inercia.
No estaba vacío.
Su primer instinto fue desviar la mirada, pero no lo hizo. Si hubiera sido un artista de algún tipo hubiera capturado ese instante. Allí, bajo la luz dorada del siguiente farol, estaban Enjolras y Grantaire. El líder del ABC estaba apoyado en la pared con un aire relajado que Marius no recordaba haberle visto nunca. Grantaire estaba de pie justo frente a él, muy cerca, con un brazo apoyado en la pared. Hablaba, mientras Enjolras ponía los ojos en blanco, negaba y reía.
Marius no estaba seguro de haberlo visto reír antes.
Grantaire llevó una mano a su barbilla como si quisiera hacerle levantar la vista hacia él. El movimiento estaba cargado de un cariño y una reverencia que los podía sentir desde lejos.
-¿Voyerismo, Marius? Nunca dejas de sorprenderme.
Pegó un salto cuando escuchó la voz de Courfeyrac susurrando en su oído. Su novio rió al tiempo que lo tomaba por la cintura y lo alejaba de la entrada del callejón, mientras reía de esa manera suave y franca que tanto le gustaba.
-Se ven muy bien juntos -declaró entrecortado, aumentando las risas de Courfeyrac. Obviamente aquellas declaraciones no ayudaban a que dejara de molestarlo. Intentó en vano explicarse un par de veces.
-En realidad sé a lo que te refieres -lo interrumpió su novio, sin dejar de sonreír e inclinándose para darle un beso en la curva del cuello-. Supongo que son el cuadro de lo que sería ideal para ti: un amor de toda vida.
Marius cerró los ojos un momento ante la caricia, sin dejar de caminar. Sin embargo, aquella declaración lo sobresaltó. Se detuvo, obligando a Courfeyrac a hacer lo mismo y mirarlo intrigado.
-Lo ideal es encontrar el amor, independientemente de si es donde siempre quisiste que estuviera o donde menos lo esperabas -lo corrigió.
La expresión de Courfeyrac no abandonó la sonrisa, pero adoptó una solemnidad que no tenía antes, acentuada por el brillo en sus ojos.
-Me inclino por lo inesperado.
Una emoción burbujeante se formó en su pecho al confirmar que le había entendido lo que había querido decir. Inesperado, como enamorarte de tu mejor amigo.
Sí. Él también se inclinaba por eso.