¡Feliz Navidad, Darkilluz! (Parte 1/2)

Jan 04, 2014 00:06

Título: 00:01
Autor: ineongallifrey
Nombre de tu persona asignada: darkilluz
Pareja: Enjolras/Grantaire
Clasificación: PG-13
Resumen: Grantaire suele decir que la historia no es más que una tediosa repetición. Ahora Enjolras tiene la posibilidad de rehacer un momento de su vida.
Disclaimer: Los personajes conocidos, las obras mencionadas y las canciones del fanmix les pertenecen a sus respectivos propietarios.
Notas: Espero que te agrade el regalo y que pases muy bien las fiestas :)



(i)(ii)(iii)(iv)








(descargar el minimix completo)

00:01

[ i ]

-¡Viva la República! -repite Grantaire, mientras que cruza la sala con paso firme. Se detiene al lado de Enjolras, frente a las armas-. Mátennos de un solo tiro -instiga a los soldados con ímpetu vencido. Ya no tiene nada que perder, por lo cual se permite un último intento por obtener lo que quiere. Se voltea hacia Enjolras y le pregunta, suavemente-: ¿Lo permites?

Con la espalda erguida y la frente en alto, incluso en la derrota Enjolras se mantiene fiel a sus principios. Lo que no permite en la vida tampoco lo permite en la muerte, por lo cual ni siquiera consuela a Grantaire dirigiéndole una mirada desdeñosa. Grantaire, que deshonra la barricada con su sola presencia, que es incapaz de vivir o morir como corresponde, que no tuvo la decencia de ir a dormir a otro sitio, aun después de oír su negativa. Grantaire, que ignora los “no” y los “nunca”, tal como ignora todo. Morir abrazado a su botella y a su insolencia, eso es lo que debería hacer. Pero es Grantaire, así que no lo hará.

-No -musita firmemente- mas nunca escuchas lo que digo. ¿Acaso hace la diferencia?

-¡Apunten!

-Deberías haberme apreciado -responde Grantaire con la suavidad y la sonrisa de un hombre que ya no espera nada de su propia existencia, más que ésta conozca su fin al lado de la única persona a la que verdaderamente admira. Siempre imaginó que el instante entre el grito de “fuego” y el impacto letal le resultaría eterno, lo suficientemente largo como para recitar mentalmente líneas de El Padre Duchesne y reírse de su propia ingenuidad.

El instante, sin embargo, no se prolonga, sino que se interrumpe.

Grantaire se tambalea y encuentra el equilibro al sujetarse de un brazo de Enjolras.

El estupor es siempre un romance nuevo para él, tiene distintos estadíos, distintos colores. La confusión de un viernes por la noche con ron y canciones es muy distinta a la de los miércoles infundidos de absenta.

El alcohol nunca antes le provocó este desconcierto y juzgando por el rostro de Enjolras, ya no Miltoniano por convicción sino por fiereza bíblica, concluye que algo ajeno a sus indiscreciones está sucediendo.

Se lleva una mano al pecho, rastreando en vano la herida que le fue prometida y luego arrebatada en el último segundo. No hay sangre ni soldados y el silencio ya no es el mismo. Escucha susurros que le erizan el pelo de la nuca y le hacen dudar de sus ojos, pues las voces son próximas y cada vez más claras a medida que se acerca a ellas, dando pasos lentos y casi involuntarios. No hay nada en el centro de la fosa y sin embargo algo lo llama.

-Detente.

Enjolras no lo mira y eso lo transporta momentáneamente a la normalidad, a las reuniones en las que no le dirige la palabra o pasa por alto sus sugerencias. En seguida retorna al presente y vuelve a su lado para observarlo escrutinar la sala con ojos perspicaces.

Si ésta es la muerte, no entiende por qué es el descanso de los desafortunados. Si bien están en un sitio en ruinas y potencialmente peligroso, ¿qué mayor fortuna que una eternidad en compañía de Enjolras? Enjolras, que luce como una pintura y actúa como una leyenda. Brindaría por una eternidad así.

-Debemos irnos, regresar a…

-¿A qué? ¿A morir? -inquiere Grantaire, en lo absoluto sorprendido-. Si sabes el camino, te seguiré.

Por primera vez desde que le ordenó que se fuera a otra parte y lo declaró ineficaz en todo, Enjolras se voltea hacia él, como si recién ahora se percatara de su presencia, como si Grantaire no estuviera siempre justo a su lado.

-Yo…

Enjolras siempre tiene algo que decir, excepto cuando lo considera una pérdida de tiempo o no le importa, por lo cual muchas de sus conversaciones consisten en monólogos por parte de Grantaire, recibidos con indiferencia.

Esta vez sí tiene interés y quiere decir algo, pero la elocuencia se le escapa y se pierde entre los escalones de roca oscura que le brindan un carácter siniestro al anfiteatro abandonado en el que se hallan. A meros metros de donde están parados hay un estrado elevado y el viento perturba la tierra y roca de su suelo, a pesar de que en el resto de la sala el aire es estático y denso.

-¿Les entiendes algo? -pregunta Grantaire, observando fijamente el estrado, al que antes se había acercado-. No distingo lo que dicen.

-¿Lo que dicen quiénes? -Enjolras suena más enfadado que confundido-. Estás permitiendo que tu veneno hable por ti de nuevo -suelta fríamente, bien que la aparente alienación mental del otro muchacho no es respuesta suficiente para explicar qué está sucediendo.

-Mi veneno está controlado y despierto. Hablo de los lamentos. ¿Los ignoras como me rechazas a mí o realmente no los oyes?

Un poco desorientado por las palabras del moreno, Enjolras musita que verdaderamente es imposible y a continuación empieza a subir los escalones. Grantaire sigue sus pasos en silencio, perdiendo el equilibrio de vez en cuando.

Cuando alcanzan el tope de la grada de roca gastada y cubierta de polvo, Grantaire larga un suspiro aliviado, que es cortado de lleno cuando una nube de humo azul desciende desde el techo y se sitúa a su lado. El humo se disipa rápidamente y de él surgen cuatro hombres vestidos con túnicas de color púrpura y con pequeños bastoncitos de madera en las manos, que no lucen lo suficientemente largos ni fuertes como para ser cannés de combate.

-No teman. No vamos a lastimarlos -dice uno de los hombres, con un acento francés tosco y atropellado.

[ ii ]

Las mañanas son la peor invención de la historia. Si pudiera atribuirle a alguien su existencia y luego demandarlo, no lo haría porque sería demasiado trabajo, pero al menos se sentiría complacido pudiendo canalizar su odio contra una persona concreta.

Siendo como son las cosas, su odio se aferra a la primera persona a la que ve y esa suele ser él mismo, en el reflejo del espejo roto del baño. Hace más de cuatro meses que está roto y Grantaire no ha hecho ademán alguno por quitarlo. Le gusta más así. Los espejos que funcionan bien son insulsos, el suyo distorsiona las imágenes con estilo.

Ir a clase es un drama muy distinto al de levantarse temprano y eso se debe a dos razones: en primer lugar porque detesta al imbécil de Neight y no hay nada que pueda aprender de él y en segundo lugar porque ni siquiera está del todo seguro de por qué está cursando esto. Yendo más lejos todavía, no sabe por qué está estudiando en general. ¿Qué sentido tiene? Podría pasar las mañanas durmiendo o desmayándose y probablemente aprendería dos o tres cosas más que en clase.

Pero a pesar de los puntos que juegan en contra, todos los días se despierta a las siete de la mañana, ni bien lo picotea su lechuza. Está en una etapa de su vida en la que hace oídos sordos a los hechizos de alarma, tiene una resistencia sorprendente (y quizás hasta documentable) a las pociones despertadoras y su falta de “reloj interno” hace que lo único que funcione sea un dolor breve y punzante en la punta de la nariz. Es peculiar, está de acuerdo, pero es efectivo, así que no le importa que lo juzguen. Hay tantos otros motivos para juzgarlo que su método de saltar de la cama a tiempo debería quedar en segundo plano.

Como siempre, Neight llega al aula de malhumor y sin siquiera saludarlos se sienta frente a su escritorio y empieza a revisar unos papeles en su maletín. Grantaire odia ese jodido maletín amarillo con rayas naranjas porque… ¿por qué? ¿Quién diseña algo así? ¿Quién compra algo así? El imbécil de Neight, él compra algo así. Y no, no es que de pronto sea demasiado selecto, sino que es una cuestión de simple buen gusto. Le hace mal a la vista mirar el maletín, por lo cual pasa los primeros quince o veinte minutos de la clase (mientras los dos pizarrones se llenan solos de información y flechas por todas partes) con la mirada fijada en su pergamino. Antes se molestaba en observar a su modelo para retratarlo, ahora ya no es necesario. Además desde donde está sentado sólo le puede ver la nuca.

Rompe una pluma por tercera vez en la semana cuando intenta capturar a la perfección la textura del cabello de Enjolras y se le escapa una grosería. A dos bancos de distancia escucha el “sshhh” de Combeferre.

Y se queda dormido en el sillón del living viendo una proyección de La espada en la piedra. Quizás es porque nunca convivió con Muggles o porque con la excepción de Feuilly, todos sus amigos son sangrepuras, pero lo cierto es que las proyecciones lo tienen maravillado. Lo que más le sorprende no es que el Mundo Mágico esté tan atrasado y que esto les haya llevado casi un siglo más que hacer funcionar simples cámaras fotográficas. No, aún sin saber demasiado de ellos, está acostumbrado a que los Muggles se muevan a años luz en comparación. Lo que lo intriga verdaderamente es cada película en sí. ¿Cómo capturan el sonido? ¿Y la imagen? ¿Cómo… todo? No entiende nada y se marea. Eso le pasa bastante seguido, pero si debe ser honesto no sabría decir si anda confundido por la vida porque ésta es confusa o si se debe a que está embriagado una gran parte del tiempo. Probablemente es una combinación de ambos factores.

Lo concreto es que ama esta ridícula tecnología mágica que no entiende en lo más mínimo y tal vez es por eso que vale la pena estudiar (o más bien, dormir en clase, dibujar a Enjolras, no tomar apuntes, estudiar otros temas que le parecen más interesantes y aún así aprobar los exámenes. Es brillante. Si quisiera dominar el mundo… Nah, dominar implica movimiento, estrategia, un mínimo de voluntad. Prefiere tirarse en su cama a mirar el techo).

De todas formas, sin embargo, es un verdadero dolor de cabeza hacer el entrenamiento para el simulacro de asamblea y en el fondo se pregunta si su interés por ingresar a la Confederación Internacional de Magos es genuina o no. (No lo es. Sólo quiere una excusa para estar cerca de Enjolras y que de ésta no devenga una orden de restricción.)

Es medio ridículo realmente. No recuerda haber sido jamás tan consciente de lo muy seguido que piensa en Enjolras. De hecho, la idea de pensar en otros temas le resulta difícil, como si tuviera que hacer un real esfuerzo y concentrarse en lo que quiere pensar. Los pensamientos no deberían ser tan complicados y no tiene suficiente determinación para combatir con su cerebro, así que piensa sobre Enjolras (y sobre alcohol) una importante porción de su tiempo. Debería sentirse mal por ser tan unidimensional, pero no tiene tiempo para ello porque-

-Pero no se trata de eso. ¿Cómo no entiendes que esto es mucho más relevante que simples… videos?

Enjolras se humedece los labios e intenta calmar su respiración. A Grantaire le encanta verlo sulfurado.

-Sólo digo que la tecnología Muggle es útil y que me vendría bien tener un celular -discute él, recostado sobre las gradas del campo de Quidditch experimental del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos del Ministerio de la Magia. Los demás ya se han ido porque aparentemente tienen vidas y no pueden quedarse toda la noche viéndolos discutir-. En serio, ¿este asunto de las lechuzas? Por favor, es el siglo XXI. Y me duele la vista todo el tiempo. ¿Qué tan difícil puede ser poner lamparitas en las aulas?

Enjolras se lleva las dos manos al rostro y se friega los ojos, a la vez que exhala audiblemente.

-No pretendo demoler una milenaria institución cuyos pilares son arbitrarios y separatistas porque a ti te duele la cabeza al leer con velas.

-Y también me duelen las manos por las plumas.

Si Enjolras no lo golpea ahora, claramente no está destinado a ser golpeado por él. Nunca lo vio tan enojado. Nunca tuvo tantas ganas de retratarlo.

-Eres imposible. No se puede hablar contigo.

Grantaire se ríe abiertamente y coloca las manos detrás de la nuca para estar más cómodo.

-Simplemente no quiero que te entusiasmes. Es sólo un modelo para estudiantes, nada más. No olvides eso.

-Lo tengo muy presente -contesta Enjolras, seco-. El modelo nos dará herramientas para luego ingresar a la CIM y efectuar cambios tangibles.

-Romper el Estatuto del Secreto es un cambio demasiado tangible. Tan tangible que puede que te dé algunos puñetazos en el proceso. ¿Y qué sería del mundo sin tu rostro, Apolo?

-Ya te dije que no me llames así.

-Y yo digo que deberíamos enviar miles de vociferadores. Eso sí que nos garantizaría su atención -propone Bahorel, ante lo cual Courfeyrac asiente.

Grantaire se lleva una mano a la nuca, sintiéndola levemente contracturada. Todos están hablando al mismo tiempo, para el desagrado de Combeferre y Enjolras, y él los observa en silencio, con su botella de firewhiskey ya por la mitad y un dolor de cabeza sólo imputable a algún demonio.

Está mareado y le falta el aire. Se deja caer sobre el respaldo de su silla y cierra los ojos por unos segundos.

-¿Estás bien, R? -le pregunta Bossuet al cabo de un rato.

-Déjalo, está borracho. Es para lo único que sirve -espeta Enjolras y Grantaire no necesita abrir los ojos para visualizar su expresión. Enjolras siempre luce más maduro cuando está encrespado. Le sienta bien-. Deberíamos ponernos en contacto con la Directora del Departamento de Seguridad Mágica.

Grantaire resopla y se cruza de brazos, todavía con los ojos cerrados y deslizándose cada vez más hacia abajo en su silla.

-Sí. Y después deberíamos pedirle una reunión con su mejor amigo para contarle nuestras ideas, ¿por qué no? ¿No te das cuenta de que es un sinsentido lo que intentas hacer?

-Si no estás aquí para colaborar, no estés aquí en absoluto. Vete. Nadie te va a extrañar.

Lo único peor que madrugar es hacerlo dos horas y ocho minutos antes de tiempo y porque su chivatoscopio empieza a brillar y sonar de una manera enloquecedora. Se despierta alterado y pestañea varias veces, con la vista un poco fuera de foco. Uno de estos días debería sucumbir y comprarse anteojos. La poción correctora ya la probó dos veces y el efecto nunca le duró más de veinte minutos. A veces detesta su resistencia con los líquidos potentes y objetivamente asquerosos.

Se apresura hacia uno de los cajones de su armario y se tropieza con una pila de libros en el camino. Está tirado en el piso, tapándose el oído derecho con una mano y frotándose un pie con la otra, cuando la puerta de su habitación se abre repentinamente y bajo el umbral aparece Enjolras.

-Joder, no te muevas -grita Grantaire, tapando el sonido estrepitoso del chivatoscopio por un instante. Se pone de pie de inmediato y da saltos en una pierna hasta llegar al armario. En vez de abrir el cajón de la perilla rota para destruir el maldito chivatoscopio con una maldición imperdonable o dos, sus manos revuelven los contenidos del primer estante hasta hallar una cámara fotográfica. Con una sonrisa triunfante, renguea hacia el centro de la habitación y se detiene cuando está a una distancia prudente-. No sonrías -le dice al otro muchacho, que le contesta con su mejor cara de antipatía-. Cierto, eres tú. Claro que no vas a sonreír.

Presiona el disparador cuatro o cinco veces, pero antes de que quedar del todo conforme, Enjolras pierde la paciencia y le dice que eso ya es suficiente.

-Imaginé que sería una pérdida de tiempo valioso venir aquí.

-Y sin embargo viniste. Me sorprendes. ¿Qué necesitas?... Imagino que no estás aquí para que lucir simétrico bajo el marco de mi puerta.

Enjolras hace un esfuerzo visible por contener lo que realmente está pensando y finalmente dice:

-Vamos a estar en la misma delegación del Modelo de la CIM, quizás hasta en la misma comisión, y no quiero que nuestras disputas infantiles le cuesten puntos al equipo. Todos hemos trabajado duro por esto… incluso tú.

El chivatoscopio se queda mudo ni bien Enjolras termina de hablar y Grantaire hace una mueca poco impresionada.

-Me ves todos los días, prácticamente todo el tiempo. ¿Era necesario que vinieras a hacer las paces a las cinco de la mañana?

-No podía dormir y… -comienza Enjolras y luego se detiene-. En realidad no estaba durmiendo. Estaba… hablando del Estatuto contigo. ¿Cómo llegué aquí?

-Hay cinco puntos que deben tener en cuenta a la hora de redactar una resolución.

La voz de Neight es tan somnífera como de costumbre y Grantaire a duras penas se puede mantener despierto. Es culpa de Enjolras por no ser una lechuza. Sólo las lechuzas deberían estar autorizadas para despertarlo bajo sus propios términos.

-¿No sientes a veces que las clases son todas iguales?

Grantaire se sobresalta al oír la voz de Enjolras tan próxima a su oído. Nunca se sientan juntos en clase y es impropio del otro chico estar susurrando mientras habla el Profesor.

-Creo que soy una mala influencia para ti -le contesta, ignorando la pregunta inicial-. Unos pocos meses en mi compañía y ya te has vuelto todo clandestino. Me agrada.

Enjolras niega con la cabeza y se muerde los labios. Su mano no deja de tomar apuntes. Presiona con tanta fuerza la pluma que parece querer asfixiarla contra el pergamino. Hay manchones de tinta roja y letras borroneadas y aún así es la caligrafía más jodidamente linda de toda la clase. Quizás no es tan estéticamente estimulante como los manuscritos de Grantaire (que cuando se digna a anotar algo pasa más tiempo experimentado con las ornamentos de las letras mayúsculas que efectivamente escribiendo lo que dice Neight), pero cada letra y concatenación es furiosa, atrevida y a la vez delicada. Hay algo tan inherentemente Enjolresco en su manera de escribir, que puede que Grantaire se sienta levemente atraído hacia el segundo párrafo de la derecha.

-No seas obtuso, te hablo en serio. Le he dicho lo mismo a Combeferre, pero él está… raro.

Grantaire levanta una ceja.

-¿Raro como cuando Feuilly tiene un affair en público con sus ensayos sobre la insurrección de los hombres lobo de Polonia en 1772 o raro como cuando tú hablas en el medio de un clase y valoras más mi opinión que la de Combeferre?

-Raro como cuando hablas con un cuadro -explica Enjolras entredientes-. Parecen personas y en realidad son sólo lienzos encantados que combinan y repiten la misma información todo el tiempo. Son incapaces de generar ideas nuevas porque no piensan. ¿Me sigues?

-Ah, sí -sonríe Grantaire-. Extraño los duetos con la Dama Gorda.

-No, Grantaire, no. No me refiero a eso.

Enjolras guarda su pergamino, pluma y tintero bruscamente en su morral y luego lo toma de la mano, arrastrándolo fuera del aula. Camina apresurado por los pasillos, haciendo caso omiso a las quejas del otro muchacho, y finalmente se detiene cuando encuentra un aula vacía.

-¿Te has tomado mi alcohol? -inquiere Grantaire, tomando asiento en la segunda fila de pupitres y apoyando las piernas sobre el respaldo de una silla-. Porque no encuentro dos botellas de vodka de colacuerno húngaro y mi problema con los duendes ya está resuelto, así que no pudieron ser ellos.

-No estoy borracho.

-¿Entonces por qué tanto interés repentino por mi persona?

-Porque eres el único en el que puedo confiar.

La risa de Grantaire retumba contra las paredes del aula vacía.

-¿Quién eres, misterioso sujeto que ha tomado Poción Multijugos, y qué has hecho con Enjolras?

Lejos de reírse, los labios de Enjolras están fruncidos en una muestra de consternación.

-A veces también me pasa -admite Grantaire, de pronto mucho más serio. Baja las piernas de la silla y se inclina hacia adelante. Involuntariamente empieza a susurrar-. Siento que hay algo… mal. Esta habitación, por ejemplo. Mírala bien. Es igual al aula anterior. Exactamente igual, hasta las grietas de las paredes son idénticas.

Hace días que nota que todos los lugares que visita son parecidos entre sí, pero no parecidos en el sentido de que fueron construidos en la misma época y zona, sino que hay detalles que se repiten una y otra vez por todas partes. Las sillas de las aulas son las mismas que las de El Caldero Chorreante, el viento sopla con la misma intensidad a donde sea que vaya, su cama es igual a las del sótano de Hufflepuff. Hasta empieza a reconocer patrones en sus propios sueños (o al menos en lo poco que recuerda de ellos). Últimamente ve hilos de luminosos que se alejan lentamente. Él intenta atraparlos, pero se desvanecen en sus manos. Es siempre lo mismo.

Lo único que se mantiene constantemente distinto es Enjolras.

-Tengo la sensación de que dejé una poción en el fuego, ¿sabes? Hay algo que debo hacer y no sé qué es. Ninguno de ellos lo entiende.

Están sentados en uno de los sillones del departamento de Enjolras, han bebido algunas cervezas de mantequilla y Grantaire se ha tomado la molestia de criticar el orden desesperante de todos los muebles y los libros de la sala de estar. Hasta las fotografías son aburridas, ni siquiera se mueven.

A Enjolras no le importa nada de aquéllo y está hablando desde hace media hora sin interrupción. Nunca se explaya tanto sobre algo que no está relacionado a la cooperación mágica internacional, la necesidad de contrarrestar la supremacía de los sangrepura... o Francia.

Francia.

-Au diable guerres, rancunes et partis -canta de imprevisto Grantaire. No está ni un tercio de seguro de cómo demonios sabe esa letra, pero las palabras afloran como si las hubiera cantado miles de veces-. Commes nos pères chantons en vrais amis!

Se detiene en cuanto se percata de que entiende lo que está cantando. Si el súbito silencio de Enjolras y su subsecuente expresión son pista alguna, no es él el único que de pronto aprendió a hablar francés.

-Basta. No me llames Apolo. Desde que nos conocemos me llamaste así dos veces en meses enteros y ahora lo haces constantemente.

Enjolras no anda bien de ánimo porque a Bossuet se le derramó el contenido de uno de los calderos de Joly sobre los panfletos que tenían preparados para la próxima marcha frente al Ministerio de la Magia. Se ha estado quejando al respecto durante toda la mañana, aunque todos saben que en verdad está estresado por el Modelo de asamblea y por todos los exámenes de Derecho que se le aproximan.

Grantaire admira verdaderamente su determinación. Él jamás podría estudiar una carrera larga como esa (especialmente porque considera que la legislación mágica sigue siendo medieval en espíritu y no va a cambiar en ningún tiempo próximo, por más que Enjolras se aferre a la idea de re-estructurar el sistema) y mucho menos sumarle las veinte horas semanales del infeliz de Neight. No, él está bien con su curso de pintura con asignaturas accesibles y clases no presenciales. A decir verdad, ese curso tiene mucho más sentido que levantarse temprano para estudiar Derecho Internacional Mágico.

Cuando tuvo que presentarse en la primera clase de preparación para el Modelo, sintió la mínima inclinación hacia mentir y decir que estaba estudiando Derecho o algo relacionado a la diplomacia, pero al final se decidió por decir la verdad y desde ese momento mismo el profesor empezó a despreciarlo. Querer formar parte de una exclusiva delegación conformada por los mejores estudiantes del Mundo Mágico para representar a Gran Bretaña frente a la Confederación Internacional de Magos aparentemente necesita una mejor excusa que “los escuché hablando sobre esto en El Caldero Chorreante, me dieron ganas de dibujar a uno (al rubio, no, ese no, el que se está poniendo colorado. Sí, tú, Enjolras), otro me preguntó si quería firewhiskey, empezamos a hablar, había panfletos… Sonó divertido.”

-Deberías relajarte -sugiere Combeferre, con voz tranquila y mirada paciente. Está entrenado para lidiar con Enjolras desde esa vez que se pusieron hablar en una clase de Historia de la Magia y, de cierto modo, no pararon desde entonces. No importa cuánto discutan ni estén en desacuerdo, sus cromos mágicos algún día mencionarán que son la definición de “mejores amigos”.

Grantaire no tiene a nadie así. En Hogwarts hablaba más con los fantasmas que con sus compañeros. Sentirse más cómodo en las fiestas de aniversario de muerte de Nick Casi Decapitado que en los Banquetes de Navidad es probablemente un buen signo de que ni en esa época era normal del todo.

Ahora, sin embargo, sí tiene un grupo de amigos y se siente un 78% apreciado, lo cual es un gran avance.

Algo acerca de esa felicidad que le genera tener con quien hablar se siente fuera de lugar muchas veces. Una parte de él cree que no encaja con ellos, que no tiene verdaderas razones para estar contento.

Y las últimas semanas no han hecho más que intensificar ese malestar. Intenta no reflexionar acerca de las conversaciones que ha estado teniendo con Enjolras porque es más fácil simplemente apreciar su compañía y creer que están los dos locos, pero en momentos como éste, cuando están todos reunidos y comiendo algo después de salir de la clase de Neight, no puede evitar pensar que no puede ser todo su imaginación. Los chicos se sientan en los lugares de siempre, ordenan la comida usual, conversan sobre temas repetidos y leen libros que ya ha leído decenas de veces.

Con Enjolras, en cambio, siempre hay algo nuevo. En esta oportunidad prácticamente le sale humo de las orejas porque tiene que desarrollar un proyecto sobre legislación Muggle y no le entra en la mente cómo es posible que no haya una Constitución escrita. De vez en cuando se interrumpe a sí mismo, deja de escribir y dice que es absurdo, que es necesario que todos los ciudadanos Muggles puedan acudir a un texto codificado y comprensible que declare cuáles son sus derechos. Las mentes de todos llegan a un punto en que convierten muchos de sus discursos improvisados en “bla bla bla derechos bla bla bla garantías”. Enjolras quiere derribar demasiadas instituciones político-jurídicas y por muchas razones diferentes (e igual de convincentes) y es difícil mantener la cuenta de todo.

A diferencia de los demás, Grantaire escucha todas sus quejas con la máxima atención y cuando se le ocurre algo que sabe que lo enfurecerá, lo dice con una sonrisa. Y sí, Enjolras se enfurece y discuten. Cosette y Marius los consideran demasiado dramáticos en sus debates. ¡Cosette y Marius! Bien que Cosette prácticamente se crió con Veelas y no sabe cómo funciona el mundo real (y Grantaire casi no la conoce, así que no sabe qué tan válidas son sus opiniones normalmente) y Marius es un muchacho… especial, pero lo cierto es que tienen razón en ello. Cuando empieza a discutir con Enjolras, a veces Courfeyrac y Combeferre se imponen la tarea de separarlos porque temen que todo se desencadene en un duelo.

Él jamás haría eso, le van más las pociones de amor que un Expelliarmus, y está dispuesto a muchas cosas, pero nunca a lastimar a Enjolras. No se le cruzaría por la mente ni en la más desesperada circunstancia.

-¿Hay forma de rastrear un vociferador? -inquiere Bahorel, a pesar de que Combeferre ya le dio la respuesta a esa misma inquietud más de un mes atrás.

Grantaire y Enjolras cruzan miradas por un segundo y se mantienen en silencio. Si no fuera porque la situación se está volviendo crecientemente preocupante, Grantaire sonreiría. Esto es lo que siempre había estado buscando: alguien con quien compartir una mirada significativa que dice todo sin que haya palabras de por medio. Aunque siempre imaginó que vería a ese alguien como a un mejor amigo, no piensa en Enjolras de la manera que Combeferre lo hace. Es ridículo, pero lo que más le recuerda a lo que a él le pasa es ver a Jehan con su mandrágora favorita. Él le habla, le lee o dedica poesías, hasta toca la flauta para ella (Bahorel dice que habría que enviarlo a St. Mungo’s), pero la planta lo ignora o lo muerde la mayor parte del tiempo. Esas ocasiones en que la mandrágora aprecia los cuidados de Jehan son aisladas y quizás por eso mismo le generan tanta alegría al muchacho. No sucede a menudo, entonces lo aprecia con el doble de energía.

Enjolras es su mandrágora y él es el idiota despreciado.

Así que a pesar de la paranoia, las teorías conspiratorias y los sueños inquietantes, las últimas semanas han sido las más felices de su vida. Evidentemente esto no se va a poder sostener durante mucho tiempo más.

-Gracias por acompañarme -la voz de Enjolras sale detrás de una pila de libros que le tapan la cara y lo obligan a caminar con cuidado para no tropezarse.

-¿Por qué no los levitas? -le pregunta Grantaire, que camina a su lado y sólo sostiene uno de los faroles con velas que le entregaron en la puerta de la biblioteca.

-Porque estamos a cinco metros de las mesas y yo no me rijo por la ley del menor esfuerzo.

-Si es una ley es obligatoria y tu voluntad y la del resto de los súbditos es irrelevante porque su cumplimiento es coercitivo.

-La ley debe expresar la voluntad de los súbditos porque de lo contrario es arbitraria y debe ser derogada. Estoy escribiendo un proyecto de-

-Levita los jodidos libros, Enjolras -lo interrumpe Grantaire, sonriendo.

-… No.

Llegan a las mesas y Enjolras larga un suspiro, no es de alivio por quitarse ese peso de encima, sino de frustración porque las horas del día no le alcanzan para todo lo que tiene que hacer. ¿En algún momento se dignarán los funcionarios del Ministerio a crear giratiempos nuevos?

-¿Dónde dejé mi té? -pregunta, recorriendo la mesa con la vista, aunque es evidente que no hay ninguna taza allí.

-Estamos en una biblioteca. No puedes comer ni beber nada. ¿Desde cuándo eres tan criminal?

-Pero yo estaba tomando té hace unos minutos.

-Has estado escribiendo, tachando, hablando y enojándote acerca de tu trabajo durante las últimas cuatro horas. Dijiste que necesitabas más libros, fuimos a buscarlos, volvimos y aquí estamos…

-¿Estábamos solos?

Esa es una buena pregunta.

Sí, estaban solos… Estaban solos. Claro.

Ayer al mediodía fueron todos juntos a comer después de clase, Enjolras estuvo escribiendo la mayor parte del tiempo y después… Después todos se fueron a hacer sus cosas, obviamente.

Grantaire se volvió a su departamento, dibujó un rato, durmió en el sillón del living, que es casualmente muy parecido al de Enjolras, pero de otro color. Ni siquiera sabe de dónde salió ese sillón. ¿Fue un regalo? Él jamás habría comprado un sillón amarillo. No extraña tanto Hogwarts.

Debe haber sido un regalo de cumpleaños y seguramente estaba borracho y por eso no lo recuerda.

Hoy a la mañana-

¿Qué hizo hoy a la mañana?

De seguro se despertó con su lechuza, se duchó (cosas curiosas, las duchas), comió algo y luego vino a encontrarse con Enjolras en la biblioteca. Suena plausible.

Pero no lo recuerda.

Tiene demasiadas lagunas mentales y miedo de ahogarse en ellas si se concentra y piensa al respecto.

-Estábamos comiendo -dice finalmente-. No vinimos aquí, sólo estamos aquí.

Enjolras asiente. Tiene los ojos muy abiertos y está agitado. Grantaire nunca antes lo vio asustado, ni siquiera frente a las armas de los soldados.

La sala de la biblioteca comienza a temblar, la mesa se parte en dos y los libros caen al piso. Ellos se ponen de pie bruscamente. A su alrededor, la demás gente sigue leyendo. Las paredes se deslizan lentamente, alejándose, y las estanterías repletas de libros que llegan hasta el techo se ponen de color azul oscuro y luego empiezan a derretirse. El líquido se fusiona con el piso, las velas se prenden y se apagan y un fuerte aroma a jabón se apodera del aire.

-¿Crees que es una prueba práctica para el Modelo? -aventura Grantaire porque no se le ocurre nada más. Están en la biblioteca del Wizengamot, viéndola destruirse a sí misma y eso no sería extraño si Bossuet estuviera cerca o si la demás gente reaccionara. Pero Bossuet no está aquí y…

-Sólo nosotros somos reales -dice Enjolras, completándole el pensamiento, y luego se cubre la boca con una mano y bosteza-. Tenemos que frenar esto.

(continúa)

pareja: enjolras/grantaire, fanwork: fic, personaje: enjolras, amigoinvisible2013, personaje: grantaire

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