Título: Study in Black
Autor:
mirambellaNombre de tu persona asignada:
Inesika8Beta(s) (si los tienes):
sara_f_blackPersonaje/pareja: .Enjolras/ Grantaire, Cosette/Marius, Fantine/Valjean, (implícito), Les Amis, Éponine Thenárdier
Clasificación y/o Género: Teen audiences. Modern AU años 70 (en este caso cuenta como moderno, no? xD)
Resumen: Enjolras, tras separarse de las ideas clasistas de sus padres, dirige la sociedad del ABC, que se encarga de ayudar a los más desfavorecidos. Lo que no sabe es que su vida cambiará el día que una chica llamada Cosette acuda a él para que busque a su madre, una prostituta que la dejó marchar años atrás. Ahora necesita un topo en las calles, pero va a encontrar mucho más.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, obviamente no sé nada sobre proxenetismo. Los lugares mencionados en París son reales.
Advertencias: Sexo no explícito. Warnings por agresión física, prostitución y palabras malsonantes
Notas: Lo primero, gracias mil a mi beta por su paciencia y por ayudarme sobretodo con la caracterización de los personajes. He aprendido muchísimo de su conocimiento del canon. Para
Inesika8. He intentado darte un poquito de todo lo que te gusta, y espero que sea de tu agrado. El fic está hecho de corazón y me he esforzado mucho porque incluya varias cosas y esté IC. Así de largo ha salido.¡Qué tengas felices fiestas!
…………………….
Está sentado en un sofá cómodo con un plato de sopa delante de su regazo y unas paredes duras que cortan el aire. A veces tiene esa sensación, pero normalmente dura unos minutos. Casi siempre realiza sus servicios con rapidez y se va.
- ¿Cuánto?
- ¿Qué? -no escucha a Enjolras en el quicio de la puerta. Se atreve a acercar su plato al suyo y sentarse a su lado como si fueran iguales.
- ¿Cuánto tendría que pagarte para que te quedaras toda la noche? - es valiente y no se acobarda, pero sus mejillas ruborizadas lo traicionan.
Grantaire se ha pasado toda la vida alejándose de gente como él, y sin embargo siente que este chico es magnético. Puede conseguir lo que se proponga, aunque bajo su fachada severa solo haya buenas intenciones.
- Depende de lo cansado que me dejes -responde.
- ¿Todo es sexo para ti? -lo fácil que es que Enjolras se enfade cuando un minuto antes era pura gentileza aún le sorprende.
- Eso es lo que hago para sobrevivir. Si fuera panadero y me preguntaras ¿Cuánto por una barra? No habría sexo, ni insinuaciones, pero yo no vendo pan, Enjolras, vendo mi cuerpo Una noche depende de lo que hagas con ella.
- ¿Pero no debes entregar un dinero por las horas que trabajas?
- Si quiero comer y beber sí. Ellos saben bien lo que se cobran. Si no trabajas, pierdes tú. Por eso no quiero tu dinero. No voy a perder las piernas si no lo tengo. Quizás un vino dulce -y no es poca cosa para él, pero ha elegido renunciar a ello por esos momentos con Enjolras.
- Grantaire…-Enjolras suspira desesperado. Esos juegos que lo atrapan también lo crispan. No sabe que hacer con el hombre que tiene al lado - ¿Qué me costaría que te quedaras a discutir conmigo, a leer libros de historia, a dormir sabiendo que estoy tranquilo porque estás seguro? - Enjolras vuelve a ser el hombre joven y gentil que se preocupa por él y no el líder arrogante y firme que a veces muestra.
- Nada, porque esas son cosas que no puedo darte. No soy tu amigo, Enjolras. No pagas por un buen rato de lectura, pagas por un cuerpo. Eso es lo que es.
- ¿Podría dejarte exhausto, pero no descansado? No tiene sentido -Grantaire quiere reírse de él, porque su justicia es tan lógica, pero tan utópica.
- Si me quedara, querría volver, y tú no merecerías que volviera.
- Sólo quiero ser tu amigo -confiesa. Grantaire se siente emocionado, pero son sólo segundos. La mayoría de hombres no le tratan así, la mayoría no lo consideran otra persona -. Tampoco deberías estar aquí, y sin embargo lo estás. No te creo -están sentados uno junto al otro, las rodillas casi rozándose. Los hombros alineados El plato de sopa se queda frío en la mesa.
- Y yo creo demasiado en ti para mi bien -susurra Grantaire apoyando la cabeza en su hombro. Ladea la cabeza y su pelo azabache roza sus brazos. Su nariz está a punto de rozar su cuello -sería tan fácil besarte así -murmura casi arrepentido de lo que dice.
Enjolras recuerda a su padre y esos besos que no eran de amor. El amor es una mentira y lo es más en su mundo. Un ímpetu lo mantiene. Sus piernas pierden las fuerzas y no se aparta.
- No debería hacerlo, pero no quiero otra cosa ahora mismo, y es liberador que sea mi voluntad y no la de otros -los labios de Grantaire son pálidos.
- ¿Y si yo no quiero? -Enjolras es feroz y es extraño porque sigue ahí, susurrando tan cerca de su nariz que la mejilla de Grantaire vibra -. Podría apartarme.
- No lo has hecho.
Los susurros se pierden en la noche cuando sus labios lo rozan con sutileza. Es un leve contacto acompañado por un mordisco tenue, una pequeña marca que le recuerda que le están besando.
Enjolras está petrificado, estático, quiere sentir repulsión, pero no lo hace y se siente terriblemente culpable. Juró que nunca tendría ese contacto y lucha por no sentir nada. Es húmedo y durante segundos incluso raro. Le da calor en partes que habían quedado olvidadas. Odia que le guste.
Pero ahora entiende esos poemas que antes sólo eran métrica y estructura. Entiende el hambre y la sed. Cuando se aparta por fin, Grantaire lo está mirando. Curioso, tan perdido como él. Abre varias veces la boca sin emitir sonidos hasta que susurra con voz ronca.
- No haría eso por cualquiera. No quiero que pienses eso -le recuerda.
- Lo sé. No estarías aquí si no fuera yo, ¿verdad? -tiene miedo de saber la respuesta, pero a la vez siente curiosidad. Sigue tan cerca de él que respiran el mismo aire.
- Me gusta el riesgo -el aire chulesco retoma su sonrisa. El beso se olvida durante un momento.
- Entonces arriésgate conmigo - dice con la voz suave. No deja de mirarle, pero sus ojos recobran la pasión que suele acompañar a sus discursos sobre el cambio -. Puedo darte un trabajo y hay una clínica de rehabilitación que…
- Espera -Grantaire lo mira ofendido-. Te he besado porque he querido, pero yo no soy tu causa y no he aceptado serlo. No voy a dejar esta vida, ni el alcohol, Enjolras. No se trata de mí.
- ¿Quieres decir que arriesgas tu vida para encontrar a esta madre, o porque te gusta pasar tiempo conmigo, pero no por ti? -quizás está levantando la voz - ¡Eres incapaz de luchar! Ni siquiera lo harías por ti mismo. Flirteas conmigo, pero te niegas a cobrarme y luego me besas. No entiendo nada. Eres una persona y mereces una oportunidad, pero si no pones de tu parte…
- Si no pongo de mi parte, todo irá bien. Para todos. Tú no puedes cambiar nada -Grantaire se levanta, aunque no lo hace bruscamente y Enjolras podría pararlo si quisiera, pero comprende que no está preparado porque aún no cree en él lo suficiente aunque lo desee, y ni siquiera cree en sí mismo. -. Tengo que irme -anuncia a medio camino entre la puerta y el sofá. Que esté sobrio no hace que Enjolras se sienta mejor -. Me gustas Enjolras, pero es mejor que no vuelva por aquí. Intentaré recabar información y dártela si vienes a por ella, pero nada más.
Enjolras tiembla en su casa de muros gruesos. No está acostumbrado a fracasar, pero tampoco está acostumbrado a esa intimidad con otras personas y la manera en la que Grantaire se cuela por debajo de su piel es nueva y le asusta, pero le crea curiosidad. Lo reta. El líder es feroz, no acostumbra a tener miedo a nada, sin embargo no sabe cómo catalogar lo que le está pasando ¿Quién es Grantaire en realidad? Un hombre de la calle que no intenta aprovecharse de él. Alguien que parece interesado en él, que le besa, que demuestra preocupación, pero que siempre se muestra contrario a sus pensamientos, que se arrepiente de estar tan cerca de Enjolras, pero que reconoce que no puede evitarlo. No puede dibujarlo en su cabeza, y eso quizás sea lo que más le asuste.
No tiene bastante poder para llevar a toda esa banda de proxenetas a la cárcel, y si lo hiciera no tendría el poder para que esas personas que son su mercancía salieran a delante. No puede salvar ni a uno sólo. Se siente tan frustrado.
…………………………..
Es el principio de los setenta y en París casi ningún joven puede permitirse un coche tras la depresión de finales de los sesenta. Enjolras podría, si no hubiera cortado toda relación con sus padres, pero se alegra que sea Courfeyrac uno de los pocos que lo posee. El trayecto hacia su piso es rápido, pero silencioso. Combeferre, en la parte de atrás revisa unos papeles sin levantar la mirada y Courfeyrac tamborilea con los dedos sobre el volante entonando una canción en voz baja. Sus amigos saben cuando hay que dejarle espacio. Enjolras mira por la ventana. La noche de París se cierra sobre los trabajadores y los marginados por igual, pero no les recorre el mismo frío.
Su piso es pequeño, pero cálido y ayuda a que los tres puedan trabajar juntos. A veces Courfeyrac acaba tirado en el suelo rodeado de papeles, pero parece que le gusta así. Esa noche, su amigo se sienta en la moqueta mientras Combeferre les lleva algo caliente.
- Habla -Enjolras mira a Courfeyrac. Parece leerle la mente. No está acostumbrado a que el centro del grupo le ordene, pero sabe que es el camino rápido para hacerle hablar.
- ¿No tienes que ir a prepararle la cena a Pontmercy?
- El muchacho tiene manos -responde, ignorando su sarcasmo. Combeferre levanta una ceja y Enjolras sabe que el tema no será olvidado.
- Cosette -dice con rapidez. No sabe por donde empezar, ni que contestar.
- Sí, es una mujer. Una de esas criaturitas delicadas a las que nunca te acercas.
- Y a las que tú te acercas demasiado -le responde Combeferre. Courfeyrac sonríe, pero los ojos de Enjolras no ríen la broma.
- Le he fallado, y es la única hoy por hoy que aporta dinero y tiempo a nuestra causa. Tengo un topo en Patrón Minette, un… ¿prostituto? -su voz es calmada, pierde energía en cada palabra, parece enfermo - ¿Se dice así? -pregunta mirando a Conbeferre, que medio asiente -Y le he fallado a él también, porque no puedo ayudarle.
- ¿Él te pidió ayuda? -Combeferre no le juzga, tan solo valora la situación, como siempre.
- No, pero hablando con él…sé que merece algo mejor.
- Quizás no lo quiere -Enjolras suele obsesionarse con las cosas que desea cambiar. Es perfeccionista y hedonista, pero esa noche parece triste, preocupado.
- Que no lo pida o que crea que no lo merece, no significa que no lo quiera -le contesta. Está rodeado por sus amigos. Courfeyrac sigue sentado en la moqueta -. Siempre he tenido un propósito, y ahora estoy perdido -confiesa sin dirigirles la mirada.
- Pues quizás deberías centrarte en ayudar a Cosette. Es ella la que apareció en nuestra puerta pidiendo ayuda -Courfeyrac le habla con dulzura. Es moderado cuando lo necesita.
Enjolras se recuesta en el sofá y suspira. No sabe qué hacer. El modo en el que Grantaire lo abandonó la última vez se posa en su mente. No quiere que vuelva a verlo y no tolerará una conversación que no sea sobre lo que se traen entre manos. Aún así, Grantaire es un hombre de palabra. Si encuentra algo tendrá que decírselo, pero ¿Debería acercarse él buscando noticias? ¿Sería insensible después del beso? Por supuesto que no le habla de eso a sus amigos.
- Enjolras, quizás Courfeyrac tiene razón -Combeferre le ofrece una mano reconfortante en su hombro. Courfeyrac los mira a punto de decir algo, pero es interrumpido -. Puede que ayudando a Cosette, llegando al final con todo esto, descubras lo que tienes que hacer. Deberías descansar -le recuerda. Enjolras asiente, pero sabe que es posible que no duerma demasiado, pensando.
- Entonces yo me voy -Courfeyrac se levanta y les regala una pequeña sonrisa antes de desaparecer. Combeferre acompaña a Enjolras, asegurándose de que entra en su cuarto y se mete entre las sábanas.
Cuando apaga la luz, la oscuridad es como en aquellas calles apartadas, y le da miedo.
………….
- ¿Papá?
Cosette abre todas las puertas de la casa y encuentra a su padre en el jardín, agachado entre la lavanda, quizás plantando tomates.
Le recuerda a aquel jardín en el que pasaron un año cuando llegaron por primera vez a París. Allí el viejo Fauchelevent les enseñó a cultivar, a ordeñar ovejas, y a recoger fresas. Sin embargo, la vida en la granja hizo de Cosette una niña triste y solitaria. Ya entonces había cosas que no entendía, cosas que su padre parecía ocultar. Decía a todo el mundo que el viejo Fauchelevent era su hermano, pero Cosette no había oído hablar de él y estaba segura de que ese no era el apellido de su padre cuando era alcalde. Aún así, su papá le dijo que ahora ella también se llamaba Fauchelevent y ella aceptó.
El viejo levanta la cabeza, su rostro iluminado.
- Cosette, qué raro verte, hija. Últimamente siempre estás fuera. Esa escuela te exige demasiado - se levanta respirando con dificultad.
- Estoy en un…un grupo, que ayuda a la gente. ¿No es eso maravilloso? Dan de merendar a niños que no tienen nada -habla rápido, entrecortada. Cosette teme que su padre la descubra -. Les ayudo un rato después de clase. Hay un joven muy formal, de buena familia, se llama Marius…
Parece que su padre sabe lo que va a venir, pues frunce el ceño mirando a Cosette con desconfianza. La muchacha se replantea sus palabras.
- Hay más jóvenes, y chicas también -miente -. No son punkies, no se drogan. Puede que me hayan invitado al cine. Hacen esa película sobre Sherlock Holmes. Dicen que mantiene el suspense, y tú siempre dices que el cine debería adaptar la literatura. La veremos en versión original en inglés. El inglés es importante…-cada vez baja más la voz, muerta de nervios. Se anda por las ramas y Valjean sonríe mirándola con adoración.
- Y supongo que irás con los chicos, ¿o sólo con el tal Marius? -pregunta con un guiño que intenta ocultar su creciente preocupación
- Con todos. Vamos todos.
- Muy bien, pero yo te recojo.
Se acaba de meter en un lío. Acaba de meter a Marius en un lío.
………………………….
No sabe cómo ha acabado andando por las calles con toda esa gente, si había invitado a Cosette a solas para ir al cine. Bueno, sí lo sabe. Cosette se acercó a él al día siguiente diciéndole que no podría ir al cine si no iban en grupo. Marius tuvo la gran idea de decírselo a Courfeyrac para que trajera a una chica, o dos (tampoco se metía en su vida). Cosette dijo algo delante de Jehan y terminó invitándolo para que su padre no se enfadara. Qué hace Joly cogido de la cintura de la camarera del Musain sí que es una incógnita para él.
- Musichetta nos escuchó y me pareció bien que viniera. - le dice Cosette sonriendo. Marius tiembla -. Así seríamos más chicas. Ella invitó a Joly -quién habría dicho que la risueña camarera se divertiría tanto con el hipocondríaco del grupo.
Marius se alegra, el estudiante de medicina es un tanto obsesivo, pero muy buena persona. La tratará bien.
Además, las chicas que Courfeyrac iba a traer se han convertido en Enjolras y Combeferre y así Cosette no se quedará sola con todos los chicos.
- ¿Te han dejado plantado? -le pregunta Joly a Courfeyrac.
- ¿Tan raro es que elija a mis amigos en lugar de a una chica? -Combeferre y Enjolras se miran sin decirse nada. Se entienden a la perfección -. No juzguéis si no queréis ser juzgados -dice con el dedo en alto antes de correr hacia delante y avergonzar a Marius.
Cuando Cosette ríe y Marius está color berenjena, Jehan aparta a Courfeyrac de su lado con una fuerza que no parecía poseer.
- Tú y yo somos iguales, amigo.- abre los brazos, teatrero. Tan Courfeyrac.- Los dos creemos en el amor verdadero - Intenta defenderse y volver con Marius. Jehan entorna los ojos verdes y coge a Courfeyrac del brazo para que Marius y Cosette disfruten de intimidad.
- Tú eres su Filoctetes, pero él no es Hércules. Puede que no le funcionen tus maestrías, aunque seas un gran maestro. Deja que aprenda sus tácticas de amor, por más que se equivoque.
- ¿Cuántos libros has leído esta semana? -le dice riendo.
Courfeyrac mira a Marius. El chico intenta apoyar una mano protectora en los hombros de Cosette, pero falla. Tiembla con todo el cuerpo, y su compañero de piso no puede evitar sonreír.
- Está verde como una rama nueva -susurra.
- Las ramas crecen y hacen brotar flores -Courfeyrac mira a Jehan y lo comprende. Deja que le suelte. No puede sobreproteger a Marius.
Puede que lo rompan, pero no es una máquina. El sufrimiento sólo es el precio que paga al arriesgarse a sentir. No se acerca a Marius en el resto del camino y se sienta con Combeferre en el cine, pero nunca aparta la mirada de Marius y Cosette.
Ven la película y después toman algo (y Enjolras sólo critica la película durante veinte minutos). Cosette se relaja y deja de pensar durante un tiempo en que encontrar a su madre se ha puesto más difícil. No es que tuviera plena confianza tratándose de su historia, pero tener una oportunidad la alentaba. De todos modos, ella no es de tirar la toalla.
Lo más importante de la noche, es todo eso que descubre en Marius. Como es sobreprotector de un modo hermoso, de lejos, como dejándole espacio para decidir si es así como quiere que sea. Cada vez que Cosette acepta algo nuevo de Marius, cada vez que descubre una faceta y sonríe, Marius se relaja y ya no es ese chico nervioso, si no un joven divertido y soñador. Alguien a quién te llevarías de viaje y le contarías tu vida a ratitos, y a Cosette le gusta. Después de todas las mentiras en su vida, tener a alguien que parece transparente es un gran hallazgo.
Se lo está pasando tan bien que no recuerda que su padre va a buscarla en cinco minutos así que se despide y espera en la puerta la silueta conocida.
Cuando Valjean entra en el café, Cosette se ha separado del grupo y lo espera con el abrigo puesto. El hombre le sonríe a su niña y echa un vistazo rápido a la mesa de sus amigos. Parecen chicos normales, si acaso…
- ¿Son un poco mayores, no? -pregunta intentando no levantar demasiado la voz. Es un hombre educado después de todo.
- No. Si acaso empiezan este año la universidad.-es una mentira a medias esta vez, pero Cosette no titubea -Papá deja de mirar -le reprime.
- ¿Quién es ese Marius? -pregunta mientras Cosette lo arrastra del brazo -. Espero que sea el de gafas -dice sin pretender haberlo dicho en alto, pero Cosette lo escucha y le da en el hombro.
- Papá.
- Bueno, bueno, ya vamos…
……………………….
Al día siguiente en el Musain, los ánimos se distienden y los chicos parecen alegres y tranquilos. Han organizado dos recolectas para pintar los colegios del distrito dieciséis y han conseguido que los pensionistas a los que ayudaron el mes anterior se vuelquen con la causa. Enjolras está orgulloso de que su organización esté funcionando y la cadena se haya puesto en marcha. Algunas de las mujeres a las que integraron en varios trabajos llevarán dulces y chocolate caliente.
Pese a todo, hay algo que aún lo inquieta. Cuando la reunión termina y las cabecitas se dispersan, el líder no se siente con fuerzas para pasearse entre sus amigos y socializar con ellos, de modo que se queda sentado en una de las mesas con la cabeza agachada entre las manos. Si consigue concentrarse, probablemente acabe algo de trabajo.
Cuando consigue entrar de lleno en un discurso para el día de la colecta, Combeferre se acerca a él con nerviosismo. Tiene el pelo pegado a la frente, parece que ha subido corriendo.
- Enjolras, hay un hombre que te está buscando -anuncia casi sin aire. Una parte de él parece preocupado -. No quiere entrar, pero quiere verte. Es joven, escuálido. Parece cansado, incluso magullado. Le he dicho que entrara a calentarse, pero parecía asustado.
- Grantaire -susurra en voz baja. Balbucea porque no sabe cómo va a encontrarlo, ni siquiera si es él, pero algo se ha iluminado en su cara al pensar que podría estar bien. Combeferre lo nota.
- Ten cuidado -le dice. No hay órdenes. Nunca las hay. Sólo una mano en su hombro, una pequeña advertencia que no se dice.
Enjolras baja las escaleras de dos en dos. Intenta parecer impertérrito, pero falla estrepitosamente. Nunca ha sido bueno ocultando su curiosidad, y esta es en parte la que lo domina mientras abre la puerta y el aire frío le da una bofetada.
Ahí está él. Al menos lleva una especie de bufanda, aunque su piel tiembla bajo la poca ropa y la mopa de pelo cae sobre sus ojos, la cabeza ladeada, en señal de sumisión. Enjolras no se atreve a ser duro, sin embargo se sorprende de su dulzura. Ese hombre lo rompe.
- R -suspira -. Te estás helando -y puede que en el fondo, no sepa que decir. Hay tantas cosas que se han dicho, y todas ellas acabaron con Grantaire marchándose de su casa.
- No sabía, no sabía si vendrías a buscarme y tenía que decírtelo…te lo prometí -su voz es baja, se guarda el desafío y Enjolras siente unas ganas irracionales de abrazarlo, de estrecharlo contra su pecho como si fuera un niño pequeño -Después de cómo me marché, casi estaba pensando no verte de nuevo. Sabía que te costaría venir a buscarme.
- Eso no significa que no lo haya pensado -responde. Grantaire tirita. Sería tan fácil en otro sitio, en su casa -. Ahora me siento mal porque te has arriesgado a venir aquí.
- Esta noche no se me permite…no, no trabajo -las palabras se atascan en su garganta y Enjolras lo ve. Las manos temblorosas. Hay algo más y Grantaire parece intentar ocultarlo -. Te daré mis noticias y podrás volver con tus amigos.
Enjolras ya no lo escucha, porque se está fijando en los detalles. En la cara oscurecida de Grantaire, en sus manos, en su espalda encorvada. Le levanta la barbilla con dos dedos y su cara vuelve a la luz. El pelo sigue tapando parte de su frente, pero no oculta el moratón que rodea la parte de debajo de su ojo azul cielo. Un corte superficial adorna su barbilla. Enjolras se enfurece.
- ¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? -Grantaire intenta rehuirlo, pero Enjolras no lo suelta y es más fuerte de lo que parece. Sus ojos sueltan chispas de fuego.
- No había mucho que empeorar -responde Grantaire con resignación. Conserva su voz baja y tranquila, pero sus nervios no lo abandonan.
- ¿Estás enfermo? -Enjolras no deja de mirarle las manos, y su corazón late con fuerza. Quiere entender, pero algo en él, una parte también se siente culpable.
- Estoy con el mono. No quería que lo supieras, Apolo. Te parecería que soy una mierda, y me sentiría peor de lo que estoy. Hace días que no me pagan.
La cabeza de Enjolras da vueltas. Su corazón está a punto de salir, cabalgando con más fuerza cada vez.
- ¿Lo has dejado? -responde con cuidado, aunque no puede evitar algo de esperanza.
- ¿Crees que se puede hacer eso? -su respuesta lo devuelve a la realidad. Enjolras se da cuenta de por qué ha aparecido en esas condiciones. Pretendía ayudarle incluso arriesgándose a que alguien a quién admira lo viera en ese estado -. Me he metido en una gran pelea por ocultar a la persona equivocada, pero créeme. Valió la pena. Ella sólo es una niña y habría salido peor parada. A cambio, he sido recompensado con una tortura y varios días de suspensión.
- ¿Te pegaron por defender a una chica? - Intenta que no suene a sorpresa, pero una parte se le escapa. Enjolras baja la mano hacia su muñeca y la acaricia con el pulgar. A veces siente que no sabe cómo confortar a alguien. Pero parece funcionar -.Ven conmigo, R. Sólo esta vez. No hablemos aquí de lo que has averiguado. En mi casa tienes comida, no pasarás frío.
- Necesito alcohol, Enjolras -y esa confesión podría enervarlo, pero no. La forma en la que lo dice es como si se rindiera, como si fuera a morir si no lo tiene.
- Creo que Combeferre tiene alguna botella de vino -. No le hace gracia, pero Enjolras lo comprende perfectamente. Grantaire está enfermo de tantas maneras -. Hablemos, descansa. Al fin y al cabo esta noche no eres de nadie.
- Soy tuyo, Apolo. Esta noche, aunque a oscuras y en secreto. Este dolor es mejor, si tú me llevas -recita de un modo más lírico y menos crudo de lo que acostumbra. Sigue temblando, pero hay un atisbo de sonrisa en sus labios oscurecidos. Enjolras deja que apoye su peso en él y lo agarra de los hombros intentando darle parte de su calor. Consciente de que no se ha despedido de sus amigos lo empuja por las calles hacia su piso.
La abstinencia hace que Grantaire susurre, ahora que no hay abismos entre ellos y no tiene que ocultarse. Su juego de palabras incesante sigue presente.
- Pero todo esto -le dice. La cabeza apoyada en él, dejándose llevar, los pies casi arrastrados por el suelo-. Todo tiene su recompensa. No estas magulladuras sin embargo. Hablo de algo real. La chica es hija de mi patrón, y traicionando a sus padres y sus secuaces me ha confiado algo, porque sabe que me debe su vida. Ella tiene información. Te sorprenderá saber que conoce a tu Cosette, y que sé dónde está Fantine.
Enjolras lo sienta en su sofá y llama a Combeferre, que ya ha vuelto a casa. Su amigo no le falla y observa a Grantaire con detenimiento.
- Está temblando -dice mientras apoya la mano en su frente. Nota como Grantaire se agita bajo sus dedos -. Sin embargo no creo que necesite un médico.
- Lo está pasando mal -reconoce Enjolras frente a ellos. Grantaire cierra los ojos medio mareado -. Es un alcohólico.
- Tengo un vino italiano -le dice Combeferre y añade señalando el bulto en su sofá -. Quédate con él.
Enjolras lo mira y no puede evitar que se apodere de él un estado de preocupación. Grantaire está sudando como si tuviera fiebre. Las manos le tiemblan y el frío y sus heridas no le han ayudado demasiado. Se pregunta hace cuánto que se encuentra así. Se sienta a su lado y le frota las manos, los brazos. Intenta que entre en calor, que al menos pueda sentir su presencia.
- Aguanta un poco más -le ordena. No se siente él mismo. Ese hombre que cree que siempre hay elección. Que las personas que caen en sus vicios son débiles y cobardes.
- ¿Se puede vivir sin respirar?-y Enjolras sólo puede sujetarlo para que no se haga daño. Demostrarle que sigue ahí.
Cuando Combeferre vuelve con un vaso, Grantaire está casi encima de Enjolras, su cabeza descansa en su pecho y parece medio dormido. Entre los dos amigos consiguen hacerle beber y que pare de temblar.
- Gracias -le dice Enjolras a Combeferre, dándole pie para que vuelva a descansar.
Su amigo se levanta y bosteza. Agradece que no se le necesite, pero se vuelve antes de abrir la puerta de su cuarto.
- Dale otro vaso en unas horas y procura que esté caliente. Coge algunas mantas del armario -mira al frente pensativo -. Dale algunos antiinflamatorios cuando deje de temblar, nunca con la bebida, dos o tres horas después. Esas heridas parecen recientes.
No le dice que se está metiendo en un lío, no lo avisa. Combeferre es práctico y directo. Él mismo tampoco habría dejado a Grantaire en la calle.
Enjolras lo obedece y cuando el hombre parece más tranquilo lo recuesta en el sofá, entre las mantas que le ha buscado. Su cabello brilla por el sudor, sus mejillas están coloradas y sus labios secos por el frío.
Se acomoda en uno de sus sillones, dispuesto a pasar varias horas allí. Al menos hasta que Grantaire se duerma y parezca estable. Entonces piensa en Fantine. Él sabe dónde está.
…………….
Cuando Grantaire se despierta está amaneciendo y se encuentra enrollado en mantas en un lugar angosto, en una especie de salón desconocido. Consigue sentarse sin que la cabeza le explote y observa con detenimiento pese a la escasa luz. La mesa le trae recuerdos y también los sillones. Cuando se levanta todo le da vueltas.
Un sillón está arrugado, como si una presencia lo hubiera ocupado no hace tanto. Sabe perfectamente qué puerta abrir, como si hubiera memorizado el camino anteriormente. La habitación está casi en penumbra, pero puede ver con claridad una cama y un bulto elegante en el centro respirando pacíficamente. Su perfil es hermoso incluso en la sombra. La claridad le adorna los hombros de huesos marcados, aunque no escuálidos. Su nariz tiene la forma de una escultura y sus pómulos rosados y altos saludan al sol, enrojecidos.
- Te pintaría ahora mismo, Apolo -Susurra Grantaire al sentarse en la cama.
Enjolras está tan tranquilo que casi merece dormir un poco más, pero su invitado no puede contenerse. Recuerda la noche anterior y como todo lo que había descubierto no reveló nada en su estado. Necesita que lo sepa cuanto antes, pero no quiere alterarlo, de modo que acaricia sus hombros con los pulgares. El sol sigue su curso y descubre un pecho firme, casi lampiño. Grantaire va a perder la estabilidad si sigue descubriendo piel y desea por un lado que Enjolras duerma con ropa interior. Se ha sentado en el borde, pero su curiosidad le ha ganado y su torso está casi encima del muchacho. Aprendiendo de memoria cada músculo, cada pestaña y cada lunar.
Enjolras saca una mano por encima de la sábana y lo sujeta del brazo medio en sueños. Tira de él haciéndole perder el equilibrio y Grantaire acaba cayendo sobre él. Les separa tan sólo la sábana y que al menos Grantaire sigue vestido.
- Sssh -susurra. No querría asustarle -. Enjolras, suéltame.
- Mmmmhh -Enjolras ni siquiera abre los ojos y es irónico que sea tan táctil.
- Despierta -lo intenta con sensibilidad. Acariciando sus mejillas con los dedos, y es tan difícil estar encima de sus labios llenos y no besarlos.
- ¿Qué? -bosteza. Los ojos se abren con lentitud, pero Enjolras no grita y Grantaire no se aparta. Lo sigue mirando. El chico no sabe si está despierto o es un sueño.
- R -suspira -. Estás bien -y por primera vez parece un niño pequeño alegre y despreocupado, en esos segundos entre el sueño y la realidad.
- Me lo pones tan difícil.
Sabe que debería quitarse de encima, abrir las cortinas y despertarle propiamente, pero no puede resistirse. Atrapa sus labios con dulzura. Se acomoda sobre él (la postura estaba siendo demasiado incómoda) para cogerle la cara y besarle con tantas ganas que no cree que tenga que volver a respirar nunca más. Con Enjolras todo es diferente.
Al principio se agita, pero luego se relaja y hace ruidos con la garganta mientras se deja hacer. La mano que lo sujetaba viaja hacia su cuello y mantiene a Grantaire en posición, sus mejillas rozándose, sus cabellos mezclándose.
Tras todos aquellos años de servicio a hombres por dinero Grantaire ha aprendido a aborrecer el sexo y todo lo que conlleva. Como tantas otras cosas en las que no cree, ya no cree en la pasión de dos cuerpos entregados, de besos apasionados en amaneceres cálidos. Enjolras le hace creer de nuevo sin palabras ni consignas. Sólo siente sus ojos cuando vuelve en sí, cuando sus labios hinchados vuelven a estar a centímetros de los suyos. Grantaire deja de sentir dolor.
- Buenos días -susurra con una sonrisa. No le suelta la cara, no le deja ladear la cabeza y dejar de mirarle. Lo escudriña con sus ojos pálidos.
Enjolras está pensativo, pero no se aleja ni le grita.
- ¿Estás mejor? -parece sincero, aunque el cambio de tema es inevitable y Grantaire se quita de encima, sentándose a los pies de la cama, dándole la espalda.
- A propósito de eso. Gracias -confiesa avergonzado.
Enjolras se levanta y su torso le da calor en la espalda, pero Grantaire no se vuelve. Si lo hiciera podría dejarse llevar, rodar por la cama y deshacer a su anfitrión hasta que fuera mantequilla bajo sus manos.
- No me las des. Tú te has arriesgado bastante con esto -la voz de Enjolras sigue siendo ronca. Abre las cubiertas y se pone en pie, y Grantaire sigue sin mirarle.
Puede oírle coger ropa del armario y se atreve a hablarle aún en su posición.
- Sólo quiero algo a cambio, y no es para mí. No importa lo que me pase, pero quiero que saquéis a Éponine de allí. En menos de un mes será mayor de edad, pero no tendrá a dónde ir, como nosotros. No quiero esta vida para ella -Hay nostalgia mientras habla de esa chica, que Enjolras supone es la misma por la que R tiene esos cortes en la cara.
- ¿Y tú? -se atreve a decir. Enjolras ha terminado de vestirse y Grantaire lo mira esta vez. Intenta ser fuerte en su tono de voz, pero fracasa.
- Ya es demasiado tarde -confiesa.
- Yo… -Enjolras piensa con todos sus esfuerzos. Se acerca a la cama. Necesita que entre en razón. Necesita un plan para desmantelar a esa banda y que ya no puedan hacerle daño, nunca más.
- No -Grantaire es cortante. Su tono severo y es un final. No quiere saber nada más -. Tenemos que ir a por Fantine, pero necesitamos un coche.
- No hay problema - habla con rapidez, intentando respetar sus deseos. Por dentro sigue pensando.
- Vamos a salir de París.
………….
El invierno de 1965, Fantine cayó muy enferma y los clientes ya no la querían. La llevaron a un curandero que la señora Thenárdier conocía de palabra, pero al que no había visto jamás. El curandero le hizo una infusión que la mantuvo con visiones durante horas, pero la enfermedad no mejoró. En 1966, los Thenárdier vendieron a Fantine a un señor viudo que se había prendado de ella. El hombre era veinte años mayor y tenía una hija soltera. Los Thenárdier le ofrecieron a la mujer por muy poco si no los denunciaba. Pese al terror inicial, el señor, que vivía a las afueras de París, en La Celle-Saint-Cloud, sólo quería lo mejor para ella. Fantine se encargó de la casa y de la niña y rechazó al hombre durante cuatro años, pero él siguió pagando sus medicinas hasta que no pudo levantarse de la cama. Nunca se casaron, pero ante el médico ella era su segunda esposa. En 1967 a Fantine le dieron cinco años de vida. Hasta ese momento, y pese a la vergüenza, Fantine había mantenido en la mente buscar a Cosette. A partir de allí pensó que lo mejor era que no supiera que aún vivía.
Aparcan el coche en la calle que da al jardín del caserón, que parece viejo y desatendido. Courfeyrac suspira antes de abrir las puertas y salir. El camino les ha servido para oír la historia de Fantine de labios de Grantaire, aunque sin detalles exactos no saben cómo van a entrar, o si serán bien recibidos. Enjolras mira hacia los ventanales pensando en qué decir, pero su amigo parece algo reticente.
- No deberíamos estar aquí -dice -¿Cómo consigo que me metas siempre en tus líos?
- Esta es una misión para la organización -le dice Enjolras con seriedad. De todos modos sabía que pese a la fanfarronería Courfeyrac no podía negarse.
- Yo solo digo -indica tembloroso - que si el viejo nos va a recibir a escopetazos deberíamos estar preparados.
- Tenemos en nuestras manos el arma más potente -recalca Grantaire con su tono habitual y sin apartar sus ojos de Enjolras, que se sonroja.
Courfeyrac chista y mueve la cabeza.
Esa arma, que es la palabra y la educación de Enjolras les permite al menos una audiencia con el dueño de la casa. El hombre, que no es tan viejo, tiene como mucho sesenta años, les atiende con educación, pero sin apenas entender el motivo de su visita.
- ¿De dónde dicen que vienen? -les pregunta -. Mi ama de llaves ha recalcado que tenían una urgencia y pensé que se habían perdido.
Es obvio que se fía de Enjolras y sus maneras, y Courfeyrac parece un niño de instituto, pero no deja de mirar a Grantaire. Seguramente se pregunta qué hace ese hombre delgado y magullado con ellos.
- Sepa que sabíamos dónde venir -le dice Enjolras intentando captar su atención. Grantaire baja la mirada -. Estamos buscando a una mujer que desapareció de París en 1966. Se llama Fantine -el hombre levanta las cejas y aprieta los puños. Enjolras sabe cuando está ante un receptor hostil y baja el tono -. No somos policías. No queremos juzgar sus acciones. Su hija vino a mí con desesperación. Sólo quiere reunirse con su madre, señor…
- Sentonge.
- Yo me llamo Enjolras. Pertenezco a una asociación que ayuda a la gente. Creo que somos parecidos - le dice sin quitarle la mirada. El hombre se relaja y respira.
- Me dijo que no tenía familia, aunque fue difícil porque al principio apenas hablaba. No paraba de repetir a todas horas “Cosette”. Cuando al fin le pregunté sólo dijo que había conocido a una niña con ese nombre. Pensé que estaba con ella, ya sabe.
- Cerca del puerto -Grantaire levanta la mirada y lo mira a los ojos, atravesándole el alma.
- Si. Mi mujer había muerto. No sé qué me llevó a requerir los servicios de esas señoritas -el hombre se para y traga con dificultad -, y cuando le pregunté a una de ellas quién era esa maltrecha criatura, me dijo que ya no les hacía falta, que podía llevármela por mil francos, pero que si intentaba algo raro me partirían las piernas.
- ¿No le parecía extraño? -la voz inquisitiva de Courfeyrac resuena en el salón. Enjolras está callado mirando al frente - ¿Ilegal?
- Hombre pues claro. Que a esas alturas aún se vendieran mujeres…pero yo sólo veía el resultado. Yo podía sacarla de allí por mil francos. Pagarle las medicinas. Nunca me aproveché de ella. -dice con la voz temblorosa, imaginando -. Pensé que se enamoraría de mí, pero apenas tiene fuerzas.
- ¿Está viva? - Enjolras al fin se atreve a preguntar lo que los demás están pensando. El hombre asiente.
- Déjenme hablar con ella -dice con tranquilidad, acercando una mano hacia los chicos para pedirles confianza -. Si no mencionó a su hija no creo que quiera verles. Sé que piensan que es cruel e irresponsable, pero crean que tiene una buena razón. A Fantine no le queda mucho -anuncia con la voz temblorosa y los ojos vidriosos -y odia que las personas a las que quiere sufran. Debe pensar que es mejor así.
- Pero yo debo decirle la verdad. Se lo prometí a Cosette -Enjolras intenta tener la máxima sensibilidad posible. Al menos la preocupación del hombre parece real.
- Sólo denme un par de días.
- Le dejaré el teléfono del Musain -Enjolras saca un pequeño papel de la chaqueta y se lo entrega al hombre -. Espero que me llame -le dice con una ceja levantada, aunque no es una amenaza.
- Yo también.
El trayecto de vuelta es silencioso y sólo cuando entran a París, Courfeyrac bufa sin soltar el volante.
- No lo entiendo -dice con la voz aguda-. Ese hombre compró una mujer y no pasó absolutamente nada. Puedo entender que ella siguiera en la calle porque tenía deudas, pero podría haber pillado a esos hijos de puta. ¡La vendieron, Enjolras! En el siglo XX. -su excitación es obvia, y a su lado Enjolras sigue pensando.
- Quizás pensó que era lo mejor que podía obtener -dice de pronto Grantaire -. Cosette estaba con una familia que podía darle cosas mejores, y ella estaba enferma y siendo usada por hombres cada noche. Quizás pertenecer a uno sólo no le pareció tan mal -dice con un tono neutro como de costumbre. Courfeyrac lo mira por el espejo -. Quizás su destino le diera igual porque ya había salvado a Cosette.
- ¿Cómo puede alguien dejarse morir así? -le responde Courfeyrac que sigue alternando entre la carretera y la parte de atrás del coche.
- Cuando mueres un poco cada noche, llega un momento en el que te da igual vivir -Grantaire suspira resignado - y si vives que sea con una botella de brandy para olvidar.
………………..
Courfeyrac para cerca del Musain y deja que Enjolras salga por la puerta del copiloto. Se vuelve hacia Grantaire que parece absorto, debatiéndose entre salir o no.
- ¿Te llevo a algún sitio? -le ofrece con una sonrisa.
- Tranquilo. Me bajo aquí -responde con una reverencia que intenta parecer un chiste. Se baja del coche parándose junto a Enjolras y Courfeyrac arranca.
Ambos lo ven marcharse, seguramente a algún bar con Marius o los chicos. Enjolras le ha hecho prometerle antes de salir del coche que no diría nada de sus descubrimientos, y menos a su compañero de piso. Enjolras quiere hablar con Cosette en persona, pero tendrá que esperar porque la chica debe estar recluida en casa a esas horas.
- Tus amigos son buena gente -dice Grantaire, y Enjolras se da cuenta de que no estaba atento.
- Eh, si, lo siento -lo mira volviendo a la realidad y a la noche de París.
Ahora que han conseguido su objetivo, el beso que se han dado esa mañana cobra vida y hace que Enjolras se sienta inseguro y nervioso. Grantaire le hace sentir eso a menudo y, sinceramente, le da rabia. Toda su vida parece girar en torno a un control establecido, a una zona de confort gigante de la que el estudiante no sale nunca. Si no conoce un tema, se relaja sabiendo que puede aprender de él hasta dominarlo, pero no puede leer a Grantaire como se lee un libro por muy complicado que sea. Grantaire está escrito en un idioma que Enjolras no conoce.
- Bien -de nuevo el cínico lo baja a la tierra -. Debería irme y ver si Éponine está bien.
- ¿Seguro? -Enjolras se siente inseguro y lo mejor sería volver a casa sólo y pensar. Tiene demasiadas cosas en la cabeza, pero sabe que por encima de todo debería hacer lo más justo, no lo mejor para él.
- Si. Además, no creo que pueda controlarme si me voy contigo -revela como un gran secreto. Enjolras levanta las cejas y Grantaire no puede creer que no lo entienda, que sea tan inocente-. Lo que ha pasado esta mañana…-comienza titubeante, intentando quizás disculparse, aunque no lo sienta en absoluto - Estar contigo es una batalla entre lo que quiero y lo que debo. No soy un hombre de gran voluntad ya ves -dice gesticulando con las manos. Enjolras está parado en el sitio, expectante -, pero nunca necesité más que el calor del Brandy y comer de vez en cuando, y porque así lo requiere la biología. Yo…se supone que la atracción no existe para mí. No si no hay dinero de por medio -reconoce. La voz es baja. Medio serio, medio irónico -Sin embargo aquí estoy y lo que quiero no para de torturarme. Tranquilo, no es algo que un mal vino no pueda calmar.
Enjolras se acerca lentamente y para a medio camino. El espacio entre ellos es una brecha pequeña, pero insalvable.
- Yo también lo siento, pero tengo que estar centrado, por el bien de la organización -Está convencido y no se permite titubear, pero no se aleja. Sus labios son una pequeña caricia en la piel pálida del otro. Cercanos.
- No te cobraría por una noche, aunque tampoco debería dártela -la voz le sale con un gemido ahogado, los ojos cristalinos de Enjolras lo desarman. No puede dársela sabiendo que tendrá que dejarlo por la mañana, que le va a joder la vida de mil maneras y que su vida siempre será esa constante -.No puedo -.En el futuro se preguntará por qué su cuerpo se acercó a Enjolras mientras sus palabras intentaban alejarlo, pero ahora sus músculos se mueven sin pensar, ajenos, automáticos -…hacerte esto.
- No puedo dejarte -Grantaire no oye nada más y no llega a saber si no puede dejarle ir o no puede dejar que le destroce la vida. No le importa porque Enjolras le está besando y es torpe de un modo que no debería ser y perfecto en la forma en la que se relaja contra su voluntad y desoye sus propias consignas, sucumbiendo a sus deseos más primitivos.
Cuando lo aprisiona en el recoveco más oscuro de la calle, París no existe, ni los Thenárdier, y Grantaire juraría que el alcohol tampoco, porque por sus venas sólo corre la sangre caliente que sonroja sus mejillas, el calor que se disipa cuando Enjolras lo abraza y lo engulle. Lo rodea y lo desmonta.
Grantaire tienta a la suerte y cuela una mano por debajo de su jersey. Enjolras viste de un modo clásico, como el niño de buena familia que es, pero a la vez como si no hubiera tenido demasiado tiempo de elegir y se pusiera cosas neutras, sin dibujos. Lleva pantalones rectos, aunque se llevan los pitillos y jerseys suaves de color oscuro (rojo, negro, azul o marrón chocolate) cuando los jóvenes se rebelan con camisas estrechas y estampadas, como las que le gusta llevar a Prouvaire o con chalecos de cuadros como Courfeyrac.
Grantaire lleva camisetas oscuras que no abrigan demasiado, así que tocar a Enjolras y descubrir que su piel está caliente es toda una delicia para él. Sólo se equipara a la forma en la que Enjolras se deja llevar y olvida hasta su nombre cuando está en sus brazos. Grantaire no quiere parar, porque parar normalmente significa que ahora Enjolras entrará en razón y se disculpará por tan estúpido error, pero lamentablemente tiene que respirar.
Se quedan cerca, demasiado para que Enjolras se esté arrepintiendo de su impulso. Respiran con dificultad.
- En realidad eres un inconsciente -murmura Grantaire sin dejar de mirar sus labios rojos, mechones de pelo revuelto tapan sus ojos -. Si nos vieran…ya es suficiente que me arriesgue cada día, pero tú…-no sabe lo que dice, y Enjolras lo calla. No con un grito o una mirada autoritaria como acostumbra, hay un beso seco y fugaz que se le clava en el corazón.
- Vamos a mi casa -hay una pregunta implícita, pero Enjolras no se lo permite, y Grantaire sabe que es una mala idea, pero no sabe cuanto tiempo va a tener a Enjolras así. Tan capaz, tan hambriento.
Necesita calor en lugares que otros hombres dejaron fríos. Necesita que alguien le haga sentir importante. Ha intentado luchar, convencerle y convencerse, pero mientras caminan hay un mareo que se apodera de él, y Grantaire recuerda entonces que lleva sin probar un trago desde por la mañana y que hasta entonces apenas se había acordado. Es como si su cuerpo le diera briznas de lo que su mente ha intentado enterrar. Entonces las ganas, la emoción, se mezclan con su necesidad personal.
El camino se hace largo, aunque el piso está cerca. Ante la gente se separan. Caminan erguidos, sin rozarse, pero tras la puerta cerrada, Enjolras vuelve a ser vulnerable.
Bailan hasta la habitación y se besan de pie, con languidez. Las manos finas de Enjolras acarician su cintura, pero Grantaire tiene que dejar un espacio para la racionalidad. No sería consecuente si simplemente se dejara llevar.
- Enjolras - es tan difícil cuando se tiene un cuerpo joven y caliente dedicándole atención -. Esto se tiene que acabar. Sólo está noche. Mañana me iré y tú cumplirás tu promesa.
- Nadie debe saberlo -añade Enjolras, aunque parece embelesado con su barbilla rota y la marca de su barba -No podemos -apenas puede hablar. Lucha contra sí mismo - yo, yo nunca… -y entonces se separa.
Por primera vez hay en el líder de masas una mirada de inseguridad y miedo, que se mezcla con el deseo y la embriaguez.
- ¿Eres virgen? -Enjolras asiente sonrojándose y baja la cabeza. Se siente avergonzado. Grantaire se ríe, porque es aún más guapo con sus nervios a flor de piel.
Grantaire se acerca a él y le levanta la barbilla con un dedo.
- Entonces voy a regalarte más que una simple noche -dice en voz baja -, y sería muy cruel si no te preguntara si estás seguro. Ya voy a ir al infierno y como ves no tengo demasiados remordimientos, pero tú eres un dios, Apolo. Ningún mortal debería tocarte si no lo deseas -No deja de mirarlo y comprueba cómo Enjolras hace una mueca cuando es comparado con un dios.
- Soy tan mortal como tú, R. -añade con voz tranquila, asumiendo lo que acaba de hacer o lo que está a punto de pasar -. No puedo acallar mis instintos durante más tiempo, aún cuando me he pasado la vida pensando que eso no era amor. Que amar era respetar al prójimo y tus ideas -La voz de Enjolras es hipnótica. Mientras habla, sus manos ansiosas por algo de contacto juegan en el pecho de Grantaire.
Creció viendo a su padre comprar mujeres que hacían lo mismo que él, y sin embargo no deja de sentir esa sensación en el fondo de su estómago. Ese deseo de conocer cada centímetro de su cuerpo, como si no pudiera luchar porque está escrito. Está temblando. Nunca se ha sentido tan desprotegido en toda su vida.
Grantaire lo conforta con una mano en su hombro. Ya se lo ha dicho, pero intenta reiterarlo sin palabras. No importa lo que haga para ganarse la vida, él no es uno más.
- Entonces -baja su voz porque lo último que quiere es que todas las murallas que Enjolras se ha puesto se caigan de golpe -. Tendré que ir muy despacio.
- Intentaré no ser dominante -es maravilloso oírle reír. Grantaire olvida quién es y se centra en los ojos expectantes que tiene enfrente.
- Eso va a ser muy difícil -murmura antes de besarle.
Enjolras no cede el control fácilmente. Los besos que se dan antes de caer sobre la cama son una lucha que ambos quieren ganar, pero cuando Grantaire lo tumba y le abre las piernas con las rodillas, Enjolras está expuesto y es una víctima. Se deja besar, rodear, admirar. Se deja desnudar con cuidado y se deja tocar.
Deja que Grantaire pinte cuadros en su cuerpo, que erice su piel con la yema de sus dedos.
Están desnudos y se miran, se encuentran. La piel de Enjolras en la noche es un lienzo perfecto, una obra de arte que Grantaire quiere contemplar durante años.
Enjolras se levanta con los codos en la cama, más dueño de sí mismo. Sus labios prueban y dejan caminos en la piel. Grantaire no se siente usado, gastado y áspero. Es una sensación nueva que le llena el pecho, que hace que sus manos quieran llegar a todas partes. A los hombros equidistantes, a la cintura suave y al terso abdomen.
Cuando se cuela por dentro de sus pantalones, espera una reacción que no llega. Enjolras suspira con los ojos cerrados intentando devolver lo que recibe, pero parece descontrolado en una estampida de emociones. Sus caricias permiten que se relaje y se deje hacer, y Grantaire lo lleva al borde del abismo con sus manos y con su lengua.
Es difícil cambiar y Enjolras no es fácil ni siquiera en momentos en los que parece vulnerable. Incluso cuando Grantaire le levanta las piernas sobre sus hombros, el joven controla la posición, la velocidad, y no se queja ante la intrusión. Es más difícil, sin embargo, aguantar las oleadas de placer que le da tener a Grantaire tan dentro de él que se mezclan sus olores, pero no puede contenerse cuando siente cien mil descargas formarse en la base de su estómago y se muerde los labios para no gritar. Su sangre sabe a hierro, pero esta vez no ha ganado una batalla. Esta vez ha dejado que otra persona se lleve el mérito y al fin consigue relajarse. Se siente seguro, en buenas manos y el sexo debería ser justo eso, no una transacción.
Enjolras es vencido y cae como una torre. Se hace líquido, gelatinoso cuando el orgasmo lo golpea y lo abrasa. Se queda estático, incapaz de abrir los ojos. La voz se le queda atascada en la garganta y es Grantaire el que tiene que limpiarles a ambos.
- Quédate -le ordena unos minutos después, cuando ha recobrado el aliento. No lo pide y Grantaire sabe que el chico al que conoció en la calle ha vuelto, pero no lo querría de otro modo -. Sólo esta noche -el sueño lo vence y se acurruca en un lado.
Por una vez Grantaire se permite dormir. No piensa pedirle a Enjolras más de lo que ya le ha pedido, de modo que no es un cliente y no está violando ninguna regla. De todos modos, está suspendido, aunque con el ángel durmiendo con sosiego a su lado, no podría importarle menos.
Cuando Enjolras abre los ojos, la cama está vacía y fría, hay café recién hecho en su cafetera de metal y le duelen algunas partes de su cuerpo sobretodo de cintura para abajo. Se haría un ovillo y no saldría de la cama, pero nunca ha sido capaz de huir de las responsabilidades así que se prepara para ir a clase y coge algo de comida para las horas muertas.
A las cinco de la tarde, el cielo de París es amarillo vainilla y Enjolras camina hacia el Musain con noticias para Cosette. Mentiría si dijera que no ha pensado en Grantaire en todo el día, pero, ¿Qué puede hacer? No se arrepiente de algo que decidió por sí mismo, pero sabe que no habrá nada más, que no puede, y le ha prometido a R que ayudaría a Éponine. Para ello al menos necesitará a sus amigos.
Cuando entra, el ambiente se tensa y el líder sabe que estaban hablando de él. Espera que Combeferre no se haya encontrado con Grantaire al salir, aunque sabe que su amigo es discreto como un muerto. Courfeyrac es otra historia. Hay una sonrisilla perpetua en su rostro que parece multiplicarse cuando lo ve, aunque sabe que su promesa vale más de lo que aparenta. Parece saber algo que no tiene nada ver con el caso de Cosette, y Enjolras se sonroja, pero lo disimula arremangándose el jersey, fingiendo que tiene calor.
- Bien, amigos. Hoy es un día especial. Necesito que preparemos el plan de comidas del hospital para todos los santos. -intenta hablar con su tono habitual y consigue captar la atención de la mayoría -. Noviembre está a la vuelta de la esquina.
Con eso los chicos empiezan a trabajar y Enjolras ve la oportunidad perfecta para separar a Cosette de Marius y hablar con ella en privado.
- Tengo algo que decirte -le dice con la voz grave, pero tranquila. No quiere asustarla.
- Pues será mejor que no me hagas sufrir -la chica tiembla y Enjolras observa su pelo de grandes rizos moverse sobre su espalda con inquietud.
- Tienes que prometerme que me obedecerás, o esta operación habrá sido un fracaso -le acerca una mano como aviso, y levanta las cejas hasta que Cosette asiente.
- ¡Pero habla ya!
- Sé dónde está tu madre -suelta sin dilación-. Está segura y la están cuidando, pero está enferma -intenta que lo último suene lo bastante sensible y lo pronuncia con lentitud -. No quiso volver a tu vida porque pensó que tú serías feliz y que no te merecías perderla de nuevo. Escúchame Cosette -sus ojos parecen alarmados, de modo que Enjolras le acaricia el hombro con el pulgar -. Debes aceptar que si quieres verla el tiempo será limitado. Tiene algo crónico y puede que no salga de casa más. No va a ser fácil y no va a ser convencional…
- No me importa -la chica se impone. Casi nadie suele cortar a Enjolras en mitad de una frase. Su postura es algo más recta -. No tengo nada de ella, Enjolras. Sólo quiero hablarle.
- Bien -Enjolras suspira, cediendo. No cree que Cosette sea ya una niña, ni que se rinda fácilmente -. El hombre con el que vive me prometió que me llamaría. Espero que la haya convencido. Comprenderás que ella también tiene palabra en esto -se pasa una mano por el pelo, cansado. Sólo quiere que eso acabe y Cosette vea a su madre al fin.
- Sé que cuando sepa que la estoy buscando querrá verme. Sólo lo sé -suspira Cosette con lágrimas en los ojos, pura emoción en la mirada.
Marius piensa que hay malas noticias y se precipita hacia ella con los brazos abiertos. Las palabras de consuelo a medio camino entre su garganta y sus labios. Cosette sólo puede echarse a sus brazos, incapaz de tranquilizarlo y hablar. Cuando la emoción pase será el primero en saber las noticias.
Enjolras no puede dejar de pensar que el amor por una madre debería ser eso. Pese a la distancia que las separa, al tiempo y a las circunstancias, es algo que se mantiene ardiendo, y es algo que nunca podrá conocer, pese a que él nunca tuvo todas esas cosas en contra.
…………………………..
Dos días más tarde, Enjolras recibe la llamada del señor Santonge. Cosette tiene permitido ir a ver a Fantine, pero bajo condiciones. Tendrá que ir a su casa y no podrá alterarla demasiado ni quedarse mucho tiempo. Enjolras se lo cuenta y la acompaña por ser la primera vez. Realmente se preocupa por ella y se sentiría culpable si algo malo le pasara mientras está allí. Por un lado, el hombre hizo una buena acción una vez, pero por otro compró a una mujer porque se prendó de ella.
Cosette entra en la habitación de su madre con paso titubeante, mientras Enjolras se queda hablando con el dueño de la casa en el salón, tomando té y discutiendo sobre el mercado capitalista y la guerra fría.
Cosette sale llorando, pero feliz. Le preocupa el estado de Fantine y hace millones de preguntas en un minuto.
- Tu madre fue diagnosticada de enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Sus pulmones se estrechan y necesita un inhalador. No puede realizar esfuerzos -le explica el hombre -. Su capacidad para transportar oxígeno disminuye cada año, y cuando llegue a menos del treinta y tres por ciento -toma aire para permitirse buscar las palabras correctas -. Será incompatible con la vida.
- La he visto tan cambiada -contesta Cosette con preocupación y Enjolras le coge la mano para apoyarla -. Apenas he podido pedirle explicaciones. Sólo hemos hablado del colegio y de mi vida. No parecía ella.
- Los corticoides son muy agresivos -el señor le hace un gesto para que vuelvan a sentarse y puedan seguir hablando -. Me gustaría mucho que vinieras a verla. Tener algo de alegría podría hacer que mejorara sensiblemente.
- ¿Esto puede mejorar? -pregunta Enjolras, que había estado en silencio hasta entonces.
- En muy pocos casos. Al menos puede enlentecerse -añade con algo de esperanza -, Podemos alargarlo lo suficiente para probar nuevos medicamentos. Hay algunos en estudio, pero la investigación es lenta. Quién sabe si dentro de unos años pueda curarse.
- Las grandes farmacéuticas lo controlan todo -Enjolras se calla dándose cuenta de que ha vuelto a comentar algo con demasiada pasión, pero no puede evitarlo.
- Simplemente no podemos estresarla. Por eso te pido que lo intentes -le dice el señor Santonge a Cosette mirándola a los ojos. Se nota su inquietud -. Yo te contaré todo lo que necesites. Cosas sobre su estado, sobre cómo la traje aquí, lo que desees, pero los ratos que pases con ella tienes que cuidarlos -dice con tono calmado, pero serio.
Cosette asiente y pasan un rato hablando de las condiciones en las que Fantine estuvo trabajando en la calle hasta que él la encontró. Enjolras asiste perplejo ya que nadie le pide que se vaya. En el fondo lo agradece. Lleva dos días sin dejar de pensar en Grantaire y en qué estará pasando, si habrá vuelto a su callejón, si estará bien. No puede evitarlo, el cínico se ha colado en su piel, pero tampoco puede dejar de ser un cabezota y esperar algo de tiempo hasta ir a verle y cumplir su promesa.
Cuando salen, Enjolras coge a Cosette del brazo antes de entrar al coche de Courfeyrac.
- Deberías hablar con tu padre de esto -le dice con seriedad.
- ¿Por qué? Llevo semanas ocultándoselo -le contesta la niña con la ceja levantada. Cualquiera pensaría que ella y Enjolras son hermanos.
- No es lo mismo. Has encontrado lo que buscabas y vas a pasar muchas tardes aquí. Creo que debería saberlo -la suelta y ambos entran al coche. El rocío de la noche acaricia sus cabellos y se frotan las manos a la vez nada más entrar -. No voy a obligarte, Cosette. Tienes las puertas abiertas de nuestra asociación si quieres ayudar. Sólo te estoy diciendo lo que yo haría -le dice antes de meter la llave en el contacto y arrancar.
………………
La próxima semana, Cosette vuelve a visitar a su madre y Enjolras se encuentra en las mismas calles frías y oscuras que una vez le trajeron la ayuda que necesitaba. Esta vez es él el que les trae mantas y comida a las mujeres, dejando que Joly las examine para ver si hay rastro de violencia en su piel o si padecen fiebre o dolor. Se ha llevado a Prouvaire para que les dé preservativos y las obligue a taparse mientras no están ejerciendo. Cuando llegan al final de la calle, Enjolras se aleja con una manta y un termo de café.
Jehan lo ve irse y en su mirada se posa algo de preocupación, pero Enjolras se la devuelve con seguridad murmurando “No te preocupes”, a lo que el poeta responde con un suspiro “ten cuidado”.
Conoce el camino, pero su corazón se acelera, pensando que quizás el hombre que busca no esté sólo esta vez o que ni siquiera esté, que ahora mismo haya otro hombre cabalgándolo, dejando marcas sobre su piel. Le da angustia, y sabe que Grantaire no estará mejor que él.
Pero no, porque está ahí. La espalda apoyada en la piedra, los pies dando golpes sobre el muro por turnos y una camisa negra pegada a su pecho, resguardando más bien poco. Un cigarrillo le acaricia los dedos y su petaca descansa a su lado.
Cuando se vuelve, sus ojos vidriosos lo observan y a Enjolras se le para el corazón. Se acerca con paso firme, disimulando su nerviosismo y cuando está frente a él, Grantaire lo mira, un pie levantado contra la pared, chulesco y borracho. Tira el cigarrillo al suelo y sonríe, sólo que es malévolo.
- Ponte esto -Enjolras lo tapa con la manta sin preguntar y los músculos del otro lo reciben relajándose bajo sus dedos.
Baja la mirada para colocarle la manta por encima y mechones de pelo le tapan los ojos. Espera que no se note que no tiene ni idea de qué hacer. Cuando termina mira a Grantaire a la cara. Está mejor de sus heridas, pero parece enfermo, sin calor y sin comida.
- No sabía si te encontraría -dice
- Estoy aquí, justo dónde te dije que estaría -le recuerda el cínico.
- Te he traído café. Te vendrá bien algo caliente -le dice casi sin mirarlo, ocupando sus manos para no acercarlas a él y abrazarlo.
- ¿Qué quieres? -Grantaire le sujeta el brazo para que deje de pelearse con el termo y se centre en él. Es duro, pero no violento -. Se ha acabado, Apolo. No deberías volver por aquí. Sólo cumple tu promesa y olvida esto -sus dientes chirrían. Enjolras está casi asustado, pero no puede mostrarlo. Abre mucho los ojos y se queda quieto. Su brazo aún lo sujeta, aunque no aprieta.
- Quiero ayudarte, es lo que yo…lo que mi asociación hace.
- Te lo dije. No debí volver a tu casa -su voz muestra que se ha rendido-. Nuestro acuerdo ha acabado y no deberías estar aquí. Si sigues viniendo… -No sabe qué decir porque su voz es temblorosa. Suelta a Enjolras y vuelve a su posición sujetando la manta con las dos manos para no acercar los dedos hacia Enjolras y retirarle el pelo de la cara con suavidad -. Sólo fue una noche. Ese era el trato.
Un trato. Su padre solía decir esa palabra, y nunca significaba algo bueno. Enjolras se separa dos pasos y lo mira. Hay furia en su mirada. La pasión que suele encenderle, pero esta vez no habla de justicia o amor.
- ¿Eso es todo lo que fue? Mientes. Ni siquiera te pagué la última vez -suelta venenoso, apretando los puños -. Sé que intentaste avisarme, que debimos evitar intimar más allá de nuestro acuerdo -debe reconocérselo. Grantaire nunca le mintió, nunca intentó sacarle dinero a cambio. Él se lo dio porque lo creyó correcto, pero le enerva que R piense que aquella única noche fue sólo algo más -. Pero te di algo que creí que nunca le daría a nadie -añade con un quejido -. Yo no fui tu cliente, R, y no puedes mentirme para protegerme. No puedes evitar que me preocupe.
- Puedo evitar que te hagan daño -la voz de Grantaire es ronca, vacía -. Tú no perteneces a este mundo, y yo no puedo dejarlo. Concédeme esto.
Enjolras asiente en la lejanía, aunque apenas tiene fuerzas. Puede ver a Jehan buscándolo en el otro lado de la calle.
- Buscaré una forma de ayudar a tú amiga, prepárala para marcharse la semana que viene y entonces…
- Entonces nos veremos por última vez -le corta con resignación.
…………….
(continúa)