¡Feliz Navidad, Inesika8! (parte 1/3)

Dec 26, 2013 23:18

Título: Study in Black
Autor: mirambella
Nombre de tu persona asignada: Inesika8
Beta(s) (si los tienes): sara_f_black
Personaje/pareja: .Enjolras/ Grantaire, Cosette/Marius, Fantine/Valjean, (implícito), Les Amis, Éponine Thenárdier
Clasificación y/o Género: Teen audiences. Modern AU años 70 (en este caso cuenta como moderno, no? xD)
Resumen: Enjolras, tras separarse de las ideas clasistas de sus padres, dirige la sociedad del ABC, que se encarga de ayudar a los más desfavorecidos. Lo que no sabe es que su vida cambiará el día que una chica llamada Cosette acuda a él para que busque a su madre, una prostituta que la dejó marchar años atrás. Ahora necesita un topo en las calles, pero va a encontrar mucho más.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, obviamente no sé nada sobre proxenetismo. Los lugares mencionados en París son reales.
Advertencias: Sexo no explícito. Warnings por agresión física, prostitución y palabras malsonantes
Notas: Lo primero, gracias mil a sara_f_black por su paciencia y por ayudarme sobretodo con la caracterización de los personajes. He aprendido muchísimo de su conocimiento del canon. Para Inesika8. He intentado darte un poquito de todo lo que te gusta, y espero que sea de tu agrado. El fic está hecho de corazón y me he esforzado mucho porque incluya varias cosas y esté IC. Así de largo ha salido.¡Qué tengas felices fiestas!

……………

Paris 1962

Los salones están llenos de gente. Telas brillantes y pomposas adornan a las mujeres, los hombres ríen empapados en coñac y los niños son estatuas formales en las faldas de sus madres.
Y en medio un ángel (o eso dicen), un niño más bello que cualquier niña, pulcro, arreglado, con el pelo demasiado largo quizás, pero elegante. Se nota su porte, aunque su ceño está fruncido. Enjolras es el príncipe de esa casa, pero en medio de todos se siente como un sapo.
En trece años ha aprendido a valorar el amor que su madre le daba y a afrontar que un día llegaría la mujer adecuada para él. Que el amor que compartirían sería puro y pasional, como los libros que le gusta leer.
A los trece años se ha dado cuenta de que el amor carnal no es recíproco ni merecido, sólo una distracción, un pasatiempo. A sus trece años su padre comparte la cama con otras mujeres. Algunas son criadas, otras prostitutas y Enjolras puede ver sus ojos cansados, desesperados. Algunas no quieren estar allí, sirviendo a su padre de una forma que debería evocar dulzura y romanticismo.
Desde entonces lo odia, a él, a su madre por ser una ingenua y a esos cómplices que se llaman sus amigos. Desde entonces no puede pensar en otro cuerpo desnudo sin ver a su padre, no puede desear ni un beso de labios tiernos. Siente angustia, hastío y rabia.
Los salones se vacían y Enjolras sigue teniendo trece años. Ese año empieza a leer a Rosseau y a Mercier, y comprende que su deber es con su pueblo y no con sus padres. Las letras llenan su cabeza intentando hacerle olvidar. Enjolras olvida su mundo y se centra en cambiarlo.

Montreuil 1963

La bella muchacha que amó con todo su corazón, es ahora un esqueleto consumido. La echaron de su anterior trabajo por caer enferma, y tuvo que limpiar calles enteras para alimentar a su hija. Su Cosette. Es lista, es bella y vulnerable. Es pequeña, suave como un melocotón. Fantine no ama nada más en el mundo, ni su poca ropa ni sus recuerdos felices.
A veces se pregunta cómo ha acabado allí. Limpiar las calles ya no es suficiente y Cosette cae enferma de Tuberculosis. Viven en un barrio pobre y las medicinas son caras. La soledad le ha dejado deudas de un padre que nunca volvió. Fantine acepta su destino como cualquier otra madre y confía en las personas equivocadas. Los Thenardier le dan trabajo ensuciando las calles en vez de limpiándolas. La vergüenza inunda los pulmones de Fantine.
El verano le trae a Cosette salud, pero no protección. Una niña de diez años no debería trabajar, debería ir a la escuela, debería jugar con muñecas, pero Fantine apenas puede darle dos sopas al día y muchas lágrimas. Las leyes apenas la protegen.
El otoño le trae una decisión horrible. Las calles son ya dueñas de Fantine. Se ha acostumbrado tanto que ya no siente las manos de los hombres que la visitan en noches que empiezan a helar. Fantine no quiere eso para Cosette. La niña es avanzada en el colegio, pero se está quedando demasiado delgada. Los servicios sociales prometieron ayudarla, pero Fantine sabe que en aquellos barrios ni las ratas quieren entrar.
Es una noche de Noviembre cuando la señora de la casa le llena de ideas la cabeza, y Fantine ya no es ella misma, ya no piensa con claridad.

- Piensa en cómo estaría Cosette, en qué vestidos llevaría. Ella no tiene la culpa de todo el dinero que debes.
- ¡Pero os estoy pagando! -contesta ella con algo de dignidad, un mero remanente en un cuerpo vacío.
- Te dimos una casa, un lugar donde vivir, comida para tu mesa. Te prestamos dinero.
- Yo os estoy dando mi cuerpo -porque sabe muy bien que no es a ellos, pero que es lo mismo.
- El alcalde ha perdido a su mujer. Es sensible con estas cosas. Ella siempre quiso una niña. Tendremos suerte si acoge a una harapienta de diez años.
- Y dime, ¿Qué ganáis a cambio? No me imagino que lo hagáis por amor. Venderíais a vuestras propias hijas por mil francos.

Pero el hombre quiere a Cosette y los Thenardier le han convencido prácticamente de que su madre es una prostituta que no puede mantenerla. Saben como dar pena y el alcalde es un hombre con un corazón hondo, gentil y bondadoso. No sospecha nada cuando firma los papeles y la cadena de trabajo del matrimonio sigue oculta bajo las sombras. Los niños son huérfanos aún cuando algunos han sido arrebatados de sus madres o les han mentido para llevárselos. La mayoría son pagos que su oficina de préstamos tramita.

- Lo hacen en los conventos con estas pobres almas solitarias, nosotros somos piadosos -y la mujer casi lo cree al decirlo, cuando se dedica a engañar-. Esos bebés no tenían salida.
Esos niños eran de su propiedad como las desahuciadas, analfabetas, endeudadas de sus madres. Esos niños son botines que han robado y valen lo mismo que joyas o relojes.

París 1970

El sol es naranja al amanecer y el cielo aún huele a las rebeliones del sesenta y ocho. Las historias se repiten con demasiada frecuencia y los siglos imitan a los precedentes. Los jóvenes siguen gritando contra el régimen capitalista, pero esta vez las armas son sus voces y su castigo ya no es la muerte. Muchos acogen a inmigrantes españoles que huyen de una dictadura, y estos si que han sido condenados a muerte, o al menos la han visto en los ojos de personas cercanas.

Enjolras está lejos de sus padres. Físicamente son unas pocas calles, pero mentalmente hay un muro alto y espeso como una barricada. En cuanto entró en la universidad empezó a vivir por su cuenta y a sus veintiún años tiene los hombros de un padre de familia, curtido y bien hablado, experimentado aunque sólo en algunos aspectos. Desde que la rebelión de 1968 enfrentó a trabajadores humildes y empresarios, sus ideas latentes fueron creciendo en voz e inquietud. No posee más arma que la verdad y su corazón ansía ayudar a aquellos cuya voz se ha extinguido.
El primer año en la asociación es duro. Son sólo unos pocos miembros, casi todos estudiantes, pero consiguen llevar a cabo una “cadena de favores”. Un boca a boca que se extiende por la ciudad, en el que cada uno da lo que puede y recibe lo que otros puedan dar. Se encargan de encontrar a gente desaparecida, de buscar casa o trabajo para inmigrantes obligados. Hacen fiestas de dulces caseros o venden libros desgastados que las bibliotecas les regalan.
El café Musain es su sitio de reunión, pero ya no huele a café. Huele a libros viejos y a esperanzas.
Allí dentro, el corazón de Enjolras galopa con fervor y con estrés y ninguno de sus amigos puede ser la tila que lo calme. Después de un año, empiezan a hacer ruido.
- Las leyes anti inmigración han sido reveladas en todos los periódicos. Los grupos extremistas se alzan en cazas de brujas nocturnas. Las prostitutas siguen en las calles sin seguros ni sitios a los que ir, condenadas. No se reparten preservativos. Hay niños en las calles, y ¿quieres que me calme?
- Enjolras, respira. Me gustaría que siguieras viviendo otro mes más, al menos -Tiene suerte de tener a Combeferre a su lado, es como la voz de la conciencia que no le discute, pero parece poseer más razón que él.
- Dentro de poco no tendremos recursos, y eso significa no ayudar a nadie.

Hay un suspiro que lo persigue, y ese nuevo integrante pecoso y torpe lo mira. La cara pálida se acentúa por su pelo moreno y rebelde. Combeferre levanta una ceja. Qué poco conoce el joven a su líder.

Marius no está muy de acuerdo con algunos de los métodos de Enjolras. Diría que a veces ni siquiera comulga con sus ideas. Muchas veces discuten, aunque Marius es demasiado gentil y acaba invitando a todo el mundo a cerveza por haber alargado la reunión. Sin embargo, le encanta la idea y el trasfondo que acarrea. Ayudar a los demás es revelarse contra su abuelo y su vida burguesa y ciega en la que no ve nada que no esté encima de su mesa. Le encanta pasar tiempo con la gente de París, acompañar a Courfeyrac a recoger libros o ayudar a los niños a vestirse. Saber que está haciendo algo importante con su vida lo reconforta y hacerlo acompañado es un aliciente.
Su infancia fue solitaria y aburrida. Siempre estaba rodeado de gente que no lo entendía y era demasiado tímido como para abrirse a nuevos mundos.
Con Courfeyrac fue fácil. Se lo encontró en la facultad, hablaron durante diez minutos y cuando el tema de que Marius necesitaba un cuarto surgió, Courfeyrac ya se lo había llevado a su casa. A veces hablan y no se entienden, pero la sonrisa de su amigo es franca y le explica cosas de la vida a Marius con tanta confianza que parece que se conozcan de siempre. A veces Marius le enseña inglés y eso es la amistad. Ambas partes de complementan.

- ¿Me estás escuchando, Pontmercy? -su compañero de piso lo mira con aire divertido y Marius se sonroja.
- ¿Algo de una caja?
- Sí, la caja en la que has estado metido los últimos diecinueve años.
Va a contestarle (lo jura), pero la puerta se abre y una ráfaga de aire lleva un perfume dulce y ácido a la vez. Marius se queda mirando y sus ojos ya no pueden volver al mundo real.
Por la puerta está entrando la criatura más maravillosa que Marius haya visto jamás. Su piel es blanca y lisa como la de una estatua. Su pelo brilla con los últimos rayos de sol, castaño claro caramelo, y sus ojos son dos estrellas azules que guían el norte que Marius no dudaría en seguir. Está preso y paralizado, como si Medusa hubiera abierto los ojos frente a él. Perdido y encontrado, despierto y soñando, pensando en los poemas más patéticos que haya intentado componer jamás (normalmente no lo intenta, todos saben que Prouvaire es el experto). Se miran y se tocan sin tocarse y la mano de Courfeyrac en su hombro no existe, sólo que sí, porque ella está hablando.
- ¿Disculpa?
- ¿Si? -tiene la voz de cien ángeles tocando trompetas doradas.
- ¿Es está la asociación del ABC? ¿La que ayuda a la gente? He visto carteles, junto al parque de Luxemburgo.
Marius tiene que reaccionar porque parece demasiado estúpido y mira a la diosa a los ojos.
- Sí. Me llamo Marius Pontmercy.
- Yo soy Cosette.

…………..

Cosette es una de sus causas, pero Marius es incapaz de presentarle a los chicos y explicarle lo que hacen, así que Courfeyrac la toma de la mano con delicadeza y la lleva hasta la mesa en la que Enjolras sigue discutiendo y moviendo papeles de un lado para otro.
- Esta es Cosette -Dice. Marius les sigue de cerca y le gustaría ser tan encantador como su amigo. Le gustaría, al menos, poder hablar delante de ella.
- ¿Qué hace una niña joven y con dinero en nuestra asociación? -espera que quiera colaborar, aunque parece una chiquilla. A Enjolras le extraña que pueda financiarles al menos un par de años.
- ¿Pareces desconsolada, qué te pasa? - Como siempre, Combeferre se preocupa de lo esencial, en lugar de hacer cábalas que no dejan su causa ni un segundo.

Enjolras tiene dos manos derechas y a veces olvida lo útil que es. Combeferre es la voz de su conciencia. Comparte sus ideas, pero las exterioriza de otra forma y es imprescindible tener a Courfeyrac cuando se trata de reclutar gente. Sabe donde estar y qué puertas golpear. Sabe hacerse querer entre los desconocidos y conseguir su aprobación.

- He oído que tenéis contactos en los barrios más pobres, con los marginados -Cosette habla despacio, consciente de que parece una chica de buena educación hablando de un tema que no conoce -. Sé que ayudáis a esa gente que hace la calle. Yo, yo estoy buscando a mi madre.
- ¿Qué? -Enjolras suele tener respuestas mejores, pero está procesando la información.

Marius quiere abrazarla y que el tiempo no pase mientras Cosette esté entre sus brazos. Se siente idiota solo de pensarlo. Su voz se quiebra y a él se le encoge el corazón.

- Quiero que encontréis a mi madre. ¿No es eso lo que hacéis? Os pagaré.
- ¿Cuántos años tienes?
- Dieciocho -Combeferre levanta una ceja y Cosette se sonroja- . Dentro de unos meses.

Cosette lleva reunida con Enjolras al menos media hora y a Marius no le quedan nudillos. Sus amigos vienen y van con noticias o escriben sobre hojas de papel amarillento sus próximos movimientos. Courfeyrac le ha dado un abrazo antes de marcharse y sospecha que Prouvaire está escribiendo un poema sobre él, pero cuando le pregunta se sonroja y murmura “Está todo escrito en tu cara, amigo”.

¿Se puede amar a primera vista? El poeta le diría que sí, pero Jehan sigue en la época hippie con la devoción por las flores, el amor libre y los pantalones ajustados. Marius no puede ponerlo como ejemplo porque él en los sesenta estaba aprendiendo a conducir coches caros y estudiando lenguas como un erudito. No luchó en el sesenta y ocho ni compuso canciones contra la guerra de Vietnam. No sabe lo que es el espíritu liviano del amor sin condiciones ni pensamientos lógicos. Hasta hace media hora nunca se había dejado llevar.
¿Y entonces qué es esto que siente, cómo puede definirlo?

- Conozco al menos cuatro lenguas, amigo, y sin embargo ahora mismo no sé que decir -Jehan levanta el lápiz y lo mira con una sonrisilla cómplice.
- A veces no hace falta decir nada -Le dice.

………………..

Valjean adora el ventanal de su cuarto. La sensación de libertad, los pies que pasan chapoteando en las aceras de París. Adora la ciudad, aunque haya acabado en ella por pura coincidencia. Siente que se ha pasado la vida huyendo hasta ese destino. Él y Cosette estarán seguros en París.
Después de que le dejaran adoptarla, Valjean pasó un mes entero sin dormir. Pensando si Cosette estaría cómoda en su nuevo cuarto, si se levantaría llorando y él no podría escucharla, si querría huir en medio de la noche. Pese al informe que le dieron los Thenardier, él nunca pudo decirle a Cosette que su madre no la quería. Simplemente le dijo que no podía cuidar de ella, pero Cosette era una niña curiosa y fue más difícil que se acostumbrara a él que si fuera un bebé.
No ha pasado un día en el que haya dejado de adorarla y cada día lo hace un poco más. A veces le gustaría darle algo mejor, aunque su situación económica es excelente, pero le gustaría contarle la verdad. Le gustaría decirle por qué se mudaron a París, quién era él antes de conocerla. Qué errores cometió. Quiere que Cosette lo sepa para que pueda perdonarle, pero tal vez cuando deje de ser una niña.
Valjean se arrincona en su escritorio, pensando. Ahora se llama Fauchelevent. Jean Valjean murió hace mucho tiempo.

………………..

- Mi padre no sabe nada -Enjolras mira a la niña que tiene frente a él-. Es mi padre adoptivo, ni siquiera conoció a mi madre.
- ¿Y por qué la buscas? ¿Sabes algo sobre ella?
- Estaba en Montreuil. Yo crecí allí. Sólo sé que acabó en esa vida porque no tenía otra salida. No recuerdo mucho más.
Enjolras se pone de pie. Su asociación no es una agencia de detectives. Su único objetivo es ayudar. Cosette tiene unos ojos grandes, interrogantes. Parece leerle la mente.
- Sé que os movéis por esos barrios. Lo único que sé es que la banda que traficaba con mujeres en Montreuil se trasladó a París. Se llaman Patrón Minette.
- Ese nombre me suena, pero las mujeres nunca nos han querido hablar de ellos. A nadie le importa lo que hacen allí. Nuestros gobernantes siguen queriendo arreglar el país de otra forma.
- Por eso he venido -un suspiro esperanzador la acompaña -. No sé si mi madre fue trasladada con ellos, pero desde que la fábrica que abastecía al pueblo quebró y mi padre y yo vinimos a París, las cosas han cambiado. Ya no hay mujeres en esos callejones.
- Tu madre podría no estar en París, o… -le recuerda Combeferre, y Enjolras se alegra de que haya entrado con él.
- Lo sé. Ya no soy una niña. Sé que podría estar muerta o a mil kilómetros, pero si no lo intentara…no podría perdonármelo.

Enjolras piensa en sus padres. Ojalá pudiera olvidarlos. No volvería a mirar atrás, no los buscaría. Esta niña quiere recuperar un recuerdo que ni siquiera sabe si es real. Su madre podría estar muerta, o peor, consumida por las drogas y todo lo que ha tenido que hacer para sobrevivir. Enjolras los ha visto. Los ve cada día.
Les lleva mantas y comida que aceptan con manos temblorosas. Casi nunca hablan, apenas pueden abrir los ojos para mirarle.

- Tengo una idea -dice de pronto. Cosette da un vuelco en la silla ante tan repentina sorpresa y sus ojos se humedecen.
- ¿Vais a ayudarme?
- Sí
- Os pagaré -recuerda.
- Esto es una cadena. Nos conformamos con tu ayuda como buena ciudadana.

……………

El frío se cuela por dentro de su chaqueta. No quiere imaginar qué estará pasando en las pieles de esas mujeres semidesnudas de los muros apartados a los que se acerca. Algunas lo miran con ojos cansados, otras parecen casi felices, deseando que un chico tan joven y guapo pueda fijarse en ellas, pero Enjolras sigue su camino. Llega hasta el final del callejón, consciente de que allí está desprotegido, pero sabe que sólo puede conseguir mucho más. Es noche de trabajo y los jefes se acercan de vez en cuando para evitar ser vistos.
Su objetivo está apoyado en un muro, calentándose con algo que no parece café. La camisa le cuelga de los hombros casi abierta del todo, el pelo es un manojo rebelde e incontrolable que oculta unos ojos demasiado jóvenes.
- ¿Qué tenemos aquí? El bello Apolo sin sus mantas ni sus lacayos. ¿Cómo vas a ayudar hoy a los nuestros, oh Dios?
- Grantaire.
El chico brinca (porque es un chico) y se sorprende de que recuerde su nombre, pero recuerda mucho más. Enjolras no hace las cosas a medias.
- Hoy no vengo a ayudaros. Vengo a pediros ayuda. Y sé que tu lengua imprudente es la única que puede ayudarme.

El chico se acerca a él. La camisa se le cae de los hombros y Enjolras esconde un respingo. Son tan delgados y huesudos que se marcan como dos cañas. Se aúpa, le respira en la oreja.
- Sabía que vendrías buscando mi lengua, y no me extraña. Es la mejor de la ciudad.
- Si fueras tan ocurrente para otras cosas, no estarías aquí -responde con frialdad. Su gesto no cambia, pese a que siente lástima como cualquier ciudadano comprometido.
- Mi situación no se debe a mi lengua, se debe a mi hígado. Tengo tantas deudas que tendría que vender mis piernas para pagarlas. En todo caso es mejor vender mi lengua y mi culo.
- No he venido a charlar.
- Parece que sí -Grantaire vuelve a su posición. El vello de sus brazos está erizado por el frío, o quizás por algo más.

Enjolras lleva en mes en esa zona intentando atender las necesidades de los más pobres. Ellos apenas hablan de qué les ha llevado a vender sus propiedades, su cuerpo u otras sustancias de dudosa legalidad. El chico no es tonto, pero sabe que haciendo de policía no conseguirá nada. Poco más ha conseguido comportándose como si solo les importara ayudarles, porque desea la justicia más que nadie y no comprende como el miedo les ha llevado a cerrar la boca acerca de quienes les mantienen en ese estado. Grantaire es diferente, lo cual no lo hace más fácil. Es aguerrido, contestón y no cree en sus planes. No es que piense que su buena fe es en realidad algo más. Sorprendentemente confía en esos chicos, simplemente no cree que lo que hacen sirva para nada. Son sólo parches. La gente sigue haciendo la calle, aunque esté un poco más caliente.

- ¿Y si pudiéramos acabar con esto? - R, como lo llaman en la calle tiene los ojos azules helados, bordeados de rojo por el cansancio y la angustia, probablemente por algo más. Susurra.
- Siempre he sabido que tipo de persona eras.
- Llevo tiempo pensándolo. Hoy una chica ha venido a verme. Se ha pasado siete años sin ver a su madre, y sabe que ellos, a los que les debes tanto son algo más que sus dueños. Si sigue viva. Necesito encontrarla, y necesito ayuda. Quizás esto sea una señal -Dice con calma -. Puede que ella haya venido a ayudarme a acabar con esto.
- Esto no se acaba, rubito. Es así. Puedes cortar el césped, pero no puedes arrancarlo. Siempre habrá pobres, porque si no, no habría ricos.
- ¿Si tan poco te importa, por qué no me ayudas?
- Porque hay algo que sí necesito, mis dientes. Inevitablemente no puedo vivir sólo con alcohol, que más quisiera. Aprecio también mis brazos, y el dinero los mantiene pegados a mi tronco. No es un tronco tan grácil como el tuyo, pero hace su función.

A veces no entiende como un hombre de discursos tan elocuentes está en esa situación.

- Ven conmigo. Te pagaré 200 francos. No creo que cobres más si te quedas aquí. Te prometo una ducha y una cena a cambio de un par de horas.
- ¿Estoy escuchando bien?
- Sólo quiero ayudarte, y escucharte.
- Sólo quieres triunfar para que calle esa voz que te dice que quizás yo tengo razón, y está todo perdido. Pero no puedo quejarme, lo que propones duele menos que lo que los hombres suelen hacerme.
- Acompáñame -cambia de tema porque no quiere imaginarlo.
Dos calles después, Grantaire se sube al coche de un hombre, pero esta vez es diferente. Sabe que hay algo de piedad en Enjolras, pero también algo de interés. No puede importarle menos. El hombre le gusta y ha sido utilizado de formas peores por hombres que le repugnaban.

………………

- ¿Por qué no le pides el teléfono? -Para Courfeyrac es tan fácil.
- ¿Y si lo coge su padre?
- Escríbele una carta.

Marius está sentado entre Jehan y Courfeyrac y su cabeza no parece encontrar un alivio. En cambio parece estar a punto de estallar. Se queja, con las manos en las sienes, escuchando consejos románticos y otros demasiado atrevidos (Courfeyrac le ha propuesto que escale su ventana, santo Dios) para captar la atención de Cosette.

- Escúchame, amigo. El amor es fácil. El amor puedo entenderlo. -le dice su compañero -Tú le gustas, ella te gusta y sólo tienes que decírselo, sinceramente. No importa si tienes que pedirle permiso a su padre para llevarla al cine, porque valdrá la pena mientras la besas en los anuncios.
- Oh Courfeyrac. No le mientas. El amor es complicado, por eso es tan preciado -podría matarlos. Está estudiando para ser abogado, podría defenderse a sí mismo-. Si fuera fácil no pondríamos todo nuestro empeño: flores, poemas, perfume…sabemos que podría irse para siempre, y sin embargo apuramos cada momento.
- Creo que voy a vomitar.

Eso no ayuda porque Joly les ha escuchado y ha salido corriendo a por un rollo de papel porque según él “Ningún contenido estomacal debería tocar el suelo que otros pisan”
- ¿Y si Marius tiene el Cólera? -le dice a su amigo Bossuet.
- Marius tiene otra enfermedad -le responde Courfeyrac.
Combeferre los mira desde su mesa. Las noches en las que Enjolras tiene patrulla son siempre las que más se le van de las manos. Y ni siquiera sabe qué tiene el líder entre las suyas.

…..

La ducha le ha sentado como diez horas de sueño. La presión del agua es perfecta y el baño está bastante limpio. No se parece en nada al tugurio en el que Grantaire suele pasar los ratos que no pisa las calles bebiendo o pagando sus deudas.
Enjolras le espera, sentado en una pequeña mesa redonda en el salón. Su piso de estudiantes es pequeño, pero cómodo. No tiene demasiados lujos, sólo lo imprescindible, como si Enjolras no hubiese puesto demasiado empeño en decorarlo.
- Siéntate -no es una orden. Le ofrece una silla frente a él, y Grantaire obedece -Toma -Le acerca un plato con huevos revueltos, pan y ensalada.
- No está mal.
- No tenemos tiempo de cocinar. Hay mucho trabajo.
Grantaire levanta una ceja porque nunca había conocido a alguien tan implicado con una causa, tan serio con un objetivo.
- ¿Qué quieres de mí? -pregunta con algo de indiferencia. Parece que la respuesta le importa menos que observar a Enjolras y cada uno de sus movimientos.
- Estoy buscando a una mujer que probablemente salió de Montreuil hace seis años- . El líder es serio y se yergue en su silla, con seguridad- ¿Y no es el tiempo que tus jefes llevan en París?
- Probablemente -no parece que Grantaire pueda mostrar un ápice de sentimiento.
- Tiene unos treinta y cinco años, pero no sé su estado. Sólo sé que se llamaba Fantine.
- ¿Y qué te hace pensar que está en París? -pregunta. Enjolras se siente molesto. Siente que no le toma en serio.
- Su hija estaba muy enferma. Ella tenía muchas deudas y acabó vendiéndose -quiere ser prudente al decirlo, teniendo en cuenta con quién está hablando-. Su hija fue dada en adopción. Su nuevo padre dice que hubo papeles, pero ella no cree que su madre estuviera de acuerdo. Sus recuerdos no confirman esa versión. Sólo quiere saber dónde está y conocer la verdad. Tiene sospechas de que los captores de su madre, los Thenárdier, son ahora los jefes de esta banda, patrón Minette, ¿te suena, verdad?
- La cría ha indagado. Thenárdier es un nombre que la gente no quiere decir. No sabe dónde se mete. La verdad es una puta, y puede hacerle daño -Traga sin dejar de mirarle -No me refiero sólo a que su madre podría haber muerto, si no a que podría no haberlo hecho, y ser un fantasma pese a todo.
- ¿Y crees que eso va a parar a su hija? Si hay un futuro mejor para ella, tenemos que intentarlo.
- ¿Pretendes salvarlos a todos? ¿A mí también, Apolo? -Odia ese mote estúpido y barroco.
¿Por qué le pone tan nervioso que se le acerque tanto? Si la mesa no se interpusiera entre ellos, Grantaire le habría visto temblar. Le hierve la sangre cuando lo escucha, y a la vez le duele el corazón pensar que se siente así.

- Cada paso que doy es uno menos que tengo que andar -apoya las manos sobre la mesa. Tiene que entenderle. Es su deber.
- Cada paso que doy me hunde más en el lodo -responde R. La respuesta es elocuente, pero devastadora-. La arena es dura y se hace pesada. Estoy a punto de no poder salir.
- ¡Entonces coge mi mano! -Es sólo una metáfora, pero está gritando. Sus ojos brillan con pasión.
- Soy un alcohólico que una vez fue un artista, que una vez fue un niño. En el momento en el que empecé a vender mi cuerpo, ya no fui nada -Su autoestima es un pozo negro -.No me importa que me usen cada noche si puedo tener un techo y una botella de vino. No me importa, Enjolras y esa es la clave. Ya no siento nada -Grantaire deja clara su filosofía. Su voz tiembla en algunas palabras. Necesita repetírselo cada día para creerlo.
- Si no sintieras nada, te daría igual morir -y Grantaire abre los ojos, porque Enjolras no se rinde.
- Tengo miedo a la muerte. Aún soy un hombre, pero igualmente estoy muerto y mi vida es como una de esas películas que pasan en los proyectores de Les champs de Mars. Parece externa, como si no me perteneciera. Ni a mí ni a Dios ni a Buda. Sólo veo lo que está frente a mí, y eso sólo es una botella.
- ¡Me exasperas! No vas a ayudarme porque crees que todos son como tú, que deberían rendirse -Enjolras abre los brazos con fuerza.
- Te equivocas. Voy a ayudarte, porque aunque creo que todos son como yo, algo de mí desea que haya más gente como tú.
- ¿Vas a ayudarme? -odia profundamente que le tiemble la voz.

Grantaire se levanta y camina hacia su silla. Enjolras no deja de temblar. Sus palabras son furia y nunca permite que le intimiden, pero este hombre tiene algo que le hace sentir, y no es miedo precisamente.
La silla se queja cuando el moreno se sienta en su regazo, apoyando las manos en sus hombros y susurrando en su oído. El olor del champú se mezcla con el de aguardiente.
- Quiero que sepas que no voy a arriesgarme. No levantaré sospechas, pero ¿Cómo negarte algo, oh Dios? Si pudiera creer en algo, creería en ti. Tú puedes conseguir lo que quieras con esos ojos.
El flirteo no es algo inesperado. Al fin y al cabo, Grantaire se dedica precisamente a eso. No es guapo de una manera convencional, pero lo suple de sobra con las palabras. Es rápido de pensamiento y atrevido en sus acciones, y a Enjolras el contacto íntimo le sigue provocando pavor.

- Pero aún te queda media hora. ¿Cómo quieres aprovecharla? -le mira a los ojos y sus narices se rozan. Comparten el aire.
- Puedes descansar si quieres.
- ¿Alguna vez te han dicho que eres un aburrido? Pareces uno de esos críos, un romántico. Tal vez ya tienes a alguien, solo que ¿no tienes tiempo, verdad? -La voz es áspera, desgastada. Sus labios se posan en su oreja y por una vez, el pavor se mezcla con otras cosas, y es aún peor -.Yo podría aliviarte. Podría ser rápido y placentero. No tienes que sacarme de paseo ni dedicarme tiempo, es perfecto.
- Yo pago, yo elijo -dice en tono seco. Grantaire se aparta, pero no baja de su silla.
- Es tu dinero -se encoge de hombros.
- Háblame de ti.

La silla se vuelve a quejar cuando Grantaire se pone de pie. Le da la espalda a Enjolras y sonríe con ironía.

- Para eso necesito una copa, o doscientos francos más.
- Solo quiero saber porqué - Enjolras se pone de pie. Hay pasión en sus palabras. Es el mismo deje que utiliza con el resto de personas, lleno de esperanza.
- Para ti, todo el mundo puede elegir su camino. Yo elegí recuperar la inspiración que había perdido en formas que no aprobarías. -Suspira resignado-.Me quedé sin casa, sin arte. Sólo me quedaba un cuerpo frío. Empecé a apostar, a boxear por dinero. El boxeo y el alcohol empezaron a ser las únicas cosas que me mantenían caliente. Creo que te imaginas el resto.
- ¿No había nadie para ayudarte? -para Enjolras es tan fácil que parece que no le cree. No concibe que una persona pueda ser olvidada de esa manera.
- Eres tan inteligente, y tan ingenuo. Piensas que hay un pequeño héroe en cada uno de nosotros, pero a la mayoría no le importas. Eres un yonki de la calle, y luego una puta y por último un cadáver que se lo merecía -discuten, pero su voz es más pausada.
- Me estás diciendo que no quieres lo que tienes.
- ¿Y quién lo quiere, en realidad? Lo único que hacemos es adaptarnos y quejarnos de vez en cuando. Yo ya no me quejo. Prefiero callar esas voces. Esas voces me matarían.

Y entonces se vuelve, aunque es aún peor porque no hay nada. Enjolras no ve miedo en su mirada, ni pena, ni siquiera resignación. Su semblante es neutro como si hablara del tiempo ¿Tan asumido tiene su papel? En su cinismo, Enjolras ve un reto, aunque sabe que nunca había estado ante uno tan complicado.

- ¿Y si nos ayudaras? Te asesoraríamos. Necesitamos gente que sepa dibujar. Seguro que puedes hacer algo. Podríamos hacer un plan de pago para que te dejaran libre.
- Ni siquiera sabes cuanto debo, Apolo. Ni cuanto necesito.
- Pero…
- Se acabó tu tiempo -Dice mirando al suelo. Enjolras sabe que no va a sacar nada de él por esa noche y deja que se vaya tras darle los doscientos francos.

Sabe que acabarán en la caja de una banda que engaña y trafica con personas, y que parte pagará los vicios que mantienen vivo a Grantaire, pero se lo ha prometido.
A cambio el chico va a ayudarles. La noche, al menos, le trae un pequeño triunfo.

……………

La primera semana tras aparecer por el café, Cosette ha empezado a ayudarles en lo que puede tras salir del colegio. A veces aparece con el uniforme, y Marius no puede dejar de babear cuando se agacha y se le sube un poco la falda. Se siente un acosador, pero las palabras se le atascan cada vez que intenta decir algo coherente. Lo peor es la torpeza. Bueno, lo peor son los turnos que le toca con Bossuet y ambos se lían y acaban con papeles cambiados o documentos mojados de café. Enjolras suele pasar por al lado gritando “con uno era suficiente”, pero nunca se detiene. Marius a veces piensa que lo va a mandar a su casa, pero sabe que Courfeyrac lo defiende ante Enjolras y que en parte, eso lo mantiene allí. Bueno, y que hable cuatro idiomas también tiene algo que ver.
Cosette llega de las primeras por la tarde y se marcha con rapidez, seguramente con miedo a que su padre descubra sus planes. Ya es sospechoso todo el dinero que está gastando en comprar alimentos o materiales para los talleres que realizan con los niños, aunque ella sigue asegurando que lo saca de lo que su padre le da para ropa o libros. Combeferre la aconseja una tarde que se lo diga, que seguramente su padre estaría orgulloso de ella y podría ayudarles, pero sabe que su papá es reacio e incluso esquivo con el tema del pasado y sigue saliendo a hurtadillas y con excusas hacia el café Musain.
……..

Enjolras se ve con Grantaire un par de veces más. Quedan en cafés alejados de las calles que suele frecuentar y también del Musain, por si acaso. A veces Enjolras no puede pagarle y le invita a café caliente y bollos a media tarde. Le preocupa lo que pudiera pasar si por la noche R no volviera con dinero para sus jefes, pero Grantaire parece tranquilo, así que aleja esos pensamientos de su cabeza. De todos modos, el chico ya le ha jurado que no le dedica a su “profesión” todo el día, si no que tiene un pacto con cierta libertad.

- He contado a cinco mujeres que vinieron de Montreuil desde el año sesenta y cinco. Ninguna murió en las trifulcas de hace dos años, pero no sé en qué estado se encuentran.
- ¿Cómo? -Enjolras se siente perplejo al verle comer. La clavícula se le marca a través del fino jersey y Grantaire devora las tostadas como si no hubiera comido en días. Lo cual podría ser una verdad - ¿Cómo lo has hecho? -repite para darse a entender.
- Por eliminación. Algunas de esas mujeres me deben favores. Sólo tuve que restar.
- ¿Qué tipo de…? -Tiene miedo de preguntar. Él, que siempre sabe lo que puede encontrarse, que aprendió a ayudar a los demás cerrando su estómago y sus lágrimas.
- No el tipo que te imaginas -entre bocado y bocado, el sarcasmo de Grantaire vuelve a asomar y Enjolras siente nauseas. Parece todo tan asumido para él, tan normal hablar de sexo de esa manera, y de ese tipo -. No sabes cómo se pone el patrón cuando algo no le gusta.
- ¿Les pega? -y entonces se da cuenta, pero Grantaire no parece asustado, nunca- ¿Te pega?

Grantaire abre un poco más los ojos, recordando. Aún tiene algunas marcas que los secuaces del jefe le regalaron cuando se interpuso en una pelea entre una mujer y su chulo.

- Tienes que saber, Apolo, que cuando eres una propiedad, intentar pensar es un pecado. Las casas no piensan, ni los coches, para todos aquellos que puedan permitirse uno -Sus discursos carecen de sentimiento, están cargados de su realidad. Esa que a Grantaire ya no le inmuta - Lo que se espera de ti es que obedezcas, como un coche con una llave maestra.
- Eso es lo que yo quiero erradicar…ninguna persona debería pertenecer a nadie -no importa quién esté frente a él, su pasión por lo que hace asoma siempre.
- Y sin embargo todos pertenecemos a algo. A tu democracia, incluso cuando es imperfecta. Tú le perteneces a este país porque si no, podrías hacer realidad todo lo que tienes en esa bella cabecita -Grantaire acerca la mano hacia su pelo. Enjolras suda por reflejo, odia que le traten como a un niño estúpido.
- Pero tiene que haber leyes para mantener un orden.
- Supongo - ¿Tan poco le importa? Se acomoda en su silla y parece dispuesto a recibir y a ignorar -. Pero nunca son perfectas, porque la perfección no existe. O eso pensaba antes de que aparecieras con tus sopas rancias y tus duras mantas. Un ángel que se cae de la misma capilla Sixtina, pensé.

Enjolras hace lo más estúpido del mundo, y se sonroja. Porque no está acostumbrado a que le hablen así. Sus amigos le respetan y nunca son tan directos, tan atrevidos. Las personas que lo conocen le tienen miedo, o lo admiran desde lejos temiendo decir algo que levante su desdén. Es gentil con los desconocidos, pero se siente más cómodo entre personas que no tienen nada, que entre jóvenes como él, que dicen admirarle (a excepción de sus amigos).
Parece llevar años sin conectar con sus sentimientos y eso le hace acordarse de su padre. Por eso empezó por ayudar a esas mujeres, porque sabe exactamente cómo las tratan otros hombres, y esa sensación ha matado todo deseo carnal en sus entrañas. Ni siquiera sabe si disfrutaría de la compañía de mujeres bonitas y delicadas o de hombres fuertes y decididos (aunque la sociedad lo califique de pecado). No lo sabe porque todos son carne y él no puede sentir más amor que aquel que le dan sus camaradas al confiar en él.
Cuando su mente vuelve al café, Grantaire lo está mirando. Dos grandes ojos turquesa se posan en sus labios y en sus mejillas, disfrutando de su turbación, pero sin ese guiño típico. Las facciones son más dulces y Enjolras carraspea.

- Las mujeres de Montreuil no están en mi zona. -Grantaire entiende que le está pidiendo que vuelvan a sus asuntos -. Están en el norte. En el distrito dieciocho, arriba de Montmartre. No puedo decirte nombres ni tampoco ir allí por ti -Dice en un suspiro, por primera vez algo asustado.
- Lo sé -responde Enjolras-. No querría crearte problemas.
- ¿Qué vas a hacer si la encuentras? - obvia la preocupación de Enjolras, aunque sus manos empiezan a temblar. La noche se acerca y quizás Grantaire tenga miedo de ser descubierto o echa de menos otras cosas.
- No lo sé. Decírselo a su hija, supongo.
- Te estás metiendo en un lío, Apolo, y soy yo el que te está ayudando.

Y si por primera vez, Grantaire parece triste, como si se preocupara por él, Enjolras no dice nada. Al fin y al cabo le ha ayudado, y tampoco ha conseguido mucho a cambio. En el fondo, Enjolras sabe que es por él, que una parte grande se debe a que él se lo ha pedido. Quizás, incluso el dinero era una excusa, pero Enjolras sabe bien que lo necesitaba para evitarle problemas con la banda. Ahora no se siente como si hubiera comprado su tiempo, aunque no su cuerpo, si no como si lo hubiera liberado.

………………..

Esa noche hay un hombre que sólo busca algo rápido y le paga doscientos francos por adelantado por quince minutos de placer culpable. No hay penetración y Grantaire agradece que no lo traten como a un saco de boxeo por una vez (dos, si cuenta los doscientos francos de Enjolras). Cuando vuelve a la cueva que llaman casa, los chicos están haciendo ronda y sabe que la Madame le estará esperando para descontarle su parte y darle algo para coñac barato que lo caliente durante la noche.
- Muy bien, chico listo -sus uñas sucias le acarician la barbilla, mientras con la otra mano, su dueña le mete treinta francos en los bolsillos -deberías gastarlos en comida -balbucea. Su propio aliento huele a whiskey.
- También debería trabajar en algo decente, y mírame -Grantaire sabe que es más fácil cuando el patrón no está presente, que su mujer incluso disfruta con sus insolencias.
- Vigila tus acciones, R. Estás vivo gracias a nosotros. Sin este dinero te morirías de abstinencia.

A veces piensa que ya está muerto, que el alcohol mata la culpa y el odio hacia sí mismo. Hace tiempo que no siente absolutamente nada, que ni siquiera intenta escapar de esa mierda que lo rodea. Entonces mira a Enjolras y sabe que sus intenciones son buenas, que siente pena por él y rabia porque se haya rendido, pero que lo ayudaría igualmente, porque es piedad lo que le corre por las venas. A veces se iría con él, ayudaría en su causa aunque no creyera en la solución, sólo por ver esos ojos brillar con pasión, pero no se juega sólo sus piernas. ¿Qué le harían los secuaces de Thenárdier a su ángel si supieran lo que está haciendo? No puede arriesgar así a otra persona, pero tampoco puede dejar de verlo, si él se lo pide. ¿Qué demonios le pasa?
Baja las escaleras con las manos en los bolsillos. El frío de París viene y va, pero él siempre está allí, recogiendo una miseria para intoxicarse y dejando la mayoría para pagar sus deudas y su salud. Lo que sobra apenas le consigue una habitación.
Va a marcharse cuando escucha un sollozo detrás de las escaleras. A veces los gatos se cuelan en los muros y paren en los agujeros, pero el ruido no procede de un animal sino de un bulto contraído que tirita bajo una manta de cabello negro y lacio.
- ¿Hola? -Grantaire abre bien los ojos. Ha ganado peleas mucho más borracho, de modo que prefiere estar alerta que asustarse.
El bulto abre los ojos enrojecidos y lo mira con cierta curiosidad, hay miedo en su mirada y se percibe incluso en sus músculos. Es una chica, casi una niña, algo más joven que Grantaire.
- No voy a hacerte daño.
- Serás el único por aquí -responde ella con cierta insolencia, aunque le tiembla la voz.
- ¿Puedo ayudarte?
- ¿Estás con ellos? -pregunta -.Claro que no, te habría visto -añade tras mirarle bien.
Grantaire se acerca y se acurruca junto a ella. Está delgada y tiene moratones en los brazos.
- No te he visto en la calle -dice simplemente. No es una chica de su sección al menos, y no puede ser del distrito dieciocho, es demasiado joven.
- Porque no soy una puta, soy una esclava -dice ella con decisión, ahora que sabe que Grantaire no tiene intenciones de hacerle daño. Se estira un poco y levanta la cabeza. Lo mira como si se sintiera identificada -¿Tienes tabaco?
- No, pero tengo brandy en casa. Soy Grantaire -tiende la mano, y la muchacha la mira.
- He oído hablar de ti, no hay muchos hombres por aquí, excepto los de mi padre.
- ¿Tú…padre?
- Me llamo Éponine, y ese desgraciado ha vuelto a pegarme. Un negocio no salió bien. Vamos.
Éponine es ágil al levantarse, aunque parece consumida y esquelética. Grantaire se levanta con ella y comprueba como juntos parecen dos muertos de hambre, pero incluso él parece más fuerte, más limpio. R la mira como si no entendiera su plan y Éponine suelta un chasquido impaciente.
- Si me quedo aquí, Montparnasse volverá a pegarme. Mi padre me encerrará y mi madre no hará nada en absoluto. No puedo subir ahí.
- ¿Has pensado que si vienes conmigo, Montparnasse me pegará a mí? -Montparnasse es uno de los secuaces jóvenes del jefe. Es alto y tiene una mano inquieta y aspecto peligroso. Es el único de los que lo acompañan que podría dejar a Grantaire como si lo hubiera pisado un camión.
- Pensaba que no eras como ellos.
Grantaire la mira. Tiene oscuridad en sus facciones. Hay parte de egocentrismo, pero también un halo de justicia en su mirada. Le recuerda a Enjolras. El parecido es lejano por las circunstancias, pero es como si Éponine aún pudiera creer en algo.
- Sólo por esta noche -Le avisa con el dedo en alto.
- ¿Tengo que pagarte por dormir en tu casa? -dice con el tono de una niña pequeña, aunque hay ironía en su voz.
- No. Además, donde yo duermo ni siquiera se puede llamar casa.

…………………………

Los jueves son días de contabilidad, lo que significa que Combeferre hace las cuentas delante de un exasperado Enjolras, que con las manos en la cabeza intenta idear un plan para que el dinero les dure al menos un par de meses más. Mientras, sus amigos beben y ríen manteniendo el espíritu de la comunidad.
Esa noche es aún peor. Enjolras está ausente, apenas se ha quejado y ni siquiera ha reñido a sus compañeros por beber demasiado, o llenar el café de instrumentos musicales y de jovencitas que no conoce. Mira al frente casi compungido y Combeferre no se concentra con los números.
Son las siete cuando Cosette abre la puerta y con una sonrisa angelical empieza a cambiar el día de los allí presentes. Le arregla la chaqueta a Bossuet, hace que Marius olvide que su examen de derecho Romano ha sido un fiasco y charla con Bahorel en la barra mientras pide dos cafés que deja en la mesa principal. Enjolras no dice nada, pero Combeferre levanta la cabeza y asiente dando las gracias.

- Parece que necesitas un descanso. ¿Me dejas? Dimos economía el año pasado -bate las pestañas con inocencia, pero su tono es prudente. Está acostumbrada a que sus compañeros la desprecien por ser más lista que muchos de ellos. Le gustaría recordarles que están en el siglo XX no en el XIX, pero una muchacha de buena familia no debería meterse en disputas, o eso le dicen.
No sabe que Combeferre es defensor de la igualdad en las aulas y que los números lo aborrecen. Se levanta con una sonrisa gentil y señala su silla.
- Muchas gracias Cosette, me haces un favor -así va a poder leer libros sobre temas más interesantes para él como Filosofía o Ecología.

Enjolras se levanta con él y Cosette pierde la oportunidad que parecía estar guardando para sí de preguntar por su madre. Enjolras parece rehuirla, pero Combeferre lo coge del brazo cuando se han alejado, susurrando con tranquilidad.

- ¿Hay noticias? -pregunta con inquietud.
- Algo así. Conseguí la zona en la que estaban las mujeres como su madre, pero no hubo noticias de Fantine. No sé como decírselo.
- Ella nos está ayudando, aún arriesgándose a la ira de su padre -contesta su amigo con tranquilidad -. Podría haber dejado unos pocos francos y haber esperado sentada, pero se está implicando, y nos hace felices, o ¿no has visto a Pontmercy últimamente?
- No me hables de eso -.Un Enjolras exasperado retorna y su amigo sonríe. Marius está entorpeciendo casi todos sus planes, aunque no se queja porque debe reconocer que la ayuda de Cosette les hace la vida más fácil.
- Creo que le debes sinceridad -dice con su tono sosegado habitual.
Y no importa cuál sea el tema y cuanto lo domine, porque Combeferre siempre tiene razón.

Cosette ve una sombra acercarse y levanta la mirada. Los pasos del líder son inseguros, pero elegantes como los de un cisne, aunque Cosette se teme lo peor.
No hay alegría en sus ojos, aunque juraría que él es incapaz de mostrarla: sus responsabilidades no se lo permiten.

- Cosette -murmura muy bajito para no asustarla -. ¿Podemos hablar en privado?
- Si me vas a dar malas noticias, me da igual donde sean.
Enjolras se sienta en una silla y la chica lo imita. De pronto, el ruido de los chicos charlando y jugando parece externo, lejano.
- No sé como clasificarlas -empieza con prudencia. Intenta no carraspear, aunque sus manos juegan con la madera de la mesa frente a ellos -.Tengo información de primera mano, fiable. Me juró que las mujeres que habían salido de Montreuil estaban en el distrito dieciocho, y las encontré…
- Pero mi madre no estaba -termina ella con tranquilidad. Cosette es joven, pero es obvio que ha tenido una vida difícil, o al menos una parte de ella.
- No había ninguna Fantine. Temí que quisieran ocultarme sus nombres, pero no cumplían la descripción, la edad. Ninguna se inmutó cuando pronuncié tu nombre.
- ¿Y qué significa eso? ¿Nunca escapó, o ya está muy lejos? ¿Estará muerta?
- No lo sé Cosette -y le gustaría que esa pobre niña no empezara a llorar con cada pregunta hecha. Le gustaría controlar sus emociones, pero no tiene demasiada experiencia.
- ¿Y no podemos hacer nada más? -Responde entre sollozos.
- Puedo intentarlo. No me gusta rendirme, pero no quiero que te ilusiones con algo que no sabemos si terminará bien - Enjolras intenta ser más suave de lo que ha sido nunca, y Cosette deja de llorar.
- Ya te dije que lo intentaría todo. Deja que vaya contigo.
- Déjame indagar un poco primero. Luego podrás hacer lo que quieras.

Enjolras se levanta con un gesto condescendiente. Le gustaría ser más táctil. Regalar sonrisas como Courfeyrac, o abrazos como Jehan. Incluso a veces envidia a Marius y su inocencia permanente, pero no puede ser lo que no es, no puede cambiar algo que se instaló en él desde tan joven. Nunca creyó que fuera posible. Él siempre pensaba que tendría que cambiar a las personas, hacerlas creer, pero nunca se le ocurrió que habría personas que lo cambiarían a él. A veces piensa en Grantaire. Hoy más que nunca, después de hablar con Cosette.
Necesita verlo de nuevo y se auto convence de que es sólo por su interés, pero la sola imagen del hombre en el frío, con la ropa justa y el semblante desesperanzado le mueve algo dentro. Algo desconocido y aterrador.

Cosette recoge sus cosas para marcharse. Ha salido por la puerta cuando nota una mano temblorosa agarrándola del brazo. Cuando se da la vuelta. Marius la está mirando y parece ocultar algo en la mano que no la está tocando, pues la mantiene pegada a la espalda, en un gesto que parece muy poco cómodo. A Cosette, Marius le parece gracioso. Quizás un poco raro y se ha dado cuenta que especialmente en su presencia, pero es dulce, cariñoso y fiel.

- Yo…no…no me gusta verte así, Cosette. Sé que apenas nos conocemos, pero no soporto verte llorar.
Cosette sonríe, pero no dice nada. Debe estar roja como una amapola.
- Me gustaría verte sonreír siempre -entonces muestra la mano y Cosette puede ver una orquídea de color blanco, pero con el corazón de un rojo oscuro. Abre la boca, pero no emite ningún sonido. Está sorprendida - Jehan las cultiva en su jardín. Dice que son muy raras, por eso se la pedí para ti. Al menos sé que ha valido la pena. Yo no sé nada de crecer flores, ni de abonos, ni de plantar -dice sinceramente, titubeando un poco -.Sólo sé que me recuerda a ti porque es pura, pero su corazón es… intenso.
- Marius… -no sabe qué decir así que opta por demostrarlo y se lanza a sus brazos riendo.
- Esto es aún mejor. - susurra con los labios cerca del pelo de Cosette. Si pudiera embotellar ese olor, lo guardaría para siempre. La flor se queda olvidada encima de la mesa.

………………

La oscuridad lo recibe una vez más. Sus pies caminan solos hacia el callejón donde sabe que va a encontrarle. O quizás no, pero no quiere pensarlo. Él podría estar esperándolo o enfadarse porque vuelva a buscarlo, pero necesita respuestas. Lo peor es que no sabe qué clase de respuestas requiere.
Se repite que sólo necesita información, aunque es obvio que el hombre lo turba y lo intriga y siente el deseo de conocer más de él, de su historia.
Cuando vuelve la esquina, se da cuenta de que está allí, apoyado en la pared. Igual que la primera vez que fue a buscarlo. Vulnerable, pero fuerte, aparentando sumisión y rebeldía a la vez. El pelo le cae por la cara y la camiseta se pega a su cuerpo curtido. No es un chico, pero tampoco es un hombre. Es más joven de lo que aparenta su alma desgastada.
Enjolras siente que algo se enciende en su pecho cuando se acerca.

- Tenía la esperanza de que volverías -dice. Con él es distinto. Claro que se insinúa y bromea. No sabe hacerlo de otro modo, pero hay algo de respeto por Enjolras. No lo presiona, espera que hable.
- Esperaba no hacerlo con tan malas noticias -suspira, no quiere ofenderle -. Fantine no estaba. Encontré a las mujeres y agradezco tu servicio. Tomaste un riesgo, R, pero estamos como al principio.
- No lo estamos -responde con la voz agarrotada -. Ahora sabes más cosas de mí - Grantaire se separa y camina escuálido hacia él.
- Sabes a qué me refiero -Enjolras no duda en volver a su misión. No puede dejar de ser ese hombre centrado de ideas fijas. Incluso autoritario.
- ¿Hoy vienes pidiendo ayuda o quieres algo más? -pregunta con sensualidad.
- Me intrigas, Grantaire. No sé si enfadarme contigo o ayudarte.
- No puedes -responde. La picardía no abandona su sonrisa ni sus ojos -. Ninguna de las dos cosas.
Está cerca y hace demasiado frío. Enjolras se aferra a su abrigo mientras Grantaire enrojece sus mejillas con el aire de la noche. No puede evitarlo. Necesita seguir hablando con él, y es así como lo hipnotiza. No necesita de su cuerpo, ni que demuestre sus habilidades con él, es sólo su voz.
- ¿Charlarías conmigo otra vez? -dice al fin con algo de miedo. No quiere que Grantaire piense algo que no es real.
- ¿Qué eres, periodista? -Grantaire levanta una ceja con sarcasmo.
- Tú conoces estas calles mejor que yo. Podrías ayudarme a pensar qué hacer.
- Podría decirte que tengo un as debajo de la manga. Estoy bastante cerca de alguien que puede tener información. Pero eso me duraría dos minutos. No tendría que irme contigo, sin embargo quiero irme contigo. ¿Qué debo hacer?
- No hables ahora -su tono es demasiado bajo. Levanta la mano, apunto de tocarle ¿A qué está jugando? -. Acompáñame y hablemos. Ya sabes lo que te espera. Un lugar caliente y un plato decente, o que pretende serlo -se consiente el bromear. Grantaire sonríe y es algo nuevo.
- De acuerdo, pero tengo una condición -comienza a andar, pero se para. Enjolras lo mira con curiosidad -. No quiero tu dinero.
- ¡Si vienes conmigo tienes que cogerlo! -responde con rapidez. Grantaire no parece asustado, aunque es obvio que debe rendir cuentas cada noche -. Sabrán que te has ido con un hombre.
- Ya me las arreglaré. Siempre lo hago.

…………………….

(continúa)

personaje: cosette, pareja: marius/cosette, personaje: marius pontmercy, personaje: grantaire, pareja: valjean/fantine, pareja: enjolras/grantaire, fanwork: fic, personaje: enjolras, amigoinvisible2013, personaje: fantine

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