Título: El Sueño Esmeralda: Una Historia en el Sur
Autor:
thomas_mckellenPareja o personajes: Pillán (Pueblo mapuche) Athn Mapu y Lanküyén (Chiles originarios) de
thomas_mckellen; Hatuntupaq (Imperio Inca) y Qoniraya (Perú originario) de Kartalgrey; Piaré-Guor (pueblo Pampa) y Kalén (Argentina originario) de
galatea_dnegro y Antonio Fernández (España), propiedad de Himaruya Hidekaz.
Género: Semi histórico.
Advertencias: Hay algo de violencia, pero es escaso.
Clasificación: PG-13
Resumen: Un sueño susurra el futuro al oído del que puede oír y las vidas empiezan bajo la luz de la luna un camino largo, en espiral. Entretejidas en el telar de la existencia las hebras se reúnen para contar una historia. Y una buena historia siempre tiene nudos y líneas torcidas.
Agradecimientos sentidos y enormes a mi fantabulosa Dante,
nanamii, que me tuvo una paciencia de oro en la edición a
haruko_hi (por aguantarme) ,
galatea_dnegro (mi mejor amiga, mi cómplice, que me prestó a sus oc's y me tuvo paciencia), a Satsuki, a Yael (que tuvo la gentileza de dejarme usar a sus oc's y darme su apoyo) y a todas aquellas que quisieron acompañarme en esta aventura y apostaron por mí. Gracias, de verdad.
I. Prólogo II. Capítulo I III. Capítulo II IV. Capítulo III Epílogo
Cien We tripantu
[i].
El Hualicho era Cambio. Y el Cambio no era bueno y tampoco era malo. Simplemente era, como el sol, la luna y las estrellas.
Pillán siguió luchando por preservar su tierra, sus tradiciones y sobre todo, a sus nietos. Pero ya no era la Nación Mapuche, solamente la voz y la fuerza de aquellos llamados reche, aquellos intocados por la sangre española que aguaba el coraje de los guerreros y el vientre de las mujeres, quienes terminaban pariendo niños llenos de miedo.
Cien We tripantu y esos hombres vestidos con largas faldas que se hacían llamar <> acusaban a los machi hueye
[ii] de sodomía y hechicería, prohibiéndoles el mero hecho de vivir con los demás y desarrollar su labor, protegiendo a la gente del mal. Solamente la mujer tuvo permitido ejercer el oficio y el hombre machi fue denominado una aberración del demonio; su intercesión ante los dioses no era necesaria porque hacía cien We tripantu no había guerra, apenas unas escaramuzas que no asustaban a nadie.
Los mapuches reche
[iii] no tardaron en reunirse con Pillán a escondidas y a tratarlo como si se tratara de una mala palabra y no un alivio. Todavía soñaba por tres, pero sus sueños se hicieron cada vez más crípticos, confusos y tristes. El hombre despertaba empapado en sudor y como Piaré ya no sonreía igual que antes, sus visitas se hicieron más breves y silenciosas, como lo eran las noches después de un funeral.
Quizás por eso estaban envueltos en tanto silencio.
Quizás estaban ambos muertos.
Inés, ya resignada a su nuevo nombre, visitaba a su abuelo de vez en cuando. Le llevaba de regalo queso, huevos y algo de charqui, conversaba con él y lo miraba dormir, apenas consciente de su vida anterior, pero todavía sintiéndose incapaz de abandonarlo como había hecho Athn Mapu. Tanto Kalén como él habían olvidado completamente el nombre de sus ancestros y abrazaron a España como único padre, para bien y para mal.
El Hualicho era Cambio.
Pillán, dominado por su corazón y su venganza, olvidó no sólo que debía combatir a los espíritus; también las lecciones de su viejo antecesor, aquel que lo había tomado de entre el musgo celeste entre las raíces de un alerce en el cenit de una luna llena.
«No olvides tu propósito. Todo existe con un principio y un final: es el camino que cada cual debe hacer por sí solo».
El Cambio era imparable.
Y Pillán estuvo tan ocupado en su dolor, que no entendió que su batalla había estado perdida desde el primer día.
Había fallado como machi. Como reche.
Los mapuches dejaron de pelear y se comenzaron a conformar con su suerte. Pillán sintió en cada parlamento con España el pecho revuelto por una emoción incomprensible que lo obligaba a sonreír y a asentir con gratitud, como si recibiera un homenaje y no una afrenta.
Con el tiempo, Pillán fue capaz de desenredar la lengua de Antü en sus sueños y comprendió lo que le decía con su voz más suave, más lejana:
«Todo tiene un final».
En este mundo nuevo, había sitio para el dios de los huincas y ya muy pocos comprendían el poder de la tradición, reconocían la bondad de los ancestros y temían a su castigo. De las bocas de los mapuches salían santos, ángeles y demonios: así pasó que todo lo que, hasta la llegada del blanco, era verdad absoluta, yacía entre hojas de papel amarillo convertido en cuento, en mito, en leyenda, en algo pintoresco para entretener a los turistas rubios, a los señores de capa escarlata y múltiples anillos de oro labrados con sangre inocente.
Los reche morían. Y con ellos, Pillán se volvía débil y servil.
Cierta noche, una ventisca tenaz y furiosa se desató en el faldeo de la cordillera, a los pies del volcán Puyehue. Pillán abandonó su ruca, la prendió fuego y se quedó hasta que ardió la última de las cintas que ataba en las ramas para consolar a los ngen
[iv] del bosque por las ramitas que debía llevarse. Acto seguido, echó a andar y escaló durante horas en medio de la noche sin luna, cubierto apenas por su poncho, la frente coronada por una vincha azul que Piaré había trenzado con amorosa torpeza para que siempre se sintiera en su compañía.
Subió y subió hasta la boca del volcán. Ya amanecía y la nieve reflejaba con toda su fuerza la luz del sol naciente, rojizo como los ojos de Hatuntupaq. Una espesa humareda se elevaba en una gruesa columna que amenazaba con transformarse en una lluvia de ceniza espesa y oscuridad. Pillán volvió a ver el sueño que lo había acosado desde pequeño y pareció encontrar un nuevo significado en él.
Se sentó en un lugar cómodo y miró al cielo.
El mundo era distinto y no existía un lugar para él, como antes. No era porque así estuviera decidido, sino porque no tenía el corazón flexible como un junco de río que Piaré y Keraná llevaban en medio del pecho.
Había descubierto el nombre de lo que se agitaba en su alma y le pareció tan venenoso como lo eran los ojos de España. Si el mundo le exigía sonreír a la fuerza, prefería arrancarse los dientes con rocas de mar.
Él no estaba dispuesto a dejar de llevar su nombre y su tradición para seguir viviendo junto al Hualicho.
Era el año 1726 del Dios de los chilenos cuando Pillán, el machi hueye de los mapuches reche, decidió calmar al volcán con un abrazo eterno.
[i] Año nuevo mapuche.
[ii] Los machi weye eran hijos de caciques importantes y se iniciaban en el chamanismo a través de sueños y estados de trance. Aprendían a utilizar remedios herbarios y sus facultades mentales en especialidades que incluían la cirugía y el arte de acomodar huesos (gutaru), la curación con hierbas y las invocaciones a los espíritus (ampivoe), la localización de aquellos que causaban enfermedades a través de la brujería (ramtuvoe), autopsias (cupuvoe), adivinación (pelonten), obstetricia, y de aquellos que hacían brujerías mediante el uso de dardos mágicos o envenenamiento (kalku).
[iii] Hasta el siglo XVIII, habría existido entre los integrantes de la etnia mapuche la autodenominación reche, «gente verdadera»
[iv] Los ngen eran los espíritus presentes en todas las cosas existentes. Solían honrarse como guardianes.
Nota: El Parlamento de Negrete (1726) fue una junta diplómática de la que emanó un tratado entre españoles y mapuches. En ella, los españoles renunciaron a conquistar la Araucanía (territorio mapuche), reconociéndolos como nación independiente y al mismo tiempo los mapuches cesaban cualquier enfrentamiento bélico. Si bien en términos prácticos la paz absoluta duró 33 años, los mapuches fueron considerados por los españoles como una nación aparte, situación que se mantuvo hasta la independencia de Chile (1818).