Título: El Sueño Esmeralda: Una Historia en el Sur
Autor:
thomas_mckellenPareja o personajes: Pillán (Pueblo mapuche) Athn Mapu y Lanküyén (Chiles originarios) de
thomas_mckellen; Hatuntupaq (Imperio Inca) y Qoniraya (Perú originario) de Kartalgrey; Piaré-Guor (pueblo Pampa) y Kalén (Argentina originario) de
galatea_dnegro y Antonio Fernández (España), propiedad de Himaruya Hidekaz.
Género: Semi histórico.
Advertencias: Hay algo de violencia, pero es escaso.
Clasificación: PG-13
Resumen: Un sueño susurra el futuro al oído del que puede oír y las vidas empiezan bajo la luz de la luna un camino largo, en espiral. Entretejidas en el telar de la existencia las hebras se reúnen para contar una historia. Y una buena historia siempre tiene nudos y líneas torcidas.
Agradecimientos sentidos y enormes a mi fantabulosa Dante,
nanamii, que me tuvo una paciencia de oro en la edición a
haruko_hi (por aguantarme) ,
galatea_dnegro (mi mejor amiga, mi cómplice, que me prestó a sus oc's y me tuvo paciencia), a Satsuki, a Yael (que tuvo la gentileza de dejarme usar a sus oc's y darme su apoyo) y a todas aquellas que quisieron acompañarme en esta aventura y apostaron por mí. Gracias, de verdad.
I. Prólogo II. Capítulo I III. Capítulo II Capítulo III
Nueva Extremadura
[i].
Pillán escuchó ese nombre con el semblante perplejo de quien no entiende.
-¿Estás seguro, mensajero? -El jovenzuelo bebió un poco más de mudai
[ii]y asintió, recordando todo lo que debía decir.
Athn Mapu y él debían partir lo antes posible, para proteger a Lanküyén y reforzar la resistencia de los mapuches al norte del río Bío-Bío. El muchacho, convertido en esos años ya en un muchachito que aparentaba siete años de edad y sabía tomar con fuerza sus propias armas, dio su consentimiento con el ceño fruncido, serio y tenso como el arco que esa primavera había aprendido a usar.
-Este es el Hualicho, ¿verdad, abuelo?
-Sí, Athn Mapu. Es hora de que te prepares para la guerra.
Algunos años antes, Pillán llegó a dudar de sus propias visiones y el mensaje que los dioses le habían entregado en sus sueños. Entonces llegó desde el corazón mismo del Imperio Inca un grupo de hombres con la piel pálida. Asustaron a todos de la misma manera en que lo hicieron en otros rincones del mismo continente, pero pronto la gente comprobó que eran humanos y falibles como ellos, solo que dueños de otras costumbres y forma de ver el mundo.
Estos hombres blancos hablaban de algo llamado «Europa», de «Dios», de los «Reyes Católicos» y tantos otros disparates con una seriedad mortal. Guerreros temibles, al comienzo causaron un gran temor con sus máquinas de guerra, mas pronto se agotaron, incapaces de resistir el vigor y la fiereza de los mapuches, por lo que terminaron por regresar a Cuzco más pobres que nunca y maldiciendo entre dientes.
¿Era ese el Hualicho? Los caciques preguntaron lo mismo muchas veces, pues el machi siempre los preparó para algo que superaría, con mucho, sus propias fuerzas. No osaron burlarse porque sabían que Hatuntupaq y Qoniraya eran sus vasallos y no era cosa de risa saber a los Incas derrotados.
Eso no quitó que el resultado, tan desigual, les desconcertara por completo.
Pillán se mostró igualmente sorprendido y se preocupó un poco más cuando la ausencia de Piaré-Guor se sostuvo en el transcurso de aquellos breves años.
Con esta nueva noticia, las cosas tomaron un cariz más sombrío, por lo que tanto el machi como su nieto decidieron marchar hacia el norte, acompañando a los guerreros para socorrer a aquellos que estaban en problemas.
Lanküyén, entre los mapuches en guerra, ya comprendía la diferencia entre los huincas
[iii] que llegaron más muertos que vivos aquella vez y estos, mucho más preparados y decididos a quedarse:
No venían solos.
Un hombre que no era hombre, los acompañaba. Se hacía llamar España, aunque los soldados y capitanes se dirigían a él en la intimidad como «Don Antonio».
-Vuestro nombre ¿cuál es? -le preguntó «Don Antonio», quien no tuvo dificultad en reconocer la verdadera naturaleza de la niña.
-Lanküyén.
-Desde hoy te llamarás Inés, en honor a la aguerrida mujer que nos acompaña -concluyó sin dar una segunda mirada al asunto.
Inés de Suárez
[iv]era la amante de Pedro de Valdivia y, con el tiempo, se transformó en la persona a la cual Lanküyén más temería y odiaría. A medida que los españoles se asentaros e impusieron su forma de vida, la niña, ahora prisionera, rogó con más fuerza volver a reunirse con su hermano y su abuelo y así volver a su casa, entre sus árboles y la gente a la que extrañaba tanto como a su amigo, Qoniraya.
La suerte de Qoniraya estuvo sellada desde el momento en que los españoles al mando de Almagro lo habían hallado en un valle junto a su prometida. Apenas los vieron venir, a trote lento y agónico, el muchacho comprendió la derrota de su abuelo y tomó una decisión: antes que huir, prefería conservar la libertad de su buena amiga y saberla a salvo antes que regresar a casa como un prisionero cualquiera.
Lanküyén estuvo bien escondida hasta que este «España» llegó con otros hombres y la capturó, sabiéndola más divina que humana. Los mapuches lucharon con denuedo para recuperarla, pero no hubo manera de conseguir su libertad. Fue cuando llamaron a Pillán y Athn Mapu. No podían retrasar por mucho más el enfrentamiento para el cual se habían preparado todas sus vidas.
Y España los esperó con la calma de quien sabe cazar. Ahora que había encontrado para su causa al capitán más adecuado y ambicioso de todo Cuzco, se sentía seguro de vencer y someter a todos aquellos salvajes desprovistos del temor a Dios a la Corona. Así fue que desechó todos los cuentos de Hatuntupaq acerca de los mapuches.
-¿Temerle yo a unos simples indios? Buen amigo, se ve que todavía no me conoces bien.
-Yo también me los tomé a la ligera, pero me vencieron y tuve que firmar con ellos una tregua.
-Es lo esperable, pues no tienes a Dios Altísimo de tu lado, cosa que yo sí tengo - Puso su mano sobre el hombro dolorido de su reo-. No temas por mí, buen inca. Ya verás cómo venceré, gracias a la Divina Providencia, donde tus hombres resultaron completamente inútiles.
Ahora no traía consigo a un hombre enfermo y un montón de indios cobardes. Ciertamente su hueste estaba más ajustada y menos aparejada, pero en valor redoblaba a la anterior y, además, disfrutaba de la bendición de su compañía, pues antes prefirió quedarse en el Cuzco que ir a la saga de Almagro a correr aventuras inciertas. Pedro de Valdivia
[v] venía de su mano y habían sorteado juntos las inclemencias para arribar al borde austral del Imperio Inca y fundar allí la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, uno de muchos bastiones que acabarían por consolidar su hegemonía allí, donde los ingleses herejes y los franceses libertinos no osarían poner los pies.
Debían darse prisa y dejar de jugar con esos indios descreídos que se sentían superiores al alcance de su noble ejército.
La Conquista inició en todo rigor, al igual que los levantamientos. El emplazamiento de Santiago del Nuevo Extremo fue quemado una mañana y en represalia Inés de Suárez decapitó a siete caciques prisioneros frente a los horrorizados ojos de Lanküyén.
-Esto le espera a tu gente sino los obligas a rendirse -anunció la mujer pasando el filo embebido en sangre por el cuello de la muchacha-. Ya lo han perdido todo. Basta ya de tonterías, chiquilla endemoniada.
La inocencia de la pequeña corrió en ríos de fuego esa noche, junto al carmín y el terror de los suyos, de pronto derrotados y atemorizados ante aquellas cabezas estacadas en la punta de siete lanzas. Y por largos años aquella niña no se atrevió a abrigar ningún tipo de esperanza, para no volver a sufrir semejante dolor.
***
La pesadilla vino a Athn Mapu otra vez.
Una mañana de nieve, los cascos de un caballo, una criatura envuelta en fuego que lo alzaba de entre los cadáveres de los suyos y unos terribles ojos verdes comiéndole el corazón desde adentro.
Atenazado por la fiebre, el niño se abrazó a su abuelo, llorando y preguntando nuevamente por el paradero de su hermana. Pillán ya no era capaz de calmar su llanto ni de bajar la temperatura de su piel con hierbas y agua. El niño estaba irremediablemente enfermo, observando su destino sin descanso como hacen los que ya están listos para cruzar el mar hacia la otra vida.
¿Por qué tenía esas visiones?
Se suponía que sus ojos estaban completamente ciegos y sus oídos sordos a los mensajes de los dioses y que lo sucedido cuando había nacido su hermana era solamente un suceso extraordinario.
-No quiero que los ojos verdes me lleven, abuelo. No quiero.
-Deja de llorar, Athn Mapu. Verás que no te llevará con él.
Pillán no pudo cumplir su promesa. Una mañana de invierno, mientras él se veía con Piaré, el que también había saboreado la espada de los conquistadores, España sembró la muerte en su hogar y cosechó a su nieto de entre las manos de sus cuidadores. Sucedió tan rápido que no pudo reaccionar y mil veces maldijo al invasor, rogando a los cielos por alguien que le ayudase a acabar con la terrible amenaza de una vez por todas.
El cielo respondió con un rumor de guerra y un hombre dispuesto a luchar hasta el final contra la sangre española.
-Leftrarü
[vi] -Inés, la que antes había sido Lanküyén, susurró bajito a su oído-, eres nuestra única esperanza.
El caballerizo de Valdivia contaba dieciséis años de edad en ese momento. Inés, por su parte hacía años que se escapaba constantemente de la vigilancia de España. El muchacho dio a Inés un pedazo de pan y le dedicó una mirada de amor y tristeza a la muchacha.
Valdivia no lo llamaba por su nombre indígena como Inés, sino que insistía en tratarle como Felipe Lautaro. Sin embargo, el joven no creía en su nombre español, como tampoco en aquel dios cristiano.
-Por largo tiempo mi familia mantuvo vivo el error que cometió con tu hermano -replicó el joven, recordando-. Verás que esos huincas se irán para siempre y él volverá a ser como antes, bella madre.
Athn Mapu llegó en la grupa del caballo de Antonio una mañana helada de junio y tras dos largas semanas a la intemperie para dominar su espíritu con hambre, sed, frío y algunos azotes, España le dio un nombre cristiano, lo bautizó en su religión, lo disfrazó de criollo y le dio una labor, seduciendo a su corazón temeroso y apocado para que olvidase el pasado y lo tomara a él como único padre.
Benjamín, lo llamó, para que no olvidase que era hijo suyo, el más amado y el que más esperaba, como le decía cada noche antes de rezar juntos al Ángel de la Guarda.
Leftrarü lo vio llegar como vino él un día y lo reconoció al punto: Era el machi truncado por el error de uno de sus antepasados, generaciones atrás. Su resolución de librar a su pueblo volviendo las armas de los extranjeros en su contra no hizo más que endurecerse como una espada. Y el servilismo, el olvido de Athn Mapu, le ensombreció el alma y le atenazó el ingenio.
No se darían por vencidos tan fácilmente.
Por eso, tras largos años de combate, cuando Leftrarü alzó en su mano el corazón del cconquistador Pedro de Valdivia, creyó que su gente podría ver la luz de la libertad y a pesar de su miedo, se sintió feliz.
Nadie, excepto Pillán, comprendió que ese era apenas el comienzo. Athn Mapu, feliz e inocente otra vez con sus ropas y modales de español, escuchó la noticia de la muerte de Don Pedro sin entender de qué se trataba. Y por la noche, cuando Antonio se puso de rodillas y lloró bajo la higuera del patio, sintió pena y le prometió nunca dejarlo solo y no entregarse a los mapuches, creyéndolos malos por causar a su padre semejante dolor.
Creyó ciegamente en la sonrisa de España. Creyó que con eso su padre sería feliz, sin pensar en los que había dejado atrás, su verdadera familia. Nunca se le ocurrió pensar en por qué su padre sonrió de ese modo ni por qué, a partir de entonces, no volvió a soñar nada por muchos, muchos años.
Y cuando su hermana le llamó «traidor», Benjamín le dijo que la traidora era ella, por estar del lado de los «salvajes» que tanto daño causaban a Antonio.
-¿Ya no recuerdas? -gritó la niña- ¿No recuerdas la lluvia, el olor de los ponchos, a Kalén corriendo sobre la nieve?
Capitanía se sintió herido por la última palabra. La nieve.
La odiaba.
Y a Inés también, por decir esas cosas tan feas.
Antonio sentó en sus rodillas a Benjamín y lo llenó de besos para premiar su coraje. Luego le explicó que Kalén era el nombre de Río de la Plata antes de ser debidamente bautizado y, que si lo deseaba, podría verlo tan seguido como le apeteciese.
-¡Sí! Quiero un hermanito con quien jugar para no aburrirme en el monte.
Pillán no se resignó a las evidencias que señalaron su futura derrota en la batalla. Recuperó a Lanküyén y le devolvió su nombre, pero no pudo dejar de notar con horror que ella comía con cuchara y sus ojos se apagaban día tras día, unida irremediablemente al alma de su hermano, quien cada año era un poco más parecido a Antonio. El verde sauce se tornó pardo opaco y el rojo de su cabello perdió su insolencia vital, de pronto yerto sobre sus hombros como un animal al que ha sorprendido una helada.
Ella también dejó de soñar.
El machi, entonces, se convirtió en un guerrero más. Muchas veces el amanecer sorprendió a Pillán tomando el arco para combatir al huinca apenas salía el sol. Lleno de odio, el que una vez había sido sagrado contrincante de lo invisible alzó su puño contra enemigos de carne y piel, descuidando su labor de vencer aquello que los seres humanos no conocen.
Cada vez que encontró a Antonio, lo hizo pasar por las más terribles agonías: colgaba de un árbol con los ojos desorbitados y la lengua violeta, era desmembrado contra una roca, su caballo lo arrastraba por el suelo con la espalda por pecho como una horrible muñeca descartada a medio juego.
No importó si atravesó su pecho, si devoró sus ojos para dejar de verlos en sueños, condenado a ver el futuro tres veces, por él y por sus nietos dormidos, Antonio despertaba de la muerte y se burlaba de él, dejándole ver cómo Lanküyén contaba cuentos a los españoles prisioneros para distraerlos de su tormento y cómo Athn Mapu lo llenaba de besos, contento con sus ropas y su nombre de extranjero.
Los niños que habían sobrevivido a las matanzas y a la guerra ya se habían convertido en caciques llenos de canas cuando dijeron por primera vez que estaban cansados de esta confrontación y querían hacer una tregua definitiva antes de caer exterminados y saber la memoria de su existencia completamente borrada de la faz de la Tierra como esperaban sus enemigos, esos siervos del gran Hualicho de ojos verdes. Para entonces, Piaré y Pillán solo se reunían un día en la estación de sol para planear cómo pasar el nuevo año peleando por recuperar a sus nietos.
Cada reunión traía noticias más y más desalentadoras: España y sus secuaces se adueñaban de todo.
Habían sometido a Senaqué y lo habían reducido al exilio como habían hecho con Hatuntupaq. Los españoles se llevaron de entre sus brazos a Qoniraya y a Bilué para hacer de ellos aborrecidas marionetas, y estos ya no recordaban mucho de lo que habían sido una vez. Keraná había corrido mejor suerte y podía mirar todos los días la sonrisa de Angatupyrý al convertirse en una de las protegidas de Antonio. Iracema aún oponía resistencia al Hualicho Portugal, mas Tabaeretá ya comía con cuchara e iba a misa, como también hacía la desdichada Lanküyén. Él ya no volvería a los brazos de su madre, que lo lloraba por las noches convertida en aire malo para enfermar de selva a los traidores y matarlos.
Kalén era también uno de los hijos de Antonio, en cuyos ojos verdes ese Hualicho despreciable se solazaba haciéndolo cantar y bailar como una muñeca más.
El Hualicho, quien tomó muchas formas para combatir al mapuche, justo en donde Pillán descuidó su labor por buscar revancha.
No sólo fue la mano empuñando la espada, fue la carne llevándose el valor de sus mujeres, el agua estancada que hizo vomitar hasta el corazón a los infelices que osaron equivocarse de pozo. Fue el hambre partiendo de dolor los vientres negros con carbón de los que trabajaban en las minas, las coces de los animales de corral matando a los criados de piel morena. Fue el llanto de los bebés tirando de los cadáveres de sus madres, inmóviles ante el avance de las flores rojas que estallaban en sus pieles. Y fue también la mano severa del amo, alrededor de algún cuello para demostrar al siervo que era dueño hasta del aire en sus pulmones, por algún mandato divino que nadie podía comprender.
Y el Hualicho también fue esas cosas que Pillán no quería ver, por miedo.
Fue la suave risa de dos amantes en la noche. Fue la mano que sostuvo con valentía la pluma y robó con determinación el látigo. Fue el pecho blanco que dio al niño hambriento hogar y abrigo, fue la misericordia que salvó la vida o ayudó al buen morir. Fue la boca inspirada que grabó en cortezas de árbol la gesta de una nación indomable y cantó su grandeza a los cuatro vientos, de frente a la naturaleza y de frente a esos reyes que todo lo regían sin conocerlo.
Trajo un sabor nuevo, maravillas que nadie hubiera visto de no ser por su intercesión. Trajo médicos, poetas, secretarios y obreros. Trajo los libros encuadernados en cuero que Benjamín olía a escondidas porque era pecado. Trajo las sillas y las botas de montar que Río de la Plata llevaba día a día con orgullo. Trajo la tinta con que Miguel registró alegremente el paso de las mañanas en su casa grande y lujosa. Trajo los besos que hacían a Daniel sonreír cada amanecer. Trajo el canto que calmaba a Sebastián y la corona de rubíes que Luciano llevaría sobre su cabeza cuando fuera mayor.
Trajo el silencio, el olvido y el cambio.
-Ya no más, Pillán. No somos numerosos, somos mestizos. Estamos hambrientos, estamos derrotados.
Mestizo. Pillán aborrecía esa palabra con todo su corazón.
Era el año 1612 del Dios de los blancos y los mestizos cuando se llevó a cabo el Parlamento de Paicaví y se acordó la primera gran tregua entre los mapuches y españoles que habían sobrevivido casi ochenta años de calamidad. Los curas jesuitas entraron en las rucas de los caciques y los convencieron de que sus antepasados no eran sino espíritus en paz y las palabras de Pillán engaños de los demonios seductores que comerían sus almas y les negarían el Paraíso.
-¿Qué vamos a hacer, Pillán?
Hasta Piaré había perdido la fe.
Y, por primera vez, él no supo qué responder.
Esa noche, mirando a su madre en el cielo, le preguntó por el nombre del sentimiento que se revolvía en su pecho cada vez que pensaba en los ojos verdes de España, fijos en su piel.
Desgraciadamente, la respuesta de Küyén lo llenó de miedo.
[i] Nueva Extremadura fue el nombre dado a Chile, cuya capital fue fundada como Santiago de Nueva Extremadura, por el conquistador extremeño Pedro de Valdivia. Debido a lo anterior, la llamada Capitanía General de Chile fue conocida como «Reino de Nueva Extremadura», como aparece en las actas del Cabildo de Santiago y en documentos oficiales; sin embargo, tal denominación no prevaleció,3 siendo reemplazada por «Reino de Chile».
[ii] Bebida hecha a base de trigo y de baja graduación alcohólica. Posee una apariencia algo lechosa.
[iii] Huinca: es la palabra que los mapuches utilizan para referirse al “extranjero”. Con los siglos ha tomado un cariz peyorativo y es sinónimo de la denominación “blanco”.
[iv] Inés Suárez o Inés de Suárez (Plasencia, Extremadura, España, 1507 - Chile, 1580) fue una de las fundadoras de la actual ciudad de Santiago de Chile (por aquel entonces, Santiago de Nueva Extremadura) junto al conquistador de Chile Pedro de Valdivia, con el que mantuvo una larga relación extramatrimonial.
[v] Pedro de Valdivia (Villanueva de la Serena,1 2 3 4 Extremadura, España, 17 de abril de 14971 - Tucapel, Nueva Extremadura, 25 de diciembre de 1553) fue un militar y conquistador español de origen extremeño. Es reconocido por ser el Fundador de Chile, y a su vez, de la chilenidad, ostentando numerosos monumentos, avenidas y plazas, tanto en Santiago como en otras ciudades chilenas.
[vi] Lautaro (del mapudungún Leftrarü: "halcón veloz"; lef: veloz, traru: halcón1 ), (Trehuaco, Provincia de Ñuble ca. 1534 - Peteroa, 1557) fue un destacado líder militar mapuche en la Guerra de Arauco durante la primera fase de la conquista española de Chile.
Nota:
1)-. El incendio de Santiago sucedió el 11 de septiembre de 1541. El cacique Michimalonco, al mando de una hueste de mapuches decidió tomar por asalto la recientemente fundada ciudad de Santiago del Nuevo extremo, aprovechando la ausencia de su gobernador, Pedro de Valdivia. A pesar de la abismal diferencia numérica (55 españoles contra 10.000 mapuches, aproximadamente) la española Inés de Suárez logró revertir la situación y salvar la vida al decapitar a siete caciques mapuches que tenía como prisioneros y amedrentar a sus rivales por este medio. La historia resalta el coraje de Inés y aunque la destrucción de la ciudad fue completa, se le trata como a una heroína.
2)-. El llamado Parlamento de Paicaví de 1612, (si bien no corresponde al típico "parlamento" que se realizará en los siglos XVII al XIX), fue el primer intento serio para poner fin a la Guerra de Arauco entre mapuches y españoles. Se realizó en un momento de cansancio de la guerra tras el fin los grandes movimientos mapuches que tras la Batalla de Curalaba habían significado la destrucción de todas las ciudades al sur del río Biobío.