Diez maneras de hacerlo en New Haven.
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Dan ha cambiado las sábanas hace apenas un par de horas, y ya va a tener que cambiarlas otra vez. El problema es que sólo tiene dos juegos, y el otro está hecho un montón arrugado en una esquina de la habitación, y él no tiene ninguna intención de ir a hacer la colada en ese momento.
Apoya la cabeza sobre el hombro de Chuck, y sabe que está despierto, aunque no haya dicho nada desde hace un buen rato, porque le oye respirar y ya es capaz de distinguir los cambios de ritmo cuando duerme. Simplemente hay veces en las que no hay nada que decir. Para Dan esos momentos son raros, pero los hay.
Chuck le rodea la espalda con el brazo, y su mano derecha acaba sobre el pecho de Dan sin querer. Es la primera vez que él se fija en sus manos de verdad, y se da cuenta de que son la única parte de su cuerpo que realmente parece de una persona de veinte años. Diecinueve, de hecho, porque es unos meses menor que él (a Dan le gusta recordarse eso de vez en cuando). Chuck tiene las manos pequeñas y tienen algo que las hace indescriptiblemente infantiles, a pesar de ese ridículo anillo en el meñique que no se quita ni para dormir. Se muerde las uñas, además, aunque Dan nunca le ha visto hacerlo. Le hace más gracia de la que debiera pensar que lo hace a escondidas, como si así pudiera ocultar el hecho de que tiene debilidades humanas.
Dan toma la mano en la suya para mirarla más de cerca, y nota el cuerpo de Chuck tensarse, como un animal poniéndose alerta.
-Odio como huele tu champú -dice de repente.
-Vaya, gracias -replica Dan-. Es un detalle que hayas esperado tres años para decírmelo.
Sabe que es una sucia mentira, pero le sigue el juego. A Chuck a veces le gusta meterle un poco de caña cuando parece que se siente demasiado cómodo, así que la toma con cosas pequeñas que realmente le gustan, como el olor de su pelo o el color de sus ojos o la manera que tiene de girar un bolígrafo entre los dedos cuando piensa. Tampoco le pone demasiado énfasis, no vaya a ser que a Dan le afecte de verdad y cambie de marca de champú.
-Estaba pensando… -dice Dan, y se da cuenta de que está nervioso. Lleva toda la tarde ensayando las palabras en su cabeza, y aún no ha conseguido que suenen todo lo bien que deberían-. ¿Tienes algo que hacer mañana?
-¿Algo como qué?
-No sé. Supongo que tienes clase, así que no…
-No tengo ninguna que no me pueda saltar -le interrumpe-. ¿Por qué?
-Bueno. He pensado que… Yo los lunes no tengo clase, así que había pensado que, si no tenías nada que hacer, aunque supongo que tienes porque eres un hombre muy ocupado y tal, pero…
-Dan, haz el favor -suspira Chuck.
-Podías quedarte más tiempo -estalla, y las palabras se le atropellan-. Yo el fin de semana que viene tengo esta cosa a la que no puedo faltar, así que… No podré ir el viernes. Por eso.
-Ya veo.
-Si no puedes… o quieres, pues nada -y trata de reírse para quitarle gravedad al asunto.
-No veo por qué no -contesta Chuck, y no parece haberlo pensado mucho.
-¿Eso es un sí?
-Supongo que lo es.
-A veces con un sí es suficiente, ¿sabes?
Chuck se ríe, y Dan por fin es capaz de relajar los músculos y respirar.
-Humphrey, ¿tienes algo que hacer el martes?
-Nada que no me pueda saltar.