Diez maneras de hacerlo en New Haven.
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Dan necesita tres intentos para abrir la puerta de su habitación. Chuck tiene que apoyarse en la pared para no perder el equilibro, y aprovecha para leer unos fascinantes carteles a favor de la legalización de la marihuana que encuentra ahí pegados.
-Ya está. Estaba girando la llave en sentido contrario -dice, abriendo la puerta triunfalmente.
-Me asombra tu ingenio.
-Estoy un poco borracho. Ha sido divertido, ¿verdad?
-¿Lo de la puerta?
-No, tonto…
-No me insultes -interrumpe, entrando en la habitación a trompicones detrás de Dan.
-La fiesta. Ha sido divertida.
-Sobre todo cuando te has subido a bailar ‘Like a Virgin’ sobre la cama de alguien.
-Oh, Dios -se ríe Dan-, espero no recordar eso mañana.
-Bailas mucho peor de lo que esperaba. Yo lo recordaré -asegura.
-No lo harás. Estás mucho más borracho que yo.
-No es cierto. Es la cerveza, que me hace ser inapropiado -trata de justificarse, y es perfectamente consciente de que está hablándole demasiado cerca, porque es capaz de oler el humo en su pelo.
-Tú siempre eres inapo-ro -a Dan se le traba la lengua y tiene que parar un segundo a pensar en la palabra-… inapropiado.
-Y también estoy un poco fumado, sí.
-Se me caen los pantalones. Creo que he perdido el cinturón -dice, como hablando solo, y mira alrededor girando sobre sí mismo, tratando de encontrarlo desesperadamente. Se pone de puntillas para subírselos tirando de los bolsillos traseros y la camiseta se le levanta ligeramente. Chuck no puede evitar fijarse en su piel pálida, en esos pequeños hoyuelos tan perfectamente simétricos de su espalda, tan abajo que ya no podría considerarse espalda, y le parecen lo único inmutable entre el caos del mundo. Está fumado de verdad-. ¿Cómo puedo haberlo perdido? -sigue él, totalmente ajeno a todo-. No me lo he quitado. ¿Verdad?
-Hoy no te has puesto cinturón -dice Chuck, conteniéndose para no estirar el brazo y tocarle bajo la camiseta.
-¿Cómo lo sabes?
-Me fijo en esas cosas.
-¿En mis pantalones?
-Los pantalones sólo son el continente.
Dan se gira y le mira con esa cara de estúpido redomado que pone cuando no entiende algo o cuando presta demasiada atención. Abre la boca, levanta las cejas y gira la cabeza hacia un lado.
-¿Cómo la Atlántida?
-¿Qué? -pregunta Chuck frunciendo el ceño-. ¿Qué…?
-El continente -repite Dan.
-En oposición al contenido, analfabeto.
-Oh.
-Si no te pones cinturón sé que puedo emborracharme, porque luego no tendré que pelearme con él para desnudarte -aclara, en un tono de lo más casual-. Es el tipo de cosa que no soy capaz hacer cuando bebo.
-Lo tienes todo pensado.
-Siempre -reconoce, con cierto orgullo.
Dan sonríe tímidamente, volviendo a subirse los pantalones.
-¿De verdad bailo mal?
-Es increíble que folles tan bien con lo mal que bailas.
-Supongo que eso es bueno.
-Psseeee -musita Chuck, sentándose en la cama de Dan y cayendo de espaldas bajo el peso del alcohol en su riego sanguíneo.
-Estás tan borracho que podría aprovecharme de ti.
-Estás tan borracho que no podrías ni aunque quisieras -replica, mientras la habitación da vueltas a su alrededor.
Él, sólo para demostrarle que sí, se sienta a horcajadas sobre su regazo.
-Podría -dice, con ese tono de sabelotodo que ya es marca de la casa.
Chuck le mira durante un momento más largo de lo que debería. Tiene en la cara esa sonrisa un poco torcida que choca con su inocencia habitual y su cara de nunca haber roto un plato, y lo hace aún más perverso.
-Tus cejas no paran de moverse -le dice.
-Las tuyas tampoco -replica Dan.
-Pero mis cejas sólo se mueven de arriba abajo. Las tuyas están más… articuladas.
Dan se ríe, y Chuck siente su cuerpo vibrar con perfecta claridad sobre el suyo. Es de esas personas que, cuando se ríe de verdad, lo hace antes con el cuerpo que con la voz.
-Chuck, joder. Deberías beber cerveza más a menudo -dice, apoyando las manos sobre sus hombros-. Eres gracioso cuando bebes. Gracioso en plan… eres divertido.
-No trato de serlo -asegura, metiendo las manos bajo su camiseta. Su piel siempre está caliente y suave, y cuando está sentado forma una arruga a la altura del ombligo que le parece francamente encantadora.
-Eso lo hace aún más divertido.
Dan cae sobre él a cámara lenta. Apoya la frente contra su pecho de puro cansancio y se acomoda como si pretendiera quedarse a dormir allí, con un profundo suspiro. Cuando Chuck le hace levantar la cabeza y le besa, ni siquiera él se lo espera. Su boca sabe amarga como la cerveza. Le besa muy despacio, como si simplemente necesitara los labios de Dan contra los suyos, y recorre su espalda con las yemas de los dedos hasta provocarle escalofríos. Él sigue teniendo las manos perezosamente apoyadas sobre sus hombros, y le corresponde el beso tan torpemente como lo recibe. Le está clavando a Chuck el codo en las costillas, y a él le importa bien poco.
Todo importa muy poco cuando Chuck está suficientemente borracho como para olvidarse de las convenciones sociales que se obliga a seguir. Toda esa lista de reglas que él mismo se impone a la hora de acostarse con alguien. No lo hagas más de tres veces seguidas con la misma persona, no duermas con esa persona después de hacerlo, no dejes que duerma apoyado sobre ti, con el brazo alrededor de tú cintura para evitar caerse de la cama cuando no le dejas espacio. Desde luego, no le acaricies el pelo mientras duerma por muy suave que sea o por muy bien que huela, aunque sepas que lo hace tan profundamente que no se enterará nunca. Ni siquiera pienses en enamorarte de él.
Va rompiendo todas las reglas una a una.