Diez maneras de hacerlo en New Haven.
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Cuando Dan se despierta se da cuenta de que está aún vestido. Podrían darle con un martillo en la sien y la cabeza le dolería menos de lo que le duele en ese momento.
-Quiero morir -musita, enterrando la cara bajo sus brazos y dándose cuenta de que apesta a cerveza y a hierba como si se hubiera bañado en ello.
-Buenos días -oye decir a Chuck, y suena muy lejano, como si su voz estuviera envuelta en plástico de burbujas.
-Dios, tengo una resaca brutal.
Abre los ojos tentativamente, esperando haberse acostumbrado a la luz, y busca a Chuck con la mirada. Está en la puerta del baño con un cepillo de dientes en la mano y la misma camisa que llevaba la noche anterior.
-Me voy a duchar -le informa.
Dan se pregunta por qué tiene tan buen aspecto cuando duerme tan poco. Siempre es el último en dormirse y el primero en levantarse y, aunque lleve la camisa abierta y arrugada y el pelo revuelto, tiene mejor cara que la que Dan consigue tener tras una ducha, un afeitado y tres cafés. Está incluso tarareando algo.
-Estar de tan buen humor a estas horas es delito, ¿lo sabías?
-No estoy de buen humor. Y ya es la una.
-¿La una? Joder. -No le gusta reconocer que lo primero que se le pasa por la mente es que Chuck tendrá que irse en cinco horas como muy tarde. Ya es domingo. Los fines de semana se pasan tan rápido… -Tengo tanta hambre que me podría comer mi propio brazo. Voy a bajar a comprar algo. Y café que no sea una puta basura. ¿Quieres?
-¿Vas a bajar así?
Dan se levanta y se arrastra hasta la puerta del baño. Asoma la cabeza y se mira en el espejo, mientras Chuck le observa divertido. Está realmente demacrado.
-Me da igual -reconoce, sin ni siquiera tratar de hacer algo con su pelo para que deje de parecer el cadáver de un animal-. ¿Comida china?
-Vale. ¿Dinero?
-Tengo.
Chuck se mete en cepillo de dientes en la boca y se quita la camisa. Dan pierde un poco el hilo de sus pensamientos.
-Vale, entonces… No tardo.
Se pone las zapatillas y coge la cartera, mientras oye a Chuck lavándose los dientes y trasteando con botes y frascos en el baño. El restaurante chino está sólo a la vuelta de la esquina y mientras le preparan la comida (fideos con curry, arroz cantonés, cerdo agridulce y pato con bambú y setas) pasa a la cafetería de al lado a por el café. Uno para tomar allí, dos para llevar.
-¡Hey, Dan! -Él se gira con los ojos apenas abiertos y se encuentra a algunos compañeros de clase y amigos del club de escritura sentados en una esquina, con casi peor aspecto que él. -¿Te has visto ya en YouTube?
-No. ¿De qué hablas?
Él, un chico bajito y muy rubio, simplemente se encoge de hombros y se ríe. Dan recoge sus cafés para llevar y se bebe el otro de un solo trago, como si fuera jarabe para la tos, antes de acercarse hasta donde están sentados.
-¿Sigue en pie el cine del martes? -pregunta el mismo chico, con voz chillona.
-Sí. Me compráis la entrada y ya os la pagaré. Ahora tengo que ir al chino a recoger…
-Por cierto -le interrumpe una chica de pelo azul con media sonrisa pícara-, tu amigo nos pareció un amor. Tráetelo al cine.
-No… -Chuck no va al cine, piensa-. No estará aquí el martes. Tiene que volver a Harvard.
-Harvard. Buen partido, Dan, me gusta. ¿Derecho, quizás?
-Empresariales.
-¡Buen partido!
Él no tiene más remedio que reírse.
-Me voy. Cotillas.
Pasa a recoger la comida y vuelve a la residencia. Hace un frío de mil demonios, y las manos empiezan a quedársele heladas. Cuando entra a su cuarto se encuentra a Chuck al lado de la ventana abierta, con un cigarro en una mano y el móvil en la otra, y vestido simplemente con una toalla a la cintura.
Saca un café de la bolsa y lo deja a su lado.
-Ya tiene azúcar -le dice, sacando también el suyo y dándole un buen trago. Chuck sólo asiente ligeramente con la cabeza mientras sigue hablando con el otro lado de la línea en su tono serio de negocios.
-Me alegra saberlo. Sí. Esta noche, si no hay ninguna novedad. -Mira a Dan y da la última calada a su cigarro antes de apagarlo y tirar la colilla por la ventana. -Sí, gracias -y cuelga.
Dan se da cuenta de que hay una camisa limpia y unos pantalones perfectamente doblados sobre la cama. No era consciente de que Chuck venía preparado con ropa de repuesto, pero ahora le parece bastante lógico.
-Les he dicho que no me pusieran el puto pan chino, y lo han puesto de todas maneras -se queja Dan a nadie en particular, sacando cajas de cartón de la bolsa blanca del restaurante.
Chuck le planta la Blackberry frente a los ojos. Hay un video de Youtube abierto. Está muy oscuro, pero redistingue a alguien muy borracho bailando muy mal.
-¿Qué…? -empieza a preguntar, cuando se da cuenta de lo que está viendo-. ¡No me jodas! ¿Ese soy yo!
-Sí. Acaban de avisarme.
-Ese cabrón de Dave… -musita, antes de abrir mucho los ojos y caer en la cuenta de lo que está diciendo Chuck-. Espera. ¿Te han avisado? ¿Quién te ha avisado?
-Mi servicio de seguridad.
-¿Qué?
-Lo han encontrado esta mañana en una…
-¿Me vigilan?
-Me vigilan a mí -le corrige.
-¿Tú sales en el vídeo?
-No. Si lo hiciera ya estaría borrado.
-¿Entonces por qué coño…? -Dan estaba empezando a asimilar lo que estaba oyendo. -¿Por qué coño me vigilan?
-Sólo buscan cosas a las que puede tener acceso el público general. No miran en tu vida privada.
-¡Esa es mi vida privada!
-Joder, también es la mía -replica, levantando el tono por primera vez-. Y si quiero que siga siendo privada tengo que controlar las cosas que permito que salgan a la luz. Porque en cuanto algo entra en Internet se convierte en la vida de Charles Bass. ¿Comprendes? Se convierte en el presidente de una multinacional enrollándose con un tío que baila Madonna sobre una cama. Y eso me puede hacer perder millones de dólares.
Dan tiene demasiada resaca como para lidiar con eso en ese momento.
-Me voy a duchar antes de comer.
-Ya sé que es una puta mierda, Dan, pero esa es la persona con la que te acuestas.
Dan suspira, sacándose la camiseta y lanzándola a una esquina de la habitación. Ese es el problema, que se olvida de que Chuck no es siempre como es con él. Que normalmente no es tan casualmente gracioso, que no tararea por las mañanas y que no dice 'puta mierda' en voz alta. Se olvida de que tiene varios miles de millones y una empresa con inversores que deberían confiar en su criterio.
-No quiero que borren ese video, ¿vale? Esa es la persona con la que tú te acuestas. Aunque sea ridícula.
-Ya lo sé.
Dan se mete a la ducha con el cepillo de dientes en la boca y abre el agua. Se lava los dientes mientras deja que el agua caliente y el vapor se lleven el dolor de cabeza.
No está muy seguro de si Chuck le debe alguna explicación. Sólo es un video de Youtube. Probablemente sólo tengan su nombre en Google Alerts, y ese tipo de cosas Google las encuentra. Su nombre, y el de sus amigos, y su usuario en Twitter, probablemente, y su blog personal que creía que Chuck no conocía, y... Todo empieza a ser muy poco claro si le da tantas vueltas, y empieza a sonar a algo más propio de Bart Bass. Y Dan se imagina carpetas llenas de las fotos de sus últimas vacaciones y las radiografías de aquella vez que se rompió el brazo con doce años y los informes del psicólogo al que le arrastró su madre cuando se divorció de Rufus.
Chuck se apoya en el borde del lavabo, mirando a algún punto de la pared alicatada de enfrente sin ver nada realmente. Dan le pasa el cepillo de dientes a través de la cortina de ducha y él lo deja en el vaso sin necesitar una palabra de más.
Chuck no es así. No haría eso. Le mira a través de la cortina de plástico traslúcido y lo sabe. Por la manera en la que está ahí apoyado en silencio y mirando a nada en particular mientras la comida se queda fría. Está buscando la manera de decirle que él no es como su padre, y de hacerlo sin que parezca que cree que le debe una explicación. Porque no se la debe. O puede que sí, y eso es lo que más le cuesta decidir a Dan.
-Chuck -dice, por encima del ruido del agua, asomando la cabeza y goteando sobre el suelo del baño.
Él levanta la vista.
-¿Qué?
-Acércate.
Lo hace como si realmente odiara tener que moverse. Se levanta y da el medio paso que le separa de la ducha.
-¿Qué quieres?
Dan le toma de la nuca y le obliga a besarle. El pelo le chorrea sobre la cara, y es un beso húmedo y frío que sabe a limpio y a nuevo, y Dan no puede dejar de sonreír como un estúpido.
-¿Vale? -pregunta, y Chuck asiente con la cabeza una sola vez-. ¿Me pasas una toalla?