Primera Parte (A) Si hay algo que Santana López sabe con toda certeza, es que la vida es una mierda, especialmente cuando uno no espera que lo sea.
Lo aprendió a los dieciocho años, y no lo ha olvidado, y por eso se esmera todo lo que puede en proteger a Rachel contra todo y contra todos, pero aunque Rachel es pequeña, a Santana nunca le van a alcanzar los brazos para mantenerla alejada de todo lo mierda que es el mundo.
(Además, Santana sabe que Rachel sabe tan bien cómo ella lo mierda que puede llegar a ser la vida. Simplemente, Rachel prefiere adoptar una perspectiva diferente frente a eso. Santana prefiere tratar de ignorarlo.)
Santana López tenía quince años cuando se enamoró por primera vez. Ella era su compañera de banco en geografía e inglés, se llamaba Brittany y era lo más hermoso que Santana hubiese visto nunca en su vida. Santana lo supo apenas a las dos semanas de mirarse sonrientes por encima de los bordes de los libros en la sala de estudios e intercambiarse notitas durante las clases. Esa chispa, ese deseo de proteger y de tocar y de querer, todo mezclado a la vez, eso era amor.
El apenas ligero interés que lograban despertarle los besos de Noah Puckerman era una patética burla en comparación.
Santana López no es- ni era en aquel entonces, afortunadamente- una estúpida ni una crédula. Sabía que lo que acababa de descubrir no estaba bien- aunque su corazón y su cuerpo le dijeran sí, sí, sí- y que no podría contárselo a nadie, y que tendría que ser muy cuidadosa con cómo actuaba.
No se lo dijo a Brittany, tampoco, y esa fue, por supuesto, la decisión más dolorosa de todas.
Santana sabía que en la forma particular que Brittany tenía de percibir el mundo, había lugar para dudar de muchas cosas. Del amor, jamás.
No se podía permitir correr el riesgo y mucho menos podía permitir que lo corriese Brittany.
Santana se propuso morderse los labios, gritar de frustración sólo entre las cuatro paredes de su cuarto, mantener la fachada, tener los testículos de Noah Puckerman atados a su pulgar, coquetear con todo chico más o menos decente que hubiese en la escuela.
Fue cuando se dio cuenta de que lo hacía por la seguridad de Brittany y no por la suya,que Santana se dio cuenta de que estaba realmente jodida.
Al principio, se sintió aliviada al darse cuenta de que Brittany le estaba siguiendo el juego: durmiendo con un jugador diferente del equipo de fútbol día sí y día también.
A Santana, la ilusión le duró un mes. Al mes, comenzó a crecer la furia.
En el fondo, sabía que no tenía derecho a ningún ataque de rabia ni de celos. Nunca se habían dicho nada. No se debían nada. Demonios, Santana ni siquiera podía estar realmente segura de que Brittany sintiese lo mismo que ella.
Pero no por eso dolía menos. Todo lo contrario: dolía aún más. Santana había idealizado la situación, de algún modo en su cabeza las había convertido a las dos en amantes trágicas, y eso hacía que sobrellevar la mentira y la soledad fuese más sencillo, porque no se puede ir en contra del destino. Saber, en cambio, que era absolutamente irrelevante que fuesen las dos chicas, porque de todos modos Brittany no la quería porque era ella, le daba a toda la situación un creciente aire de mediocridad que a Santana se le hacía insostenible.
La tensión se terminó resolviendo una tarde de marzo, en el cuarto de Santana, donde estaban estudiando geometría. Santana gritó y lloró un poco. Le dijo que si no podía quererla como ella la quería, que al menos tuviera la decencia de no refregarle a sus novios de turno en la cara todo el día. Brittany la miró con dolor en sus grandes ojos azules y le dijo que cómo se suponía que supiese lo que Santana sentía por ella, cuando hacía meses que había dejado de tomarla de la mano, incluso en la intimidad, y se había acostumbrado al dolor constante de pensar que ya no la quería.
Ese fue el momento en el que Santana la besó.
La besó para callarla, la besó con las lágrimas cayéndole sobre las mejillas, haciendo el beso salado, agridulce. La beso una, dos, mil veces, porque qué fácil era besarla una vez superada la inercia inicial de verse obligada a no besarla.
Santana tardó dos o tres besos en darse cuenta de que Brittany le estaba devolviendo el beso, y que la había tomado de las manos hasta hacerla sentar en el borde de la cama.
Al día de hoy, Santana aún no está segura sobre cómo no se le paró el corazón en ese mismo instante.
Hablaron poco del asunto. Fue Santana quien tuvo la voz cantante, dejando bien en claro a quién podían contarle- a nadie-, lo que podían dejar que se sospechase en público- nada. Brittany dijo a todo que sí, porque decirlo es mil veces más fácil que cumplirlo.
Se besaron mucho. Quizás demasiado.
El idilio duró casi tres años y los parámetros de la relación no cambiaron demasiado: Santana sabía que quizás cuando fuese mayor tendría otra relación en la que hablar fuese una prioridad, pero que no tendría otra relación en la que su pareja fuese, literalmente, la luz de su vida.
(Santana se avergüenza un poco de haber supuesto, aunque inconscientemente, incluso desde entonces, que lo suyo no estaba destinado a durar. Aunque haya tenido razón.)
La gente sospechaba y pronto comenzaron los chismes y los murmullos a sus espaldas. Santana se hacía cargo de todos los comentarios con una ferocidad que le crecía a la par de las uñas, y mantenía siempre a Noah Puckerman al alcance de la mano, por si era necesario calmar los rumores más insistentes metiéndole la lengua hasta la campanilla. Insistió en que Brittany continuará saliendo con otros chicos, también, pero todos sabían que primero tendrían que pasar por su filtro implacable, y que siempre estarían bajo su mirada escrutiñadora y cada vez eran menos los que creían que el mal trago valía la pena.
La reputación de su padre servía, también. Nadie se atrevería a hacerle daño al Doctor López, que le había salvado la vida o había ayudado a morir con dignidad a al menos un familiar de todo Lima. Y Santana se ocupaba de que quedase muy en claro que todo lo que le sucediese, repercutiría directa y terriblemente sobre su padre.
En el fondo, siempre había poseído el potencial para ser lo que al final terminó siendo. Pero el verdadero por qué de por qué Santana López es como es, fue Brittany Pierce.
Santana no había pensado a futuro en su relación. Dolía demasiado. ¿Huirían juntas, como habían hecho la asiática y el paralítico? ¿Se casaría Santana con Puck, y conseguiría un marido dócil y estúpido para Brittany, y simularían toda su vida? Ninguna perspectiva le resultaba atractiva, por lo que Santana simplemente aplazaba siempre un poco más el momento de pensar en eso.
Al final de cuentas, fue beneficioso, porque no se pueden tener ilusiones rotas cuando no se tienen ilusiones.
Los Pierce no esperaron ni siquiera un día luego de que su hija mayor se hubiese graduado de la escuela secundaria antes de subirse los cuatro en un avión con rumbo a Amsterdam.
El por qué, Santana no lo supo nunca del todo. Supo que su padre tenía problemas financieros, y que eso sumado a los rumores que rondaban a su hija, habían sido motivo más que suficiente para emprender el regreso a la tierra natal.
(Santana no los puede culpar. ¿Quién no aprovecharía la salida fácil y sencilla de este hoyo de ratas, sin preguntas, sin tener que dar explicaciones, si se la tiene? No puede culparlos. Pero tampoco puede perdonarlos.)
La primer semana, Santana se la pasó rastreando cielo, mar y tierra por un modo de ponerse en contacto con Brittany, aunque fuese por código morse, ya que no había tenido siquiera oportunidad de despedirse. No encontró nada. Ni facebook, ni una casilla de correos, ni una dirección, ni un teléfono. Ni siquiera una idea general, como su universidad o la nueva empresa en la que debería trabajar su padre. Era como si los Pierce se hubiesen evaporado de la faz de la tierra.
Los siguientes dos meses se la pasó alternando entre los ataques de ira y los arranques de llanto histérico incontrolable. Dejó de comer, dejó de dormir, se paseaba por la casa delgada, pálida y ojerosa, llorando inconsolable y destruyendo a su paso todo lo que no le hiciese sangrar las manos al intentar romperlo (y algunas cosas que sí, también).
Creía que se estaba volviendo loca, porque lo único que le quedaba de Brittany eran las fotos- que no eran muchas- y las notitas que se pasaban en clases- que Santana atesoraba con un esmero digno de mejor causa- y uno que otro regalo pequeño. Santana fue destruyendo ceremoniosa y progresivamente todo lo que le hacía pensar en ella. No sabía si era para proteger su cordura o para atentar contra ella, como para sustentar que los últimos tres años sólo habían sido fruto de su imaginación.
No tiene ni la menor idea de qué hubiera sido de su vida si a los dos meses y ocho días no se le hubiera aparecido Noah Puckerman en la puerta de su casa, argumentando que dos meses es tiempo más que suficiente para el luto y que se la llevaba a tomar un helado, quisiera ella o no. Se la llevó de la mano, pero no intentó besarla en toda la tarde y Santana supo que con el último timbre de la escuela secundaria, esa relación ficticia se había roto.
Lo que nunca hubiese esperado es que hubiese tras ella una relación real.
(Hoy, siete años después, todo lo que le queda de su relación con Brittany son recuerdos, una foto donde están las dos, sonrientes, con el sol dándoles de frente en la cara, mejilla contra mejilla, que se salvó de la masacre por pura casualidad, y la amistad incuestionable de Noah Puckerman.)
Santana se dio cuenta de la enorme magnitud de lo que Puck había hecho por ella recién dos años después. Claro, Puck no había estado con ella los primeros días, los días de los ataques de ira y las lágrimas incontrolables, pero de todos modos Santana no puede dejar de estarle agradecida, porque quizás los primeros meses habían sido los peores, pero mentiría si dijese que no le habían quedado secuelas mucho después de pasados los primeros meses.
(Mentiría si dijese que hoy, siete años después, no tiene aún secuelas.)
Santana se cubre un poco el culo pensando que, bueno, la situación en la que ella tuvo que ponerle el hombro a Puck fue mil veces más terrible que aquella en la que Puck tuvo que ponerle el hombro a ella, así que se consuela pensando que eso justifica el terrible trabajo que hizo al respecto.
Santana lo entiende. Quizás no se lo haya dicho nunca, pero entiende el dolor desgarrador que sintió Puck en ese momento, el dolor desgarrador de perder a un amigo, de perder a un hermano. Santana entiende la desolación de la pérdida sin aviso, de la transición sin solución de continuidad de la monotonía de la vida al último abismo del infierno.
(No se lo diría nunca, porque cree que es lo que ella sentiría si alguna vez lo perdiera a él. Y ninguno de los dos puede permitirse el lujo de ser tan vulnerable.)
Hizo lo que pudo, en ese entonces. Se sentía extraña, incómoda, sin llorar pero sin ser un verdadero consuelo para nadie que, aparentemente, son las únicas dos posturas respetables que se pueden adoptar durante un funeral. No había conocido más que de vista a Finn Hudson, y se había burlado innumerables veces del hobbit de su novia y del rarito de su hermanastro durante la secundaria.
(Ahora, con la visión perfecta que da la retrospectiva, Santana se avergüenza un poco de al menos haber contribuido a hacer un infierno la vida de Kurt Hummel. En aquel entonces, lo veía como una cuestión de vida o muerte, o comías o eras comido, no había puntos intermedios, y quizás Santana López no fuese una luchadora, pero era- es- definitivamente una superviviente.)
Pero Puck la necesitaba, y ¿cómo podría haberlo dejado plantado durante el funeral del que había sido su mejor amigo, casi su hermano, muerto en la plenitud y la maravilla de sus veinte años por seguir un ideal que para Santana no existía, casi sin haberle dado tiempo a su mujer de terminar de quitarse el velo de novia?
Puede parecer que no pero, en el fondo, Santana López tiene su pequeño corazoncito, aunque esté hecho cenizas.
(Y la vida la recompensó por eso, por ese pequeño y oscuro corazoncito, porque si no hubiese estado para sostenerle el pañuelo a Puck y palmearlo en la espalda, jamás hubiera tenido el placer de conocer, verdaderamente conocer, a Rachel Berry.)
Santana la había visto más de una vez en los pasillos de la escuela, y sabía más sobre ella que lo que estaba dispuesta a admitir en voz alta. Rachel Berry era una luz demasiado brillante, que atraía las miradas como el fuego a las mariposas. La Santana de diecisiete años jamás hubiera dicho que era bonita; a lo sumo, que era talentosa, pero que era difícil darse cuenta, primero porque había que doblar demasiado la espalda para verla y segundo porque uno se distraía fácilmente por su enorme narizota y su espantoso carácter.
(En el fondo, Santana envidiaba, de forma para nada sana, su empuje y su soltura para ir por la vida persiguiendo sus sueños. La Santana de veinticinco años, que se ha dejado fascinar por las luces demasiado brillantes, admite que era precisamente por eso que la Santana de diecisiete años la tenía entre ceja y ceja.)
Santana la había visto más de una vez, y recordaba perfectamente cada insulto y cada gesto obsceno que le había dirigido, y no bajó la mirada, porque Santana López no retrocede ni para tomar carrera, pero no pudo evitar que le ardiesen las mejillas y los ojos y no, no estaba al borde del llanto cuando cruzaron las miradas.
Rachel se desenredó sin ceremonia de los brazos de Kurt Hummel- y esa sí era una mirada que Santana evitaba, porque podía sentir cómo ardía como brasas contra el perfil de su rostro- y se acercó a ella y la atrapó en un abrazo. Santana se quedó perpleja, incapaz de reaccionar, con los brazos como muertos al costado del cuerpo, pero al final pareció volver en sí y le dio dos palmadas breves y secas en la espalda, porque a fin de cuentas la pobre chica acababa de perder a su marido y a su prospecto de vida, todo en pocas horas y sin aviso de desalojo, y eso era suficiente para que al corazoncito apachurrado de Santana le diese un poco de pena.
- Gracias por venir.- Le dijo Rachel con la voz ahogada por el llanto cuando al final rompió el abrazo, y se las arregló para dirigirle una sonrisa a pesar de las lágrimas que rodaban por sus mejillas.- Sé que no te importa una mierda, pero, de todos modos. Gracias.
La besó en la mejilla y se alejó sin decir nada más, de regreso al consuelo mutuo que le ofrecía Kurt extendiéndole la mano, y, por primera vez en mucho tiempo, quizás por primera vez en toda su vida, Santana López se había quedado literalmente sin palabras.
Cuando Puck le propuso que se fuera a vivir con ellos, Santana primero creyó que se trataba de una broma, pero luego se fijo en las ojeras de Noah y se dio cuenta de que iba muy, muy en serio.
A Puck siempre le había sabido mal decirle que no a alguien cuando en realidad podía darle una mano, así que por eso- que Santana veía más como un defecto que como una virtud- había dicho que si cuando Burt Hummel le había pedido que se fuera a vivir aunque fuese un par de meses con Kurt y Rachel. Aparentemente, las dos princesas no habían querido volver a la casa de Burt y Carole para hacer el duelo, y Rachel tampoco había querido volver con sus padres, ni habían permitido que ninguno de los cuatro- de los cinco, aprendería Santana con el tiempo, al igual que tantas otras cosas- se fuera a pasar unos meses con ellos para ayudarlos en el trance (que era duro para los adultos, también, pero por algún motivo ellos creían que los jóvenes se lo tomarían peor, y conociendo el temperamento de Kurt y Rachel, Santana no podía culparlos). Así que encima del dolor de la pérdida, Papa Hummel tenía que lidiar con la preocupación, y por supuesto que le había pedido ayuda al mejor amigo de su difunto hijastro, y por supuesto que el estúpido de Noah Puckerman le había dicho que sí.
Santana nunca tuvo ni idea de cómo consiguió que las dos princesas lo dejaran entrar en su pequeño mundo de algodón y rosas, pero no era de su incumbencia, porque si se había puesto en una situación muy superior a lo que era su capacidad, que se jodiese.
Y, por supuesto, nada de eso era problema de Santana López.
Y, por supuesto, porque un amigo es un amigo, le dijo que sí.
- No voy a pretender ser tu amante para satisfacer tu idea de normalidad.- Le advirtió señalándolo con el dedo.
Puck tuvo el buen gusto de no remarcarle que ella lo había utilizado como pantalla durante años.
- Santana, vivo con Rachel Berry y Kurt Hummel.- Dijo, en cambio, demasiado exhausto como para mostrarse ofendido.- La palabra normalidad fue borrada de los diccionarios que existen dentro de esa casa.
La casa era amplia y luminosa, con tres cuartos y un jardín considerable, que nadie admitía cuidar, y siempre andaba a los tumbos, porque durante meses nadie le echaba agua a las plantas y luego recibían tres clases diferentes de fertilizante en la misma semana. Era la casa donde los padres de Finn habían planeado tener su propio ejército de pequeños, antes de que la guerra arrebatara a Christopher Hudson de entre los brazos de su mujer y su hijo. Burt y Carole habían considerado que era más sensato conservarla que venderla y luego tener que comprar otra a un precio desorbitante, disparado por la inflación, cuando alguno de los chicos decidiera casarse, y fieles a ese propósito, se la regalaron a Finn y Rachel cuando se casaron apenas al terminar la secundaria.
Santana sabía la historia básica porque Puck se la había contado al momento de los hechos, dos años antes, pero con el tiempo fue aprendiendo los detalles, como que había sido Finn quien había invitado a Kurt a vivir con ellos, y también quien había insistido cuando su hermano había dicho que no, aduciendo que iba a necesitar una mano cada vez que Rachel tuviera uno de sus característicos break-down emocionales, y que había un millón de detalles en los que él jamás sería capaz de comprender a Rachel, pero para los que Kurt era la persona indicada, y que la mutua compañía era en realidad lo mejor que podría ofrecerles para cuando él estuviese lejos. Con el tiempo- y eso no se lo había dicho nadie, pero Santana llevaba muchos años con su propia carga a cuestas como para no darse cuenta de los detalles de la historia de la carga de los demás- fue dándose cuenta de que Finn lo había hecho porque había notado los secretos y las mentiras que Kurt cargaba encima y eran para él como grilletes. Kurt no se permitiría jamás quebrarse delante de su padre y ser una preocupación más para su ya exigido corazón. Era un propósito loable, pero a cambio de no poner en riesgo la vida de su padre, Kurt acabaría secándose por dentro como un árbol muerto. Finn no podía evitar que Kurt tuviese la necesidad de esos secretos y esas mentiras, pero podía ofrecerle un ambiente seguro en el que podía llorar y gritar y enojarse todo lo que quisiera, sin el riesgo de que su padre fuera a tocar a la puerta de su cuarto en cualquier segundo. Finn lo ofreció como lo que era, con sus pros y sus contras, y a la larga, Kurt terminó aceptándolo como lo que era. Nunca hablaron de los por qué, y luego Rachel le contaría a Santana que Kurt nunca había hablado con Finn de los fantasmas que lo atormentaban, como si lo había hecho con Rachel, pero no había sido por miedo ni por vergüenza: había sido porque no hacía falta. Fue solo en ese momento que Santana comprendió por qué era tan difícil para todo el mundo no querer a Finn Hudson.
Santana no sabía qué era lo que aquejaba a Puck como para pedirle que se fuera a vivir con ellos, pero a los dos días de haberse instalado en la casa supo qué era lo que andaba mal: Kurt estaba en negación, Rachel estaba infinitamente deprimida y Puck estaba intentando llenar unos zapatos que no eran los suyos. Santana no tenía alma de psicóloga, ni paciencia para fingir que la tenía, y no sabía cómo revertir ninguna de las tres cosas, pero se dijo que haría lo posible por ayudar en cualquiera de las tres. A la larga, sólo logró solucionar realmente una, y aunque cualquiera le diría que eso era más de lo que se le hubiera podido pedir, para ella nunca fue suficiente.
Vivir con Kurt Hummel y Rachel Berry no era una experiencia tan traumática y espantosa como la Santana de diecisiete años hubiera imaginado. Los momentos más tensos eran cuando se peleaba a voz en cuello con Kurt por un lugar libre en la biblioteca- en retrospectiva, siempre había llevado las de perder, porque Kurt lucía flamante su título de arquitecto, mientras que los libros de derecho de Santana habían terminado en la basura- hasta que un buen día Puck les compró una estantería nueva, y Kurt la pintó de rojo furioso y le dibujo una balanza de platillos en uno de los costados como ofrenda de paz.
Kurt era el que menos tiempo pasaba en la casa: se pasaba las mañanas en la universidad, las tardes trabajando en el taller de su padre- y a Santana le costaba entender cómo esa familia mantenía aún ese taller en pie, pero les había dado de comer durante generaciones, a fin de cuentas no era tan extraño que no pudieran desprenderse de él- y las noches y los fines de semana estudiando como un frenético. Santana solía encontrárselo dormido sobre la mesa del comedor, babeando ligeramente sobre un libro abierto o un dibujo a medio terminar, a las seis de la mañana, cuando ella también se levantaba para ir a la universidad. Eran los únicos momentos del día en que podía verlo algo menos que compuesto, insultando mientras intentaba arreglarse el cabello en el espejo, guardaba los dibujos, tomaba una taza de café y mordisqueaba una tostada, todo al mismo tiempo. En los otros escasos momentos en los que estaba en la casa, se dedicaba a cocinar y mantener la casa en un estado decente y más o menos habitable, pese a los esfuerzos redoblados de la batalla campal que Puck parecía empecinado a librar en su contra, se quejaba amargamente. Los domingos por la tarde se encerraba en el cuarto que compartía con Rachel y no volvía a vérsele el pelo hasta las noches de los lunes. Eran los momentos sagrados que solía tener con su padre y Finn para jugar a las cartas y contarse de la semana, y eran la única señal de que su hermanastro sería para Kurt una herida siempre abierta.
Puck trabajaba muchísimo. Santana a veces creía que lo hacía para olvidarse de todo, porque cuando tenía las manos ocupadas se le hacía más sencillo no pensar y no sentir. Santana sabía que lo hacía porque el peso de estar ocupando el puesto de trabajo de Finn delimitaba parámetros que Puck se veía obligado a cumplir y superar. También le daba la sensación de que él creía que tenía que llevar dinero a la casa para mantenerlos a los cuatro, pese a que todos trabajaban, y Santana no quería un amo y señor, Rachel no estaba en condiciones de tener otro esposo y Kurt sólo quería ser independiente. Santana a veces tenía la sensación de que se veían menos y compartían menos que cuando no vivían juntos, porque Puck dentro de esa casa se retrotraía y se obligaba a ser alguien que no era. Era imposible culpar a Rachel o a Kurt por eso, porque de su parte Santana nunca vio menos que alientos para que Puck hiciese lo que más lo hiciese feliz de su vida, sin preocuparse por ellos, y en realidad el problema venía de fondo, de que Puck siempre había creído que era menos y era peor, por definición, sin importar a qué campo se aplicase y por eso nada mejor que no ser él.
Rachel era la que se comportaba más como lo esperado de una persona de su edad de los tres. Y fue por eso que, al final de todo, resultó que a la que Santana más veía era a Rachel. Iban a la misma Universidad, y el teatro en el que Rachel pasaba las tardes ensayando y dando una mano quedaba sólo a unas cuadras del estudio en el que trabajaba Santana. Iban y venían juntas a todos lados, y Rachel esperaba todas las tardes a que Santana terminara su turno para volver juntas a la casa, aunque eso le significara tener que entretenerse sola por el centro de Lima durante una hora. Al final del día, Santana simplemente se la encontraba parada en la puerta del estudio, puntual a las cinco de la tarde, siempre cargando una bolsa con ingredientes necesarios para la cena y algún que otro material para las maquetas de Kurt. (Santana nunca había escuchado a Kurt pidiéndole nada, y era totalmente posible que lo hablasen por la noche, a solas, en el cuarto que compartían, pero Santana tenía la impresión de que esas eran las cosas que Rachel simplemente sabía.)
Volvían a la casa en silencio, y como Rachel se había encargado de las compras y se encargaba de mantener al tanto a Burt de cuándo tenía que obligar a Puck a irse para que llegase a tiempo a la cena, Santana se encargaba de cocinar. Era una tarea que asumía con más voluntad que talento, pero no importaba mucho, porque Puck se comía lo que le pusieran delante sin rechistar, y Kurt siempre llegaba cuando la comida ya estaba helada y apenas probaba bocado. Lo compensaba un poco los fines de semana, cuando engullía a la par de todos las galletas que Carole les enviaba constantemente, y se permitía reírse un poco y tirarse a estudiar al sol. Aún pese a eso, adelgazaba a ojos vistas, y todos se daban cuenta, pero ninguno decía nada.
Las primeras veces, cuando Rachel la perseguía descaradamente, Santana no tenía corazón para decirle que la dejara en paz. Rachel necesitaba claramente un poco de contención y compañía, y Santana no estaba muy segura sobre si Puck y Kurt estaban en condiciones como para dárselas. Para cuando Rachel estuvo marginalmente mejor, y su ayuda ya no era tan necesaria, Santana se había acostumbrado a la rutina y hasta le había tomado cariño. Había dejado de pensar en Brittany durante cada segundo de su vida, no porque la hubiese olvidado, sino porque tenía entre manos una nueva misión en la que focalizarse. Santana insistiría, con el tiempo, que sus esfuerzos se habían focalizado en Rachel porque ni Puck ni Kurt querían ni se dejaban ser ayudados. Nadie le creería nunca demasiado.
El primer verdadero conflicto se presentó a los cinco meses de que Santana estuviese conviviendo con ellos. Fue una semana muy fría de diciembre, y Santana se la pasó en la cama con fiebre y dando pena. Rachel se la pasaba ocupándose de su medicación y dándole de comer cucharadas miserables de sopa en la boca, y dejó de ir al teatro durante esa semana, pero no podía dejar de ir a la universidad. Estuvieron más juntas que nunca, con Rachel manteniéndole la frente húmeda con paciencia y Santana llamándola entre los sueños del delirio. Más de una noche, Santana se despertó sobresaltada a las tres de la mañana y se encontró con la cabeza de Rachel apoyada sobre su cama, las manos de las dos fuertemente entrelazadas, y no tenía fuerzas suficientes como para quejarse, porque no quería quejarse, pero de todos modos se preocupaba por su bienestar. Recordaba vagamente que Kurt y Puck la visitaban una vez al día y se ocupaban de ella, pero la única imagen verdaderamente indeleble en su memoria era la de Rachel. Al final, salieron de la semana las dos ojerosas y con la espalda destrozada, pero sonriéndose débilmente, Rachel sintiéndose verdaderamente útil por primera vez en mucho tiempo y Santana redescubriendo esa ternura que creía haber perdido junto con Brittany.
Y luego sucedió la catástrofe, el primer día que volvían juntas del centro después de la enfermedad de Santana. Iban por la calle, muy juntas pero sin tocarse, en silencio, cuando Santana comenzó a darse cuenta de que alguien las seguía. Primero se dijo que estaba paranoica, que eran desagradables resabios que le quedaban de la época de Brittany y de tener que mirar siempre por sobre el hombro antes de doblar una esquina. Pero luego de tres cuadras estuvo indiscutiblemente segura, y como era una mujer de armas tomar, y estaba aprendiendo lentamente con los años que lo peor que uno puede hacer es tenerle miedo al miedo, se dio media vuelta con los brazos en jarra, y se encontró con un hombrecito escuálido y un cabello imposible escondiéndose atropelladamente detrás de un puesto de revistas.
- Déjalo, es sólo Jacob Ben Israel.- Dijo Rachel tomándola del codo.- Se irá pronto cuando se dé cuenta de que seguiremos juntas hasta casa y no va a poder estar conmigo a solas.
Fue entonces cuando Santana se enteró de que ese muchacho había estado sumamente obsesionado con Rachel durante la secundaria- y, en serio, a veces Santana se preguntaba cómo era posible que todos hubiesen ido al mismo colegio, cuando había tanto que no sabía sobre todo el mundo-, y que parecía haberse dado por vencido al darse cuenta que jamás podría competir con Finn Hudson. Pero, aparentemente, se había enterado de la muerte de Finn y había estado buscando a Rachel, y había dado con ella justo durante la semana en la que Santana se había enfermado. La había estado acompañando hasta la casa todos los días, y Rachel no se lo había sacado de encima porque a fin de cuentas siempre es mejor no estar solo por las calles de Lima, pero que jamás de los jamases se le había ocurrido siquiera dejar que él le pusiese un dedo encima porque no. Simplemente no.
Santana sintió como una furia irracional se apoderaba de ella. No volvió a decir una palabra en el camino a la casa, y no solían hablar mucho en esos regresos, pero esta vez era un silencio cargado de tensión, y se clavó las uñas en las palmas de las manos hasta hacérselas sangrar. Y luego llegó a la casa y se encerró en su cuarto dando un portazo, y lloró como hacía mucho tiempo que no lloraba, y sin siquiera saber por qué. Rachel golpeó a su puerta una y mil veces, preguntándole qué le pasaba y rogándole qué hablaran, pero Santana la ignoró todas y cada una de las veces. Rachel se cansó una hora después, aparentemente, y Santana pudo sentir el olor de comida comenzando a ser cocinada inundando la casa.
A las diez de la noche, finalmente se dignó a salir del cuarto, y en realidad sólo planeaba hacer una escapada de emergencia al baño, porque no tenía ni puta idea de por qué le estaba pasando lo que le pasaba, y no podía negarlo ni explicarlo, así que prefería evitar el tema. Por supuesto, Puck la interceptó en un pasillo, preguntándole qué demonios estaba pasando, porque Rachel estaba enfurruñada y había estado llorando y qué carajos pasa acá, Santana, por dios, por qué no hablan. El sentimiento irracional se volvió a despertar dentro de Santana al darse cuenta de que Rachel claramente no les había contado nada tampoco a ellos, y que estaba tratando a Jacob como si fuese su pequeño sucio secreto, y le contó lo poco que sabía a Puck a los gritos en medio del pasillo atrayendo, obviamente, la atención de todo el resto de habitantes de la casa.
La explicación de Santana fue breve y concisa, y Puck reaccionó encogiéndose de hombros, y diciendo brevemente que Jacob Ben Israel era un idiota, y que si Rachel estaba buscando un hombre, que podía aspirar a cosas mucho mejores. Santana redirigió su veneno hacia él y le escupió el único argumento válido que se le había ocurrido para su incomodidad- su rabia, más bien- que era que era demasiado pronto como para que Rachel siquiera considerase volver a salir con alguien. Por supuesto, Rachel no pudo quedarse callada ante eso, y arremetió como una tromba contra ellos desde detrás de una puerta cerrada, clamando que jamás saldría con Jacob, pero que si quisiera hacerlo, sería solamente su problema, y que todos se podían meter bien sus opiniones donde les cupiesen. Fue entonces cuando comenzó el griterío, los tres hablando por encima de los demás sin ningún interés en escucharse, y sacando a relucir estupideces y pequeños rencores de semanas, mientras Kurt clamaba desde el comedor que por amor a lo que considerasen santo, fuese lo que fuese, lo dejasen estudiar. La pelea se disolvió sólo cuando Rachel finalmente estalló en lágrimas, porque Puck la envolvió inmediatamente en sus brazos, pese a que no cinco segundos atrás también ellos se estaban diciendo cosas horribles, y a Santana le dolían los dedos del deseo de abrazarla ella también. Entre lágrimas, Rachel le preguntó por qué era tan contraria a la siquiera idea de volver a verla feliz. Santana no negó la idea que se había armado Rachel en su cabeza, porque no tenía una mejor explicación.
Estuvieron tres días sin dirigirse la palabra.
Cuando las cosas aún estaban tensas entre Rachel y Santana, y la rutina no se había re-establecido por completo- y, sinceramente, Santana no sabía si alguna vez se re establecería-, Kurt los invitó a la fiesta en ocasión del nacimiento de su ahijada. Santana se quedó boquiabierta, porque no tenía ni la menor idea de qué demonios les estaba hablando Kurt, y para su sorpresa fue Rachel quien le explicó con paciencia de qué se trataba mientras revolvía los roperos en busca de algo decente que ponerse para la ocasión.
Santana sabía que Kurt había sido solitario durante la secundaria, pero nunca había sido consciente de realmente cuánto. Por cómo Rachel planteaba la historia, antes de que Burt y Carole se conociesen, y por ende Finn y Kurt se convirtiesen en hermanastros, y gracias a eso él se conociese con Rachel, Kurt sólo había tenido dos amigas. A Mercedes la habían re-ubicado prontamente en una secundaria para “gente de su clase” a comienzos del primer año, pero aparentemente no había suficiente población asiática que llegase a la secundaria como para que se justificase abrir para ellos una secundaria especial, y por eso Kurt había podido conservar a Tina a su lado. Eran amigos desde hacía años, y habían estado siempre juntos en los momentos más difíciles, y era solo justo que estuvieran ahora juntos en los momentos felices, decía Rachel. Santana hubiera querido hacerle miles de preguntas, como quien en su sano juicio tendría un bebe con apenas diecinueve años, pero Rachel le respondió con una sonrisa enigmática y le dijo que cuando uno es feliz se es feliz y punto, no se anda especulando con esa felicidad, y se negó a seguir hablando del asunto.
A Santana la tomó por sorpresa la humildad de la casita en la que vivían Tina y Artie, porque había sido pintada hacia poco y estaba limpia y llena de flores, pero era diminuta, poco más que una caja de zapatos, y Santana no podía evitar compararlo con la casa en la que vivían ellos, en la que todos tenían su espacio con su propia intimidad, y se dijo que esa clase de convivencia sólo podía estar fundada en un amor muy arraigado y muy incondicional. Les abrió la puerta una muchachita que luego Kurt le presentó como Tina Abrams, con un vestido floreado muy usado, pero una sonrisa radiante que hacía imposible verla como otra cosa que hermosa. La casa era por dentro tan diminuta como parecía por fuera, pero estaba arreglada con buen gusto y el espacio estaba aprovechado al máximo. A Santana se le encogió un poco el corazoncito, porque con sus veinte años y su resentimiento hacia Rachel aún presente se sentía tremendamente infantil frente a Tina, y sus diecinueve años y sus gestos de humildad mientras les mostraba la casa, que quizás no era la gran cosa, pero era suya.
Pero aparentemente esa familia aún tenía mucho con lo que sorprender y a la vez avergonzar a Santana, porque nadie le había siquiera insinuado algo que la ayudara a imaginarse que Artie Abrams estaba en sillas de ruedas. Con el tiempo, Santana se avergonzaría de sí misma- y se daría un poco de golpes en la cabeza, porque había tantos hilos sueltos que debería haber atado-, porque en realidad no había motivo alguno por el que ese hecho hubiera requerido de una advertencia, pero en ese momento fue un choque bastante impresionante, porque mientras Kurt recibía a la beba de brazos de Tina, y Puck y Artie intercambiaban choques de puño, ella no pudo más que quedarse boquiabierta en el umbral de la puerta, hasta que Rachel le dio un codazo, y se acercó a darle la mano a Artie.
- Oh, no te preocupes, es un shock para todo el mundo.- Le comentó él con buen humor al ver su gesto aún atolondrado.- Creo que es hasta un cumplido que la gente que no me conoce oiga cosas de mí que me hacen sonar tan funcional que ni siquiera se imaginan que estoy atrapado en esta silla.
Por una vez en su vida, Santana López tuvo el buen gusto de quedarse callada y no decir que no había oído hablar de él más que media docena de palabras y al pasar.
Durante esa tarde sencilla pero memorable, Santana López aprendió tres cosas, que la ayudaron muchísimo a crecer por sí misma y a entender a la gente a la que querría mantener cerca a lo largo de su vida. Dos las aprendió observando, lo que por entonces para ella era una novedad, y una la aprendió de la ya sabía boca de Tina, y nunca terminaría de agradecérsela lo suficiente.
La primera fue un poco un golpe de agua fría en medio de la cara, porque la obligó a salir un poco de la autocompasión y la miseria en las que llevaba años sumergida. Nadie le contó la historia completa y con detalles durante esa tarde, pero cada tanto Rachel se encargaba de inclinarse a susurrarle aclaraciones rápidas para que pudiera seguir el ritmo de lo que se estaba diciendo, y con un par de comentarios aquí y allá, le bastó para darse cuenta de cuán difícil había sido la secundaria para Tina y para Artie, y también para confirmar la idea que tenía sobre cómo había sido la experiencia para Kurt. Pero Tina y Artie se miraban enamorados, fascinados con su hija y el uno con el otro, y se reían más a menudo de lo que Santana había visto nunca a nadie, excepto quizás a Brittany, y trataban el pasado con buen humor, no como un grillete en los tobillos como lo trataba Santana.
Sí, habían pasado por un montón de mierda en su vida, pero antes que encogerse en un rincón a llorar preferían aceptar con una sonrisa todo lo bueno que les daba, también, la vida, y Santana no podía más que sentir una envidia no muy sana ante esa actitud maravillosa que no creía que ella fuese capaz de adoptar.
(Por supuesto, con los años de conocer a Tina, entendería cuántas lágrimas se había tenido que tragar y cuántas noches en vela había tenido que pasar para llegar a ese, ese único momento de felicidad absoluta, y cuánto dolor le esperaba en el camino para pagar el precio de esa felicidad, y que ni siquiera ella tenía el estoicismo de aceptar todo lo que le ponía la vida por delante sin rechistar y con la frente alta. Aprendería que Tina también tenía y tendría, como todo el mundo, momentos de debilidad, momentos de querer bajar los brazos, momentos de querer morirse, pero que había sido gracias a Artie que había seguido adelante y gracias a Tamara que seguiría saliendo adelante, y eso no había disminuido la admiración que Santana sentía por ella, sino todo lo contario.)
La segunda lección importante que aprendió Santana, fue sobre Kurt. Sobre Kurt, que se derretía mientras tenía a Tamara entre los brazos, y al que se le podía leer en los ojos que no podía creer cómo alguien había confiado en él para ponerle entre los brazos algo tan frágil y tan precioso como ese bebe de sólo dos semanas. Santana no lo había visto nunca tan feliz, y luego se enteraría de boca del mismo Kurt que él adoraba a Rachel y a Puck, y a Tina, y estimaba mucho a Artie, pero nada podía compararse con la belleza de ese ser inalterado y puro, de esa alma que estaba esperando por ser moldeada hermosa, aún sin prejuicios y sin miedos. Kurt amaba a Tamara con una intensidad que Santana sólo había visto antes en el cariño que le profesaba a su padre, y que con nadie más volvería a ver en él, porque era algo que Kurt se esmeraba especialmente en esconder, porque demostrar esa clase de sentimiento lo hacía incluso más vulnerable que su secreto (que Santana no había descubierto del todo, no todavía, pero que se imaginaba como cualquiera y que presentía como todos).
La lección que le enseñó Tina llegó a las siete de la tarde, cuando sólo quedaban ellos de los contados invitados que habían asistido a la pequeña reunión, Puck ayudaba a Artie con unos problemas que tenía la instalación eléctrica, Rachel arrullaba a Tamara entre los brazos cantando una canción que Santana no conocía pero que para ella sonaba infinitamente triste, y Kurt y Tina preparaban té para todos. Aparentemente, la tristeza que le provocaba la canción de Rachel se traslucía en sus ojos, porque Tina le apoyó una mano en el hombro y le extendió una taza de té antes de sentarse a su lado y sonreírle con algo que a Santana le parecía demasiado similar a la pena.
- Hay pocas cosas peores en la vida que arrepentirse por lo que uno nunca hizo.- Le dijo simplemente.
A Santana se le subieron los colores al rostro, e intentó comenzar a balbucear una excusa, sobre todo porque Kurt acababa de sentarse en el apoyabrazos del sillón en el que se había sentado Tina, pero Kurt sorbía su propio té con los ojos cerrados, mientras Tina dibujaba figuras sin sentido sobre su muslo, y no les estaba prestando verdadera atención, o tuvo el buen gusto de simularlo.
- Lo que te dicen que puedes o no puedes es una mierda, Santana. No dejes que eso limite tu vida. Si yo lo hubiera hecho, no tendría ni un décimo de la felicidad que tengo hoy.- Continuó Tina, implacable.
Escapaba a la comprensión de Santana cómo se había dado cuenta tan fácilmente de algo que ella llevaba años ocultando, pero luego con la mente fría se daría cuenta de que era muy probable que Kurt hubiese compartido con ella sus sospechas, porque las sospechas que ella y Kurt tenían sobre el otro siempre habían sido mutuas. No negó lo que Tina estaba insinuando, y podría haber sido una decisión estúpida, pero en realidad resultó ser una de las mejores decisiones de su vida.
- El problema no es lo que el mundo me dice que no puedo. El problema es lo que sé que no puedo, por ella.- Respondió, y se mordió los labios justo después de decirlo, y se le llenaron los ojos de lágrimas, porque, ¿de dónde había salido ese conocimiento? ¿De dónde?
Kurt abrió lentamente sus profundos ojos azules y la miró con intensidad por unos segundos antes de decirle:
- Uno nunca sabe si no lo intenta, Santana. Asumir siempre es una mala decisión.
Santana intercambió con Kurt unos cuantos segundos de una mirada intensa, y finalmente Tina cambió el tema de conversación comenzando a hablar sobre los vestidos que le habían encargado para la siguiente temporada, y ninguno de los tres volvió a mencionar el tema.
Rachel estaba particularmente callada mientras volvían a la casa los cuatro juntos, pero en lugar de ir prendida del brazo de Kurt como era su costumbre cuando estaban juntos, le preguntó tímidamente a Santana si podía caminar a su lado. Caminaron lado a lado, sin tocarse y en silencio, como solían hacer juntas todos los días por la tarde, y cuando Kurt y Puck se atrasaron lo suficiente como para no poder oírlas, enfrascados en una conversación sobre un auto especialmente peliagudo que había en el taller, Santana le susurró, muy bajito:
- No quiero para ti nada menos que alguien que te ame con ese amor incondicional y hermoso que Artie siente por Tina.
Rachel reconoció lo que acababa de decirle con un gesto de la cabeza, y alzó el mentón para verla a la cara con sus hermosos ojos oscuros antes de decir:
- Ni siquiera me hace falta un amor como el de ellos. Me basta con alguien que sea mi compañero y mi amigo, además de mi amante.
Santana sintió como se le formaba un nudo en la garganta, y para tratar de ignorarlo intentó, débilmente, una broma.
- Nunca pensé que eso pudiera conformar a la gran Rachel Berry.
- Te sorprendería lo poco que pide la gran Rachel Berry y lo mucho que necesita que le dejen dar.- Le respondió Rachel, muy seria.
El nudo en la garganta de Santana no hizo más que empeorar.
A Santana la tomó completamente por sorpresa cuando Noah la acorraló al salir del baño a la mañana siguiente con el rostro muy serio. Santana no sabe si Rachel le comentó algo, o fue Kurt, o él mismo escuchó algo sospechoso, o simplemente se lo dijo un sexto sentido, porque se lo hubiera esperado de cualquiera antes que de Noah. Se conocían hacía mucho tiempo, y le debía quizás demasiado, pero la seriedad extrema era algo tan ajeno en él que ella no pudo evitar ponerse a la defensiva inmediatamente.
- ¿Cuáles son tus intenciones, Santana?- Le preguntó él, con una seriedad mortal, y ella estuvo a punto de contestarle con un gruñido.
- No tengo idea de qué me estás hablando, Puckerman, y no tengo el tiempo ni el interés como para intentar descifrar cómo funciona tu cerebro.
Noah le impidió hábilmente el escape poniendo un brazo a cada lado de su cuerpo, con las palmas de las manos apoyadas contra la pared, y no era un gesto agresivo en sí mismo, pero Santana sintió el impulso irrefrenable de mostrarle los dientes.
- Estoy hablando de Rachel, y los dos lo sabemos muy bien.
- No hay nada que pueda decirte sobre Rachel que no sepas, y si lo hubiera, creo que sería un asunto mío y de ella y de nadie más. ¿Estás enamorado de ella, acaso, Noah?- Y lo dijo para tomarle el pelo, lo dijo esperando que sonase despectivo y burlón, pero no logró del todo el efecto deseado, porque el estómago se le revolvió de sólo pensar en la posibilidad, y en lugar de ridículo el comentario le salió ácido.
- No seas estúpida.- Le respondió él, adulto y terrible.- Rachel es como mi hermana. Le prometí a Finn que cuidaría de ella me costase lo que me costase, y si tengo una virtud, Santana, es que soy un hombre de palabra.
- Y sabes que si hay algo que yo detesto es mentir, así que deja de joderme la vida, ¿quieres? No pasa nada que no sepas entre Rachel y yo.
- Pero querrías que pasara.- Y no era una pregunta, era una afirmación, y Santana no supo si ponerse furiosa o largarse a llorar.
- Métete en tus propios asuntos, Noah.- Y a diferencia de Rachel y Kurt, que lo llaman Noah de forma natural (porque, al fin y al cabo, ese es su nombre), Santana lo llama Noah sólo cuando siente deseos de arrancarle la piel a tiras. Se retorció como un gato hasta lograr pasar por debajo de uno de los brazos de él y marchó furiosa por el pasillo sin dignarse a mirar atrás.
- ¡Ustedes son mis asuntos, Santana!- Proclamó él a sus espaldas, pero ella lo ignoró deliberadamente.
Quizás ese pequeño encontronazo con Noah no le sirvió de nada a él, pero a Santana le sirvió de muchísimo. Primero, le sirvió para darse cuenta de que si Noah Puckerman se había dado cuenta de que había algo extraño, claramente estaba siendo demasiado evidente, y tenía que andarse con más cuidado. Segundo, la obligó a decirse que era hora de que se sentara a decidir de una buena vez qué le pasaba con Rachel Berry, por mucho que la conclusión fuera a ser una puta mierda, fuese cual fuese.
Por supuesto que tenía ganas de besarla, pero se sabía un ser plenamente sexual, y más de una vez se había visto arrebatada por el deseo de besar a una desconocida por la calle, así que definitivamente eso no era una prueba de amor verdadero ni una señal de que debiesen huir juntas hacia la luna montadas en un unicornio blanco con una rosa en la boca.
Santana no tenía ni la menor idea de cómo diferenciar el amor de la amistad, porque con Brittany las dos cosas siempre habían ido de la mano y todos sus demás amigos eran, y siempre habían sido, hombres. Por supuesto que la pasaba bien con Rachel, se hacían reír y rabiar mutuamente, se preocupaban la una por la otra, discutían porque era interesante y porque les encantaba compartir cosas; Santana estaba segura de que se deseaban felicidad mutuamente, o al menos de que ella se la deseaba a Rachel. Eran amigas, definitivamente, pero, ¿dónde estaba el límite?
(El problema se genera a veces cuando uno se empeña en buscar límites que en realidad no existen).
Quizás el problema hubiera sido indefinidamente un problema de no haber sido por Rachel. Para todo lo perra y sin pelos en la lengua que se calificaba a sí misma, Santana tenía que reconocer que Rachel era muy directa para lo que realmente deseaba.
Sucedió una tarde de mayo, dos semanas después de la celebración en la casa de Tina y Artie. Era sábado y habían salido a estudiar al jardín; mejor dicho: Rachel practicaba obsesivamente sus canciones mientras Santana se resistía con uñas y dientes a ser distraída de sus libros por su voz prístina y maravillosa.
(Y fallaba).
- ¿Por qué te callaste?- Los colores se le subieron en seguida al rostro, porque Rachel no había pasado callada más de diez segundos que ella no sólo se había dado cuenta, sino que incluso se había quejado. Alzó la vista al no recibir respuesta, y se desconcertó al ver a Rachel con los ojos muy abiertos, contemplándola boquiabierta. El silencio se le hizo largo y tremendo, y fue dolorosamente consciente de cada movimiento muscular en la garganta de Rachel al tragar saliva justo antes de contestarle.
- La canción.- Le dijo Rachel, simplemente, como si eso lo explicase todo.
- ¿Qué tiene la canción, Rachel?- Le respondió con una pregunta Santana, poniéndose de pie para acercarse a ella y comenzando a preocuparse.
- La canción. La canción…. La canción habla sobre ti.- Y Santana se quedó paralizada en el lugar, porque no tenía ni la menor idea de sobre qué le estaba hablando Rachel.- But when you touch me like this, and you hold me like that, I just have to admit that it's all coming back to me.
Y la luz se le hizo de repente en la cabeza, pero no se animó ni por un solo instante a considerar que lo que estaba pensando podía ser real, porque esa clase de cosas no le pasaban a ella, porque esa clase de cosas no pasaban en su mundo, porque esa clase de cosas no pasaban en Lima, Ohio, porque ni siquiera había terminado de decidirse si realmente sentía algo por Rachel, mucho menos había empezado a lidiar con el hecho de que Rachel no fuera a corresponderle, porque Rachel había estado casada con un hombre, y que estúpida, estúpida que eres, Santana, estúpida, estúpida, est…
Rachel la estaba besando.
Y aunque esas cosas no le pasaban a ella, ni en su mundo, ni en Lima, Ohio, cuando pasan, son cosa de una vez, son cosa de sacarle todo el jugo posible y atesorarlo para el recuerdo lo más que sea posible. Así que Santana le correspondió el beso.
Cuando se separaron, respiró profundo, una, dos, tres veces, y contó hasta diez.
- No tienes ni puta idea de lo que estás haciendo, ¿verdad?
- No.- Respondió Rachel, con los ojos aún cerrados y los labios irresistiblemente apetecibles.- Pero puedes enseñarme.
- ¿No crees que es demasiado pronto para esto, y que sólo estás proyectando en mi lo que extrañas de Finn?
- No seas estúpida, Santana.
- ¿Eres consciente de que esto tranquilamente podría joderte la vida, verdad?
- Santana…
- ¿Eres consciente de que hay pocas cosas que podrían hacerle peor a tu carrera que esto?
- No creo que…
- ¿Eres consciente de que soy una mierda de persona y de que el día menos pensado podría partirte el corazón al medio, sólo porque puedo?
Ese fue el momento que Rachel eligió para finalmente abrir los ojos.
- Sí. Y precisamente por eso creo que es el momento indicado para que vuelvas e besarme y te calles la boca.
- No puedo volver a besarte; la primera vez me besaste tú.
- Más motivo todavía.
Kurt Hummel no estaba celoso, porque tener celos hubiera significado que Santana y Rachel tenían algo que él deseaba para sí mismo, y eso no era cierto. No. Simplemente no. No.
(Pero aún así tuvo que encerrarse en su cuarto a estudiar para no verlas besándose y riéndose a través de la ventana del comedor que da al jardín, y poner música a todo volumen, y taparse la cabeza con una almohada, para no pensar, no pensar, y desear por un segundo, por un solo segundo, que la vida fuese tan simple como poder ahogarse con ella.)
Pero ahogarse con ella traería como consecuencia los mismos motivos por los que Kurt mantenía su mentira- mentira no, secreto. Secreto.-, y en realidad sería todo nada más que un gran ciclo de dolor. Kurt haría cualquier cosa por su padre, cualquier cosa, y si eso incluía tener que girar la cabeza para otro lado cada vez que Santana y Rachel se mirasen con ojos enamorados, bien. Podía vivir con eso.
(En realidad había sido terriblemente duro para él, los primeros meses. Por suerte, Rachel y Santana estaban lo suficientemente embebidas la una en la otra como para no notarlo o al menos no llamarme la atención sobre eso. Con el tiempo, Kurt aprendería a tomárselo con calma, a no tomarlo como algo personal, a que todo en esta vida son decisiones y elegir un camino y no el otro, y ninguno es el correcto, pero todos traen consecuencias. Aprendería que ellas estaban en riesgo constante, y eran conscientes de eso, pero o que ya habían perdido demasiado como para que les importase, o que habían aprendido que valía la pena sacrificar lo poco que tendrían la una sin la otra por lo que durase su tiempo juntas. Eran decisiones, y Kurt había tomado la suya, y no se arrepentía, porque no hay nada en el mundo que pueda importarle más que su padre, pero eso no significa que doliese- que duela- menos.)
Kurt las adora a las dos, y está realmente feliz de que se hayan encontrado después de todo el sufrimiento que las dos han pasado, pero no por eso dejan de ser para él un recordatorio terrible de los riesgos y el dolor, sí, pero también de todo lo que podría tener, y no tiene.
(Y después, mucho después, vendría Blaine, y Kurt no está seguro, nunca lo estará, si Blaine lo hizo todo más fácil o mucho más terrible.)
Los segundos pasan tensos y terribles entre Dave y Sebastian, hasta que David finalmente se anima a decir lo que quiere decir, porque no cree que vaya a tener otra oportunidad, y es algo que definitivamente quiere que quede claro.
- No tengo ni idea de qué te ha dicho mi padre, pero no estoy interesado en absolutamente nada de lo que vayas a intentar convencerme, así que ahórrate el esfuerzo.
A Sebastian parece que el exabrupto le toma por sorpresa, pero tarda apenas un par de segundos en recomponerse, y David realmente envidia su sangre fría.
- Wow, estoy impresionado. Por la forma en la que tu padre habla de ti, pensé que esos amigos tuyos te habían arrancado las pelotas.
David se queda boqueando, como un pez sacado repentinamente fuera del agua. Okey, así que esta es la realidad de este tal Sebastian. Mejor saberlo de ante mano.
(A David todavía le falta saber que hay muchas, muchísimas capas, cada una con su propio espesor y su propia finalidad, y que ni siquiera Sebastian las conoce todas realmente; él no está haciendo más que apenas rascar la superficie).
El tal hipócrita vuelve de forma automática a la sonrisa complaciente apenas escucha a su padre llamándolos a cenar, y Dave siente la rabia bullendo en su interior, porque odia, odia con toda su alma a la gente que puede hacer eso, odia a la gente que puede ocultar sus emociones con tanta facilidad, odia a la gente que puede cambiar de actitud como si se estuviera deslizando dentro de una nueva piel, con gracia y soltura, porque él tiene que concentrarse extremadamente en no sentir, porque todo lo que siente se le ve claramente en la cara, y ese es un riesgo que no puede correr.
Que nadie puede correr en Lima, Ohio.
- Creo que los dos sabemos que será mejor si tu padre nunca se entera de que los dos sabemos que todo esto no es más que una puta mentira.
David asiente con la cabeza, no sólo porque por supuesto que Sebastian tiene razón, sino porque hay algo dócil en su naturaleza, hay algo que lo empuja a inclinar la cabeza y decir que sí, y aparentemente es un rasgo de su carácter que ese imbécil con esa aura de carisma y ese carácter imponente tiende a acentuar.
David odia, odia a ese tal Sebastian.
Primera Parte (C)