Big Bang: No es un cuento de los 20'- Primera parte (C)

Aug 14, 2012 01:05

Primera Parte (B)


La cena transcurre como podría suponerse fácilmente, y no llama la atención de nadie que Sebastian se robe el foco de la atención contando historia tras historia sobre Paris y apenas engulla bocado y que David apenas pronuncie palabra y para compensarlo engulla plato tras plato, como si el tener la boca constantemente llena fuera a servirle de justificativo.

Lisa Karofsky se levanta a recoger la mesa y Paul se excusa diciendo que ha tenido un día muy largo y que mañana será otro, pero que los chicos no se cohíban, todo lo contrario, que se sientan como en su propia casa, porque a fin de cuentas eso es lo que es.

Así es como David y Sebastian quedan a solas, con la única compañía de una cajetilla de cigarros y dos vasos de whisky. David se rehúsa a encontrarle la mirada, y en cambio fija sus ojos en los dedos largos de Sebastian que juguetean con el hielo del whisky, adentro y afuera. Adentro y afuera.

- Mira, creo que ha quedado más que claro que no te agrado.- Finalmente decide romper el silencio Sebastian, claramente exasperado.- Y dudo mucho que alguien como tú tenga algo que pudiera llegar a interesarme. Pero creo que es más que evidente que tendremos que pasar más de una velada juntos, si nuestros amados padres tienen algo que decir al respecto, así que sugiero que intentemos, al menos, encontrar un tema de conversación.

Dave tarda largos segundos en responder, sin despegar su mirada de los dedos de Sebastian. Adentro y afuera.

- Me gusta estudiar francés.- Dice finalmente, quedo y muy, muy bajito, sonrojándose un poco, porque es algo que no le ha contado a nadie, y en la librería donde ha comprado los libros que usa ha dicho que eran para su novia, nada menos. No quiere pensar en qué es lo que le impulsa a ser tan vulnerable delante de este hombre, excepto el hecho de que claramente tiene el carácter como para obtener eso de él, lo quiera David o no.- En mis tiempos libres. Pero no creo que me salga bien la pronunciación.

No alza la cabeza, pero puede ver por el rabillo del ojo que una sonrisa se pinta en los labios de Sebastian, y no sabe si es maliciosa, burlona o condescendiente. Prefiere no saber.

- ¿Ves? Eso es algo maravilloso para empezar.

Blaine entra en la casa tratando de ser cuidadoso y de no hacer ruido. Sabe que Mike se tiene que levantar temprano a llevar a sus chicos a un torneo y, realmente, no tiene ganas de contestar preguntas. No ahora, no todavía.

Pero la casa es vieja, y hace ruidos, y hace relativamente poco tiempo que se mudaron, y Blaine no le conoce realmente bien los secretos como para evitarlos lo más posible. Además, Mike es un ninja, y contra eso no hay quien pueda luchar.

Está en el baño lavándose los dientes cuando Mike se le aparece sin camisa y descalzo apoyado contra el marco de la puerta, y no es la primera vez que Blaine lo ve así, ni va a ser la última, pero de todos modos casi se atraganta con la pasta de dientes.

(Por la sorpresa, se dice. Por el susto, insiste. No es porque encuentra sencillamente fascinante el cuerpo desnudo de Mike, todo abdominales y pectorales, líneas planas y perfectas, y si lo encuentra, es por motivos puramente académicos, nada más. Blaine está seguro de que Mike sería un modelo maravilloso para explicar clases de anatomía. Nada más. Nada más.)

(Blaine Anderson nunca termina de reconciliarse con la idea de si se niega porque se miente, se niega por ignorante, se niega por miedo, se niega por los demás, se niega por sí mismo. Seguramente, un poco de todo. Eso no lo hace menos peor.)

- Alguien ha tenido una buena noche.- Canturrea Mike con su voz de semi dormido y sus párpados pesados, y Blaine desmerece el comentario con un gesto desdeñoso de la mano.- Vamos, Blaine, que somos pocos y nos conocemos mucho. Puedo oler desde aquí el licor que has tomado. Y puedo asegurar que has conocido a alguien que te ha en-can-ta-do.

- Vete a dormir, Mike.- Le responde Blaine, y le pasa por al lado empujándolo un poco para llegar hasta su cuarto.

- Oh, no creas que te libraras tan fácilmente de mi, Blaine Anderson.- Prosigue con su canturreo Mike mientras lo alcanza con una zancada, y obstruye la puerta de su cuarto con dos pasos largos y gráciles. Para Blaine, que siempre ha sido pequeño y se ha sentido poca cosa, inseguro y dolido dentro de su propio cuerpo, la manera natural y ágil con la que Mike es capaz de mover su cuerpo siempre le ha provocado una envidia terrible. Buena envidia, pero envidia al fin.- ¿Tiene lindos ojos?

Blaine inhala y cuenta mentalmente hasta diez antes de contestar.

- Los ojos azules más hermosos que hayas visto en tu vida.

- ¡Ohhh!- Se entusiasma Mike, y comienza a dar saltitos y, realmente, debería ser injusto todo lo que Blaine lo quiere, porque ese solo gesto de felicidad hace que se sienta como si el corazón fuera a estallarle en el pecho.- Conociéndote, Anderson, seguro que tiene una voz preciosa.

- La voz de un ángel.- Confirma Blaine mientras se aprovecha del descuido de Mike para colarse dentro de su cuarto y empezar a ponerse el piyama. Mike da palmas y, realmente, debería ser ilegal poder estar tan contento a estas horas infames de la madrugada, pero Blaine siempre ha sabido que Mike es algo salido de otro mundo, algo un poco más allá de humano, y siempre lo ha entendido así, y ya ha dejado de sorprenderse.

- Tienes que decirme cómo se llama.- Lo exhorta finalmente, con su inmoral sonrisa de todos dientes blancos.

- Se llama Kurt.- Le responde Blaine antes de cerrar su cuarto de un portazo en sus propias narices.

Mike sabe que Blaine lo ha hecho para terminar con el intercambio que debía parecerle un poco ridículo y serle más que un poco molesto. Mike sabe que Blaine lo dijo con la intención de hacerlo quedar a él en ridículo. Mike sabe que Blaine lo dijo con la intención de que la idea final de la conversación fuera ¿Ves? Tú dándole tantas vueltas y yo estaba hablando de un hombre. Tu argumento es inválido.

Mike no sabe si es por la mítica sabiduría ancestral asiática, o simplemente por los años y años en los que Blaine finalmente se le ha metido bajo la piel, pero Mike sabe. Seguramente, mucho más y mucho mejor de lo que Blaine mismo sabe.

Así que Mike se queda con una mano apoyada contra la puerta cerrada del cuarto de Blaine, y no sonríe, pese a que quisiera y quizás debería, porque es plenamente consciente de todo el potencial para el dolor que se encierra en una verdad tan simple.

A Mike, la perspectiva del dolor de Blaine le duele casi tanto más que el dolor propio.

La muerte de Artie Abrams les pasó a todos por encima como si fuera un terremoto, un huracán, un desastre natural, imposible de prever, imposible de entender, imposible de reparar, terrible y espeluznante en su propia imprevisibilidad.

Noah Puckerman se lo tomó como una señal del destino, dolorosa y tremenda, porque era al segundo de sus hermanos a los que veía irse en menos de un año y, realmente, casi esperaba que el próximo turno fuese el suyo, porque no sabía si podría soportar que le arrancasen a Kurt de su lado.

Noah se encerró en su cuarto y nadie pudo sacarlo durante las primeras veinticuatro horas del después que fueron, por supuesto, las decisivas. Rachel no podía dejar de llorar durante más de media hora seguida, y Santana alternaba entre bramar enfurecida contra la puerta cerrada del cuarto de Puck insultando en una cantinela incomprensible de español y arrullar a Rachel entre sus brazos intentando calmarla, con la mirada blanca y perdida en un punto fijo en el espacio. Kurt, por supuesto, tuvo que hacer de tripas corazón y tomar las riendas del asunto.

Tina llegó a la casa sin lágrimas, pero pálida como un muerto, temblando, negándose a soltar a Tamara siquiera un instante. Kurt venía detrás, con un bolso con lo que había considerado indispensable para un par de días y todo lo de valor que había podido hallar en la casa, que no había sido mucho, a ser sinceros. Entre él y Santana se las ingeniaron para hacerle tomar medio litro de té de tilo, y Kurt nunca lo hubiera hecho, pero en cierto modo se sintió aliviado cuando vio que a Tina se le cerraban los ojos y que se dejaba acostar dócilmente en su cama porque Santana se las había ingeniado para colarle un tranquilizante en la bebida.

Se las arreglaron como pudieron con Tamara, dándole un poco de leche en un biberón improvisado y tratando de calmarla con arrumacos, canciones y un baño de agua tibia, pero finalmente descubrieron que la única forma de que dejase de llorar era arroparla en la cama con Rachel. Al final resultó ser un trato redondo, porque descubrieron que era la única forma de que las dos dejasen de llorar.

Terminaron los dos exhaustos en la cocina, mirándose las caras y sin nada que decirse, porque todo lo que podían decirse no haría más que romperles el corazón. Se abrazaron fuerte, quizás por primera vez, y terminaron durmiendo juntos en el sillón, porque Tina estaba ocupando la cama de Kurt y no querían molestar a Rachel y a Tamara. Nadie hizo nunca ningún comentario al respecto.

Las decisiones fueron tomadas de forma rápida y eficiente, especialmente una vez que Noah se decidió a salir del agujero de su miseria para darse cuenta de que realmente venía bien una mano extra en ese mundo que se les ataba viniendo encima. Tina y Tamara eran la prioridad, y no había tiempo para el dolor de nadie más y había que morderse hasta sangrar para contener las lágrimas si llegaba a ser necesario.

(Nadie se lo dijo a Rachel, por supuesto, porque los tres tienen un punto sensible por ella, y porque todos comprendían que el dolor propio de Rachel era demasiado reciente y aún no había llegado al grado máximo de curación que algún día podrían brindarle los besos de Santana. Nunca había sido tan difícil para todos ignorar que Rachel era viuda como entonces que Tina también lo era.)

Decidieron por unanimidad que Tina y la nena se quedarían con ellos el tiempo que fuese necesario, y todos consideraban que cuanto más largo fuese ese tiempo, mejor. Ninguno se sentía tentado a lanzarlas de nuevo al horroroso mundo, la verdad. Mejor era mantenerse con la ilusión de que mientras las mantuviesen dentro de esa casa nada podría pasarles, aunque no fuese más que eso: una ilusión.

Nadie contaba con que Tina iba a retorcerse y a rebelarse en cuanto se despertara. Lo entendían, en cierto punto, seguro: Tina quería volver a esa casa donde se había desarrollado su vida, donde todo había sido su felicidad, con problemas y dramas incluidos, a esa casa que había sido suya y de su marido, a esa casa que era su vida de adulta, a esa casa que era ella. Hizo falta que Rachel la abrazase en la puerta, con las lágrimas arrasándole los ojos, suplicándole que no fuera, que no sabía si podía soportar perder a alguien más, que Tamara la necesitaba, que todos la necesitaban, que por favor, Tina. Por favor.

Esa fue la primera vez que vieron llorar a Tina después de la tragedia, y fue como si se abriese una compuerta, como desvelar un secreto largamente guardado. Fue una catarsis que, quizás, les estaba haciendo falta a todos.

Al final lograron convencerla de que se quedase con ellos con las dos únicas condiciones de que la dejasen ir a recorrer su casa una vez, para traerse consigo todo lo que era realmente valioso para ella, pero quizás no para la mente fría que Kurt había tenido que tener al momento de ir a buscarla, y con que le prometiesen que iban a dejarla volver definitivamente cuando terminaran de esclarecerse todos los claros- oscuros de la muerte de Artie.

Con el tiempo, ningún oscuro fue volviéndose claro, y todo se fue desvaneciendo de perspectiva en un horrendo compossé de grises y más grises. Ninguno se creyó nunca la versión de que había sido simplemente un accidente, una bala perdida, de que Artie había quedado en medio de un tiroteo que no le correspondía en nada. Tina nunca pudo sacarse de la cabeza la idea de que, directa o indirectamente, había sido culpa de su familia, porque el largo brazo de la justicia asiática siempre alcanza a los disidentes.

No volvió a hablar de volver a su casa, y ese pequeño nido de felicidad que había sido suyo durante cuatro años quedó abandonado como la única prueba tangible que a veces creía que le quedaba de que todo había sido verdad, y de que no lo había soñado. Su casa, y Tamara. Siempre Tamara.

Alguien podría decir que Tamara Abrams le salvó la vida a Kurt Hummel.

No porque Kurt estuviese al borde del suicidio antes de tener que hacerse cargo más profundamente de Tamara, ni nada parecido, sino porque ella le dio a su vida aquello sin lo cual el destino de Kurt Hummel jamás podría florecer: un foco.

Durante años, el foco de Kurt Hummel había sido su padre, y Burt seguiría siendo por siempre la persona más importante en su vida, pero hay muchas cosas que Kurt no hace por su padre y por eso le resulta irreconciliable el hacer cosas por su padre.

(Seguir sus propios sueños se encuentra en la lista de cosas que no hace por su padre, y sin ese foco que podría haber determinado toda su vida, a Kurt a veces le costaba encontrarle sentido al siempre seguir adelante, y lo hacía por simple inercia, porque es un luchador y no retrocede ni para tomar carrera.)

Tamara le dio ese sentido, ese pequeño giro de tuerca a la ironía completa que a veces siente que es su existencia. Kurt quiere a Tamara con un cariño abrasador y terrible, con toda la pasión que podría corresponderle a la hija que nunca tendrá, y luego querrá a Beth con un cariño similar, pero no el mismo, porque bueno, Tamara le salvó la vida, para ser honestos.

De las heridas de Tina se ocuparon más Rachel, porque en cierta forma eso ayudó a cerrar sus propias heridas, y Puck, y eso consolidó para siempre el vínculo entre ellos que el tiempo haría sagrado. El vínculo de Kurt con Tina ya había sido sellado con lágrimas mucho tiempo atrás y por eso Kurt se podía permitir acurrucar a Tamara entre sus brazos y dedicarse a defenderla de la vida con uñas y dientes.

(Porque, además, Tamara no le decía a nadie si el que lloraba por las noches era él, y no ella.)

Tamara es su ahijada y para Kurt eso es un regalo, es una oportunidad, y nunca ha pretendido ser el padre que ella perdió, pero si para él ella es una luz, para ella, él será siempre una de las personas más importantes en su vida, apenas por debajo de su madre, su protector, su consejero y su mejor amigo.

Lucy Q. Fabray aprendió la profesión más antigua del mundo antes de aprender a derivar funciones trigonométricas.

En realidad, nunca aprenderá a derivar funciones trigonométricas, porque terminará la secundaria a los treinta y cinco años, más por orgullo que por otra cosa, y será incapaz de aprenderlas, y pondrá a Beth (que tampoco entenderá ni una coma, pero que será dotada con una memoria prodigiosa) a recitárselas ad infinitum hasta lograr que el mínimo conocimiento indispensable quede adherido a su memoria.

Pero el arte de las sonrisas y de los párpados bajos y del rubor en las mejillas se lo había enseñado su madre desde una edad muy temprana (y maldito, maldito, maldito fuese quien se atreviese siquiera a insinuar que por eso le había pasado la desgracia que le había pasado), y gracias a eso fue que dio el primer paso en el camino necesario para no morirse de hambre en un lugar del que ni siquiera sabía bien el nombre cuando el dinero que tenía ahorrado terminó siendo mucho menos una fortuna de lo que a ella siempre le había parecido.

Lucy Fabray tenía dieciséis años cuando intercambió sexo por un favor por primera vez, y por ese entonces no lo llamó prostituirse, porque había perdido la virginidad contra su voluntad hacia apenas tres meses, y aunque el concepto existía en su mente tanto como en la de cualquiera, no había tenido suficiente conexión con la realidad como para asociar el término con un hecho real, que pudiese suceder en su vida, mucho menos. Pero tenía dieciséis años y estaba muy, muy lejos de su casa, y lo único que realmente deseaba era alejarse lo más posible, se había quedado sin un centavo y estaba comenzando a albergar la sospecha- el terror- de que quizás estuviese embarazada. Estaba desesperada, y era eso o morirse, y no podía morirse, porque eso iba en contra del precepto máximo de que ella tenía la verdad y la razón, y no podía contradecir ese precepto porque, bueno, entonces incluso morirse perdería importancia.

Fue una serie de tres conductores a los que detuvo haciendo dedo y a los que pagó el favor con sexo la que terminó dejándola a las puertas de Lima, en Ohio. Lucy no pensaba quedarse allí, quería seguir camino hacia el norte, llegar a Canadá, quizás, si podía violar la frontera (y ya había comenzado a aprender que prácticamente no hay nada que uno no pueda conseguir si está dispuesto a ofrecer lo suficiente). Planeaba quedarse una noche, nada más, y seguir su camino, pero a las pocas horas de estar por la ciudad buscando un lugar donde dormir la atacaron unos dolores muy intensos en la espalda, y a duras penas llegó a llamar al timbre de la casa más cercana antes de desvanecerse.

Se despertó en el hospital una media hora después y, realmente, había sido afortunada, porque no cualquiera daría nada por una desconocida desmayada misteriosamente frente a su puerta. El agradecimiento se le desvaneció de la mente en cuanto vio el pequeño charco de sangre que le goteaba de entre las piernas formándose sobre el colchón.

Lucy no había deseado a ese bebé, tanto como nunca había deseado que el padre se acercase a ella a mucho menos que a cinco metros de distancia, pero la cantidad de sentimientos encontrados que le produjo el saber que no lo tendría fue avasallante. Por un lado estaban el alivio y la ligera sensación placentera del deseo de venganza y de destrucción satisfecho. Pero por otro lado estaban la pérdida del último lazo de conexión con su vida pasada, que no sabía si estaba lista para perder del todo, y la infinita soledad, y la vergüenza por el alivio, y la culpa, y el terrible dolor, que era físico, pero que también se traducía en una tremenda pesadez emocional. Las primeras doce horas después de que le dieran el alta, Lucy se las pasó en la sala de espera del hospital, llorando siempre, durmiendo y vomitando bilis solo de a ratos, con una enfermera maternal y solícita a su lado sosteniéndole el cabello y acurrucándola en sus brazos y obligándola a beber aunque solo fuese pequeños sorbos de agua para que no se deshidratase. Cuando logró parar de llorar durante más de media hora seguida, se escabulló al baño a ponerse un poco de maquillaje para no parecer traída de regreso de la muerte, y huyó del hospital lo más rápido que pudo, murmurando disculpas inconexas, con los ojos espabilados para evitar el llanto lo más posible, pero no pudiendo evitar el puñado de caramelos que la mujer le metió en el bolsillo, ni el papel con su número de teléfono que le estrujó dentro del puño, prácticamente amenazándola de que la llamase si necesitaba algo, lo que fuese, a cualquier hora.

Se comió uno de los caramelos de menta y miel al instante, porque estaba tan débil que sentía que se iba a desmayar en cualquier segundo, pero arrojó el número de teléfono en la primer papelera que se encontró al salir del hospital, no por desagradecida o porque se creyese invulnerable, sino porque no se podía permitir ser vulnerable.

(La vida se encargaría de darle la oportunidad de agradecerle el interés y la dedicación a Carole Hudson muchos años después).

Tenía náuseas constantes y un sangrado intermitente que le impedía siquiera pensar en la posibilidad de abandonar la ciudad prontamente, así que se hizo de algo de dinero con un par de hombres en el callejón trasero de un restaurante, lo suficiente como para comprarse una caja de té y una barra de pan y pagarse el alquiler de un cuarto miserable y terrible durante dos días.

Al mes, cuando se habían detenido los sangrados y se sentía lo suficientemente fuerte como para marcharse, ya tenía uno o dos clientes más o menos recurrentes, y había juntado suficiente dinero como para permitirse un cuarto donde las cucarachas no tuvieran el tamaño suficiente como para poder calentarle el agua para el té, y había comenzado a darse cuenta de que todo lugar era tan mierda como el anterior y como el siguiente, así que para qué justificar la molestia de siempre continuar hacia el próximo.

Fue en Lima, Ohio, que murió definitivamente Lucy y nació a la luz Quinn Fabray.

Rachel se retuerce en la cama, incómoda, hasta que a Santana se le acaba su de por si escasa paciencia y prende la luz que tiene para leer en la mesa de noche.

- Escúpelo de una vez, Berry, o ninguna de las dos podrá dormir nada esta noche, y ¿sabes? No es fácil mantenerme así de espléndida, necesito de mi sueño de belleza.

Rachel se mordisquea las uñas nerviosamente hasta que Santana le da una palmada en la mano para que se la quite de la boca.

- ¿Crees que fue un error, Tana?

Santana se incorpora entonces, porque Rachel suena preocupada, y por mucho que se queje, el bienestar de Rachel viene primero para ella, siempre.

- ¿De qué hablas? ¿De lo de Kurt y Blaine?- Y gesticula con las manos, porque no necesita decir nada más, las dos saben exactamente de qué están hablando, y Rachel asiente con la cabeza.- Seamos sinceras, Rach, acá, entre tú y yo, las dos sabemos del gran elefante rosa en el cuarto de Kurt. Y vamos, nunca nadie jamás le conoció una novia a Blanderson, ni siquiera una de esas zorras como la rubia esa que suele frecuentar Mike, así que creo que casi podemos asumir que los elefantes rosas son dos. Así que no creo que haya estado mal, pero oh, sí, todo tiene siempre el potencial de ser un error tarde o temprano, de eso seguro.

Rachel comienza a retorcerse los dedos de las manos nerviosamente y Santana pacientemente se las desenreda para que no se haga daño. Rachel le ha contado que son manías que incorporó en los primeros meses después de la muerte de Finn, y todavía la atacan a veces, y lo único que ella puede hacer al respecto es llamarle la atención al respecto para que no se haga daño y nada más, aunque quisiera hacer todo.

- ¿Crees que Kurt estaría molesto conmigo si supiera que lo hice a propósito?

Santana se encoge de hombros.

- Tú conoces a la princesa mucho mejor que yo, Rach, no puedo contestarte eso.

Rachel no responde, pero se acurruca contra la espalda de Santana, que está a punto de apagar la luz para que puedan dormir cuando escucha la voz de su mujer- su mujer, no su novia, hace tiempo que pasaron ese límite, y a Santana le encrespa la sangre el pensar que Rachel jamás va a poder ser su esposa y llevar su apellido en los papeles, pero eso no hace que sea menos su mujer en la vida del día a día- ahogada contra su espalda.

- Lo hice porque creo que podrían hacerse mucho bien el uno al otro. Porque todos nos merecemos una oportunidad, ¿no crees, Tana?

Santana la abraza y le deposita un beso suave en el pelo antes de responderle muy, muy bajito.

- Excepto quienes no la quieren.

Son las cuatro y cuarto de la tarde y el pañuelo de Mike cubierto de sangre presionado con fuerza contra la sien izquierda de Blaine. Mike lo codea y le murmura ente dientes, molesto, que deje de moverse si no quiere tener que recibir puntos por la brecha que le va a abrir él en el mentón para que deje de moverse. Blaine bufa, y comienza a retorcerse los dedos nerviosamente, pero deja la cabeza quieta y le permite a Mike trabajar en paz. Mike se cansa enseguida de tener que ejercer presión constante para contener un manantial de sangre que parece no querer dejar de fluir nunca y echa un poco de azúcar para lograr que la herida deje de sangrar en unos pocos segundos. Un paño húmedo, alcohol, antibiótico, gasa, cinta hipo-alergénica. No es una herida fea, es apenas superficial, y no necesitará puntos, y Mike no entiende por qué Blaine se comporta como un niño de tres años, haciendo puchero y cruzando los brazos por sobre el pecho. No es la primera vez que se hace una herida así en una pelea y no será la última, y jamás le ha prestado atención a la estética, o no se metería en peleas de ese tipo, fuese o no bueno o suficiente el motivo.

Oh.

- No te preocupes, dudo que a Kurt le importe en lo más mínimo que tengas una venda en la cabeza, Blaine.- Dice justo antes de entrar al baño para guardar el botiquín de primeros auxilios, y la única respuesta que recibe es el sonido de la puerta del cuarto de Blaine cerrándose de un portazo.

Mike suspira y después de dejar el botiquín impecable pone agua para hacer té, mientras se pregunta si Blaine algún día va a decidirse a que hablen de eso, porque, realmente, Mike no entiende en quién va a confiar Blaine si no confía en él.

(Se rehúsa a pensar que la respuesta es en nadie).

Son las cinco y treinta y tres y Dave está revisando unos cuadros presupuestarios cuando le llega un nuevo mensaje de texto y toma el celular sin prestarle demasiada atención- pero con cuidado, porque tiene aún un poco dolorida la muñeca de la mano derecha-, y se sorprende al verificar que no es ni de Mike, ni de Blaine ni de ninguno de sus compañeros de trabajo, que son de quienes recibe el noventa por ciento de sus mensajes de texto.

Ey, tierra-Smithe llamando a tierra-Karofsky. Estoy libre esta noche, así que te espero a las siete en avenida Roschman 1936. Vístete bien y no llegues tarde. ~S

El primer impulso de Dave es tirar el celular contra el suelo y pisotearlo hasta que no queden ni rastros de él en este mundo. Pero como siempre le pasa, la rabia se le pasa pronto, y si sucumbiese a sus primeros instintos, lo sobrevendría luego la culpa, y Dave ha descubierto con el pasar de los años que es mejor contener la rabia que después lidiar con la culpa. Piensa en ignorar el mensaje, luego, pero no llega a revisar ni dos líneas más de su cuadro cuando ya se le han ocurrido una cantidad incalculable de fallas a ese plan- Sebastian no se lo callaría, y tarde o temprano se enterarían sus padres, y su padre se pondría tan triste de pensar no sólo que Dave es un mal educado, sino que además desperdicia las oportunidades que él se esmera en crearle, y que no le importa en lo más mínimo lo preocupados que están él y su madre por su bienestar.

Dave piensa en no responder el mensaje pero asistir a la cita de todos modos, pero sus instintos son más fuertes que él.

Allí estaré. D.

Son las seis y treinta y ocho y Kurt ya se ha cambiado de camisa por cuarta vez y le está comenzando a entrar el pánico porque piensa que no va a llegar a tiempo, mientras Tina se ríe de él sentada en su cama dándole a Tamara grandes cucharadas de helado en la boca directo del pote. Hay una infinidad de razones por las que Kurt quisiera quejarse- le vas a arruinar el apetito, le vas a arruinar los dientes, ¿por qué demonios se te ocurrió que era una buena idea comer helado en mi cama?- pero que Tamara tenga la boca ocupada comiendo implica que hay una boca menos para reírse de él, así que Kurt se calla.

Pero Tamara traga el helado que tiene en la boca, y dice que no con la cabeza cuando Tina le ofrece una nueva cucharada, y lo mira por largos instantes, antes de decirle con su voz suave e infantil:

- ¿Vas a salir con un chico, tío K?

Kurt se queda boquiabierto y Tina se queda muy muy quieta, como pensando que si no se mueve demasiado nadie notara su presencia y la situación tensa se solucionará por sí sola. Kurt sopesa sus opciones por un instante, pero no le ha mentido nunca a Tamara, y su filosofía siempre ha sido que a los niños no hay que mentirles a menos que sea extremadamente necesario, y no va a empezar a cambiarla ahora.

- Sí, nena. Voy a salir a cenar con un chico.

Tamara parece pensárselo por un momento, y después de un par de instantes en los que Kurt se hace y se deshace el nudo de la corbata varias veces con dedos temblorosos, asiente lentamente con la cabeza.

- Okey. ¿Cómo salen a cenar la tía Rachel y la tía Tana?

El único sonido que invade el cuarto es el sonido de Tina inhalando con tanta fuerza que pareciera que el aire corta su garganta al entrar en su cuerpo. Kurt no mira a los ojos a su ahijada antes de contestarle.

- No, cariño. No como la tía Rachel y la tía Tana.

Son las siete y dieciocho y Sebastian ya ha ordenado el vino sin consultarle, y David se siente afortunado de poder- o al menos de creer que puede- elegir qué va a comer de cena. Los primeros instantes son tensos, con Sebastian hablando completamente en francés, para total sufrimiento del mesero, y con David poniéndose rojo del esfuerzo para producir respuestas cortas y torpes.

Lo toma completamente por sorpresa la sonrisa casi suave que le dedica Sebastian una vez que les han servido el plato principal.

- Eres voluntarioso. Muy bien.- Y Dave se ruboriza hasta la raíz del cuero cabelludo, y Sebastian suelta una carcajada.

- Creí que ibas a pretender ser francés, o algo así.- Murmura Dave entre dientes, esquivándole la mirada.

- Tienes que aprender a aprovechar tus oportunidades, David.- Le responde Sebastian acomodando meticulosamente su servilleta al costado del plato.- Así, el mesero creerá que soy un cliente venido de Francia y que estamos en una cena de negocios, y no sólo nos dejará en paz, sino que también se verá coartado de buscar segundas intenciones y mirarnos de más.- David se atraganta con el pedazo de carne que se acaba de llevar a la boca. Las implicaciones son terribles, y él apenas se atreve a pensar en la posibilidad demasiado fuerte dentro de su propia cabeza, ¿cómo se atreve Sebastian a decirla en voz alta? Sebastian lo mira de reojo, perspicaz y con la sonrisa casi a flor de labios.- Porque no hay segundas intenciones, ¿verdad David?

Por primera vez desde que se conocen, David se permite fulminarlo con la mirada. Quisiera responderle muchas cosas (No eres mi tipo. No eres mi tipo porque no me gustan los hombres. No eres mi tipo y no me gustan los hombres, y aunque esas cosas no fuesen ciertas, de todos modos no estoy coqueteando contigo. No estoy coqueteando contigo porque apenas puedo hablarte sin que se me haga un nudo en la lengua. No eres mi tipo. No me gustan los hombres. No eres mi tipo. No me gustas. No. Me. Gustas.), pero no logra terminar de articular una sola frase dentro de su cerebro que esa frase ya es desmentida o rechazada por dos o tres más, así que simplemente retuerce con rabia la servilleta entre sus manos.

- Veo que la rabia es tu vía de escape. Tendrás que aprender a controlar eso, o no llegarás muy lejos en la vida, David, y mucho menos en este pueblito de morondanga donde todo está regido por cuan mal puedan hablar de ti y de tu familia las vecinas.

David se desinfla como un globo, cierra los ojos y cuenta mentalmente hasta diez. Cuando vuelve a abrirlos, se encuentra con los ojos verdes y punzantes como dagas de Sebastian clavados en los suyos. Se miran, y por un instante David tiene la terrible, terrible impresión de que Sebastian va a extender una mano para tocarle la suya o algo, pero finalmente el gesto se resuelve con una floritura en el aire.

- Hay tantas cosas que tienes por aprender, David, y yo podría ayudarte, si me dejaras.

Dave asiente con la cabeza, porque por supuesto que Sebastian tiene razón.

Son las ocho y cuarenta y seis y a Blaine Anderson le duelen las mejillas de tanto sonreir y el estómago de tanto reírse.

Blaine conoce a Rachel hace unos cuantos meses, y puede decir sobre ella muchas cosas buenas a pesar de las cuales la quiere y muchas cosas malas por las cuales la quiere, pero es evidente que no sólo ella y Kurt se conocen no sólo de hace mucho más tiempo, sino mucho mejor, y que Kurt puede hablar mal de ella sin repetir y sin soplar una hora sin pausas, sino que, de ser necesario, él saltaría al fuego por ella.

(Blaine tiene a Mike, y puede entenderlo, y por eso no solo aprecia el humor sarcástico y punzante de Kurt, y su sagacidad y su atenta observación, sino que aprecia aún más que posea la capacidad de tener un sentimiento de ese calibre por alguien. Para Blaine, eso es más que suficiente para ser piedra de toque de una espléndida amistad.)

El terreno se iguala un poco cuando la conversación se desvía hacia Santana, porque aparentemente Kurt también la conoce desde hace mucho más que Blaine, pero no la conoce mejor, y es extraño que la conversación que gira en torno a Santana sea más seria que la que gira en torno a Rachel, cuando uno tendería a pensar lo contrario, y que precisamente sea la conversación que lidera Blaine, cuando Blaine es conocido por casi cualquier cosa menos su seriedad.

(Llegan a un punto de inflexión luego, cuando es obvio que la conversación progresaría naturalmente hacia la relación de Rachel y Santana, pero es un tema que claramente ninguno de los dos quiere tocar y se hace un silencio pronunciado y ominoso que se rompe cuando Kurt le propone compartir un cheesecake).

Son las nueve y dieciocho y Mike se odia un poco, pero no por eso deja de llamar a la puerta de Quinn Fabray.

Quinn no responde al primer llamado ni al cuarto, pero Mike insiste, porque las luces están encendidas, lo que indica que Quinn está en la casa y no hay un clavel sobre el umbral de la puerta, por lo que no está con un cliente. (La primera vez que la visitó, Mike le llevó un ramo de claveles y Quinn se puso lívida en cuanto le abrió la puerta. El ramo terminó en la basura sin que ella lo tocase siquiera y Mike aprendió entonces de la tradición y las implicancias.

- ¿No te da miedo que alguien te lo quite y se produzca una situación incómoda?- Le preguntó entonces, porque todavía no había aprendido que prefería no saber.

- No se atreverían.- Contestó ella con una mirada fulminante.

Mike aprendió entonces que hacer enojar a Quinn Fabray es una de las últimas cosas que quieres hacer en tu vida. La tradición de las violetas y los girasoles nació ese mismo día.)

Al sexto llamado de timbre, la puerta se abre apenas lo suficiente como para que Quinn pueda asomar la cabeza, con la cadena aún puesta.

- Ah, eres tú.- Dice con voz monótona al verlo, sin embargo, desaparece un segundo y se escucha el ruido inconfundible de la cadena al ser descorrida.- Pasa.

Mike entra y la casa es un caos, y Quinn está en bata de dormir y pálida y ojerosa. Es evidente que algo va mal, porque antes del primero y después del último cliente la casa siempre está impoluta, impecable, porque Mike la ha visto limpiarla antes, pero especialmente después, cuando restriega los pisos con la rabia acumulada que es la contraparte de las humillaciones a las que se somete todos los días, y se desquita con los estragos que quedan de los hombres que los provocan, porque no puede desquitarse con ellos.

(Esa es la clase de cosas que Mike aprendió a saber sin preguntar.)

Quinn se recuesta en la cama, que está deshecha, y le indica con un gesto vago que se siente donde quiera. Mike se sienta a los pies de la cama y Quinn hace un mohín, pero no dice nada. No le hace preguntas, porque a esta altura del partido sabe suficiente como para imaginarse sin hacer preguntas. Quinn es débil, tiene una salud delicada, ha sido siempre así desde que Mike la conoció, y aunque él sabe que se cuida escrupulosamente, porque ningún hombre se acerca a menos de cinco metros de ella sin un preservativo, eso no la libra de todas las otras formas de contagio que implica el contacto intenso con otros seres humanos, y Mike la ha visto irse a dormir con fiebre día por medio. Pero lo que el cuerpo no le da, ella lo compensa con carácter, Mike nunca la ha visto quejarse ni ir a un médico, todo lo cura con té, baños fríos y sudando un rato en la cama. No hay nada que la detenga, dice bien que si ella no sale a buscarse su pan nadie lo hará por ella, y aprieta los dientes y sale adelante, porque si hay algo que sabe hacer es sobrevivir. Mike admira tremendamente eso de ella.

(También están esas otras noches, que son contadas con los dedos de una mano, pero no por eso uno se las olvida, sino todo lo contrario. Esas noches en las que él llega y ella apenas se puede levantar a abrirle, porque está llorando, o tan pálida que podría asustar a un muerto. Al principio, él se preocupaba y le hacía preguntas, intentaba revisarle el cuerpo en busca de golpes, hacer que hablara con él, que le contase que le pasaba. Ella decía a todo que no, y volvía a la cama hecha un ovillo, y lloraba durante minutos que a él se le hacían eternos, y él no soportaba la presión de estar presente pero no ser útil, y terminaba yéndose a la media hora, y golpeaba las paredes con los puños y terminaba llorando él también del otro lado de la puerta, a menos de diez metros de ella, pero tan lejos. No, Mike nunca se va a olvidar de esas noches.)

Pero esta noche es distinta, porque Quinn no llora, pero eso solo la hace parecer más rota. Se quedan diez minutos en esa posición exacta, él sentado al borde de la cama y ella hecha un ovillo, con la respiración agitada y al borde de quedarse dormida. Cuando está prácticamente seguro de que ella se ha quedado dormida, él se levanta y pone agua para té. Esta va ser una larga noche.

Son las nueve y veinticinco de la noche y han pasado por el ritual completo de cena, postre y café y Sebastian casi podría irse silbando a casa de lo contento que está.

Lima no es Paris, y David no es Etienne, pero Sebastian se ha reído un poco, a veces, ha tenido una conversación interesante de a ratos, y, sobre todas las cosas, ha encontrado algo en lo que focalizar su atención, algo en lo que puede mantenerse interesado, porque Sebastian sabe que cuando no tiene a mano algo en lo que focalizarse, es cuando más peligroso se vuelve y no, no de un modo que sea bonito.

(Eso, sin contar con que precisamente necesita algo que lo haga olvidarse de Paris y de Etienne, porque de otro modo cree que se va a volver loco).

Están caminando juntos de camino a la casa de David, porque sólo es educado que regresen juntos cuando han pasado toda la noche juntos, y él ya conoce la casa de David mientras que Dave no conoce la suya, ni sabe exactamente dónde vive (y eso es algo que Sebastian piensa mantener así, hay muchos grados de vulnerabilidad posibles en los que no tiene la menor intención de involucrarse). Van caminando en silencio, no han hablado demasiado durante la noche, pero Sebastian se da por satisfecho, ha podido enterarse de lo suficiente como para saber que no está luchando por una causa perdida, que hay potencial allí donde está metiendo la nariz, y que, por sobre todas las cosas, habrá una recompensa que valga la pena el esfuerzo esperándolo al final del camino. (Y no es estúpido, se da cuenta de que la naturaleza de David es así, callada y tranquila, y no quiere forzarlo a más, no todavía, porque también ha visto una pequeña anticipación de la fiera que uno puede llegar a despertar si agita demasiado los hilos, y Sebastian no está seguro de si no va a despertar a la fiera todavía porque no quiere o porque no debe. Ese es el peligro de su propia naturaleza, y Sebastian ya se ha rendido ante ella hace muchos años, se ha quedado sin energías de luchar en su contra y en realidad, no está seguro de que valga la pena.)

No hay nada de precipitado en sus decisión ni en su movimiento, lo que sucede es algo que Sebastian ha planeado hacer desde el momento en el que puso los ojos por primera vez en David Karofsky y su instinto le dijo que allí había mucho más que el aburrido y pueblerino hijo de un ex compañero de su padre al que se vería obligado a frecuentar y soportar por mera cortesía. Sebastian vio un desafío, vio un terreo fértil para su propio juego y alguien que estaba buscando desesperadamente una respuesta sin siquiera terminar de entender cuál era la pregunta. También vio muchas otras cosas, como un alma hermosa y unas manos de las que a Sebastian le gustan para el amor, pero eso es algo que no admitiría ni muerto.

Sebastian es un gran jugador de ajedrez, y el ajedrez implica no sólo paciencia, conocimiento y estrategia; el ajedrez, a veces, es también sobre poner todo lo que uno tiene en el tablero, dar un paso al frente y ponerlo todo en riesgo sin tener la certeza de una ganancia; es jaque mate para un lado o para el otro, de forma irreversible, pero a veces es la única manera de resolver una partida.

Sebastian mira a un lado y al otro cuando llegan al portal de la casa de David mientras Dave rebusca en sus bolsillos buscando la llave y murmurando entre dientes algo que parece a medias un agradecimiento y a medias una amenaza de muerte, porque tampoco es un inconsciente, vamos, y cuando está seguro de que no hay nadie en un radio de cien metros a la redonda, se yergue sobre su espalda todo lo derecho que es, toma a David de las solapas del saco y le planta un beso firme sobre los labios.

Son las diez y cuarto de la noche y Blaine Anderson está seguro de que el corazón se le va a derretir de tanta ternura.

Ha pasado una noche estupenda, hace tiempo que no la pasaba tan bien con alguien que no fuese Mike, e incluso ha sido distinto que con Mike, ha habido una chispa, un deseo que le quemaba en el estómago de estirar la mano y tocar la piel de porcelana de Kurt mientras hablaba con adoración de su ahijada, para asegurarse de que era real, porque Blaine no estaba del todo seguro de que aún existiese gente así en el mundo.

(No lo cree aún del todo. Se pregunta un poco qué necesitaría para terminar de creérselo.)

Y hablando de la susodicha ahijada, debe tratarse de esa preciosura de cinco años que corre a los brazos de Kurt en cuanto este abre la puerta, y Blaine se muere, se muere un poco en el lugar del que no se ha movido pese a que ya se han deseado las buenas noches y se han despedido, no sabe exactamente qué estaba esperando para moverse, definitivamente esto no era, pero esto sirve, también.

- ¡Tamara! ¿Por qué no estás durmiendo?- Y Kurt suena entre sorprendido y escandalizado, y tremendamente paternal y realmente no, no está ayudando a que Blaine confirme que es real.

- Mamá me dijo que podía quedarme despierta hasta que volvieras de tu cena para que me contaras como te había ido, tío Kurt.- Le responde la pequeña, y Blaine se fija entonces en que quizás eras pequeña para su edad, pero que se para muy derecha y habla casi como un adulto. Con solo dos noches de haberlo conocido, Blaine ya puede ver lo mucho que hay de Kurt en ella.

- Bueno, bueno, ya me podrás preguntar luego, ¿vale? Pero primero saluda a Blaine, que si no creerá que no te he enseñado modales, como tu madre pretendía.

- ¡Deja que la niña sea un espíritu libre, Hummel!- Se oye gritar a una voz femenina desde dentro de la casa, que Blaine supone que será Tina, la madre de Tamara.

- ¡Será un espíritu libre pero educado aunque sea lo último que haga en la vida, Cohen-Chang!

Tamara se le acerca muy despacio, como desconfiando, y Blaine le sonríe y se arrodilla como para estar a su altura, tratando de animarla.

- Tamara Abrams, mucho gusto.- Le dice mientras le estira la mano derecha, y Blaine podría morirse ahí mismo.

- Blaine Anderson, encantado.- Le responde mientras toma su pequeña mano entre las suyas y se la lleva a los labios. Tamara parece sorprendida por un momento, como si esta fuese una posibilidad que nadie puso en su libreto y en cuanto Blaine le suelta la mano la retira y la esconde detrás de su espalda y sí, definitivamente hay tanto de Kurt en ella.

Kurt se ríe un poco y se acerca a ella y la toma en brazos y a Blaine se le hace pedacitos lo poco de corazón que aún le quedaba en pie.

- Me parece que ha sido demasiada emoción para alguien, creo que es hora de que nos vayamos todos a la cama, ¿no?- Tamara asiente con la cabeza mientras esconde la nariz en el hueco del cuello de Kurt.- Buenas noches, Blaine.

- Buenas noches, Blaine.- Responde ella en automático en medio de un bostezo.

- Buenas noches, Kurt, Tamara.- Y pese a que Kurt le da la espalda y ya se está dirigiendo hacia dentro de la casa con la niña en brazos, Blaine no hace ademán de marcharse, se queda en su lugar como si alguien lo hubiese clavado allí, porque así es como se siente, porque no termina de entender del todo qué, pero hay algo que lo atrae irremediablemente a esa casa.

- Me gusta tu sonrisa.- Le dice la niña de repente, justo cuando Kurt está atravesando el umbral de la puerta.- Me da ganas de sonreír. Y al tío Kurt, también.

La puerta se cierra sin ningún comentario accesorio de parte de Kurt, y Blaine se queda en su lugar durante un tiempo tan eterno que podrían haber sido días y está tan, tan jodido.

Son las cuatro y cuarenta y tres de la madrugada y en Lima, Ohio, hay, por lo menos, cinco pares de ojos sin cerrarse.

Mike Chang se obliga a mantenerse despierto, porque Quinn está volando de fiebre y entra y sale del sueño en forma de alucinaciones constantes, y le da miedo dormirse mientras la siente tan frágil pendiendo de un hilo. (En realidad, lo que no le permite dormir es la realización de que ya no puede más, y de que esta no es la vida que quiere para él.)

Tina Cohen-Chang está cosiendo un vestido que tiene que terminar para el lunes sin falta, y prefiere aprovechar el insomnio para adelantar trabajo. (En realidad, el agotamiento hace que le falten ganas para pensar, y necesita no pensar, porque ha aprendido a vivir con la pena de la falta, pero a la pena de la soledad se le hace cada vez más difícil acostumbrarse.)

Kurt Hummel se levanta mil veces y se resiste a ponerse a revisar el plano en el que está trabajando, pero lo termina haciendo de todos modos, porque necesita mantener la mente ocupada, y toma el lápiz y se da cuenta de que está haciendo embrollo en las medidas y para cuando quiere darse cuenta, ha garabateado algo en el margen que nada tiene que ver con el edificio, y termina tirando el plano a la basura sin miramientos, aunque sean horas de trabajo perdido, porque no puede permitirse correr riesgos. (En realidad, lo mantiene despierto la certeza de que acaba de hacer su vida mil veces más complicada, lo mantienen despierto todos los deseos que ha mantenido a raya durante años, y aparentemente se han aliado en su contra, porque un solo paso en la dirección equivocada ha hecho que se desaten todos. Bueno, ese paso no podrá volver a ocurrir nunca más, entonces.)

Blaine Anderson no se molesta siquiera en intentar dormir, se pasa la noche en vela sentado en su escritorio componiendo con letra casi ilegible por falta de uso, y está seguro de que el día menos pensado terminará tirando todas las partituras a la basura, porque no puede darles ningún uso más que testear la paciencia de Mike, pero es lo que necesita ahora, son emociones que no puede contener, son emociones que ni siquiera sabía que era capaz de tener, son emociones que le hacen sentir que ha vivido su vida hasta ahora en versión de baja calidad, con los colores opacados y el sonido muy bajo. Lo que necesita ahora es que lo dejen divagar sobre el color imposible de los ojos de Kurt Hummel. (Blaine es el único que no se miente respecto a los motivos por los que no puede dormir, quizás porque ya se ha mentido demasiado).

David Karofsky no puede dormir porque lo atacan de a ratos los impulsos rabiosos y los ataques de llanto y, realmente, que manera estúpida de perder el sueño y trastocarse el horario. (En realidad, lo mantiene despierto el sentimiento de náusea constante que es incapaz de combatir y que le oprime la boca del estómago, hasta que se ve obligado a levantarse de la cama y forzarse el vómito. La náusea que se provoca él mismo, no el beso, porque el problema no es el beso en sí, el problema es cuánto le gustó el beso, y que no pueda evitar pensar en él como el primer beso que realmente le ha importado, a sus veinticinco años y con una nada despreciable lista de chicas en su haber.)

x autor: albaclara, . rating: x nc-17, . fanfic: wip, . fanfic: largo, !big bang

Previous post Next post
Up