Big Bang: No es un cuento de los 20'- Primera parte (A)

Aug 14, 2012 00:54

Fandom: Glee
Título: No es un cuento de los 20'- Primera parte- A
Personajes: Blaine Anderson. Kurt Hummel. Tina Cohen- Chang. Mike Chang. Noah Puckerman. Rachel Berry. Quinn Fabray. Santana López. David Karofsky. Sebastian Smythe. OFC (Tamara Abrams). Menciones de Brittany Pierce, Finn Hudson, Artie Abrams.
Parejas: Pezberry. Mike/Quinn. Smysky. Menciones de Brittana, Tartie, Finnchel. SPOILER: Endgame: Tike. Quick. Pezberry. Smysky. platonic!Klaine.
Amistades: Mike/Blaine/David (énfasis en Bike Chanderson). Puck/Kurt/Tina. Kurt/Rachel/Santana/Blaine. Klaine. Pucktana. Puckleberry. SPOILER: En próximas partes: Sebastian/David/Rachel/Santana
Extensión: ~27 K / ?
Advertencias: AU. Sociedad separatista con tendencia a la distopía. Homofobia y racismo estandarizados e internalizados. Menciones de muerte de personaje secundario, violencia, violación, aborto natural, prostitución, estupro. Lenguaje. No creo que angst sea apropiado, pero creo que es una historia que duele, un poquito. SPOILER: En próximas partes, muerte de personaje principal, sexo.
Summary: Esto es una historia como cualquier otra, sin dragones, sin princesas, sin hérores y, seguramente, sin finales felices. Es una historia de tristeza y de pérdida y de amores prohibidos y de dolor. Es una historia de amistad y de valentía y de entrega y de amor incondicional y de sobrevenir las adversidades y de seguir adelante y de sobrevivir. Es una historia que es un rompecabezas, como lo son en realidad todas las historias.
Notas: Titulo, paratexto e idea impulsora de esta historia provienen de la milonga La Patota de La Chicana. Les advierto: la canción contiene spoilers. Llevo pergeñando la trama de esta historia en mi cabeza desde enero y, como siempre, pienso mucho más de lo que escribo. Sin el apoyo incondicional de Michan, nunca podría haber llegado hasta acá, aunque aún quede mucho camino por recorrer. Espero interesar a alguien en recorrer este camino conmigo, aunque esta, como la mayoría de mis historias, tenga demasiados personajes, intente contar demasiadas cosas a la vez y sea un caos temporal (pero si me han leído y me han seguido en Glitter in the air o en Cada uno en su camino, pueden estar tranquilos). Espero que la disfruten.

A pesar de lo salvaje, no se daban a matar.
Se querían- en el fondo; su deporte era pelear.

La patota- La Chicana




Esta es una historia como cualquier otra en un tiempo como cualquier otro en un mundo como cualquier otro.

Es una historia sin princesas, sin príncipes, sin dragones. Sin hadas madrinas. Y quizás, también, sea una historia sin finales felices.

Pero es la historia de un hombre capaz de negar lo que es sólo por amor a su padre y de un hombre capaz de dar la vida por un amigo.

Es la historia de una mujer marcada a fuego por la historia de sus amores, y de una niña que aprendió lo que es el dolor antes de aprender a decir papá y de un hombre que no sabe lo que es el miedo cuando se trata de defender a los que ama.

Es la historia de un hombre vencido por el espanto y de un hombre acostumbrado a conseguir lo que quiere.

Es la historia de una mujer que ha dado vuelta por completo su mundo y ha seguido sonriendo y de una mujer que ha convertido sus propias lágrimas en esa sonrisa.

Es la historia de una mujer que está tan rota cómo es posible estarlo y de un hombre que ha dejado de lado lo que quiere por lo que cree que debe.

En realidad, es una historia como cualquier otra.

El horario de Blaine Anderson está, literalmente, puesto patas para arriba. Santana consiguió que Rachel le diera el turno de tarde en el negocio, con la excusa de que Blaine es un pésimo madrugador y de que se le hace más sencillo acomodar los horarios del colegio por las mañanas, pero la verdad es que a menudo Blaine se pasa gran parte de la noche en vela entregando los encargos de Santana. Cómo una mentira tan grande como esa puede mantenerse dentro de una pareja tan devota, es algo que Blaine no entiende, pero tampoco es algo en lo que tenga que meterse.

Yo mantengo la casa, y el negocio también. Cómo lo hago exactamente, no es algo que Rachel necesite saber, y no vas a ser tú quien se lo diga, hobbit.

Blaine se abstuvo de decir que era definitivamente más alto que Rachel, porque Santana López podía llegar a ser muy escalofriante.

Por eso, definitivamente, nadie puede culparlo cuando a las ocho de la noche no puede controlar un terrible bostezo. Su cuerpo simplemente no tiene ya ni puta idea de cuándo es de día y cuando de noche, ¿okey? Mike arquea una ceja interrogante.

- Me parece que hay alguien que no ha estado durmiendo bien últimamente, ¿verdad?

- Te parece bien.

- ¿Hay algo que quieras contarme, Blaine?

- ¿Algo como qué?

- Oh, no sé, si hay alguien que te esté manteniendo despierto, por ejemplo.

- No proyectes tus problemas en mí, Chang. Y, por cierto, vivimos en la misma casa, si no te enteras si hay alguien manteniéndome despierto, te juzgo.

- Jódete, Anderson.

Mike Chang y Blaine Anderson se conocieron a los nueve años. Blaine acababa de trasladarse a Lima con sus padres porque su padre acababa de conseguir un nuevo trabajo, y había sido anotado sin dudar en una escuela para niños asiáticos. Para Blaine, que venía de una comunidad tan pequeña que era estúpido siquiera pensar en escuelas separados por grupos, el cambio había sido doloroso. Su madre era filipina, pero se había casado con un hombre de origen irlandés cuando aún eso no era del todo mal visto, porque las normas que ya reinaban con mano de hierro cuando Blaine era niño apenas estaban entrando tímidamente en vigencia. Ni Blaine ni Cooper heredaron demasiados rasgos de su madre, salvo el color levemente aceitunado de la piel y las comisuras de los ojos que se les rasgan un poco de más cuando se ríen demasiado- y Blaine heredó la altura, también, aunque eso es algo de lo que nunca habla, y menos que menos con Mike, porque Mike es asiático de pura sangre y mide como dos metros más que él, porque la vida es jodidamente injusta.

Pero el punto es que Blaine prácticamente no posee rasgos asiáticos y eso es algo bastante problemático cuando se concurre a una escuela en la que cuanto más asiático, mejor. Blaine parecía un infiltrado en la escuela a la que lo obligaban a ir por unos cuantos genes que no han querido mostrarse lo suficiente, y si a eso se le sumaba el hecho de que era demasiado pequeño para su edad, poseía un amor exuberante por las corbatas de moño que su madre alentaba porque consideraba tierno y encima tenía tendencia a ser demasiado amable con todo el mundo, lo único que podía obtenerse era una receta para el desastre.

Blaine tenía nueve años, y muy poca idea de siquiera lo que significaba defenderse cuando Mike Chang lo rescató de un grupo de niños particularmente ensañados que no le llevaban quizás muchos años, pero si demasiados centímetros.

- ¿Qué hay de malo contigo?- Preguntó Mike sin aliento mientras se escondían en un aula vacía.

Blaine lo miró con sus grandes ojos de ciervo enceguecido, sin entender.

- ¿Por qué no sabes artes marciales como cualquier niño normal?- Se explicó Mike, molesto.

Mike Chang había aprendido a hacer su primer tul prácticamente antes de aprender a caminar.

Era la tradición ineludible de una familia que había traído sus costumbres intactas desde su tierra natal y que no había hecho más que enriquecerlas y fortalecerlas en el profundo seno del gheto asiático.

El padre de Mike había innovado en algo que hubiese sido impensable para su abuelo o el padre de su abuelo: había compartido, había discutido, se había instruido y, poco a poco, se había ido enriqueciendo en una diversidad de artes marciales que lo hacían ser, sino el mejor, al menos, único.

Mike Chang Senior solía decir que las artes marciales eran como la música: si no puedes ser el mejor, al menos tienes que ser el más completo.

Mike había respirado esa integridad como conjunto desde la cuna, y desde niño se había desvivido por aprender, porque los momentos de aprendizaje eran los únicos en los que su padre era real y no una simple institución demasiado inalcanzable.

Era hijo único, y era simplemente impensable que no siguiera los pasos de su padre, pero a Mike le gustaba pensar que lo hacía por esa clase de conexión que no podía conseguir de ninguna otra forma.

(Y también, quizás, porque las artes marciales deben ser lo único parecido a bailar que puede hacer un hombre sin dejar de ser un verdadero hombre.)

Mike había tratado de enseñarle alguna técnica de defensa- algo, cualquier cosa- a Blaine una y mil veces, pero los intentos siempre habían sido infructuosos y habían terminado con uno de los dos- generalmente Blaine- con un ojo morado o revolcándose de risa por el suelo- generalmente Blaine, también. O las dos.

Blaine no tenía la complexión física, no tenía la paciencia y no tenía el interés para aprender artes marciales- no tenía la sangre suficiente, hubiera dicho Mike Chang Senior, pero eso era algo que Mike Chang Junior prefería ignorar.

A fin de cuentas, no había hecho falta, porque gracias a esas tardes infructuosas de aprendizaje, Blaine había ganado a Mike, y tener a Mike de su lado era mejor que cualquier técnica de defensa que Blaine pudiese aprender, porque ver a Mike luchar era un prodigio y hasta un placer, y, aunque a regañadientes, siempre salía a pelear las peleas en las que Blaine se metía sin quererlo, porque siempre se veía arrastrado por alguien más fuerte y más peligroso que él.

A lo largo de los años, Mike había ganado innumerables golpes y había atesorado incontables cicatrices por Blaine, y lo había hecho siempre sin quejarse jamás. Ninguno de los dos podía saber que un día Blaine le devolvería el favor con creces.

A la larga, un buen amigo siempre termina pagando las deudas.

Pero, a la corta, no había hecho falta que Blaine aprendiera las técnicas de defensa de Mike, que para él resultaban engorrosas y complicadas, porque no está hecho para la perseverancia y la vista a futuro, está hecho para la emoción del momento y para dejar salir las emociones, porque no tiene carácter violento, y si no tiene una vía de escape rápida y segura, los arrebatos amenazan con subirle a la cabeza y nublarle el sentido común.

Cooper había regresado a la casa a pasar las vacaciones cuando Blaine tenía diez años, y le había encontrado unos cuantos moratones de empujonazos contra los casilleros y ensañamientos particulares en las clases de gimnasia, que eran cosas de las que Mike no podía defenderlo, y que él ocultaba meticulosamente a sus padres. Cooper se había molestado con él primero, y se habían gritado unas cuantas cosas desagradables, porque los diez años de diferencia no importaban en lo más mínimo en esa clase de situaciones, y para gritarse eran tan hermanos como el que más. Pero cuando Blaine le reprochó que qué mierda podía importarle a él, que nunca le había importado nada de lo que le sucediese, y que no podía importarle entonces, si de todos modos nunca iba a estar para cuando Blaine lo necesitase, Cooper hizo gala de sus años y de ser el mejor hombre y desapareció de la casa por dos horas dando un portazo.

Cuando regresó, había comprado dos pares de guantes de box, y se sacó de encima a sus padres con su encantadora sonrisa, que Blaine se moría por ser capaz de imitar, y arrastró a Blaine del cuello de la camisa hasta su auto para que lo ayudase a descargar una pesada bolsa de arena, que los dos colgaron de un árbol en el fondo del patio.

Cooper le contó mientras le enseñaba a vendarse las manos y ponerse los guantes que había aprendido de un amigo en la universidad que lo hacía por diversión, pero que él había aprendido porque uno nunca sabe cuándo va a necesitar romperle la nariz a un idiota con conocimiento de causa.

Cooper le enseñó los primeros movimientos básicos, y le puso hielo en las muñecas resentidas durante la primera semana, y Blaine siempre tuvo una foto suya pegada en su saco de arena, no porque fuese su manera indirecta de romperle la nariz a su hermano mayor, sino porque era su manera de tener siempre presente que no lo hacía solo por él, que lo hacía por los dos. Que los golpes que recibía no le dolían solo a él; le dolían a los dos.

Cooper había visto la foto en la bolsa, y Blaine nunca le había explicado nada pero, de algún modo, él también sabía, y simplemente había desordenado con una mano los rulos imposibles de la cabeza de su hermano.

Con el correr del tiempo y la práctica, cada vez había empezado a ser menos necesario que Mike luchase las peleas de Blaine. En apariencia, la dinámica había cambiado, y se miraban las espaldas mutuamente, porque los desafíos habían crecido con ellos. En la realidad, seguirían siendo siempre los mismos hasta el día fatal.

- Llegas tarde, Karofsky.

Dave se afloja la corbata al apenas sentarse, y Blaine y Mike no pueden evitar mirarlo con miradas divertidas, que él ignora deliberadamente.

- Una cerveza, por favor.- Le pide al pasar a la mesera, y Sugar le contesta con un pícaro guiño de ojos que hace que a Dave se le suban los colores a la cara. Mike, por supuesto, lo encuentra hilarante, mientras que Blaine sonríe casi con ternura.

- Que sean tres, Sugar, preciosa.

- ¿Ya van por la segunda cerveza?- Y Dave intenta sonar escandalizado, pero en realidad suena más como resignado.

- Intenta mejor con la tercera.

- Wow, debe ser una noche especial. ¿A qué se debe la ocasión?

- ¿A que es martes?- Y Blaine y Mike se ríen y chocan los cinco, y Dave pone los ojos en blanco, pero se le escapa una sonrisa.

- ¿Mal día?- Pregunta, fijándose en las ojeras bajo los ojos de Blaine, quien le contesta con un gesto desagradable.

- Mejor intenta con mala semana.

- O mal año.- Acota Mike.

- O mala vida.- Proclaman los tres al unísono, chocando las cervezas que Sugar acaba de depositarles sobre la mesa.

David Karofsky fue educado por su madre hasta los doce años. Ni él ni su familia poseían ninguna característica especial que pudiese ameritar ubicarlo en una escuela elemental o la otra, y su madre siempre había sido partidaria de que no hay nada mejor que el hogar, así que su padre había utilizado toda su influencia para que les permitieran educarlo en casa. David no tiene hermanos, y creció tímido y solitario, pero feliz, creyendo que el mundo era un lugar mucho mejor de lo que es en realidad.

Cuando David empezó la escuela media, no tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo.

Todo el mundo conocía a alguien: de la escuela elemental, del barrio, del patio de juegos. Era prácticamente irrelevante si tenías un amigo o un enemigo; lo importante era pertenecer, ser alguien, la asociación entre un nombre y una cara que permitía dejar de ser un número. Dave no tenía nada de eso, y tampoco tenía el carácter ni el conocimiento necesarios como para empezar esa nueva vida con los puños apretados y mostrando los dientes.

Ese chico grandote, pero de ojos dulces y manos suaves, que vagaba por el patio sólo, con la mirada de un ciervo enceguecido, había sido marcado como blanco evidente desde el día uno.

Quizás por eso habían acudido Mike y Blaine en su ayuda desde el primer día, porque en cierto modo se parecía mucho a Blaine: estando en el ojo de la tormenta desde el principio, sin haberlo merecido, y sin tener ni remota idea de lo que significaba defenderse, incapaz de entender el odio y la rabia en esos chicos que vivían oprimidos por todos lados, y elegían la vía de escape siempre con el más débil, porque había crecido en un mundo mucho más feliz de lo que es la realidad.

(Además, por supuesto, habían acudido en su ayuda porque Mike tenía un sentido de la justicia profundo y estricto, y Blaine era incapaz de soportar el sufrimiento ajeno sin hacer algo, lo que fuese, al respecto).

Dave no había entendido nada cuando dos chicos que no conocía de nada se le habían plantado en frente y habían tratado de ahuyentar a sus primeros acosadores con gestos de las manos y amenazas verbales, y luego se habían puesto rápidamente en guardia cuando eso no parecía haber funcionado, amedrentándolos finalmente.

No había sido hasta una semana después que los había visto pelear, verdaderamente pelear, y se le había caído la mandíbula, porque Mike era todo elegancia y golpes certeros, y Blaine era un torbellino de energía y rabia que hubiese sido inimaginable en otro ámbito de su vida. Cuando los vio pelear por primera vez, Dave supo que no tenía de qué preocuparse, porque Mike peleaba con el conocimiento de siglos sobre los hombros, y Blaine peleaba con la frustración que le crecía día a día en los puños. Sin embargo, eso no lo había detenido de pedir que le enseñaran, porque incluso desde el principio ya había comenzado a desarrollar el pánico a quedarse solo.

Sin embargo, el primer día que se conocieron, Dave ya sabía que iba a estarles agradecido por siempre, porque le lealtad era una de sus mejores cualidades, y les pagaría ese agradecimiento con su amistad, porque era lo único verdadero que tenía.

De ese mismo modo habían transcurrido para ellos los seis años de la escuela secundaria, cuidándose las espaldas, metiéndose en líos, aprendiendo y perfeccionándose, siendo llamados al despacho del director más veces de las que podían contarse, creándose una reputación que los precedería durante toda su vida, convirtiéndose de a poco en hombres con quizás demasiadas cicatrices pero aún pese a eso, a los que nada les había robado la ternura del alma.

(Y quizás por eso, porque Blaine se dejaba las yemas de los dedos tocando la guitarra, y Mike se concentraba en su respiración tanto que era capaz casi de vivir debajo del agua, y Dave se rompía los codos estudiando para poder ser el hombre que su padre creía que era, pero siempre los tres con un ojo en cada uno de los otros dos, no se les puede culpar de no haberse percatado nunca de la presencia de todas esas personas que luego cambiarían sus vidas drásticamente.

No se les puede culpar de no haberse enterado de los murmullos que rodeaban a ese chico de imposibles ojos azules que caminaba por el pasillo con la frente alta aunque le temblaran las manos.

No se los puede culpar de no haberse enterado de los rumores que rondaban a esas dos porristas, una de las cuales era, para colmo de males, hija del doctor más prestigioso del pueblo.

No se les puede culpar de nunca haberle prestado atención a ese club de canto que dirigía esa pequeña chica que poseía demasiada energía para su cuerpecito, y que sólo dios sabe cómo se las había arreglado para tener al quarterback en procesión de sus planes.

No se les puede culpar de no haberle dedicado más que un segundo pensamiento a la historia de esa chica asiática y ese chico en silla de ruedas que se habían escapado juntos porque sus familias no aprobaban su relación.

No se les puede culpar de no haber hecho otra cosa que mostrarle los dientes a ese chico que se paseaba por los pasillos con un peinado mohawk creyéndose que podía tirar gente contra los casilleros sólo porque se las daba de más macho.

No se les puede culpar, en realidad, porque las piezas del rompecabezas encajan cuando encajan, y en ese rompecabezas que al final demostraría tener mucho sentido, los hilos invisibles que los unen a todos no podrían ser entendidos nunca a menos que estuviesen todas las piezas.

No se les puede culpar, porque mientras una de las piezas del rompecabezas estaba en París llorando, siempre, una pena de amor, la otra estaba en Carolina del Norte llorando la humillación y el dolor de que su inocencia había sido definitivamente destruida, y sin todas las piezas del rompecabezas, es imposible hacerse una idea de cómo será la imagen final.)

Mike está mirando impaciente su reloj, y los tres saben que pese a que no llevan mucho más que veinte minutos juntos, va llegando el momento de separarse, porque los tres tienen compromisos a los que marcharse, y quizás es frustrante que ya no puedan verse tanto como antes, pero así es la vida y definitivamente hay cosas mucho peores por las que quejarse.
Así que David apura el último trago de su cerveza, y se limpia los restos de espuma de la boca con el dorso de la mano y se apresura a decir lo que tenía que decir desde un comienzo.

- Blaine, ten los ojos abiertos cerca de las López.

Blaine está jugueteando con el maní, no le gusta comerlo, pero a Mike le gusta sin cáscara, y entonces Blaine se entretiene quitándosela, y a Mike no le importa comerlo todo manoseado. Beneficios de quince años de amistad, que le dicen. Al escuchar a Dave, sin embargo, se pone enseguida en tensión y levanta la vista.

- ¿Qué quieres decir?

- Me han llegado rumores de que la pandilla de Amos ha estado haciendo pintadas en su casa y dejándoles anónimos.

Dave lo siente, realmente lo siente, porque puede darse cuenta de cómo a Blaine se le tensan los hombros y cierra los puños con tanta fuerza que se debe estar clavando las uñas en las palmas. Sabe, de todos modos, que ha sido lo correcto decírselo, porque si Blaine llegaba a enterarse por otros medios, jamás le perdonaría a Dave no habérselo contado. Además, si toman el asunto entre manos antes de que escale a mayores, será tanto mejor. (Y, muy en el fondo, David piensa que Santana y Rachel se merecen alguien que vele por sus espaldas, porque tienen más ovarios de los que David ha visto nunca, y hasta les tiene un poquito de sana envidia, pero eso no se refleja en sus ojos cuando le dirige una sonrisa triste a Blaine).

- No me han dicho nada.- Y hay rabia velada en la voz de Blaine, hay rabia y hay frustración, pero también hay un dejo de decepción. Es Mike quien se apresura a tratar de apaciguarlo, porque Mike siempre ha sido mucho mejor en eso que David. Dave no se molesta por eso, sabe que hay entre Mike y Blaine una conexión mucho más fuerte que la que él podría llegar a tener con cualquiera de los dos. Dave lo entiende y lo acepta, quizás porque en su interior sabe que tarde o temprano él encontrará a quien le toca para tener esa clase de conexión, y porque aún con esas reglas, Mike y Blaine son mejor que lo que podría haber deseado.

- A Santana le gusta arreglar sus propios asuntos, Blaine, ya lo sabes. La ropa sucia se lava en casa.- Y le da unas palmaditas en la espalda que intentan ser reconfortantes.

- Ya. Pero sabe, sabe que yo podría darles una mano y hacerles las cosas más sencillas. No entiendo por qué tiene que ser tan condenadamente testaruda.

- Yo creo que es porque no quiere que sea evidente que las ayudas. Estoy seguro de que piensa que es lo mismo que dejarte hundirte en la mierda, y Santana realmente se preocupa por ti, Blaine.

Blaine deja escapar un murmullo ininteligible, y Dave sabe que aunque se desvive por sentirse necesitado, le cuesta recibir cariño sin dar algo a cambio, mucho más que su propio cariño. Dave sabe que él es demasiado blando en todos los aspectos, y que quizás no sea lo mejor, pero al menos le permite mantener una coherente homogeneidad en su vida. Mike es un perfecto equilibrio, porque no hay nada en la vida de Mike que no sea un perfecto equilibrio, pero Blaine es una extraña combinación de un exterior muy duro y un interior muy dulce, y eso hace que su vida sea mucho más ácida y más dura de lo que a Dave le gustaría.

- Bueno, en realidad no importa que Santana te lo haya dicho o no. Imagino que nos vamos a ocupar de todos modos, quieran ellas o no, ¿verdad?- Y Dave se suena los nudillos y realmente no estaba intentando sonar tan amenazador, pero no puede evitarlo, y Mike le dirige una sonrisa de agradecimiento por haber cambiado el ánimo.

- Eso dalo por descontado.- Dice Blaine, y hay algo helado en su sonrisa, y Dave sabe que Blaine reprime muchas cosas dentro suyo, quizás porque él también está empezando a estar en términos con lo que él mismo reprime, pero aunque lo sabe no puede evitar un leve escalofrío.- Amos no va a saber qué lo golpeó el sábado.

Mike asiente vigorosamente con la cabeza, y luego se estira un poco el cuello de la camisa nerviosamente, y Dave sonríe.

- Bueno, bueno, Chang, no hace falta que te pongas así. Ya dejamos de ser tus chaperonas y dejamos que te vayas a pasártela bien con tu chica. Mándale saludos de nuestra parte.- Y le guiña un ojo a Blaine que intenta ser cómplice, pero Blaine se está mirando las manos entrelazadas sobre la mesa y no lo ve.

Los tres se ponen de pie y Dave paga, dejando una buena propina para Sugar también, y haciendo caso omiso de las ominosas quejas de los otros dos, que rebuscan desordenadamente en sus bolsillos. Dave sabe que es el que tiene la mejor situación económica de los tres por lejos, y no le molesta tener estos pequeños detalles con ellos. Se despiden en la puerta del bar con gestos vagos, porque aún después de tanto tiempo no tienen ni la menor idea de cómo se supone que tres amigos se demuestren cariño en público sin que sea con un insulto, y arreglan una hora y un lugar para encontrarse el sábado.

No pueden saber que es la noche en la que todo va a cambiar, porque la última pieza del rompecabezas aterrizó desde París hace tres días, y la enorme máquina ya ha comenzado a ponerse en funcionamiento.

El único que no camina hacia alguien que le cambiará la vida es Mike, porque Blaine, como siempre ha sido entre ellos, camina por él hacia quien les cambiara la vida a los dos.

Dave se equivoca, porque la única cosa en la vida de Mike Chang que no está en perfecto equilibrio es Quinn Fabray.

Quinn no lo espera en la puerta, porque sabe que si lo hiciera los vecinos le dirían de todo menos linda, aunque su trabajo no sea mucho peor ni mucho más humillante que el de los demás. Quinn en general aprieta los dientes y dice que ella hace lo que hace quizás no porque quiere, pero que lo hace en sus propios términos, y al menos el dinero que gana es suyo, y no se le va de entre los dedos según los designios caprichosos de un proxeneta ingrato.

Quinn no lo espera en la puerta, porque quizás la protección que le brindan esas paredes delgadas como papeles sea poco más que ilusoria, pero al menos es una clase de protección, y Mike está agradecido por ella cuando no puede dormir por las noches porque escucha patrullar por las calles los autos de la policía, con las sirenas perpetuamente encendidas, y su primer pensamiento siempre es para ella. Mike no le tiene miedo a la policía, porque no hay lugar en la antigua sabiduría oriental para el miedo, pero si hay algo que realmente le eriza la piel del régimen son las desapariciones esporádicas pero constantes, que son siempre en mitad de la noche, y a las que en realidad nunca se le pueden apuntar verdaderos responsables (y Blaine sigue insistiéndole día sí y día también que lo único a lo que hay que realmente tenerle miedo es al servicio de inteligencia, porque son ellos quienes se meten en tu cabeza, y a partir de ahí pueden lograr cualquier cosa, pueden cambiarte la forma de pensar o decidir que ameritas una de las consabidas desapariciones, o reubicaciones, y Mike realmente entiende la forma de pensar de Blaine, pero hay algo más instintivo y protector en él que no puede evitar que las sirenas en medio de la noche le ericen todo el vello del cuerpo).

Quinn no lo espera en la puerta, pero Mike no tiene tiempo siquiera de llamar antes de que ella abra la puerta y lo arrastre hacia adentro tirándolo de la camisa. Ella siempre va a clamar que no es preocupación, pero que tampoco es necesario tentar a la suerte. Él se inclina para besarla, incapaz de contener una sonrisa, pero ella lo detiene con la palma de la mano y una mirada helada.

- Llegas tarde.- Le dice, y no es un reproche, pero Mike no puede evitar sentir un nudo formándosele en la garganta.

- Lo siento, Q, Blaine y Dave…

- No me importa.- Lo interrumpe ella, sin la menor señal de simpatía y buen humor.- Si vas a llegar tarde es tu problema, pero me avisas, porque tengo mil cosas mejores que hacer que estar esperándome mientras me invento mil historias diferentes sobre lo que podría haberte sucedido.

- Oh, vamos, mil cosas mejores que hacer. ¿Cómo qué?- Y él intenta de nuevo acercarse a ella y tocarla, pero Quinn no podría permanecer más fría ni estando en Alaska.

- Como atender a un cliente.

El retruque es ácido, y Mike siente el impulso visceral de saltar para atrás como si le hubiesen dado un golpe físico. Ella lo mira desafiante, con los labios apretados y las mejillas lívidas, y él sabe- siempre supo- que es lo único que sabe hacer, que es lo único que la vida realmente le enseñó a hacer, a atacar ante la menor señal de que puede llegar a ser herida. Mike siempre ha sabido de su trabajo, y no es algo que ninguno de los dos trate de esconder o de negar, pero tampoco es un tema que sacan a colación muy a menudo, porque a pesar de que no hay entre ellos ningún lazo que los una- y esa es otra de las cosas que a Quinn le encanta recordarle-, Mike no puede evitar el ligero ramalazo de celos al pensar en todos los hombres que han pasado por su cama tan solo desde la última vez que él estuvo en ella.

Pero cuando ella menciona su trabajo así, de esa forma, Mike sólo puede sentir que está tirando de la cuerda y que lo está haciendo a propósito, que sólo está esperando el momento en que él se harte y se vaya, que sólo está esperando el momento de poner en evidencia que él no es menos mierda que todos los demás, y quizás se quedará irreparablemente sola, pero tendrá la razón, y Mike sabe que se repite constantemente como un mantra que no necesita más que eso.

Quinn Fabray se había hecho a la idea de que para mantenerse viva no necesitaba más que saber que tenía la razón cuando tenía dieciséis años.

Lo supo cuando vio la vergüenza y el miedo en los ojos de su madre, lo supo cuando vio la negación y la rabia en los ojos de su padre.

Yo tengo razón.

Durante los dos meses que fácilmente habían convertido su vida en un infierno viviente, Quinn Fabray se había aferrado a esa verdad y a ese sentimiento cuando todo a su alrededor había comenzado a caerse a pedazos.

No importaba que su padre no le creyera, no importaba que su madre le creyera pero fuese incapaz de dar un paso adelante para defender a su única hija, no importaba que el maldito asqueroso bastardo se hubiese salido con la suya sin una mancha en su historial mientras que le había dejado a ella un peso que se sentía como una espada colgando perpetuamente sobre su nuca.

Ella tenía razón.

Las lágrimas la habían ayudado en los primeros tiempos, y se había ganado un dolor constante en las mandíbulas que la acompañaría durante toda la vida de la fuerza con la que apretaba los dientes al escuchar los rumores por la calle o en la escuela.

Ella tenía razón, y con eso le bastaba, eso era suficiente para aferrarse como se aferra un náufrago a una balsa.

Ella tenía razón, y por eso quizás su vida iría a la deriva, pero no se ahogaría.

Hasta que llego el día en que su padre le exigió que pidiese disculpas públicas, y esa fue la gota que colmó el vaso de Quinn Fabray.

Yo tengo razón, y el orgullo y mi integridad son lo único que me queda, si destrozo eso delante de todo el mundo, bien me valdría morirme.

Quinn Fabray tenía dieciséis años cuando huyó de su casa en Carolina del Norte en una madrugada de noviembre, y empezó el penoso viaje que la llevaría a prostituirse por las calles de Lima, Ohio, y no se había mantenido viva gracias a la piedad ocasional que había encontrado a lo largo del camino, ni al hermoso brillo de sus ojos color hazel, ni al provecho que había aprendido a sacarle a su cuerpo desde muy pronto en su nueva vida; se había mantenido viva porque en el fondo de su alma seguía alimentando incanzable esa idea de que ella tenía razón, y mientras esa idea se mantuviese viva dentro suyo, nadie podría quitarle su cordura ni su orgullo.

- Si estabas ocupada, sólo tenías que decírmelo. Si te molesto, me voy.

Se miran a los ojos durante unos instantes, y por la cabeza de Quinn pasan en dos segundos todas las respuestas posibles que podría darle. Finalmente, le dice la única que realmente no siente.

- Quizás deberías irte.

Mike asiente con la cabeza, y se acerca a ella y la besa en la mejilla, y deja sobre la mesa el escueto ramito de violetas que desde el principio traía escondido detrás de la espalda, como todos los martes. Los jueves trae girasoles, si puede conseguirlos, lo que no sucede muy a menudo. A Quinn el corazón se le estruja dentro del pecho.

Mike se marcha sin decir adiós, y Quinn no sabe si eso es una buena señal o simplemente la entristece más.

Llevan diez meses viéndose desde aquella vez en la que se cruzaron por casualidad en la calle y Mike le dijo un piropo que en el fondo no era libidinoso ni grosero, y ella tuvo que voltearse a mirarlo de la sorpresa. Ella se había vuelto inmune a las obscenidades, pero por mucho que lo simulara, jamás sería inmune a la ternura. Se miraron a los ojos y en ese momento supieron que algo en su destino los uniría para siempre, aunque el qué es muy distinto de lo que ellos piensan.

Quinn fue franca con él desde el primer día, y Mike quizás no fue franco del todo diciéndole que no le importaba, pero lo hizo porque pensaba que era un precio bajo a pagar. Se ven dos veces por semanas y es más que sexo, pero también es un poco menos, porque cuando surgen problemas como éste, ninguno de los dos tiene ni la más puta idea de cómo se supone que deberían comportarse.

Ese más pero menos los tiene siempre en una espiral de tensión constante, y no es la primera vez que lo piensa, pero esta noche es la primera vez que Quinn se permite admitirse que siente que todo se le está quebrando entre los dedos.

No puede pensar en que siempre que se cierra una puerta se abre una ventana, y que todo amor que se quiebra deja espacio en dos corazones para un nuevo amor. No sabe- porque nadie le ha enseñado, porque, en el fondo, sigue siendo esencialmente muy joven, pese a sus veinticinco años- que lo viejo debe morir para allanar el camino para lo que está por venir.

En lo único en lo que realmente puede pensar es en cuánto desea conocer a alguien que no se vaya cuando ella le pida que lo haga.

Blaine llega a la casa de Santana y Rachel arrastrando los pies, y aunque seguramente las haya habido, no puede recordar una noche de su vida tan insufriblemente larga como esta.

No te parecerá tan terrible cuando hayas comido algo y estés en tu cama leyendo El Quijote, piensa, pero el pensamiento agradable se contradice con el dolor que le produce el simple hecho de tener el brazo alzado lo suficiente como para llamar al timbre.

Las primeras veces, Blaine se preguntaba si los vecinos no considerarían extraño que estuviese tocando el timbre a horas desquiciadas de la madrugada. Con el correr del tiempo, se fue dando cuenta de que en esa casa había más de una cosa que a los vecinos podría parecerles extraña, y si no las ven es porque no quieren. A Blaine le gusta pensar que han llegado al punto de que al menos no les importa.

Como siempre, es Santana quien le abre la puerta, e intercambian discretamente de manos el pequeño sobre de papel madera, mientras simulan la charla casual. Normalmente, ese sería todo el intercambio, pero esta vez Santana se queda dudando un segundo en la puerta, mordisqueándose el labio inferior, perdida en sus propios pensamientos, antes de hacerse ligeramente a un costado.

- ¿Te gustaría pasar a tomar algo? Rachel está con un amigo y pienso que sólo sería justo balancear las cosas, ¿no?

Blaine duda apenas por un instante pero, en realidad, ¿qué tiene que perder? El Quijote puede esperarlo toda la vida.

Lo primero que Blaine Anderson conoce de Kurt Hummel, es la risa.

El sonido inunda toda la casa, y Blaine no puede evitar la sonrisa, porque conoce mucho a Rachel, y definitivamente su risa le dice que ha estado bebiendo de más.

Santana pone los ojos en blanco.

- Precisamente por eso te pedí que vinieras.- Le susurra.-Puedo manejar a Rachel borracha, ¿pero Rachel y Kurt? Primero se congelará el infierno.

Kurt.

Blaine repite el nombre en voz muy baja, y le despierta una sensación extraña en la lengua, como si fuese algo que debiera recordar, pero que no sabe exactamente cómo empezar a recordar.

Mientras Santana le sirve una medida de whisky, atesora el nombre en su mente porque, de todos modos, si hay algo por descubrir… ¿acaso no está a punto de descubrirlo?

Lo que descubre es que Kurt Hummel tiene los ojos azules más hermosos que ha visto en su vida.

Kurt Hummel es alto y muy pálido, y a pesar de la evidente cantidad de alcohol que está corriendo por su organismo, hay mucho carácter en el apretón de manos con el que se presentan.

Lo primero que le fascina a Blaine Anderson de Kurt Hummel son los ojos.

Le toma apenas cinco minutos querer dejarse fascinar por todo lo demás.

Kurt Hummel es de la opinión de que si hay algo que todo el mundo tiene en Lima, Ohio, es un secreto.

No es tan estúpido ni tan engreído, por supuesto, de pensar que el suyo es el peor. Pero, por supuesto, es el único que le importa, porque así es como tiene que ser, ¿no?

(Lo único que a Kurt le importa más que su secreto, es su padre, y su padre es precisamente el motivo por el que mantiene su secreto, así que, bueno.)

Sin embargo, eso no le quita el peso de los hombros, porque no está hecho para guardar secretos y esconderse. Está hecho para brillar y sobresalir y llevar la contraria, no porque sí, sino porque es como es.

Así que nadie puede culparlo cuando le extiende la mano a Blaine, porque el alcohol en sangre siempre pareciera sumar a su clarividencia, y le sonríe con los labios y con los ojos, y con todas las partes del cuerpo, y le dice con voz chispeante:

- Blaine Anderson. ¿Así que tú también…?

Y se frena con la frase a medio decir en los labios, no sólo porque ve a Blaine fruncir el entrecejo porque no entiende de qué le está hablando, o a Santana meneando la cabeza frenéticamente, con los ojos enormemente abiertos, sino porque en la definición intrínseca de secreto subyace la idea de que, bueno, es un secreto , y no importa cuán seguro piensa que está en este ambiente- con nada más ni nada menos que Santana y Rachel, por todos los cielos-, ni lo fuerte que es la intuición que le dice que quizás ha encontrado finalmente alguien que puede entender lo que le pasa. No importa nada de todo eso, porque lo que tiene por perder será siempre, siempre más importante.

- Oh, nada, no me hagas caso.- Dice, y se ríe un poco, porque está seguro de que si puede convencer a Blaine de creer que ha tomado más de lo que en realidad ha tomado, todo será interpretado como una simple ocurrencia de borracho, y será fácilmente olvidado.

Blaine lo mira inclinando la cabeza de medio lado, y no dice nada, pero no se ríe ni le quita de encima los intensos ojos.

No volverán a hablar del tema hasta que sea demasiado tarde, pero a Blaine no se le olvidará nunca qué fue lo primero que Kurt siempre quiso decirle.

Kurt llega a su casa esa noche infernalmente tarde, pero aún así Tina lo está esperando con una taza de té de tilo bien caliente.

No se hacen preguntas, porque Tina puede leer en Kurt lo suficientemente bien como para saber que esta es una de esas veces en las que ir a lo de Santana y Rachel no hace más que devastarlo. Kurt sabe muy bien que desde lo de Artie, Tina jamás recuperó la rutina normal del sueño, y no importa cuánto han intentado hacer él y Puck para lograr que se relaje y se tranquilice, desde pedirle por favor que no les gusta verla así hasta intentar bromear diciendo que se va a volver arrugada antes de tiempo si no duerme como una persona normal. Tina a todo responde con una sonrisa suave y un gesto vago de la mano, pero se sigue paseando por la casa en bata a horas insanas de la madrugada, y ha sucedido en más de una ocasión que Kurt se levanta a tomarse un vaso de agua y se la encuentra planchando ropa o cosiendo y descosiendo una y otra vez los vestidos de las muñecas de Tamara para hacerle nuevos.

(A Kurt se le estruja el corazón, porque desea con todo su corazón alguna vez volver a ver a esa Tina que era pasión y deseo y la sonrisa más hermosa que se haya visto jamás, esa Tina de los primeros años que recuerdan a veces con nostalgia con Puck, esa Tina que tuvo las pelotas suficientes de fugarse de su casa para poder casarse con el hombre que amaba, y que su familia no aprobaba. Kurt sabe que en el fondo es la misma Tina que sale adelante con una niña de cinco años a cuestas sin una queja y sin una lágrima, pero que tiene que concentrar en eso todas sus fuerzas, y que por eso ha perdido la verdadera sonrisa junto con las lágrimas. Kurt piensa que si alguien en Lima no tiene un secreto, esa debe ser Tina, porque no hay lugar para un secreto entre tanto dolor.)

A veces, sin embargo, se alegra un poco de que sea eso lo que les permita sentarse lado a lado en la cocina, con los codos rozándose y tomándose un té de tilo, sin decirse ni una palabra. Quizás no se lo digan todo, no como antes, pero los dos saben lo que es el dolor y lo que es la pérdida, y a veces es mejor no hablar de eso, porque la pena sólo se hace más real y más terrible.

- Tamara se dará cuenta de que no estás en el cuarto y no podrá volverse a dormir.- Dice finalmente Kurt después de más de media hora.

- Está durmiendo con Puck.- Dice Tina simplemente, encogiéndose de hombros.

Kurt suspira.

- Van a echar a perder a la niña entre los dos, lo juro.

- Como si tú no lo hicieras, también.- Retruca Tina con una sonrisa de medio lado.- Le has hecho más vestidos de los que podrá vestir en su vida, y encima los tiene en tamaña de muñeca, así que en realidad son un completo desperdicio.

Quizás no tenga nunca lo que verdaderamente quiere, piensa Kurt mientras la besa en la mejilla, quizás nunca vea a Tina sonreír verdaderamente otra vez, quizás Puck nunca empiece a vivir verdaderamente su vida, que es algo que Kurt desea tan fervientemente como ver a Tina volver a florecer de entre las cenizas, quizás nunca deje de envidiar no tan sanamente lo que tienen Rachel y Santana. Pero esto, las tazas de té de Tina en medio de la noche, la certeza absoluta de que Puck hace todo lo que hace por amor, el conocimiento hermoso de que si él no puede tener lo que desea, al menos otros pueden tenerlo, y se lo merecen tanto como él, la foto de su padre y Carole en su billetera, esto es lo que tiene. Esto es lo que tiene, y se va a aferrar a ello con todas las fuerzas que tenga, porque sabe que no va a poder volver a sobrevivir otra vez a algo como lo de Finn y por eso no puede permitirse poner en riesgo nada de todo lo que ama.

Ni siquiera por los ojos hazel más dulces que ha visto en toda su vida.

Dave llega a su casa destruido, fue un día largo en la empresa y sumado al mal sabor de boca que le dejó el tener que contarle a Blaine sobre lo que les está pasando a Rachel y Santana, sólo tiene ganas de irse a acostar. Así que no puede más que suspirar y contar mentalmente de diez a cero cuando se encuentra a su madre arropada con un chal esperándolo en la puerta de la casa.

- Tu padre tiene visitas.- Dice, y sus ojos son inescrutables, así que Dave sólo puede suponer que lo ha estado esperando para ponerlo sobre aviso y que él pueda ir planeando qué temas puede tratar en la mesa que no vayan a ser tensos, controversiales o peliagudos.

Entra a la casa resignado a pasar como mínimo las próximas dos horas inmerso en formalidades y charla banal, así que nadie puede culparlo cuando entra a la sala poco entusiasmado y arrastrando los pies. Lo que se encuentra no tiene, sin embargo, nada que ver con lo que esperaba. Su padre ha sacado las copas de cristal y el vino más añejo, lo que significa que el visitante es muy importante, o que su padre pretende hacer grandes negocios con él, o las dos. Pero en lugar de encontrarse con su padre sentado muy rígido en su silla favorita, hablando de economía con un hombre muy entrado en años, o intercambiando cumplidos con una pareja muy emperifollada, con más dinero que virtudes, se lo encuentra limpiándose las lágrimas de la risa mientras desde el sillón lo observa con mirada divertida un joven que no puede tener muchos más años que él.

Carraspea para hacer notoria su presencia a los dos hombres, y el joven se voltea a verlo inmediatamente y clava en él sus intensos ojos color verde, y David siente que un abismo se abre bajo sus pies, porque en esos ojos hay algo malicioso y fatal, que atrapa irremediablemente como una telaraña.

(David no puede saber que ese abismo no es más que una pieza más haciendo click, y que en unas cuantas horas, cuando Blaine Anderson estreche por primera vez la mano de un balbuceante Kurt Hummel, la última pieza estará en su lugar, y el reloj comenzará su cuenta regresiva.)

(No ve, en ese momento, porque eso es algo de lo que Sebastian se cuida con mucho esmero, el dolor y la ternura que se esconden tras sus ojos, porque tardará muchos meses en verlos, y aún después de muchos años nunca dejarán de sorprenderlo.)

El joven se pone de pie, se sacude el polvo inexistente del traje inmaculado e ignorando todo protocolo existente, le extiende la mano.

- David. Un gusto conocerte. Tu padre habla maravillas de ti. Mi nombre es Sebastian.

Dave se acerca y le da la mano, porque no hacerlo sería un tremendo desaire, especialmente hacia alguien que no conoce y no ha hecho nada para merecerlo. El apretón es controlado y cordial, pero por algún motivo, David siente como si la piel del hombre le ardiera en su propia palma. Por suerte, su padre parece recuperar la compostura, porque Dave no está seguro sobre si hubiese sido capaz de soportarlo mucho tiempo más.

- David, este es Sebastian Smythe. Sebastian es el hijo de Adam, que fue mi compañero en la universidad. Te acuerdas de Adam, ¿verdad?- David asiente con la cabeza.- Me lo encontré por la calle el otro día y me comentó que su hijo acababa de regresar de Paris, así que me pareció una buena idea invitarlos a cenar a los dos.

- Mi padre le envía sus más sinceras disculpas, señor Karofsky. Realmente lo lamenta, pero ese llamado de último momento era impostergable. Espero que realmente no haya sido una impertinencia de mi parte presentarme sin él.

Paul Karofsky le quita importancia con un gesto de la mano.

- Para nada, hijo. Mucho mejor que hayas venido solo a que se eche a perder toda la comida que Lisa tan amablemente preparó para todos.

La sonrisa con la que Sebastian corresponde podría poner en vergüenza al modelo de un anuncio de pasta dental. David se pregunta, a veces, cómo se sentirá poder sonreír así, poder tener ese efecto sobre la gente.

- Si me disculpan, iré a ver si Lisa ya tiene todo a punto, así comenzamos con la cena.

Primera Parte (B)

x artista: mirita23, x artista: michan_kitamura, pareja: dave/sebastian, pareja: brittany/santana, personaje: quinn fabray, pareja: rachel/santana, . género: femslash, x autor: albaclara, personaje: otro/otra, personaje: sebastian smythe, !big bang, pareja: finn/rachel, personaje: brittany s. pierce, personaje: rachel berry, pareja: mike/quinn, . rating: x nc-17, personaje: tina cohen-chang, . fanfic: wip, . género: het, . género: gen, personaje: noah (puck) puckerman, personaje: blaine anderson, . género: slash, personaje: mike chang, personaje: santana lopez, pareja: blaine/kurt, . fanfic: largo, personaje: kurt hummel, personaje: dave karofsky

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