(VENIMOS DE AQUÍ) 3
¿Qué hace el silbato de jade?
¡Nada! Nada de nada. Cuando me la llevé a la boca tuve la febril idea de que el caracol-coral iba a… No sé, ¿sonar como uno de esos enormes cuernos de caza? ¿Convertir mi aliento en un torbellino? ¿Agigantarse en una tortuga ninja? Juro que cualquier cosa me hubiera sorprendido menos que la simple e indignante nada. ¡Solo se oían mis estrangulados y salivosos esfuerzos! Y claro que ellos no se comparaban con los golpes, cada vez más fuertes y seguidos en la puerta que empezaba a curvarse en algunos sitios y, sus goznes, a chirriar.
-¿Qué… qué quiere? -preguntó, cómo no, PdT. Creo que había tratado gritarlo para que el atacante le oyera, pero no lo había logrado con su voz agudizada.
Los dos dábamos pasos hacia atrás y con la mirada fija en la puerta, aunque para mí era un poco difícil porque el PdT insistía en mantenerme a su espalda.
La respuesta a su no escuchada pregunta fue un golpe fuertísimo, tanto, que abrió por un instante la puerta, instante en que pude ver piel roja, grandes colmillos y tres ojos amarillos, antes que la puerta se volviera a cerrar y trancar por sí sola. Ese pequeño acto de magia me hizo sentir un poco aliviado después del horrible revolcón en el estómago que tuve al pensar «¡La Oni! ¡Va a entrar!», totalmente espantado.
Reaccioné dando un par más, y muy largos, soplidos en el caracol-coral. Mi mano temblaba. Lo guardé en mi bolsillo y luego di con una idea que me hizo sentir algo menos inseguro, por más que los golpes contra la pobre puerta habían vuelto a sucederse.
-Rápido, ayúdame a mover esto -demandé, yendo hacia uno de los muebles de madera en donde mi madre tenía su vajilla de todo tipo.
PdT, que se había quedado viendo al lugar por donde yo también había vislumbrado a la Oni, no me hizo caso hasta que volví a arrastrarlo tomándolo de su camisa.
-Mark, ayúdame a hacer una barricada.
Empujones y órdenes concisas. Ya empezaba a darme cuenta cómo tratar con él.
-o-
Mi madre pasó de nuevo, corriendo como un rayo, por la puerta oportunamente cerrada de la viuda. Iba hacia el fondo, donde un muy adormilado Ben estaba perdiendo control sobre sus látigos.
Él había podido salir de la cámara de polvo rosado en la que se fue convirtiendo el espacio del ascensor, pero no se alejó de sus efectos adormiladores. Aunque los cables de metal le siguieron funcionando, mi padre cabeceaba, daba tumbos y por más que siempre se «despertaba» por unos segundos después de cada uno de ellos, sabía que estaba perdiendo la batalla contra el sueño. Filtrándose por las gasas, la sangre de sus heridas mal cuidadas hizo acto de presencia.
El tipo, sangrando también al haber sido cortado varias veces por los «látigos», tiró su ballesta al suelo y se acercó a Ben, aprovechando sus tumbos y que los cables estaban prácticamente inertes.
-Ahora sí, hijo de… -espetó, justo cuando le daba un gancho en el estómago.
Mi padre dijo que eso sí le despertó, pero también le dejó sin respiración y un terrible dolor en las heridas. Cuando se dio cuenta, estaba tirado en el suelo y deseando poder respirar, en vez de toser y empeorar su sufrimiento al hacerlo. Lo único que lo tranquilizaba, era que los cables se habían movido instintivamente, como si fueran una extensión del cuerpo de Ben. Uno flotaba delante de su cabeza y el otro, encima de su torso y herida. Pero el tipo no se impresionó.
Rió, le hizo saber a mi padre la «profesión» que, según él, tuvo mi abuela; y que deseaba el silbato.
-… Y lo cogeré al revisar tu cadáver. -Siempre recordaré esa frase y la manera en que mi padre la dijo, como si él mismo nunca la pudiera olvidar.
El tipo hizo un ademán de patearle, pero no logró hacerlo. Tuvo que volver a apoyar la pierna y hasta las manos en la pared, gritando del dolor. Había sufrido un «sablazo» en la extremidad que tenía como apoyo en el suelo, y ésta empezó a sangrar copiosamente.
Mi madre había abierto de nuevo su botella, y hecho que apenas un «sorbo» de agua volara con gran rapidez hacia la pantorrilla del tipo, cortándola profundamente.
«Si Selena quiere, puede derribar a cualquiera solo con florituras de manos», recuerdo un comentario que Ben hiciera unas semanas antes de estos sucesos, y ante mi incredulidad con la idea de que mi madre pudiera ser útil en situaciones de peligro, más allá que para sanar.
Después que me contaran lo que hacían mientras yo me moría de miedo en el Círculo, nunca más dudé que no solo era útil, sino peligrosa. Aunque pasé por varios días de incredulidad cuando lo supe, porque no podía conciliar esa imagen con la de mi madre. ¿Ella es la misma mujer que se deja ablandar por sus acreedores hasta el colmo de perdonar sus deudas, se viste en una mezcla de hippy-hipster con colores pasteles y muchos estampados naturales; sonríe como una adolescente a la salida y llegada de sus citas con los PdT, llora con cualquier película dramática y tiene una manía de dar abrazos a cualquiera, más a mí, realmente empalagosa?
Sí, esa misma mujer había hecho que el agua saliera de la botella y se quedara a un centímetro de su mano, en forma esférica y continuo movimiento sobre sí misma. Luego tomó impulso, brincó y rodeó el cuello del tipo con el brazo libre, haciéndole aguantar todo su peso. Él casi se fue de espalda, mientras ella abalanzaba su otra mano, con la esfera del agua al frente, y la hacía impactar en el rostro para que se quedara ahí, alrededor de nariz y boca del hombre.
Tan rápido como había hecho ese movimiento, Selena se bajó y dio unos pasos lejos de él, pero con una mano fija en la dirección de la cara del tipo. Éste estaba cayendo al suelo, tratando de quitarse el agua del rostro. Roseaba líquido a los lados, pero las gotas volvían a su posición inicial al instante, impidiéndole respirar.
Sin dejar de mirar al hombre y sus desesperados movimientos, mi madre se acuclilló a un lado de Ben, y le dio palmadas en las mejillas. Él se había dormido mientras era tan eficazmente salvado, y no se despertó hasta que sintió hormigueo, picazón y energía al ser «reanimado» por mi madre. Cuando lo hizo, se encontró con el tipo inconsciente, su rostro en un charquito de agua y a mi madre gritando, mientras lo tomaba de un brazo, según ella para levantarlo.
-¡… Vamos, tienes que abrir la puerta, rápido!
Ben solo se daba cuenta de que el mundo se movía, le pesada la cabeza, le dolía el costado y el estómago, y sus brazos y piernas se sentían enormes, muy difíciles de mover. No entendía nada. Su mente pasaba de recordar la situación, a imaginar ideas estúpidas («microondas de waffles» es la única que recuerda). Estaba más dormido que despierto. Pero, aún así, sabía que si no le hacía caso a Selena en lo que le pedía, (primero fue que se levantara, luego caminar y por último, y lo que más le costó, abrir una puerta), estaría en grandes problemas.
-o-
Cuando la Oni pudo abrir totalmente la puerta, PdT y yo ya habíamos hecho la barricada y nos habíamos escondido en diferentes lugares al fondo.
Yo saqué y soplé en el coracol-coral, por más que cada vez que lo hacía, me decía que era una estupidez seguir intentando conseguir… Lo que fuera que debió haber pasado la primera vez que lo soplé.
Detrás de los estantes con objetos varios y pequeños, vi la puerta abrirse con dificultad pero inevitablemente. Movió uno de los muebles de la barricada, éste corrió el segundo, que dio un giro y chocó con unos estantes. De ahí se cayeron varios frascos con sustancias líquidas o coloides y poseedoras de quién sabe qué utilidades mágicas. Por lo que, además de la invasión de la Oni, hubo humo verde, olor agrio-dulzón y el sonido agudo de la efervescencia en el de repente no muy seguro Círculo.
Aún si las sustancias hubieran iniciado un fuego, no hubiera podido dejar de ver hacia la Oni. Era una de esas cosas que no quieres mirar, pero que un impulso masoquista te demanda hacerlo, porque no puedes ni mover la cabeza ni cerrar los ojos para evitarlo.
Era horrible.
Más de dos metros de puro músculo, cabello negro, fino y lacio, piel roja y dura, tres rasgados ojos amarillos hechos por solo pupilas que miraban de un lado al otro, y dos enormes colmillos inferiores saliendo de su ¿boca, hocico? entreabierto. Sus gruesos y largos brazos, con manos gigantes de muy largas garras, se apoyaron en el mueble. Adelantó la cabeza para inspeccionar mejor el lugar. Respiraba con mucha dificultad, imagino que por el esfuerzo que hizo para abrir la puerta, y maldijo en japonés, antes de gritarnos algo en ese mismo idioma.
Deseé con toda mi alma haber podido entenderle. En mi ilusión, pudo haber sido clave para una resolución no violenta de la situación, ser todos amigos, darnos la mano y no vernos nunca más en la vida. Después de creerme eso por un par de segundos, simplemente seguí soplando el ya odiado caracol-coral inservible, mientras estaba petrificado por tener una extraña combinación de falta de respiración, dolor de estómago, pulso cardiaco en todo el cuerpo y muchas plegarias mentales a todo dios, a mis padres, al Círculo, a despertar de la pesadilla y a los milagros y lo imposible.
Aunque estábamos en esquinas diferentes, creí oír un gimoteo y parloteo susurrada del PdT, que debía estar en la misma condición mental que yo. Deseé realmente estar junto a él, como si sintiera que compartir el miedo lo iba a empequeñecer… Desperté de mi miseria y me mandé a recobrar la compostura. ¡No podía estar al mismo nivel de horror que un PdT!
La Oni se subió a un mueble y, literalmente, pasó nuestra barricada en un par de zancadas por encima de ella. Sin problemas, bajó al suelo (PdT dio un gritillo), dentro del Círculo y a metros de tenernos a su merced.
Sin embargo, ¡Oh, gracias infinitas! Apenas dio un par de pasos con sus descalzos y grotescos pies, una de mis tantas plegarias se realizó. Al Círculo le gustaba su recién llegada tan poco como a mí, y lo dejó ver con algo parecido a calinas con destellos blancuzcos deformando el aire, subiendo desde todas las líneas y los círculos internos del Yin Yang inscrito en el suelo y que rodeaba a la Oni.
-¡Por Dios! -exclamó el PdT.
La Oni también había exclamado algo. No parecía herida, pero sus movimientos se hicieron muy lentos, sus cabellos y ropas se movían al son de las calinas. Tenía cerrados los ojos, su cuerpo totalmente erizado, y temblaba del esfuerzo.
Yo agradecí no solo al Círculo por accionarse, si no a mi sentido del humor por hacerme reparar en que la Oni vestía licra gris por debajo de un entallado vestido celeste… ¡Demasiado surrealistamente femenino para tomármela en serio! Por fin pude dejar en paz al caracol-coral y, mientras lo guardaba en el bolsillo de mi buzo, me puse en pie, con un plan en mente.
-o-
-¡Eh, eh! -dice Ben que amenazó mi madre, con su dedo en alto-. ¡No me haga matarlo! ¡VÁYASE!
Pero Selena insiste que, cuando vio caminar hacia ellos al primer tipo que casi ahogó, con cara de desear «devolver el favor» rodeando las manos en el cuello de ella; mi madre solo le había notificado que su camarada estaba inconsciente y necesitado de su ayuda, y que las autoridades ya venían en camino. Ella dice que, muy inteligentemente, él decidió escapar.
Sin nada más de qué hacerse cargo, ella se quedó abrazando y abofeteando a Ben, para que no se cayera ni durmiera, mientras hacía todo un gran esfuerzo de concentración en poder abrir la puerta y desenganchar la cadena.
Como Ben estaba más dormido que despierto, y yo quiero conciliar la imagen de mi madre, (la que no me deja en paz hasta que le doy un beso de despedida o buenas noches), con esta mujer mortalmente peligrosa al tener una botella de agua en sus manos, hago de cuenta que la versión de ella es la real.
… «¿Y el tercer tipo?» se preguntó distraídamente mi madre, justo antes de que Ben pudiera mover la cadena y se despertara por sí solo al oír el tremendo sonido de cristales rompiéndose, seguido muy de cerca por un golpe seco y fuertísimo, tanto que hizo vibrar todo el apartamento y temer lo peor a mis padres.
El sonido venía justo de dentro del Círculo.
-o-
Mi plan era muy simple:
-¡Salgamos de aquí! -le grité al PdT, corriendo entre las estanterías, paralelo al Yin Yang, y sintiendo la mirada de la Oni justo en mi muy erizada nuca.
No tuve que decírselo dos veces. De hecho, el PdT había llegado al mismo plan antes que yo, y ya estaba cerca de la puerta. Se había quedado ahí, moviéndose de adelante hacia atrás, totalmente pálido y con los ojos muy abiertos. Lo entendía: para poder salir, había que pasar muy cerca de la Oni y del Yin Yang encendido de calinas mágicas.
Pero eso no se comparaba con mi situación. El PdT no tenía que vérselas con pasar entre una Oni que no dejaba de mirarle por más que sus tres ojos estuvieran entrecerrados; y, al otro lado, el reguero de sustancias varias, con su humo aún más verde, su olor más agrio que dulce y su sonido, que había pasado de efervescente a burbujeante. Para empeorar la situación, porque solo así puede ser con mi suerte, las calinas me hacían sentir apretujado por el aire solo al estar cerca del Yin Yang. Y, no olvidemos, era un chiquillo de trece años y él un adulto que tomó toda su «valentía» para correr hacia un mueble, brincar sobre él y salir del Círculo, dejándome solo con un monstruo en la habitación.
-¡Estúpido PdT! -escupí.
Me acerqué a la salida, concentrándome en el reguero que burbujeaba en una mezcla de colores artística, pero que me hizo imaginar ácido derritiendo mis descalzos pies.
Muy consciente, gracias a un escalofrío en la espalda, de que la Oni tenía toda su atención puesta en mí, pensé que podría dar un rodeo y salir por el mismo lado que el PdT. Así que me di la vuelta, di un paso y sentí como cogían mi camisa, y que la muy desgraciada se convertía en el arma por el cual mi cuerpo terminó de frente a una muy enojada Oni, por más que grité, pateé y moví mis brazos, tratando de zafarme, con verdadero pánico.
¡Ah! Y el Yin Yang se «apagó» justo cuando yo lo traspasé, suspendido en el aire y cogido como un saco de papas por la fuerte mano de la Oni. Dice mi madre que el muy traidor lo hizo porque soy su protegido y no quería hacerme daño. De nuevo, ¡estúpidos mecanismos de defensa mágicos!
Estando tan cerca de la monstruo, su apestoso olor a sudor y sus tres ojos rasgados, recuerdo que pensé que su piel era como hormigón. Mientras preguntaba algo en japonés, babeaba alrededor de los enormes colmillos inferiores. Sufrí unos fuertes cosquilleos en la espalda, al imaginármelos incrustándose en mí… «Sóplalo o dáselo» recordé la orden que me había hecho Ben. Temblando del terror, moví una mano hacia el bolsillo para darle el caracol-coral, dado que soplarlo no me serviría de nada.
-¡SUÉLTALO! -fue el grito de guerra que coreó a un fuerte golpe metálico propinado en la cabeza de la Oni.
De pronto tuve los pies en el suelo. Sin tener que pensarlo, corrí y me subí al mueble de la salida. Ahí me encontré, al parecer tan sorprendido como yo, al PdT esgrimiendo una destrozada lámpara.
La Oni había rugido y vuelto a vernos, pero eso pasó a segundo plano, porque oímos un fuerte golpe y unos gañidos. Una sombra descomunal nos cubrió. Imagino que el PdT y la Oni hicieron lo mismo que yo: ver hacia arriba. En la parte exterior del techo había un perro de Fu, moviéndose desesperado, mirando hacia nosotros, oliendo y chupando la ventana. No dejé de verle hasta que los cristales cedieron, el estruendo y el gañido se acercaron y… Esa vez pude quitar la vista, mientras me cubría la cabeza con los brazos.
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