(VENIMOS DE AQUÍ) 2
¿Desde dónde entraron?
En vez de esperar la emboscada, mis padres usaron el elemento sorpresa. Planearon encontrarse a los tipos antes de que llegaran a su destino final, nuestro apartamento.
De una matemáticamente perfecta manera, había solo dos formas de llegar hasta ese piso dentro de nuestro edificio. Mi madre se hizo cargo de una al estar a un lado del ascensor y, a unos metros de ella, Ben vigilaba subrepticiamente las escaleras.
¿Parece un excelente plan, verdad?
Y hasta pensaron que muy posiblemente iban a tener que movilizarse para dar caza a quiénes fueran, usando de su lado que estaban en territorio conocido. Porque, aunque hubieran seguido el rastro de Ben hasta nuestro edificio (nada difícil, gotas de sangre en vez de migajas. Pan comido), era posible que no supieran en dónde se escondía exactamente. Y nuestro departamento está en el último piso de cuatro. Así que, si los tipos malos no subían directamente, iban a empezar a barrer el edificio en su búsqueda. Si era así, mis padres solo debían usar un poco sus súper oídos, mucho de su instinto felino, conocimiento del lugar, habilidades varias y ¡KaBum! Los atacarían por sorpresa.
… O, simplemente, alguien sin importancia había estado jugando con los intercomunicadores del edificio y nosotros éramos una panda de paranoicos. No, claro que no podía ser eso cuando se trata de mi familia. Pero en «Racionalworld» lo habría sido. Algunas veces, aún extraño los tiempos en que mi pensamiento, cuando sucedía algo extraño, era acorde a ese mundo lógico y común de los que no saben. ¡Ah, mis trece años de infancia y ceguera!
En fin. Que mi padre estaba a un lado de la escalera y mi madre, del ascensor. Los dos en silencio y alertas, escuchando muy atentamente para saber si los tipos estaban barriendo el edificio o sabían directamente a dónde ir.
El ascensor se empezó a mover para bajar desde el tercer piso al primero. Mi madre profirió un leve «shhh», y Ben entendió que se trataba de una seña para que la mirara. Cuando lo hizo, ella dio una cabezada para que reparara en los números del ascensor. Oyeron el leve pitillo debajo de ellos. En la pared, la luz se quedó un instante iluminando de rojo el número «2» pero luego, el ascensor empezó a subir hacia el tercer piso…
Mi padre decidió dejar su posición junto a las muy solitarias y silenciosas escaleras, para ir hacia la entrada metálica del ascensor. Se posicionó del lado contrario que estaba ocupando Selena, con la espalda en la pared al igual que ella. Movieron las cabezas al frente y al lado para mirarse e intercambiar ideas a base de gestos.
Mi madre dice que ella entendió que debía estar atenta a ataques bajos. Ben insiste en que su movimiento de cabeza quería decir que, de seguro, habían salido un instante para oler el piso en busca de su rastro.
Oyeron el leve sonido del ascensor moviéndose. Miraron de nuevo hacia los números. El «4» se iluminó en rojo, el pitillo les hizo tener un subidón del pulso cardiaco. Con un hombro en la pared, estuvieron listos para la acción. Mi madre abrazó su botella a la altura del pecho. Las puertas empezaron a abrirse, según como lo sintieron, irracionalmente lento.
Ella abrió la botella, mi padre alistó su cuchillas y se dieron la vuelta para estar de frente al ascensor. ¡Nadie! Las puertas seguían cerrándose cuando la flecha de la ballesta rasgó el jeans de Ben a la altura de la rodilla.
Al igual que habían hecho mis padres, los tipos se habían recostado de espaldas a las paredes laterales del ascensor, previniendo justo lo que había pasado.
Todos muy paranoicos por aquí, y con justa razón.
Los hombres dispararon tres flechas más, como cubierta para poder salir del ascensor. Una dio al suelo, otras dos a una pared. Todos detonaron una pequeña nube de polvo rosado al clavarse. Como Ben corroboró después, eran unos potentes somníferos mágicos.
Mis padres se habían devuelto a su posición inicial, recostados a la pared, respirando rápido, los ojos muy abiertos.
Cuando los tres hombres estuvieron afuera, pudieron ver sus musculosas espaldas en muy altos cuerpos de contextura fisicoculturística, más unas sobredosis de testosterona y esteroides.
Selena, la mujer de metro sesenta y cincuenta y cinco kilos, fue la primera en atacar. Dio una patada a los riñones del que estaba más cerca. El tipo dio dos pasos, casi cayéndose, antes de devolverse con los puños al frente y gruñendo de rabia. Intentó conectar un golpe, pero mi madre se agachó y dio un par de pasos hacia atrás. Él gruñó unas malas palabras y la siguió por el camino, alejándose de los otros dos.
-¡Maldita…! -pero justo cuando iba a terminar su insulto, su voz se convirtió en gargajos.
Mi madre había hecho moverse el agua de su botella a un movimiento de su mano. El chorro había salido como si estuviera vivo, como una transparente culebra que se mueve siguiendo los dedos de Selena y, cuando el hombre se había acercado queriendo tomarla del cuello, ella mandó el agua a impactar en la cara del tipo, y luego hizo un movimiento expansivo con la mano. Tomando la forma de algo así como una máscara semicircular alrededor de la boca y la nariz, el agua le estaba ahogando.
Él, en pánico, intentó alcanzar a mi madre con una mano al frente y otra en su cuello. Pero ella se movió elegante y rápidamente hacia atrás, fuera de su alcance, concentrada en mantener su mano ligeramente abierta en la posición deseada para que el agua no cayera.
-o-
Mientras tanto, mi padre también había entrado en acción. Al inicio, iba a darle una cuchillada en la nuca al tipo más cerca suyo; pero él lo esquivó, tomó su mano, la apoyó en su hombro por atrás y le hizo soltar el cuchillo al hacerle presión en la palma y darle dolor.
Ben logró soltarse al patearle la pantorrilla y quiso volver a atacarle, pero él lo esquivó cuando mi padre iba a herirle con la cuchilla que le quedaba, luego movió un brazo para intentar golpearle con el codo.
Mi padre apenas lo evitó yéndose a atrás y a un lado, en donde alejó el puño del segundo tipo al interceptarlo con el mango de la cuchilla. Oyó el crujir del hueso quebrado, y la maldición pertinente del recién herido.
En medio de la conmoción, Ben impuso la mano hacia donde estaba la cuchilla tirada y esta voló, como si estuviera fuertemente imantada, hacia esa mano. Con sus dos armas de nuevo en su poder, mi padre levantó la vista y se encontró con la punta de una flecha a centímetros de su nariz.
-Tira las armas, danos el silbato y no te mataremos -dijo el tipo que le apuntaba con la ballesta y tan rápidamente recuperado del dolor en el puño.
Ben tiró las cuchillas, y levantó las manos… El «4» se apagó y el «3» se prendió con su luz roja mientras hablaba con sonrisa nerviosa.
-Está bien, está bien. Solo quieren al perro de Fu, son profesionales. -las puertas del ascensor, detrás de Ben, se empezaron a abrir. Los hombres se pusieron en guardia. Mi padre no pudo evitar sonreír más-. Pero yo también lo soy.
Apenas con el espacio suficiente para caber en el hueco, Ben saltó hacia atrás y las puertas se cerraron con él dentro del espacio para el ascensor, cayendo de pie sobre éste.
Mi padre se había dado cuenta que necesitaba armas más poderosas y de largo alcance que sus cuchillas.
-o-
Ben descompuso el ascensor justo después que el tipo del que se estaba «haciendo cargo» mi madre caía de rodillas al suelo y, luego, en posición fetal, hasta dejar de moverse convulsamente.
Ella, que había llegado hasta el final del pasillo, saltó las piernas del tipo en su camino de regreso, y cerró y abrió la mano con la que controlaba el agua. Ésta cayó al suelo desde el rostro del hombre y él, en medio de toses, pudo respirar de nuevo.
-Vete de aquí si no quieres que vaya en serio -le dijo mi madre, caminando hacia atrás y enseñándole la botella de agua a medio llenar en su mano.
Pero creo que él ni la vio ni pudo oírla. Iba a durar algunos minutos en recuperarse lo suficiente de casi morir ahogado.
Sin tener una respuesta del peligroso hombre que dejaba en libertad, mi madre decidió ir a controlar a Ben.
Él, en la oscuridad del hueco del ascensor y sobre éste, había desenganchado dos de los cables metálicos que tenían suspendida a la cabina. El aparato había dado un bandazo y, chirriando estridentemente, quedó algo desnivelado. Pero Ben solo había mantenido el equilibrio y cogido los cables con una de sus manos. Luego, miró la polea en la parte alta del hueco e hizo un ademán, con dos dedos muy rectos y rapidez. Como si sus dedos hubieran sido dagas y tenido contacto con ellos, los dos cables se cortaron limpiamente y cayeron hasta quedar suspendidos en el aire por la orden mental de mi padre. Ben cogió un cable con cada mano, e hizo al ascensor subir un poco mientras las puertas volvían a abrirse.
Las flechas de la ballesta no se hicieron esperar, como los movimientos de los cables evitando que éstas dieran con el cuerpo de Ben.
Los chasquidos de los cables al moverse o impactar con las flechas, los bramidos del tipo cuando alguno de los «látigos» daba con él, y las toses de mi padre al estar rodeado de una leve nube de humo por los impactos de las flechas en un espacio tan reducido; eran los sonidos a los que Selena se estaba acercando.
… Hasta que oyó el quebrar de la ventana, y se devolvió hacia la última puerta del pasillo, la nuestra, pasando frente al departamento de la viuda, que había abierto con su bata y gorrito de dormir.
-¡Querida! ¿¡Pero qué pasa aquí!?
Mi madre ni la volvió a ver y solo le gritó:
-¡Regrese adentro y no salga!
Como una exhalación, Selena llegó frente a nuestra puerta y dio un respingo cuando oyó los golpes sordos y potentes al fondo de mi casa. Maldijo no tener las llaves mientras forcejeaba con la puerta, y luego bendijo que Ben fuera un tigre de metal. Mientras los golpes sordos seguían oyéndose insistentemente dentro, ella se devolvió para salvar a mi cada vez más dormido padre, con el fin de que le ayudara a abrir la puerta y salvarme a mí… Y al PdT, claro.
-o-
Mientras mis padres estaban siendo unos geniales pateatraseros, yo había subido en carrera a apagar mi muy enervante despertador y, luego, hacía de responde-preguntas al PdT mientras cerraba la puerta de la casa con llave… Sí, mea culpa.
-¿Estamos en peligro?
-Puede ser. Lo más seguro que sí.
-¿¡Pero por qué no quiere llamar a la policía en vez de ir a enfrentarse solos al peligro!?
-Estarán bien. -Tanto lo deseaba, que lo creía.
-¿Pero qué rayos sucede aquí?
-Largo de explicar -respondí por inercia, era una de esas preguntas que nos decimos sin esperar ser contestados-. Vamos, sígame -le exigí.
Yo había iniciado el camino hacia la entrada del Círculo, que estaba cerca de las escaleras, esperando que él me siguiera, pero el PdT se había quedado quieto en su sitio. Di un bufido, me devolví, lo tomé de la camisa y lo empujé un par de pasos hasta que me siguió solo.
-Pero él está herido. ¿Seguro que estarán bien?
-Por una vez estamos de acuerdo, PdT -susurré.
-¿Qué?
-Nada, Mark.
Abrí la puerta del Círculo, y le pedí que pasara con un cabeceo impaciente, mientras él seguía con sus incesantes peguntas:
-Él… Parece de dudosa reputación, ¿quién es?
-Mi padre.
PdT se quedó en silencio, viendo estúpidamente hacia la puerta de metal reforzado que yo acababa de cerrar. Cuando reaccionó lo hizo con, ¿adivinan? Sí, otra pregunta.
-¿Esto es una habitación del pánico?
-Se puede decir.
Solo algo de un nervioso silencio y, luego:
-¿Pero qué, exactamente, tienen pensando hacer allá afuera?
¿Y yo cómo diantres lo iba a saber?
-Oh, solo han querido ir a besuquearse a la luz del amanecer.
-¿¡QUÉ!? -salió del shock PdT, mirándome con alarma y luego, imagino que cuando vio mi expresión exasperada, enojo-. ¡No es momento para bromas!
-Ni para preguntas estúpidas -se me salió decirle, tal vez porque era la pura verdad.
PdT no me regañó pero desde ese momento, me trató con distante y, gracias al cielo, silenciosa cordialidad. Y, tengo que reconocerle, debió hacer un gran esfuerzo para no dirigirme de nuevo la palabra. Por su andar nervioso y su incesante manoseo de brazos, mientras veía de allá para acá lo que encontraba en el Círculo, era perceptible que NECESITABA hacer preguntas.
Cualquiera se daría cuenta que ese lugar no parecía una habitación del pánico.
El Círculo es ese espacio donde vas tirando las cosas que no usas, pero tampoco quieres botar. O, al menos, eso parece a simple vista. Cuando se entra, hay un área vacía que tiene un dibujo en el suelo de madera. Es un Yin Yang de unos dos metros de diámetro, hecho por una circunferencia de algunos centímetros en grosor y profundidad. Los círculos de dentro son algo así como pequeñas palanganas labradas en la madera y, la línea con forma de «S» en el medio, es muy parecida a la circunferencia, pero más delgada.
PdT había estado viendo hacia arriba, al techo hecho de varias ventanas de vidrio cerradas, por las cuales se filtraba la luz del día y se veía el cielo despejado… Por estar viendo eso, casi se cayó al trastabillar con uno de los círculos del Yin Yang. Fue así como centró la mirada en éste.
Yo, que me había sentado en el Yang porque no había otro lugar para hacerlo con comodidad, sentí su mirada interrogadora. Pero no le contesté, porque estaba harto de responder sus preguntas y, aunque quisiera hacerlo, no era algo que debía explicar. Al menos, no se había encontrado con un pentagrama. Si no entendía por sí solo que en ese lugar vivía una bruja, y que esa bruja era su novia, era un caso perdido.
No les sorprenderá saber que los PdT no suelen caerme excesivamente bien y éste, con su demostrada incompetencia, me había hecho pasar de esa fase en que me daba igual, al desagrado.
Por lo que, sumidos en nuestro mutuo silencio nervioso y poco amigable, cada uno esperó a su manera. Mientras él se acercaba a los muebles y anaqueles alrededor y al fondo del Yin Yang, que tenía flores por aquí, probetas por allá, un horno por acá, frascos con higos secos o prístinos químicos de olor agrio arriba, una enredadera vegetal en la pared sur, ollas, etc, etc; yo inspeccionaba lo que mi padre me había dado para mi «protección»… ¡Qué decepción! Por más que busqué en él algo sorprendente, sólo parecía un caracol-coral de porcelana verde. Luego supe que era jade, el material mágico por excelencia en «nuestra cultura», pero en ese momento solo me pareció una baratija del mercado de pulgas que me hacía sentir hasta aún más frágil.
-¡Oh, vamos Ben! -exclamé en un susurro, entre el enojo y la desesperanza. Sentí el pecho apretado del miedo nuevamente.
-¿Qué es este lugar?
«Caso perdido, definitivamente», pensé.
-El herbolario de mi madre.
PdT sabía que era una media verdad, claro. Pero solo hizo un ademán de frustración y se sentó en el Yin.
-Selena va a… -empezó a decir, pero se calló y miró hacia la puerta-. Espero que estén bien.
Estuve de acuerdo con su confusión y sus deseos. El silencio ya no fue tan poco amigable, pero sí cada vez más nervioso.
Justo cuando empecé a sentir que necesitaba ir al servicio sanitario, como hago cada mañana, fue que creí oír algunos chasquidos y, poco después, muy cerca, cristales quebrándose… «La ventana de la escalera de incendios», pensé acertadamente, y con vuelco en el estómago. Habían entrado.
-¿Será Selena? -pensó erróneamente PdT, e hizo una intentona de ir a abrir la puerta.
Yo me levanté de un salto y lo tomé de la camisa nuevamente.
-No te muevas de aquí.
Pero PdT hizo un intento de zafarse y abrir la… ¡El golpe fuertísimo, el estremecimiento de la puerta, nos hizo tener una sacudida!
Devolviéndonos al Yin Yang, saqué el objeto de mi bolsillo y soplé en el hueco del caracol-coral una y otra vez.
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