Titulo: Darkness
Autor: eminahinata
Fandom: Hawaii Five-0
Palabras: 3,122
Pareja: OMC/Daniel Williams (no consentido), Rachel Edwards/Daniel Williams, Steve McGarrett/Daniel Williams
Advertencia: Slash, Personajes Originales, ligero crossover, un poco AU, mención de abuso sexual y psicológico, suicidio e intento de suicidio. Angts.
Universo: Serie Memorias de Jersey, pero en un Universo Paralelo a esté.
Disclaimer: Hawaii Five-0 y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de K/O Paper Products y 101st Street Television en asociación con
CBS Productions. Este fic se hace sin fines de lucrar, ¿vale? Si fueran míos, Danno y Steve estarían juntos desde hace mucho tiempo de forma definida y no sólo por el condenado y maravilloso subtexto. ¿Qué? ¡Se vale soñar!
Resumen: La oscuridad ha rodeado la vida de Daniel Williams por mucho tiempo. Y todo por un pasado tormentoso. ¿Qué descubriste, Lori? AU. Slash.
Notas de Autor: ¡Hola! Bien, bien. La verdad no sé de donde salió esto, pero me ha gustado el resultado. Hace unas semanas, mi amiga D´Ni me dijo que mi lado “emo” era el más creativo. Empiezo a creer que tiene razón. Una cosa más, sólo para aclarar, No estoy a favor del suicidio y al abuso de menores. Es bueno escribirlo por todo eso del desarrollo de sentimientos, las contradicciones y las relaciones interpersonales. Me encanta el drama, la angustia y todo lo que viene por ello, pero no es algo que me gustaría que le pasara a alguien como Danno, pero su personaje se presta mucho para este tipo de trama. Así que, ¡no me maten! Sólo es ficción, ¿eh? Saben que sus comentarios son siempre bienvenidos y sin más que agregar, ¡a leer!
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Darkness
Parte 1
By: eminahinata
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Había sucedido cuando tenía catorce años cuando regresaba de la biblioteca por la tarde. Ese día no tuvo clases con la Sra. Kozlov y aprovecho para adelantar una tarea del curso de historia. Decidió caminar de regreso por la calle en donde quedaba el dojô de Ilyan y de esa forma regresar juntos al barrio.
Pero eso nunca sucedió. No lo recordaba claramente, pero sabía que sintió un dolor en la parte posterior de su cabeza antes de que todo se volviera negro, dejando caer los libros de sus brazos en el proceso.
Cuando hubo despertado desorientado y con un dolor punzante en la sien, le tomo unos minutos descubrir que ya no estaba en la acera, al aire libre, sino en un cuarto oscuro y sin ninguna ventana. Había entrado en pánico, por supuesto, cuando vio que sus pertenencias no estaban por ningún lado y que no sabía porque estaba en ese lugar. ¿Qué hacía en ese lugar? ¿Por qué? ¿Quién era? ¿Eran uno o varios? ¿Qué quería?
Se levanto de la cama, cayendo en ese momento en la cuenta que, en realidad, había muebles en la habitación: una cama matrimonial contra una pared, una mesita de noche a cada lado de la cama, un escritorio a su izquierda contra una pared y acompañado por una silla de madera (en donde vio su mochila y los libros sobre la superficie), un armario frente a la cama y a su lado una puerta ya resquebrajada por la edad.
Se acerco hasta la puerta y con movimientos vacilantes confirmo que se encontraba bajo llave, por lo que se dedico a inspeccionar la habitación y buscar algo que lo ayudara a salir de allí. Media hora más tarde y con el dolor de cabeza presente no encontró nada y descubierto que había otra puerta que lo accedía a un baño pequeño. Había respirado hondo y empezado a pensar porque se encontraba en ese lugar. Su familia no tanto dinero, lo necesario para sobrevivir y darse uno que otro gusto. Su padre no podía tener enemigos, era algo que no podía aceptar ya que su padre se dedicaba a salvar vidas. Su madre tenía el negocio de la pastelería y era sencillo y humilde, no amenazaba a nadie más. Entonces, ¿por qué se encontraba ahí?
El miedo nuevamente había golpeado y se permitió sollozar por un momento. Y lo más aterrador es que no escuchaba nada del exterior, nade que le confirmara que no estaba solo en ese lugar desconocido.
Unas horas más tarde de haber golpeado la puerta, intentado abrir a la fuerza y todo lo que se le ocurría, se encontraba acurrucado en la cama, las lágrimas cayendo y mojando la sábana blanca. Él quería regresar a casa con sus padres, sus hermanos e Ilyan. No quería estar ahí esperando a saber qué. Pronto su cuerpo se tenso cuando escucho un ruido, como cuando se camina con botas sobre la madera, y lo alerto a que se pusiera en pie, buscando la forma en que no parecía más vulnerable de lo que se encontraba.
En el momento en que vio como la puerta se abría y dejaba entrar a un hombre por sus treinta, un cuerpo formando por el ejercicio, cabello oscuro y unos maliciosos ojos marrones sabía que comenzaría su infierno. Un infierno que sabía era dolor y más dolor. Y eso lo confino cuando este hombre sonrío de lado y cerró la puerta, acercándose paso a paso hasta acorralarlo.
−No te preocupes -susurro en una voz gruesa el hombre, haciendo que un escalofrió pasara por su espina dorsal−.Yo te cuidare -y, con esas palabras que lo perseguirían por toda su vida, el infierno se desato.
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Luego, de esa primer vez, hubo más. Todo era dolor y desesperación. Él gritaba, le suplicaba que parara, que por favor, por favor lo dejara irse, que no diría nada, pero el hombre sólo sonría en una mezcla de ternura y crueldad que lo dejaba sin aire, que lo hacía estremecerse del mayor miedo y que su cuerpo sufriera espasmos que lo dejaban adolorido el resto del día.
Cada día era lo mismo, la misma rutina, y con ello empezó a perder el sentido el tiempo, a no saber si habían pasado días o semanas y cada vez que salía de su sueño inducido por el dolor o el cansancio, pedía, a lo que fuera, que lo encontraran.
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Robert Collins.
Ese era el nombre de su secuestrador.
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Semanas, meses después él sabía que nunca saldría de ahí. Que seguramente se cansaron de buscarlo y lo declararon muerto. Que no importa, que ellos estarían bien sin él. Sus padres tenían a sus hermanos e Ilyan tenía a sus otros amigos. Él no era importante.
Ya no.
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Él noto que Robert ya no lo visitaba todos los días y una parte de él estaba agradecido. Otra se sentía solo, ahí, encerrado en cuatro paredes, su única distracción los libros que ya se memorizo.
Robert siempre le dejaba la comida en el escritorio, en recipientes herméticos y el pequeño baño se encontraba lo suficientemente equipado para sus necesidades de higiene. Había ropa en el armario y unos días atrás descubrió una gaveta en donde se encontraban varias cartas y hojas con dibujos y varios crayones de madera.
Las cartas eran de las anteriores victimas de Robert y él tenía miedo de empezar a hacer la suya.
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El dibujo no se le daba mal, en realidad. Se sentaba al escritorio y pasaba horas retratando lo que podía recordar. Su madre con su cabello rizado y rojo; su padre con esa mirada llena de determinación; a sus hermanos con las grandes sonrisas; a Ilyan con su característica mirada de ‘yo lo sé todo’; a todos sus vecinos y a sus compañeros.
El dibujo no se le daba mal, en realidad.
Y Robert lo apreciaba y le compraba más materiales para que siguiera.
Era lo único que tenia.
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Un día en particular Robert fue muy agresivo y descuidado, dejando marcas en todo su cuerpo y oscuros hematomas en sus muñecas. No había hecho o dicho nada, sólo dejarlo ser. Vio que Robert estaba muy enojado y le intrigaba saber por qué.
Hace un tiempo que dejo de resistirse y entregarse sumisamente.
¿Era a eso lo que llamaban Síndrome de Estocolmo?
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La depresión hizo estragos su mente. Ya no comía, no dormía bien y se pasaba con un dolor de cabeza la mayor parte del tiempo. Sólo se acurrucaba bajo las mantas y tarareaba la canción de cuna que recordaba su madre cantaba de noche a sus hermanos y a él.
Sus hojas esparcidas por el suelo. Todas completamente blancas.
Robert se sentaba a la orilla de la cama y se dedicaba a verlo por largos minutos, antes de carraspear y decirle torpemente que dejaría la comida en la mesa.
Él tarareaba y cerraba los ojos, esperando que su padre entrara por la puerta la siguiente vez.
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Robert Collins tenía problemas.
Él lo supo un poco después.
Sufría un trastorno de personalidades múltiples por una niñez y adolescencia difícil.
Él lo odiaba, pero sentía simpatía por Robert.
No tenía la culpa, se dijo una vez.
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Ya era mucho tiempo, sabia, y su cuerpo se está resintiendo de ello. Así, de esa forma, comenzó a hacer ejercicio: saltadillas y lagartijas, eso era lo que hacía por lo menos dos o tres horas cada día.
Y, una cosa más, Robert ya no lo tocaba. Sólo se sentaba a verlo y raras veces a conversar.
Él lo odiaba, pero una parte de él comenzaba a perdonarlo.
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La puerta estaba abierta. Abierta. No bajo llave como el resto del tiempo. Abierta.
Fue la primera vez que vago por el lugar, descubriendo que la habitación donde estaba era el sótano. Y eso explicaba la falta de ventanas, se susurro cuando subía las escaleras. El resto de la casa no era gran cosa: tan sólo de un nivel y con los muebles estrictamente necesarios, nada personalizado y carente de alguna imagen.
Robert había llegado con bolsas de compras, deteniéndose en la puerta para verlo, antes de cerrar y seguir su camino a la cocina, ignorándolo en el proceso.
Ahí está la puerta.
Ahí está la salida.
Ahí está su libertad.
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Robert le dejaba estar en el piso por un tiempo, le dejaba ver televisión y le dejaba leer el periódico cada día.
Englewood, Condado de Bergen, New Jersey.
Ahí era donde se encontraba.
A kilómetros de Newark, Condado de Essex, New Jersey.
En donde se encontraba su familia.
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Hizo la cuenta de cuánto tiempo llevaba desaparecido. Lo último que recordaba era que fue un jueves, 6 de abril cuando desapareció, y ese día era un martes, 5 de septiembre.
Cinco meses.
Los cinco meses más largos de su vida.
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Había sido otro mes y tan sólo una vez Robert lo había tocado. Y fue cuando Robert estaba enojado, seguramente por algo relacionado con su trabajo. Unos días más tarde aun tenia las marcas y Robert parecía avergonzado.
Él lo había abrazado mientras lloraba.
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Despertó, un poco sorprendido de no escuchar nada. Se había aseado y cambiado de ropa antes de subir las escaleras, viendo la penumbra del lugar.
Nueve y cuarto de la mañana, marcaba el reloj, cuando él encontró a Robert colgado de una cuerda en su habitación.
Nueve y veinte de la mañana, marcaba el reloj, cuando él se levanto del suelo y arrastro sus pies hasta la mesa donde descansaba el teléfono.
Nueve y cuarenta y cinco de la mañana, marcaba el reloj, cuando la policía se hizo presente.
Doce y veinte de la mañana, marcaba el reloj, cuando escucho la voz sollozante de su madre por teléfono sentado en la cama del hospital.
Doce y treinta de la mañana, marcaba el reloj, cuando supo que todo estaría bien.
Doce y treinta y uno de la mañana, marcaba el reloj, cuando él se permitió llorar.
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Su madre no lo había soltado en todo ese tiempo, cuando el jefe de policía, Capitán Meyer, lo dejo a solas con sus padres en la oficina.
No dijo nada, no sabía que decir, y no dijo nada en el resto del camino a casa. Él sólo abrazaba contra su pecho los libros de la biblioteca y todas las hojas donde se plasmaron los rostros de muchas personas.
Entre ellos el de Robert Collins.
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Los siguientes meses fueron muy incómodos. Por supuesto, todos sabían. Y no tardaron en saber el resto.
No había regresado a la escuela ese año. Iba todos los días con la psicóloga, la Sra. Brown, y ella siempre era paciente con él. Lo alentaba a compartir todo y lo aconsejaba, le sonreía con ternura y era discreta cuando se lo pedía.
Ilyan se volvió aun más protector y cada tarde, después de regresar de clases, se acercaba a su casa y pasaban las siguientes horas haciendo cualquier cosa. A veces sólo se quedaban en silencio, sentados uno al lado del otro en el sofá de la sala; a veces jugaban cartas y otras él dormitaba en el hombro del azabache. A veces no sólo eran los dos, sino también sus otros amigos: Kevin, Emily, Emina y Sam, hablando de cualquier cosa.
A veces el reía y otras se perdía en sus recuerdos. A veces dolía y otras el alivio lo recorría de pies a cabeza. A veces él pensaba en Robert todo el día y otras sólo quería dejarlo atrás. A veces él lloraba y otras su susurraba su perdón a la oscuridad.
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Sus hermanos eran muy torpes a su alrededor. Muy jóvenes para entender claramente lo que paso. Matty, con sus nueve años, lo miraba con sus grandes ojos marrones y él lo miraba a cambio, intentándole transmitir seguridad. Audrey, con sus siete años, niña intuitiva, lo abrazaba por largos ratos y él la abrazaba a cambio, intentándole transmitir que estaba ahí. Ianto era más tímido, con sus siete años (y él sabía que era por la muerte de sus padres hace más de un año) y siempre mantenía la distancia de él, viéndolo como si en cualquier momento desaparecía en el aire. Él no lo culpaba e intentándoles transmitir estabilidad se quedaba en su lugar, esperando que el pequeño se acercara por sí solo. Casey, con sus cinco años, le sonreía y le exigía jugar a las muñecas con ella, y él lo hacía, intentándole transmitir que no la dejaría.
Él intentaba transmitirse a sí mismo que ellos estaban ahí y que era necesario para ellos.
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Había llegado la navidad muy pronto y todo se hizo como cada año. Su padre se volvió menos paranoico y su madre comenzaba a sonreír más seguido tanto por él como por el embarazo.
Ese fue el mejor regalo de todos.
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Otro año escolar había empezado y las miradas no se hicieron esperar. Ello intentaban ser discretos, pero él las sentía a cada paso que daba. Otro año escolar había empezado y esa vez entro al club de pintura, donde pasaba mucho tiempo, encerrado en su propio mundo. Otro año escolar había empezado y los que antes lo molestaban, aprendieron a alejarse, pero solamente lo necesario. Otro año escolar había empezado y los almuerzos siempre eran divertidos por los malos chistes de sus amigos. Otro año escolar había empezado y el entrenador García lo alentó a seguir con el beisball.
Otro años escolar había empezado y el era feliz de volver a la rutina.
Oh, bendita rutina.
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6 de abril.
Un año desde entonces.
Tomó el cuchillo de la cocina mientras su madre salía para hablar con la madre de Ilyan y se encerró en el baño.
Tomó asiento en la bañera y sin cualquier cuidado marco la piel de su muñeca izquierda haciéndola sangrar.
Fue Matty quien lo encontró.
Y eso lo entristeció.
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Cuando hubo despertado se encontraba en una habitación con las paredes pintadas de blanco y el recostado en una cama de hospital. Hubo sentido una presión en su mano y al bajar sus ojos se encontró con su mejor amigo, quien dormía apoyando la cabeza sobre su brazo en la cama mientras tenía un fiero control en su mano izquierda con su otra mano. Vio la venda y por un momento se avergonzó.
¿En qué estaba pensando?
Seguramente en el dolor.
En Robert Collins, que para bien o para mal, cambio su vida radicalmente.
Unos días más tarde, cuando el vendaje fue retirado, vio la cicatriz. Esa cicatriz que lo acompañaría toda la vida.
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El tiempo hubo pasado rápidamente y cuando sintió se encontraba ya en la universidad. No había vuelto a atentar contra su vida luego de ese 6 de abril y todo parecía ya tan lejano. Decidió estudiar psicología y criminología a la vez.
Él quería ayudar, eso llego una mañana. Él quería ayudar a las personas para que no se convirtieran en un Robert Collins o en un él. Él quería ayudar, comprender a la mente humana y así ser necesario. Él quería ser necesario.
Y así fue como también entro a la Academia de Policía a sus veinte años.
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Ilyan y Emina habían tenido a unos hermosos hijos. Gemelos, una niña y un niño. Y él era el padrino. Y eso lo hacía feliz.
Entonces, mientras sostenía en brazos a Deian, los impresionantes ojos verdes heredados de su padre viéndolo con curiosidad, se dijo que él quería algo así para él. Él quería formar su propia familia.
Dos años más tarde conoció a Rachel Davis cuando ésta estrello su auto contra la patrulla que conducía.
Ilyan no había parado de burlarse desde entonces.
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Él y Rachel habían salido ya diez meses cuando sucedió.
Una cena y una película era el plan. Una cena y una película en el apartamento de Rachel. Y cuando estaban viendo la película, la cual no recordaba, fue cuando ella hizo su movimiento y cuando sintió él se encontraba en la parte superior de ella.
Entro en pánico y salió huyendo del apartamento, dejando a una sorprendida, dolida y confundida inglesa.
Una semana después junto todo el valor que tenía y consiguió que Rachel lo escuchara.
Fue en el apartamento e Rachel donde le conto todo. Le contó sobre Robert Collins, los seis meses que estuvo secuestrado, el suicidio de Robert Collins y el atentado contra su propia vida a los dieciséis años. Ella se había sentado en silencio a su lado, escuchándolo y siendo paciente cuando todas las emociones lo golpeaban y se quedaba sin aire. Ella le permitió llorar sobre su hombro el resto de la noche. Ella lo había aceptado y dado todo su apoyo. Ella lo quería y le daba su tiempo.
Él era feliz.
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Un año y medio más tarde Grace había nacido y todo era un arco iris.
Había terminado la universidad y ahora era un orgulloso oficial de policía. Tenía una hermosa familia y parecía que nada podía atormentarlo más. Las navidades siempre eran bulliciosas y con el paso del tiempo las miradas de pena se transformaron en admiración. Era lo mejor. El Capitán McCain le hizo una solicitud para empezar como detective, aun cuando sólo tenía veintisiete años. Y él lo acepto. Significaba una mejor oportunidad para su familia y él.
Su padre y su madre le sonreían con orgullo y todo el dolor se quedo en el pasado. Su hermano Matty pronto terminaría la universidad en Boston, mientras que Ianto se regresó a Reino Unido hace unos años a terminar la universidad en Oxford y ahora tenía un empleo en el gobierno, contento de estar más cerca de su hermana biológica. Audrey se termino casando joven con Rick Stetler, unos años mayor que ella, pero muy responsable y que amaba incondicionalmente a su hermana. Casey saldría ese año de preparatoria, causando estragos por donde caminaba, mientras los gemelos, Chris y Rebeca, a sus doce años empezaban con todo eso de la pubertad.
Sí, todo estaba bien.
Sí, todo era un arco iris.
Si, el recuerdo de Robert Collins ya no le causaba dolor.
Si, él era feliz.
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Sentado en la oscuridad de ese motel, se preguntaba: ¿Qué había hecho mal? ¿Qué estaba mal con él?
Rachel, la mujer que amaba con locura y juntos superaron muchas cosas, lo abandono. Lo abandono porque encontró un hombre que podía darle todo. Darle lo que él nunca podría.
Él lloró y los recuerdos de su adolescencia lo atormentaron en todo el camino del divorcio.
Porque él nunca sería lo suficientemente bueno.
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Hawaii.
Ese sería el lugar a donde seguiría a Grace.
Él se prometió no echar a perder lo único bueno en su vida.