Sebastian III

Oct 07, 2008 22:51



Fandom: Prince of Tennis
Universo: Sebastian
Pareja: Atobe/Fuji, Tezuka/Echizen y Sanada/Yukimura en principio. Cambiarán.
Advertencias: NR-13 como mínimo para el general del fic. En caso de necesitar algúna más especifica avisaré en dónde corresponda. Como siempre, AU.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a Konomi. Las referencias a otras obras también pertenecen a sus respectivos creadores.
Sumario: De Tensai a Lucifer. Y Fuji lo único que buscaba era un mundo en el que no existiesen los dioses para recordarle que siempre había sido un ángel caído.
Notas: Hay varios detalles que ganan importancia si uno entiende el contexto al que hacen referencia, por eso, procuraré que al final de cada parte, en caso de requerirlo, sean mencionados. Algo general para el fic va a ser que el mundo en el que está ambientado la elección sexual es eso, una elección, y la mayor parte de la gente no juzga a las personas por ella.

Dedicatoria especial: Sé que es poca cosa, pero me gustaría dedicar este capítulo a relativmariposa  como regalo de cumpleaños ya que en su momento no le regalé nada ^_^

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Capítulo III: El arte oculta al artista más que lo descubre

Fuji no pudo evitar el placer perverso de quién sabe que acaba de provocar una fuerte impresión en aquellos que lo observan. Ni siquiera tenía que girar la vista para ver esa multitud de rostros asombrados que abarrotaban el local que Atobe había convertido en galería fotografía para exponer sus obras. Y aunque no estuviese habituado a los instantes de silencio que siempre lo acompañaban, en esa ocasión se había vestido para impactar y aumentar el efecto. Sabía que lo había logrado. Había conseguido ese efecto en Atobe, y estaba más que seguro de que era la persona con más capacidad real para resistírsele. Después de todo, Atobe veía lo que era él de verdad; Atobe veía el rostro en el espejo roto. Atobe estaba tan condenado como él. Su querido Tannhäuser.

Alzó la vista y abrió los ojos para observar con claridad la foto que presidía la exposición. Le gustaba. Sus obras no solían ni gustarle ni dejar de hacerlo. Todas tenían algo que contar y no era su trabajo opinar si el cuento era bueno o no. Pero la de Atobe, de hecho, le gustaba. Lo había reflejado tan bien como se había autorretratado. Hermoso y sosegado, víctima de sus propios pecados e indulgente con sus propios vicios. Siempre en busca de algo fuera de su alcance. Tannhäuser.

Que buena pareja hacían... Los dos imposiblemente hermosos, los dos con todo lo que la mayoría de los humanos admiraban y deseaban: dinero, poder, inteligencia, talento, salud y belleza. No necesariamente en ese orden. Estuvo a punto de dejar salir una risita arrogante y desdeñosa. Con motivo de la especial ocasión, hasta habían decidido vestirse a juego. Ambos de negro absoluto. Tannhäuser demostrando todo lo que era en su traje Armani comprado en Italia exclusivamente para el estreno. Y Sebastian, como todo buen artista, con un aspecto rebelde y desaliñado. Casi bohemio enfundado en sus pantalones de cuero negros; rotos y de segunda mano (o tercera, o vete-tú-a-saber ya que los había comprado en el mercadillo de Candem). La camisa casi translúcida iba lo suficientemente abierta para que sobre su clavícula el colgante del ángel con las alas rotas fuese perfectamente visible. Dio una calada a su cigarrillo y volvió a mirar al Atobe de carne y hueso, sonriéndole antes de expulsar el humo y cerrar los ojos.

Como si acabase de romper un hechizo, los murmullos de la gente se alzaron a su alrededor. Se llevó la copa a los labios y saboreó el líquido dorado.

-Casi tan bueno como el de París.- comentó dirigiéndose a su mecenas.

-Imposible conseguirlo mejor,- respondió el otro con el ceño fruncido.- Ni siquiera yo.

-Pobre de ti, mi querido Tannhäuser.- se burló Fuji.

Atobe dio dos pasos y se pegó a él, aprovechando que respiraba sobre su oreja para arrebatarle el cigarrillo que ya estaba consumido hasta casi el filtro.

-Pobre tú, Gray, porque en cuanto terminemos el show con público pretendo recompensar tu acertada y provocadora elección de vestuario.

Fuji permitió que lo recorriese un escalofrío. Las habilidades de Atobe como amante se equiparaban a las suyas; y, desde luego, para Fuji había sido todo un descubrimiento toparse con alguien así. O mejor dicho, redescubrir a alguien con el que nunca lo había unido una relación y ver sus talentos ocultos. Ambos sabían que nunca se enamorarían el uno del otro pero en la cama siempre funcionarían de forma explosiva. Y de todas formas, no era como si pudiesen tener algo mejor.

-Espero que eso sea una promesa, Tannhäuser.

-Atobe.

Los dos se giraron al mismo tiempo para ver a la persona que acababa de hablarles. Fuji tardó segundos en identificar la voz como la de Oshitari. Pero cuando estuvieron cara a cara con él -sonrisas siempre en sus labios-, ni Atobe ni Fuji, le prestaron verdadera atención. Dos personas al fondo del pasillo habían captado sus sentidos. Dos personas que ninguno esperaba encontrar en su primera aparición pública en Japón. Fuji tuvo que luchar con sus propios instintos para no abrir los ojos sorprendido. Echizen había crecido mucho más de lo que esperaba. Le había costado una cantidad ingente de esfuerzo evitar prensa, publicidad y televisión para no cruzarse con ningún tipo de dato acerca de los dos tenistas. Abrir los ojos y mostrarse sorprendido sería como tirar esos esfuerzos por la borda. Pero para sí mismo no podía evitar maravillarse al darse cuenta de que Echizen era de la altura aproximada de Atobe. Y era más guapo, incluso con la boca abierta mientras no apartaba los ojos -tan dorados y apasionados de siempre- de ellos. Podría ser una Venus perfecta, o quizá, no era Venus sino que era una fusión entre Venus y Elizabeth.

No era, sin embargo, el que atrapaba la mirada reacia de Fuji. Sus ojos se centraban en el dios a la derecha de Venus. Compartían el mismo espacio físico. Si estiraba ligeramente la mano podría ponerla en la baja espalda de Venus, con un gesto protector. Y ese pequeño detalle dolía lo suficiente como para que ignorase la voz en su cabeza que le decía que era más apuesto de lo que recordaba, más majestuoso y todavía cargado de esa aura que atraía a las personas a su alrededor de forma mucho más efectiva que la técnica de tenis que lo había hecho famoso siendo un niño. Aunque quizá igual era que tras tantos años alejado del Olimpo, ahora que volvía a ver a sus habitantes el efecto se había desproporcionado. Como el alcohol, siempre más efectivo tras una temporada sin consumirlo.

Se obligó a centarse en Oshitari, la reciente herida de su interior sangrando un poco. Intercambió una fugaz mirada con Atobe, viendo el reflejo de su sonrisa macabra y complacida en él. Ya habían cumplido parte de su objetivo, mucho antes de lo previsto; y permanecer más tiempo simplemente continuaría llevándolos más y más cerca del borde, más y más cerca de las heridas. Hasta que ninguno de los dos pudiese discernir qué habían sido antes de tenerlas. Su mejor plan al alcance y las mentes de ambos habían asimilado toda la situación en apenas unos segundos.

-Oshitari.- saludó Atobe, recuperando el porte tras la inesperada sorpresa que se habían cruzado ante ellos.- Me alegra que hayas podido venir.

-No iba a perderme esto por nada. Y menos ahora que sé quién es realmente Sebastian Gray.- los ojos del considerado “prodigio” en Hyotei se clavaron en Fuji.- Realmente, sigues siendo tan imprevisible como antes.

-Lo consideraré un cumplido.- respondió el artista, omitiendo sugerirle ser llamado por su seudónimo. Carecía de sentido insistir en ello cuando sabía que nadie iba a utilizarlo ahora estaban ahí. Excepto Tannhäuser.- ¿Has visto algo interesante entre las obras?

-Tannhäuser es realmente sublime.

-Por supuesto, eso se debe a la excelencia del modelo.- replicó Fuji con una voz cantarina y dulce que compartía algún tipo de broma con Atobe que Oshitari no entendía.

-Ore-sama agradece tus palabras Gray.

-¿Gray?

-Tiene más clase que Fuji. Es más poético. Un tipo de manzana no es un nombre adecuado para un artista parisino.

Oshitari paseó la mirada de uno a otro, con el ceño fruncido. Por su expresión confusa, no terminaba de entender a qué venía lo de Gray o eso de Fuji cumplimentando a Atobe. Después de todo, Atobe nunca había mencionado a nadie que conocía el paradero de Fuji. Algo que era de lo más extraño. Por lo general, no habría tardado ni dos segundos en pavonearse porque sabía dónde estaba la persona que en aquel entonces había revolucionado el circuito de tenis escolar con su desaparición. Ni siquiera se lo había dicho a él. Y era su mejor amigo.

-Si nos disculpas Oshitari...- retomó Atobe la conversación cuando consideró que ya le había dejado tiempo más que suficiente para que se plantease todas esas incógnitas. Su sonrisa estaba cargada de sorna.- La estrella ha de ser adecuadamente presentada.

En un gesto elegante y ágil, Atobe tomó a Fuji, posando una mano justo sobre la cintura de los pantalones y se pegó indecentemente a él para susurrarle al oído.

-¿Preparado para una visita al Paraíso Gray?

-Por supuesto.

Con una sonrisa arrogante y juguetona, Fuji abrió los ojos (de nuevo se formó un pequeño revuelo a su alrededor) y no pudo evitar desafiar a Tannhäuser con la mirada. Cuando el hombre del cabello gris inclinó la cabeza en señar de aceptación, Sebastian lo premió sacándole la cajetilla de tabaco del bolsillo del pantalón sin molestarse en avisarlo siguiera. Ese simple gesto hablaría volúmenes sobre su relación. Todos los que necesitaban para estar en boca de todo el mundo. Aunque ahora que ya los tenían frente a ellos, tampoco era tan necesario provocar esa sensación. Pero Atobe tenía la costumbre de hacer las cosas a lo grande, así que con eso no iba a ser menos.

Echaron a caminar al mismo tiempo. La sonrisa dulce de Fuji volvía a conferirle la apariencia de un pequeño niño, demasiado inocente para caminar entre adultos, demasiado inocente para estar rodeado por humo de tabaco y sostenido de una forma tan íntima y claramente indecente. Una mirada de Atobe de reojo fue más que suficiente para que no los interrumpiesen, y así, en menos tiempo del que les habría gustado pero más del que deseaban, se encontraron frente a sus cuatro viejos conocidos.

-Es toda una sorpresa descubrir que teneis gusto por algo más que el tenis.- saludó Atobe con arrogancia.- Excepto Yukimura, evidemente.- se corrigió con una sonrisa dulce dirigida al galerista y que no engañaba a nadie.- No sabía que además de la pintura te interesaba la fotografía.

-Me interesa el arte, Atobe. Y las fotografías son muy buenas.- los violáceos ojos de Yukimura se clavaron en Fuji, que dio una lenta calada a su cigarrillo sin dejar en ningún momento que su fachada se rasgase en lo más mínimo. Bajó la cabeza humildemente en señal de aceptación y agradecimiento ante el cumplido.

-Me siento especialmente contento con algunas de las que se exponen.- comentó con su voz más melódica. Echizen dio un respingo involuntario, como sorprendido por la voz de Fuji, que seguía siendo el mismo sonido dulce y casi femenino de su adolescencia.

-Está claro que Tannhäuser es la mejor.- todas las miradas se centraron en Atobe. Echizen arqueó una ceja y Sanada soltó una especie de gruñido de disconformidad que divirtió a todos los presentes, excepto Tezuka, que conservó impertérrito su perfecta expresión inexpresiva.

-Atobe, tus delirios de grandeza siempre son enternecedores.- comentó Yukimura, tan sonriente como Fuji, antes de volverse hacia él de nuevo.- ¿Serías tan amable de apagar el cigarrillo? Mi salud suele resentir el humo.

Durante un instante, Fuji exhaló con deliberada lentitud, torciendo el rostro para que la momentanea cortina gris fuese en dirección contraria al grupo.

-Respetemos eternamente el vicio y no combatamos sino la virtud[1].- dijo, entreabriendo los ojos y dejándolos caer lentamente sobre Yukimura, contandole algo que sólo ellos parecían entender y casi seduciendolo, lo que obligó a Sanada a acercarse más a su novio. Cerrando los ojos de nuevo y satisfecho con la reacción que acababa de provocar, Fuji se acercó al cenicero más próximo felicitándose a sí mismo por conservar la presencia necesaria para hacer algo tan descarado como eso delante de Tezuka. Casi sentía el impulso de situarse a su derecha y mantenerse callado y sonriente, una vez más el niño ángelical que siempre había fingido a la perfección en presencia de su capitán.

-¿El Marqués de Sade?- le preguntó Yukimura cuando regresó junto a ellos, su mirada no tan divertida e inofensiva como antes.- Siempre pensé que los rumores sólo eran rumores.

-Hasta el más simple cuento para niños tiene su pizca de verdad.- respondió el artista encogiéndose de hombros.

-¿Disfrutando entonces de la exposición Tezuka?- inquirió Atobe con un deje de malicia.- No puedo negar que esperaba algún tipo de reencuentro entre vosotros, pero siempre es más sencillo conseguir emociones de una roca ¿no? Y yo que siempre he pensado que eso del “Pilar” era otra tontería... Una pena que no vayáis a demostrar que en Seigaku siempre habéis sido románticos hasta el empalago.

-Monkey King- espetó Echizen antes de que nadie pudiese decir nada. Su sonrisa arrogante era casi un reflejo de la de Atobe, si bien tenía un punto sádico más habitual en Fuji o en Yukimura que en el empresario. Al mismo tiempo, era algo que por mucho que se pareciese a detalles sueltos de otros, seguía siendo la esencia del niñato cargado de chulería con el que todos se habían enfrentado en las pistas de tenis. Echizen era y siempre sería Echizen, y Fuji, que intentaba mirarlo tan poco como intentaba mirar a Tezuka, entendía perfectamente que Atobe y Tezuka (tan parecidos en tantas cosas) quisiesen ser alguien especial para el joven.- Ya sabes cuales son las características de los pilares. Fuertes y duros. Está claro que son dos términos tan desconocidos para ti que no entiendes lo que implican. El día en el que descubras lo que te pierdes...

-Echizen.

La suave advertencia de Tezuka se vio ahogada por la risa clara de Fuji.

-Tannhäuser, deberías dejar de facilitar hasta tal punto que uno se burle de ti.

Atobe, sonriente a pesar de la burla que el tono de Fuji arrastraba, tiró del artista y le regaló un beso cargado de promesas; ignorando olímpicamente las muestras de sorpresa en sus acompañantes. Después de todo, por muchas conquistas y por muy activa que fuese su vida romántica, siempre se había cuidado mucho de no mostrar indicios de nada en público. Echizen lo sabía por experiencia propia. Pero mientras se besaban como si el mundo no existiese a su alrededor, tanto el fotografo como su mecenas sabían que precisamente se estaban besando por el comentario de Echizen. Ninguno de los dos conocía los “pilares” tan bien como desearía. Seguir jugando en su pequeña mascarada los distraía. Y como sabían bien ambos, las mejores mentiras eran las que más se acercan a la realidad. Fuji se separó de Atobe, con un comentario amargo sobre lo buenos mentirosos que eran en la punta de la lengua luchando por salir a la luz, algo que no podía permitirse hasta que estuviesen en la mansión y a resguardo de oídos ajenos.

-Entonces, ¿cuál es tu favorito?- le preguntó Fuji a Yukimura, todavía ocupando el mismo espacio personal de Atobe pero libre ya para ver la indiferencia clara y dura en la mirada de Tezuka, que no había podido evitar buscar.

-Tannhäuser es impresionante, innegablemente. Digno compañero de tu autorretrato.- respondió pensativo el hombre.- Y a pesar de no haber visto todo lo que se expone, creo que Verlaine es mi favorito.

-« Qu’as-tu fait, ó toi que voilà
Pleurant sans cesse
Dis, qu’as-tu fait, toi que voilà,
De ta jeunesse? »[2]

La voz de Fuji recitó el poema con calma y firmeza, desvaneciéndose progresivamente en el último verso, como si realmente se estuviese haciendo esa pregunta. Tenía los ojos abiertos, absortos en la fotografía junto a ellos, dando la impresión de que se había marchado a otro lugar. Un lugar lejano y al que ni siquiera Atobe tenía acceso. O eso fue lo que Yukimura pensó. No necesitaba ser un genio, que lo era, para saber que había algo demasiado irónico en la situación. Suspiró y se acercó un poco más a Sanada, que confundido, lo miraba en espera de que le tradujese las palabras. Yukimura negó suavemente con la cabeza y volvió a admirar a Fuji, que de pronto parecía demasiado hermoso y perdido e incapaz de responderse a sí mismo. Definitivamente, en todo el asunto tenía que haber algo más.

-Fuji-sempai.

El susurro de Echizen parecía casi involuntario, totalmente inintencionado, pero su efecto fue mágico. Yukimura observó, maravillado, como Fuji se giraba hacia su antiguo amigo casi a cámara lenta. Azul misterioso y dorado dolido se cruzaron un instante hasta que todos escucharon la pregunta del más joven. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Resonando en la conciencia telepática que habían desarrollado durante un segundo eterno que duró hasta que de nuevo, los párpados de Fuji ocultaron sus intenciones y sus emociones y el muro de cordialidad entre desconocidos volvió a alzarse entre Echizen y él.

-Gran poeta Verlaine.- musitó el artista pegándose más a Atobe para buscar refugio en él.- Si me disculpáis, mi necesidad de nicotina me reclama.

Atobe sacó el tabaco de su bolsillo sin apartar del todo su mirada de Echizen. El enfado del joven tenista ante la evasiva estaba creciendo poco a poco, y conociendo a Fuji como lo conocía, sabía que después de saberse vulnerable, aunque solo hubiese sido un confuso momento, siempre era más agresivo y cruel. Estaba claro que no iba a consentirle ser cruel con Echizen. Estaba claro que el propio Fuji lo sabía y por eso estaba retirándose. Estaba claro que ni siquiera el prodigio sabía que hacer en ese instante.

-Fuji.- En un gesto rápido, Atobe puso su mano sobre las de Fuji. Gracias a ello, nadie vio el temblor que las recorrió cuando la voz de Tezuka, grave y profunda, reclamó la atención de todos los presentes. Rezó para que no pronunciase la pregunta que Echizen había pensado, porque no tenía ni idea de cómo reaccionaría su amante, y él mismo no estaba preparado para una debacle.- Felicidades por la exposición.

Atobe casi podría apostar que había algo sincero en el comentario, aunque con Tezuka y su inexpresividad, ni siquiera él podía estar seguro del todo.

-Gracias.- dijo Fuji inclinando la cabeza y marchándose, cajetilla de tabaco en mano y sonrisa falsa de nuevo brillando en su rostro.

-Disfrutad de vuestra velada.- comentó dejando de observarlo durante un instante para despedirse de ellos.- Los dioses agradecerán a Yukimura el esfuerzo por tratar de culturizaros. Si me disculpáis...

[1] Cita literal del Marqués de Sade; famoso durante su época por su conducta amoral, atea y pervertida. Estuvo encarcelado en numerosas ocasiones debido a ello, y gran parte de sus teorías filosoficas y sus novelas incluyen altas cantidades de contenido erótico. En él se inspiraron para la palabra “sadismo” lo que dice mucho de las prácticas sexuales que sus obras reflejaban y por las que era famoso.

[2] “¿Qué has hecho, tú que estás / llorando sin cesar, / di que has hecho tú, que ahí estás, / de tu juventud?” Traducción del fragmento de “Le ciel est, par-dessus le toit” que aparece en Sagesse (Sabiduría) en 1880 y que Fuji recita.

NOTAS:

*El título es una cita sacada de El Retrato de Dorian Gray

Gracias por leer ^_^

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