Fandom: Prince of Tennis
Universo: Sebastian
Pareja: Atobe/Fuji, Tezuka/Echizen y Sanada/Yukimura en principio. Cambiarán.
Advertencias: NR-13 como mínimo para el general del fic. En caso de necesitar algúna más especifica avisaré en dónde corresponda. Como siempre, AU.
Disclaimer: Los personajes pertenecen a Konomi. Las referencias a otras obras también pertenecen a sus respectivos creadores.
Sumario: De Tensai a Lucifer. Y Fuji lo único que buscaba era un mundo en el que no existiesen los dioses para recordarle que siempre había sido un ángel caído.
Notas: Hay varios detalles que ganan importancia si uno entiende el contexto al que hacen referencia, por eso, procuraré que al final de cada parte, en caso de requerirlo, sean mencionados. Algo general para el fic va a ser que el mundo en el que está ambientado la elección sexual es eso, una elección, y la mayor parte de la gente no juzga a las personas por ella.
Prólogo Capítulo anterior Capítulo II: Dioses
La vida de Tezuka había cambiado mucho en los últimos cuatro meses. Se había retirado del mundo del tenis, regresado a Japón y retomado viejas amistades. Además, había decidido que no había nada mejor para él que trabajar entrenando jóvenes talentos. Así, quizá, tendrían la oportunidad de ser como él y conquistar el mundo. Quizá tendrían la oportunidad de salir y verse coronados en todos los laureles del Grand Slam. Así había sido con él y con Echizen, aunque tenía claro que nadie lo lograría los escasos dos años en los que ellos habían alcanzado lo más alto...
Y al volver y plantearse a quién iba a entrenar, Tezuka eligió a Fuji Yuuta por encima de Kaidoh y de Ibu. El primero podía llegar muy lejos con la persona que lo entrenaba desde siempre, y el segundo... Tezuka no soportaría los dolores de cabeza. No tenía el talante de Tachibana para escuchar el incesante sonido de Ibu hablando para sí mismo. Todo eso significaba que tenía que soportar las manías del manager de Fuji Yuuta, como en ese mismo instante.
-Nfu…
Observó a Mizuki por encima del hombro. El hombre prestaba atención el partido de entrenamiento entre Kaidoh y Yuuta con el ceño fruncido, por algún motivo que Tezuka no quería ni siquiera tener en consideración. Unos pocos meses bajo su tutela y el progreso de Yuuta había sido abismal. No podía evitar preguntarse que, a lo mejor, si nunca hubiese dejado Seigaku, habría sido igual de competitivo que ahora ya años antes. Después de todo, Kaidoh, uno de los mejores del circuito profesional japonés, estaba teniendo serios problemas para detener la fuerza de sus ataques.
-Tezuka, si mejorases en un 17,6 % la efectividad de su revés Kaidoh ya habría perdido.
El antiguo capitán de Seigaku frunció el ceño y no se molestó en encarar a Inui, situado en su otro lado y que analizaba el partido con minuciosidad. Su trabajo con Kaidoh había sido bueno. Muy bueno. Aunque Tezuka sabía que Kaidoh siempre había tenido más pasión por el deporte que Inui y por eso fue su elegido como siguiente capitán cuando se marchó de Seigaku. Siempre había pensado que Kaidoh sería el que mejor lo haría en el circuito profesional de todos aquellos que él sabía que terminarían planteándose la opción de vivir del deporte. Él y Momoshiro lo habían hecho bien. Mejor que los de su edad en el Instituto Superior, si bien él mismo había comprobado que la competición era totalmente diferente entre unas edades y otras.
-Gracias.-musitó, sin desestimar la ayuda de Inui. Habían pasado años pero seguía confiando en él para cosas como esa.- Haz que Kaidoh mejore su flexibilidad.
Diez minutos después, el partido terminaba con una victoria para Yuuta por siete juegos a cinco. Tezuka esperó mientras él y Kaidoh chocaban manos sobre la red y casi permitió que una sonrisa indulgente asomase a sus labios. Conocía a Yuuta desde que no eran más que niños y nunca lo había visto alegre de una forma tan sincera como en ese momento, mientras se pasaba una toalla por los hombros y le decía algo a Kaidoh que hizo sonreír a su antiguo compañero de instituto. Y hacer sonreír a Kaidoh era casi tan difícil como hacerlo sonreír a él, así que seguramente había tenido que ser algo bueno.
Ese fue el momento que Mizuki, resoplando enfadado, eligió para llamar a Yuuta junto a ellos. A pesar de la brusquedad de su manager, el deportista seguía sonriendo, y podía leerse en sus ojos una felicidad que en muchas ocasiones Tezuka había visto en sus propios ojos tras un buen partido. Le gustaba que Yuuta, como él, también fuese capaz de sentirse feliz no por ser bueno sino por saberse listo para seguir trabajando y seguir jugando. Esa era la clave de la mirada de todo buen deportista. Antes de dirigirse a su manager, Yuuta se inclinó respetuosamente ante él.
-Gracias.- dijo simplemente y no pudo evitar ruborizarse ligeramente.
-No bajes la guardia.- fue lo que Tezuka dijo sabiendo que leerían la nota de aceptación y respeto en su voz. Todavía era muy pronto, pero sentía que podría llegar a sentirse orgulloso de él, no sólo como deportista sino también como persona.
Yuuta se volvió entonces hacia Mizuki. Observándolos por encima del hombro, Tezuka descubrió que el manager estaba enfadado de verdad. Estuvo a punto de suspirar. Lidiar con un Mizuki enfadado siempre era algo delicado, y realmente, no entendía como Yuuta -tan inocente y poco sutil a veces- era capaz de hacerlo. Personalmente, él no tendría la paciencia necesaria para soportarle en algo más que en pequeñas dosis.
-Te invito a cenar al restaurante francés ese del que me hablaste el otro día, Hajime.
O quizá sí que era comprensible, rectificó Tezuka sus pensamientos cuando vio a Mizuki sonrojarse un poco y sonreír encantado. Después de todo, no era un secreto lo mucho que al anterior manager de St Rudolph le habían gustado los detalles como esos ya en su adolescencia. Tenía una visión muy clara de Momoshiro contando lo que la hermana de Tachibana le había dicho acerca del regalo que Akazawa le había hecho a Mizuki por su aniversario, con la consiguiente intervención de Inui para ofrecer los datos correctos y de Kaidoh llamando “mentiroso” a Momoshiro por no asegurarse de la veracidad de lo que iba contando por ahí. Recordaba que Kikumaru se había reído y suspirado lo romántico que era, mirando de reojo a Oishi (que estaba concentrado en cortar la pelea verbal entre Momoshiro y Kaidoh) en lo que pretendía haber sido una mirada sutil. Tezuka había sido el único que había escuchado la risita de Echizen en aquel momento, y estaba seguro de que era el único que sabía que al más joven de sus titulares le divertía el avance de “cangrejo” que Oishi y Kikumaru llevaban años haciendo. Había estado a punto de sonreír él también de no haber sido por la presencia silenciosa a su otro lado.
Suspiró. Había pasado mucho tiempo desde aquel entonces.
-No creas que puedes sobornarme con una cena elegante.- escuchó quejarse a Mizuki con insinceridad cuando volvió a prestarles atención.- Nos vemos el lunes, Tezuka-san.
Inui y Kaidoh aprovecharon su retirada para acercarse a él y despedirse. Tezuka sabía que tenían que coger el tren para llegar a Kyoto, ciudad a la que se habían mudado cuando Inui había decidido estudiar allí. Sabía que como pareja siempre les había ido bien, o, al menos, se guardaban su relación personal para sí mismos. Siempre le había gustado ese detalle. Así tenía que ser. Cuando uno deja que su vida personal interfiera en los otros aspectos terminan saliendo cosas como la Golden Pair. En su último año de instituto habían pasado una crisis que había repercutido muy seriamente a su tenis, y él, como capitán, había tenido que solucionar el problema. Suspiró de nuevo.
-Buchou.- lo saludó Kaidoh tan respetuoso como siempre.- Gracias por organizar el partido.
-Ya no soy tu capitán, Kaidoh.
El hombre se toqueteó la bandana que seguía utilizando para jugar al tenis y se sonrojó ligeramente, mirando al suelo. Inui, tras él, no pudo evitar una sonrisa perversa que a Tezuka le dio escalofríos. Nunca lo reconocería, pero la forma en la que brillaban las gafas de Inui cuando sonreía de esa forma siempre le había infundido un ligero temor.
-Te llamaré dentro de dos meses para organizar otro amistoso. Y en esa ocasión ganará Kaidoh, Tezuka.
-Lo estaremos esperando, Inui. Buen viaje.
Se quedó solo en la pista, esperando a que apareciesen las personas con las que había quedado para jugar. Un partido de dobles amistoso de vez en cuando le ayudaba a que su cabeza se despejase y siempre se sentía mejor. Quién le hubiese dicho a él, que terminaría dejando su carrera en solitario porque disfrutaría más de dobles amistosos que de las grandes competiciones. Generalmente, los partidos tenían lugar en la pista de tenis que la vieja casa de los Echizen, lugar en el que ambos pasaban la mayor parte de su tiempo, aunque fuese para jugar el uno contra el otro.
Abrió su bolsa y sacó su raqueta, entrando en la pista para conducir el carro con las pelotas a la línea de fondo y empezar a calentar corriendo un poco y estirando antes de hacer unos saques.
Cinco minutos después, sus compañeros aparecieron en las pistas privadas y clavó la vista en ellos. Siempre que los veía juntos se sorprendía un poco de que Echizen hubiese superado la altura de Yukimura y casi los igualase a él y a Sanada. Y aun así, Tezuka sabía que Echizen conservaba la misma cara adorable de cuando era un niño, y sus ojos seguían siendo grandes y de un color similar al oro líquido. Podrían fundir un iceberg si quisiesen. Eran capaces de leer más allá de fachadas, y, por si fuese poco, siempre brillaban con una intensidad que en más de una ocasión habían detenido los latidos del corazón de Tezuka y congelado su capacidad de raciocinio.
-Buchou.- lo saludó, esbozando esa sonrisa perversa y arrogante que siempre terminaba en sus labios cada vez que lo llamaba por el antiguo título. Sabía que Tezuka se sentía en la obligación de decir que ya no lo era, aunque con Echizen, había dejado de corregirlo tiempo atrás en vista de que cuanto más renegaba del puesto más insistía Echizen.
Inmediatamente movió su atención a Yukimura, que no venía con ropa adecuada para jugar al tenis y ni siquiera traía su bolsa. Alzó una ceja y miró a Sanada preguntándole en silencio a qué se debía eso. Su comunicación silenciosa con Sanada siempre había sido buena. Desde que jugaban habitualmente y frecuentaban el mismo reducido círculo de amistades era incluso mejor.
-No me siento con ganas de jugar, así que me voy a quedar viéndoos un rato.- respondió Yukimura, (siempre tan capaz como Echizen de entenderlos) con una sonrisa acomodándose en el banco y abriendo la revista que llevaba bajo el brazo.
Tezuka siempre se maravillaba con lo dulce que resultaba la expresión de Yukimura. Seguía siendo femenino y delicado, pero los años, además, le habían concedido una elegancia en los movimientos que antes no había terminado de poseer. Por si eso fuese poco, siempre se vestía de una forma en la que todas y cada una de sus buenas cualidades resaltaban un poco más. A Tezuka siempre le recordaba a otra persona que había conocido.
Su mente, ante la aparición repentina del rostro que tantas veces había visto, reprimió el impulso de seguir recordando momentos de su juventud. Ya no tenía tantas ganas de jugar y todo gracias a esa avalancha de recuerdos que no necesitaba confundiendo su mente. En ese estado, cualquiera de los otros dos serían capaces de vencerlo. Suspirando, fue a sentarse junto a Yukimura, indicando sin palabras que Sanada y Echizen podían jugar primero. Él jugaría contra el ganador.
A pesar de que ninguno de los ex alumnos de Rikkai había empezado una carrera en el tenis profesional, los dos habían seguido practicando el deporte con regularidad y sus habilidades estaban al nivel de los mejores profesionales. Uno de los motivos por los que él y Echizen habían decidido retirarse era ese. Los únicos partidos emocionantes de verdad eran los que jugaban el uno contra el otro. El resto de sus rivales no les proporcionaban la intensidad de sus viejos partidos de colegio. Y ahora que ambos tenían un palmarés similar y dinero más que suficiente para vivir el resto de sus vidas, no tenía sentido que siguiesen dando tumbos de un lugar a otro del mundo. Lo que de verdad importaba, lo que de verdad los hacía felices estaba ahí, en casa.
Los saques de Sanada ese día estaban siendo especialmente efectivos, así que se llevó el primer punto fácilmente. Tezuka miró de reojo a Yukimura. Seguramente le había dicho algo a su pareja para que cambiase su saque. Nadie que él hubiese conocido entendía el tenis de una forma tan profunda como él.
-No puedo creérmelo.- lo escuchó musitar mientras seguía concentrado en su revista de arte.
Yukimura era el director de una galería, una de las más importantes de la ciudad y que estaba considerado como el lugar en el que iban las obras de los verdaderos “genios” del arte moderno. La primera vez que lo había visto emocionado con una obra había sido toda una revelación. La fachada amable y serena dejaba paso a una felicidad y excitación infantil que era capaz hasta de eliminar el lado sádico del hombre.
-¿Qué ocurre?- inquirió Tezuka con curiosidad. Conseguir ese asombro en la mirada de Yukimura era algo muy difícil. De ser otra persona, se habría limitado a mirarlo y esperar a que hablase, pero como con muchas otras cosas, el capitán de Rikkai era inmune a ese tipo de tácticas y siempre obligaba a Sanada, Echizen y Tezuka a socializar vocalmente con él.
-Échale un vistazo a esto.
Tezuka se encontró mirando un par de fotografías. La primera de ellas mostraba una calle de… Paris, si lo había identificado bien. Aparecía un grupo de unos treinta jóvenes, de su edad aproximadamente. Reían y parecían divertirse. Sin embargo, algo transmitía que no era una situación correcta. Y entonces descubrió ojos rojos, y a una joven llorando y un grupo de tres que casi pasaban desapercibidos asustando a otra de las personas. Era como descubrir lo que había tras las risas y la vida de esa gente y a Tezuka lo dejó con una sensación de incomodidad inusual.
La otra fotografía mostraba a un hombre de espaldas. El modelo perfecto. Pero el rostro que se veía en el espejo roto era grotesco. Al igual que la anterior, todo parecía hermoso y pequeños detalles (como el cigarrillo y las botellas en el suelo) conseguían que Tezuka se preguntase dónde estaba lo real, si en el espejo o en la habitación.
Sus ojos volaron hasta los pies de página de las imágenes. La primera se titulaba “Die söhne von Faustus”. No tuvo problema alguno en comprender el texto. El alemán seguía siendo su segunda lengua, y la hablaba con más fluidez que el inglés. “Los hijos de Fausto”. Interesante nombre para la obra. Después de todo, Fausto era uno de los grandes mitos en los que un hombre se decidía por pactar con el diablo para conseguir juventud y belleza eternos. El del hombre frente al espejo roto llevaba por título “The Fallen Angel”. El Ángel Caído. Volvió a observar la espalda y en esa ocasión, visualizó unas alas oscuras naciendo de ellas, lo que confundía todavía más la imagen pero al mismo tiempo la aclaraba. Tezuka pensó que daba igual qué era lo real, porque con un ángel caído nunca terminaría de saberlo. Considerar la imprevisibilidad como algo típico de esas criaturas era muy habitual en la literatura.
Ambos trabajos estaban elaborados por un hombre llamado Sebastian Gray. Nombre que no le decía nada, así que le devolvió la revista a Yukimura, sabiendo que no había demostrado ninguna de sus impresiones en su lenguaje corporal.
-Son dos de los trabajos fotográficos más impresionantes que he visto nunca.- le explicó Yukimura volviendo a la parte con texto para continuar leyendo el artículo.- Hace años que las noticias de Sebastian Gray se van filtrando por aquí y por allí en el mundo del arte. Durante el año que estuve estudiando en Florencia me hablaron mucho de él. Al parecer, es un genio. Paris está totalmente subyugada ante su talento.- la sonrisa de Yukimura se volvió más traviesa, lo que hizo que Tezuka frunciese el ceño de inmediato.- Y se dice que su vida personal también es de lo más interesante. Pero bueno. Su autorretrato, The Fallen Angel, apareció hace unos meses y desde entonces, el último comprador que ha intentado hacerse con él ha ofrecido cientos de millones por la obra.- Tezuka no pudo evitar sentirse sorprendido por la exorbitante cantidad. Él había visto que eran trabajos interesantes, pero había que estar loco para pagar una fortuna por una simple foto.- Y al parecer, nuestro único y característico Atobe Keigo ha comprado la última colección inédita de Sebastian Gray. Y se lo trae a Tokio.
-¿Atobe?
En realidad, no tendría que sorprenderlo. Atobe siempre había sido dado a esas extravagancias. Tener bajo sus manos algo que costaba millones y que el resto del mundo admiraba era previsible en el millonario. Y claro, él estaba lo suficientemente pagado de sí mismo, loco y contaba con una cantidad de dinero propia más que suficiente. Tezuka, con su dinero, financiaba un par de escuelas deportivas para niños y aportaba dinero anualmente a ONGs de trabajo con infantes del tercer mundo. Atobe, mucho más rico que él, compraba fotografías.
-Aquí dice que según la prensa sensacionalista francesa,- continuó Yukimura burlón mientras escaneaba el artículo en busca de más información interesante.- se ha visto al artista en compañía de Atobe en numerosas ocasiones en los últimos meses.
-¿Qué pasa con Monkey King?- inquirió Echizen acercándose a ellos y mirándolos con los ojos entornados.
Sanada, que también se había acercado, suspiró de fastidio.
-Parece ser que va a traer a un genio de la fotografía a Tokio para lucirlo como su amante.
-Típico de Atobe.- masculló Sanada tomando su raqueta y volviendo a la pista. Echizen se quedó en silencio y no dijo nada antes de seguir su ejemplo y regresar al partido.
-Tengo que conseguir invitaciones para todos.- rió Yukimura feliz.
-Yo no voy a ir.- Tezuka afirmó rotundamente. Sabía que si callaba Yukimura lo consideraría una capitulación.
-Será divertido. ¿Cuánto hace que no disfrutas de una de las fiestas de Atobe?
-Menos de lo que me gustaría.- replicó cortante.
-Que cruel eres. Con lo divertido que siempre es ver como intenta pavonearse delante de ti sin efecto alguno…- Yukimura dejó caer la sonrisa.- De todas formas, tú y Echizen iréis. Él querrá ir. Además, ¿no sientes curiosidad por descubrir si el hombre del retrato es tan perfecto como parece?
Así fue como Tezuka se vio arrastrado a la inauguración de la primera exposición de Sebastian Gray fuera de Paris dos semanas después de su conversación con Yukimura. Mientras conducía, no dejaba de mirar de reojo a Echizen. Nadie descubriría ningún cambio en el joven. La misma mirada arrogante, la misma confianza y la misma actitud de no importarle nada de lo que estuviese ocurriendo. Sin embargo, el fastidio que estaba ahí para los eventos sociales cada vez que tenían que acudir a alguno no era real. Tezuka lo conocía lo suficientemente bien como para afirmar algo así. Echizen estaba nervioso por la velada. Seguramente gracias a Atobe.
Tezuka sabía que mientras él había estado en Alemania por segunda vez, Atobe se había fijado en Echizen. Y si Atobe quería algo terminaba consiguiéndolo, incluso de alguien con tanta fuerza de personalidad como su acompañante. Se había enterado de que tenían una especie de relación que había durado hasta que Echizen y él habían regresado a Japón y las cosas habían cambiado. Nunca iba a olvidar el día, después de la desastrosa actuación de Seigaku en la final de los regionales, en el que Echizen había aparecido con cara de niño perdido en su casa. Tezuka había sabido que lo único que podía hacer era llevarlo a jugar un partido. Tras él, habían compartido un refresco, intercambiado un par de comentarios metafóricos y disfrutado de su primer abrazo y su primer beso. Desde ahí, como se solía decir, lo suyo había sido historia. Una historia que la prensa sensacionalista había escrito en numerosas ocasiones, para desagrado de ambos.
Pero Tezuka sabía que Atobe, con su comportamiento de diva y rico malcriado, era la única persona del mundo en conseguir reacciones imprevisibles y viscerales de Echizen. El apodo que le había puesto en Seigaku y que todavía utilizaba para referirse a él era un ejemplo. Ninguna otra persona era lo suficientemente importante para que Echizen Ryoma se molestase personalmente en buscarle algún alias ofensivo. Y conocía lo suficiente a los dos hombres como para saber que, seguramente, en su momento, Atobe fue importante para Echizen.
Aparcaron y caminaron hasta la entrada en silencio. Allí, tuvieron que esperar por Sanada y Yukimura, que aparecieron un par de minutos después. La prensa, que gozaba de un espacio en el pre-hall del lugar, los acosó inmediatamente a preguntas sobre las grabaciones y fotografías de sus nuevas campañas de publicidad. Tezuka y Echizen los ignoraron completamente y se adentraron en la galería, escuchando la risa burlona de Yukimura mientras cerraba el pequeño grupo.
Echizen fue el primero en detenerse en seco. Nada más entrar, una gran fotografía presidía la galería y probablemente la colección. Atobe. Sentado en el alfeizar de una ventana. La luz del sol reflejándose con intensidad en su torso desnudo. Los ojos grises mirando hacia el exterior cargados de anhelo y tristeza, como si no fuese ahí, en ese lugar perfecto, en el que desease estar. El cabello, que en persona siempre llevaba impecablemente arreglado, estaba revuelto igual que si acabase de levantarse de la cama. Una sábana envolvía su cuerpo de la cintura para abajo y dejaba que la parte superior de su cuerpo, -gracias a la posición y la manera en la que la luz que se reflejaba en la piel clara- pareciese clonada de una escultura renacentista.
Tezuka reconoció la habitación. Era la habitación del autorretrato del artista. El mismo espejo roto en la pared, las botellas en el suelo y la cama revuelta. Era como si la fotografía hubiese sido sacada horas después de la anterior, al despertarse el otro amante. Y confirmaba que de verdad Gray y Atobe mantenían ese tipo de relación.
-Qué maravilla de trabajo.- musitó Yukimura junto a ellos.- La luz es perfecta y la mirada de Atobe…
-Tiene a Atobe. No puede ser una maravilla.- se quejó Sanada, evidenciando que prefería estar en cualquier parte mientras no fuese allí.
-Genichirou. No seas hipócrita.- advirtió Yukimura con un tono de voz tenso y tirante. Sanada suavizó su actitud al instante.
-¿Tannhäuser?- inquirió Echizen leyendo el título y mirando a Tezuka.- ¿No tiene Monkey King un servicio llamado así?
-Sí.
-Es por la ópera de Wagner.- explicó Yukimura.- Tannhäuser era un hombre que consigue que la diosa Venus se enamore de él. Se va a vivir con ella y disfruta de todo tipo de placeres pero decide que esa no puede ser su vida, así que escapa y regresa al mundo. Se mete en un montón de problemas y al final, antes de morir, lo único que quiere es volver a Venus arrepintiéndose de haberla abandonado. Está considerado como uno de los personajes más hedonistas de la tradición cultural occidental. Muy adecuado para Atobe, si se me permite la opinión.- terminó con una risita.
Tezuka coincidió con Yukimura con un asentimiento de cabeza y se movió hacia la izquierda, en dónde encontró un pequeño folleto con la temática común de lo expuesto. Instintivamente, cogió dos, pasándole uno a Yukimura, que era el único realmente interesado en los contenidos del evento.
Al parecer, el hilo conductor era la poesía. Y aunque él no entendiese de arte, era innegable lo buenas que eran las imágenes. Desgarradoras la mayoría de ellas. Parecían estar bien pero en el fondo a todas les faltaba algo. Como si tuviesen una nota que desafinase en la armonía. A veces transmitían sensación de ser estridentes, a veces eran burlonas y otras simplemente hacían que uno sintiese un escalofrío ascender por la espalda. Yukimura, junto a ellos, saltaba de una a otra como un niño con zapatos nuevos; emocionado con el trabajo e inafectado por el sentimiento de recelo que todos los demás presentes estaban sufriendo. Y al mismo tiempo, no había nadie que no experimentase una curiosidad morbosa con cada una de las fotos. Se mostró especialmente excitado ante una de un joven sentado frente a una mesa con una botella y una copa frente a él.
-¡Esta es genial!- dijo incapaz de reprimirse y riéndose. Los otros tres lo miraron con el ceño fruncido.- Es como la fotografía que Dornac hizo a Verlaine pero en nuestro tiempo. Hay un ordenador portátil en vez de papel, pluma y un tintero. El sombrero es diferente, y hay un móvil en lugar del bastón. La composición es idéntica. Hay que tener valor para hacer esto. Y más todavía para relacionar todos y cada uno de sus trabajos con quién se relacionan.
-¿Por?
-Lo que Yukimura-san está tratando de decir,- terció una voz con acento de kansai a sus espaldas. Yukimura saludó a Oshitari con una sonrisa.- es que de una forma u otra, todos los que se pueden relacionar con las fotografías fueron artistas famosos con escándalos homosexuales o fama de vivir una vida de vicio. Bohemios.
-Que la sociedad “acepte” ese tipo de relaciones en la actualidad no quiere decir que lo hiciese en el pasado.- continuó Yukimura.- El propio Verlaine estuvo en prisión dos años por culpa de su relación amorosa con Rimbaud, otro célebre poeta francés.
-Aunque Verlaine es uno de los casos más escabrosos.- añadió Oshitari. Yukimura sonrió con esa sonrisa que Tezuka había aprendido a temer desde que su amistad se había empezado a desarrollar.- No tenía ni idea de que vosotros tres fueseis aficionados al arte.
-No lo somos.- respondió Sanada cortante.
-¿Habéis venido entonces para disfrutar de la presencia de Atobe?- inquirió burlón, mirándolos con segundas intenciones. Después de todo, Oshitari era el mejor amigo de Atobe, y la única persona que sabía que el rico heredero se había acostado con esos tres hombres durante algún período de su vida.
-No te confundas, Oshitari-san.- intervino Yukimura dulcemente. Tezuka le deseó suerte a Oshitari mentalmente. Cuando Yukimura utilizaba ese tono…- Han venido porque YO se lo he pedido. Aunque ciertamente entiendo el resquemor por lo de Atobe. Para ti tiene que ser difícil ser el único que no ha estado en su cama.
Echizen fue el único de los tres que permitió que su sonrisa se viese tras el golpe bajo que Yukimura acababa de asestar. Los golpes bajos provenientes de alguien con ese aspecto de ángel eran algo que hería realmente el orgullo de un hombre.
-Me enternece tu empatía, Yukimura-san. Sin embargo, tengo que comentarte que no es necesaria. Me mantengo bastante ocupado, y Atobe nunca ha sido mi tipo preferido de “ocupación”.
-Nadie lo diría.
-Los prodigios estamos llenos de sorpresas. Aunque claro, el único que teníais a vuestro alcance desapareció sin deciros nada, ¿no Tezuka?
Echizen se tensó inmediatamente. Tezuka sintió como Sanada y Yukimura los miraban de reojo. Trató de conservar su fachada de no-reacción e ignoró por completo el comentario, dirigiéndole una mirada a Echizen que decía claramente que no entrase al juego. Su inconsciente, sin embargo, no pudo evitar escapar del tema en esa ocasión.
Tezuka seguía sin entender por qué Fuji había salido de las pistas repentinamente aquella tarde. Había escuchado a Oishi gritarle que todavía no se había terminado el entrenamiento y él se había sentido furioso por la actitud de Fuji. Como casi siempre que Fuji terminaba por su cuenta y él acababa con un dolor de cabeza. Debería haber estado más atento, sobre todo porque al regresar para ganar un último título con Seigaku lo había notado raro bajo la máscara y había tenido que esperar a que Oishi le contase lo de la pelea que Yuuta y Fuji habían tenido para entenderlo. Aquella tarde, cuando salían del vestuario, Echizen le había preguntado si sabía ya que le pasaba a Fuji; si había conseguido que se lo contase; en una de esas raras y escogidas ocasiones en las que demostraba que en realidad le importaba algo más que el tenis. Tezuka había negado con la cabeza antes de ser sorprendido por Inui, que le informó sobre la actitud de Fuji al explicarle que mañana tendría que correr como castigo por su desplante. Tras soltarle la información a bocajarro, el analista de datos había preguntado si había algo sobre Fuji que él no supiese. Tezuka se había dado cuenta de que él tampoco tenía ni idea de qué podría ser, aunque en vez de reconocerlo había desestimado a Inui mientras seguía sintiendo la mirada inquisitiva de Echizen clavada en ellos. Y después de eso, nada. Al día siguiente Ryuzaki-sensei había llegado diciéndoles que Fuji había dejado el club y Kikumaru y Kawamura los informaron de que la noche anterior había cogido un vuelo al extranjero para visitar a sus padres.
Todo lo que Tezuka había sabido de Fuji a posteriori era que había empezado la universidad en el extranjero, ni siquiera Kikumaru sabía en qué país. Había sido un momento difícil para el equipo. Nadie entendía que había pasado para que tomase una decisión tan repentina sin insinuar nada con nadie, sin consultar nada con sus amigos. Seigaku estaba confuso y perdido, lo que provocó que viejas tensiones saliesen a la luz entre los titulares. Por eso, perdieron de forma vergonzosa contra Rikkai en la final de los regionales de ese año. Echizen, en especial, se había tomado mal que ni siquiera le dijese nada. Después de todo, Fuji lo trataba igual que a Yuuta desde que se había ido a los Estados Unidos. El menor siempre se estaba quejando de la cantidad de e-mails que recibía del prodigio, siempre se revolvía incómodo cuando lo trataba como a un niño y en una ocasión hasta habían discutido cuando Fuji empezó a ahuyentar a los “pretendientes” que aparecieron cuando se supo que él y Atobe ya no tenían nada. Echizen se lo había tomado tan mal, que Tezuka había llegado a verlo.
En el exterior se formó un revuelo que ayudó a que Tezuka regresase de sus viejos recuerdos. Escuchó a una mujer que pasó junto a ellos murmurar que Atobe y Gray habían llegado. Eso lo explicaba.
-Será mejor que vayas a ver la entrada estelar de Atobe.- aconsejó Yukimura con una sonrisa en un tono que en realidad estaba dando una orden. Tezuka ya se había olvidado de Oshitari, así que volvió a prestarle atención a tiempo para ver como inclinaba la cabeza a modo de despedida.- Por esto es por lo que detesto a Hyotei. No son capaces de tener una conversación de más de cinco minutos inteligente sin ofender a alguien.- Yukimura se permitió unos segundos para retomar su anterior entusiasmo infantil.- A ver cuánto tarda Tannhäuser en vernos y venir a pavonearse. Tengo ganas de conocer al artista.
Como si hubiese sido conjurado por el poder de voluntad de Yukimura, Atobe apareció a la vista. La mirada del magnate se posó en su fotografía y asintió levemente con aprobación. Los cuatro observaron como se detenía y miraba atrás, ofreciendo una de las copas que acababa de recoger de la bandeja de uno de los camareros a alguien que todavía no podían ver. Una mano esbelta y elegantemente proporcionada tomó aceptó el ofrecimiento. Entre su dedo índice y el corazón había un cigarrillo encendido. Un segundo después, el artista fue visible y toda la sala, que miraba hacia él, se quedó sin aliento.
El grupo de cuatro personas, sin embargo, fue el único que además estaba en algo similar al shock.
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NOTAS:
Para más información sobre Verlaine, id
aquí. Es especialmente interesante para el fragmento su relación con
Rimbaud.
La fotografía que Sebastian "homenajea" es esta:
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