Título: Volver (trayectorias circulares)
Pairing/Characters: Merlin/Arthur. Lancelot/Gwen. Todo el mundo en general.
Rating: NC-17.
Wordcount: 19000. LOL SÍ.
Summary: Camelot acude en ayuda de un pueblo amigo, pero las cosas se tuercen antes de la batalla. Y hay, por lo menos, un príncipe moribundo, un rey muerto, un rey traidor, un par de secretos revelados, un montón de fuegos mágicos, un viaje interminable a través de Albion hasta volver a casa y algún encuentro inesperado. Pero sobre todo hay dos chicos, que son mucho más que eso pero en realidad no y que se entienden, excepto en raras ocasiones, más bien poco.
Warnings (más o menos): Esto empezó siendo un future!fic pero acabó siendo un AU. Esto quiere decir que no tiene spoilers de ningún tipo pero sí que podéis esperaros referencias esquivas a la serie, hechos/lugares/personajes históricos utilizados a placer y una leyenda bastante maltratada.
Para:
misspiruleta A QUIEN LE DEBO TODO EL PORNO DEL MUNDO. Y MI PRIMER HIJO, PROBABLEMENTE. También a
manisseta , que le echó un ojo a pesar de que estaba ocupadísima <3 Y A TODO EL FANDOM EN GENERAL, QUE ES GENIAL Y NO SÉ, FELIZ NAVIDAD.
El campamento parece una constelación de hogueras desde la colina, cientos de estrellas anaranjadas aquí y allí, como si el cielo decidiese reflejase sobre ese pequeño espacio de tierra, esa noche. Las risas nerviosas, el olor a comida, el sonido de las espadas resonando a través del valle, todo se junta y choca y se arremolina, ascendiendo a toda prisa hacia arriba para disolverse contra la noche como si fuese humo.
Merlin intenta espantar al frío con una mano, enroscándose en su chaqueta de la mejor manera posible mientras balancea un montón de ramas en la otra, maldiciendo la temperatura entre dientes todo el rato. El frío de Caledonia es muy parecido al de Ealdor, un frío cortante y silencioso que congela las gotas antes de llegar al suelo y se cuela bajo cualquier rendija, pero tres inviernos suaves en Camelot y Ealdor parece terriblemente lejano y desconocido, como otro reino norteño más. Merlin está maldiciendo todavía, ahora a Arthur porque es un idiota que decide que necesita madera fresca yayaya, porque evidentemente las toneladas de madera que tienen en el campamento no son suficientemente buenas para calentar el baño de Su Majestad, cuando tropieza con una piedra en el camino que hace que todas las ramas que ha recogido echen a rodar colina abajo.
- Mierda. Mierdamierdamierda. - Merlin corre con toda la gracia que puede, que no es mucha, detrás de las ramas tránsfugas hasta el borde del campamento (esta vez maldiciendo a los Prydyn, que tienen el pelo imposiblemente rojo, las piernas imposiblemente largas y se empeñan en vivir en los lugares más imposibles, como en el lejano norte de Albion) cuando recuerda que hey, es un mago, así que murmura unas palabras que hacen que las ramas vuelen de todas direcciones hasta sus brazos, golpeándole con demasiada fuerza. - Au.
- ¡Shhhhhhh! - La voz viene de detrás de una de las caravanas, y Merlin se queda quieto, paralizado, el corazón latiéndole a mil por hora ante el miedo al descubrimiento. - ¡Shhh! - Vuelve a oir, esta vez con menos urgencia, una risita colándosele entre medias.
Merlin se acerca a la caravana, despacito, la curiosidad más fuerte que instinto de supervivencia, y camina en la oscuridad hasta que asoma la cabeza por la esquina. Las figuras son sombras a contraluz, sin rasgos al principio, pero cuando el cerebro de Merlin procesa lo que está viendo abre los ojos al máximo y el golpe de calor es tan repentino que hace que le duelan los dedos que hace un minuto estaban a punto de congelársele, y retrocede a toda prisa en dirección a las hogueras.
No es. No es como, vaya. Como si no supiese lo que pasa. En estas situaciones. Llevan un mes fuera de Camelot, viajando hacia un norte hostil donde les esperan batallas y guerra y muerte, por no hablar de un frío de los mil demonios, y buscar calor no tiene nada de malo. Ha visto las mujeres que siguen a las caravanas, que hablan con los soldados y los caballeros entre sonrisas coquetas, que parecen tan cansadas como todos ellos pero que caminan con determinación, como si supiesen que su función es tan importante como la de las espadas. Y puede que al principio pensase que estaban sólo para desempeñar los trabajos típicos de las sirvientas, para cocinar y recoger y lavar, pero uno sólo puede rodearse de soldados y permanecer inocente durante un período reducido de tiempo. Así que Merlin lo sabe, Merlin lo entiende, especialmente durante los días anteriores a la batalla, cuando los nervios afloran y todos están excitables, al borde de provocar una pelea entre filas amigas y buscar formas alternativas, menos destructivas de liberar energía, es lo mejor que pueden hacer.
Es sólo que, quizás. No es que Merlin sea un puritano. Pero la imagen de Caradoc, rey de los Prydryn, sobrino de Uther y eterno aliado de Camelot, con el pelo completamente despeinado y las manos dentro de una capa verde brillante- sus caderas haciendo movimientos obscenos contra una mujer desconocida, hacia delante y hacia atrás y en círculos y vuelta a empezar- resulta algo impactante para Merlin. Especialmente cuando la compara con lo que ha visto del rey hasta el momento.
La primera vez que Merlin le vió fue cuando les recibió en el campamento hace tres días, la espalda recta y la expresión suave, magnánima. Aunque no lo hubiese sabido, aunque no llevase corona ni ropa lujosa, Merlin habría adivinado que era el rey. Los días posteriores Merlin sólo le veía junto a Uther, inclinado sobre mapas solapados, moviendo figuras de madera de un lado a otro entre murmurados Boudica podría atacar por aquí y los guardias del muro tienen la órden de dar la alarma ante la más mínima señal, o practicando con Arthur y sus caballeros, riendo entre bromas y palmadas amistosas. Merlin ha visto en él, quizás, algo de lo que Arthur puede llegar a ser, un atisbo de la grandeza que Arthur llegará a alcanzar. Y es que son tan parecidos, caminando a lomos de su caballo entre los soldados, los mentones elevados en sendos gestos altivos, los hombros anchos bajo la cota de malla y una seriedad severa capaz de desaparecer en un pestañeo, entre sonrisas espontáneas y ojos brillantes.
Son tan parecidos, que quizás es ese el problema. Quizás Merlin se pregunta si Arthur también. Si él también hace esas cosas. Antes de la batalla o después, igual, la adrenalina como un hormigueo insoportable bajo la piel. Porque igual es demasiado, esa sensación de estar vivo, de rozar la muerte y llevarse sólo la gloria, o de tener ambas tan cerca que cuesta diferenciarlas y quizás entonces encontrar algo que es puramente terrenal, algo que es físico y real sea la única manera de volver a atarse al mundo de los vivos.
- ¿A dónde vas con eso? - Merlin pega tal salto que todas las ramas vuelven a salir volando, esparciéndose por el suelo del campamento.
Arthur le está mirando desde la abertura de su tienda, sólo la cabeza fuera y el ceño ligeramente fruncido, como diciendo tienes un grave problema mental. Merlin intenta sentirse ofendido.
- Yo… yo, bueno. Iba a… - Merlin hace movimientos circulares con la mano que podrían significar tanto iba a buscar tu tienda por aquí como iba a hacerme unos tirabuzones.
- Cállate. Cállate y caliéntame el baño de una vez, haz el favor. - Arthur bufa y desaparece detrás de un batir de telas rojas, su tienda como un corazón entre el mar azulado de tiendas Prydyn.
Puede que Merlin tenga un pequeñísimo problema mental, después de todo.
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- Mmmm, sí. Así.
Merlin pone los ojos en blanco mientras el príncipe sigue haciendo los sonidos más impropios bajo sus dedos. Ha tardado cerca de una hora en conseguir la temperatura correcta, Arthur una sombra continua sobre su hombro midiendo cada gota de agua que Merlin echaba en el barreño, y después se ha empeñado en que Merlin le diera un masaje a pesar de que Merlin no ha hecho un masaje en su vida, los dedos torpes y resbaladizos sobre los músculos de Arthur.
- ¿Por qué paras? - Arthur mira por encima del hombro, el vapor del baño coloreándole las mejillas y mojándole de sudor el pelo de la nuca. Merlin traga con dificultad y responde.
- ¿No preferirías que hiciese esto una sirvienta?
Arthur se da la vuelta repentinamente, el agua del barreño formando olas que amenazan con desbordarse por las esquinas y mojar a Merlin de arriba abajo.
- ¿Por qué iba a querer tal cosa, Merlin? - Arthur frunce el ceño y Merlin tiene ganas de frotarle entre las cejas con el pulgar, para que deje de hacerlo. - Tú eres mi sirviente.
- Sí. Ya. - Merlin mete las manos hasta los codos en el agua y las vuelve a sacar, escondiendo los ojos tras el flequillo. - Pero quizás. Ellas. ¿Lo hagan mejor?
Arthur le mira durante un segundo, los labios en un mohín casi infantil.
- No necesito sirvientas. Tú no lo haces mal. - Se da la vuelta de nuevo, y eso es todo.
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- Yo pensaba que los Caereni eran un pueblo pequeño. - Arthur gruñe desde el fondo de la garganta, molesto.
Merlin lleva masajeándole un buen rato, del cuello a los hombros y por los brazos, tras las orejas y bajo el agua, en las muñecas, y a veces, si lo hace especialmente bien provoca que Arthur emita un gemido, un temblor que le nace en el estómago y que viaja por los dedos de Merlin hasta depositarse en un punto profundo e impreciso, que hace que a Merlin le vibre todo el cuerpo. Merlin carraspea e intenta aclarar su cabeza porque se siente algo débil, ligeramente mareado de rodillas junto a Arthur.
- ¿Y cómo vais a protegeros de la magia? - Intenta de nuevo. Arthur frunce el ceño y Merlin se siente ligeramente culpable porque sabe que este momento es el único que Arthur tiene para relajarse, pero en serio, necesita hablar de algo, de cualquier cosa que le distraiga porque está seguro de que los omóplatos de Arthur están intentando hipnotizarle, y nada que Arthur (o una parte de su cuerpo) intente que haga va a ser bueno. Nunca lo es. - Quiero decir, ni Caradoc ni nosotros tenemos nada más que espadas y escudos, y a veces eso no es suficiente.
Arthur levanta ligeramente un párpado y le mira de reojo.
- Qué sabrás tú sobre lo que es suficiente.
- Nada, por supuesto. - Por supuesto. - Sólo sé que esto me parece un poco precipitado, venir aquí sin estar preparados para enfrentarse a un ejército de hechiceros-
- Primero de todo - Le interrumpe Arthur, separándose y haciendo que las manos de Merlin caigan, inútiles dentro del agua - Como tú has dicho, los Caereni son un pueblo pequeño, no un ejército. Sólo son medianamente peligrosos porque Boudica ha conseguido que un puñado de hechiceros proscritos se alíen bajo su mando. Y segundo y más importante, esto no es asunto tuyo. - Dice, levantándose de repente, gotas de agua rebalando en direcciones interesantes.- Deja que los mayores se ocupen de las cosas importantes. Y ayúdame a vestirme.
Merlin frunde los labios, mirándole con intención de cintura para arriba, las mejillas encendidas por la indignación.
- No. - Dice Merlin, cogiendo la toalla y lanzándosela a Arthur sin más miramientos.- ¿No eres tan mayor? Pues vístete tú solito.
Merlin coge un par de mantas del suelo y sale de la tienda, la frente erguida en todo momento. La noche es un alivio helado en todos esos puntos en los que siente demasiado calor, y Merlin agradece estar tan al norte, por una vez.
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Las ganas de dar las gracias le duran poco. El frío se cuela insistente por los pliegues de sus mantas, y Merlin ha comprobado que si se acerca más al fuego de la hoguera se le empiezan a chamuscar las pestañas. Además, la humedad del suelo está empezando a calarle hasta los huesos, y ha dado tantas vueltas para evitar que la parte que no está frente a la hoguera se congele que se siente como un jabalí girando en una estaca. Merlin se sorbe los mocos y se siente bastante miserable, en ese momento. Se siente tan miserable, de hecho que está dispuesto a abandonar su orgullo junto a la hoguera y volver a la tienda de Arthur, donde tendrá que arrastrarse y suplicar y dejarse abusar un poco más, pero por lo menos lo hará sin peligro de sufrir una hipotermia.
Además, Arthur siempre ha sido idiota ¿por qué castigarle esta vez, de todas las veces, cuando sólo le afecta a él? Merlin cree que es un razonamiento impecable, así que se levanta, tiritando y enroscado en mantas húmedas y se dirige, paso a diminuto paso hacia la tienda roja de Arthur.
El campamento está casi desierto, la noche tranquila, congelada excepto por unas cuantas personas que se acurrucan hablando bajito, su aliento formando volutas de vaho con cada palabra, las capas verdes subidas hasta las orejas. Merlin les saluda con un movimiento de cabeza y arrastra los pies, parte cansancio y parte duda.
Cuando está a dos metros de la tienda, algo le hace parar.
Los guardias no están, y no es tan raro pero hay una quietud en el aire que resulta demasiado extraña, fuera de lugar, como si el mundo entero estuviese conteniendo la respiración al borde de un precipicio, esperando el momento adecuado para saltar. Merlin da dos pasos, lentamente, y luego da tres y cuatro y al final está corriendo, perdiendo sus mantas por el camino, el corazón encajado entre la garganta y la boca, los peores presentimientos pesados como una piedra en el estómago. Corre y corre y corre y susurra nononono, las manos trémulas cuando abre la tienda y se precipita al interior.
La sombra del interior se da la vuelta, la capa verde como un torbellino alrededor de sus caderas. A Merlin le da tiempo a pensar Caereni antes de que el hechizo le golpee en el pecho con suficiente fuerza para tirarle al suelo.
- ¡¡Arthur!! - El príncipe (el cuerpo del príncipe, grita su mente) está tirado en el suelo, replegado sobre sí mismo, pálido y diminuto. - ¡¡Arthur!!
- Ya no puedes hacer nada por tu príncipe, muchacho. Lo siento, no tenía nada contra ti.- La hechicera le mira, los ojos brillando dorados dentro de su capucha, preparada para atacar. El hechizo sale del cuerpo de Merlin sin pensarlo, sin pronunciar palabra, su corazón junto a la figura inerte de Arthur, y golpea a la mujer con tanta fuerza que su cráneo se quiebra audiblemente contra el suelo.
Se acerca a gatas, susurrando Arthur, Arthur, apartándole el pelo de la frente con dedos temblorosos. A su alrededor el mundo despierta, de golpe. Se oyen gritos de ¡El rey! ¡Han matado al rey!, y puede ver la sombra de las llamas, oir los gritos de las mujeres, el caos tan repentino y absoluto que Merlin sabe que el infierno no tiene nada que envidiarle a eso.
Pero Merlin no puede hacer más que mecer a Arthur sobre sus rodillas, sollozando contra la curva de su cuello, su cuerpo como un escudo protector. Lo siento-lo siento-Arthur, y una sombra de pulso, de repente, tan ligera que es casi imperceptible contra su mejilla, y Merlin despierta, también.
- Estás vivo. Estás vivo oh dios-
Y a partir de ahí es todo frenético. Salir de la tienda, Arthur un peso casi muerto contra su hombro, el calor del exterior como una bofetada. La gente corriendo en todas direcciones, tratanto de escapar de los rayos de luz de los hechizos, la magia como electricidad estática en el aire. Merlin se tapa la boca con una manga intentando respirar entre el humo, entre el olor a muerte. Esquiva cuerpos aquí y allí, rojo sangre, rojo Camelot, e intenta no buscar caras conocidas entre los caídos (Sir Leon, Dana la cocinera, no lo puede evitar), el horror cortándole la respiración. Pero tiene que seguirseguirseguir, buscar un lugar seguro, sacar a Arthur de ahí cueste lo que cueste.
Hengroen está relinchando cuando Merlin lo encuentra, tratando de esquivar el fuego que avanza hacia los establos. Merlin lo apaga con un movimiento de mano y está desatando a Hengroen cuando un hechicero aparece de entre las sombras. Merlin siente el hechizo deslizarse por su lengua, mortal antes de que pueda pensarlo siquiera, el cuerpo del hombre (del niño, en realidad) rompiéndose como el cristal sobre la hierba. Sube a Arthur entre gruñidos y manos ansiosas a la montura, con ayuda de la magia y de la desesperación, y se sube detrás de él, y galopan a toda prisa hacia las colinas, hacia los bosques, hacia cualquier lugar que no sea ese.
Cuando llegan a lo alto de la colina Merlin se permite una mirada hacia atrás. Sólo para ver si alguien les persigue-sólo para ver si están a salvo-sólo- Pero abajo ya no queda nada, el campamento un campo de batalla improvisado, las llamas lamiendo los restos de lo que parece una vida entera. Se frota los ojos con determinación, las manos sujetando a Arthur con firmeza alrededor de la cintura, y sigue adelante.
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La marcha es tortuosa y dura toda la noche, el color del cielo cambiando de un negro impenetrable al gris pálido de la madrugada. Los caminos que Merlin elige al azar son senderos casi impracticables que hacen esté en tensión todo el tiempo, horas y horas de preocupación, de mirar por encima del hombro y susurrarle palabras a Arthur que sabe que no va a recordar. Arthur murmura en sueños y está ardiendo cuando Merlin posa una mano sobre su frente, el sudor haciendo que sus cuerpos se peguen a través de la ropa, a pesar del frío, y Merlin le sujeta aún más fuerte y le pide que aguante, que sólo un poco más, que por favor.
Cuando el alba empieza a despuntar en el horizonte, llegan al principio de un bosque que se extiende hacia el sur, hasta donde alcanza la vista y Merlin hace que paren. Siente las piernas a punto de ceder, líquidas sobre tierra firme, pero aún así ata a Hegroen y ayuda a bajar a Arthur, tumbándole sobre una cama de hojas y tierra improvisada. Ver a Arthur así, tan pequeño y encogido hace que algo dentro de Merlin se quiebre, y se tumba a su lado, llorando bajito para no molestar a Arthur, encajando sus cuerpos de la mejor manera posible, pensando, sólo un poco más.
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Merlin no duerme casi nada. Se despierta tres veces, dos por las pesadillas (las caras de los muertos gritando en su mente, incluso aquellos que no sabe si realmente lo están, incluso aquellos que espera, por favor que no lo estén) y una porque Arthur está temblando tanto entre sus brazos que puede sentir las vibraciones a través de la tierra. Merlin murmura cosas en su oído toda la noche. Tonterías y hechizos y canciones que le cantaba su madre, hace siglos en Ealdor.
(dice cariño, y dice ya pasó, ya pasó, cariño, ya pasó)
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A los dos días encuentran un arroyo. Un hilillo de agua que fluye alegremente entre las rocas, cristalina y gélida y bienvenida. Merlin moja los dedos y se lava lo mejor que puede, la camisa en la orilla, las manos rápidas sobre su cuerpo, limpiando el horror y el miedo y la preocupación de la superficie de su piel. Luego arrastra a Arthur y hace lo mismo con él, la rutina tan conocida, tan familiar que le pican los ojos por la nostalgia. Utiliza su chaqueta para limpiarle la cara, suavemente bajo los brazos, despacio por debajo de la cintura, y vuelve a vestirle cuando Arthur gruñe y empieza a tiritar violentamente.
Enciende un fuego con unas ramas secas y un poco de magia, y deja a Arthur tumbado junto a él, envuelto en todas las mantas que encuentra en las alforjas de Hengroen, la hoguera pintando los ángulos de su cara y volviéndolos suaves, tranquilos.
Merlin descubre que el hambre agudiza el ingenio, y que su pañuelo hace las veces de honda. Cuando después de una mañana de recorrer el perímetro consigue cazar un par de conejos, la emoción es tan grande que hace que vuelva brincando hasta la hoguera, donde se los presenta a Arthur como un trofeo.
- ¿Ves, Arthur? No soy tan inútil.
Y no es un gran cazador, ni un gran cocinero, pero su estofado es casi aceptable. Lo prepara en un cazo pequeño del que come las partes sólidas en movimientos rápidos y económicos, y luego apoya la espalda contra un árbol y hace que Arthur se apoye contra él, la cabeza rodando sobre su hombro. Merlin suspira e intenta que Arthur abra la boca, pero éste frunce los labios y el líquido resbala por sus comisuras.
- Vamos, Arthur. - Merlin lo intenta otra vez, el borde del recipiente contra su labio inferior. - Vamos, vamos. No seas crío. - Y sonríe un poco bajo la sombra de su mandíbula, cuando Arthur parece molesto. Como si pudiese oírle.
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Lleva sintiendo la tormenta durante días (en la nuca, bajo la piel, como magia) cuando por fin estalla sobre sus cabezas. Los rayos estrían el cielo y el sonido es tan atronador que Hengroen está a punto de tirarles en varias ocasiones, aterrorizado. Merlin desmonta cuando las primeras gotas empiezan a caer para guiarles por las correas, y cuando encuentran la cueva en un recoveco del camino la cortina de lluvia es tan espesa que casi no puede ver su mano si la estira frente a sus ojos.
El interior está húmedo y huele a animales, pero está más resguardado, así que Merlin ata a Hengroen en la entrada y arrastra a Arthur hasta el fondo, donde la cueva se curva y forma una especie de refugio donde el viento llega con menos fuerza.
- No está mal esto. Podría estar peor, ¿no? - Dice, después, con falsa alegría. Merlin ha descubierto que hablarle a Arthur ayuda, que le hace sentirse menos solo, como si no estuviese en medio de un bosque, avanzando en dirección a ninguna parte con un caballo y un hombre que no sabe si volverá a despertar. Como si todo lo que conocía no se hubiese destruído ante sus ojos, tan frágil como un castillo de naipes. Merlin atiza el fuego para darle más vida y la sonrisa se le licua en los labios, se le escapa un suspiro renqueante. - No sé qué hacer. Arthur, necesito que estés- no sé qué hacer. - Y añade, más bajito.- ¿Qué va a ser de nosotros?
Arthur no contesta, y Merlin revuelve el fuego con un palo, buscando respuestas entre las brasas.
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- ¿Sabes? Creo que me gustas más así. - Le comenta en una ocasión, Arthur tumbado sobre el lomo de Hengroen, Merlin agarrando las correas y esquivando las raíces de los árboles. El sol brilla, y esa mañana no es sólo una luz indiferente en el cielo, sino que se esfuerza y calienta la sangre, bajo la piel. - Nada de Merlin haz esto, Merlin haz lo otro. Nada de insultos. Paz absoluta. - Sonríe y la boca de Arthur se mueve ligeramente hacia arriba, como compartiendo el chiste.
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Cuando Merlin se cansa de dar tumbos, de hacer elecciones y de preocuparse continuamente, decide que necesitan un nuevo método, una ayuda extra.
- ¿Irónico, mmm?
La moneda está tan desgastada que es casi imposible distinguir la cara de la cruz, ambas partes difuminadas por igual, así que Merlin hace una muesca con una piedra afilada y decide que eso significa que sí de ahí en adelante. Lo prueba en seguida, la moneda describiendo un arco dorado por el aire antes de aterrizar entre las hojas del suelo, como un suspiro.
- ¡Mira! ¡Qué te parece! - Grita Merlin, encantado, entrelazando sus dedos con los dedos inertes de Arthur, que todavía está subido al caballo. - ¡La moneda dice que hoy vamos a cenar!
La idea más brillante que ha tenido nunca, sin duda.
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Las noches siempre, siempre son la peor parte.
Arthur ya puede haber tenido un día bueno, un día tranquilo, que por la noche, cuando Merlin escoge un lugar donde dejarse caer completamente exhausto, Arthur empieza a temblar y a sudar, a gemir como si sus peores pesadillas se arremolinasen detrás de su retina y no hubiese manera de escapar de ellas. Merlin se enrosca como un manto a su alrededor, diciendo shhh, diciendo shhh, no pasa nada, las manos enredadas en su pelo, dejando caer pequeños besos como copos de nieve sobre sus párpados.
Pero a veces no funciona. A veces nada funciona y Merlin sólo puede abrazarle más fuerte, murmurando todos los hechizos que conoce contra la curva de su hombro, entrelazando sus piernas y sus brazos y sus cuerpos hasta que es imposible distinguirles, como si la vida fuese algo que se puede contagiar a fuerza de voluntad.
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Un día se despierta, la luz de la mañana colándose entre el follaje, el viento una caricia suave entre los mechones de su pelo, y Arthur no está.
Merlin se incorpora tan rápido que la cabeza le da vueltas, la visión se le nubla, pero le da lo mismo porque Arthur no está. Mira frenéticamente a su alrededor, el corazón galopando en su pecho, preparando todos sus hechizos en la punta de la lengua, esperando que un mago salga de entre los árboles. Se levanta con piernas temblorosas y da dos pasos tentativos, buscando cualquier rastro que Arthur haya podido dejar, cualquier pista-
Al final no tiene que ir muy lejos.
Arthur está justo ahí, apoyado de espaldas a él, contra uno de los árboles que delimitan el claro que hace de campamento improvisado, su espalda una línea recta y tensa, la camisa arrugada por semanas de viaje y enfermedad. Pero está ahí, ahí delante de sus ojos y vivo-
- ¡Arthur! Arthur oh dios estás-
- Han - Le interrumpe Arthur, una mano en el aire, la voz ronca por el desuso y algo más. - matado a mi padre.
Merlin se queda paralizado a medio paso, la emoción y el alivio estancados en su garganta, y asiente. Luego se da cuenta de que Arthur no puede verle, y lo confirma.
- Sí.
- Y tú - Arthur traga audiblemente, sus nudillos blancos alrededor del tronco. - Tú eres un mago.
No. Nononono.
- …Sí. - La sílaba se le atraganta y su voz no parece suya, quebrándose alrededor de la verdad como si algo extraño y horrible se le hubiese ido a vivir dentro del pecho.
Arthur asiente secamente, el movimiento tan diminuto que Merlin casi se lo pierde, y echa a caminar sin mirar atrás ni una sola vez.
Parte 2