[fic] volver (trayectorias circulares) 2/3

Dec 26, 2009 18:28




La corteza del árbol deja marcas alargadas sobre su mejilla mientras sus dedos despegan el musgo en pequeños movimientos, dejándolo caer al suelo como copos verdes. El tiempo pasa raro, a ratos lentísimo, el aire espeso entre las copas de los árboles, a ratos tan rápido que entre un pestañeo y otro empiezan a salir las primeras estrellas. Merlin se deja rodar sobre el suelo, como un peso muerto hasta acabar tumbado junto al fuego, haciendo que las hojas caídas se le enreden entre los mechones, y en serio, a Merlin no le podría importar menos.

No le importa nada, en realidad. Que Camelot haya caído, que el rey haya muerto, que larga vida al rey. Que Arthur se haya ido. Todo parece irreal y lejano desde el suelo del bosque, tan lejano como el cielo donde las estrellas pestañean y le mandan un guiño, mitad complicidad mitad burla. Merlin resopla y mueve los dedos mínimamente sobre la superficie del suelo, la corriente de magia tan poderosa que hace que los árboles vibren desde la raíz hasta el final de las ramas, y que se inclinen peligrosamente unos sobre otros, como contándose secretos oscuros, tapando de forma efectiva el cielo.

Merlin cierra los ojos y respira hondo y el bosque calla, repetinamente, respirando hondo con él. El silencio es absoluto, artificial, mágico y a Merlin le asombraría este poder, que hace callar a la naturaleza si pudiese sentir algo más que vacío en el pecho. Merlin suelta el aire poco a poco, desde el fondo de los pulmones hasta el borde de los labios, y el arroyo vuelve a fluir, líquido sobre los cantos rodados de la orilla, el fuego vuelve a crepitar junto a su cabeza y las bestias vuelven a merodear, buscando presas en la oscuridad.

Merlin parpadea despacio, infinito, y el sueño llega como una caricia en la frente, casi imperceptible.

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No está seguro de qué es lo que le despierta. Al principio Merlin cree que es la luna, que preside desde el cielo y baña la tierra de un color plateado, fantasmal, pero cuando consigue despejar su mente y espantar los últimos rastros de sueño de detrás de sus ojos, ve la sombra moverse tras los árboles. Merlin se levanta, alarmado, y palpa a su alrededor hasta encontrar una rama, sus dedos curvándose sobre su circunferencia mientras la sombra jadea cada vez más cerca. Merlin intenta recordar la postura defensiva que Arthur puso tanto empeño en enseñarle -no, no, Merlin, así. Piernas separadas, preparado para atacar o correr. Así.- y consigue algo parecido antes de que la sombra llegue al claro, el corazón galopando como loco en su pecho.
La luna se alía con el fuego para crear sombras extrañas y Merlin tarda un buen rato en reconocer a Arthur, cubierto de arriba a abajo de barro y hojas y ramas, el pelo dorado casi marrón contra su frente, como si hubiese estado revolcándose por el suelo durante horas. Merlin está suspendido entre la sorpresa y la confusión, y tanto Arthur como él se quedan paralizados, mirándose con cautela desde extremos opuestos.

- ¿Arthur? - Pregunta Merlin, indeciso. No puede evitar dar un par de pasos en su dirección, despacio, como si Arthur fuese un animal salvaje que puede atacar o escaparse en cualquier momento. - Arthur.

Arthur hace un movimiento brusco cuando Merlin le roza el brazo con los dedos, apartándose y arrastrando algo pesado hasta el fuego. Merlin frunce el ceño y se da cuenta de que es un jabalí, la sangre dejando un rastro que parece casi negro bajo la luz de la luna. Merlin no sabe qué pensar, e intenta hacer todas las preguntas que se le arremolinan en la lengua al mismo tiempo (¿Qué haces-¿No te habías-¿Cómo-) pero Arthur le mira desde la hoguera y las preguntas se le secan en la garganta.

Es una mirada que ha visto muchas veces, observando desde el balcón del castillo, las llamas de la pira reflejándose en sus pupilas. Es una mirada que no vacila, que está convencida de estar haciendo lo correcto, que asiente cuando el verdugo busca aprobación. Que hace que la sangre se le congele en las venas. Arthur le mira, y Merlin escucha traidor, tan alto y claro como si estuviese gritándolo en su oído.

Arthur saca un puñal de su bota y despelleja al animal rápidamente, sin miramientos, echando las partes que no son comestibles al fuego para no atraer a los animales salvajes. Merlin le mira cortar los pedazos, sacar toda la carne y envolverla en hojas para guardarla en las alforjas de Hengroen, que mastica hierba ajeno a los problemas humanos. Corta, reparte, guarda, cocina, todo con precisión de cazador, con la rapidez de un soldado. No mira a Merlin y éste casi lo prefiere, encogido como está contra uno de los árboles, haciendo todo lo posible por desaparecer sobre sí mismo.

A Merlin le tiembla el cuerpo entero, el miedo y la sorpresa y el alivio, todo junto y revuelto dentro de su estómago. No sabe por qué ha vuelto Arthur, y aunque creía saber por qué se había ido ahora no está seguro. No está seguro de nada, en realidad. Al principio pensaba que se había ido para castigarle, para abadonarle pero luego se le ocurrió que quizás, puede que le estuviese perdonando la vida, las costumbres de Camelot demasiado arraigadas en sus venas, como para hacerlo de otra manera. Ahora piensa que lo más probable es que se haya estado engañado todo el tiempo y Arthur nunca ha tenido la intención de dejarle marchar como si nada. Parece algo inútil, algo gratuito dadas las circunstancias pero Merlin nunca ha sido tan ingenuo como para pensar que si Arthur descubría su secreto- cuando descubriese su secreto, se encogería de hombros y diría pues vale.

Arthur se levanta del fuego y Merlin piensa, ya está, ya está, ahora, y cierra los ojos para esperar el golpe, los brazos temblorosos alrededor de sus rodillas. Se pregunta vagamente por qué no está corriendo por el bosque, por qué no escapa si sabe que un hechizo valdría para dejar a Arthur fuera de combate y salvar su vida, en el proceso.

(pero es una pérdida de tiempo porque siempre ha sabido la respuesta, porque es por la misma razón que ha esperado a Arthur, casi inconscientemente en el claro. Y no es por el destino, ni por el respeto, ni por la amistad. No es por ninguna de esas cosas y a la vez es por todas ellas, que se juntan y se mezclan en sus venas para formar algo mucho más peligroso, que fluye imparable y todopoderoso bajo la piel, bajo los cimientos del mundo. Como magia)

Los minutos pasan como horas por el bosque, oye a Arthur moverse a su alrededor y Merlin no se atreve a mirar, pero el tiempo sigue pasando y Merlin abre un poco un ojo, indeciso. Al principio no ve a Arthur, pero luego descubre que esa cosa, ese bulto enroscado en mantas que respira, tranquilo de espaldas al fuego, es Arthur. Arthur. Que se ha ido a dormir, aparentemente.

Merlin frunce el ceño y se desenrosca, poco a poco, perplejo. ¿Qué se supone que significa esto? ¿Una hora, un día, una semana más de vida? Merlin se levanta, casi enfadado, porque de verdad, qué es esto, pero cuando se acerca al fuego lo ve, ahí. Un trozo de carne, cuidadosamente colocado encima de unas hojas. Merlin frunce el ceño y se rasca la cabeza, más confuso que antes.

- Cómete eso y vete a dormir. - La orden llega seca y brusca de entre las mantas, sobresaltando a Merlin, que asiente, ausente. Por inercia.

Merlin se sienta de golpe, mordisqueando la carne que es áspera pero sabrosa contra su lengua, y mira a Arthur de reojo hasta que se rinde y suspira, encogiéndose de hombros. No entiendo nada.

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Arthur cambia de dirección bruscamente, cuando se ponen en camino la mañana siguiente. Bueno, decir que se ponen en camino igual es estirar un poco el concepto. Lo correcto sería decir que Arthur se pone en camino, cogiendo a Hengroen por las correas y echando a andar sin mirarle ni una vez, y que Merlin decide que tiene todas sus cosas en las alforjas de Hengroen y que en fin, qué otra cosa iba a hacer.

Cuando escaparon del campamento, Merlin no sabía a dónde ir. Eligió una dirección más o menos al azar, intentando seguirla a través del bosque, mirando el sol y las estrellas y rezando para que eso fuese el sur. Supone que pretendía llegar a Camelot, en algún momento. Debe admitir que era un movimiento un poco suicida: un chico con poderes y un príncipe moribundo y destronado, entrando en un reino conquistado que quiere, con toda certeza, acabar con ellos. Casi tan suicida, de hecho, como un mago yéndose a vivir a un reino que condena la magia con la muerte.

Pero Merlin sintió el impulso. No puede explicarlo de otra manera. Es un impulso, como si tuviese un lazo atado en el pecho que tira de él y le lleva a hacer cosas inesperadas, inexplicables. Como cuando tenían doce años y Will y él estaban explorando una cueva, y Merlin sintió la necesidad de volver rápidamente a Ealdor. Will protestó y gimoteó todo el camino y por qué narices tenemos qe volver ahora, Merlin, es que de verdad, ¡por qué!, pero cuando llegaron al otro lado de la colina vieron que Ealdor estaba en llamas. Echaron a correr ladera abajo, el corazón desbocado impulsando sus pasos sobre la hierba, y cuando llegaron al borde del campo el fuego ya se había extinguido, el regusto de la magia aún dulce en la boca de Merlin.

Por eso, cuando Arthur decide que el sur no es válido a Merlin le resulta antinatural, casi imposible seguirle. No sólo porque las connotaciones le asusten (Arthur abandonando su reino, su gente, su destino) sino porque está seguro de que esto no es lo que tienen que hacer.

Está a punto de decir algo pero Hengroen se asusta, de repente, y empuja a Arthur contra el suelo, que cae de rodillas y se araña las manos contra las raíces. Merlin corre a su lado, pero Arthur se aparta rápidamente-diciendo mierda, joder, mierda- antes de que pueda tocarle la espalda.

Merlin ha visto a Arthur ser golpeado, cortado, hechizado, incluso atravesado por una flecha en una ocasión, sin que éste diese ni una muestra externa de dolor. Así que hace como que no ha visto las lárgimas y coge las correas de Hengroen, acariciándole el morro en movimientos circulares, susurrando tranquilo, chico, tranquilo, y deja que Arthur elija la dirección que le apetezca.

(después de todo siempre hay más de un camino, para llegar al mismo destino)

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El arroyo se convierte en río hacia el este, formando ensenadas más o menos profundas que brillan cristalinas bajo el sol primaveral. Arthur hace un alto en el camino y Merlin se lo agradece silenciosamente a todos los dioses, acostumbrado como está a ser él quién marcaba el ritmo. El agua baja helada de las montañas y es una caricia gélida entre los dedos de Merlin, fluyendo suavemente por las plantas doloridas de sus pies.

Arthur se quita la camisa para lavarla contra las rocas, su espalda un arco pálido en la orilla, y Merlin se da cuenta de cómo se le marcan las costillas a través de la piel, cómo se le hunde el estómago contra la columna, como si todo esto le hubiese robado buena parte de sí mismo, además de un padre y un reino.

Cuando termina de lavar su ropa, Arthur la pone a secar al lado de Merlin, cogiendo una lanza que ha tallado con su daga a partir de una rama inusualmente recta. Se arremanga los pantalones hasta las rodillas y Merlin le observa, ligeramente intrigado, recostándose contra la hierba, dejando que el sol y la brisa le adormezcan.

Arthur se introduce en el río hasta que el agua le lame el principio de los pantalones, lanza en mano y la mirada fija en el fondo, toda la cara contraída por la concentración. A Merlin le burbujea una risa nerviosa en el estómago, pero la situación entre ellos es aún demasiado incierta, demasiado frágil, así que se muerde los labios y pone una mano sobre su frente para protegerse los ojos del sol.

Arthur se queda imposiblemente quieto durante un momento, en medio del río, la lanza en su mano derecha, el agua dividiéndose en dos corrientes alrededor de sus piernas para luego unirse otra vez, río abajo. Cuando por fin se mueve es tan rápido y repentino que Merlin pestañea y cuando abre los ojos de nuevo, hay un pez coleteando desesperadamente en la punta de la lanza y Arthur está sonriendo, de verdad por primera vez desde que se despertó, todo ojos brillantes y arrugas en las comisuras.

Merlin le mira discretamente, ojos entornados tras la sombra de su mano, y de verdad, el sol de primavera no tiene nada que hacer, contra sonrisas como esa.

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El pescado es un cambio más que bienvenido en su dieta, cansados ya de comer carne desgastada y raíces con sabor a madera. La carne es tierna bajo las escamas y se deshace contra la lengua como el mejor de los manjares, y Merlin está seguro de que no ha comido nada tan genial en meses. En años. En su vida.

- Esto es genial. - Comenta Merlin sobre las llamas de la hoguera, que arde alegremente entre ellos.

- Mmm.

El sonido es ambiguo y Arthur ni siquiera levanta la mirada de su comida, pero es más interacción de la que Merlin ha tenido con él en lo que parece una eternidad, y la buena comida y la temperatura agradable le hacen sentirse un poco incosciente, un poco temerario, con fuerzas para derribar todas las barreras que se levantan, invisibles alrededor de Arthur.

- Deberías pescar más a menudo. No se te da nada mal. - Merlin sonríe, con ganas, con intención. - Y quizás. Quizás yo podría hacer algo para ayudarte ¿eh? No sé, podría fabricar una red, igual atraer más peces de alguna manera. - Merlin tamborilea sus dedos en su mandíbula, pensativo.- Podría pensar en algo, seguro que hay algún hechi--

Arthur se levanta de forma tan repentina que Merlin no es capaz de terminar la palabra. De pie, Arthur parece más alto y terrible que nunca, sus ojos reflejando las llamas de tal manera que parece que están ardiendo tras su retina. Mierda.

- No te confundas, Merlin. - Escupe, y el nombre rueda venenoso por su lengua. - No esperes que las cosas sean como siempre. Nada - dice, y su voz se quiebra ligeramente en la segunda sílaba. - nada en absoluto puede ser como siempre.

A Merlin le gustaría decirle que no, que ya lo sé, que nada puede ser como siempre pero que igual, quizás, las cosas podrían ser algo mejores, o muchísimo, muchísimo mejores. Si lo intentan, si no se rinden, si me dejases Arthur, si sólo me dejases ayudarte. Pero su figura desaparece entre la espesura del bosque antes de que Merlin pueda decir nada, y se ve repentinamente solo junto al río, las estrellas parpadeando silenciosas sobre su cabeza, mirando y juzgando y murmurando Merlin, eres un idiota desde la bóveda nocturna, con una voz que suena sospechosamente parecida a la de Arthur.

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Cuando el bosque acaba abruptamente Merlin tiene que pestañear un par de veces, acostumbrado a ver el cielo a través de los árboles y no así, extendiéndose azul e infinito hasta el horizonte, donde se encuentra con el verde de las colinas. El terreno ondula y se curva como una sábana mal colocada, creando sombras de valles y levantándose en pequeñas montañas que se elevan hacia el cielo.

Merlin sonríe un poco hacia arriba, la claridad cegándole por un momento, y cuando ajusta sus ojos de nuevo se da cuenta de que Arthur está mirándole, estudiándole por encima del hombro. Merlin tiene el ¿Qué- en la punta de la lengua, pero Arthur se gira demasiado rápido, la brisa levantándole el pelo alrededor de las sienes.

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- Te oía, a veces.

Las noches en las llanuras son diferentes a las noches en el bosque. Más desprotegidas, bastante más frías y mucho, mucho más solitarias. Cuando se tumban sobre la hierba para hacer noche parece que son los únicos seres vivos en la tierra, en el universo. No se oye nada a su alrededor más que la respiración pausada de Hengroen y los últimos coletazos del fuego, que chispea de vez en cuando, y la oscuridad es absoluta y omnipresente desde la tierra hasta el cielo. La voz de Arthur es suave y repentina, en medio de toda esa quietud.

- Te oía. - Repite, y Merlin mira en su dirección pero sólo ve sombras. Arthur suspira, y parece dudar durante un segundo, pero contar secretos en la oscuridad es casi como contárselos al aire, si no lo piensas demasiado. - Entre las… pesadillas. No sé si eran eso. - Pausa. - Pesadillas, o era realidad pero a veces había un descanso. - Arthur hace un ruido extraño, entre un bufido y una risa molesta. - Y siempre estabas ahí, hablando sin parar, contándome tonterías de tu vida en Ealdor. No sé si eso era parte de las pesadillas, en realidad.

Merlin sonríe ligeramente contra su mano, y cierra los ojos para escucharle mejor.

- Por eso lo supe. Lo que había pasado. Lo que eras-lo que eres.

La confesión es repentina, inesperada y hace que el corazón de Merlin lata extraño, más despacio bajo los huesos, como esperando por una absolución que no acaba de llegar.

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Es Merlin quien ve el pueblo primero.

Es pequeño, sentado en las orillas de un lago y casi invisible desde la distancia, pero el humo asciende en volutas desde las chimeneas de manera inconfundible, y los pies se le van solos en esa dirección, la idea de encontrar personas, alguien, quien sea repentinamente lo más emocionante que ha pasado en su vida. La situación con Arthur es tensa y extraña, claustrofóbica, a ratos insportable, a ratos desconcertante y Merlin no puede esperar para poner distancia entre ambos, aunque sólo sea por un momento.

Arthur, por supuesto, tiene ideas diferentes.

- No, Merlin. - Dice, sin mirarle, guiando a Hengroen por un camino diferente.

- Pero-pero- - Merlin hace gestos hacia el pueblo, pero ahí hay gente, Arthur, ¡mira!

- He dicho que no.

Merlin frunce los labios, molesto, pero no dice nada y gira sobre sus talones, siguiendo el sendero que abre Arthur entre la hierba que les llega hasta la cintura. Después de todo, dicen que los caballos nunca yerran el paso, y Merlin está dispuesto a creer que los idiotas tampoco.

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- ¡Eh! ¡EH! ¡Por favor!

Merlin y Arthur se giran en dirección a la voz y entrecierran los ojos contra el sol, distinguiendo una diminuta sombra que corre a trompicones hacia ellos, desde el pueblo que acaban de dejar atrás.

Arthur coge las correas de Hengroen y se acerca, frunciendo el ceño y Merlin le sigue, encontrándose con el hombre a mitad de camino.

- Por favor. - Jadea, el pelo oscuro tapándole los ojos, mientras apoya sus manos en las rodillas para recuperar el aliento. De cerca parece mucho más joven, y probablemente no le saque más de dos primaveras a Arthur.- Necesitamos-mi pueblo-

- Tranquilo, respira. - Le interrumpe Arhur, apretándole ligeramente un hombro. - ¿Qué te pasa?

El hombre sonríe agradecido y se incorpora, ojos marrones intensos, la frente perlada por el sudor.

- El ejército pasó por aquí hace unos días. - Explica, las manos moviéndose en todas direcciones.- Querían provisiones pero no tenemos más que lo que consumimos, y ellos quemaron algunas casas antes de irse, como advertencia. Hay heridos. - Dice, suplicando con la mirada. - Por favor, necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.

- Por supuesto. - Asiente Merlin, rápidamente. - Os ayudaremos. - Mira ligeramente hacia el pueblo y añade. - Lo que no entiendo es qué ejército haría algo semejante.

Se encoge de hombros y dice: - El ejército del nuevo rey.

Arthur se tensa como un arco, a su lado, todo el cuerpo rígido en un abrir y cerrar de ojos.

- ¿El nuevo rey? - Pregunta con dificultad, mandíbula apretada, las palabras saliendo de entre sus dientes de puro milagro.

- Sí, el… - El hombre mira a Arthur y luego a Merlin, y parpadea. - Igual no lo habéis oído, pero ahora Caradoc y Boudica reinan en estas tierras. En Camelot y en Caledonia, y en todos los territorios entre medias.

Merlin exhala con todo el cuerpo, sorprendido. Las cosas encajan como las piezas de un rompecabezas, de repente, y se siente bastante idiota por no haberse dado cuenta antes, por no haberlo ni pensado. La emboscada, los Caereni campando a sus anchas. Caradoc y la mujer desconocida.

Arthur asiente, rígidamente, relajando su cuerpo de forma visible y Merlin piensa que ojalá, ojalá volviese el antiguo Arthur. Ese que era un príncipe mimado y un idiota pero que sobre todo era un chico, ruidoso, vocal, sin miedo a decir lo que pensaba o a reaccionar de forma exagerada ante la mínima provocación, que se hinchaba como un pavo relleno cada vez que tenía oportunidad de lucirse y era ridículamente noble cuando menos te lo esperabas. Que era capaz de hacer todo, cualquier cosa, por su reino. Echa tanto de menos a ese Arthur, contra todo pronóstico, que mira a esa sombra, ese cascarón que camina a su lado y se le rompe el corazón de mil maneras diferentes.

- ¿Y tú, estás herido? - Pregunta, apartando la mirada de Arthur con dificultad, fijándose en el cojeo intermitente de su acompañante.

- Ah. - El hombre duda un momento y se arremanga el pantalón hasta la rodilla, con cuidado, mostrando una quemadura que se extiende, todavía fresca desde el tobillo hasta por debajo del pantalón. - Yo he salido bien parado, en comparación con otros.

Hace un amago de bajarse el pantalón de nuevo pero Merlin le sujeta la muñeca.

- Espera, yo soy… - ¿El qué? ¿Un aprendiz de médico? ¿Un mago? Mira a Arthur por el rabillo del ojo y piensa a la mierda, arrodillándose junto al hombre, extendiendo sus manos y pronunciando las palabras que acuden, rápidas y sin pensar hasta sus labios. La magia le cosquillea en la punta de los dedos y fluye suave sobre la superficie de la pierna, la quemadura brillando dorada antes de desaparecer, poco a poco. Merlin suspira y sonríe, el hombre mirándole con los ojos muy abiertos, maravillado.

- Eso es- ¡eso es increíble! Sería genial si pudieses- si pudiéseis hacer eso con los heridos más graves. - Rectifica, mirando fugazmente a Arthur, que sólo frunce el ceño y continúa andando, como era de esperar. - No tenemos mucho con lo que pagaros, pero-

- Oh, por favor. - Interrumpe Merlin, quitándole importancia y extiende su mano, sonriente. - Me llamo Merlin, y ese que se va por ahí es Arthur.

El hombre le mira y acepta su mano, la sonrisa más brillante que Merlin ha visto nunca formándose lentamente sobre sus labios.

- Lancelot.

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Lancelot no estaba mintiendo cuando decía que había salido bien parado. Las casas del pueblo se apretujan dentro de la muralla, inclinándose unas sobre otras y haciendo fácil que el fuego se extienda, saltando de tejado en tejado, imparable sobre las estructuras de madera.

Las quemaduras son terribles.

La gente va entrando en la taberna que han convertido en una consulta impovisada como arena cayendo en un reloj, poco a poco, con recelo al principio, pero la voz se corre pronto y la esperanza espanta cualquier duda. Merlin está rápidamente rodeado de personas que empujan sus hijos, sus maridos, sus padres hacia adelante, pidiéndole que por favor, por favor, les ayude. Merlin hace todo lo posible por mantener la calma, por distraer a los más pequeños encontrándoles caramelos detrás de la oreja y dibujando flores en el aire para que las mujeres mayores se olviden un rato de cómo y dónde y cuánto duele, pero a veces las quemaduras son tan  horribles que tiene que apartar la mirada mientras pronuncia el hechizo, preguntándose qué clase de rey haría eso a sus súbditos.

Está tan exhausto cuando las últimas personas se van, dándole las gracias entre sonrisas aguadas que está bastante seguro de que se duerme durante unos segundos mientras dice de nada por enésima vez. Lancelot aparece en la puerta, el viento entrando desde la calle, arremolinándose alrededor del calor del interior, y se acerca hasta Merlin, pasándole una mano por la cintura para ayudarle a levantarse.

- Venga, vamos a llevarte a la cama.

- ¿A la cama? ¿A una de verdad? - Las palabras resbalan por su lengua, como si estuviese borracho y Lancelot se ríe. A Merlin le vibra todo el cuerpo.

- Sí, Merlin. Con sábanas y todo. - Las calles serpentean, estrechas y empinadas, y la humedad del aire se pega a las pestañas de Merlin como el rocío a una hoja, y siente cómo se despierta. Un poquito.

- Hm. - Murmura, apartándose de Lancelot y probando a caminar por sí mismo. Pie izquierdo, pie derecho. Pie izquierdo otra vez.  - ¿Y Arthur?

- Arthur ya está en vuestra habitación, lleva todo el día ayudando a reconstruír nuestras casas. No ha hablado demasiado. - Lancelot se encoge de hombros y Merlin bufa, qué raro.

Le lleva hasta la posada del pueblo, que es pequeña y tiene sólo tres habitaciones pero que se ha librado del fuego, milagrosamente. Cuando abren la puerta el pueblo entero parece estar concentrado dentro, mirando a Merlin con reverencia, al principio y luego abandonando toda formalidad para para darle palmadas en la espalda o estrechar su mano o llenarle la cara de besos.

Lancelot mira la cara de susto de Merlin, se ríe y pide a todos que dejen al mago descansar, por favor. Y eso va por ti también, Anna, mirando a la chica que intenta llevarse a Merlin a lugares oscuros, tirándole del brazo y susurrando cosas que Merlin no se ve capaz de repetir, en la caracola de su oreja.

- Perdónales. Nunca habíamos visto un mago tan poderoso como tú.

A Merlin todo le resulta bastante abrumador, la transición entre sirviente inútil y mago poderoso demasiado brusca. Y es agradable, pero sobre todo es muy muy desconcertante, y se pregunta si esto, esta parte en concreto de su vida también es parte de su destino o es una especie de error, una desviación algo extraña.

- ¡Ah!  - Excalama Lancelot, agarrando a una de las personas que se arrejuntan para salir por la puerta. Tira de su muñeca, un poco y una mujer aparece a su lado, el pelo castaño cayendo en pequeñas caracolas alrededor de su cara. - Me gustaría que conocieses a Gwen. - Dice, acariciándo sutilmente la parte interior de su muñeca. Merlin aparta rápidamente la mirada. - Este es Merlin.

- Encantada de conocerte, Merlin. - Gwen le estrecha la mano, su sonrisa haciendo que se le ilumine toda la cara. - No sé cómo agradecerte lo que has hecho por nosotros, hoy.

Merlin asiente, sin saber qué decir mientras Gwen es arrastrada hasta la puerta por un hombre enorme que brama ¡Dejemos en paz al mago de una maldita vez!

- ¿Has notado algo? ¿algo raro? - Pregunta Lancelot, nerviosamente, sólo para Merlin. Merlin le mira sin comprender y Lancelot señala en dirección a la puerta. - Gwen es mi- estamos. Bueno, no estamos casados. Pero queremos estarlo algún día. Está embarazada. - Añade, aún más bajo.- ¿Has notado algo, con tu- - Pregunta de nuevo, agitando los dedos en el aire.

- Mi magia. - Asiente Merlin, comprendiendo y se apresura a asegurar que - Sí, sí, por supuesto. El bebé está perfectamente. La, um, la niña.

- ¿Es una niña? - Los ojos de Lancelot se iluminan como un millón de estrellas y Merlin reza porque sea una niña, de verdad. Lancelot le aprieta el brazo, brevemente y confiesa. - A veces me preocupa no poder hacer nada por ella. Por ellas. Que haya algo de lo que no pueda salvarlas me atormenta. - Lancelot traga saliva. - A veces es difícil, querer tanto a alguien, ¿sabes?

Se encoge de hombros, y si en ese momento Merlin fuese un poco menos mago y algo más valiente diría lo sé. Diría lo sé perfectamente.

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- ¿Hay algo más?

Merlin cierra despacio la puerta de su habitación, que chirría un poco. El interior está inesperadamente cálido, la luz de las velas pintando sombras temblorosas sobre las paredes y a Merlin le da el tiempo exacto a pensar una cama, una ventana, oh, mira, un espejo antes de que Arthur se abalance como una ola gigante sobre él, más furioso de lo que le ha visto en toda su vida.

- ¿De qué estás hablando? - Pregunta Merlin, intentando apartarle de su camino. Arthur gruñe y le agarra de un brazo, obligándole a que le mire, y debe de ser una magia extraña, la de Arthur, porque es tocarle y de repente Merlin también está muy enfadado.- ¡Se puede saber qué coño te pasa!

- ¿Hay algo más que te hayas olvidado de contarme? - Grita Arthur en su cara, haciendo que Merlin se tenga que apartar. Arthur le empuja contra la puerta, el pomo hundiéndose dolorosamente en su espalda y Merlin tiene que devolverle el empujón porque la sangre le hierve en las venas. Arthur le agarra con fuerza de un brazo, sus dedos clavándose como espuelas en su codo y Merlin intenta sacudírselo de encima, pero Arthur se acerca aún más, respirando con dificultad a dos milímetros de su cara. - ¿Te queda alguna sorpresa más en la manga, Merlin?

Merlin intenta contestar algo, cualquier cosa, decirle eres un gilipolas pero sólo le sale un débil no sé-. Arthur se separa, repentinamente y empieza a dar vueltas por la habitación como un león enjaulado.

- Veamos. - Suelta una risa, sin humor.- Eres un mago, dato pequeñísimo que se te pasó comentarme. Pero además, contra todo pronóstico no sólo eres un buen mago, sino que eres un mago capaz de curar a un príncipe al borde de la muerte.

Merlin le mira y no se lo puede creer.

- ¡Vaya, perdóname! ¡La próxima vez dejaré que te mueras! - Grita Merlin, indignado. - No sabes lo que es. Estar contigo día y noche, y no saber si te vas a volver a despertar. No sabes- - Las palabras se le atascan en la garganta y Merlin le mira, furioso. - No sabes lo que es no dormir durante días por miedo a que te mueras si dejo de comprobar que estás respirando, Arthur, ¡no tienes ni puta idea!

Merlin tiene que mirar al suelo, las lárgimas amenazando con escaparse de detrás de sus ojos y Arthur parece dudar por un momento, el azul brillando extraño bajo la luz tenue de las velas.

- No, no lo sé. Pero sé que has sido capaz de curar a un pueblo entero.

- ¡No esperarías que no les fuese a ayudar!

- ¡Lo que esperaba era que ayudases a mi padre!

Arthur grita y Merlin se queda paralizado, sorprendido.

- A tu padr-

- ¡Sí! ¡Al rey! ¡A tu rey! - Arthur se da la vuelta y golpea las manos contra la mesa, haciendo que la vela se tambalee peligrosamente. - Lo que sé, Merlin, es que podías haber evitado que mi padre muriese, como hiciste conmigo. Y no hiciste nada para salvarle.

- ¡Eso es injusto!

- ¡Por qué!

- Porque- porque yo tenía que salvarte a ti, Arthur, a ti. - Dice, la voz y el corazón rompiéndosele por igual.

- ¡Por qué! - Repite Arthur, que se da la vuelta como un torbellino y se acerca peligrosamente a Merlin, sus narices rozándose, su aliento chocando contra sus labios. A Merlin le cuesta respirar. - ¡Qué más secretos te quedan por contar, Merlin!

En ese momento, todo se arremolina en el pecho de Merlin, ahogándole, quemándole por dentro

(Arthur al borde de la muerte, el ataque de los Caereni. Las semanas de viaje, el miedo, Arthur despertando, los ojos de Arthur, brillando por la traición. Camelot. El dragón hablando de destinos y la moneda girando, suspendida en el aire. Lancelot diciendo a veces es difícil, querer tanto a alguien)

y Merlin deja de pensar. Una milésima de segundo, un movimiento milimétrico, un latido de su corazón y sus labios están sobre los de Arthur, el contacto brusco y  brevísimo, violento. Se separa tan rápido que es casi como si no hubiese existido, y gruñe.

- ¿Querías otro secreto? Pues ahí lo tienes.

Arthur le mira, incrédulo, y al segundo siguiente le está agarrando de los hombros, del cuello, de las orejas, enterrando sus dedos en su pelo con demasiada fuerza, hasta que le duele, su boca cayendo como lluvia torrencial sobre la de Merlin. Merlin exhala, sorprendido e intenta quitárselo de encima, pero Arthur no le da cuartel y le muerde el labio inferior, empujándole contra la puerta y dios, insinuando una rodilla entre sus piernas, y la erección es tan repentina, tan inevitable que la cabeza le da vueltas y tiene que agarrarse a la camisa de Arthur porque está a punto de caerse, de deslizarse hasta el suelo, todo líquido de cintura para bajo.

Los besos con Arthur no son bonitos, ni suaves, ni callados ni vacíos, como el nuevo Arthur y Merlin no puede evitar pensar sí, dios, sí. Y es todo gruñidos y duelen y hay mucha lengua, cuando ambos abren la boca para jadear contra los labios del otro, pero hacen que a Merlin se le derrita el cerebro, que gima Arthur, Arthur, como una letanía, cuando éste le sujeta la parte de atrás del pelo para morderle justo debajo de la mandíbula. No son bonitos pero Arthur le besa y a Merlin le arde todo el cuerpo, se le deshace la ropa sobre la piel, la piel sobre la carne. Arthur desliza sus manos por debajo de su camisa y Merlin entiende lo que significa estar en carne viva, cada terminación nerviosa bailando cada vez que entra en contacto con los dedos de Arthur.

Arthur se separa bruscamente, el pelo imposiblemente despeinado, los labios rojos y húmedos, las pupilas dilatadas rozando los bordes del iris. Parece más desquiciado, más fuera de sí que hace un minuto cuando estaba gritándole, y a Merlin le daría miedo si no bajase la mirada y viese la sombra de su erección, evidente dentro de sus pantalones.

- Arthur, joder.

Merlin no puede evitarlo, es como magia, una magia que le atrae, que le lleva hasta Arthur una y otra y otra vez. Sus cuerpos chocan y a Merlin le vibra todos los puntos donde se están tocando, el pecho y el estómago y entre las piernas, y Merlin le lame toda la boca. Le lame y le muerde y ya no sabe si están besándose o comiéndose el uno al otro, como si tuviesen el odio y la pérdida y el amor bajo la piel y tuviesen que arrancársela, que destrozarse para dejarlo salir, para hacer que deje de doler. Arthur le agarra el culo, repentinamente y Merlin gime tan alto que está seguro de que va a oírle todo el pueblo y no le importa una mierda.

- Quiero que te quites la ropa. Ahora mismo. No me importa-quiero que te la quites. - Gruñe Arthur, caliente en la curva de su cuello.

- Pero. Tienes que apartarte, Arthur, tiene que dejarme- - Dice, entre besos, pero se sujeta a su espalda con más fuerza, presiona sus cuerpos con más intención.

- No. No. - Jadea Arthur, lamiéndole desde la base del cuello hasta principio de la oreja, donde susurra, húmedo - Hazlo de otra manera.

Y Merlin no sabe si se está refiriendo a lo que cree que se está refiriendo, pero está pronunciando el hechizo mucho antes de que pueda pensarlo mejor, la ropa desapareciendo tan deprisa que el contacto de piel contra piel hace que Arthur grite en su oído, sus manos hundiéndose en los músculos de su espalda.

- Merlin, Merlin. Joder. No puedo- Merlin. - Arthur restriega sus caderas contra las de Merlin, sus huesos chocando y dejándose marcas, sus manos recorriéndose de arriba abajo, sujetándose entre ellos para no romperse contra el suelo. Se restriegan y descubren un ángulo, por casualidad en el que sus pollas se alinean, húmedas entre ellos, y es brillante, imposiblemente caliente, y Merlin necesita tener a Arthur debajo, encima, dentro o alrededor. Lo necesita de cualquier manera, de todas las maneras que pueda conseguirle, así que les empuja sobre la cama, donde caen como un peso muerto, sin ninguna elegancia.

Merlin se restriega entre las piernas de Arthur y le besa con toda la boca, con todo el cuerpo, haciendo que sus erecciones resbalen, atrapando los gemidos de Arthur entre sus labios. Le mira, algo mareado y Arthur tiene los ojos cerrados, las pestañas dibujando sombras sobre sus mejillas, el sudor rodando por el arco de sus labios. Merlin nunca le ha visto tan perdido, tan terriblemente guapo en toda su vida, y verle así hace que tenga que besarle desesperadamente mientras mueve una de sus manos entre sus cuerpos, encontrando la erección de Arthur a ciegas, palpándole hasta que Arthur jadea contra su mejilla.

- Hazlo, Merlin. - Dice, entre jadeos. Merlin se separa un poco y le mira, intentando pensar pero toda su sangre se le concentra entre las piernas y desiste pronto.

- Que haga el qué.

Arthur abre los ojos, repentinamente y frunce el ceño.

- Cómo que el qué. - Merlin le mira, sin saber y se encoje un poco de hombros, haciendo que su mano se deslice por la erección de Arthur sin querer. Arthur gime, su cuello una columna pálida que Merlin tiene que morder yayayaya. - Joder. No sé, cualquier-cualquier cosa. Mira cómo estoy. Cualquier cosa. - Repite, lamiéndole lentamente las orejas.

Cualquier cosa conjura imágenes más poderosas que ningún hechizo y Merlin tiene que respirar hondo para retrasar el orgasmo, que le late insistente por todo el cuerpo. Cualquier cosa son las palabras favoritas de Merlin de ahora en adelante, y punto.

- Vale.

Merlin no tiene que pensar mucho. Arthur se extiende dorado, increíblemente guapo debajo suyo y a Merlin no le dan las manos, la boca, el cuerpo para hacerle todo lo que le gustaría, así que se decide por algo que ha pensado muchas veces, que se ha imaginado con las manos dentro de los pantalones, gimiendo contra su almohada, mucho más caliente que culpable. Le mira un poco más y se desliza por su cuerpo hasta que la polla de Arthur le golpea la nariz, y de ahí en adelante es inevitable. Sacar un poco la lengua, probar el sabor, aficionarse a los sonidos de Arthur que parece un animal salvaje cuando lo rodea con su lengua, sin ningún tipo de habilidad, más despacio de lo que debería, mucho más despacio de lo que Arthur necesita.

Busca con una mano los testículos de Arthur, haciendo que le sujete de los hombros, que levante la caderas como si la boca de Merlin no fuese suficiente, diciendo Merlimerlinmerlinmerlinsí todo el rato, y Merlin no puede evitar deslizar su mano un poco más abajo, sólo para ver, sólo para probar. Arthur queda quieto, de repente, conteniendo la respiración y Merlin piensa esto no era parte de cualquier cosa, pero Arthur suelta todo el aire de golpe y gime cuando Merlin prueba, sólo un dedo, sólo un poco. Gime un poco pero se vuelve un gemido continuo cuando Merlin se humedece el dedo para poder introducirlo más y curvarlo de la manera que sabe que a él le hace ver luces brillantes,detrás de los párpados. Arthur se mueve, incrontrolable contra su mano y Merlin sonríe alrededor de su erección, añadiendo otro dedo, y otro, hasta que Arthur está a punto de echarse a llorar y Merlin a punto de correrse sobre las sábanas.

- No sé-No sé qué clase de juegos - Gemido. - perversos os enseñan en los pueblos. - Dice Arthur, entrecortado, revolviéndole el pelo de las sienes, la mano entera curvándose en su mejilla. - Pero como no me folles ahora mismo, te-

Merlin gruñe desde el fondo del estómago, ardiendo y no deja que Arthur acabe la amenaza, besándole como si Arthur guardase las últimas partículas de aire del planeta dentro de su boca. Sus cuerpos resbalan por el sudor y a Merlin le cuesta encontrar la postura adecueda (una de las piernas de Arthur enroscándose sobre su hombro, el otro brazo bajo su cuello, sus caras a un milímetro de distancia) pero cuando lo hace, dios, se desliza imposiblemente lento, casi obsceno dentro de su cuerpo, tratando de no hacerle daño, tratando que no embestir con todas sus fuerzas, tratando de- Pero Arthur le agarra de los brazos y dice hazlo de una vez, los dientes apretados, toda la cara en tensión, y a Merlin se le escapa un es la primera vez que lo hago, entrecortado que parece inflamar algo dentro de Arthur porque gime en lo alto de la garganta y empuja hacia abajo, haciendo que Merlin se introduzca hasta el fondo.

Y a partir de ahí es todo bastante confuso, más rápido de lo que les gustaría, mejor de lo que podían imaginar. Pero esto, este orgasmo, este momento parece haber estado esperando durante años en el fondo de sus estómagos, y cuando por fin explota entre ellos, entre Merlin y Arthur y cariño, cariño lo sienten desde la punta de los dedos hasta el final de las pestañas, sacudiéndoles como un terremoto, dejándoles sin respiración.

(cierran los ojos y entonces la magia de Merlin rueda discreta, curativa sobre la superficie de sus cuerpos, colándose por los poros de su piel y llegando a lugares profundos y esenciales, sin que ninguno de los dos se de cuenta)

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- No hay más secretos, entonces.

Han logrado moverse milimétricamente en la cama, limpiándose sin mucho entudsasmo con la esquina de la sábana, y ahora Arthur tiene la cabeza apoyada en una de las almohadas y Merlin le mira desde la otra, estudiando su perfil como si lo viese por primera vez.

- Bueno. - Dice Merlin, y su voz suena algo ronca, algo espesa en los bordes. - A veces entraba en tu habitación para probarme tu ropa. Me quedaba mejor a mi, sinceramente.

Arthur se ríe y le golpea con el dorso de la mano en el pecho, sin malicia y la deja ahí, mirando la luz de las velas tintinear. Se calla durante un momento, pensativo y dice.

- Tienen un hijo, un heredero. Boudica y mi primo. - Arthur no le mira pero Merlin puede ver las líneas formarse alrededor de sus ojos, la resposabilidad y la traición pesadas sobre sus hombros. Se queda un momento más en silencio y Merlin no se atreve a interrumpir sus pensamientos. - Estando hoy con las personas del pueblo. No sé, son buena gente. Muchos han perdido seres queridos, y si no fuese por ti habrían perdido muchos más.- Arthur le lanza una sonrisa fugaz que se queda con Merlin, un ratito más. Suspira y añade. - No se merecían esto.

El corazón de Merlin late raro, pausado y rápido al mismo tiempo, y espera un momento antes de decir lo que no se ha atrevido a decir durante semanas,

- Tenemos que volver. - Merlin acaricia la mano sobre su pecho, casi sin darse cuenta, escribiendo mensajes secretos sobre su palma. - A Camelot.

Arthur suspira desde el principio del alma y se desliza de entre sus dedos para sentarse en el borde de la cama, pesadamente. Merlin se incorpora sobre un brazo, alarmado.

- ¡En serio, Arthur! Esta gente te necesita, el reino te necesita. - Gesticula con la mano en el aire, intentando hacerse entender.- ¡Eres el príncipe!

- No, Merlin. - Niega Arthur, su espalda una línea larguísima y preciosa. Merlin protesta (¡Arthur!) pero Arthur le mira por encima del hombro, una sonrisa algo triste, algo valiente empezando en la comisura de sus labios. - Soy el rey.

Parte 3

arthur is a royal prat, merlin for queen, what time is it? it's fic time!

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