La voz de Arthur retumba en el silencio de la plaza como un tambor de guerra, el sol reflejándose sobre él de tal manera que parece que la luz viene de dentro. La gente le mira, las cabezas girándose al unísono, siguiendo sus pasos y Merlin tene que ponerse de puntillas para poder ver. La noticia de la verdadera identidad de Arthur corre como la pólvora sobre el suelo del pueblo y la gente va apareciendo imparable en los bordes, un círculo formándose lentamente a su alrededor.
- Amigos. - Arthur hace un gesto con las manos, dirigiéndose a todos a la vez, a todos por igual. - Vosotros mejor que nadie conocéis la situación, hoy no vengo a hablaros de eso. Vosotros sois víctimas más que cualquiera del egoísmo de los reyes, habéis sufrido en vuestra propia piel lo que significa estar a merced del destino. Habeís perdido amigos, familia, por una causa que no es la vuestra. - Arthur traga saliva. - No os voy a repetir todo lo que ya sabéis.
Parece dudar un segundo, mirando entre la multitud, buscando algo entre los ojos un poco asustados, un poco optimistas de los habitantes. Merlin aparta a las personas de su camino, abriéndose paso hasta llegar a la primera fila. Arthur le ve y respira, casi imperceptible.
- No os voy a repetir lo que ya sabéis. - Repite, más seguro. - Pero algo que sí voy a deciros es que este reino os necesita tanto o más que vosotros a él. Que un rey no es nada más que un hombre cualquiera, sin su pueblo. - Arthur se gira, mirando a todas las personas a los ojos, deteniéndose en Merlin durante una milésima de segundo. - Sin sus amigos. Que esta no era vuestra causa hasta que han hecho que fuese vuestra causa, hasta que os han obligado a tomar parte en esta batalla, a perder todo sin oportunidad de ganar nada. Y creo que ya es suficiente. - Arthur asiente, para sí mismo, su voz elevándose por encima del viento. - Es tiempo de tomar partido, de elegir nuestro camino y empezar a ser dueños de nuestra propia vida. De elegir lo que queremos ganar, pero también lo que estamos dispuestos a perder, en el proceso.
A Merlin le cuesta tragar saliva, repentinamente, las palabras Arthur vibrando, suspendidas en sus tímpanos.
- ¡Amigos! - Brama Arthur, girándose. - No os puedo pedir que luchéis por mi, pero hoy, aquí, os pido que luchéis conmigo. Por nuestras familias, por nuestros vecinos, por el futuro. Por todas las cosas que merecen la pena. - Arthur levanta el puño, el viento repentino agitándole el pelo. - ¡Por Albion!
Merlin siente un temblor que parece venir del centro de la tierra, agitándose desde el centro hacia la superficie. Empieza a su lado, casi un susurro, pero se va a haciendo más grande, más atronador a medida que da la vuelta a la plaza, la gente coreando, rugiendo con Arthur ¡Por Albion! (¡Por Ealdor! ¡Por el amor de Camelot!), el sonido tan ensordecedor que las palabras se mezclan y resultan casi indistinguibles.
Lancelot se adelanta, caminando hasta el centro del círculo y se coloca junto a Arthur, mirando a su alrededor con determinación.
- ¡Por Arthur Pendragon!
La gente se le une rápidamente y todas sus voces suenan como una sola voz, arriba y abajo y arriba otra vez, las manos en el aire, las mujeres agitando sus pañuelos y Arthur sonriendo en el centro de todo esto, de todas las personas que ha conseguido unir a su alrededor, guiados por la esperanza, por la fe que tienen en él. Merlin le mira y le da igual lo que pase a partir de entonces, porque ahí, en ese preciso instante, Arthur es el único y verdadero rey.
(Mira a su alrededor y lo cuenta como la primera de sus victorias, e intenta ignorar cómo pesa en su corazón, exactamente igual que una derrota)
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Las armaduras son nuevas, relucientes, recién pulidas y la de Arthur se ajusta a su alrededor como un guante. Merlin estira las correas, coloca la cota de malla de modo que no le roce en ninguna parte, asegura los guanteletes alrededor de sus muñecas y mira a Arthur mirar todo lo demás.
- Están haciendo un gran trabajo. Estas - Arthur hace un gesto señalando su armadura. - son sorprendentemente buenas.
- Las ha hecho Gwen. Su padre era el herrero del pueblo, antes de morir. - Merlin le aparta el pelo de la nuca para colocarle mejor la armadura alrededor del cuello, y se cuida de que el contacto dure lo mínimo. - Lancelot y ella han discutido toda la noche. - Se encoge de hombros. - Quería venir.
- Esta gente nunca deja de sorprenderme. - Murmura Arthur, pensativo, mirando las personas entrenar en el centro de la plaza, Lancelot dirigiendo sus golpes y corrigiendo sus posturas. - Pero es mejor que no venga. - Dice Arthur repentinamente, mirándole de reojo, su nuez moviéndose trabajosamente en su cuello. - No puedo prometerles una victoria.
- No vamos a perder, Arthur. - Merlin aprieta con intención una de las correas, cortando efectivamente la réplica de Arthur, que sisea, y está a punto de reírse en su cara cuando una mano diminuta le sujeta del codo, haciendo que mire hacia abajo.
- Señor. Señor. - La niña no puede tener más de cinco años, el pelo balanceándose en dos coletas castañas, los ojos más azules que Merlin ha visto en su vida mirando a Merlin con expectación. - ¿Es usted el rey?
- Eh…
- Yo soy el rey. - Arthur parece mortalmente ofendido e intenta girarse, las correas demasiado apretadas alrededor de su pecho volviendo sus movimientos esquemáticos, extraños. La niña le mira algo confusa, no demasiado convencida y Merlin esconde una sonrisa en la manga de su camisa.
- ¿Seguro? - La niña entrecierra los ojos y Arthur grita un ¡Por supuesto! que no parece convencerla demasiado, pero al final se da por vencida y saca algo de detrás de su espalda, un bulto envuelto en paños. Arthur lo coge y desenvuelve la tela para descubrir una espada que resplandece, el sol dibujando formas extrañas, antiguas sobre su superficie. La niña le mira fijamente, enroscándose una de sus coletas alrededor del índice. - Cuídala bien ¿eh?
Arthur y Merlin se miran y miran la espada. Se vuelven a mirar. Merlin se agacha y sus rodillas levantan el polvo del suelo como una nube.
- Esa es una espada muy bonita. - Le dice, tocándole un hombro un poco. - ¿De dónde la has sacado?
- Era de mi padre. - La niña levanta la barbilla, desafiante, y se muerde un poco el labio cuando empieza a temblar. - Era el dueño de la Dama del Lago antes de que los soldados lo mataran. - Dice, señalando la taberna en la que Merlin hizo de curandero hace unos días. Merlin siente algo removerse en el fondo de su estómago.
Merlin mira a Arthur, que sigue hipnotizado, mirando las volutas doradas del filo como si guardasen las respuestas a todos sus problemas, e intenta sonreirle a la niña.
- ¿Pero no preferirías quedártela tú?
- No. - Dice, cruzándose de brazos. - Ya me la devolverá cuando sea mayor y pueda utilizarla. - Asiente la niña con convicción infantil, y murmura un buena suerte antes de salir corriendo.
Merlin la ve alejarse, desaparecer dentro de una casa, su vestido azul moviéndose como agua alrededor de sus piernas. Se levanta trabajosamente, limpiándose las rodillas y ve que Arthur todavía no ha levantado la mirada de la espada.
- Arthur...
- Tenemos que ganar. - Interrumpe Arthur, la voz algo espesa en su garganta y aprieta la empuñadura con fuerza, sus dedos consiguiendo un agarre perfecto alrededor de la circunferencia. Arthur respira hondo y le mira, una emoción extraña brillando en el fondo de los ojos, la mandíbula una línea recta. - No sé cómo lo vamos a hacer- pero tenemos que ganar.
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Los días pasan imposiblemente deprisa. Merlin siente que ha estado el último medio año viajando, sin parar quieto ni un momento pero aún así esta es la primera vez en la que siente que el tiempo está ganándoles la carrera. Piensa que es irónico, que se haya pasado tanto tiempo queriendo volver a casa y que ahora, precisamente ahora que Camelot está cada vez más cerca (paso a paso, cada vez más cerca) tema el momento el ver aparecer las banderas ondeantes de Camelot en el horizonte.
Pero la realidad es que Merlin no puede olvidar a qué van, y especialmente quiénes son. Mira a los apenas veinte hombres y mujeres que les han seguido desde Keswick, cojeando por el esfuerzo, turnándose para subir en los pocos caballos que tienen y ve panaderos, pescadores. Ve madres y tíos, hijos, pero por más que lo intenta no ve soldados. Sin embargo todos parecen convencidos, y a Merlin no le cuesta entender por qué. Él más que nadie entiende la fuerza que tiene Arthur sobre las personas, las cosas en las que puede hacerte creer, aunque no quieras. Sólo espera que creer en algo con todas tus fuerzas sea suficiente, por esta vez.
Arthur, por su parte no desfallece. Lleva las preocupaciones de sus seguidores sobre sus hombros y no deja que nadie le vea dudar, caminando todo el día a la cabeza de la comitiva y practicando con espadas y escudos cuando paran para pasar la noche. La sonrisa de Arthur parece siempre real, siempre rápida en aparecer pero Merlin puede ver la preocupación merodearle la comisura de los labios, como una sombra en el límite de su visión.
Le gustaría poder decir que si se aleja es por Arthur, y en parte no sería una mentira porque cuando desaparece en los bosques, en las llanuras, en cualquier lugar que estén atravesando es para practicar su magia, para prepararse para luchar por todos ellos pero sobre todo por Arthur. Ha descubierto que si se concentra puede oir susurrar a la tierra. Puede sentarse en el suelo, enterrar los dedos entre las hojas y sentir las pulsaciones del mundo entre los dedos, el ritmo de los ríos contra sus yemas. Ha descubierto que su magia es tan suya como ellos son de la tierra, que es una asociación casi al azar pero esencial, inseparable.
Y sobre todo, en sus escapadas ha descubierto que puede sentir a Arthur donde quiera que esté, y que eso le asusta y le fascina a partes iguales. Ya pueden separarse kilómetros, Arthur avanzando, lento pero seguro hacia Camelot y Merlin corriendo en dirección contraria, que siempre hay algo que le señala la dirección exacta, que tira de él como si el impulso que le guía hubiese mutado y ahora señalase solamente a Arthur, como la aguja de una brújula mirando invariablemente al norte.
Esa es la verdadera razón de que se aleje.
Le da miedo esta conexión, no ser capaz de romperla cuando llegue el momento (todo lo que estamos dispuestos a perder, en el proceso), así que echa a correr y espera que la distancia sirva apra aflojar los lazos. Merlin entiende lo que significa ser rey, lo que significa dirigir un reino y especialmente entiende cómo y por qué no hay espacio para él, en ese plan.
Cuando vuelve por las noches el campamento está siempre tranquilo, las sombras como un envoltorio alrededor de las figuras durmientes. Merlin coloca sus mantas lo más lejos posible de la gente, con toda la intención de levantarse el primero y continuar la marcha por su cuenta. Se enrosca entre las telas, cierra los ojos y siente el corazón de Arthur latir a unos metros, como si estuviese justo a su lado.
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- Merlin. Pssst. - Merlin siente una sacudida, una mano alrededor de su hombro. - ¡Merlin!
Abre un poco un ojo, a regañadientes pero ve que es de noche todavía y lo vuelve a cerrar.
- Mmgg.
- ¿Estás despierto? - La voz insiste, colándose entre los pliegues de su sueño para tirarle del pelo.
- ¡Au!
- ¡Estás despierto! Genial. - La voz ahora es un cuerpo entero, que intenta meterse entre sus mantas con la sutileza de un jabalí, dejando que el frío le golpee todas las partes de su cuerpo que estaban agradablemente cálidas hace un segundo.
- ¿Arthur? - Merlin intenta dejarle un espacio al mismo tiempo que intenta comprender por qué Arthur se está metiendo en su cama en mitad de la noche. - ¿Qu-qué haces?
- Ehh… - Arthur se gira para mirarle, y para repentinamente de intentar colocar las mantas a su alrededor, acabando con media pierna fuera y un brazo sujetando la tela sobre su regazo. La hoguera es sólo un montón de brasas, a estas alturas pero Merlin puede distinguir los ojos de Arthur moverse de un lado para otro. - Sólo quería… No nos hemos visto mucho, últimamente.
Merlin asiente, incoporándose sobre uno de sus codos y dice ya, bajito porque el aire es estático entre ellos y el mundo está dormido. Merlin siente los oídos raros, y ya no puede oir el crepitar del fuego ni los ronquidos de las personas, pero están tan cerca que puede oir a Arthur respirar, sus pestañas moverse de arriba abajo cada vez que parpadea, su lengua pasearse por sus labios cuando los humedece. Puede sentir las manos de Arthur enroscarse en las mantas, nerviosas y tiene el impulso de sujertarle los dedos, de separárselos para volver a enroscarlos, esta vez entre los suyos. Se contiene. Suspira y nota las palabras formándose en la garganta de Arthur mucho antes de que las pronuncie.
- ¿Dónde has estado? - Y su voz suena extraña, el sonido de sus pies intentando colarse bajo las mantas mucho más prominente. Arthur carraspea y no espera a que Merlin conteste. - Mañana llegamos a Camelot.
Merlin frunce el ceño porque ya lo sabe, y Arthur ya sabe que Merlin lo sabe, así que no tiene sentido que se lo diga.
- Ya, Arthur-
- No, Merlin. No- Mañana llegamos a Camelot. - Repite, esta vez con más intención. Sus ojos brillan intensos y a Merlin se le atasca la respiración en la garganta porque lo entiende.
Que mañana llegan, que mañana se acaba. El correr, el escapar, el dar vueltas para llegar siempre al mismo sitio (siempre, siempre al mismo sitio). Que mañana les espera la muerte o la gloria, y que Arthur no puede no puede estar así. Que le ha elegido a él para compartir la que puede ser su última noche sobre la tierra y Merlin se siente un idiota por haber estado huyendo de esto, por haber estado negándoselo a ambos, demasiado preocupado por un futuro que no es seguro que llegue nunca.
Arthur exhala entre ellos, su mano buscando la abertura de su camisa, colándose por su cuello y acariciando sus clavículas, trazando los valles de su piel como si intentase memorizarlos.
En Ealdor había una mujer ciega. Se llamaba Elaine y tenía los ojos grises como el cielo invernal, y era capaz de sentirte a más de dos metros, aunque te acercases por la espalda y sin hacer el más mínimo ruido para robarle una de sus manzanas. No importa cómo lo hiciese, Elaine siempre atrapaba a Merlin en el último momento, la mano extendida para coger la fruta. Recuerda que tenía los dedos arrugados y que solía mirarle a los ojos como si pudiese verle, dibujando los ángulos de su cara hasta que Merlin tenía ganas de salir corriendo. Al final siempre le regalaba una manzana y decía, la voz temblorosa: Harás cosas grandes, Merlin, y añadía, sólo para fastidiar, Si algún día dejas de ser un idiota.
Merlin se siente un poco como Elaine, supone. La noche es tan cerrada que los ojos sirven de poco, así que los cierra y se concentra en el tacto de Arthur, las manos endurecidas por la espada deslizándose por la curva de su cuello para luego resbalar por su espalda, levantando su piel como una corriente eléctrica. Deja caer sus labios sobre el cuerpo de Arthur, sin importarle dónde aterricen porque cualquier lugar es bueno, cualquier lugar es perfecto, pero cuando descubre que acaba en el dorso de su nariz tiene que sujetarle la cara para poder presionar sus labios con más intención, repentina y completamente enamorado de ese punto. Arthur suspira un poco, mitad risa mitad gemido y Merlin siente el corazón demasiado grande, el pecho demasiado pequeño así que gruñe un poco, un temblor inofensivo y muerde los labios de Arthur, que se enrosca a su alrededor como en un acto reflejo.
Arthur le besa, largo y profundo, rodando hasta colocarse entre sus piernas, las mantas olvidadas en la base de sus pies. Pasea las manos por su espalda y Merlin siente que se marea, como cuando se subió a un árbol por primera vez y el suelo de repente parecía estar muy lejos. Arthur le sigue besando con toda la boca, con todo el alma hasta que sus erecciones chocan por casualidad y a partir de ahí pierden toda corrección.
Gimen contra la boca de otro, intentando hacer el menor ruido, respirando por la nariz como animales mientras se arrancan la ropa, las camisas enganchándose en codos demasiado puntiagudos, revolviéndose el pelo en todas direcciones por la prisa. Se tocan y sienten que el tiempo se les acaba, que lo que sea que tenga que pasar tendrá que pasar en ese momento, porque quién sabe si habrá otro momento, después.
Merlin mira a Arthur fijamente, a través de la oscuridad e intenta memorizar cada mínimo detalle, cada pequeño fragmento, en caso de que esa noche tenga que durarle toda una vida. Memoriza cómo jadea cuando le lame el cuello, desde la oreja hasta llegar al hueco de su hombro, cómo aprieta la mandíbula cuando embiste contra su pierna, como si no pudiese evitarlo. La curva elegante de su mejilla. Memoriza cómo sabe cuando le lame los labios mientras aprieta su cuerpo contra él, porque sabe diferente que cuando le besa y le introduce una mano en los pantalones. Acaricia el dorso de su mano en un impulso irrefrenable y su pie se entrelaza con el pie de Arthur, mientras se humedece un dedo para tocarle un pezón, en círculos hasta que Arthur le muerde el lóbulo de la oreja. Memoriza el azul de sus ojos. El azul de sus ojos cuando los cierra, justo un segundo antes de besarle. Merlin le toca la parte de atrás de su rodilla y susurra ¿Alguna vez te han tocado aquí? Y Arthur responde, hazlo tú. Merlin no sabe si esta será la última noche, entre ellos o de su vida pero quiere hacer que valga por muchas otras.
Arthur gime, repentinamente y le araña la espalda, como si le costase esperar, como si no pudiese aguantar un segundo más y se da la vuelta, haciendo que Merlin sea el que esté entre sus piernas.
- Arthur, no-quiero. Quiero. - A Merlin le cuesta pensar con claridad pero sabe lo que quiere, en ese momento, así que vuelve a hacer que rueden, las mantas enredándoseles entre las piernas, los hombros de Arthur imposiblemente amplios bajo sus dedos. - Lo quiero así.
- Vale. - Arthur traga saliva, algo sorprendido pero demasiado caliente para importarle.- Sí. Vale.
Los dedos de Arthur son torpes por las prisas, por los nervios y por todo lo demás que les hace estar al borde de algo gigante, terrible. Que les hace atreverse a todo y sentirse capaces de cualquier cosa, por imposible que parezca. Buscan entre sus piernas y se introducen, uno a uno, hasta que Merlin sisea y le sujeta de la muñeca. Arthur para, asustado pero Merlin le empuja más hacia dentro, ayudándose con sus caderas. Arthur mira la mano entre sus cuerpos, como si no se lo creyese y se lanza sobre Merlin, besándole desesperadamente, mucha lengua y mucho, muchísimo entusiasmo, y se mueve de tal manera que roza el interior de Merlin con los dedos, lento, muy lento y Merlin está seguro de que se está muriendo, todo el aire abandonando su cuerpo de golpe.
Merlin tarda un buen rato en darse cuenta de que está hablando, sin parar, sin sentido. Dice, gime, suplica (fóllame fóllame fóllame Arthurfóllame y quiero- y te quiero), mientras se retuerce sobre las mantas, mientras lame el sudor de la frente de Arthur como si fuese agua bendita. Arthur aparta sus dedos y se baja los pantalones a toda prisa, colocándose entre sus piernas y acariciándole el pelo de la frente, bajando por el lateral de su cabeza hasta curvar su mano sobre su oreja, sonriendo contra sus labios antes de penetrarle.
- Vamosvamosvamosvamos.
- Shhh, ¿es que no sabes estarte callado ni un segundo? - Dice Arthur, algo temblorso antes de embestir imposiblemente despacio, y Merlin le tiene que morder el hombro, con fuerza hasta que Arthur grita contra su pelo y se introduce del todo, de golpe.
Arthur duele como nada, duele incluso en sitios que no sabía que exsitían. Y es profundo y extraño, pero se queda un rato callado, un rato inmóvil antes de empezar a moverse, y cuando por fin lo hace suelta un sollozo, una especie de jadeo desesperado que le nace de muy adentro, y Merlin se olvida de todo. Se olvida de cómo y cuánto y hasta cuándo va a estar doliéndole, porque Arthur se está muriendo tanto como él, y morir parece repentinamente un concepto bastante menos terrible.
- AhhhhhhhhMerlin. - El ritmo de Arthur parpadea, falla, sus dedos calvándose en el pecho de Merlin, como si intentase llegarle al corazón a través de la piel. Merlin intenta seguirle, notando el orgasmo casi al alcance de la mano, y enrosca sus dedos, toda la mano alrededor de su erección. Arthur encuentra un momento entre su propio orgasmo para entrelazar sus dedos con los de Merlin, el contacto sobre su polla repentino y sublime, brillante y Merlin se está corriendo con él, entre estertores, con demasiada fuerza y sin estilo sobre los dedos de ambos.
Tardan un buen rato en recuperarse, respirando trabajosamente todavía cuando el gris de la mañana empieza a teñir el cielo. Esperan los dos tumbados, el uno al lado del otro, los estómagos manchados y enfriándose poco a poco, el sudor evaporándose de la superficie de su piel. Arthur hace un intento de cubrirles con las mantas y suspira. Merlin le mira a través del flequillo, que cae demasiado largo sobre sus ojos.
- Así que. - Intenta Merlin, carraspeando un poco, la cabeza todavía algo lenta. - Camelot.
- Eso parece. - Asiente Arthur, mirándole. Merlin tarda en decir lo siguiente, el valor un poco equivo bajo la luz del día.
- Pues - empieza, para. Vuelve a empezar. - Pues necesitarás una reina, supongo.
- Supongo.
Merlin asiente, suspira e intenta incorporarse. Necesita limpiarse, vestirse, echar a correr de nuevo, llegar a Camelot y terminar con todo de una vez. Merlin se encoge de hombros y no es como si no lo hubiese sabido desde el principio, pero la luz de la mañana no perdona y todo parece más áspero, más agridulce, un poquito más inesperado.
- Hey. Hey. - Arthur le sujeta del brazo, frunciendo el ceño. Le mira en silencio, pensativo, la pregunta en la punta de la lengua pero debe ver algo en sus ojos porque parece entenderlo, de repente, y dice Merlin. Dice Merlinmerlinmerlin, húmedo contra su cuello, trepando por su cuerpo hasta que sus frentes se tocan, las manos ansiosas por ser entendidas sobre sus sienes. - También- también voy a necesitar un consejero, Merlin, alguien que esté siempre a mi lado.
Merlin tarda un segundo, dos, tres, hasta que siente algo enorme explotar dentro de su pecho, en un millón de piezas más pequeñas que flotan antes de caer en espiral, todas gritando Arthur.
- ¿Tú crees que saldrá bien? - Pregunta contra sus labios, y está preguntando ¿crees que ganaremos? y ¿crees que sobreviviremos? y ¿crees que esto es de verdad de verdad posible? y todas las preguntas entre medias. Arthur se aparta bruscamente, la pérdida del contacto como una bofetada gélida. Se da la vuelta para buscar entre las bolsas de Merlin, rebuscando dentro de los bolsillos hasta que Merlin pregunta ¿qué-
- ¡Ajá! - Grita Arthur triunfante, antes de lanzarle algo diminuto, dorado, que gira con un sonido metálico por el aire para aterrizar sobre su palma.- Sabía que esa parte no había sido un sueño.
Arthur sonríe la mejor de sus sonrisas, increíblemente guapo a pesar del cansancio y a Merlin le cuesta apartar la vista para mirar su mano, donde descansa la moneda de caras desdibujadas, la muesca tallada hace tanto tiempo diciendo claramente sí. Diciendo sí a todo.
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Las banderas de Camelot ondean como nunca, frenéticas en lo alto de sus mástiles, como dándoles la bienvenida por encima de las torres. Merlin devuelve la vista a la calle donde la gente se mueve de un lado para otro, hablando en voz demasiado alta, riendo con poca convicción. Se pregunta qué habrá pasado en el tiempo que han estado fuera para que la gente ya no se sienta segura ni en su propia ciudad. Se apoya contra la pared y ajusta la capucha alrededor de su cabeza, mirando discretamente a ambos lados, esperando.
Lancelot y los otros ya tendrían que haber vuelto. No pueden tardar tanto en-
- Merlin.
Se gira, sobresaltado y ve a Lancelot apoyarse junto a él, los otros tres hombres hablando entre ellos unos metros más atrás para no levantar sospechas.
- Hay una especie de ceremonia. - Murmura, ajustándose la armadura por debajo de la túnica. - No es una coronación. Parece más bien-
- Un nombramiento. - Dice Merlin. Él también ha oído a la gente hablar. - Van a nombrar a su hijo heredero oficial.
- Ah, perfecto entonces. - Dice Lancelot tocándose la barbilla, pensativo. Merlin le mira atónito, ¿cómo puede ser eso perfecto? Lancelot pliega los labios dentro de la boca para no reírse (por educación, supone) y le dice, despacito. - Eso significa que estarán todos juntos. En la sala del trono.
- ¡Ah! Claro. - Asiente Merlin, la tela de su capucha ondeando por el movimiento. Carraspea. - Por supuesto.
- También - Lancelot parece dudar un momento antes de seguir, bajando la voz. - Merlin, el rey parece haber estado ejecutando gente desde que llegó. Todos estaban acusados de traición.
El corazón de Merlin se retuerce dolorosamente en su pecho y piensa si sólo hubiésemos llegado antes. Asiente con un movimiento seco, echa a caminar hacia las puertas del castillo e intenta no pensar en nadie en concreto. Ya han perdido demasiado tiempo.
Entrar en el castillo es sorprendentemente fácil. Merlin empieza a sospechar que podrían haber entrado todos a la vez sin levantar la más mínima sospecha, porque la gente del pueblo no para de entrar y salir libremente, los guardias demasiado ocupados mirando a los sirvientes colgar los estandartes para fijarse en ellos. Hay un aire de urgencia, de inquietud, como si todo hubiese sido preparado con prisas, y la sala del trono se está llenando poco a poco cuando pasan de largo.
- ¿Dónde está? - Pregunta uno de los hombres, Thom, mirando nerviosamente en todas direcciones.
- Aquí mismo. - Susurra Merlin, agachándose para caber en el hueco de la escalera.
El pasadizo es estrecho y está camuflado detrás de tres tapices superpuestos, y sólo se puede abrir desde el interior, la cerradura una masa complicadísima de mecanismos internos. Arthur asegura que es uno de los primeros pasadizos de escape que se construyeron en el castillo, y que sólo él y su padre lo conocían. Merlin supone que algo tendrían que tener a su favor.
Extiende la mano y nota la magia engancharse a los engranajes de la cerradura, retorciéndolos en todas direcciones hasta que algo hace click y la puerta se abre con un suspiro mudo, el interior más oscuro que la noche.
- Vale. Ahora sólo queda enviarles la señal. - Merlin se acerca hasta a ventana, mientras los otros cuatro hacen guardia a su alrededor.
Saca las manos por los barrotes, poniendo una sobre otra, dejando un hueco entre ambas. Se concentra hasta que le arden las palmas y unas plumas le cosquillean las yemas, y al separar sus manos ve un pequeño halcón mover el pico en una protesta sorda. Merlin se acerca las manos a sus labios y sopla entre las alas del animal, suavemente, pensando vuela. El halcón pía, terriblemente alto y Merlin no puede evitar la sonrisa cuando se eleva hacia las nubes.
- Avisa a Arthur. - Susurra, viendo al animal girar en el aire antes de fijarse en un punto y lanzarse como una flecha, en dirección al suelo.
Cuando se da la vuelta se encuentra a todos los hombres mirándole, atónitos. Lancelot es el primero en recuperarse, cerrando la boca y echando a caminar en dirección a la sala del trono en largas zancadas.
Es evidente, cuando llegan que los reyes han tirado la casa por la ventana para la ocasión. Los estandartes de Caledonia y de los Caereni brillan azules y verdes en cada esquina, extraños a los ojos de Merlin, y las velas iluminan la estancia en soportes de oro. Han colocado espejos de plata en diferentes puntos de la estancia, multiplicando la luz y haciendo que la sala parezca increíblemente grande, reflejándose hasta el infinito sobre ellos. Toda la ciudad parece concentrarse dentro de la sala del trono, aunque Merlin sabe que la mayoría estará en la plaza del castillo, esperando por las noticias.
Merlin mira a Lancelot y a los demás y asiente, todos tomando posiciones, mezclándose entre la gente que murmura, excitada o preocupada detrás de pañuelos de encaje. Merlin hace lo posible por pasar desapercibido, bajándose la capucha pero apartando la mirada, por miedo a que alguien le reconozca. Avanza hasta la izquierda de la sala, casi hasta la primera fila, disculpándose con los cortesanos que levantan la nariz, altivos, cada vez que choca contra ellos.
Desde su posición puede ver los tronos, vacíos en el final de la estancia, y espera pacientemente a que comience la ceremonia. Aprovecha para comprobar que los otros han podido llegar sin problemas, y ve a Lancelot en el otro extremo, justo detrás de un grupo de guardias. Thom y Phil están un poco más atrás, hablando entre ellos a unos metros de los hechiceros de la reina. Tarda un poco más en encontrar a Bryce, que es un hombre pequeño y que puede hacer algo de magia, pero le ve junto al pasillo, hablando con una mujer.
Merlin tiene que entrecerrar los ojos, mirar un par de veces más, porque la mujer con quien está hablando Bryce es Morgana, que sonríe, preciosa en su vestido blanco. Merlin exclama, sorprendido, su corazón bailando en el pecho. Merlin ya había dado por hecho que- pero si Morgana sigue viva- Mira frenéticamente a su alrededor, aferrándose a la esperanza como un náufrago a un salvavidas, buscando entre la multitud la cabeza canosa de Gaius. Le parece verlo en el borde de su visión, entrando por la puerta, pero cuando ajusta sus ojos se da cuenta de que es Geoffrey de Monmouth, que avanza por el pasillo, cojeando ligeramente hasta los tronos. Merlin siente cómo se le cae el alma a los pies, pero se frota los ojos rápidamente porque los reyes están entrando justo detrás.
Merlin siente todo su cuerpo tensarse como una cuerda. Caradoc avanza entre la gente y todo el mundo contiene la respiración, Boudica y su hijo tras sus talones. Es la primera vez que Merlin ve a la reina, y tiene un aire salvaje que la hace contrastar terriblemente con las maneras refinadas de Caradoc. Para empezar, Boudica no lleva vestido, lleva una especie de túnica que se abre a ambos lados de sus piernas, dejando ver unos pantalones que parecen de montar y muestra la corona con orgullo, como un guerrero lleva su espada, su expresión tan gélida que le hiela la sangre en las venas. Caradoc sonríe a la corte, carismático, su pelo rojo brillando como el fuego bajo la luz de las velas.
- ¡Camelot! - Hace un gesto amplio con una mano, apoyando la otra en la empuñadura de su espada, discretamente, como una amenaza velada. Su voz arrastra las vocales con acento norteño. - Bienvenidos. Sé que han sido tiempos difíciles para todos, creedme que lo entiendo. - Caradoc sonríe y a Merlin le dan ganas de pegarle un puñetazo en su perfecta cara. Arthur, dónde estás.
- Sé que hemos tenido que tomar medidas drásticas, pero os aseguro que era todo necesario. Era necesario acabar con las malas hierbas que infectaban el reino para poder empezar de cero. - Caradoc pasea ante su corte, sus botas golpeando el suelo con intención. - Pero ahora, hoy, podemos dejar de pensar en el pasado y empezar a mirar al futuro. - Caradoc sonríe a su mujer, que asiente y empuja a su hijo hacia adelante. Merlin le mira, atónito porque el niño no puede tener más de diez años, la lujosa ropa colgando casi como un chiste de su pequeño cuerpo. - Hoy mi hijo será nombrado heredero del trono de Camelot y de Caledonia. Hoy mi hijo sellará nuestro poder, nuestro compromiso con estas tierras. Hoy, Mordred de Caledonia se convertirá en el único y verdader-
- ¡No tan deprisa!
El sonido de las puertas golpeando la roca retumba por toda la sala, haciendo vibrar los espejos de las paredes. Hay una exclamación colectiva, todas las cabezas girándose al mismo tiempo hacia Arthur, que entra, la armadura reluciente, las personas de Keswick extendiéndose como un abanico a sus espaldas. Merlin pone los ojos en blanco porque de verdad, no podría haber hecho una entrada más dramática.
- ¡Arthur! - Caradoc le mira, los ojos azules muy abiertos. Sus rasgos perfectos se arrugan en una mueca de furia, y grita. - ¡Tendrías que estar muerto!
- No dudo que eso sería muy conveniente para ti. - Arthur avanza hacia el frente de la sala, el ceño fruncido. La gente le mira boquiabierta, como quien ve un fantasma. Arthur se arranca el guantelete de la mano y lo hace volar, sin más miramientos, hasta que aterriza contra las botas del rey.
- Tienes que estar de broma, ¿un duelo? - El labio de Caradoc se levanta en una mueca despectiva.
- Es lo honorable, un combate uno a uno. - La voz de Arthur tiembla por la rabia. - Y sobre todo es muchísimo más de lo que tú te mereces. - Arthur agarra la empuñadura de Excalibur con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos. - Te estoy dando la oportunidad de luchar como un hombre por el reino que me has robado como una rata.
Caradoc emite un rugido de furia y golpea el guantalete de Arthur con su bota, estampándolo contra la pared. A partir de ahí es como una vorágine, todo poniéndose en movimiento al mismo tiempo. Arthur desenvaina y su espada brilla como rayo en el cielo. Caradoc se atasca por las prisas, intentando desencajar una espada que está más pensada para adornar que para luchar. Los guardias se pliegan alrededor de las personas de Keswick, que intentan sacar a los habitantes de Camelot de la sala a toda prisa. Merlin tiene el tiempo justo para ponerse en movimiento cuando ve a Boudica empezar a pronunciar un hechizo, sus labios moviéndose a toda prisa, mirando a Arthur.
- ¡No! - El rayo le sale de los dedos sin pensarlo, como una corriente interna e imparable y golpea a Boudica en medio del pecho, haciéndola caer contra los tronos.
- ¿Quién eres tú! - Grita la reina, mirándole con fuego en los ojos. Merlin tiene todavía la mano extendida, el sonido de las espadas ensordecedor a su alrededor.
Merlin no tiene la capacidad de espectáculo que tiene Arthur, así que se encoge de hombros y vuelve a lanzar el rayo. Esta vez la reina se aparta en el último momento, rodando por el suelo y mirándole con odio, enseñándole los dientes como un animal salvaje. Boudica mueve ambas manos en un gesto violento y Merlin hace añicos el trono que le lanza un segundo antes de que entre en contacto son su cuerpo, cientos de astillas clavándoles sobre su piel. Boudica le mira sorprendida, pero Merlin cree que ya es suficiente, la magia latiéndole urgente en los dedos. Siente el hechizo rodar por su lengua, las palabras antiguas y terriblemente poderosas en su garganta. El hechizo burbujea por su cuerpo y sale de sus dedos como una fuerza invisible pero letal, golpeando a la reina por todas partes hasta que se derrumba sobre el suelo, sin vida.
Merlin no se para a mirar el cuerpo inerte de la reina, demasiado preocupado por todo lo que está pasando a su alrededor. Arthur está luchando con Caradoc a vida o muerte en el centro de la sala, los movimientos de sus espadas tan fugaces que son casi invisibles. A Merlin se le cierra la garganta. Están demasiado igualados.
- ¡Aahhh! - El grito hace que Merlin aparte la mirada y ve, entre el caos de amigos y enemigos luchando por su vida, a Lancelot caer al suelo agarrándose el estómago, la sangre escapándose de entre sus dedos. Merlin corre, apartando a un guardia que intenta atacarle con una corriente de magia que le deja sin sentido, y se agacha junto a su amigo, susurrando nonononono, agarrándole la cabeza.
- Mer-lin - Lancelot tose sangre, y Merlin intenta parar la hemorragia con sus manos. - Dile- dile a Gwen-
- Cállate. No le pienso decir nada a Gwen. - Contesta, las lágrimas amenazando con escaparse de sus ojos. - Ya se lo dirás tú cuando la vuelvas a ver.
Lancelot se ríe, trabajosamente y Merlin urge a su magia a que se dé prisa, pensando vamosvamosvamos. Por fin la ve fluir, dorada y poderosa, en pequeños ríos sobre la piel de Lancelot, concentrándose alrededor de su herida como un millón de hilos de oro. Merlin puede sentir la carne cerrándose, la sangre volver a fluir dentro de las venas, la piel cerrándose casi por completo y deja de presionar la herida cuando nota que Lancelot no se va a morir, al menos no en ese momento. Arrastra su cuerpo inerte hasta una esquina, apartándolo de la batalla.
Tres Caereni se acercan por su espalda, las capas ondeando amenazantes, y Merlin está terriblemente harto de que intenten matarle, así que no se lo piensa cuando les golpea a los tres con una magia tan poderosa que les rompe varios huesos contra la piedra del castillo.
- ¡Merlin! - Merlin gira la cabeza a toda prisa hacia Arthur, que le grita entre golpes de espada. Caradoc gruñe por el esfuezo. - ¡El niño! - Arthur hace un movimiento con la cabeza, señalando a una puerta lateral donde Merlin ve desaparecer el final de la capa de Mordred.
Las piernas le protestan pero echa a correr como nunca ha corrido, sorteando toda clase de obstáculos, intentando no buscar conocidos entre los cuerpos (la situación demasiado familiar) hasta que llega hasta la puerta, que se cierra con un golpe ensordecedor a sus espaldas.
El viento se arremolina en las esquinas del pasillo, silbando entre las rendijas como susurros fantasmales, y los ojos de Merlin tienen que ajustarse a la oscuridad antes de poder distinguir dos figuras paralizadas en medio del corredor.
- ¿Morgana? - Su voz suena queda, diminuta, pero corta el silencio repentino como un trueno. Morgana se da la vuelta, sus manos alrededor de los hombros de Mordred, los ojos rojos por las lágrimas.
- Merlin. - Solloza.- Merlin, tienes que entenderlo- Es un niño, nada más.
Merlin mira los ojos de Mordred, que brillan fríos, inertes, y no sabe por qué pero siente que es mucho más que eso.
- Pero tú estabas de su parte, ¿no? - Merlin siente la revelación caer pesada en el pecho. - ¿no? Por eso te perdonaron la vida. Estabas de su parte a pesar de que mataron a Gaius, a pesar de que habían matado a Uther-
- ¡Uther era el verdadero asesino! - Chilla Morgana, los ojos brillando furiosos entre las lágrimas. - ¡Sacrificó a cientos de personas inocentes y tú lo sabes! ¡Tú podrías haber sido uno de ellos!
Merlin se atraganta con las excusas, las palabras de Morgana tocando algo en su pecho demasiado parecido a la verdad.
- Aún así. Arthur ha vuelto, Arthur va a ser el rey. - Dice, desesperado. - ¡Arthur no es su padre!
Morgana le mira repentinamente tranquila, el viento levantándole el pelo en todas direcciones.
- Ojalá yo creyese en eso tanto como tú, Merlin. Ojalá que sí. - susurra Morgana, plegándose contra el cuerpo de Mordred, un torbellino apareciendo a su alrededor antes de desaparecer.
Merlin no sabe si es su imaginación o es realidad, pero le parece oir Nos volveremos a ver, en sus oídos, la voz desconocida retumbando como una amenaza dentro de su cabeza, justo antes de que el aire se vuelva estático otra vez en el corredor.
Merlin siente algo punzante en el pecho que no tiene que ver con la fatiga, pero aparta esa sensación por el momento y no malgasta ni un segundo más, dándose la vuelta a toda prisa para volver a entrar en la sala del trono, justo para ver el momento en el que la espada de Arthur se hunde en el cuerpo de Caradoc, la cara retorcida en una mueca de dolor. Arthur levanta la vista, poco a poco, mirando la destrucción a su alrededor. Pocas personas quedan en pie, amigos y enemigos muertos por igual, los espejos rotos y fuegos ardiendo aquí y allí. Arthur desencaja la espada con dificultad y brama:
- ¡Vuestro rey ha muerto! - El sudor le pega el pelo a la frente y mira a su alrededor, a los pocos Prydryn que quedan en pie. - ¡Ya no tenéis que luchar por él! - Arthur se levanta, altivo y más real que nunca, mirando a sus enemigos a los ojos, uno a uno. - Todo el que se rinda será libre de unirse a nosotros o marcharse del reino.
Los Prydryn se miran entre ellos un segundo, y acto seguido sueltan todas sus armas al unísono, dejándolas chocar contra el suelo con un sonido metálico. Se ponen de rodillas trabajosamente, agachando las cabezas ante Arthur, que asiente, dejando caer sus hombros por el cansancio cuando cree que nadie le puede ver.
Pero Merlin le está viendo, porque Merlin siempre le ve, y cuando sus ojos se encuentran Merlin sonríe y agacha la cabeza, también.
Mi rey.
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Las banderas de Camelot parecen mucho más pequeñas desde la distancia, perfectas y brillantes, el signo de una nación, pero una vez subes a lo más alto de la más alta torre te das cuenta de que sólo son grandes trozos de tela que ondean descoloridas, luchando contra el viento. Merlin suspira y se apoya junto a Arthur en una de las almenas, sin mirarle.
- Ha sido una gran victoria.
Arthur niega un poco con la cabeza, el viento revolviéndole los mechones en todas direcciones.
- No lo parece.
Merlin intenta sonreír, el gesto algo esquivo y rebusca entre sus bolsillos. La moneda está fría contra la palma de su mano cuando la posa con un clink sobre la piedra, la muesca mirando hacia arriba.
- Era tu destino.
Arthur mira la moneda de reojo y frunce la boca, respirando por la nariz.
- ¡Estoy harto del destino! - Grita Arthur, repentinamente, golpeando la piedra con el puño cerrado, la fuerza de su voz perdiéndose un poco en el viento. Aprieta los dientes antes de continuar. - Estoy harto de sentir que mi vida está planeada de antemano, que todo tiene que ocurrir por una maldita razón. Que me guste o no va a acabar ocurriendo. - Se da la vuelta, frustrado. - ¡A la mierda con el destino!
Merlin abre la boca y no sale ningún sonido, pero cuando lo hace es un ronco, un casi imperceptible,
- Vale. - Susurrado a la espalda de Arthur.
- ¿Cómo? - Arthur se gira, mirándole algo sorprendido.
Merlin se aclara la garganta.
- Digo que vale. Que a la mierda con él. - Sonríe, algo indeciso, algo valiente, y golpea la moneda con el dorso de su mano, haciendo que salga volando en dirección al suelo. Mira a Arthur y se encoge de hombros. - ¿Y ahora qué?
Arthur le mira, la boca abierta, la risa saliéndole casi sin querer. Se acerca unos pasos hasta que sus pies se rozan, mira el camino que ha seguido la moneda y mira a Merlin de nuevo, como si no se lo acabase de creer.
- Ahora, supongo… - Dice, tragando saliva, acariciándole la parte de atrás de la oreja con un dedo,tentativo. - Supongo que lo que nosotros queramos.
Y Merlin le besa porque, en serio, en ese momento no se le ocurre nada que pueda querer más.
- Fin -