ANTERIOR2.
-¡Au! Mierdajodercoño. Coño coño coño -Angel aprieta los dientes y sisea-. ¡Ah!
Algo hace clack en la cavidad hueca de su pecho y Angel cierra los ojos con fuerza, pensando que nunca va a poder acostumbrarse a la puta sensación de tener a alguien ajustando tuercas dentro de su cuerpo. Presiona la mejilla sobre la silla reclinable que Kai ha modificado para la ocasión y Fang Song suspira desde el centro del almacén, como si supiese que está siendo ignorada.
-Shhh. Ya queda poco -Kai aprieta un tornillo en su espalda, haciendo que algún engranaje gire en dirección contraria durante un segundo. El dolor corre como una descarga por la espalda de Angel.
-¡Ahh! Tu puta madre, tewanense del demonio. No te atrevas a- ¡ah! Mandarme callar -Angel tira de las correas que tiene atadas a las manos, sin poder evitarlo, el cuero clavándose en la piel de sus muñecas hasta que le cortan el flujo sanguíneo. Kai chasquea la lengua detrás suyo, dice una más y ya está y hace algo que provoca que Angel sienta la piel del revés durante los peores cinco segundos de su vida.
Minutos después Angel todavía está jadeando sobre la silla, las manos blancas y las piernas temblando por tenerlas en tensión demasiado tiempo. La pared frente a él está cubierta por una extensión de papeles azules que crece cada día, las ideas de Kai reflejadas en una mezcla algo caótica de cálculos, anotaciones y dibujos indescifrables que Angel intenta entender aunque su miopía (esa que se niega a aceptar que tiene) no coopere.
Kai termina de cerrar la placa de su espalda, todas las piezas encajando y haciendo clic, y presiona los dedos sobre los músculos delicados donde el metal se une a la carne, antes de rociarle con un spray que hace que le pique la piel (para evitar infecciones). Angel parpadea y Kai aparece en su campo de visión, las gafas de aviador sobre los ojos y una sonrisa completamente fuera de lugar en los labios.
-Bueno, ha ido bien la cosa, ¿no? -declara, limpiándose la grasa de las manos en un trapo blanco.
-Espero que sea la barrera lingüística la que habla y no tú, porque eso no ha ido bien en absoluto -Angel se lame el sudor del labio superior, y gime un poco cuando Kai empieza a deshacer las correas de sus muñecas y de sus brazos, la sangre volviendo a sus extremidades tan rápido que duele.
Angel se frota la piel con dedos torpes.
-Hm. Desde luego estoy aprendiendo un montón de vocabulario nuevo con estas sesiones -Kai habla sin prestarle mucha atención mientras limpia sus herramientas en el lavabo, y Angel no mira pero sabe que están manchadas de una mezcla de aceite y sangre.
Frunce el ceño, respirando pesadamente contra el cuero de la silla y mueve el brazo izquierdo con cuidado. Cuando siente que se marea deja de intentarlo, el sudor de su espalda evaporándose en el aire del almacén. Hay una brisa ligera dentro de la habitación, y aunque hace días que no llueve es como si la humedad se hubiese quedado en las esquinas, el frío encajado entre las líneas de los raíles.
Kai le mira por encima del hombro, sus dedos lavando un destornillador con precisión milimétrica.
-Creo que deberías tomar talco -No puede verle la cara pero suena un poco más suave, menos sonriente desde esta perspectiva, como suena cuando está trabajando en su espalda, y Angel se pregunta qué versión de Kai será la verdadera-. No es bueno que aguantes tanto dolor.
-Ya te he dicho que no quiero -gruñe, incorporándose lentamente sobre la silla, el brazo derecho rodeando sus costillas, con la desagradable sensación de que va a romperse en cualquier momento, a caer al suelo pieza por pieza, como si Kai se hubiese dejado algún tornillo sin ajustar.
-Pero no entiendo por qué -Kai se gira y le mira con las palmas extendidas, el agua goteando desde sus antebrazos hasta el suelo-. En dosis pequeñas-
-Porque no quiero -interrumpe Angel, bruscamente.
Mira a su alrededor, buscando su camisa, y Kai se apresura a alcanzársela. Duda un momento antes de ayudarle a meter los brazos, sus manos mojadas humedeciendo su piel aquí y allí, y se arrodilla frente a él para abrocharle los botones como si fuese un niño pequeño. Desde tan cerca Angel puede ver sus ojos cansados detrás de las gafas, las manchas de aceite sobre su nariz, como si se hubiese frotado sin darse cuenta. Angel aparta la mirada.
-No pienso volver a tomar esa mierda blanca. Es. No es buena.
Kai suspira y se sienta sobre sus talones, dejando caer sus brazos entre sus rodillas hasta que sus manos tocan el suelo. Su pelo se pega en espirales azules a su frente y cuando sonríe parece extrañamente forzado.
-No es que yo esté de acuerdo con las medidas del Establecimiento, pero cuando avancemos el dolor va a ser mucho peor.
Angel aprieta los labios, recostando su espalda donde antes tenía el pecho, y piensa en la gente que se esconde en los callejones para fumar talco porque tienen los brazos demasiado destrozados para inyectárselo. La mayoría de los adictos son personas como él, personas rotas y vueltas a coser con partes de metal como algo salido de un cuento de terror, y todo porque el Establecimiento no predijo hasta qué punto el tratamiento paliativo para los pacientes de biomecánica causaría adicción. No que ahora importe una mierda lo que piense el Establecimiento, claro, porque el tráfico de talco está fuera de sus manos y bien dentro de las del cartel tewanense.
Angel ha estado en la guerra y no cree que haya nada más parecido al infierno sobre la faz de la tierra, pero también cree que lo que queda después es mucho peor que ningún infierno.
-Busca otra solución, Kai -Angel nota la lengua torpe al hablar. Una lámpara se balancea sobre su cabeza y siente cómo sus párpados caen al mismo ritmo, sus partes de metal más pesadas de lo normal sobre los huesos-. No pienso probar eso nunca más.
Angel no sabe si Kai contesta porque no está despierto para oírlo, pero antes de dormirse, justo en ese segundo que hay entre el sueño y la vigilia, ve la cara de Georgia, joven y triste y algo querida, después de tanto tiempo, y es extraño.
No ha pensado en ella en años.
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Hace tanto frío que el aire se convierte en vapor frente a sus bocas, pequeñas volutas blancas que se unen a medio camino para luego elevarse y juntarse con el humo que sale del puesto. El aire se arruga alrededor del calor que desprende la comida, los bordes del papel enroscándose contra la brisa marina, y cuando mira hacia arriba es como si no hubiese sol en el cielo, sólo una expansión de claridad cubriendo la curva elevada de la atmósfera.
-¿Y qué dice que lleva esto? -Kai se inclina e intenta asomarse a la ventanilla del puesto, donde un hombre de unos dos metros prepara comida en el espacio reducido de su cocina móvil.
-Se llama “Misterio de Mool Boran”. Es un misterio -el hombre le mira con el ceño muy fruncido, salteando algo verde e indefinido en su sartén.
Kai mira las rodajas grises en su plato de cartón, el aceite empapando el papel de debajo. Angel suelta una risa por la nariz, apoyando su espalda contra la pared metálica del puesto.
-No quieres saber lo que es, Kai, de verdad que no -dice, robándole una con dedos rápidos y lanzándola dentro de su boca con puntería impecable.
Kai le mira y sonríe, su aliento dibujando una nube gris y resignada en el aire. Rebusca entre las herramientas de su cinturón, perpetuamente atado alrededor de su cintura, y saca algo que podría ser un tenedor pero que seguramente no lo sea. Pincha con cierta prudencia una de las rodajas grises y se la acerca a la boca, antes de morderla con extrema cautela.
-Mmm -mastica-. Mmm… -Kai abre mucho los ojos, el marrón brillando con fascinación infantil-. ¡Pero si está rico!
Angel sonríe, sin poder evitarlo.
-Claro que sí. Pero es como todo en Mool Boran: si es bueno, es mejor no preguntar por qué -Angel le golpea un poco el hombro y Kai camina a su lado, los ojos fijos en el recientemente descubierto manjar.
El muelle está menos concurrido a estas horas, los trabajos del día repartidos hace horas entre los más madrugadores. Hay un grupo de marineros jugando a las cartas sobre la mercancía de su barco, la palabra FRÁGIL escrita en letras gruesas y diagonales, y cuando uno de ellos pierde golpea con un puño gigante la madera, haciendo saltar las monedas y las cartas y levantando sonidos cristalinos desde el interior de la caja.
-¡Coño, Pete, ten más cuidado!
El paseo marítimo sigue por la línea de la bahía, pasando de largo por los almacenes y las garras mecánicas de las grúas, saliendo al mar como si intentase escapar de la ciudad. El aire les golpea con fuerza cuando abandonan los rincones protegidos del muelle, dejando atrás la sombra gigantesca de los barcos de mercancías, que se balancean como bestias marinas sobre el agua oscura. Una bandada de gaviotas vuela sobre sus cabezas, sus chillidos agudos perforándoles los oídos.
-Oh -Kai se acaba su ración y mira a su alrededor, como si no se hubiese dado cuenta de que estaban andando hasta ahora, su abrigo violeta ondeando con violencia contra el viento-. ¿A dónde vamos?
-A -Angel señala vagamente el final de paseo marítimo, donde las olas impactan contra la piedra y se levantan como si intentasen caminar por el mismo camino que ellos.
-¡Ohh!
Kai no espera por él, dejando caer el plato de cartón dentro de uno de sus bolsillos violetas y echando a correr sobre el camino húmedo, sus pies botando con excitación sobre los charcos. Angel le ve alejarse como una mota colorida y nerviosa, y pliega los labios dentro de su boca antes de seguirle a un paso mucho más normal, la madera chirriando y hundiéndose bajo sus pies.
-Le llaman el Rincón de las Rosas -dice cuando le alcanza, levantando la voz para hacerse oír sobre el rugido de las olas y el viento.
Kai está inclinado sobre la barandilla, su pelo agitándose en ondas imposibles, sus manos sujetándose al metal con fuerza. Sopesa la información durante un segundo.
-Es un nombre poco común.
-Es una vieja leyenda urbana. Estoy seguro de que en Tewan tenéis un millón parecidas. No es demasiado buena, de todas formas -Angel se apoya junto a él en la barandilla, resistiendo el impulso de abrocharle el abrigo como si fuese una señora mayor, para cubrir esa parte en su cuello que parece tan dada a resfriarse. Cuando Kai no contesta Angel carraspea y lo toma como una invitación para seguir-. Es sobre una vendedora de flores que una vez conoció a un marinero. Se acercó a su carro y dijo que había venido para darle cien rosas a la mujer más bonita de Mool Boran, y cuando la mujer le preguntó quién era la afortunada él contestó que no estaba seguro pero que se había cansado de buscar. Todo un romántico, ¿eh? -Angel mira a Kai de reojo, pero el chico está jugueteando con la correa de sus gafas y no le devuelve la mirada. Se lame los labios-. Nadie se pone de acuerdo en cómo sigue la historia. Algunos dicen que él volvió a su ciudad natal, al otro lado del mar, y que la vendedora venía a dejar una rosa por cada día que estaban separados. Otros dicen que la mujer no quiso marcharse con él, y que dejaba flores porque el marinero la había maldecido a vivir solamente cien rosas, una por cada día -Angel se encoge de hombros, tamborileando los dedos contra la barandilla-. En cualquier caso todo el mundo coincide en que la mujer vino aquí una noche de tormenta, y que por la mañana ya no estaba.
Angel está a punto de contarle su versión de la leyenda, en la que la mujer sólo quería escapar de Mool Boran y le daba más o menos igual el marinero. Que venía todas las noches esperando a que algún barco quisiese llevársela lejos. A Angel le gusta pensar que al final consiguió escapar esa noche de tormenta y que por eso nadie la volvió a ver nunca, y no se siente ni un poco culpable porque esa es la cosa con las historias, ¿no? Cada uno es libre de hacerse la suya.
Pero cuando se gira para decírselo a Kai, se da cuenta de que ya no está mirando al mar sino hacia la ciudad. Desde esta posición se ve perfectamente la suave ondulación donde se sienta la parte alta de Nueva Roma, como una flor extraña, asomando por encima de las chimeneas de los barcos y de las fábricas de Mool Boran. Está al otro lado del río pero ya podía estar al otro lado del mundo. Los tranvías suben por calles inclinadas, los cables cubriendo las laderas de la ciudad en una tela de araña metálica, y las ventanas reflejan la luz como los lados pulidos de un diamante. Los edificios brillan con una luz diferente, por la falta de polución o por la distancia, y el complejo del Establecimiento es como un castillo en lo más alto, imponente e impenetrable, el símbolo de un imperio.
Angel suelta una risa por la nariz, hablando sin pensar.
-Pues dicen que tienen un botón de autodestrucción.
-¿Uh? -Kai le mira, parpadeando, como si acabase de llegar de un lugar lejano, más allá del río y más allá del mar, donde no llegan las raíces largas del Establecimiento.
Angel hace un gesto hacia la ciudad.
-Los del Establecimiento. Siempre son los más grandes los que tienen más que temer, ¿no? Y no me extrañaría que esos putos psicópatas prefiriesen suicidarse antes que dejar que se descubra toda su mierda. Metafóricamente -Angel se encoge de hombros, golpeando a Kai en el brazo, que le mira con las cejas enarcadas-. Pero ésta es sólo otra leyenda urbana más.
Caminan en un silencio cómodo, dejando el muelle atrás y metiéndose por las callejuelas intrincadas de Mool Boran, que están cubiertas por una red de tendales, ropa secándose y tejadillos inclinados que tapan el gris del cielo. Kai se queda mirando un gato que come de un cubo volcado, el marrón indistinto de su pelo pegándose a la estructura frágil de sus costillas, y Angel le pregunta si en Tewan no hay gatos. Kai le mira con las cejas levantadas y afirma que por supuesto que sí. Vengo de Tewan, no de la luna. Angel suspira y desiste en silencio.
Los callejones húmedos pronto se abren en calles principales, también bastante húmedas, donde las mujeres intentan vender fruta podrida y los carruajes de vapor corren a toda velocidad sobre los adoquines mojados. Uno de ellos pasa demasiado cerca de la acera y les salpica, empapando a Kai de arriba abajo, que se queda mirando su abrigo violeta con la boca abierta y un peroperopero atascado en los labios. Angel piensa, en su defensa, que la carcajada era inevitable. Kai parece tomarse el ataque contra su ropa como una afrenta personal, lo cual es absurdo si se tiene en cuenta que suele utilizar sus camisas como servilleta, pero a Kai parece escapársele la ironía. Angel tiene que sujetarse la placa metálica para no morirse de la risa, y Kai intenta secarse como un perro, salpicando a Angel sin ningún remordimiento.
-Hablando de lo cual -dice Angel, secándose las lágrimas de la comisura de los ojos-. ¿Alguna vez has comido perro?
Kai le mira con una expresión de horror absoluta, una gota resbalando por la línea recta de su nariz y quedándose ahí, suspendida.
-Por favor, dime que el secreto de Mool Boran no lleva animales de compañía de ningún tipo.
La cosa acaba inevitablemente en el Antro de Bernard, como suele pasar en estos casos. Un Kai considerablemente menos mojado mira su plato con ojos tan entrecerrados que parecen rendijas. A su alrededor el Antro de Bernard hace honor a su nombre, y mezcla lo mejor de lo peor de Mool Boran con una comida curiosamente deliciosa. Los bancos de madera están rallados con los nombres de todos los clientes que han pasado por ahí en los últimos cuarenta años, el mantel amarillo sobre el que comen deshilachándose en los bordes. Pero las lámparas sobre sus cabezas cuelgan de una estructura que va girando de mesa en mesa, moviéndose en un sendero sinuoso y automático que distrae a Kai de vez en cuando, sus ojos intentando adivinar el mecanismo por detrás del yeso. Alguien grita ¡más salsa picante!, y luego ¡por favor!, dos mesas más allá.
Kai suspira y mira su comida, dándose por vencido.
-El hecho de que te lo estés pasando tan bien hace que tenga mis dudas sobre esto.
-Yo no me lo estoy pasando bien. Lo estoy pasando, de hecho, bastante mal -Angel sabe que su sonrisa le quita bastante credibilidad, pero le da lo mismo-. Además, ¿no querías conocer Nueva Roma? Pues conocer la cocina del lugar es parte de la experiencia.
-No si la experiencia resulta ser venenosa. O perro.
Kai protesta un poco más pero acaba cediendo, y como era de esperar acaba gustándole, comiendo con la misma atención y precisión con la que hace cualquier otra cosa. Angel está tan fascinado por la manera en la que corta la carne, en cuadrados perfectos que podría volver a juntar para crear un nuevo filete, si quisiese, que no se da cuenta de un Sim llegando y sentándose a su lado, envuelto en una nube impermeable de mal humor.
-Asco de vida -gruñe, dejando caer su cabeza sobre la mesa, haciendo que el vaso de Angel se tambalee y amenace con derramarse. Angel pone los ojos en blanco.
-¿Nunca te han dicho que eres un rayo de sol y esperanza?
-Vete a la mierda, Edessa -Sim se pasa una mano por el pelo, y aunque aparta la mirada con rapidez, no lo hace lo suficientemente rápido como para que Angel no vea que tiene los ojos rojos. Kai observa en silencio desde el otro lado de la mesa, alineando sus cubiertos en líneas paralelas.
-¿Qué pasa?
Sim se queda callado durante un buen rato y Angel puede sentir todos sus nervios levantarse por debajo de la piel. Bernard pasa al lado de su mesa, cojeando y frotándose una barba que se curva sobre su pecho.
-Que Ming Liu se ha unido al cartel tewanense. Eso pasa -Sim escupe las palabras como si quisiese expulsarlas lejos, hasta un lugar donde ya no tengan un significado tan terrible.
Angel traga saliva y mira a Kai, que le devuelve la mirada como si no entendiese lo que está pasando. Sim está estirando el mantel bajo sus dedos en movimientos nerviosos y Angel piensa vagamente en Ming Liu, en sus coletas oscuras y la manera algo esperanzada en la que preguntaba por Sim cuando venía a buscarle, como si esperase una respuesta diferente a “ahora baja”. Angel siempre le tomaba el pelo con que Ming y él acabarían casados y teniendo un trillón de bebés tewanenses y monos, pero sospecha que poco importa lo enamorada que estuviese Ming de Sim.
-La muy imbécil -Sim se frota los ojos con dedos furiosos.
-Tenía que haber esperado algo más.
-Esperar para qué, ¿eh? No es como si tuviésemos otra puta oportunidad en esta mierda de ciudad -gruñe Sim, apoyando la frente contra la mesa e intentando sacudirse la mano que Angel posa sobre su cuello, antes de suspirar y dejarse hacer-. No nos van a dejar de odiar por mucho que nos empeñemos.
-Eso no lo sabes -murmura Angel, presionando los músculos de su cuello, aunque todos en esa mesa y en esa ciudad lo saben.
Se quedan en silencio, Sim haciendo como que no está llorando y Angel y Kai haciendo como que no se están dando cuenta, mirándose por encima de la mesa. Angel intenta buscar algo de asistencia en Kai, pero Kai le mira con ojos ausentes, sus dedos jugando con el borde de su tenedor. Angel frunce el ceño y se vuelve hacia Sim, tocando el borde de su pelo con dedos suaves.
-Sim, hey. Sim -duda, no demasiado seguro de lo que va a decir. Lo dice de todas formas-. ¿Qué te parece si yo te ayudo a buscar trabajo?
-Pft.
Angel le sacude, sus dedos curvándose sobre su nuca.
-Venga -le sonríe, y no es verdad pero añade-, conozco a un par de personas que me deben un par de favores. Seguro que alguno tiene un hueco libre para un chico joven y dispuesto.
-No pienso ser el chico florero de ningún viejo aburrido, Edessa -dice, pero sus ojos brillan con una esperanza que no estaba ahí hace un rato, bordes rojos y todo.
En el camino de vuelta a casa Sim salta sobre los charcos como si se le hubiese olvidado que está en edad de hacerse el mayor, y habla de cómo le gustaría pilotar un dirigible cuando uno enorme sobrevuela Mool Boran. La estructura se mueve por el cielo como una ballena por el mar, a un ritmo lento y ominoso, y el sonido de sus motores resuena por todo el barrio. Una señora se asoma a su ventana como si esperase ver el cielo cayéndose, y cuando descubre lo que es frunce el ceño e intenta lanzarle una pinza sin ningún resultado, la sábana de su tendal agitándose como una bandera blanca contra el naranja desconchado del edificio. Angel camina con paso prudente, la rigidez de su pierna ralentizándole, y está demasiado ocupado buscando signos en Sim (una pesadez particular en los hombros, alguna sombra en los ojos que diga Ming) que no se da cuenta de que Kai no ha dicho nada desde el restaurante. Ni una sola palabra.
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-Señor Edessa, no es que la historia de su vida no me parezca fascinante, pero… -Arial deja caer la frase, señalando vagamente hacia el reloj en la pared.
Angel levanta las cejas.
-¿Tiene prisa? Yo pensaba que me había llamado para que le contase la, ¿qué? ¿”Historia de mi vida”?
-Por supuesto, um… es sólo que igual, igual podríamos pasar a las partes importantes -Arial habla a toda prisa, haciendo un gesto ambiguo con la mano.
-Todas las partes son importantes, oficial -Angel la mira desde detrás de sus mechones-. No me diga que usted es una de esas personas que lee el final de un libro cuando va por el segundo capítulo.
-¿Qué? ¡No! -grita ella, curvando sus manos dentro de sus guantes de una manera que grita que lo es, completamente.
-De esta historia ya se sabe el final, así que supongo que no hace falta saltarse nada, ¿eh?
Arial asiente de mala gana y Angel sonríe, aunque el peso en su estómago se hunde un poco más, cae hasta el fondo, y espera.
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-¿Qué se supone que es eso?
-Otra solución -dice Kai. Mira la flor dentro del envoltorio transparente y se encoge de un hombro-. Espero.
Cordia le mira con una ceja enarcada cuando aparece en la cocina con cara inocente y una petición algo tentativa, y coge el trapo blanco de su hombro como si quisiese tenerlo a mano en caso de emergencia.
-¿Y qué dices que quieres que haga con esa rama?
-Flor. Es una flor -corrige automáticamente Kai, sonriendo a Cordia como si las ondas de desaprobación que emite la mujer de forma natural no le afectasen lo más mínimo. Tras medio segundo Cordia le devuelve la sonrisa y Angel levanta las manos hacia el cielo, resignándose al hecho de que Cordia desaprueba sólo de él automáticamente-. Sería fantástico si pudieses hacer una infusión. Hay que seguir unas instrucciones pero estoy seguro de que una cocinera profesional como tú no tendrá problema.
Angel está a punto de avisarle de que piropearla no es una técnica que vaya a funcionar, pero debe de ser el encanto tewanense de Kai- o sus ojos, o su sonrisa, o la curva de su pelo sobre su frente, que también pueden ser bastante encantadores cuando Kai se acuerda de utilizarlos de forma correcta- porque Cordia se sonroja como una quinceañera y coge la receta que le está tendiendo como si fuese la invitación al baile de fin de curso. Lo cual es ridículo lo mires por donde lo mires.
-Es la flor de Batang, muy valiosa en Tewan -explica Kai mientras Cordia saca la flor de su envoltorio y la mira con escepticismo. La verdad es que es la flor más fea que Angel ha visto en su vida. Kai apoya los codos sobre la encimera, observando cómo Cordia corta el tallo marrón-. Por sus, um, cualidades medicinales.
-Ya. Medicinales -se aparta un mechón de pelo y lo coloca detrás de su oreja, coqueta-. ¿Pues sabes? Yo también tuve mi época de fumar hierbas medicinales cuando era joven, dragi. Tenías que haber visto Nueva Roma entonces, antes de la guerra. No es que fuese hace tanto, claro…
Angel pone los ojos en blanco y cojea hasta fuera de la cocina, dejando atrás el olor envolvente de la flor y la risa cristalina de Kai. Se apoya contra el papel desgastado de la recepción y se arrepiente profundamente de haber dejado de fumar después de perder el pulmón. Está empezando a sospechar que no tener ningún vicio es igual de malo que tener muchos.
-¡Bueno! Pues esto ya está -Kai abre la puerta con un hombro un rato después, balanceando una tetera humeante en una mano, las gafas de aviador aplastándole las ondas-. No sé por qué pensabas que iba a poner pegas, si es encantadora.
Angel parpadea y tiene que hacer grandes esfuerzos para ignorar la marca de carmín que Kai tiene en la comisura de los labios.
Cosa de media hora después, Angel tiene que hacer grandes esfuerzos para recordar su propio nombre.
-¿Sabes qué podríamos hacer?
-¿Hm? No. Qué podríamos hacer.
Kai contesta distraídamente, las lentes en sus gafas ajustadas para aumentar algo que está mirando dentro de su pecho, y Angel aparta la mirada con intención. Ha desatornillado su placa delantera con cuidado, dejándola sobre un diván naranja que está bastante seguro de que no estaba ahí antes, y Angel puede sentir la brisa del almacén colarse en el hueco donde late su corazón de metal.
Kai hace rodar su taburete para cambiar de herramienta, todas ellas alineadas sobre una mesa en una hilera plateada y terrorífica, y cuando le mira la luz pequeña que ha colocado sobre sus gafas le ciega durante un momento. Angel siente la cabeza espesa, como si la flor hubiese licuado las partes más importantes de su cerebro, y cada vez que intenta levantar un brazo porque está convencido de que le han crecido un par de dedos nuevos, Kai le golpea la palma con un tsk, quieto distraído que le hace sentir como un invento rebelde.
Angel no puede sentir el dolor, no realmente, y a ratos olvida dónde está, su mente navegando entre memorias lejanas de Candara y otras mucho menos bienvenidas de la guerra. Pero luego Kai ajusta alguna tuerca con su llave, el metal resbalando por el aceite y chocando con un ¡clang! contra las paredes internas de su pecho, y Angel vuelve a toda prisa al presente, los dientes apretados.
Cuando habla lo hace demasiado alto, para intentar disipar el sonido que todavía rebota dentro de sus oídos,
-Podríamos jugar a las preguntas.
Kai saca la cabeza del hueco de su pecho, las cejas levantadas y las manos desnudas todavía haciendo girar algún grupo de engranajes. Angel le preguntó una vez si no sería mejor que utilizase guantes, pero Kai le miró con una sonrisa ausente y le preguntó que cómo iba a sentirlo entonces. Angel no quiere saber qué es lo que se supone que tiene que sentir.
-A las preguntas.
-Sí. Es un juego. Donde se hacen preguntas -Angel hace un gesto vago en el aire y Kai le sujeta de la muñeca, haciendo que la vuelva a posar sobre la silla casi en un acto reflejo-. Yo te hago una pregunta y luego tú me haces una a mí y. Eh. Eso básicamente.
Kai se ríe, echando la cabeza hacia atrás. Angel siente la cabeza tan lenta que se queda un rato mirando la curva larga de su cuello.
-¿Las preguntas pueden ser de cualquier cosa?
Angel encoge un hombro, pero para a medio camino cuando Kai entrecierra los ojos.
-Sí. Pero tenemos un comodín -apoya la cabeza sobre el respaldo, su pelo resbalando sobre el cuero, y siente la voz de Kai dentro de su pecho cuando habla.
-¿Y no te preocupa que me distraiga y corte algo importante?
-No me preocupa -contesta Angel.
Y lo dice sin pensar, pero una vez fuera de su boca se da cuenta de que es verdad. No está seguro de en qué momento ha empezado a confiar en Kai hasta este punto. Angel todavía no ha descartado que Kai esté loco, pero hay algo en él, algo brillante y oculto debajo de capas y más capas de excentricidades que hace que Angel se sienta dispuesto a abrirle su corazón de la forma más literal. A veces se pregunta hasta qué punto será eso suicida, pero por suerte o por desgracia el pensamiento nunca se queda en su cabeza demasiado tiempo.
Angel parpadea y se da cuenta de que Kai le está mirando, las lentes aumentando sus ojos hasta que parece una especie animal nocturno. Carraspea y fija los ojos en la estructura dorada de Fang Song, y cuando el reloj marca una hora punta en algún rincón del almacén Angel pregunta lo primero que se le pasa por la cabeza.
-¿No piensas decirme tu nombre completo?
Kai suelta una risa por la nariz, sus manos ajustando algo con milimétrica precisión.
-Pft. No -dice, rápido, y Angel tiene que sonreír. Kai pliega los labios dentro de su boca-. Ahora yo, ¿por qué te alistaste en el ejército?
-¿Cómo sabes-
-No es tu turno. Y es bastante evidente -Angel no puede verle la cara pero puede oírle la sonrisa-. Y lo pone en tu placa.
-Vale, listillo. Pues porque tenía diecinueve años y era un idiota. Y parecía una buena idea en el momento.
-¿Ya no te lo parece?
-No es tu turno. Pero sería un idiota si me lo pareciese, ¿mmm? -Angel mueve ligeramente su pierna de metal antes de que Kai pueda pararle-. De todas formas era un soldado de mierda.
Con los días el juego acaba convirtiéndose en una costumbre. En parte porque la voz suave de Kai es como un calmante, da igual que hable de su tipo de anfibio favorito (Rhacophorus schlegelii) o de la edad en la que le dieron su primer beso (veintidós y ¿cómo dices? y ni siquiera había pensado en el tema antes de eso), y eso unido al efecto de la droga hace que Angel se quede quieto, y por tanto que Kai se sienta mucho menos inclinado a atarle con correas por pura desesperación.
Pero también tiene que ver con que Kai parece más dispuesto a contar cosas si la conversación tiene unas reglas y un comodín metafórico que pueda utilizar en caso de que la pregunta toque temas demasiado personales, y si Angel es completamente sincero (cosa que sólo es cuando está demasiado borracho o demasiado drogado) tiene que admitir que la curiosidad que siente por todo lo que tiene que ver con la vida del chico no es del todo normal. Jamás se lo diría a nadie, pero Angel atesora esa información de forma obsesiva, como si fuesen las piezas de un puzle del que no conoce la imagen final y esperase que al completarlo- ¿qué? ¿Que Kai fuese repentinamente comprensible? Angel prefiere no analizarlo demasiado.
-Vale, a ver -Angel tiene que levantar la voz, porque Kai está moviendo un soplete dentro de su pecho y siente que se va a desmayar en cualquier momento. Traga saliva-. ¿Siempre has querido ser ingeniero?
Kai apaga el soplete y levanta la pantalla oscura que ha colocado frente a sus gafas, su pelo hecho un desastre. Se golpea con un dedo nudoso en la barbilla, pensativo, y deja una marca oscura de aceite en forma de yema que Angel no puede dejar de mirar, de modo que tarda un rato en darse cuenta de que Kai le está contestando.
-… tres años. Se me daba bastante bien, en realidad, aunque a mi abuelo no le gustaba que me probase los vestidos. Decía que los arrugaba.
¿Qué?
-¿Qué?
-¿Mmm? -Kai parpadea, limpiándose las manos distraídamente sobre la camisa-. ¿Es diferente en Candara? En Tewan es normal que una familia se dedique al mismo negocio. Les costó un poco aceptar que quisiera irme a la ciudad a estudiar ingeniería, pero -Kai sonríe de medio lado y el corazón de Angel hace algo extraño-, en el fondo creo que se alegraron de que intentase dejar de hacer “mejoras” en las máquinas de coser.
Angel tiene una imagen muy clara y muy repentina de un Kai diminuto corriendo por una casa en Tewan, que por alguna razón se parece mucho a la casa de su propia madre, con agujas sujetándole trozos de tela a la ropa y el pelo de un azul eléctrico volando alrededor de su cabeza, como una extensión de cielo. Sabe que es una imagen provocada por las drogas y el exceso de imaginación, pero Angel la guarda junto al resto de piezas, las reales y las inventadas dando forma a su idea de Kai.
En algún momento el calor llega a Mool Boran. Y no es el calor que anuncia mejor tiempo, sino el tipo de calor que trae tormentas, que hace que el cuerpo pese y la piel se levante por el exceso de electricidad en el aire. La gente se prepara para lo que sienten dentro del estómago, y sobre el tejado de un edificio cercano un chico flacucho endereza un pararrayos siguiendo las instrucciones histéricas de su madre, mientras un par de palomas aletean con nerviosismo en el alféizar de una ventana, listas para alzar el vuelo.
Angel está sudando sobre el cuero de la silla, el ritmo de su corazón cambiando de forma dramática cada cinco minutos. Kai se disculpa (perdón, solo un poco más) cuando toca una válvula que está ajustando, pero sigue trabajando sin pausa, los brazos manchados hasta los codos, y el corazón de Angel se dispara una vez más. El bochorno se enrosca dentro del almacén y la frente de Kai brilla con una mezcla de aceite y sudor, su proximidad haciendo que Angel sienta el aire más pesado al respirar, como si Kai estuviese consumiendo todo el oxígeno entre ellos.
-Te toca -dice Angel, casi sin aire, intentando acompasar su respiración al ritmo de su corazón, lo cual es una tarea imposible.
-¿Eh? Ah, sí. Sí -Kai se muerde un labio sin dejar de recalibrar algo que Angel prefiere no mirar. Le lanza una mirada fugaz-. ¿Tú dejaste a alguien atrás?
-¿Perdona? -Angel parpadea despacio, sintiendo la boca seca.
-Dicen que todos los neorromaníes tienen una parte de su corazón al otro lado del mundo. Supongo que se refieren a alguna persona a la que han dejado atrás. ¿Tú dejaste a alguien atrás?
Kai, contra todo pronóstico, es bastante cuidadoso con las preguntas que hace. Las hace de forma repentina, como si la inspiración le llegase como una descarga, pero siempre respeta de forma intuitiva las fronteras que Angel ha colocado alrededor de según qué temas. Nunca le ha preguntado directamente sobre la guerra, por ejemplo, o sobre su familia.
Hasta ahora, claro.
-Yo no soy neorromaní -escupe, cualquier asomo de niebla provocado por la droga y el calor disipándose repentinamente de su cabeza. Una gota de sudor baja por su cuello, rodea su pectoral y se pierde dentro del mecanismo de metal-. Y de todas formas yo me dejé mi corazón entero en un campo de batalla. Tú deberías saberlo.
Señala con su mano el hueco de su pecho. Kai no le mira.
-Hmmm, ¿es esto tu comodín?
-No, no es mi puto comodín -gruñe, y cierra espasmódicamente los dedos de ambas manos para resistir la tentación de empujar a Kai y salir corriendo, probablemente perdiendo algún engranaje vital por el camino. Nunca ha tenido ganas de pegar a Kai antes, aunque le confunda y le fascine más de lo que le gustaría, pero la pasividad con la que habla de esto, como si fuese un tema cualquiera, quema a Angel por dentro. Es por eso que le sorprende cuando se da cuenta de que está respondiendo, la voz arañándole el interior de la garganta al salir-. Iris.
Cierra la boca con tanta fuerza que casi se muerde la lengua, y siente como si le hubiesen arrancado la piel para volver a enroscársela de cualquier manera alrededor del cuerpo, y ahora le quedara extraña, incómoda. Está a punto de retirar lo dicho cuando Kai asiente secamente, sus ojos agudos detrás del brillo de sus gafas.
-¿Tu mujer?
Duda un segundo antes de hablar, pero finalmente,
-No, mi hija -y al decirlo es como si algo se abriese, algo que llevaba cerrado mucho tiempo, a punto de morir asfixiado. Siente que se relaja sobre la silla, cuando comprueba que los recuerdos duelen más dentro que fuera-. Llegué de la guerra y ahí estaba, tan pequeña que no me llegaba ni a la rodilla. Me miró con esos ojos enormes y azules y me preguntó si era un robot -sonríe un poco, sin poder evitarlo, mirando la luz de fuera derramarse sobre el suelo del almacén-. No sabía que yo era su padre, por supuesto. Georgia me había encontrado un sustituto- un contable que no tenía ninguna intención de dejarlas para irse a luchar una guerra en la que no había nada que ganar -Angel suspira, mirando la lámpara sobre su cabeza-. No la culpo, ¿cuántas personas conocen al amor de su vida a los dieciséis?
Y es una pregunta retórica, pero Kai responde no mucha, supongo. Angel mira hacia abajo y ve que Kai ha deslizado sus gafas sobre su frente, los mechones de su pelo disparándose en todas direcciones, y que le está mirando con una expresión que nunca ha visto ahí.
Kai frunce milimétricamente el ceño, como si estuviese intentando decidir algo. Abre la boca pero tarda un rato en hablar.
-Se llamaba Fang Song.
Angel levanta las cejas, mirando a la máquina que suspira detrás de él y devolviendo la mirada a Kai, algo confuso por el repentino cambio de tema. Los ojos de Kai son de un marrón muy profundo cuando le miran así.
-Mi tía. Yo no estaba en mi pueblo cuando pasó -Angel va a preguntar pero Kai se le adelanta, su acento más espeso de lo normal, como si la idea de su casa fuese unida a un grupo de sonidos diferente-. Los ataques. Yo estaba en la ciudad terminando mi tesis cuando oí -Kai para en seco pero no deja de mirarle ni un segundo. Angel siente su corazón en suspensión, y se pregunta si Kai se habrá dejado algo suelto ahí dentro-. Pero tardé demasiado en llegar, y sólo quedaba Fang Song.
Angel dejó el ejército antes de que Tewan fuese siquiera la sombra de un objetivo, pero la guerra es igual de destructiva en cualquier lugar, así que no tiene problemas para hacerse una idea. Mira a Kai y evita parpadear, respirar, moverse lo más mínimo por miedo a romper el momento y que Kai se dé cuenta de que ya no están jugando.
-La habían dado por muerta. Pero no lo estaba. Así que intenté… no es mi especialidad, pero intenté hacer algo -Kai dice algo y señala la pierna de Angel. Baja la mirada y sonríe, una sonrisa dura y fuera de lugar en su cara que congela todos sus rasgos-. Odiaba a Fang Song. No es que tuviese un motivo, o… simplemente la odiaba. Desde niño, supongo. Igual alguna vez me mandó a la cama sin cenar o me quitó alguno de mis juguetes, quién sabe. Y ahí estaba, muriéndose delante de mí, la justicia poética definitiva. Tardó casi ocho meses.
Angel no sabe qué contestar a eso, y el silencio entre ellos se espesa como la electricidad en la atmósfera, creciendo hasta que explota en lo alto del cielo. Angel duda un momento pero al final le sujeta una muñeca manchada de aceite en un movimiento torpe, y escucha la lluvia impactar casi vertical contra las ventanas, la gente apresurándose hacia sus casas. Kai gira su mano hasta que están palma contra antebrazo, callados mientras la tormenta descarga sobre sus cabezas y sus secretos cuelgan del aire del almacén, claros y frágiles como el cristal, sin juegos ni comodines que los empañen.
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Angel está intentando encontrar la manga de su abrigo cuando la puerta de su habitación se abre de golpe, la manilla rebotando contra la pared, y Sim entra como un vendaval. Cordia aparece detrás de él, los brazos cruzados en mitad del pecho.
-¡Angel!
-¡Sim! -contesta, distraído. Consigue terminar de ponerse el abrigo y se mira fugazmente al espejo, colocándose el pelo castaño detrás de la oreja.
-¿Vas a ir a buscarme trabajo?
-Mmm. ¿Qué? -Angel da un par de pasos hacia atrás para volver a mirarse al espejo, comprobando con resignación que efectivamente, eso que brilla ahí es una cana nueva. Suspira.
Sim agita un par de manos delante de su cara, su camisa (que Angel sospecha que es su camisa) cayendo enorme alrededor de sus brazos.
-¿Hola? ¿Mi trabajo? ¿El que me ibas a ayudar a buscar? -Sim sonríe y señala la ropa de Angel-. Sí que te has vestido para impresionar.
-¿Tú crees? -Angel mira hacia abajo y siente cómo se sonroja. Carraspea-. Pero no, hoy no puedo ir. He quedado con Kai para ir a la feria, pero te prometo que-
-Espera, ¿qué? -Sim le mira con el ceño fruncido y la expresión que Angel se imagina que pondría si le hubiese dicho que acababa de matar a su perro.
-Eh -Angel encuentra repentinamente fascinantes sus botas, y se frota la línea recién afeitada de su mandíbula mientras murmura-. Ya ha acabado de arreglarme mi… ya sabes. Y como es la Feria del Equinoccio había pensado que sería una buena idea. Para agradecérselo.
-Una buena idea, ¿eh? -escupe Sim, su cara torcida en una mueca que intenta ser una sonrisa y no lo consigue. Suelta una risa despectiva por la nariz y le dice, negando con la cabeza-, Que te jodan, Edessa -y luego, con más fuerza-. Mierda, que te jodan.
Angel le mira, cogido por sorpresa.
-¡¿Pero qué coño te pasa?! -grita, pero Sim sólo se da la vuelta y desaparece por las escaleras. Se gira hacia Cordia con las palmas hacia arriba-. ¿Pero qué le pasa a este crío?
Cordia pone los ojos en blanco, como si estuviese desistiendo oficialmente de intentar encontrar vida inteligente en esa habitación. Lo cual Angel encuentra ofensivo en lo personal.
-Lo que le pasa, Angel, es que ya no es un crío. Al menos no más de lo que lo eres tú.
Angel agita las manos en el aire, exasperado.
-¿Le importaría a alguien hablarme claramente?!
Cordia le da la espalda y deja a Angel resoplando en su habitación durante un buen rato, hasta que mira la hora en el complejo reloj de su mesita de noche, uno de los pocos recuerdos que se trajo voluntariamente del ejército. La máquina negra y brillante le indica que son las 4:37 de la tarde, que hay un 62% de humedad en el aire, 13ºC en la calle y, en toda su gloria nacionalista, que quedan 132 días para el Día del Establecimiento. Angel aparca su consternación y se mira una vez más al espejo antes de correr escaleras abajo.
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La plaza está llena cuando llegan, los toldos de colores apoyándose contra los edificios grisáceos de Mool Boran como si fuesen a ponerse a trepar por las fachadas en cualquier momento, y de ahí pasar a tomar la ciudad entera. Los puestos más populares rodean la fuente en un círculo de color y actividad, y el resto se va derramando por las calles de alrededor de la forma más caótica posible, los puestos de comida tan encajados entre las casetas de tiro que parece que intentan fundirse. Una ondulación de la montaña rusa sobresale por encima de los edificios, sus luces parpadeando contra el cielo gris, y cerca de ellos un grupo de violinistas toca a una velocidad diabólica mientras un perro escuálido corre entre sus piernas. Kai lo mira todo con los ojos muy abiertos, esquivando a la gente sólo cuando se acuerda, chocando de frente contra ellos el resto del tiempo.
-¡Wow! -dice, elocuente, y luego sonríe una sonrisa que hace que Angel se sienta con ganas de darle la razón.
Es difícil señalar en qué momento la Feria del Equinoccio dejó de ser algo raro que hacían los refugiados de Wols y cuándo empezó a ser la fiesta por excelencia de Mool Boran, el sonido de la música sustituyendo por unos días el bombeo continuo de las fábricas, pero ahora la festividad está tan integrada dentro del calendario de la ciudad que es como si siempre hubiese estado ahí. La gente se empuja y se ríe y se pisa y se pide perdón, en una vorágine de actividad que debilita los sentidos y que hace que Angel tenga el tiempo justo para procesar que hay un niño subido en una avestruz mecánica que está gritando un cuidadoquevoooooooooooy antes de apartarse, la multitud partiéndose a su paso como el Mar Rojo.
Angel se ve arrastrado por la gente hasta unas escaleras donde una mujer intenta venderle unas bragas, o unas bragas y tres calcetines, de oferta, señor, pero Angel ni siquiera tiene tiempo para reaccionar a la oferta porque está sufriendo un ataque de pánico de nada cuando pierde de vista a Kai. Se sube a las escaleras con zancadas que hacen que le chirríe la pierna, apartando a la mujer con un no uso bragas, gracias algo frenético, e intenta localizar su cabeza azul entre las cabezas de colores sensatos de la gente.
Por suerte, no es una tarea demasiado difícil.
-Vaya, señor, veo que le esperan grandes cosas -Angel se cuela entre la gente, y ve que Kai ha sido interceptado por una chica de pelo corto y cara manchada, que ha secuestrado su mano para estudiarla como si fuese lo más fascinante desde la máquina de vapor de Watt-. Tiene un trabajo importante en su futuro.
-¿En serio? ¿Puedes ver eso ahí? -Kai levanta las cejas y se mira las líneas de la mano, girándola en varias direcciones como si así fuese a verlo él también.
-Oh, por supuesto. Su mano revela muchas cosas. Como que es bueno con las máquinas, ¿mmm? El mejor -la cara de roedor de la chica se abre en una sonrisa en la que faltan un par de dientes. Mira con atención su palma, sus dedos nerviosos trazando dibujos aleatorios-. También veo que habrá una mujer. Y muchos hijos. Montoooones y montoooones de hijos, y…
Angel pone los ojos en blanco y siente que pierde toda la paciencia, toda de golpe. Aparta a la chica con una mano, que protesta con un ¡oye! y un ceño muy fruncido, y luego extiende la misma mano y curva un par de dedos.
-Da.
-¿Pero quién te crees que eres? ¡Abusón!
-Da.
La chica frunce los labios y le mira durante un segundo, antes de decidir que las cuatro cabezas que le saca Angel no merecen la pena y darle la cartera que tenía escondida en el bolsillo de su pantalón. Kai abre mucho los ojos, palpándose el chaleco naranja con ambas manos.
-Bah, seguro que tampoco tenía una mierda de dinero. Si parece que lleva la ropa vieja de un payaso de circo -dice, la barbilla levantada. Angel hace un amago en su dirección y la chica echa a correr entre las piernas de la gente, riéndose.
Angel le devuelve la cartera y se pasa una mano por el pelo.
-Perdona, Kai. Tenía que haberte avisado-
-¿Crees que tenía razón? -interrumpe Kai, mirando en la dirección por donde ha desaparecido la chica y bajando la voz.
-Eh. Um. ¿En qué? No creo que vistas como un payaso. Y creo que eres el mejor con las máquinas.
-No, no -Kai agita una mano, como intentando disolver sus palabras en el aire. Le mira y parece sinceramente preocupado, así que Angel se acerca para poder oírle mejor-. Lo de los hijos.
Angel no puede evitar reírse, y cuando le asegura que es más bien poco probable que tenga montooones y montooones de hijos sin darse cuenta, Kai se relaja visiblemente, para distraerse a los dos segundos con un reloj de cuco que canta el himno nacional cada hora.
Bien pensado, Angel tendría que haberlo visto venir porque después de todo esto ha sido idea suya, pero eso no quita de que se escandalice cuando parece evidente que a Kai ha perdido la cabeza.
-¿Qué? No. Ni de coña. No.
-¿Por qué no? -Kai le está tirando de la manga de su camisa, y si Angel no supiese de primera mano que es un genio de la ingeniería pensaría que está hablando con un niño de seis años.
-¿Cómo que por- ¿pero tú has visto esa cosa?! ¡Si está a una ráfaga de viento con buena puntería de salir volando!
-Como ingeniero -dice Kai, levantando la barbilla y golpeando un poco la torre de metal que tiene más cerca-, te puedo asegurar que esta estructura es perfectamente sólida. Y te recuerdo que piensas que soy el mejor con las máquinas.
La montaña rusa chirría de forma alarmante y Angel levanta las cejas.
-Estoy replanteándome esa opinión ahora mismo -y añade-, Además, estoy viejo. Mi corazón-
-Tu corazón está mejor de lo que lo ha estado en los últimos diez años. Modestia aparte -Kai sonríe y Angel cede, por supuesto. No es como si tuviese la más mínima oportunidad contra ese tipo de argumentos. Ni de sonrisas, si hay que ser sincero.
Lo que pasa en la montaña rusa Angel prefiere no recordarlo, pero digamos que si todavía le quedaba algo de dignidad a estas alturas, se disuelve por completo en la primera caída en picado.
-¡Y cuando pasamos por el aro de fuego! No sabía si eras tú o mi tía abuela Meir Yo tirándome del brazo -Kai se sujeta a la corteza de un árbol para no caerse al suelo de la risa. Angel pone los ojos en blanco y sigue andando.
-Esa atracción es un puto peligro público. ¿Y ese tío que había en la entrada? Me gustaría saber dónde se sacó el título de operador de atracciones. Estoy bastante seguro de que se lo regalaron en alguna de esas casetas de ahí-
-Angel…
-… dónde se habrá visto que te aten con una cuerda?!
-Angel.
-…ía vamos a tener una desgracia. ¡Lo que yo te diga!
-¡Angel! -Angel resopla, se da la vuelta de mala gana, y, oh.
Kai sigue apoyado contra el árbol, la línea larga de su cuerpo siguiendo la misma dirección del tronco, su pelo levantándose aquí y allí, y tiene una mano extendida. En mitad de su palma, entre las líneas manchadas perpetuamente de aceite, hay una flor blanca, pequeña y delicada. Kai mira hacia arriba y otra flor cae desde el árbol para posarse sobre su frente.
-Vaya, quién lo iba a decir -Kai se sacude la flor de la cara y sonríe, las cejas levantadas-. Parece que la primavera ha llegado a Mool Boran después de todo.
Angel coge aire, traga saliva, y siente su corazón traqueteando y subiendosubiensubiendo más alto que cualquier montaña rusa para quedarse ahí, en la cúspide, a dos segundos de precipitarse hacia algo terrorífico, y cuando habla piensa que tendrá suerte si Kai consigue oírle desde tan arriba.
-Eso parece.
SIGUIENTE