May 20, 2010 16:55
Los rizos de Charles están tan pegados a sus sienes que puede verle las perlas de sudor rodarle por la raíz del pelo, y eso, unido a la luz temblorosa de las velas le forma un extraño halo azulado alrededor de la cabeza que resulta muy convincente. Se yergue en su asiento en el final de la mesa, y cierra los ojos, aclarándose la garganta de manera ceremonial.
- Jonathan-
- Quentin. - Se apresura a corregirle Victor, casi sin mover los labios, apretándole la mano enguantada por encima de la mesa.
- Eh-Quentin. - Dice Charles, rápidamente, y Victor abre un poco un ojo para evaluar los daños, pero todo el mundo a su alrededor sigue con los ojos firmemente cerrados y los ceños fruncidos, concentrados. La voz de Charles se curva profundamente y le añade un poco de acento francés en los bordes, sólo porque sí. - Queeeentin. - Victor pone los ojos en blanco. - Si estás en esta sala, yo te lo ordeno: ¡manifiéstate!
La sala está llena del humo dulce del incienso, a Víctor le sudan las manos dentro de los guantes de algodón y duda bastante que ningún espíritu con un mínimo de amor propio fuese a manifestarse en semejante lugar. Se revuelve un poco en su silla y mira a través de sus pestañas las velas con forma de calavera que Charles ha insistido en encender a su alrededor. En su opinión son una horterada de cuidado, pero Charles ha dicho algo acerca de cumplir las expectativas del cliente y ha pasado de él. Charles le agita impaciente la mano.
- ¡Que te manifiestes!
Víctor suspira y espera dos, tres segundos antes de mover el pie bajo la mesa, discretamente, haciendo que se tambalee de lado a lado. No tardan en oírse gritos sorprendidos a su alrededor, las exclamaciones de ¡Jesucristo! y ¡Virgen santísima!. Si algo ha descubierto con los años es que nada acerca a las personas a Dios tanto como una sesión de espiritismo que roza la herejía.
A su otro lado Charles aspira profundamente, los ojos cerrados y los hombros formando una línea recta dentro de su chaqueta púrpura.
- Ya lo noto, puedo sentirlo. - Dice, lentamente, en un tono que Charles se empeña en creer que le hace sonar místico, a pesar de las veces que Víctor le ha insistido en que no le hace sonar nada más que colocado. - Mmm. - Gime, y Victor tiene que morderse la sonrisa de los labios porque ahí está toda esa gente, tan digna, tan de clase alta, escuchando a un hombre mitad suizo y mitad majara hacer ruidos obscenos como si fuese una especie de experiencia transportadora.
- Mmm- - Y su gemido es como una vibración que le nace en lo más profundo del pecho y se extiende hacia fuera en pequeñas ondas, transmitiéndose a través de sus manos. Víctor nunca ha sabido cómo hace eso, exactamente. - ¡Quentin Whitbread! ¡Utiliza mi cuerpo! - Y ante esto Victor tiene que agachar la cabeza para poder reírse dentro del cuello de su camisa porque de verdad.
Hay un minuto de silencio en la sala, el tic tac del reloj acompasando los latidos de su corazón, y entonces Charles grita repentinamente, haciendo que a su alrededor la gente pegue un salto colectivo y que el hombre que tiene a su lado le apriete la mano con mucha, mucha fuerza. Víctor se muerde la lengua para no echar el momento a perder.
Charles estira las piernas bajo la mesa y arquea la espalda, moviéndose de lado a lado en pleno fervor espiritual mientras la gente le mira con los ojos muy abiertos, suspendidos entre el miedo y la expectación. Es entonces cuando Víctor acciona el pequeño mecanismo dentro de su bota, tocando el interruptor con el pulgar del pie, haciendo que la máquina emita un pequeño sonido, una especie de uuuuh que no es más que un fuelle escupiendo aire por un tubo circular pero que siempre logra impresionar a los clientes. Esta vez no es excepción, a juzgar por el hombre a su izquierda, que está a punto de romperle los delicados huesos de la mano.
Charles se sujeta de la mesa, los nudillos blancos, y empieza a agitarla frenéticamente hasta que se queda quieto, de repente. Entonces suelta todo el aire en un largo aaaah y abre los ojos, mirando a la mujer que tiene a su lado, que se ha soltado del cícurlo de manos para poder respirar dentro de su pañuelo de encaje, sobrecogida.
- Querida- querida-
Charles le da una pequeña patada por debajo de la mesa y Víctor carraspea.
- Annette, - Dice, puntuando claramente el nombre. - creo que su marido está aquí.
Annette solloza un poco dentro de su pañuelo y se coloca un mechón rubio tras la oreja, mientras su madre la empuja ligeramente hacia un Charles que la está mirando con total adoración. Si Víctor fuese otra persona le diría que su talento tendría que estar sobre un escenario, en salas mucho mejor iluminadas que ésta, pero Víctor no sabe ser nada más que Víctor, así que calla y mira el espectáculo.
- ¿Que-Quentin? - La voz temblorosa de Annette es casi inaudible a través del encaje, y Charles se apresura a apartarle las manos de la boca, envolviéndolas delicadamente entre las suyas.
- Oh, cómo te he echado de menos. - Le dice, besándole los dedos. - Mi amor. Annie. - La chica frunce un poco el ceño y Víctor piensa ahí has metido la pata. Pero Charles no da tiempo a que su confusión se asiente, porque está poniéndose de rodillas al lado de su silla a toda prisa, sus rizos moviéndose encantadoramente en todas direcciones. Annette le mira y Víctor está bastante seguro de que en ese momento le da exactamente igual si el que está frente a ella es realmente el espíritu de su marido o sólo un sinvergüenza demasiado guapo para su propio bien.
Víctor suspira y apoya la cabeza contra su palma. Allá vamos otra vez.
---
La casa por fuera es mucho más impresionante que por dentro, claro. Los recubrimientos de mármol relucen bajo la luz de las farolas, y las enredaderas suben por las paredes en curiosos y serpeantes caminos, las luces del interior creando formas extrañas-
Víctor carraspea, perdiendo la paciencia y golpea su pie contra los adoquines de la calle rítmicamente, pretendiendo no oír las risas que salen de los matorrales a sus espaldas. Saca un reloj de bolsillo plateado de su chaleco y lo toca con un dedo, ligeramente, intentando que las manecillas se den un poco más de prisa. De verdad, su sueldo no cubre este tipo de cosas ni de lejos
Mira a ambos lados de la calle y se plantea abandonar a Charles, porque está empezando a hacer frío y tiene que volver a casa todavía. Su casa, la cual está al otro lado de la ciudad. Luego recuerda que es Charles quien tiene las llaves y resopla. Para qué tendremos veintiséis copias de las llaves, si las lleva siempre él.
- Cariño-. - Sonidos húmedos. - Tengo-me tengo que ir, ¿vale? Pero te vendré a ver. Te escribiré, querida- - Más sonidos húmedos. Una pausa. - ¿Sarah? ¡Annette, Annette! Sí, perdóname- la posesión me agota. - Risas y murmullos. - Vale, igual no tanto-
Víctor pone los ojos en blanco y decide que va a forzar la cerradura, que a la mierda, no sería la primera vez- pero Charles parece hacer uso de sus supuestos poderes paranormales y sale en ese mismo momento de entre los matorrales, desenganchándose hojitas del pelo y metiendo unos dedos ridículamente largos dentro de sus guantes de terciopelo. Víctor puede ver el vestido blanco de Annette ondular a sus espaldas mientras corre hacia la casa, recolocándose los mechones en lo alto de la cabeza al mismo tiempo.
- Bueno, ¿nos vamos? - Charles le regala la mejor de sus sonrisas. Víctor no está nada impresionado.
- En serio ¿Una viuda? ¿Es que no tienes principios?
- ¡Cómo osas preguntarlo! - Le dice, pasándole un brazo por los hombros. - Sabes de sobra que no.
Víctor resopla e intenta quitárselo de encima. No lo consigue.
- Además, a esto se le llama satisfacer al cliente.
- Si eres una de las chicas del Soho, sí, por supuesto.
- Ah, mis queridas damas del Soho. Fuente de sabiduría donde las haya. - Charles mira al cielo, sus ojos brillando verdes y soñadores mientras se coloca su sombrero de copa con una floritura. Le vuelve a mirar. - Pero en serio, no hemos hecho nada de lo que tengas que preocuparte.
- Yo no me preocupo. - Le asegura Víctor rápidamente, y añade. - Y no sé a quién intentas engañar, se te ha olvidado subirte la bragueta.
Charles le suelta a toda prisa para mirarse la entrepierna y grita un ¡hey! ofendido cuando vé que no es verdad. Víctor sonríe y sigue caminando.
- No es justo. Sabes que no tendría que hacer esto si no fuese por ti - Se queja Charles, alcanzándole en dos largas zancadas. - que no haces más que rechazarme. Me duele el corazón, Víctor. - Se toca el pecho y Víctor pone los ojos en blanco.
- Lo que me sorprende es que no te duela otra parte del cuerpo. Una que utilizas con bastante más frencuencia.
- Ahora que lo dices, también me duele un poco la cabeza. - Se masajea las sienes y le mira de reojo. Víctor sonríe, muy a su pesar y Charles da un una especie de brinco emocionado al verlo, besándole la mejilla y llenándole media cara de babas en el proceso.
- Ay, Jesús, pero qué asco. - Víctor intenta apartarle pero Charles no se deja, estrechándole más contra su cuerpo.
- ¡Vamos a celebarlo, Vicky! ¡Bebamos hasta que todas las chicas nos parezcan guapas! - Grita excesivamente alto, justo dentro de su oreja.
- A ti todas te parecen guapas siempre. - Gruñe, apartándole la cara de su oído con toda la mano. Charles le sujeta la muñeca.
- Pero a ti no.
Y Víctor se deja arrastrar porque, bueno, no puede luchar contra argumentos como ésos.
---
Las calles de Londres resultan bastante amenazantes cuando no tienes una casa a la que volver al final del día, todas las sombras que se esconden tras las esquinas multiplicándose repentinamente, y Víctor se encuentra en esa situación cuando cumple dieciséis y le informan amablemente de que es demasiado mayor para seguir viviendo en casa de sus tíos. Aparentemente el amor familiar dura exactamente lo mismo que el poco dinero que hereda de su padre.
Por suerte es un chico listo y ha sabido aprovechar su corto pero intenso paso por la Academia para jóvenes de Northborough, donde te enseñan las cosas importantes de la vida, es decir: para qué sirve tu mano derecha realmente, y cómo sacarle pasta al prójimo. Si además de todo sales sabiendo algo de matemáticas y de latín puedes darte por realizado para el resto de tu vida.
- ¡Damas y caballeros! ¡Acérquense y hagan sus apuestas! Una canica y tres vasos, señores, por sólo dos chelines, ¡no hay manera de perder!
Es el truco más antiguo de la creación y a Víctor nada le duele más que no ser original, pero cuando el hambre apremia no hay tiempo de ponerse creativos. La calle está abarrotada con gente que corre en todas direcciones, y en mitad de la carretera un carruaje pierde una rueda, provocando que el tráfico pare y que su conductor baje a discutir con los transeúntes en conjunto en voz muy alta, sus manos regordetas agitándose en todas direcciones. Víctor cree entender que uno de esos transeúntes es su cuñado y los problemas familiares parecen sumarse a los ya existentes problemas técnicos.
- ¡Acérquense y vean! ¡Es una apuesta segura!
En ese momento una señora pasa frente a él, todo ondulantes caderas y telas orientales y le mira por encima del hombro cuando Víctor intenta ofrecerle una partida, su gorro de plumas azules tapándole media cara. Víctor le saca la lengua en cuanto le da su regia espalda.
Una sombra enorme le tapa el sol de repente y cuando Víctor levanta los ojos (arribarribarriba) ve a un chico vestido de morado que ha salido completamente de la nada, masticando una manzana lentamente
- Uy, pero qué maleducado. - Dice, entre mordiscos, sonriéndole descaradamente. A Víctor del cuesta procesar un poco la información, especialmente cuando le guiña un ojo perfilado de negro y dice - Eso me gusta.
El chico sigue comiéndose su manzana meticulosamente, y Víctor no puede evitar seguir el movimiento con los ojos, sus tripas protestando audiblemente. Agita un poco la cabeza en un intento bastante inútil de despejarla.
- ¡Señor! Venga, anímese, sólo dos chelines por probar, ¡y ganará el doble si acierta! - Víctor le ofrece una sonrisa que espera que quede amistosa además de desesperada, y golpea uno de los vasitos rojos con una uña.
- ¿Cuatro chelines, eh? - El chico se golpea la barbilla con la manzana y parece que se lo piensa, así que Víctor asiente rápidamente. El chico se encoge de hombros. - Vale.
Víctor extiende la mano y el chico de morado deja caer dos pequeñas monedas que Víctor inspecciona de cerca (uno nunca es suficientemente cuidadoso, se disculpa, encogiéndose de hombros). Cuando se asegura de que son verdaderas levanta todos los vasitos, colocando la canica en el medio.
- Supongo que ya sabe cómo va.
- Oh, sí, me hago una ligera idea.
- Genial.
Empieza a cruzarlos sobre la pequeña superficie de madera, despacio al principio para que el cliente se confíe, y más rápido al final, tanto que es difícil saber en qué dirección está moviéndolos exactamente. Acaba con una floritura de la mano y sonríe, pero el chico no está mirando a los vasos, si no que está mirándole a él. Posa la manzana sobre la mesa y pasa tres largos dedos enguantados sobre los vasos, lentamente, como intentando decidirse. Emite una especie de sonido (un mmm vibratorio) y acaricia el vaso de la derecha con un movimiento circular, luego el del centro, y luego parece pensárselo mejor y extiende la mano para buscar algo tras la oreja de Víctor, que salta, sorprendido.
- ¡Ajá! ¡Pero mira lo que tenemos aquí! - Abre su mano y justo en el centro de la palma de terciopelo está la canica, que parece aún más pequeña dentro de la enorme mano. Víctor la coge para inspeccionarla mientras se palpa el bolsillo izquierdo de su chaqueta, donde se supone que la ha dejado caer. No puede ser. - No lo intentes, no está ahí.
- Pero- pero cómo-
El chico se encoge de hombros y golpea la manzana sobre la mesa, que sale volando muy alto, describiendo una suave arco descendente para después desaparecer entre sus manos. Víctor se le queda mirando, intentando cerrar la boca.
- Sé más rápido la próxima vez.
- Pero- - Balbucea, haciendo gestos inútiles con las manos. Mira discretamente a ambos lados de la calle, buscando una vía de escape. - yo no tengo cuatro chelines.
- Oh, ya me lo imaginaba. - El chico se encoge de hombros otra vez, en lo que parece ser un gesto habitual. Víctor se da cuenta de que tiene las clavículas asimétricas bajo la chaqueta morada. - Sólo quería saber cuál es tu precio.
- Dos ch- - Empieza automáticamente, y lo piensa mejor. - Eh, ¿mi precio?
- Sí, ya sabes. Cuánto me costaría. - Le sonríe y mueve las cejas de arriba abajo, bajando la voz hasta que rueda por su garganta, como un ronroneo. - Vivo aquí cerca.
Víctor entrecierra los ojos.
- No sé lo que intenta insinuar, señor, pero creo que se está equivocando.
Y algo en todo eso debe de hacerle mucha gracia, porque empieza a reírse como un loco, los dientes reluciendo extrañamente blancos en el sol de mediodía, y le golpea un poco el hombro, sujetándose el estómago.
- Vale- vale ahora en serio. Estoy dispuesto a pagar tres libras pero no más. - Le dice, un dedo extendido en el aire. Víctor se le queda mirando y se cruza de brazos. - Bueno, vale, cinco y porque me has caído bien.
El estómago de Víctor parece muy tentado por esas cinco libras, pero su cabeza y su corazón son igual de testarudos que siempre, así que se cruza de brazos con más intención mientras ve al chico perder la sonrisa poco a poco.
- ¿Estás hablando en serio? - Víctor levanta una ceja. - ¡Estás hablando en serio!
Y se echa a reír otra vez, así que Víctor suspira y decide que ese no es un buen día para el negocio, recogiendo los vasitos y la canica con cuidado, guardándolo todo en su ajada bolsa de cuero. Se da la vuelta y echa a caminar calle arriba, preguntándose si esa noche habrá espacio en algún almacén del muelle mientras esquiva a una mujer que intenta venderle una pieza de pescado más que medio putrefacto, un niño diminuto colgado del final de su mandil.
- Eh, ¡chico! ¡chico! - Víctor acelera el paso pero el hombre le alcanza en cuatro zancadas y le sujeta del codo. Víctor aprieta los dientes y gira sobre sus talones, levantando una palma.
- Mire, caballero, ya le he dicho que no ofrezco ese tipo de servicios-
- Ya, ya. - Le interrumpe el chico, agitando la mano en el aire. - Ya te he oído. Y aunque me parece una extraña moral la tuya, que básicamente se reduce a que está bien timar a la gente pero for-
- ¡No es lo mismo para nada!
- -nicar por dinero es algo terrible-
- ¡Es algo terrible!
- -estoy dispuesto a obviar tus incosistencias de razonamiento y a ofrecerte un trabajo. - Víctor abre la boca y el chico se la tapa con un guante negro. - Decente. Un trabajo decente. Al menos según tus estándares.
- ¿Un… trabajo? - Dice, interesado muy a su pesar, escupiendo los restos de terciopelo de la superficie de su lengua. El chico asiente, sacando un sombrero de copa de alguna parte y poniéndoselo en lo alto de la cabeza.
- Estoy pensando en abrir un negocio propio. Espiritismos de Gaulle- ese es mi nombre, por cierto, Charles de Gaulle. - Le estrecha la mano rápidamente.
- Um, Víctor. Hugo.
- Encantado. - Le sonríe fugazmente, y agita las manos en todas direcciones, emocionado. - ¡Espiritismos de Gaulle! ¿No suena genial?
- … Supongo. .- Víctor frunce un poco el ceño. - Pero yo no sé nada de espiritismo.
- Ah, yo tampoco. - Le dice, pasándole una mano sobre los hombros, el guante de terciopelo cosquilleándole el lateral del cuello. - Pero confío en que vayamos aprendiendo sobre la marcha.
---
- Oye, Charles- Ay dios mío. Ay, lo siento.
Víctor cierra la puerta a toda prisa, apoyando la frente contra la superficie de madera hasta que siente el calor de su cuerpo receder un poco. Jesús. Respira hondo y camina hasta el salón, frotándose el sueño y la vergüenza de los ojos porque de verdad, a estas alturas debería estar más que acostumbrado.
- ¡Víctor! ¡Por fin te despiertas! Ya pensaba que iba a tener que tomar medidas drásticas. - Dice Charles, los pies sobre la mesa y un periódico entre los dedos, y algo en la manera en la que pronuncia la r de drásticas le hace sonar terriblemente obsceno.
- Podrías avisar cuando te traes alguien a casa, Charles. Poner un cartel en la puerta, qué sé yo. Para evitarnos a los demás momentos embarazosos.- Dice, estudiando intensamente el papel floral del salón. - Y - Suspira, dándose por vencido. - ¿puede saberse por qué no estás vestido?
- ¿Qué quieres decir con que no estoy vestido? Esta seda es china. - Dice mortalmente ofendido, frotando su bata entre dos dedos, el sol pintándole rayas de luz sobre el pelo. - De verdad, Víctor, eres tan… Victoriano.
Víctor pone los ojos en blanco y levanta las manos en el aire, rindiéndose porque hay cosas que simplemente no están hechas para ser discutidas antes del desayuno. Una vez en la cocina busca entre los cajones una tetera abollada a la que le tiene un cariño especial, el proceso de preparación del té familiar, relajante.
- En serio, Charles. - Dice en voz alta, intentando decicir entre su francamente impresionante colección de tés, abriendo uno a uno los tarros de cristal para luego cambiar de opinión y cerrarlos todos de nuevo. - ¿Es que quieres convertirte en una versión pobre y sin talento de Oscar Wilde?
Charles entra en la cocina y se sube sobre una de las sillas desparejadas que han ido coleccionando durante los últimos tres años. Ésa en concreto cojea un poco, así que se tambalea con los brazos extendidos en cruz, como una especie de Jesucristo venido a menos, su cabeza rozando el techo.
- ¿Me estás tomando el pelo? ¡Me encantaría!
- Te estoy hablando en serio. - Víctor le mira y se pasa una mano por el pelo, intentando aposentarlo sobre su cabeza. Suspira. - Tienes que tener más cuidado. Especialmente si vas a elegir al hijo del panadero como compañero de juegos.
- ¿Era el hijo del panadero?
- Eso creo… - Dice Víctor, pensativo, golpeándose la barbilla con una cucharilla y apoyándose contra la encimera. - Aunque a decir verdad es difícil de concretar, teniendo en cuenta que sólo he visto su- su-
- Culo. - Termina por él Charles, con una sonrisa.
- Exactamente.
- Bueno, no es que yo haya visto mucho más.
- Oh, por dios. - Víctor resolpa y le da la espalda.
- En mi defensa diré que estaba muy oscuro. - Dice, saltando de la silla en un revuelo de seda roja para acto seguido sentarse sobre la encimera, la tela de su bata rozándole los tobillos.
- No sé cómo te las arreglas para tener a tanta gente engañada, de verdad. - Víctor quita la tetera del fuego y busca dos tazas, posándolas con más fuerza de la necesaria sobre la mesa de la cocina y frunce los labios.- Todo el mundo piensa que eres encantador cuando en realidad lo que pasa es que no tienes escrúpulos de ningún tipo.
Charles balancea sus pies sobre el suelo y se encoge un poco de hombros, estudiándose las uñas.
- Ya, y sin embargo tú lo sabes y mírate, aquí sigues. - Le mira un poco por debajo de las pestañas y sonríe con algo que si no fuese Charles estaría rozando la timidez. Es una expresión tan extraña, tan fuera de lugar en él que a Víctor le cuesta apartar la mirada, sintiendo el corazón algo ligero dentro del pecho- como si quisiese írsele a alguna parte- pero en ese momento llaman a la puerta y el sonido le saca de su trance. Se da la vuelta y carraspea un poco dentro de su mano.
- Bueno, tú no tientes a la suerte. - Dice, secándose las manos en su pantalón de camino a la puerta.
- ¡Charles! ¡Traigo correo! - Grita la recién llegada, apartando a Víctor de la puerta con una mano enguantada contra su pecho.
- Buenos días, Holly ¿qué tal estás? Es un placer verte. Pasa, por favor, no te quedes ahí. - Dice Víctor, hablando con el espacio vacío frente a él y moviendo una mano en el aire.
- Tu chico está majara, Charles. Ya vuelve a hablar solo otra vez. - Le dice Holly a Charles cuando éste sale a saludarla, arqueando su espalda para poder dejar un beso en su mejilla. Víctor suspira y cierra la puerta, sentándose en su mesa de trabajo, justo en frente de la ventana del salón, donde se amontonan diminutas piezas metálicas y planos garabateados. Se coloca unas gafas doradas en lo alto de la nariz y observa un pequeño circuito que todavía no tiene un propósito claro, pero que pronto se convertirá en algo brillante. Posiblemente.
- No pasa nada. Yo le quiero igual. -Charles le guiña un ojo y acompaña a Holly hasta los sofás orejeros del salón, donde ella se sienta delicadamente después de fruncir la nariz durante unos buenos diez segundos al ver el relleno asomar en los cojines.
- Veamos. - Dice, recolocándose los volantes de su vestido azul alrededor de las botas. Rebusca entre los pliegues de su falda y saca un fajo de cartas atados por un lazo blanco. - Esta semana han llegado muchos encargos, pero he seleccionado los que me parecían más adecuados. Te han llegado muchas cartas de antiguos clientes, además.
- ¿Ves, Vicky? Satisfacer al cliente.- Le dice Charles, mirándole a través del salón.
- Bueno, no es que estuvieran precisamente satisfech-
- Nimiedades, querida. - La interrumpe, agitando una mano. Víctor sonríe, ajustando un tornillo con cuidado. - Cuéntame las novedades.
- Hay- - Holly mira las diferentes cartas y frunce el ceño, las ligeras arrugas de su frente pronunciándose momentáneamente. Víctor no sabe cuántos años tiene, pero está seguro de que tiene más de los que se atreve a suponer. - Tienes tres sesiones de espiritismo. Dos están bastante cerca.
- Ahhh, espiritismos. - Gruñe Charles, apoyando su cabeza contra el sofá. - ¿No hay nada mejor?
- Si no querías que te contactasen para hacer espiritismos deberías haber pensado mejor el nombre de tu negocio. - Le dice Holly, mirando entre sus cartas. Charles le saca la lengua cuando no le mira y Víctor tiene que morderse el labio para no reírse. - Aquí tienes un exorcismo, pero no sé si podrás hacer esto tú solo.
Víctor carraspea audiblemente desde su silla, levantando una ceja, y Holly le pregunta distraídamente si no estarás resfriado, chico.
- ¡Exorcismo! Nunca hemos hecho un exorcismo. - Le dice Charles, emocionado, pegando pequeños botes en su sofá, y repite, mirando a Víctor. - ¡Victor, nunca hemos hecho un exorcismo!
- Eso es porque no tenemos ni idea de cómo se hacen.
- Como si eso nos hubiese importado alguna vez.
- … Bien visto.
- ¡Genial! - Grita Charles, sonriendo como un maníaco. - ¡Nos quedamos con el exorcismo!
- Como quieras, de Gaulle. - Holly se encoge de hombros y le pasa el papel con la información del encargo. Víctor nunca ha estado seguro de cuál es el propósito de Holly, además de traer el correo de su buzón súper secreto (para mantener el misterio, insiste Charles) pero siempre ha tenido la impresión de que sea cual sea, se le da terriblemente bien. - También te he traído- - Holly se mete una mano dentro de la curva suave de su escote y Víctor siente que se le suben los colores. Todos de golpe y todos a la vez.
- ¡Jesús! ¿Es eso una pistola? - Exclama cuando ve el aparato metálico relucir dentro de su mano.
- No, qué va a ser una pistola. Es un pony. - Dice Holly, poniendo los ojos en blanco. Charles coge el pequeño revólver entre sus manos, con reverencia.
- ¡Pero para qué quieres tú una pistola?
- Tranquilo, Vicky. Es sólo por precaución. No es como si me fuese a poner a disparar a diestro y siniestro. - Charles hace una pausa, pensándoselo, y luego niega con la cabeza. Víctor frunce el ceño. - Además, ¡tiene diamantes incrustados-
- Son cristales, Charles.
- -diamantes incrustados, Vicky! - Protesta Charles, pasando completamente de Holly.
- Por mi como si utiliza las joyas de la corona como balas. - Víctor se pone en pie y le quita el revólver de las manos, que resulta ser más pesado de lo que aparenta, y se lo devuelve a Holly, haciendo caso omiso de los pucheros exagerados de Charles. - Muchas gracias, Holly, pero no necesitamos esto.
Ella se encoge de hombros y se pone en pie, guardándoselo otra vez en su escote.
- A mi me da lo mismo, chico. Puedo recolocar esto en el mercado negro. - Dice, haciendo que Víctor se pregunte qué clase de personas frecuentan el mercado negro exactamente. Se dirige hacia la salida, colocándose un rizo oscuro tras la oreja y se da la vuelta antes de cerrar la puerta. - Ah, Charles, casi se me olvida- te han llegado varias cartas equivocadas, de no sé qué duques o condes o algo por el estilo. Deberías considerar cambiar la dirección del buzón.
- Ah. - Charles asiente, sonando ligeramente agudo y metiendo los dedos por los agujeros de su sofá rítmicamente. Carraspea. - Ya. Vale. Muchas gracias, querida.
Holly asiente secametne, cerrando la puerta a sus espaldas con un suave click y Charles suspira mientras se levanta para ir a la cocina, refunfuñando algo acerca de su revólver. Víctor le sigue con la mirada y se quita las gafas para limpiarlas en el borde de su camisa, pensando en maneras creativas de simular un exorcismo y preguntándose cómo se las ha arreglado para llegar a esta situación, exactamente.
- ¡Víctor! ¡Mira lo que acabo de encontrar! - Grita repentinamente Charles, saliendo de la cocina a toda prisa con una barra de pan entre las manos. La blande hacia ambos lados como si fuese una especie de espada y luego la examina de cerca, algo nostálgico. - Ahora me gustaría que todas las personas con las que me relaciono viniesen con complementos igual de evidentes. Sería mucho más fácil recordar quiénes son.
- También podrías relacionarte con menos personas. - Apunta Víctor.
Charles le mira con los ojos muy abiertos y niega ligeramente con la cabeza.
- Y tú podrías moverte en del terreno de lo posible, Víctor, de verdad.
Se da la vuelta dramáticamente, entre ondas y más ondas de seda y Víctor suspira, siguiendo sus movimientos y pensando, lo posible, claro. Cómo no.
---
PS Siento mucho lo mala amiga que he sido últimamente. Sé que muchos cumplís años este mes/los habéis cumplido ya (SERIOUSLY, ¿por qué todo el mundo ha nacido en Mayo?!) & yo he estado demasiado ocupada. I LOVE LOVE LOVE YOU ALL.
PS2 ¡Nuevo layout! :D Voy a echar de menos a Merlin, pero quería algo un poco más general, un poco más random esta vez.
EDIT: LOL I FAIL. Había escrito mal el título. CÓMO ES ESO POSIBLE NO LO SÉ. D:
actividades para anormales,
wow es eso origfic,
procastinating hell yeah!