Título: Los vientos del cambio
Parejas: Kris-centric (Yifan), Yixing/Yifan!friendship
Rating: G
Número de palabras: 25.253
Resumen: Yifan era un joven letrado con la aspiración de cambiar Joseon para hacer de él un mejor país, pero éste ya estaba cambiando de manera casi imperceptible ante una silenciosa amenaza.
Notas de autora: Algunos hechos narrados en esta historia son ciertos pero han sido utilizados de forma libre. Para evitar que haya mucho problema he evitado usar fechas concretas, estableciendo la línea temporal de forma general hacia el final de la Dinastía Joseon (entorno a 1890~1895).
Escrito para Qiingbyul en el Seoul Nights de Verano de
masquerade. Agradecimientos en especial a mi beta y salvadora particular
lurque, que ha tenido que darme mucho la vara para que escribiera porque juro que a veces no encontraba la voluntad para ello ㅠㅠ; que ha fangirleado en sus notas de corrección y me ha hecho reír cosa mala; que me ha hecho escribir bien el sólo y el solo a base de demasiados intentos y me ha ayudado a mejorar mi gramática /___\
También a
obsscure por haber sido la persona que se leyó el SN mail a mail mientras lo iba escribiendo, a
aleenabite,
darkkaya,
joker-coker,
ontokkishi que escucharon mis lamentos <.<. GRACIA A TODAS ♥
Hanseong: Seúl.
Joseon: Corea.
Nippon: Japón.
Imperio de Han: China.
Yangban: clase élite.
Sangmin: pueblo llano.
El viento soplaba del este, colándose entre las calles de la ciudad, acariciando los muros de las casas y los rostros de la gente. Había un tinte frío en él, una leve muestra del cambio de estación, del verano que se desvanecía para dar paso a la estación en que los árboles lloraban. Jugueteaba como un niño travieso, haciendo ondear las banderas y los estandartes que adornaban el palacio real; la risa del viento traducida en el ruido que hacía el movimiento de las telas.
Yifan andaba con paso apresurado, portando rollos de papel bajo su brazo y la bolsa de utensilios que llevaba colgando rebotando contra su cintura. Sus botas hacían ruido sobre el suelo de piedra mientras se dirigía al edificio en el que trabajaba todas las mañanas, cruzándose con grupos de doncellas de palacio que iban a hacer sus tareas de limpieza y oficiales a los que saludó con una inclinación. Una vez que llegó a su destino, miró una vez hacia el cielo despejado y entró pasando la entrada custodiada por dos guardias de palacio vestidos de rojo, con sus lanzas en posición vertical y sus rostros impertérritos.
Recorrió el largo pasillo con el que contaba el edificio, pasando por delante de las diferentes salas en las que se dividía. Había hombres sentados en el suelo delante de sus escritorios, otros discutiendo asuntos de la corte que en un futuro llevarían ante el rey, la sala de registros y, finalmente, la sala en la que él trabajaba diariamente. Estaba llena de estanterías de madera en las que se apilaban cuadernos de notas, proclamas y dictados del rey; Yifan dejó sus rollos de papel en los que había estado trabajando esa noche sobre una mesa y se sentó en el suelo habiéndose quitado las botas en la entrada. Tres escritorios adornaban la estancia, su madera lacada brillando con la luz que entraba por la ventana entreabierta y que dejaba pasar al mismo tiempo la brisa fresca de la mañana. No había nadie en ese momento que le hiciera compañía, él siempre solía llegar temprano para organizar el trabajo hasta que venían sus dos superiores.
Estiró uno de los papeles sobre la mesa en la que solía trabajar, abriendo a continuación su bolsa de utensilios, sacando tinta y pincel. El papel era una copia de una sentencia a un yangmin por rebeldía, un castigo severo como todos los que el rey asignaba, en la que se puso a trabajar con pincel en mano y pulso controlado, trazando los caracteres chinos con la destreza que le habían enseñado desde pequeño, la tinta impregnándose en el papel. Una vez terminó, dejó que ésta se secara mientras observaba por la ventana entreabierta. Un grupo de doncellas vestidas con hanbok rosa pasaron por delante de ella, sus rostros infantiles sonriendo mientras se dirigían seguramente a las cocinas de palacio. Un guardia pasó a continuación y Yifan decidió volver a centrarse en su trabajo al escuchar voces que se acercaban a la sala.
Entraron dos hombres de edad avanzada, sus rostros surcados de arrugas, la barba poblando sus barbillas. Uno de ellos vestido con ropajes rojos y el símbolo de dos grullas en el pecho marcaba su elevada posición como ministro en la corte, las ropas del otro eran de un color verde oscuro, diferente al azul que teñía las suyas propias. Los saludó girándose e inclinándose hacia ellos.
-Buenos días, señor Ministro. Viceministro.
-Buenos días, Yifan. ¿Ya está la copia de la sentencia preparada?
Asintió, cogiendo el papel ya seco, mientras los hombres se sentaban antes sus respectivos escritorios. Se lo extendió al ministro, que lo cogió con cuidado, observándolo a continuación.
-Muy bien. Habrá que llevárselo después a Yeongho para que lo incluya en el registro del mes.
Volvió a asentir, y un silencio se instaló entre los presentes. Yifan puso otro papel sobre la mesa, inclinándose sobre él para seguir trabajando. Esa era su rutina diaria desde que había entrado a trabajar en el Ministerio, el examen de palacio superado meses atrás. Aún tenía en el cuerpo la anterior rutina de las horas entre libros de poesía y literatura, rodeado de las paredes de la academia Sungkyunkwan. De las noches largas de estudio a la luz de una lámpara y de las yemas de sus dedos manchadas de tinta. Habían sido dos años de esfuerzo desde que había superado el examen civil, pero había valido la pena. La nota que había sacado en el examen de palacio le había dado el rango suficiente para poder acceder a trabajar en donde le interesaba, ocupando el puesto de secretario en el Ministerio de Justicia.
Había notado el cambio de atmósfera desde su primer día de trabajo. Ya no era el ambiente jovial y, en cierto modo, despreocupado por momentos de la academia, donde la mayor preocupación era no decepcionar con sus estudios a los profesores. En la corte era diferente. Donde en la academia había conversaciones sobre la gracia de un relato, en la corte se hablaban sobre dictados para mejorar relaciones entre las ochos provincias de Joseon. Las bromas entre horas eran reemplazadas por caras serias inclinadas sobre papeles, y una falta de discreción podía ser castigada. Yifan se había acostumbrado todo lo rápido que había podido, estudiando la estructura del lugar, la jerarquía de las personas que allí trabajaban para no ofender en un descuido a quien no debía. Su madre y su posición como yangban le habían inculcado el resto: el saber hablar con respeto, el permanecer en silencio cuando era oportuno y el no mostrar sus ideas abiertamente a menos que éstas fueran preguntadas. Song Yeongsik era un ministro afable, con su rostro redondo y sus palabras suaves, pero muy firme defendiendo los ideales de Joseon, al igual que el viceministro Hwang Ilseong. Eran buenos mentores y él los respetaba, pero sabía que había ideas que era mejor no compartir con ellos, sobre todo las que tenía él en mente desde que se había prometido conseguir una posición en la corte. No todos veían el deseo de una remodelación de la sociedad como algo bueno, sobre todo entre la aristocracia. Ése era su propósito desde que de pequeño observó cómo castigaban en la calle a uno de los esclavos de la familia Myeong, que vivía a dos casas de distancia de la de sus padres.
-¿Por qué lo castigan, padre? -había preguntado, una vez que habían vuelto al interior de los terrenos de su casa, con su madre a su lado.
-No todos tienen los mismos derechos que nosotros, Yifan, por injusto que parezca.
-¿Por qué?
-Una vez naces con cierta condición, ésta te ata de por vida a seguir un sendero del que no puedes desviarte sin ser castigado.
Recordaba que se había sentido confuso, la corta edad con la que contaba entonces no le permitió entender del todo las palabras de su padre. Con el tiempo lo hizo y empezó a ver las diferencias en sus andanzas por la capital de la mano de su mejor amigo. De cómo los yangban dominaban la corte y la ciudad en sí como miembros de la aristocracia que eran, sabios en la escritura y la cultura, y usaban su poder para subyugar a la población. De cómo los chungin -mercaderes, oficiales y magistrados- intentaban imitar a los yangban pero sin conseguirlo. O de cómo los sangmin, que eran la mayoría de la población de Hanseong y cuyas casas se extendían hasta las orillas del río Han, vivían como podían entre el pago de las tasas y las duras labores de trabajo. Después estaban los esclavos, cuyo número representaba lo poderosa que era una familia yangban, trabajando en casas y edificios gubernamentales tales como la academia o el propio palacio.
Se había preguntado por qué tenía que existir tanta diferencia social, incluso se lo había preguntado a uno de sus profesores en la academia cuando había presentado un ensayo al respecto y el profesor le había dicho que no debía escribir sobre eso. Su profesor le dijo que no perdiera el tiempo, que la estructura social se había estipulado así en Joseon desde tiempos inmemoriales. Yifan se ahorró seguir con una discusión sobre el tema, al fin y al cabo sus palabras nunca eran escuchadas del todo ante su condición. Porque aunque fuese un yangban por la posición de su padre, y hubiese nacido en Joseon, sus rasgos le delataban. El imperio Han era tanto amigo como enemigo para el reino y siempre había habido cierta segregación en la academia.
Su padre, como embajador del imperio Han, había sido enviado a residir en Hanseong para llevar un control de las relaciones, realizando informes que enviaba mediante emisarios sobre cualquier acontecimiento que sucedía de interés en la corte y en el país. Se había llevado a su esposa con él, que dio a luz siete meses más tarde en la capital; por eso Yifan era y no era al mismo tiempo un miembro de Joseon.
Así que por el momento se limitaba a observar desde su posición en el ministerio, a tomar nota de cómo podía llegar a proponer sus ideales de la mejor manera posible al monarca en un futuro. Sabía que tenía un largo camino por delante, pero no pensaba rendirse. Aun cuando le enervase por dentro tener que hacer la copia de una orden de castigo o tener que comprobar mensualmente los registros de los esclavos del gobierno.
Las horas de trabajo transcurrieron tranquilas; el sol alzándose cada vez más alto en el cielo que veía a través de la ventana cuando levantaba la vista de los papeles. El calor que empezaba a arremeter con el transcurso de las horas hacía que se le pegara la tela interna de la vestimenta a la piel de manera incómoda.
-Yifan -le llamó de repente la voz de su mentor, haciéndole alzar la mirada-. Acompáñame.
Dejó el pincel sobre la mesa, levantándose del suelo. Salieron ambos de la sala dejando a su otro mentor en sus quehaceres con una breve despedida, y abrieron otra puerta que les permitió salir al exterior. Agradeció al momento el aire fresco mientras se ponía el calzado y se ajustaba el sombrero sobre el pelo recogido. El viento había cesado pero quedaban los restos suficientes de la brisa de la mañana, que le acariciaba la cara y le despejaba la cabeza del trabajo en la sala.
Caminaron con paso tranquilo, parándose de vez en cuando a hablar con algunos miembros de la corte con los que se cruzaban. El palacio estaba lleno de gente a esas horas, de oficiales que salían de sus reuniones, ayudantes que caminaban con paso apresurado de un edificio a otro. Yifan se mantuvo callado observando mientras su mentor entablaba conversación con el ministro de impuestos, un hombre de mediana edad llamado Go Jongyeol, si la memoria no le fallaba. Escuchó la conversación por encima, los ministros llevaban toda la semana de reuniones para decidir los temas a exponer en la próxima reunión de la corte y el consejo con el rey que iba a haber en pocos días. Una posible subida de impuestos, una reorganización del control de los distritos de la capital, abolir el brote siempre insistente de rebeldía que había entre la clase baja. Así que con prestar la atención justa podía tener una idea del hilo de la conversación.
Se despidieron al rato del ministro, volviendo a emprender camino hasta que volvieron a parar ante la comitiva que venía en dirección contraria. Rodeados por la guardia real, dos de los príncipes iban conversando mientras caminaban. A uno de ellos lo había visto varias veces con anterioridad en compañía del príncipe heredero. Ambos hermanos se asemejaban bastante a pesar de ser de diferente madre, uno hijo de la reina y el otro de la segunda consorte. Pero esta vez, el segundo príncipe iba acompañado del más joven y al que menos había tenido oportunidad de ver; el príncipe Sehun. De rostro infantil, alargado y barbilla redondeada, escuchaba a su hermano hablar con gesto indiferente, como si no le interesara especialmente lo que le estaba contando.
Yifan bajó la mirada cuando pasaron delante, oyendo una conversación sobre el arte de la espada, y la levantó de nuevo cuando estos les dieron la espalda. Seguramente el príncipe había cogido interés por las dotes de combate, lo que explicaba que le viera en compañía del jefe de la guardia real de vez en cuando. Prosiguieron su camino hasta uno de los edificios de la parte oeste de palacio, la mente de Yifan estaba ocupada pensando en la familia real, preguntándose si serían conscientes de la gente que vivía al otro lado de los muros de palacio.
Con esos pensamientos en mente, siguió a su mentor con paso diligente; las primeras hojas del otoño cayendo al suelo.
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Su madre estaba cosiendo cuando llegó a casa, concentrada en hilar con cuidado utilizando la aguja con sus pequeños dedos. Sentada en el suelo sobre un cojín, le dedicó una sonrisa al verle entrar. Yifan se quitó el sombrero dejándolo sobre la mesita, al igual que el libro y el rollo de papel que llevaba en las manos. Se acercó a ella, sentándose a su lado sobre el cálido suelo.
- ¿Padre ha vuelto?
-Sí, está en su habitación, descansando. Ha sido un día largo para él -le respondió, pasando la aguja a través de la tela.
Su día había resultado también largo al final. Tras haber asistido a una reunión con uno de los mandatarios de la provincia de Chungcheong, había estado ocupado en la sala de registros y en otra reunión de ministros. Apenas había tenido tiempo para pasarse por la biblioteca de palacio y coger una nueva lectura, con la noche cayéndole encima y los primeros farolillos iluminando los terrenos.
Se masajeó el cuello, estirándolo. Cogió el libro entre sus dedos, lo abrió y ojeó las primeras páginas. Estaba escrito en el alfabeto que el rey Sejong había elaborado siglos atrás, aquel que había creado tanta polémica entre las clases sociales y había permitido al pueblo expresarse. El libro que tenía entre manos era una de las pocas copias que uno podía encontrar de la obra de un autor que había perseguido el mismo ideal que él. Le gustaba leer tratados y ensayos de figuras del pasado que había intentado llevar a cabo un cambio, aun cuando muchos de ellos hubieran tenido un triste final.
-Yixing ha pasado esta tarde por aquí, pero le he dicho que últimamente estás muy ocupado en palacio. Pareció desilusionado.
-Seguramente porque no ha podido disfrutar metiéndose conmigo -bromeó, soltando un poco de la tensión que tenía encima.
Yixing llevaba siendo su mejor amigo prácticamente desde que tenía recuerdos. Compañero de estudios desde pequeños, siempre había sido una presencia fija junto a él incluso cuando entró a estudiar en la academia y Yixing decidió no seguir los estudios. Siempre le decía que no le interesaba una posición en el gobierno, que no aspiraba a conseguir algo como Yifan; prefería forjar su futuro a su manera llevando en cierto modo la contraria a todo, sobre todo a él.
La historia de Yixing era similar a la suya. Su padre también había sido enviado a la capital con un cargo oficial asignado por el emperador, en su caso el control sobre el pago de los tributos que, Joseon, como estado vinculado al imperio Han, tenía que enviar tres veces al año. Pero a diferencia de él, Yixing se había mudado con su familia cuando tenía cinco años, creciendo con las cuentas numéricas de su padre, los libros de notas y una lista de nombres de personas de interés en la cabeza. Su poca disposición a seguir las directrices de la sociedad en la que se veía rodeado, unido a los conocimientos que había adquirido con el paso de los años, lo habían convertido en una persona con una visión del mundo peculiar.
En un principio Yixing parecía un chico jovial, con una sonrisa que hacía que la gente se sintiera a gusto en su presencia. Pero Yifan sabía de sobra que la mente de ese chico siempre estaba trabajando a pesar de su apariencia tranquila. Tenía cierto don para hacer que la gente confiase pronto en él y le contara cosas que él guardaba en su cabeza como información relevante en un futuro; para darse cuenta de todo lo que pasaba a su alrededor a pesar de su apariencia despistada y para hacer que la gente acabara debiéndole favores. A veces se encontraba riendo ante la forma que tenía su amigo de liar a la gente a su manera.
-Con que has vuelto -sonó de repente una voz a su espalda que conocía demasiado bien.
Se giró y se encontró con la figura de Yixing asomada por las puertas ahora entreabiertas de la habitación. Vestido con ropas simples de colores oscuros y el pelo recogido en una coleta alta, parecía más el hijo de un sangmin que de un yangban a primera vista. Seguramente acababa de volver de una de sus andanzas por la ciudad.
Su madre le saludó y se excusó, levantándose y dejándoles a solas para retirarse a su propia habitación.
-No puedo creer que siempre te estés torturando con esos libros -dijo Yixing, sentándose a su lado e intentado quitarle el libro de las manos.
-No es una tortura -replicó, alejándolo de su amigo y guardándolo bajo la mesa a buen recaudo.
-¿Intentas llevarme la contraria?
-Sabes que te encanta.
-Puede -admitió, apoyándose contra su espalda-. Pero entre los estudios, el trabajo en palacio y tus eternas lecturas te vas a hacer viejo antes de tiempo, creo que hasta veo una cana -se burló, tirándole del pelo. Yifan se llevó una mano a la cabeza por acto reflejo aun sabiendo que el otro solo estaba bromeando-. Que sepas que vas a tener que pagarme todo este tiempo acumulado que llevas ignorándome.
Se permitió reír. Yixing odiaba que le ignoraran o, más bien, lo que le encantaba era molestarle a él cuando intentaba centrarse en algo. Se podía decir que era el entretenimiento preferido del otro y a él le gustaba seguirle el juego después de todo. Recordaba muy bien las noches que había pasado estudiando con Yixing tumbado en el suelo tirándole de un brazo o una pierna para que le hiciera caso. A veces era como un niño.
-Sabes que no tengo tiempo, no con la reunión con el rey en unos días -le explicó, aunque sabía de sobra que el otro estaba ya enterado de lo que le mantenía ocupado.
-Tendré que raptarte entonces, quizás hasta pida una recompensa.
-Nadie pagaría demasiado por el rescate de un secretario.
-Quizás. Si no, tendrías que quedarte eternamente conmigo, pobre Yifan.
-Es lo que te encantaría.
-Solo te haría un favor salvándote de una vida aburrida.
Yixing le había preguntado más de una vez por qué el empeño de querer estudiar para entrar en palacio y cambiar las cosas. Nunca le había refutado sus ideales ya que los comprendía en el fondo, pero no compartía que dedicase su vida a una causa con final dudoso. Creo que es mejor aprovechar la corriente del río y dejar que te sorprenda con el destino, le dijo una de las veces que fueron juntos a montar a caballo por las afueras de la capital, una costumbre que tenían desde pequeños. Habían dejado la ciudad lejos y los animales descansaban cerca del río tras haber galopado durante largo rato; el sol se ocultaba en el horizonte y la hierba alta cubría el suelo. Yifan había mirado a Yixing, queriendo hacerle entender que no eran iguales en esa postura. Quiero hacerlo, le había respondido, quiero creer que se pueden cambiar las cosas. Su amigo le había sostenido la mirada, bajándola al final y sonriendo mientras hacía un gesto con la cabeza.
-Me aburro -se quejó, dejándose deslizar por la espalda de Yifan y cayendo sobre el suelo con la mirada hacia el techo.
- ¿Hoy no has conseguido que alguien te cuente algo interesante? -preguntó con curiosidad. Yixing siempre tenía puesto los ojos y los oídos en todo.
-Hay demasiados rumores en la parte baja de la ciudad. Muchos cuentos y poca información certera -respondió, cogiendo uno de los cojines y dándole vueltas entre sus manos-. Y no puedo preguntarle a mi padre si sabe algo.
A pesar de que Yixing había heredado claramente la astucia de su madre, era de su padre de quien había aprendido lo que le había hecho la persona que era ahora. Ojeando en sus libros, preguntándole cosas y escuchando todo lo que decía. Pero dado su cargo, se pasaba la mitad del año fuera de Joseon, acompañando en las misiones tributarias con destino a Beijing tres veces al año. Solían durar dos ciclos lunares, lo que hacía que Yixing hubiera crecido a lo largo de los años con cierta carencia de presencia paterna, y se hubiese dicho a si mismo de buscarse una manera de valerse por sí mismo. Cuando dejó de estudiar, su padre le preguntó por qué y él le respondió que no era lo suyo, que aspiraba a algo diferente en su vida. Aun así su padre no sabía de sus incursiones por los distritos dudosos de la capital, de las relaciones que tenía, de los hilos que tejía continuamente; no sabía que su hijo hacía tiempo que había dejado de ser el niño perdido que llegó con cinco años a Hanseong y no se atrevía a hablar. Yifan había visto como su amigo se había convertido en la persona que era ahora y si había algún rastro de esa infancia perdida en el pasado, era en la manera que sonreía y miraba augurando nada bueno. Yixing siempre había tenido tendencia a ser un niño travieso una vez se sentía cómodo con el entorno que le rodeaba.
-La corte quiere proponer acabar otra vez con el origen de la rebelión -comentó Yifan.
-Pueden intentar lo que quieran, los que están metidos en ella saben moverse bien. Y si no, siempre resurge como el fénix de sus cenizas, como ha hecho en el pasado.
Yifan frunció el ceño, pensativo.
-Siempre me he preguntado si tienes algo que ver con ella.
Yixing le miró.
-Sabes como soy, Yifan -le dijo, sin contestar claramente a su pregunta.
Sabía que Yixing solo participada en aquello que le llamaba la atención o en lo que podía sacar cierto beneficio, no le gustaba meterse en problemas si podía evitarlo. Siempre se cuidaba de ello, tanteando el terreno para saber dónde pisar, sabía perfectamente como obraba. Pero siempre tenía esa duda en la cabeza cada vez que oía que nombraban el tema.
-Un día tendríamos que visitar a Baekhyun -propuso, cambiando de tema. No quería pensar más de la cuenta en ello sin tener nada claro-. Echo de menos su pansori.
-Llevas semanas sin salir y te da por decir que echas de menos su pansori.
-¿Qué?
Yixing rió, tirándole el cojín a la cabeza y acertando en su objetivo. Yifan se quejó, cogiéndolo del suelo.
-Nada. Sabes que nos mirará mal si le pedimos que cante. Lo odia.
-No debería, tiene una voz especial -comentó, jugando ahora él con el cojín.
-Tú también lo odiarías si te hubieran pedido desde pequeño que lo hicieras en cada reunión social organizada en tu casa. Y la familia Byun tiene reputación por su gran número de amistades, es de las más importantes entre los yangban junto a la Park. Aunque bueno -rió de nuevo-, sabemos de sobra que Baekhyun te haría un concierto particular si se lo pidieras.
-No quiero saber lo que insinúas -dijo, aunque sabía de sobra lo que quería decir. Se levantó y se acercó a una de las lámparas. Fuera ya era noche cerrada.
-Oh, vamos, [i]Fan[/i] -dijo, usando su diminutivo-. Baekhyun también tiene su propia reputación.
Yifan le tiró el cojín que todavía tenía en la mano, pero teniendo menos éxito que su amigo, que se movió para esquivarlo entre risas. Reputación. Él y su manera de liarle con sus palabras. A veces odiaba a Yixing.
♦♦♦♦♦♦
Los días pasaron rápidamente y Yifan se encontró sentado ante una mesa -pincel y libro de registro delante de él- en la sala del trono, que era donde el monarca atendía las reuniones oficiales del consejo. Su trabajo en ese tipo de situación era tomar constancia por escrito de las decisiones llevadas a cabo y de cualquier cosa que tuviera relevancia con las competencias del departamento al que pertenecía. Se inclinó junto al resto de presentes cuando el rey entró a la sala, hasta que esté se sentó en su trono presidiendo la reunión que se extendió durante bastante tiempo ante el número de propuestas que el consejo expuso al monarca.
Solo había estado una vez en una de las reuniones, a las pocas semanas de haber entrado a trabajar en palacio. Ese día tuvo plena consciencia de cómo funcionaba la corte y de que todo lo que se llegaba a decidir en esa sala era lo que moldeaba el país de puertas para fuera. Las voces serias de los consejeros proponían en alto los temas al rey, que escuchaba y recapacitaba unas veces dando su aprobación, otras negando. Cuando el consejo no aprobaba su decisión, un miembro hablaba en nombre de todos recordándole que tenía que tener en cuenta el bienestar de toda Joseon.
-Recuerde la sabiduría del anterior rey, Su Majestad -dijo de repente uno de los representante, con la mirada hacia abajo y una leve inclinación. El rey le miró fijamente, su rostro reflejaba que le molestaban esas palabras.
-Yo también tengo mi sabiduría -replicó, levantándose de su trono. Habían pasado varias horas y la irritación se notaba en su voz. Los presentes se inclinaron, tocando el suelo con sus sombreros-. ¿Qué sentido tiene que decida si vais a refutar todo aquello a lo que me niego?
-Sólo somos meros guías, no pretendemos ofender a Su Majestad.
En general era un buen monarca. Había tomado el trono a los doce años, con lo que tuvo un regente hasta su mayoría de edad. Llevaba reinando desde entonces de forma diligente a pesar de que el pueblo no estuviera de acuerdo con muchas de sus decisiones a lo largo de los años. Todas ellas eran observadas por el emperador de Han desde lejos, quien le recomendaba en sus cartas que tuviera en cuenta los consejos de aquellos que deseaban en la corte un reinado justo. La mayoría del consejo estaba formado por miembros del emperador, que actuaban en su nombre cuando veían que el rey no lo hacía como tenía que ser. Así que, aunque éste se encontrase a miles de kilómetros de allí, se podía decir que su presencia estaba de todas formas entre esas paredes, algo que no era del agrado del monarca. No era desconocida su opinión de ello en palacio ni en la ciudad, pues era sabido que hubo antiguos reyes que se habían sentido títeres del gran imperio. El rey Gojong no era una excepción.
Tampoco era desconocida la tensión que había actualmente entre ambos países, algo que Yifan sabía muy bien por su padre, que intercambiaba cartas con el emperador de cuando en cuando informándole de todo lo que ocurría en la corte. En el último año éstas habían aumentado por las muestras de rechazo que estaba dando el rey Joseon y en palacio algunos se preguntaban si no era hora de que el príncipe reinase.
-La reunión ha terminado. No pienso escuchas más propuestas -anunció el rey, abandonando la sala y siendo acompañado por la guardia que había estado esperando al otro lado de las puertas.
Comenzó un murmullo en cuanto el monarca se fue; voces de descontento y negaciones con la cabeza mientras Yifan recogía la mesa. Los miembros se levantaron reuniéndose en pequeños grupos para hablar entre ellos, otros abandonaron la sala con rostro pensativo y saliendo por las puertas laterales. Comprobó que no se olvidaba nada y abandonó también el lugar.
Fuera caía una fina lluvia y las doncellas corrían para cerrar las estancias que habían sido dejada abiertas para limpiar. Pudo ver la figura del rey y su guardia desapareciendo detrás de un edificio antes de emprender camino hacia la sala de registros cuidándose de que el libro no se mojase. Había andado un par de metros cuando a una niña pequeña pasando delante de él, justo a tiempo para evitar chocar con ella. Ataviada con un traje de colores brillantes, corría con una sonrisa en el rostro con sus zapatos haciendo ruido sobre la piedra húmeda.
-¡Yangmi, espera! -gritó una voz.
-¡Princesa! -gritó otra voz.
Se giró y vio a un chico pasando y corriendo tras la niña, seguido de varias damas vestidas con los colores del séquito real. El verde claro de la parte de la chaqueta de sus hanbok contrastaba con el azul oscuro de la falda, lo que demostraba su posición en la corte.
-¡Píllame si puedes! -sonó la voz alegre de la niña, que seguía riendo mientras corría como podía con su vestido y sus pequeñas piernas.
Todos iban detrás de ella intentando alcanzarla, lo que daba lugar a una escena graciosa. Era la primera vez que veía a la princesa, aquella que llamaban la rosa de palacio. Era la única niña entre los hijos que había tenido el rey y siempre decían que tenía la belleza de la reina madre.
-¡Te pillé! -exclamó el chico al alcanzarla, cogiéndola entre sus brazos y alzándola del suelo.
-No es justo, corres demasiado rápido -se quejó la niña, intentando zafarse de los brazos del chico mientras la lluvia iba empapando todo poco a poco.
El otro se rió, lo que llamó la atención de Yifan e hizo que levantara la mirada para fijarse en él. Se sorprendió al ver que se trataba del príncipe más joven, Sehun, el mismo que había visto días atrás. Pero lejos estaba el rostro de indiferencia que había contemplado con anterioridad, reemplazado ahora por uno alegre con una sonrisa amplia que mostraba lo joven que era el muchacho en realidad. Eso le sorprendió más aún, pues le había parecido demasiado callado y serio las pocas veces que lo había visto en comparación a sus hermanos.
Quizás se había llevado una primera impresión equivocada de él.
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El otoño dio paso al invierno entre las hojas secas y la primera nevada que cubrió los tejados de todo Hanseong. El aire se volvió frío, cortante, recluyendo a la gente en sus casas tras la jornada laboral. Los días se hicieron más cortos y el sol se escondía entre las nubes anunciando lluvias y granizo. La rutina en la ciudad seguía siendo la misma y Yifan ya había aprendido a moverse sin problemas por los terrenos de palacio. Había hecho pequeñas amistades con algunos miembros y de vez en cuando hablaba con otros secretarios y asistentes, incluso tenía en ocasiones reuniones sociales con ellos que intercalaba con la de sus amigos.
Esa rutina fue interrumpida el día de la tercera nevada con la llegada de un emisario a la ciudad. En un principio ese tipo de acontecimiento no originaba gran revuelo, pues solían venir con noticias de otros puntos de Joseon o del imperio. Pero el hombre, que había pedido audiencia con el rey, fue apresado en la puerta principal del palacio por la guardia. Eso llamó la atención de los miembros de la corte que estaban presentes en los alrededores, quienes se preguntaron por qué detenían a aquel hombre y con qué intenciones habría venido. Después se supo que era un emisario nipón y entonces las cosas empezaron a tener sentido. Se originaron rumores y conversaciones susurradas que alcanzaron volumen a lo largo de la mañana; las caras de descontento y otras de curiosidad. Joseon había sufrido mucho a manos de Nippon y, aunque se mantenía ciertas relaciones con el país, éstas eran muy limitadas. El comercio estaba concentrado en el puerto de Pusan, en la costa sureste del país, y el gobierno había rechazado las peticiones del de Meiji sobre enviar embajadores a Hanseong. La memoria del pasado perduraba y eso hacía que la llegada del emisario fuera un tema de preocupación. Aun así el rey parecía haber dejado apartado las heridas del pasado, ya que aceptó la audiencia con el emisario en cuanto le informaron del suceso. Ésta fue presenciada por el consejo principal, con lo que las conversaciones que había en palacio sobre el posible tema de la reunión eran meras suposiciones.
Yifan había intentado sacar algo en claro de ellas pero sin mucho éxito. Esa mañana sus mentores no habían aparecido por el edificio, así que se permitió dar una vuelta e intentar participar en las conversaciones. Había preguntado aquí y allá para al final rendirse y esperar a que la audiencia terminase junto al resto de oficiales reunidos en torno al edificio de la sala del trono. Al cabo de un rato las puertas se abrieron dando paso al emisario que fue custodiado al momento por la guardia de rojo. Todos observaron como éste era llevado hacia las dependencias donde solían descansar los embajadores tras sus largos viajes antes de partir a sus países de origen. Nadie más salió de la sala hasta pasada una hora llena de más conversaciones alrededor de Yifan. Al final, apareció el rey con rostro serio subiéndose a su palanquín y desapareciendo tras las cortinas de éste.
El consejo salió poco después y pudo divisar a su padre entre ellos, el rostro cansado y su paso rápido. Unas cuantas personas se acercaron a él, seguramente para preguntarle de qué se había hablado ahí dentro, pero él se disculpó con pequeñas inclinaciones y siguiendo su camino. Supo que su padre le había visto cuando éste cambió de rumbo y se acercó hacia él. Yifan se unió a su paso en silencio, dejando atrás el edificio y marchando ambos por la puerta principal. Sabía que su padre no querría que cualquiera los escuchara hablar de lo acontecido. Había que ser cauto con los asuntos de palacio, pues cierta información en bocas imprudentes podía originar problemas, algo de lo que su padre siempre se cuidaba mucho.
La nieve cubría los laterales de la calle principal, amontonándose contra los muros de las casas. Parte se había derretido por el sol, pero el frío impedía que lo hiciera del todo. Caminaron juntos con el suelo húmedo bajo sus botas y la tierra pegándose a las suelas hasta que llegaron a los muros que delimitaban su casa. Entraron y su padre se dirigió al edificio que usaba como estudio y en donde trabajaba cuando estaba fuera de palacio. No era un lugar muy amplio, sólo contaba con dos habitaciones, pero era suficiente para poder trabajar cómodamente. Una serie de estantes cubría por completo una de las paredes de la sala principal, llenos de copias de las cartas que su padre intercambiaba con el emperador, informes de la corte y parte de su colección privada de libros. Un escritorio y una silla adornaban la zona de la ventana principal.
-Mantén los ojos bien abiertos en palacio -le dijo en cuanto deslizó las puertas para cerrarlas.
-¿Malas noticias?
-Se supone que no. Pero los japoneses nunca vienen con buenas intenciones -comentó, sentándose en el suelo y cogiendo un trozo de papel para escribir-. No se puede confiar en sus palabras cuidadas y el problema es que el rey se deja encandilar con facilidad.
-¿Qué quieres decir?
-Ya lo habrás comprobado por ti mismo -respondió, buscando con la mirada sus pinceles. Yifan los vio en una de las esquinas de la habitación sobre un pequeño aparador, así que cogió uno y una vasija para tinta-. El rey está ávido por un cambio y esto sólo puede originar problemas. Por eso se rechazó que entraran emisarios a la capital.
-¿Cuándo fue la última vez que vino uno? -preguntó, teniéndole la tinta y el pincel a su padre, quien los cogió y los puso sobre su mesa.
-Hace demasiado tiempo, ni siquiera estaba yo aquí. Pero recuerdo que las noticias llegaron al emperador y no fueron de su agrado. Crearon un revuelo que se decidió evitar en un futuro y esta vez no va a ser diferente.
-¿Pero qué noticias traía el emisario?
-Era una mera misiva. El emperador Meiji quiere estrechar relaciones con Joseon -dijo, empapando el pincel en la tinta-. Hemos evitado que el rey responda por el momento diciéndole que es una decisión que hay que llevar a cabo con precaución y sabiduría. No le gustaron las palabras, pero nadie quiere que se repita el pasado.
-No parece gustarle que duden de su criterio.
-Así es. Pero toda acción que lleva a cabo repercute en el país; tiene que demostrar su virtud actuando como un monarca sabio.
-¿Es cierto que se está pensando en que el rey abdique en su hijo?
-Sería lo mejor. El príncipe heredero está preparado para gobernar, pero no va a querer darle el poder en su hijo. No por el momento -le contestó, trazando caracteres sobre el papel-. Además el príncipe aún no está casado pero tengo la impresión de que, tras esto, el emperador hará algo al respecto.
Asintió, comprendiendo la situación. Una vez que el emperador de Han tuviera constancia de la visita del emisario, la situación cambiaría y el monarca de Joseon seguramente se vería más atado aún.
-¿Crees que el rey soportará más presión? -preguntó al cabo de un rato.
-No lo sé, Yifan. Sólo puedo confiar en que los dioses no nos tengan preparadas más sorpresas. Y la experiencia me dice que las habrá.
Tras esa conversación con su padre, Yifan fue plenamente consciente de la tensión que se empezó a respirar en el ambiente a partir de entonces.
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Parte 2>>