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El emisario se marchó dos días más tarde, desapareciendo de la ciudad pero dejando tras de sí un rastro de incertidumbre en la corte que se extendía como un veneno de boca en boca. La carta de respuesta del emperador llegó dos semanas más tarde en manos de un emisario a caballo. Ésta contenía una serie de consejos, de hechos que el monarca no debía olvidar y decía ante todo que fuera precavido; prácticamente era una repetición de las palabras del consejo.
En ese lapso de tiempo no hubo más noticias por parte de Nippon, pero eso no hizo que los rumores dejasen de circular por palacio y se extendieran irremediablemente entre la población. Algo que pudo comprobar Yifan en una de las ocasiones en que dejó sus ropas de yangban a un lado para vestirse como un plebeyo, soltándose el pelo que siempre llevaba recogido, y así acompañar a Yixing a la parte baja de la ciudad.
Había pasado bastante tiempo desde la última vez había caminado por esas calles estrechas, abandonando la vía principal, llena de gente y caballos tirando de mercancías, que cruzaba la ciudad de este a oeste. El trabajo le había recluido en palacio entre órdenes de arresto, interrogatorios y libros de edictos; penas de castigo, peticiones varias de otros órganos gubernamentales y muchas horas inclinado sobre el papel. Así que agradeció dejar la carga del trabajo y su estatus atrás, y ser por unas horas un simple habitante.
Caminaron juntos por las distintas calles, cruzándose con hombres de rostro ajado y quemado por el sol. Las largas horas de trabajo a la intemperie dejaban huella, al igual que las duras labores de trabajo lo dejaban en los huesos y las espaldas ahora encorvadas. Las casas, de tejados de cerámica en la zona alta que brillaban cuando la luz se posaba sobre ellos, se mezclaban hasta desaparecer con las de mera paja combinada con cáñamo y ramas. A medida que iban avanzando, las calles se estrechaban de tal manera que aquello se convertía en un laberinto de casas y gente por todos lados. Un hombre mayor vendiendo pollos, otro sentado moliendo alubias; los niños unos correteando y otros ayudando a sus madres; las muchas jóvenes ocupadas con sus cestos de ropa camino calle abajo, seguramente dirigiéndose al río para lavar. Si se giraba y elevaba la mirada podía ver las montañas que rodeaban a la capital, semejantes a un muro que la salvaguardaban de las fuerzas externas. La gran montaña Puksan al norte, a espaldas del palacio Gyeongbokgung, contrastando con la presencia del río Han al sur de la ciudad.
Cerca ya del río, siguió a Yixing hasta un pequeño edificio que resultó ser la taberna de la zona, lugar preferido de chismorreos y encuentro casuales. El olor a pescado y a sudor, sumado a una algarabía de voces, les dio la bienvenida. Por la hora que era, los barcos ya habían vuelto de la jornada de pesca, así que la taberna estaba llena a rebosar de hombres cansados en busca de calmar su sed con el popular vino de arroz. Al principio no fue capaz de distinguir las distintas conversaciones que había en la sala; voces graves, palabras arrastradas y risas jocosas. Pero cuando se sentaron a una mesa y se acostumbró al barullo, empezó a discernir los temas de conversación o, mejor dicho, el principal.
-El rey debería de aceptar lo que Nippon propone, nos abriría nuevas oportunidades -comentó un hombre de pelo canoso y mirada cansada que estaba sentado en la mesa adyacente, los que le rodeaban asintieron-. Podríamos comerciar y no vernos tan anclados.
-¿Estás loco? ¿Acaso no te contaron lo que hicieron en el pasado? Prefiero a los japoneses bien lejos -replicó un joven por encima de las voces, dos mesas más atrás.
-Por si no lo notas soy mayor y he vivido más que tú, sé muy bien lo que hicieron -contestó, dando un sorbo a su vaso-. Sólo quiero pensar que hay una oportunidad de poder salir de esto y el comercio siempre es una buena idea.
Yifan sabía qué quería decir con eso. Joseon no tenía una gran red de comercio, salvo en puntos clave como la frontera con Manchuria o el puerto de Pusan. Hanseong, a pesar de tratarse de la ciudad más grande de Joseon y ser su capital, sólo contaba con dos áreas de mercado principales: Ihyon, cerca de Tongdaemun, y Chilpae, al otro lado de Nadaemun. Ambas contaban con tiendas privadas, cuyos propietarios tenían sus actividades muy reguladas por el gobierno y eran obligados a pagar altos impuestos, lo que hacía que la clase mercante fuera muy minoritaria en la ciudad y en el país en sí. Además, el hecho de que Joseon hubiera permanecido aislada al exterior hasta hacía veinte años, no había beneficiado en la historia del reino. El haber impedido viajar fuera del reino y la entrada de extranjeros al país, salvo para las misiones diplomáticas, había hecho que los países de Asia y del Este perdieran interés en comerciar. Era normal que hubiera ahora parte de la población interesada en una posible mejora de las relaciones con el archipiélago, dejando las diferencias a un lado.
-No sólo lo ven como una vía para comerciar y progresar -le comentó Yixing en voz baja, haciéndole desviar la atención de la conversación-. Quieren un cambio más importante, uno ligado a tus intereses. Han oído de la estructura social, de la libertad, y piensan que el rey puede verse influenciado por ello.
-Dudo que la corte lo permita. Son gente conservadora y consideran que son unos bárbaros sin moral alguna, o al menos así lo han hecho constar por escrito los diarios de viaje de los que han visitado el país.
-Nunca se sabe lo que puede pasar.
Joseon era un país pobre anclado en ideales demasiado arcaicos que sólo conseguían ahogarlo, y en clara necesidad de una reestructuración. Pero el país, siendo tan orgulloso de sus valores y virtudes, lo hacía difícil.
Su padre le había contado la historia de Joseon años atrás, cuando todavía no había entrado en la academia. Cómo el país decidió crearse su propio nombre, su propia identidad, a pesar de ser siempre arrastrada por las guerras y su unión con el imperio de Han, creando su propia manera de pensar traducida en el neo-confucionismo, una jerarquía social lejos del modelo de la dinastía Ming y considerando burda la de los países vecinos. La mentalidad que se instauró en el país hizo que no progresase apenas comercialmente y tecnológicamente hablando, aunque sí culturalmente. Pero la poesía, la literatura y la pintura no hacían a un país fuerte ni alimentaba a la población. Eran mero entretenimiento para algunos, como la aristocracia, aunque un medio de propagación de ideas para otros que se atrevían a criticar la sociedad. Así que Joseon era débil. Una situación que, de haber usado el modelo social de la dinastía Ming, podía haber sido muy diferente. ¿Cómo pensaba el país progresar si el poder se otorgaba por su condición al nacer y su conocimiento, y no por su talento? Seguro que había personas entre la población tan capaces o más para llevar los asuntos de Estado, que aportarían nuevas ideas y harían que el país se desarrollase.
-¿Tú que piensas? -le pregunto a Yixing una vez que salieron de la taberna.
-¿De qué?
-De una posible alianza con Nippon -concretó.
Se acercaron a la zona de los muelles donde las redes estaban estiradas a orillas del río.
-No tengo una opinión sobre ello -respondió el otro, frunciendo el ceño-. De lo que si estoy seguro es que ese emisario no vino con las intenciones que dijo.
-Mi padre me dijo algo parecido. ¿Has oído algo?
Ambos se sentaron en uno de los muros que había cerca de la orilla, observando el horizonte. El sol brillaba alto en el cielo, era uno de los pocos días en que el tiempo había dado tregua.
-Se dice que alguien de fuera de la ciudad se comunica con alguien de palacio.
-Puede que no sea nada.
-Créeme, algo es. Hay que estar alerta -dijo con voz seria-. ¿Qué se dice en palacio?
-La corte está preocupada. En estas semanas ha habido cambios, pequeños, pero que no han pasado desapercibidos -explicó, girándose hacia él-. Es difícil tratar con el rey más que nunca desde la llegada del emisario. Quita cargos a aquellos que juzgan su manera de actuar y eso ha creado un gran revuelo. Padre está preocupado, encontrándose entre el emperador y el rey. Ha vuelto a enviar una carta y sabe que esta vez la respuesta vendrá en forma de un destacamento y un corresponsal real.
Yixing permaneció callado tras ello, con la mirada fija en el río, perdido en pensamientos que Yifan únicamente podía intentar adivinar. Imitó a su amigo, mirando de nuevo hacia el río. La amplia extensión de agua era relajante a la vista, los barcos de madera varados en la orilla no se moverían hasta la mañana siguiente pero el trabajo de descarga y limpieza todavía seguía, realizado por los jóvenes de la familia.
-Interesante -dijo Yixing al cabo de un rato y levantándose del muro.
-¿El qué?
Pero el otro no le respondió. Como si no le hubiera escuchado emprendió camino calle arriba y él le siguió, confuso.
♦♦♦♦♦♦
La melodía sonaba por la sala con su tono liviano acompañado de la vibración producida por las cuerdas del instrumento. Unos dedos finos y hábiles las pulsaban, intercalando y mezclando sonidos que viajaba por la habitación y desaparecían para paso a las siguientes notas de la pieza musical. Ésta fue creciendo en rapidez y, con un sorbo a su taza de té caliente, Yifan cerró los ojos para disfrutar por completo de ella.
Era una tarde tranquila de diciembre; fuera el cielo dejaba caer los copos de nieve sobre la tierra, la ropa tendida y los tejados de las innumerables casas que se extendían por toda la capital. Un temporal llevaba asolándola durante días, con su viento, su lluvia y su nieve continua. Yifan había ido a trabajar esos días envuelto en sus mejores ropas, la piel de la cara cuarteándose por el frío de la intemperie a la que se veía sometido en el camino. El río hacía tiempo que se había helado y la escarcha congelada cubría toda planta y árbol que uno se podía encontrar. El aire frío, que ya no traía pizca de calor en él, se colaba entre los paneles de madera y seda que conformaban los edificios.
A pesar de que la casa estaba construida de tal manera para que albergara el calor y el suelo estuviera caliente al tacto, el frío intentaba abrirse paso continuamente. El edificio principal, dónde dormían Yifan, sus padres y se encontraban las habitaciones principales, era una de los más cálidos de los que conformaban la propiedad de su familia. El de las cocinas era el que le seguía, dónde la servidumbre se refugiaba y descansaba junto al calor de los hornos en días como ése, haciendo sus quehaceres con la compañía del olor de la comida y las conversaciones de las doncellas. A veces se les podía oír cantar; cuentos tradicionales convertidos en canciones, proclamas de amor eterno sacadas de poemas o simplemente un tarareo armónico.
El resto de edificios se veían más sometidos a las inclemencias del tiempo; el edificio de la servidumbre, el estudio de su padre, el establo y el almacén.
La melodía llegó a su fin al cabo de un rato con un par de notas seguido de un silencio. Yifan abrió los ojos, encontrándose con los de su amigo Baekhyun, cuyo rostro serio al tocar mostraba ahora una pequeña sonrisa de satisfacción.
-Magnífico como siempre -comentó la voz de su madre, que estaba sentada al otro lado de la estancia con sus piernas cruzadas y la tela de la falda de su hanbok cuidadosamente extendida sobre el suelo.
-Gracias -contestó, dejando el instrumento a un lado, girándose y haciendo una leve inclinación-. Siempre es un placer tocar en esta casa.
-El placer es mío.
Yifa sonrió. A ella siempre le encantaba escuchar tocar a Baekhyun tanto como a él le gustaba escucharle cantar. Además le tenía un aprecio especial al joven de mirada astuta y rostro redondeado, que tantas veces los había visitado y deleitado con su presencia a veces acompañada de su otro amigo Chanyeol, hijo de la familia Park que vivía al otro lado de la calle. En un principio las mujeres no tenían permitido participar en ese tipo de reuniones sociales, pero él la invitaba siempre, lejos los dogmas de la sociedad. Como mujer, su madre estaba condicionada a quedarse en casa, cuidando de que todo fuera bien. Pasaba las horas cuidado del jardín, organizando tareas, cosiendo en compañía de la hija de cocinera y siempre con una cálida sonrisa en el rostro.
Yifan había crecido con su constante presencia entre esas paredes y las visitas de Yixing; entre los árboles de los jardines y los escondites improvisados; entre risas infantiles y las prácticas de tiro con arco en las que su amigo siempre le ganaba; entre la mala influencia y los astutos consejos de éste y la sabiduría de sus padres.
A su madre le gustaba verse rodeada de gente y siempre le proponía a Yifan que invitase a sus amigos a animar la tarde. Él nunca se negaba, pero las ocasiones se habían visto reducidas desde su entrada a palacio. Prácticamente era la primera vez en meses que se reunían Baekhyun, Chanyeol y él en su casa, faltando la presencia de Yixing al que apenas había visto desde su última conversación y visita a la parte baja de la ciudad. Era un enigma saber qué estaba haciendo desde aquel día ya que no paraba en casa.
Tomó otro sorbo de té, la cerámica templada al tacto y el líquido amargo en el paladar, mientras observaba a sus dos amigos que habían empezado a picarse entre ellos. La risa de Chanyeol, siempre tan alta y grave, no tardó en empezar a sonar cuando Baekhyun se ofendió y contraatacó ante un comentario del otro. Yifan rió también, dejando la taza sobre la mesa y disfrutando del momento. Estaba de sobra acostumbrado a verlos meterse el uno con el otro, de la furia de uno y la hiperactividad del otro. Los conocía desde hacía años, cuando empezó a asistir a la Academia. Él no se había relacionado apenas con nadie en un principio, demasiado centrado en sus estudios y sus lecturas, pero un día el más alto de los dos se había acercado corriendo y pidiendo ayuda con un pincel en la mano mientras le seguía otro joven con la cara llena de tinta y un carácter chino dibujado en cada mejilla.
-Te voy a matar, Park Chanyeol -había dicho furioso el más bajo.
-¡Socorro! -había gritado éste entre risas y ocultándose tras la espalda de Yifan, usándole de escudo.
Él les había mirado molesto desde su posición en el suelo, habiéndole hecho perder el hilo de lo que estaba leyendo mientras el profesor pedía orden de fondo. Las manos de Chanyeol se habían agarrado a sus brazos pero poco pudo hacer para protegerse del ataque del otro que se tiró prácticamente encima de él, haciendo que el papel en el que Yifan había estado trabajando se desperdiciara por completo al deslizarse el pincel malamente sobre él.
-¡Oh, lo siento! -se había disculpado el joven tras haber torturado a Chanyeol a base de pellizcos en los brazos y parado tras sus súplicas.
Yifan no dijo nada, para no darle más importancia de lo necesario a lo ocurrido. Después de todo solo se había tratado de un ejercicio de caligrafía. Así que se había levantado, arrugando el papel y haciéndolo una bola antes de decidir salir un rato fuera.
-Eh, espera -Yifan se había parado al notar una mano en el brazo. Al girarse tenía el rostro del joven cerca y había podido apreciar lo que ponía en cada mejilla. Tonto y dormilón. No pudo evitar reírse un poco por dentro-. Si mi amigo no se hiciera tanto el gracioso no hubiera pasado esto.
-Solo estaba practicando mi caligrafía. Que poco sentido del humor, Baekhyun -se había quejado Chanyeol, con una mueca de molestia en la cara al levantarse del suelo, arreglándose el traje y recolocándose el gorro de estudiante.
-Practicando. No es de ti de quien se ha reído media clase -le contestó de vuelta con una mirada fulminante.
-Vamos, todos saben que Byun Baekhyun es el mejor de todos -le respondió su compañero, acercándose a él y levantándolo del suelo con facilidad.
-¡Bájame, gigante!
La situación había resultado graciosa después de todo; con la sonrisa de Chanyeol, la cara pintada de Baekhyun y su pataleo infantil para que el otro le soltase. De un modo u otro, acabaron haciéndose amigos ese día.
Chanyeol era extrovertido, de risa fácil, confiado en sí mismo e increíblemente inquieto, siempre había traído de cabeza a los profesores y algunos compañeros ante sus insistentes habladurías. Aun así era un buen estudiante que se esforzaba tanto como los demás y, sobre todo, era un buen amigo. Yifan lo apreciaba mucho, a ambos en realidad. Sus días en la Academia resultaron ser muy diferentes desde aquel día en que los conoció, los dos chicos se convirtieron en una compañía diaria, divertida y agradable hasta que terminó sus estudios.
Contrario a su amigo, Baekhyun había resultado ser un joven tranquilo, social y trabajador; bromista, descarado y fácil de irritar, pero con un buen corazón después de todo. Su familia llevaba generaciones instalada en Hanseong, con lo que tenía una posición fuerte y afianzada entre los yangban. Su padre contaba entre los miembros que formaban el consejo del rey y el nombre de su familia era tanto una ventaja como una maldición. A pesar de que le daba respeto entre la sociedad, lo llenaba a la vez de responsabilidad. Y, aunque serio y cumplidor con la familia, le gustaba sentir la libertad y despreocupación que tenía por ejemplo su amigo como hijo de los Park o incluso el propio Yifan, al que consideraba un modelo a seguir.
-Has sabido marcarte tu propio camino. Tienes tus ideales, algo por lo que quieres luchar -le había comentado una tarde de primavera en la que se habían quedado estudiando bajo la sombra de un árbol-. A veces tengo la impresión de que yo no tengo nada de eso.
Tenía un hermano mayor al que apreciaba mucho y que había conseguido un puesto en el gobierno al pasar los exámenes. Pero sus deseos de viajar le habían hecho abandonar la capital, ejerciendo un puesto que le permitía recorrer el país provincia a provincia. Como segundo hijo, Baekhyun se había quedado en primera línea, llevando encima el peso del nombre de la familia.
-Ningún camino es fácil -le había contestado Yifan, mirando a su amigo apoyado contra el tronco del árbol, los ojos cerrados y las sombras de las hojas creando formas en su rostro.
-¿Filosofía leída en uno de tus tantos libros? -le cuestionó, abriendo los ojos.
-Experiencia.
Cada uno batallaba con problemas de algún tipo en el camino que conformaban sus vidas.
-Siempre habrá alguien que te mire mal. Que te juzgue por tu rostro, por tus rasgos, en vez de por la persona que eres. No hay más remedio que acostumbrarse -le había dicho una vez Yixing, después de que uno de los oficiales les echara una mirada despectiva por la calle. En momentos como ese se notaba el orgullo de una nación que no aceptaba estar en manos de un soberano extranjero.
Así que en el caso de Yifan, su problema eran sus rasgos y su origen, independientemente del lugar en que había nacido. En el de Baekhyun, el camino trazado por su posición, envidiando a su hermano en el fondo. Chanyeol parecía escapar en cierto modo de los problemas, pero a veces intuía que había algo detrás de esa personalidad alegre y las sonrisas en la cara, como si intentara ocultar la realidad de una situación que tanto él como Baekhyun desconocían. Y después estaban los rumores, unos que había optado por obviar. Yixing siempre le decía que nunca se fiara de ellos.
-Deberías deleitarnos con una de tus poesías, Yifan -dijo de repente su madre, devolviéndole al presente.
Perdido por un momento, asintió. En vez de interesarse por la música como Baekhyun, él había optado por la poesía, influenciado por su madre quien le había leído desde pequeño. Entre los yangban era común el aprecio de la poesía y él había encontrado cierta sensación agradable en la elaboración de los versos que componían un sijo. Sus tres líneas, compuestas cada una de quince sílabas, significaban una muestra clara de poder al contar en tan poco un sentimiento importante.
-Es difícil creer que no hayas atraído a ninguna mujer con ellas -dijo Chanyeol-. Deberías darme alguna para probar suerte.
-Pensaba que nadie se resistía a tus encantos -se rió Yifan.
En los años que lo conocía, había visto a su amigo interactuar con las mujeres y ganarse la atención de alguna que otra con sus palabras y sus modales.
-Más bien son los padres de ellas los que se resisten -se burló Baekhyun, acompañándole en la carcajada.
-Eso es porque no han sabido apreciar el magnífico hijo que podrías ser -intercedió su madre, sonriendo.
-Ah, por qué no pueden ser todas las madres como usted.
-Y pensar que mis padres ya me han avisado de que pronto conoceré a mi futura esposa -se quejó Baekhyun, dejándose caer sobre las piernas de Chanyeol.
-Seguro que es una joven excepcional, estoy segura de ello -comentó su madre, poniéndole una mano sobre el brazo en un gesto de ánimo.
-Supongo -dijo, mirando hacia el techo-. ¿Y tú, Yifan?
-No tengo prisa -contestó sinceramente. Casarse y formar una familia no estaba en sus planes por el momento y sus padres respetaban su decisión.
En ese momento, la entrada de su padre en la habitación interrumpió la conversación y atrajo las miradas de los presentes, quienes se apresuraron en saludarle con una reverencia. La cara de preocupación que traía consigo preocupó a todos los presentes.
-Padre, ¿qué pasa?
El hombre se movió agitado hasta que al final se sentó en el suelo con un suspiro.
-Me temo que el rey ha roto toda relación existente entre Joseon y el Imperio Han.
Todos se quedaron en silencio ante esas palabras. Yifan las repitió en su mente, una, dos veces, intentando asimilar lo que su padre acababa de decir.
-Pero eso no puede ser verdad -dijo al final. Si era así, iba a acarrear numerosos cambios.
-El rey no puede romper de repente una relación que ha durado tanto tiempo -comentó Baekhyun-. Tiene que pensar en las repercusiones, ¿no?
-Puede y lo ha hecho. Incluso ha depuesto a lo que quedaba del antiguo consejo. Está claro que ha estado metiendo en él a gente partidaria de sus actos durante todas estas semanas -replicó su padre-. En cuanto a las repercusiones, el rey ya no tiene juicio alguno, es como si alguien le hubiera metido un veneno en la cabeza. Aquel emisario hizo bien su trabajo.
Yifan frunció el ceño.
-¿Te refieres al nipón?
-El mismo. El rey aceptó el acuerdo comercial a espaldas del consejo. Nadie sabía nada hasta que nos ha dicho hoy que va a llegar en unos días un ministro nipón y una guarnición de soldados para empezar a trabajar en las rutas comerciales.
En ese momento recordó las palabras de Yixing: alguien de fuera estaba hablando con alguien de palacio. Se preguntó si se trababa del emisario. Algo le decía que era él.
-Primero mantener la calma ante todo. Os pido a vosotros dos -miró a Chanyeol y Baekhyun-, que no digáis nada a vuestros padres. La noticia no ha trascendido de palacio y seguramente ya lo sepan algunos, sobre todo tu padre Baekhyun, pero no quiero problemas. Los que no han estado directamente en la reunión se enterarán como muy tarde esta noche y mañana ya estará en boca de todos en la ciudad.
-¿Qué pasará contigo? ¿Con nosotros? -preguntó preocupada su madre.
Su padre, como embajador, tenía una posición precaria. Siempre la había tenido, pero ahora más que nunca.
-No puedo hacer nada hasta que el emperador me diga algo.
-Si ocurre cualquier cosa mi padre puede ayudaros -dijo Baekhyun seriamente, mirando primero a Yifan y después a su padre. Chanyeol permanecía callado a su lado.
-Gracias, Baekhyun. Pero si tu padre está todavía en el consejo es porque, o apoya al rey en lo que está haciendo, o está intentando mantener su situación como puede. No creo que pueda ser de gran ayuda.
-De todas formas…
Su padre negó con la cabeza, cortando a su amigo.
-Volved a casa. Es tarde y es mejor esperar a ver qué pasa mañana.
Baekhyun asintió al final, levantándose y tirando de Chanyeol para que hiciera lo mismo. Yifan apenas oyó cuando ambos se despidieron y salieron por la puerta, menos se dio cuenta de su padre acercándose a su madre para abrazarla y decirle que no se preocupara. Todo daba vueltas en su mente, intentando encontrarle un sentido, un orden. Tenía la impresión de que en ese momento solo había una persona que podía ayudarle a ver del todo la situación. Alguien que solía saber qué ocurría en realidad.
Tenía que hablar con Yixing.
♦♦♦♦♦♦
Su padre no se equivocó, al día siguiente la calle era un hervidero de conversaciones a pesar del frío, no se hablaba de otra cosa salvo de la ruptura de las relaciones con el imperio Han. En palacio no se sabía muy bien cómo actuar ante el cambio de situación, pues había muchas cosas que giraban en torno al país vecino. Había un trajín incesante de gente que caminaba de edificio a edificio buscando una organización ahora alterada. Unos tenían los ojos y los oídos alertas, pendientes de quienes sería los nuevos elegidos para formar parte del consejo, pues siempre había gente interesada en adquirir una mejor posición en la corte. Los menos ambiciosos se preguntaban qué sería lo próximo con lo que les sorprendería el monarca.
La sorpresa vino días más tarde cuando, al acercarse a la puerta sur de palacio, Yifan vio a la gente concentrada delante del tablón de anuncios en el que se solían informar de las festividades, actos oficiales o reclutamientos. Se abrió paso con cuidado y permiso hasta que llegó a una distancia suficiente para ver el cartel que todos estaban mirando. Sus ojos se abrieron por la sorpresa al leerlo. Éste ordenaba a la población china a abandonar la capital en el plazo de un mes al no ser ya bienvenidos en la ciudad. Pasado ese tiempo se arrestaría a aquellos que siguiesen en ella bajo pena de castigo. Al final figuraba el sello del rey, demostrando su carácter oficial.
Tuvo que releer otra vez el cartel para asimilar las palabras mientras los que le rodeaban comentaban la proclama, llegándole un Ya era hora y un Se ha vuelto loco a los oídos. Bajó la mirada, pensativo, aquello era una locura. Romper las relaciones con el imperio era una cosa, ¿pero expulsar a su gente? Dio media vuelta y se alejó de la multitud sin quedarse para escuchar más opiniones. La sorteó y pasó por la puerta, con su cuaderno y su bolsa de utensilios de trabajo en las manos. Notó la mirada de uno de los guardias sobre él, pero la obvió por completo y siguió su camino, alejándose del sonido de la conversación que decrecía en volumen con el paso de los segundos.
Nunca pensó que al entrar en palacio se encontraría viviendo una situación tan conflictiva. Había leído de rebeliones, de reyes que había hecho lo que habían querido. De otros que, sin embargo, habían sido benévolos y habían traído prosperidad a Joseon. En ese momento no tenía muy claro en que categoría entraba el actual rey ante su actitud y sus actos. Se suponía que era el padre del país, que debía actuar pensando en su bien, pero Yifan dudaba sobre qué podía traer de bueno todos esos cambios. No era el más sabio para juzgar los actos del monarca pero tampoco estaba tan ciego para no ver que la situación no podía acabar bien. Si el nuevo consejo era elegido por el rey, estaba claro que no habría nadie para decirle que no y entonces todo podía enredarse aún más.
Entró en el edificio que ya se sabía perfectamente de memoria y que estaba repleto de personas. Se cruzó con varios secretarios en el pasillo, que portaban rollos de papel bajo el brazo y llevaban caras de preocupación. De todas las salas por las que pasaba se oían conversaciones en voz alta, voces de frustración y órdenes que se dictaban para que los secretarios tomasen nota.
-Esta es una situación delicada -escuchó al acercarse a las puertas de su zona de trabajo.
-¿Delicada? La población no va a tardar en rebelarse. Ya habíamos tenido casos en el pasado de este tipo pero ahora es mucho peor. Si no controlamos la situación, ésta se nos irá de las manos.
-Tendremos que asignar un mayor número de guardias en la ciudad para evitar un derramamiento de sangre indebido.
-No creo que ni sea suficiente. Hay mucho rencor guardado.
Entró en la habitación avisando antes de su presencia y esperando permiso.
-Yifan -le saludaron los dos hombres que había en su interior.
-Ministro, Viceministro -saludó él con una leve inclinación.
Ambos parecieron no saber qué decir de repente en su presencia. Le observaron entrar y dejar su cuaderno y utensilios sobre la mesa de trabajo.
-¿Es cierta la proclama que hay en la puerta de palacio? -preguntó, para cerciorarse de que no había leído mal o de que aquello no era una broma.
-Me temo que sí, está colgada por toda la ciudad. Precisamente estábamos comentándolo.
Tragó saliva, intentado quitarse el nudo que se le había instalado en la garganta desde que había leído el cartel.
-¿Se sabe por qué?
-Parece ser que Su Majestad no confía en la presencia de los súbditos del emperador de Han. Era en cierto modo de esperar ante lo ocurrido días atrás.
-Pero hay gente que lleva viviendo años en la ciudad, que han jurado lealtad al rey. No tiene derecho a expulsarlos de repente.
Conocía incluso gente que llevaba ya dos generaciones en la capital y que se habían adaptado por completo al modo de vida del país. Que incluso participaban en el Chuseok, el festival de otoño, en el que se veneraban a los antepasados.
-Yifan -le llamó la atención el ministro.
-Lo siento.
-Tú no te ves obligado a marcharte por la posición de embajador de tu padre y porque has nacido aquí, pero te aconsejo que no llames la atención. Eres nuestro pupilo y te podemos defender hasta cierto punto. Si decides ir en contra del rey es asunto tuyo, pero no esperes que te apoyemos.
-Lo siento -volvió a disculparse acompañado de una inclinación-. Es solo que el asunto es…
-Complicado, lo sabemos. Afecta a mucha gente y puede desatar muchas situaciones no deseadas.
Sí, afectaba a mucha gente y sobre todo cercana a él. Todavía no había conseguido hablar con Yixing, pero tenía que decirle que abandonara la ciudad cuanto antes junto a su madre, con suerte su padre todavía estaría en Beijing en su misión tributaria. A pesar del plazo de un mes, no confiaba en que el rey lo respetase tal y como estaba siendo la situación últimamente. Cada día parecía estar lleno de incertidumbre y no se podía aventurar lo que podía pasar a la mañana siguiente.
-Tenemos que organizar una reunión de urgencia con el jefe de la guardia y los encargados de cada distrito -comentó el ministro, cogiendo papel y pincel-. Cuanto antes tengamos estipuladas las nuevas patrullas, mejor.
Yifan asintió, sentándose delante de su mesa. Tenía un largo día por delante.
♦♦♦♦♦♦
Esa noche al volver a casa su madre le pasó un papel en el que figuraba una dirección firmado con el nombre de Lay. Era el pseudónimo que Yixing empleaba cuando visitaban la zona baja de la ciudad, un nombre que había adquirido durante uno de sus juegos de niños y que había decidido usar por precaución. Su madre le dijo que una joven había llamado a la puerta con la nota en la mano y que le había dicho que se la diera en cuanto Yifan llegase a casa.
-Quise que se quedara, pero se marchó en cuanto me la dio.
Miró la nota de nuevo, intentando ubicar dónde podía estar el lugar que figuraba en ella, Yixing era el que controlaba la ciudad de los dos, él por lo general le seguía dejándose llevar. Aun así consiguió encontrar el sitio con alguna que otra dificultad ya que llegaba un momento en que todas las calles parecían iguales y no se podía decir que cada una estuviera trazada de manera organizada. Finalmente, con la ayuda de una mujer mayor que le señaló la dirección con una mirada curiosa, se vio delante de una casa con jardín de tamaño medio con una entrada cuidada e iluminada y un cartel que le dio una idea de qué lugar era ése. Un hombre mayor pasó a su lado y Yifan se apartó, dejándole espacio. Éste entró por la puerta, de la que salió el sonido de risas y música cuando se abrió. Él se colocó el sombrero de yangban de forma que ocultara lo máximo su rostro y entró en la casa antes de que la puerta se cerrase.
Hacía calor en interior, contrastando con el frío de la nieve del exterior. Una joven le saludó inclinándose y haciéndole un gesto para que avanzara.
-Le está esperando en la habitación del fondo a la izquierda -le dijo y Yifan levantó la mirada para fijarse en ella.
Era joven, de rostro redondeado y ojos grandes. Su pelo negro estaba recogido en la parte de atrás dejando caer parte del pelo sobre los hombros, y su hanbok era de un curioso color claro que resaltaba con los que estaba acostumbrado a ver en palacio. Seguramente era una muchacha de baja clase social que había sido vendida de niña a esa casa y que había sido educada durante años en el arte de la música, la poesía y la prosa para convertirse en una kisaeng.
-Por favor -le insistió, con cabeza gacha y un gesto simple con las manos. Ésta abrió las puertas correderas que separaba el recibidor del resto de la casa cuando Yifan se acercó a ellas, dejándole entrar a una estancia amplia.
La sala era acogedora, iluminada cálidamente. En el centro dos jóvenes bailaban moviendo sus cuerpos y los abanicos que portaban en las manos al ritmo de un instrumento de cuerda que dejaba sonar su melodía. Había unos cuantos hombres sentados alrededor, que observaban el baile con leves asentimientos de cabeza, algunos fumando de sus pipas y otros simplemente bebiendo de sus tazas de té que eran servidas por dos niñas.
Yifan desvió la mirada del centro de la estancia y se encaminó por el pasillo, siguiendo a la joven, hasta llegar a otro par de puertas.
-Ha llegado -anunció, poniéndose a un lado con la espalda cara a la pared y la cabeza todavía gacha.
-Gracias, Yeongae -contestó una voz al otro lado, abriéndose a continuación una de las puertas y dejando ver el rostro de Yixing.
Se quedaron a solas en la nueva estancia, adornada con una mesa baja en el centro en la que había un juego de té y un par de papeles que su amigo apartó cuando se sentaron ambos en el suelo.
-No conseguía contactar contigo -comentó Yifan, mientras el otro le servía té en una taza adornada con dibujos en tinta azul.
-Eso es porque no me he dejado.
-Siempre tan escurridizo.
Recordaba la manía que tenía de desaparecer su amigo de un momento a otro y cómo a veces de pequeños se había encontrado solo enfrentándose a la ira de su mentor cuando habían hecho algo malo, como aquella vez que rompieron uno de los jarrones de su madre. La mayor parte de las veces, a Yifan le era imposible enfadarse con él por dejarle sólo, y Yixing le solía recompensar ayudándole con el castigo que le imponían.
-Es parte de mi don -contestó-. Sé no dejarme encontrar cuando me lo propongo.
-¿Escapabas de mí?
Yixing rió.
-No. Tenía asuntos con los que lidiar.
-Espero que nada peligroso.
-¿Cuándo no lo es? -le dijo, con un tono divertido en la voz.
-Yixing.
-Tranquilo Yifan, sabes que sé cuidarme solo.
Y que te metes en asuntos que desconozco y que no sé si quiero aventurarme a saber. Su amigo era precavido y astuto, pero tenía miedo de que un día se metiera en un lío de verdad del que no pudiera escapar.
-¿Sabes lo de…?
-¿Lo de la proclama? -le cortó-. Sí, anoche pusieron los carteles por toda la ciudad.
-Deberías marcharte con tu madre cuanto antes, a Beijing. Va a haber demasiados altercados entre la población. Supongo que en unos días saldrá una caravana de la ciudad.
Yixing le miró a los ojos, desviando la mirada de nuevo hacia su propia taza al segundo siguiente.
-Voy a quedarme.
Yifan frunció el ceño.
-Es peligroso -replicó.
-Créeme, corres tú más peligro que yo aunque no lo parezca -replicó, dando un sorbo a su taza-. Sé moverme por la ciudad y tengo mis escondites.
-¿Cómo éste?
Una casa de kisaeng no le parecía el sitio más apropiado. No tenían la mejor reputación a pesar de que las jóvenes que habitaban esos lugares solían ser artistas del entretenimiento que actuaban en los festivales de palacio o en las reuniones privadas de los yangban. Después de todo se sabía que parte de ellas ejercían la prostitución, una práctica no bien vista entre la sociedad.
-No te dejes engañar -le dijo, seguramente leyendo su expresión y dejando la taza sobre la mesa-. A veces el mejor escondite es aquel que se ve a plena luz. En un lugar como éste hay mucho tránsito de gente día a día y nadie se va a fijar si entra tal persona o esta otra. Además el dueño me debe un favor.
-¿Y si te encuentran?
-No lo harán. Te lo he dicho antes, solo me encontrarán si me dejo.
Yifan quería insistir pero sabía que su amigo no iba a cambiar de opinión, en ese aspecto era muy decidido o muy testarudo, según como se mirara.
-Me preocupo por ti -confesó, mirándole a la cara. Lo conocía prácticamente de toda la vida, era como un hermano para él y no quería verle entre rejas ni encontrarse con su nombre un día en una de las tantas sentencias que redactaba en su trabajo.
-Lo sé. Siempre lo has hecho aunque te haya dicho continuamente que es algo innecesario -dijo, apretándole con una mano el hombro en un gesto de afecto.
-No puedo evitarlo.
-Eso también lo sé -comentó sonriendo lo justo para que apareciera el característico hoyuelo que tenía en la mejilla. Su voz se volvió sería al volver a hablar-. Ten cuidado, el palacio es un terreno con trampas. Yo haré lo mismo.
Yifan le comentó sus preocupaciones en la corte, en cómo parecía que de repente todos estaban pendientes de lo que el otro hacía, a la espera de que uno cometiera un error. Esa misma tarde había tenido un pequeño altercado con uno de los oficiales a los que había tenido que llevar un escrito. Éste se le había quedado mirando, como dudando de él y haciéndole preguntas que no tenían que ver con el tema a tratar. Él respondió lo más cordial y simple posible. Estaba claro que la facción que estaba en contra de la presencia de los chinos había salido a la luz más que nunca tras el anuncio de la expulsión de esa mañana.
-Yo me preocuparía más por ese ministro nipón y por el movimiento en la frontera -respondió Yixing.
-¿Crees que los nipones intentan meterse en el país?
-No es que lo crea. El pretexto de una ruta comercial para meter a alguien que esté junto al rey, las actividades en Pusan, las noticias que vienen del norte -dijo, acercándole los papeles que había visto al entrar en la estancia.
Eran informes, noticias de los representantes que iban recorriendo el reino, otro era un mapa de la zona sur del país. Se preguntó cómo habían llegado esos papeles a manos de Yixing.
-Están ocurriendo muchas cosas y la población no sabe ni la mitad. Ni siquiera creo que la corte se esté dando cuenta -comentó, mientras él leía-. Tal y como me has contado, están más preocupados en ensanchar su trasero en una posición más cómoda.
-¿Cómo sabes todo esto? -preguntó al final, devolviéndole las hojas.
-Solo escucho y recabo información. Y te voy a decir una cosa. Esto es solo el principio, Yifan -le dijo, mirándole fijamente-. Se puede decir que solo hemos pasado la primera página del libro.
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Parte 3>>