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Cap. 9 El que no ha sufrido no sabe nada; no conoce ni el bien ni
el mal; ni conoce a los hombres ni se conoce a sí mismo.
Fénelon. Escritor y teólogo francés.
Capítulo 10
A medio kilómetro de Sarif es Salam
Orillas de la carretera principal a Kutum.
Décimo primer día fuera del campamento.
Cuarta semana de Agosto 2003, 7:07 pm.
La línea del ocaso se perfilaba claramente detrás de ellos cuando bajaban la pequeña colina, proporcionándoles lo último de luz solar en esa parte del territorio. El resplandor de las lámparas en algunas casas a la orilla de la aldea de Sarif es Salam les indicó que estaban por llegar. En el valle sobre el que se extendía el área poblada, el anochecer había iniciado.
Habían caminado casi por espacio de dos horas, deteniéndose en ocasiones por la preocupación de McCoy hacia su convaleciente compañero. Sin embargo, Kirk parecía casi totalmente recuperado. No mostraba agotamiento, y parecía que el muchacho estaba pasando un tiempo magnífico, tomando fotografías a diestra y siniestra, grabando a veces lo que veía, entre maravillado y pasmado por lo que descubría como parte del paisaje africano. El médico se alegró en cierta forma por eso, ya que algo que les había aligerado más el camino, había sido la amena conversación que sostenían por ratos.
Poco antes de alcanzar el camino principal de la aldea, se encontraron con las extraordinarias construcciones de los termiteros gigantes, para ese entonces casi abandonados por las colonias de insectos, algunos en ruinas, dispersos por todo el inicio de la falda de la colina.
-¿Qué son estos? -le preguntó el periodista al llegar ante uno de ellos que les doblaba la altura, con una rara estructura casi geométrica-. Parecen pirámides en miniatura, doc.
-Son termiteros gigantes, Jim. ¿Nunca viste los documentales de National Geographic?
-Uh… sí, bueno. Pero nunca imaginé que fueran tan grandes.
-Anda, sigamos. No tardará en oscurecer, y aún nos falta un buen trecho. -El médico se detuvo al ver que no lo seguía. Se dio la vuelta, encontrando a Kirk parado ante el termitero-. ¡Jim!
-¡Hey, Bones! Necesito una referencia. ¿Podrías pararte a un lado de esta mole un momento?
-Ya te dije… -empezó a refutar el galeno, retrocediendo hasta el nido.
-Ya sé que no eres modelo, aunque podrías intentarlo. No todos los médicos tienen la imagen que tú proyectas. -Y con una sonrisa canalla y traviesa, Kirk levantó la cámara cuando McCoy se detuvo junto a la construcción de arcilla-. ¿No te interesaría ser el modelo del calendario anual de Hot-Meds? ¿O el de Voluntarios Ardientes de la Cruz Roja? Podríamos preguntar si a Médicos sin Fronteras le interesaría uno…
-¡Por todos los cielos, James!
-¿Qué? Soy muy bueno como fotógrafo. Sé que si me dejaras, podría obtener tus mejores ángulos.
Rojo hasta las orejas por el tono pornográfico que le había dado a esas últimas palabras, y sin querer escucharlo carcajeándose a costa suya, McCoy volvió a caminar hacia la aldea, esta vez seguido por el periodista.
-¡Claro que no me interesa! No voy a dejar que te cachondees conmigo, Jim.
-¡McCoy, sólo estoy bromeando! -dijo mientras lo seguía, con los brazos abiertos y su eterna sonrisa.
-Já-já. Muy gracioso; mira, me estoy riendo-. Se detuvieron repentinamente al escuchar disparos provenientes de la población, seguidos por gritos de terror de los aldeanos y el rugido de los motores de varios autos-. ¡Espera!
-¿Qué fue eso?
-Disparos. -McCoy jaló a Kirk fuera de la carretera, medio ocultándose entre la maleza que crecía a un lado de la derruida cinta asfáltica-. Creo que debemos irnos de aquí.
-Bones, pero no podemos asegurar… -ambos se agacharon por instinto al momento que otra ráfaga, mucho más intensa, se escuchó no muy lejos de ellos.
-Iremos a la montaña. Los yanyauid no se adentran en esos territorios.
Cubiertos por la semioscuridad ambiental y casi totalmente ocultos por la maleza, caminaron apresurados por casi una veintena de metros. Estaban por llegar a una depresión formada entre la ladera de la colina y la explanada que precedía el camino, más sabían que eso no sería suficiente para ocultarlos de los agresores. Observando frenético el terreno en el que estaban, McCoy alcanzó a ver uno de los termiteros a pocos metros de ellos, casi totalmente oculto por la maleza. Entonces tuvo una idea.
-¡Sígueme, Jim! -Urgió el médico, casi arrastrándolo, pensando seriamente en deshacerse de las cosas que llevaban a cuestas.
Alcanzaron la base del termitero, el cual tenía algunas zonas derruidas por la erosión y el abandono de los insectos. La pequeña zanja que se formaba a un lado del mismo, tal vez debido al derrumbe de algunos túneles subterráneos de la estructura, y la maleza alrededor de la misma, brindaban una buena protección. Entre los dos golpearon parte de la estructura, abriendo un hoyo más grande en el derruido nido de arcilla. Finalmente, alcanzando algunas ramas tumbadas de matorrales cercanos, se introdujeron en su improvisado refugio y esperaron.
-¿Puedes ver algo? -Preguntó en voz baja el médico a su acompañante, quien negó con un gesto. Todavía respiraban agitados-. ¿Cómo te sientes, Jim?
-Asustado. ¿Crees que nos vieron?
-Esperemos que no.
Justo en ese momento, a través de la maleza, pudieron ver que algunas jóvenes y niñas corrían aterrorizadas, y un jeep con varios mercenarios les daban alcance, disparando al aire entre gritos obscenos e intimidantes.
-¡Por todos los cielos! -masculló el periodista, acomodando la cámara para fotografiar la evidencia del ataque en un pequeño escondite que encontró a un lado del nicho en el que estaban. Logró programarla por quince minutos, y la dejó en función automática. Pasara lo que pasara con ellos, todo quedaría registrado en la película.
Entonces, fueron testigos de cómo, sin asomo alguno de compasión, los hombres sometieron a las fugitivas, y en medio de una inconcebible muestra de crueldad, sin reparar en edades ni en condiciones físicas, las violaron a todas. Impresionado ante eso, Kirk tuvo el impulso de enfrentarse a los agresores. Sacó el arma que llevaba en la parte trasera de su pantalón e intentó salir del refugio, pero McCoy lo detuvo.
-¡Maldición, Jim! ¿Qué demonios crees que haces? -le riñó en un susurro.
-¡Déjame salir, McCoy! -le urgió el periodista, sosteniendo el arma ante la vista del médico.
-¡¿Quieres que nos maten también?!
- ¡Sólo son niñas! ¡Tengo que hacer algo! ¡Suéltame!
-¡Cállate! -El médico trató de cubrir su boca con una mano, volteando alarmado hacia los guerrilleros. Afortunadamente no lo habían escuchado.
Supo que estaba fuera de control debido a su desesperación, así que lo sujetó contra su cuerpo y el piso, inmovilizándolo totalmente al tiempo que lo obligaba a soltar el arma. Logró callarlo con el sorpresivo asalto que hizo de su boca con la propia, evitando su grito de impotencia cuando escucharon que los milicianos asesinaban a sus víctimas a tiros.
A medio kilómetro de Sarif es Salam
Orillas de la carretera principal a Kutum.
Décimo segundo día fuera del campamento.
Cuarta semana de Agosto 2003, 2:30 am.
Con la mirada perdida en el oscuro exterior, McCoy abrazaba aún a Kirk, acariciando su cabello en un movimiento mecánico, mientras éste, con el rostro oculto por sus manos engarrotadas, sujetaba su camisa con fuerza.
Horas atrás, después de que los guerrilleros abandonaran los cadáveres de las jóvenes mancilladas, lo había soltado, separándose de él con lentitud, observándolo con preocupación. El periodista no se movió. Sólo mantuvo la mirada fija en la suya, oscurecida por una indescifrable marejada de sentimientos repentinos. Visiblemente afectado, temblaba en forma incontrolable, mientras un par de lágrimas rodaba sobre la piel aún enrojecida de su cara.
-Lo siento… lo siento… -susurró el médico, aturdido y con una fuerte opresión al verlo así.
Sin fuerzas para cambiar siquiera su posición, tendido boca arriba y con los brazos a sus costados, Kirk aspiró repentinamente, como si en todo ese tiempo el aire no hubiese llegado a sus pulmones. Ese fue el preámbulo a un doloroso coro de secos sollozos entrecortados que escapaban de su pecho sin control. McCoy sólo fue capaz de recostarse a un lado de él, con las manos empuñadas a la altura de su boca. Cerrando los ojos, dejó que su propio dolor saliera en forma de lágrimas silenciosas.
No se percató en qué momento exacto fue el primer estruendo que marcaba el inicio del ataque más grave, o cuando éste termino; sólo pudo escuchar a lo lejos los gritos de los pobladores que sucumbían mientras intentaban escapar, y el infernal ruido provocado por el bombardeo que los aviones Antonov realizaban sobre la pequeña aldea. Hasta que un sepulcral silencio se esparció sobre ellos.
Tampoco supo en qué momento Kirk se había acurrucado contra su pecho, como si buscara protección de ese infierno que habían presenciado, y del que providencialmente habían escapado, gracias al desperfecto del jeep en el que viajaban.
Aunque hacía un rato que no se escuchaba ya movimiento cerca de ellos, McCoy no quiso arriesgarse. Esperarían más tiempo ocultos en el lugar, hasta que estuviesen cien por ciento seguros de que los agresores se habían ido. Pensando en eso, se enfocó en su acompañante. Dejó de acariciar su cabello, y tocó una de sus manos, tratando de hacerlo reaccionar.
-Jim... ¿puedes oírme? -preguntó en voz baja, tratando de verlo en medio de la penumbra. Éste relajó un poco su agarre, más no separó su rostro del pecho de McCoy. Al parecer, se había calmado lo suficiente como para poder prestarle atención-. Nos quedaremos unos minutos más para comprobar que se han ido. Debemos ir a la aldea y ver si hay sobrevivientes.
Sintió un brevísimo movimiento, como una silenciosa afirmación. No volvió a hablar, hasta que consideró que era tiempo de abandonar el refugio, casi cuarenta minutos más tarde.
Deshizo el abrazo en el que sostenía a Kirk, y se movió lentamente, casi arrastrándose hacia el exterior del refugio de arcilla. Con enorme precaución, McCoy se asomó en todas direcciones, comprobando que estaban solos. Frente a ellos, el resplandor de las llamas que abrasaban las ruinas de la aldea empezaba a extinguirse. No volteó al sentir la presencia del periodista a su lado.
-Trae tu cámara. Esto debe ser documentado.
No salieron de entre la maleza; caminaron por un lado de la terregosa carretera que llevaba hacia el lugar en el que horas antes había sido la aldea de Sarif es Salam. Silenciosos, avanzaron sin dejar de vigilar todos los lugares posibles alrededor de ellos. Kirk había encontrado el arma antes de salir del refugio, y la empuñaba con mano temblorosa.
Sin embargo, nada los había preparado para lo que iban a encontrar. La tenue luz rojiza de las llamas les ofreció un dantesco y horripilante espectáculo cuando llegaron.
Una enorme fosa común se extendía justo donde antes era la calle principal. Estaba llena de cadáveres de hombres jóvenes y ancianos, mujeres y niños de edades variadas, incluidos bebés de pocos meses. Algunos estaban medio calcinados, otros destrozados por la tortura que los guerrilleros habían inflingido sobre ellos. Y todos tenían en común la inhumana huella de la crueldad de los atacantes, marcados en forma de una inmisericorde cantidad de heridas de bala en los cuerpos.
Por varios segundos, ambos americanos se quedaron pasmados e inmóviles ante el cuadro de muerte. Hasta que McCoy reaccionó. No podían quedarse por mucho tiempo. Volteó a ver a su compañero, instándolo a enfocarse en lo que debía hacer.
-Jim, debes fotografiarlos. -Pasaron varios segundos de silencio, y volvió a insistir-. Debes fotografiar esto, aunque sea doloroso.
-No puedo… -la voz enronquecida del periodista apenas se escuchó.
-James Kirk, si no lo manejamos como evidencia de un genocidio, nadie en el mundo lo hará -le recriminó el médico, empezando a impacientarse-. Se desharán de cualquier prueba, y estos crímenes quedarán impunes. ¡Debes fotografiar esto!
Repentinamente, el periodista soltó la cámara y el arma, y cayó arrodillado a un lado de la fosa, incapaz de controlar las arcadas que lo atacaron debido al estado de conmoción en el que se encontraba. McCoy se inclinó sobre él, preocupado. Kirk vomitó lo poco que tenía en su estómago, y en medio de un doloroso gemido, se quebrantó.
-¡Santo Dios! ¡No puedo! ¡No puedo hacerlo!
-Está bien, Jim. Tranquilízate. -McCoy acarició su cabello, sosteniéndolo-. Ven, levántate. Tengo que sacarte de aquí. Anda.
Con enorme esfuerzo lo ayudó a ponerse de pie, caminando lejos de la fosa. El médico buscó algún lugar seguro en dónde dejarlo, y regresó a la fosa. Tomó primero el arma del periodista, guardándola entre su ropa, y en seguida alcanzó la cámara, revisando la cantidad de fotografías que podría tomar.
Serían aproximadamente treinta. Suficientes como para considerarlas evidencia.
Volteó una última vez hacia donde se encontraba Kirk, y precariamente convencido de que no se movería, y que nadie iría por ahí en esos momentos, se dedicó a hacer tomas detalladas del infierno desatado en la pequeña e indefensa aldea.
A diez kilómetros de las ruinas de Sarif es Salam
Carretera principal hacia Laikaba.
Décimo segundo día fuera del campamento.
Cuarta semana de Agosto 2003, 5:50 am.
El amanecer los sorprendió en medio del trayecto hacia Laikaba. Sin transporte, con la amenaza de ser descubiertos en cualquier momento por grupos armados, tanto militares como janjaweed, habían tomado la decisión de volver y alertar a todas las aldeas que contaran con clínicas y dispensarios médicos de lo que estaba ocurriendo.
Antes de eso, habían intentado comunicarse con el hospital en Kutum por el pequeño radio local que McCoy y su equipo llevaban siempre en las incursiones ambulatorias, sin resultados. El médico tuvo entonces el amargo presentimiento de que tanto Kutum como Sarif es Salam habían sufrido un simultáneo ataque, y posiblemente la situación fuese idéntica a la pequeña aldea, con resultados mucho más graves por ser un centro de población mayor. Kirk entonces había descubierto que había rastros de humo provenientes del valle desértico, casi confirmando el presentimiento del médico.
Al tratar de comunicarse con Laikaba, se percataron de que las montañas interferían, impidiéndoles contactarse con la doctora Neris. Probablemente, los agresores habían destruido las antenas en su paso por el territorio.
De esa forma, caminaron el resto de la madrugada con el único temor de toparse con algún grupo de guerrilleros o soldados que pudiesen estar cerca. Con enorme pesar, habían abandonado una parte del equipo y medicamentos de menor importancia para aligerarse y llegar lo antes posible.
McCoy no había dejado de hablar durante una gran parte del trayecto, intentando distraer al periodista de la pesadilla vivida, haciendo todo para tener su atención en cualquier otra cosa que no fuera la oscura depresión que lo oprimía.
Preocupado también por su estado de salud, el médico decidió hacer un alto temporal a poco más de tres horas de la villa de Laikaba. No tenía intenciones de ver al periodista colapsándose en medio del camino debido al cansancio. Además, intentarían comunicarse en ese lugar, puesto que la altura ahora les era propicia para eso.
Buscaron en una pequeña hondonada a un lado del camino un buen refugio, y se dispusieron entonces a descansar.
Kirk se acomodó cerca de él, dejando la ahora pesada mochila de viaje detrás de sí, en cierta forma para poderse recostar sobre ella. McCoy, por su parte, sacó el aparato de radio y una botella que aún tenía un poco de agua, así como una cajita de medicamentos. Le pasó la botella al periodista y una de las pastillas de antibiótico, observándolo críticamente.
-No es necesario -refunfuñó Kirk, alcanzando de mala gana ambas cosas-. Me siento bien, doc. No necesito meterme más medicamentos.
-Jim, no quiero que recaigas por un mal cuidado de mi parte. Podría ser mucho más peligroso la segunda vez.
-O.k. Sólo porque el doctor lo dice… -renegó otra vez, mientras tomaba la pastilla. Sin embargo, se bebió con desesperación mal disfrazada casi toda el agua de la botella.
-Eres un mal paciente -le comentó el médico en tono divertido-. Punto a mi favor, que tuve que lidiar con niños problema por varios años, así que sé cómo tratarte.
-Y tú eres un mal médico. Acabas de herir mis sentimientos -dramatizó Kirk, tirándose encima de la mochila con una leve risa. Sin embargo, no le quitó la vista de encima cuando decidió preguntarle una vez más el motivo por el que permanecía en el campamento-. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué decidiste venir a este lugar olvidado de Dios?
-Cielos, Jim. Creí que no volverías a preguntar eso.
-No me malinterpretes, Bones. Después de tu gancho izquierdo, ese mal pensamiento huyó de mi mente para siempre -ambos rieron al recordarlo, más fue sólo un momento. El corresponsal esperó su respuesta en silencio, observándolo con atención mientras tomaba otro poco de agua.
McCoy se tomó varios minutos para aclarar sus ideas antes de responderle, sentándose a su lado. Se mantuvo con la mirada baja todo el tiempo.
-Mi hija Joanna… -Su voz se quebró, así que se detuvo y carraspeó antes de continuar-. Fue por ella. Le hice una promesa, y por eso estoy aquí.
Kirk casi se ahogó por la sorpresa al escuchar tal revelación.
-Doc, ¿tienes una hija? -la sorpresa dio paso a un amargo pinchazo de decepción cuando lo consideró. Más lo ocultó con su mejor sonrisa, volviendo a la carga-. ¡McCoy! ¡Deberías estar con tu pequeña! ¿Tienes esposa? ¿Por qué estás tan lejos de tu familia?
Iba a continuar con su alegato, pero al ver la tristeza que envolvió la sonrisa del médico, guardó silencio otra vez.
-Tenía una familia, hace mucho tiempo -respondió McCoy sin perder esa expresión melancólica, levantando su vista del suelo, encontrando la de Kirk-. Joanna murió de leucemia linfoblástica aguda hace más de un año y medio. El diagnóstico se hizo en una etapa temprana, pero jamás pudimos preveer la disposición que tenía de un severo avance en pocos meses. Su condición se volvió crítica en sólo medio año, y los tratamientos de quimioterapia fallaron estrepitosamente.
El corresponsal abrió la boca sin poder decir algo coherente, la volvió a cerrar, y después de respirar un par de veces, habló.
-Eso… debió ser terrible…
-Oh, no, Jim. La mejor parte fue cuando le dije a mi esposa que debíamos cumplir la promesa que le había hecho a Joanna de venir aquí para ayudar a los niños de estos países. Ella se negó rotundamente y casi de inmediato exigió el divorcio. Sólo habían pasado ocho meses de la muerte de la niña cuando mi matrimonio se desbarató. Creo que lo hizo porque nunca pudo perdonarme.
-¿Perdonarte? ¿Por qué?
-Porque soy médico, y a pesar de eso, no pude salvarla.
Volvió la vista al piso, alcanzando una varita de entre la maleza seca, y garabateó en la tierra que se acumulaba a sus pies. Kirk no dejó de verlo.
-Lamento escuchar eso, Bones. Pero aún no entiendo… ¿Por qué me dijiste que lo que esperabas en pago de todo esto, quiero decir, de estar aquí, en este infierno, ayudando a la gente, era una bala?
McCoy suspiró, soltando la varita al tiempo que levantaba la vista, perdiéndola en el horizonte. Un mortecino color se extendía en el firmamento, anunciando la inminente salida del astro rey en pocos minutos.
-En el mes que llegué como voluntario, el campamento Ardimi era dirigido por la doctora Kathryn Janeway; una extraordinaria mujer, sumamente compasiva, de carácter férreo y decisiones firmes. Cuando empezaron los ataques por parte de la guerrilla en las zonas cercanas a las fronteras, ella fue la primera que exigió a la Comunidad Internacional que interviniera para obligar a las partes a un cese al fuego. Lógicamente, eso nunca sucedió. Los ataques se volvieron cada vez más cruentos, no sólo dirigidos a objetivos específicos como centros policiales o concentraciones político-militares. El gobierno planificó una estrategia basada en el terror, atacando aldeas y poblaciones indefensas como respuesta a las acciones de la guerrilla.
Kirk recordó al hombre que lo había agredido en la sede de las conferencias diplomáticas, un mes atrás.
-Nos arriesgamos a ir por los heridos de las primeras poblaciones atacadas, cerca de Al-Fashir, porque no había nadie más que lo hiciera. Nunca imaginamos ver el daño tan espantoso que el gobierno había perpetrado contra su propio pueblo.
Con intensa claridad, las palabras que Spock traducía para él ante el violento amago del guerrillero, se hicieron presentes en su memoria y cobraron fuerza en su conciencia al darse cuenta que Bones le hablaba de lo mismo.
-La doctora Janeway pidió ayuda, justo cuando todas las ONGs y las organizaciones militares extranjeras fueron expulsadas de Sudán. Entonces nos quedamos solos, con una población creciente de refugiados en el campamento, sin recursos, sin medicamentos, sin alimento suficiente para ellos y nosotros. -McCoy detuvo su relato varios segundos, como si acomodara sus ideas. Sin embargo, al tratar de continuar, hizo un gran esfuerzo para que su voz no se quebrara-. Yo no tenía idea de la gravedad de la situación, Jim. Perdido en mi propio dolor, tratando de distraerme con las labores médicas en las horas del día, y totalmente embrutecido por el alcohol y mi frustración, jamás me percaté de que ella no podría llevar a cuestas la presión a la que se vio sometida; lo supe cuando fue demasiado tarde, cuando la desesperación y esa destructiva ansiedad y depresión fueron demasiado obvias. El golpe final se lo proporcionó el mismo gobierno, al cerrar las fronteras y cancelar las visas de ingreso, incluso para los voluntarios de la Cruz Roja, Médicos sin Fronteras y UNICEF; cuando esa medida egoísta y despiadada ocasionó la muerte de los refugiados por inanición y sed, y la falta de medicamentos, no lo resistió. Kira y yo fuimos los únicos testigos del momento en que decidió suicidarse, pegándose un tiro directo en la cabeza. No pudimos evitarlo…
Un espeso silencio siguió a sus palabras por varios segundos, hasta que sintió que Kirk sujetaba su mano, en una muestra de completo apoyo. McCoy bajó la vista, encontrando su mirada llena de empatía.
-Bones, eso no va a suceder contigo -dijo, con un pequeño apretón en sus dedos-. No voy a permitirlo, te lo prometo.
-No pienso suicidarme, Jim. Despreocúpate -respondió el médico mientras sostenía su mano con firmeza, respondiendo a ese gesto-. Lo que no puedo asegurar es que nos mantengamos lejos del fuego cruzado. Ese es el temor que llevo a cuestas, y no sólo por mí.
-Lo sé. -Kirk lo soltó entonces, dispuesto a preguntar algo más desconcertante para él-. Bones, ¿por qué me besaste?
El médico enrojeció de golpe, sin poder desviar su mirada de la de su acompañante.
-Ehr… yo no… es que… no encontré otra manera de hacerte guardar silencio. Estabas muy alterado, y si no te detenía, posiblemente no estuviésemos aquí ahora.
Otro silencio incómodo se instaló entre ellos mientras la mirada escrutadora de Kirk seguía clavada en el rostro sonrojado de McCoy. Repentinamente, el periodista cambió a un gesto relajado y alegre, como si no le diera más importancia a eso.
-Entiendo. Gracias por salvarme la vida otra vez, doc.
McCoy lo vio acomodarse nuevamente sobre la mochila, cerrando los ojos con expresión exhausta. Suspiró quedamente, dándose cuenta que su excusa había sido tan irreal y falta de credibilidad, que no quiso pensar más en eso. Sacó entonces una ajada libreta, y se dispuso a escribir en ella.
-Descansa. Aún debemos caminar por tres horas, y no quiero que eso te afecte.
-No hay problema. Nos vemos en un rato.
Sin embargo, las pesadillas se convirtieron en su tortura personal, cada vez que cerraba los ojos. Fue imposible para él poder conciliar el sueño por más de media hora.
Villa de Laikaba, al extremo suroccidental de Kutum
Décimo segundo día fuera del campamento.
Cuarta semana de Agosto 2003, 10:15 am.
Kira Neris se sorprendió mucho al verlos aparecer nuevamente en el hospital, con graves señales de agotamiento, una leve deshidratación, y sin el transporte en el que se habían marchado la noche anterior. Gritando órdenes a todo su personal, hizo que los llevaran al área de Cuidados Intensivos, dedicándose en persona a examinar exhaustivamente a Kirk, a pesar de las protestas de éste.
Mientras Kirk discutían airadamente con la doctora para evitar que le metiera mano, según sus palabras, McCoy aprovechó para escabullirse y tomar un largo baño. Aunque el cubículo de la regadera estaba semi derruido, las llaves daban problemas y las tuberías gemían al paso del líquido, el médico casi se sintió en el paraíso.
Casi un cuarto de hora más tarde, fresco y relajado debido a la ducha, volvió a Cuidados Intensivos para ver cómo estaba su compañero de infortunios. Enfurruñado y metido en una de las camas, Kirk sólo le dirigió una ácida mirada al verlo entrar. Neris había logrado desnudarlo y hacerlo usar una raída y percudida bata hospitalaria.
-¡Me dejaste solo con esta tirana mujer, Bones! -Le reclamó al tenerlo a un lado-. ¡No voy a perdonártelo!
-No te quejes, Jim. Sé que te encanta que te manoseen chicas lindas como Kira.
-¡McCoy! -chilló Kirk, haciendo que el médico riera ante su frustración-. ¡Esto es una conspiración! ¡Primero tú me besas, y luego dejas que ella me manosee a sus anchas!
-No te besé. Sólo hice que te callaras. -Y tratando de evitar que se siguiera en ese tópico de conversación, le habló de sus planes inmediatos-. Voy al dispensario. Intentaré comunicarme con el campamento para saber si hay novedades.
-¡Te acompaño! -dijo Kirk, saltando de la cama intempestivamente. Tuvo que sujetarse la bata de la parte trasera, al darse cuenta de que ésta dejaba ver demasiado de su anatomía-. Malditas batas de hospital. ¡Las detesto!
-Pensé que te gustaban. Te dan muchas facilidades, especialmente si te agrada sentirte admirado.
-No soy exhibicionista, Bones -gruñó el periodista, buscando la mochila que la doctora le había quitado-. Aunque admito que es una de las mejores partes de mí, no me gusta andar con ella a la vista de todos. ¿Dónde demonios está mi equipaje?
McCoy rió divertido, alcanzando la mochila que estaba a un lado de la cama, entregándosela. Kirk revolvió lo que había en ella, y al encontrar un pantaloncillo corto, bastante adecuado para el clima y la situación que tenía entre manos, se lo puso y se alistó a seguir al médico.
En el dispensario, estuvieron cerca de diez minutos batallando con el radio para encontrar una frecuencia libre de interferencias. Entonces, la voz de Archer se escuchó fuerte y clara.
-¡Hey, Bones! Estábamos por llamar a Personas Desaparecidas.
-Hola, John. Poco faltó para que de verdad tuviesen que hacerlo. ¿Está todo el equipo contigo?
-Algunos, pero ya envié por el resto. ¿Qué pasa? Te noto más serio que otras veces.
-Ha sucedido algo muy grave, Jonathan. Quisiera que todos pudiesen escuchar lo que voy a comunicarles.
Pocos minutos más tarde, después de saludar de manera rápida a los demás miembros del equipo, McCoy habló del incidente que Kirk y él habían vivido horas atrás.
-Intentamos comunicarnos a Kutum, pero ningún canal nos dio señal de actividad. Temo que el ataque fue simultáneo, extendiéndose hacia varias aldeas del territorio, además de la villa principal.
-¿Tienes idea si ha ocurrido en todas las aldeas, o sólo en algunas? -Preguntó Spock, después del silencio que se hizo ante la noticia.
-Me temo que están seleccionando puntos de ataque -respondió Kirk, señalando el mapa que había guardado con una de las libretas-. Saliendo de la región de Sarif es Salam, pasamos varias aldeas que permanecían intactas, y según lo que mencionó Bones, la población en ellas es enteramente árabe.
-¿Insinúas que pueden estar haciendo una limpieza étnica? -La voz de Uhura se escuchó irritada.
-Es lo más lógico -respondió McCoy, desalentado-. Kutum tiene una aplastante mayoría africana, y ha sido base de la oposición gubernamental por mucho tiempo.
Se escuchó entonces un alboroto del otro lado, antes de que Archer y Uhura impusieran silencio a gritos. Spock habló nuevamente.
-Leonard, hace dos días recibimos un informe de los campamentos cercanos a las regiones de Kabkabiyah. Varias aldeas fueron atacadas, también de manera selectiva. Los voluntarios de UNICEF de Nyala sufrieron agresiones, y uno de los campamentos cercanos fue destruido-. Kirk y McCoy voltearon a verse, alarmados-. Si la milicia y los soldados han decidido continuar por sí mismos esta absurda limpieza étnica, no se detendrán a considerar si nosotros somos parte o no de sus blancos.
-Esto es más grave de lo que imaginé -le confió el médico, sin abrir el canal de envío-. Temo que decidan atacar los campamentos de las zonas bajas de Jabal Marah. Ardimi sería uno de ellos.
-¿Qué sugieres, doc? -Preguntó el corresponsal, sintiendo que la ansiedad por el riesgo cercano lo empezaba a invadir-. ¿Regresamos a Ardimi para ofrecer resistencia?
-No. Me temo que más que presentar resistencia, tendremos que mover el campamento.
Kirk levantó una ceja, sorprendido y un tanto escéptico.
-¿Piensas mover a más de diez mil personas? ¿Y… cómo lo harás, si puedo saber?
McCoy suspiró, dándose cuenta de la titánica labor que tenían ahora entre manos.
-Te juro, Jim, que no tengo la menor idea -dijo al fin, con expresión preocupada.
James Kirk no tuvo palabras ante tal despliegue de honestidad.
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