Título: De París al hogar
Personajes: Courfeyrac, Marius Pontmercy, Cosette, Monsieur Gillenormand, menciones a Les Amis (Marius/Courfeyrac, Marius/Cosette).
Advertencias: AU divergencia. Angst.
Summary: cuando Courfeyrac pilla a Gavroche deslizándose fuera de la barricada e intercepta el mensaje que este lleva de parte de Marius para Cosette, se da cuenta de que su compañero va a cometer un error al quedarse en la barricada y decide tomar cartas en el asunto. Pero nada sale como había planeado.
Notas: gracias a
nottiem por su lectura del fic conforme avanza y su asesoramiento histórico, no lo habría logrado sin ella. Gracias también a
inesika8 por haberlo leído ya terminado y darme su opinión. El fic ya está completo y publicaré dos veces por semana, para terminar el 14 de febrero
Si Marius hubiera tenido que definir en una palabra su estado al dejar Dartford tenía muy claro cuál era: confundido. Tras una noche sin dormir particularmente bien se había encontrado con un Courfeyrac perfectamente tranquilo y relajado. Tan solo se había tomado un momento para preguntarle si estaba bien, dejando traslucir en su mirada cierta inquietud que no calzaba con su aspecto satisfecho.
Marius le había dicho que sí. Courfeyrac le había dado una palmada en la espalda.
-Estabas demasiado solemne y depresivo, tenía que sacarte de eso de alguna forma -había declarado con aspecto de estar muy orgulloso de los resultados de su método.
Luego le había apurado para ir a comprar nuevas provisiones y ponerse en camino: Londres los esperaba.
Prácticamente no se detuvieron más en la marcha a la ciudad, excepto por una breve estación en Levisham. No volvió a tocar el tema de las promesas incumplidas. Entendía el punto de Courfeyrac sobre ocasiones donde ya no podían cumplirse, aunque no dejaba de causarle angustia que eso pudiera convertir a cualquier promesa en algo relativo.
Tampoco hubo más besos ni hablaron al respecto. De hecho, Courfeyrac actuaba como si no hubiera ocurrido nada particular entre ellos, lo que resultaba más confuso para Marius.
Tal vez él era el que se hacía un mundo al pensar en lo que había sentido mientras su amigo lo besaba y la decepción al sentirlo apartarse. Después de todo, Courfeyrac entendía mucho más de relaciones y amistades. Él seguía siendo un novato en todo eso. Tampoco quería agobiarlo con preguntas sobre algo que evidentemente no había sido más que una manera de distraerle.
Sin embargo, en ocasiones le parecía que Courfeyrac lo miraba diferente. Era una sensación nada más, porque cuando se giraba nunca le encontraba viéndolo directamente. A veces había una sonrisa traviesa o contenida en su rostro, o se giraba a mirarlo a su vez, preguntándole con la mirada qué sucedía.
O tal vez era sólo su mente que lo engañaba dada la cantidad de tiempo que invertía en pensar lo que significaban las sensaciones que evocaba al pensar en las dos ocasiones en que había besado a su amigo.
Antes de Courfeyrac, Cosette era la única persona a la que había besado. Aquellos habían sido besos inexpertos, juntos habían aprendido a guiarse mutuamente con una ingenuidad y una sorpresa deliciosas. El cuerpo de Cosette, suave y cálido se amoldaba al suyo con facilidad cuando la abrazaba. Sus labios eran suaves y tiernos, sus manos delicadas. Courfeyrac por su parte tenía mucha experiencia, de eso estaba seguro. Sabía guiarlo y enseñarle cómo seguirle. Tenía una fuerza intensa pero también un importante dominio sobre la situación, sin por eso dejar de ser cuidadoso e incluso cariñoso en sus gestos.
No le perturbaba que la experiencia de besar a ambos fuera tan diferente. Cuando besaba a Cosette siempre había tenido la sensación de estar tocando algo sagrado. Con Courfeyrac, era tan natural como respirar. Lo que le inquietaba en realidad eran las emociones que despertaban en él tan parecidas. No se refería sólo al hambre y la urgencia que crecían en su interior quemándole e impulsándole a buscar más en cada roce. Se refería también a esa sensación de calidez, de felicidad… de totalidad.
Tenía la impresión de que no sólo los besos como aquellos entre amigos no eran algo habitual, sino que besar al amor de tu vida y a tu mejor amigo no debía ser algo tan similar.
La confusión creció más cuando se preguntó si besar a Cosette ahora volvería a ser igual.
***
Londres era probablemente la ciudad más deprimente en la que habían estado hasta el momento. El lugar en principio no era feo. Los edificios eran impresionantes y el Támesis era realmente una belleza. Sin embargo, la suciedad en las calles, el aspecto empobrecido y explotado de las personas, el clima frío y las noches heladas no le hacían un lugar particularmente atrayente.
Marius no lograba conciliar la imagen de Cosette, cálida y hermosa, con un lugar como aquel. No había pasado más de un día en la ciudad cuando había asegurado que la chica no podía estar ahí.
Courfeyrac le había recordado que aunque eso era lo más posible, su única pista los llevaba hasta la ciudad y tendrían que quedarse en ella hasta encontrar cómo continuar. Lo primero era ubicar dónde vivir y cómo comer antes de pensar en proseguir.
En un inicio habían tenido que conformarse con una pensión pequeña con otros huéspedes bastante hostiles, hasta que una de las empleadas, apiadándose de ellos, les había indicado cómo encontrar una posada donde la esposa del dueño hablaba francés. Había sido un alivio para Courfeyrac encontrarse con alguien con quien poder hablar con fluidez y normalidad. Marius tenía que aceptar que a él también le resultaba agradable volver a escuchar su idioma en boca de alguien más. Acordaron un buen trato y alquilaron una habitación doble por un mes.
Los primeros días consistieron en la búsqueda de trabajo. La ciudad estaba en constante crecimiento y desarrollo, con tareas mecánicas para las que no siempre importaba lo que los empleados supieran o pudieran decir. Sin embargo, Marius obtuvo pronto una buena colocación. Después de todo, Londres era una ciudad internacional, con lazos con el resto de ciudades importantes de Europa. Su facilidad para los idiomas, reflejados en su relativo manejo de inglés y alemán, así como sus conocimientos básicos de ruso habían hecho que le consideraran una opción a probar como asistente en una de aquellas empresas con aspiraciones de ampliar su mercado.
Courfeyrac era quien había encontrado el contacto para ese trabajo. Tenía que admitir que era su amigo quien pensaba en ese tipo de detalles prácticos y esenciales. Después de colocarlo a él en aquel lugar había conseguido su propio empleo dentro de las oficinas de una fábrica textil. Su inglés seguía dejando que desear pero había logrado venderse como un mandadero efectivo. Después de todo, un chico que había sido capaz de atravesar el país hasta allí sin manejar el idioma, era alguien de recursos.
A Marius le habría gustado poder aportar más en esos días, pero estaba teniendo muchas dificultades para concentrarse en algo más de lo que podría pasar cuando encontrara a Cosette.
-Deberías estar emocionado -le señaló su amigo un día después de que él le expresara la preocupación al regresar a la habitación una noche.
-No tengo nada que ofrecerle -dijo Marius con marcada preocupación. Sabía que compartir lo que temía le ayudaría, aunque no lo dijera absolutamente todo-. ¿Cómo puedo hablarle de pasar una vida juntos cuando tengo las manos vacías?
Era el mismo punto en el que se había encontrado en París. Todo el amor en su corazón y toda su voluntad no eran suficiente ante la realidad de no tener posibilidades de sostener una familia.
Courfeyrac, por su parte, pensaba diferente. Así lo dejaba claro la mirada que le estaba dedicando en ese momento, deteniéndose un momento en la actividad de ordenar su ropa en el pequeño armario que tenían en la habitación. La posada tenía una encargada de esas actividades pero Marius sabía bien lo delicado que era su amigo con sus prendas, prefería hacerlo en persona aunque su vestuario distara mucho de ser lo que fue en otra época.
-Has cruzado la mitad de Francia y la mitad de Inglaterra para buscarla. Creo que eso deja muy claro lo mucho que la quieres.
Marius se encogió de hombros y desvió la mirada, avergonzado.
-No lo habría hecho sin ti -le recordó. No estaba seguro de que le hubiera creído cuando se lo dijo, pero ciertamente había aceptado hacer ese viaje por el bien de su amigo. Sabía que en caso de acercarse a Cosette, él seguiría sin tener qué ofrecerle por su mano.
Courfeyrac sonrió con cierta sombra de amargura. Probablemente seguía extrañando Francia. Continuó con la ropa, ya sin mirarlo.
-Eso mejor no se lo digas, son las pruebas de amor a ella las que interesan -dijo desdeñando su señalamiento-. ¿Qué más tiene que ofrecerle un hombre a una mujer para probarle que hará cualquier cosa por ella? Ni siquiera creo que su padre pueda pedir mucho más.
Marius suspiró.
-No es tan simple.
-Lo es -lo atajó Courfeyrac-. Esto va a sonar a algo que diría Jehan, pero si la quieres y te quiere, no habrá problemas.
Marius sonrió un poco pero aquello no disipaba sus miedos.
-No puedo darle la vida que merece…
-Da igual. -Para su sorpresa, no había ya ningún asomo de sonrisa o despreocupación en el rostro de su amigo. De hecho, sonaba algo molesto-. Son las cosas que se hacen cuando amas a alguien: participar de cosas que no te interesan, vivir en la pobreza, contar las monedas para comer, viajar a la intemperie, cruzar un país… Por eso estamos aquí.
Sus palabras calaron en él lentamente. En el momento en que terminó de procesar lo que Courfeyrac había dicho, levantó la mirada hacia él y notó que lo observaba con una sonrisa torcida en los labios. ¿Se estaba burlando? ¿Había hecho referencia a su propio viaje?
La confusión debió reflejarse en su rostro per Courfeyrac se limitó a negar con la cabeza y se apartó del armario.
-Necesitamos levitas nuevas. Voy a preguntar dónde podríamos buscarlas.
Al pasar junto a él le apretó el hombro con afecto y salió de la habitación.
***
Un par de semanas después la preocupación de Marius sobre qué haría al encontrar a Cosette había disminuido, dando paso a la certeza de que no iban a encontrarla nunca. ¿Qué le hacía pensar que serían capaces de localizarla en un país completo cuando él no había sido capaz de encontrarla en su propia ciudad más que por pura casualidad?
Al menos esta vez contaba con la ayuda de Courfeyrac. Su amigo era mucho más organizado que él y no consideraba caminar por las calles de Londres un método muy útil para encontrarla.
-Tú eres el que está enamorado de ella. ¿Dónde estaría Cosette de estar aquí?
Era fácil decirlo, pero el único lugar en el que sabía que la chica solía estar era en el jardín de su casa. Cuando se lo dijo, Courfeyrac había suspirado y le había dicho era evidentemente tenía que haberse enamorado de una chica también muy particular. Tal para cual. Luego, había insistido en que tenía que haber otros lugares, como los centros de caridad. Ya habían usado ese método antes.
Londres estaba lleno de lugares en los cuales se congregaban los necesitados en busca de la piedad de los más afortunados. Eran tantísimos y una población tan rotante que resultaba casi imposible que recordaran a alguien que pudo haberles dado ropa, comida o una moneda hacia unos meses. Además, acercarse a esos sitios siempre era sinónimo de arriesgarse a no ser muy bien vistos por no llevar sus propias ayudas para entregar.
El segundo lugar que se le ocurrió a Marius como una posibilidad eran los lugares donde hicieran ropa femenina. Cuando se lo había dicho a Courfeyrac su amigo se había puesto a reír sin parar por varios minutos seguidos, en parte por la falta de idea que tenía Marius sobre cómo y dónde se hacía la ropa femenina y en especial por la idea de ambos visitando ese tipo de establecimientos.
Lo hicieron, por supuesto, pero sin mayores resultados. Solían dedicarles miradas extrañadas y desconfiadas. Cuando se lo comentó a Courfeyrac este se encogió de hombros.
-No sé si sabrás que no suele ser muy normal que el amor de tu vida se marche sin dejarte su dirección. Probablemente creen que ella no quiere que la encuentres. Tenemos que buscar otro método.
Su amigo lo había dicho en tono despreocupado, sabía las condiciones en que se habían separado. Sin embargo, era la primera vez que la idea de que Cosette no quisiera ser encontrada pasaba por su cabeza.
***
La otra pista con la que contaban era que el señor Fauchlevent se encontraba enfermo. Sin embargo, los lugares de atención a enfermos tampoco les fueron de mucha ayuda.
-Si lo que nos dijo la anciana en Rochester es cierto, es probable que el viaje hasta acá no haya mejorado su salud -comentó Courfeyrac una mañana en el pequeño comedor de la posada, donde estaban desayunando-. Este clima es demasiado húmedo y frío para un hombre mayor.
Marius resopló, sintiendo nuevamente la inquietud sobre qué sucedería con Cosette en esa tierra extraña si su padre se ponía grave. Asumía que viajaban con la misma dama que había acompañado a la chica en la casa de la calle Plumet, pero dudaba que esa mujer pudiera hacerse cargo de la chica en caso de una desgracia.
-Los sistemas de salud aquí están tan atiborrados que no sacaremos nada en limpio allí -continuó Courfeyrac con el ceño fruncido.
Marius sabía que estaba pensando en las malas condiciones de salud del pueblo londinense, en especial las de las personas que se veían obligados a aguantar la explotación en las fábricas. El hijo de la empleada de la posada que les hacía las habitaciones trabajaba en una fábrica de algodón que estaba acabando con la salud de todos sus empleados.
Dudaba que el padre de Cosette acudiera a los mismos servicios de salud que el pueblo raso, pero también comprendía por qué los pensamientos de su amigo se desviaban hacia ese tema: era una situación injusta e insostenible. Más de una vez lo había escuchado hablar sobre el deber del pueblo londinense de pelear por su propio bienestar. De hecho, con el orgullo a flor de piel era capaz de decir que aquel pueblo no tenía el valor del pueblo francés para enfrentarse a sus reyes. Sin embargo, empezaban a entender que en aquel país nadie culpaba realmente a la corona de lo que pasaba y empezaba a ser más un enfrentamiento entre patrones y obreros.
La señora de la posada se acercó a servirles más té. Les sonrió con amabilidad. Al parecer no eran los únicos felices de tener a alguien más que hablaba francés cerca. Por supuesto, eso también implicaba que podía oír y entender de lo que hablaban.
-¿Siguen buscando a su muchacha misteriosa? -preguntó con una expresión cálida-. Debe ser muy hermosa para que tenga al joven tan enamorado.
La bondadosa mujer puso una mano sobre el hombro a Marius. Él le sonrió tratando de ocultar su incomodidad. No estaba acostumbrado a las muestras de cariño. Ni su abuelo ni su tía eran muy dados a ellas. De hecho, Courfeyrac era la única persona que se había mostrado siempre físicamente cariñoso con él. A veces demasiado.
Intentó no sonrojarse ante ese último pensamiento, aunque de hacerlo probablemente tanto la mujer como Courfeyrac lo atribuirían al recuerdo de Cosette.
-Tal vez pueda ayudarnos -propuso Courfeyrac encogiéndose de hombros-. Si un hombre enfermo llega a Londres procedente de París con su hija y una criada, ¿qué sería lo primero que haría después de buscar ayuda médica?
La mujer lo miró pensativa y luego negó.
-Cómo se nota que son jóvenes. Lo primero que haría no es buscar ayuda médica, sino llevar a su hija a un lugar donde estuviera segura, en caso de que a él le pase algo.
Les dirigió una sonrisa comprensiva ante la expresión de ambos, antes de terminar de servir el té y dejarles solos. Ahora que lo había dicho era obvio. Courfeyrac le dirigió una mirada reflexiva.
-¿Crees que pudo llevarla a otro convento? Porque no sé yo qué tal se nos dé asaltar un hogar de monjas para que la encuentres.
Marius torció el gesto. Lo dudaba realmente. Cosette no parecía tener ningún interés en regresar al medio religioso y estaba casi seguro de que su padre no haría nada para disgustarla si podía evitarlo. Excepto llevársela del país sin explicación, por supuesto.
-No lo creo. Pero tal vez no haya optado por dejarlas a ella y la criada en una casa sola.
De repente la mirada de Courfeyrac se iluminó y se inclinó hacia él con entusiasmo.
-¿Crees que alguna hable inglés? Cosette o su criada.
No. Estaba seguro de que ella no, se lo había dicho durante aquella terrible noche en que se había enterado de que los iban a separar para siempre. Dudaba mucho que la criada supiera. Lo que no entendía era por qué eso parecía animar tanto a Courfeyrac si no hacía más que volver más delicada la situación de Cosette.
-¿Crees que estarían seguras en un lugar donde nadie más habla francés? -insistió Courfeyrac. Luego se recostó en el respaldar de la silla y se balanceó sobre las patas traseras de la misma-. Creo que no somos los únicos que habremos buscado estadía en un lugar donde hubiera alguien de nuestra patria.
Marius sonrió al entender por fin.
-Si llegamos a encontrar a Cosette va a ser gracias a ti -dijo con un tono cargado de gratitud.
Courfeyrac dejó de balancearse y su sonrisa se hizo menos pronunciada. No le replicó nada.
***
La presencia de franceses en la ciudad londinense no era tan extraña como les hubiera sido de utilidad. De hecho, un par de siglos antes se había dado una importante migración de compatriotas hacia ese país y era posible encontrar al Este de Londres calles con nombres como Fleur de Lys y Nantes Passage. O al menos eso les habían dicho, no había andado por ahí: no era lo que se dijera la mejor zona de la ciudad.
Para realizar su búsqueda tenían que utilizar el poco tiempo libre del que disponían, pero por suerte contaban con los contactos de su casera, quien los contactó con sus conocidos francoparlantes en la ciudad. Marius pasaba mucho tiempo entrevistándose con estos y con otros conocidos a quienes le referían. Courfeyrac lo acompañaba a menudo también.
Sin embargo, su amigo tenía otras inquietudes. Relacionado directamente con ellos y su misión de encontrar a Cosette parecía estarse tomando muy apecho la idea de que Marius tenía que estar presentable cuando el ansiado encuentro sucediera. Ajeno a sus propios argumentos de que por amor todo se aguantaba, estaba ceñido en que tenía que verse muy bien cuando se reencontrara con la chica y conociera a su padre. Por esa razón, parte de sus ganancias en lugar de ser ahorrada era invertida en nuevas prendas de vestir, aunque no fueran necesariamente de primera mano. Marius se negó a usar un corsé y se había reído un poco de la idea de su amigo utilizando uno, pero tuvo que ceder al resto de prendas de ropa que según su amigo le iban siendo necesarias.
-No estoy dispuesto a que reconquistes a Cosette vistiendo mi ropa -le había dicho con determinación.
Él mismo empezaba a verse más presentable, aunque invertía mucho menos en su propio vestuario. De hecho, Marius estaba convencido de que la cantidad de dinero que habían ahorrado en el viaje debía ser considerable para que pudieran mantenerse como lo estaban haciendo. Al preguntarle al respecto, Courfeyrac se había limitado a decirle que al parecer administrar el dinero no se le daba mal. Empezaba a sospechar que tampoco habían gastado en el viaje todo lo que su abuelo le había dado a cambio de su silencio, antes de dejar París.
Por otro lado, Marius sabía que su amigo tenía sus propias inquietudes. Empezaba a frecuentar círculos de personas que no estaban nada conformes con la actitud indiferente del estado ante la explotación en las fábricas. Allí había empezado a informarse de la situación política en el país y había pasado horas completas explicándole a Marius cómo las leyes promulgadas siempre beneficiaban a las clases altas, privando de derechos civiles al pueblo.
Marius conocía bien el tipo de energía que vibraba en él al hablarle de esos temas. Era la misma con la que le había llevado al Musain. No tenía la intensidad ciega y arrolladora de Enjolras para exponer la situación. Lo suyo era la calidez para hacer que no fuera posible ser indiferente al escuchar de la situación. No había manera de no preocuparse.
Sin embargo, él no terminaba de involucrarse en esta ocasión. Comprendía y sentía la preocupación de Courfeyrac, pero una parte de él temía que su amigo se pusiera en una posición comprometida. Ambos evitaban hablar sobre esa posibilidad y concentraban sus esfuerzos conjuntos en la búsqueda que les había llevado hasta allí.
Era extraño no encontrarse ahora en constante viaje. Durante un año sus estancias en las distintas ciudades eran provisionales, parte de una ruta previamente programada. Ahora, la ciudad inglesa era el último lugar del itinerario. Vivían allí hasta nuevo aviso. El mundo dejaba de ser eso que recorrían entre ambos y empezaban a insertarse a una sociedad de nuevo. Courfeyrac, siempre abierto y social empezaba a tener muchos contactos a pesar de sus limitaciones de idioma, mientras que Marius volvía a aislarse en su propio mundo introspectivo.
Aquello no impedía que siguieran disfrutando y buscando la compañía del otro. Incluso cuando Marius no dejaba de preguntarse, en parte con curiosidad y en parte con interés, si en alguna ocasión las cosas volverían a desviarse tanto como aquella noche en que había compartido besos y caricias más propios de amantes que de amigos. Courfeyrac no había vuelto a ser alusión a lo sucedido, al menos no directamente y nunca con seriedad.
Él evitaba referirse a ello. No tenía ningún interés en afectar de alguna la relación más cercana y especial que tenía. Así que cuando su amigo lo abrazaba con calidez o jugaba con su cabello mientras ambos descansaban, exhaustos por su jornada, nunca decía nada que pudiera dejarle saber que recordaba la manera en que esas mismas manos le habían tocado una vez, aquel día.
Poco a poco, en medio de una búsqueda azarosa y el cansancio de trabajos que nunca habían soñado ejercer, Marius y Courfeyrac se hicieron su propia forma de vida en Londres. Tenían sus rutinas, sus entretenimientos y su lugar. La pequeña habitación en la posada empezaba a tener aire propio ya, embebida con un poco de la personalidad de ambos, como los apartamentos que habían compartido. Tenían sus lugares favoritos en la ciudad, sus días de descanso y su rutina de búsqueda creada y probada.
Prácticamente se habían acostumbrado a su nueva vida cuando tuvieron suerte y encontraron la pista que buscaban.
***
Bath.
Marius tenía un papel en la mano con la dirección a al cuál debía dirigirse. Les había costado un poco conseguirla, al parecer el señor Fauchlevent era muy discreto y no quería que le dieran sus señas a nadie. Sin embargo, la hija del posadero había hecho buenas migas con Cosette durante su estancia allí y había decidido ayudarlos.
Courfeyrac lo había convencido de pedir un tiempo en el trabajo. Tenía fe en que se lo darían, se había amoldado bien a sus funciones y era difícil conseguir gente con tanta facilidad para los idiomas. Después de todo, si pensaba quedarse en el país con Cosette tenía que vivir de algo y al menos allí ya tenía trabajo.
Tenía que hacer la maleta. Se pondrían en camino al día siguiente. Sin embargo, estaba sentado en la cama con la mirada perdida en el papel que sostenía entre sus manos.
-¿Qué pasa?
La voz de Courfeyrac, cálida y preocupada lo sacó de su ensimismamiento. Lo escuchó cerrar la puerta tras él al entrar a la habitación, pero se apoyó en la pared, sin avanzar hacia él. Mirándolo.
Marius no encontró la manera de responder. Miró una vez más la dirección donde podía encontrar a Cosette y luego levantó la cabeza buscando los ojos de su amigo. Sabía que lo entendería sin explicarse. Notó que lo hacía y suspiraba.
-¿Aún estás pensando en qué vas a ofrecerle a Cosette?
-Algo así -admitió. En realidad era más complejo. Sonaría tonto, pero eso nunca le había importado con Courfeyrac-. La verdad no sé si quiera qué le voy a decir al verla.
Su amigo arqueó una ceja y sonrió de medio lado.
-Si quieres, podemos ensayar -sugirió con un tono cargado de diversión, con la clara intención de relajarlo y distraerlo. Se acercó y se sentó a su lado en la cama-. Te aseguro que puedo ser una Cosette adorable.
Le sonrió con candidez, parpadeó exageradamente e imitó el movimiento de acomodarse un vestido. Marius soltó una carcajada a pesar de su estado de ánimo sombrío.
-Anda -insistió Courfeyrac-. Si quieres empiezo yo. ¡Marius!
La última frase la hizo en un tono de falsete tan ridículo que lo hizo reír de nuevo.
-¿Qué haces aquí? ¡Oh, no lo puedo creer! -Marius siguió riendo, consciente de que su amigo estaba haciendo aquella parodia justamente con ese propósito-. ¿Qué has hecho todo este tiempo?
Sin embargo, esa última pregunta le quitó todas las ganas de reír. Courfeyrac debió notarlo porque adquirió una actitud más tranquila, como si estuviera listo para escuchar lo que tenía que decirle.
-Vamos a ver qué es lo que te carcome -dijo animándole a hablar.
Marius se miró las manos.
-No sé cuánto debo decirle de lo que ha pasado.
Contuvo la respiración sin pensarlo, inseguro de si su amigo había captado a qué se refería. Ante su falta de respuesta el silencio empezó a hacerse pesado. Cuando se atrevió a mirarlo de reojo, notó que Courfeyrac lo miraba de manera intensa, pero con aspecto pensativo.
-No sé por qué sospecho que te refieres a nosotros.
Inevitablemente, se sonrojó, pero Courfeyrac no sonrió. De hecho había fruncido el ceño ligeramente, al tiempo que se inclinaba hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas, como si meditara detenidamente una respuesta. Marius no necesitó confirmarle que no se equivocaba.
-¿Por qué piensas que deberías decirle algo? -preguntó finalmente, en lugar de brindar una respuesta.
-No lo sé. No es… no se supone que beses a otras personas cuando amas a alguien.
Le costó articular la respuesta. Había algo en ella que sonaba mal. Los labios de Courfeyrac formaron una sonrisa torcida sin girarse a mirarlo. Marius podía ver su rostro de perfil.
-Tan honorable -musitó, aunque Marius pudo escucharlo. Luego giró la cabeza para mirarlo mejor-. Supongo que deberías decirle que nos besamos si alguno de esos besos significó algo que pudiera interferir en lo que sientes por ella. De otra forma no le veo mayor sentido.
Se encogió los hombros en un gesto de despreocupación que no calzaba con la expresión en su rostro. A Marius lo llenó el desaliento. En cierta forma había esperado que su amigo lo hiciera burlarse de sus inquietudes y las desdeñara con facilidad. Pero más bien parecía compartirlas. Aquello no era normal.
De hecho, lo seguía mirando expectante, aunque Marius no podía adivinar por qué hasta que cayó en cuenta de que su respuesta debió haberlo liberado de su preocupación en realidad. Sólo tenía que decirle que tenía razón, aquellos besos habían ocurrido en situaciones muy específicas y no interferían en nada en sus sentimientos.
Pero no podía decirlo.
Se obligó a tragar grueso y tratar de dejar esos pensamientos de lado. Miró a su alrededor y frunció ligeramente el ceño.
-No has empezado a hacer tu equipaje -le señaló para cambiar de tema.
Aparentemente, no había sido una buena elección de tema. Courfeyrac negó y se levantó de la cama, dirigiéndose hacia la suya, aunque sin llegar a ella.
-No. No voy contigo -declaró con simpleza.
Marius se levantó de golpe. Tenía que haber escuchado mal. Su amigo se giró a mirarlo y pudo ver algo de culpabilidad en su rostro. No, esa expresión correspondía con lo que había escuchado. Lo miró sin comprender.
-¿Por qué? -fue lo único que logró articular después de unos momentos.
Courfeyrac suspiró.
-No vas a pedirme que me quede contigo ahora que la encontraste. Recuerda que prometiste que pensarías detenidamente tus razones.
Era cierto. Lo había prometido y lo había pensado mucho. No entendía por qué Courfeyrac no quería quedarse pero a la vez sentía que no era apropiado pedírselo. Era muy claro que no quería quedarse con él. Dolía pensarlo.
-¿Por qué estás tan seguro de que no te lo pediré?
-Porque eres una persona buena y generosa-. La declaración lo dejó perplejo, lo que se debió expresar en su rostro. Su amigo se acercó un par de pasos más hacia él-. Creo que te he dado bastantes pistas desde que hicimos este trato sobre la mala idea que sería.
¿Pistas? Marius desvió la mirada. Tal vez sabía a lo que se refería. Tal vez no quería saberlo. Sintió más que escuchar a Courfeyrac acercarse hasta invadir su espacio personal. Levantó la mirada hacia él y tragó grueso. Su mirada era aún más intensa que antes.
-Quieres que te ayude a resolver las dos dudas que me expresaste desde que entré. ¿Cierto? Saber si tienes algo que decirle a Cosette y si debes pedirme que me quede contigo.
Sí. Aún más, necesitaba entender qué pasaba con ellos porque no lograba comprenderlo. Se limitó a asentir con vehemencia, obteniendo otra sonrisa de su amigo, aunque esta vez parecía algo cansado.
-Entonces tienes que permitirme hacer esto una vez más.
Dudó un momento, pero luego supo lo que su amigo iba a hacer incluso antes de que pusiera una mano en su nuca. Marius había cerrado los ojos incluso antes de que acercara su rostro. Había entreabierto sus labios incluso antes de que los de él hicieran contacto.
Ese beso no fue como ningún otro. Era intenso, fuerte y rápido. En breve notó que había algo hambriento y desesperado en esta ocasión. Los brazos de Courfeyrac lo rodeaban, una mano hundida en sus cabellos, la otra trazando un camino hacia la parte baja de su espalda, apegándolo más hacia él, ayudándolo a sentirle. Courfeyrac lo eclipsó todo como nunca antes lo había hecho. Todo era su calor, sus caricias y sus labios. Lo sintió recorrer el ángulo de su barbilla y la curva de su cuello. Se encontró de nuevo con sus labios ahogando sonidos que nacían de lo más profundo de sus gargantas. Podía sentir cómo su cuerpo respondía hacia él, al tiempo que su voluntad, sus preocupaciones y sus miedos se desintegraban. Avanzaron a tientas hasta que sus piernas chocaron contra algo.
Cuando perdió el equilibrio, Courfeyrac lo sostuvo para que no cayera con fuerza en la cama, aunque terminaran en ella. La caída los hizo separarse un poco, lo suficiente para que por primera vez Marius notara la expresión de su amigo, quien lo miraba lleno de una incertidumbre que no había visto en él antes.
Fue tan sólo un instante, pero Courfeyrac lo soltó y, levantándose, retrocedió unos cuantos pasos hasta apoyar la espalda contra la pared. Ambos respiraban agitados. Marius se sentía totalmente aturdido mientras que el rostro de Courfeyrac había dado paso a una férrea expresión de determinación.
Se miraron en silencio.
Tras un par de intentos fallidos, su amigo logró hablar:
-Eso debería darte ambas respuestas -dijo con voz ronca. Luego dirigió la mirada hacia la puerta-. No me esperes levantado. Volveré a tiempo de despedirme mañana.
Marius comprendió que pensaba marcharse en ese momento.
-¡Espera! -se apresuró a decir, pero su amigo no le hizo caso. Dejó la habitación sin siquiera detenerse a recoger su levita.
Marius escuchó desalentado como sus pasos rápidos bajaban las escaleras de la posada. Ahora estaba solo. Sin embargo, sabía que su amigo tenía razón. Sí que le había aclarado ambas dudas, pero no sabía qué hacer al respecto.
***
-¿Estarás aquí?
-Claro. Esperaré noticias de la boda -bromeó Courfeyrac. Tenía unas pronunciadas ojeras y aspecto de haber pasado una noche bastante mala, pero Marius no se atrevió a decir nada más. Su casera se había acercado a despedirlo también. Había hablado con ella esa mañana, al igual que se había acercado a su trabajo para intercambiar unas palabras con sus patronos.
Según Courfeyrac, Jehan habría escrito muchos libros sobre toda aquella historia.
El abrazo de despedida fue demasiado rápido y automático para tomarlo en cuenta. Courfeyrac agitó la mano como despedida, con una sonrisa que ni siquiera parecía forzada, aunque lo era.
El viaje en solitario a Bath le había dado a Marius ocasión de pensar mucho. Había revisitado en su mente todo lo sucedido desde aquel día, años atrás, en que Courfeyrac lo había recogido de la calle y lo había llevado a su casa.
Había recordado la primera vez que había visto a Cosette, las mañanas gloriosas en los jardines del Luxemburgo, la agonía de perderla en París, la alegría indescriptible de reencontrarla, el gozo pleno de conocerla. Las noches de confesiones y amor en el jardín de la calle Plummet. La desesperación de perderla para siempre.
El juramento de morir si no podía estar con ella.
El paisaje había mejorado considerablemente mientras se acercaba a Bath. Aquel lugar, cálido y hermoso calzaba a la perfección con la imagen pura y deliciosa de Cosette. Sin embargo, sus pensamientos ya no eran sobre ella al llegar allí. Su mente se encontraba en el rostro de Courfeyrac al verlo entrar en la barricada. Su expresión al sacarlo de ella, con la carta que había quitado a Gavroche en la mano. Lo vio a la cabecera de su cama cuando estaba enfermo, recordó sus palabras para animarlo a dejar París y atreverse a viajar.
Recorrió de nuevo el viaje desesperado desde París hasta Londres de dos almas que habían perdido sus razones para vivir. Recordaba la preocupación extrema que había sentido por Courfeyrac a lo largo del recorrido, la confusión, los momentos divertidos y la certeza absoluta de que, aunque no le quedaba nadie más, no llegaría nunca a estar solo. Revivía las emociones ambiguas que la noche anterior a su partida se habían conjugado en la más extraña y confusa epifanía. Comprendió que finalmente las cosas habían vuelto a su sitio y una vez más era él quien estaba perdido y su amigo quien le ubicaba en el mundo.
Recién entonces había entendido que el mundo en el que creía vivir había muerto en las barricadas. Un nuevo mundo había nacido para los dos en un viaje que nunca había creído que pudieran completar con éxito.
Sin embargo, allí estaba. Cuando Marius se encontró frente a la dirección que le habían dado y distinguió la figura brillante y magnífica de Cosette en el jardín se sintió lleno de una satisfacción y una paz que no había esperado encontrar.
Cuando ella lo miró abrió mucho los ojos, lanzó un grito y corrió hacia él.
Marius abrió los brazos para recibirla, consciente más que nunca de que al fin estaba cumpliendo con su palabra.
Seguro de lo que tenía que hacer, por primera vez desde las barricadas.