De París al hogar (3/5 -parte1-)

Feb 07, 2014 23:25

Título: De París al hogar
Personajes: Courfeyrac, Marius Pontmercy, Cosette, Monsieur Gillenormand, menciones a Les Amis (Marius/Courfeyrac, Marius/Cosette).
Advertencias: AU divergencia. Angst.
Summary: cuando Courfeyrac pilla a Gavroche deslizándose fuera de la barricada e intercepta el mensaje que este lleva de parte de Marius para Cosette, se da cuenta de que su compañero va a cometer un error al quedarse en la barricada y decide tomar cartas en el asunto. Pero nada sale como había planeado.
Notas: gracias a nottiem por su lectura del fic conforme avanza y su asesoramiento histórico, no lo habría logrado sin ella. Gracias también a inesika8 por haberlo leído ya terminado y darme su opinión. El fic ya está completo y publicaré dos veces por semana, para terminar el 14 de febrero



III
De Dubois a Londres

Marius sabía que le quedaba mucho por aprender del mundo. Cuando había escapado de casa de su abuelo, hacía ya varios años, se había encontrado con que ignoraba casi todo lo que era importante saber. El señor Mabeuf le había enseñado su propia historia y Courfeyrac le había enseñado a moverse en el mundo real.

Sin embargo, cuando había conocido por fin a Cosette no hubo nadie que le dijera lo que debía hacer. La primera vez que la había besado había sido algo fácil y natural. No había tenido que preguntarse si era apropiado, si era el momento o cómo hacerlo.

Tampoco tuvo que hacerlo cuando besó a Courfeyrac.

Aún ahora, tras haber dejado la embarcación y encontrándose en tierras desconocidas y ajenas, podía recordar la sensación de sus labios contra los suyos. No tenía idea de cuánto había durado aunque era muy consciente de la primera sensación al separarse de él: decepción de que terminara. Luego, la confusión y el nerviosismo. Había fallado sistemáticamente al intentar ayudar a Courfeyrac a lo largo del viaje. ¿Qué le había impulsado a hacer eso?

Sin embargo, su amigo apoyó la frente contra la suya y le sonrió. Le miraba con una mezcla de incredulidad y satisfacción que contrastaban con el rostro todavía húmedo. Marius sintió cómo le tomaba la cara entre las manos y acariciaba sus mejillas con suavidad.

-Tú sí que sabes hacer que alguien sienta que vale la pena dejar Francia -dijo en tono de broma.

Marius se ruborizó.

Luego no habían tenido oportunidad de hablar mucho. Los habían llamado a trabajar en cubierta y de ello dependía lo poco que pagaran por el transporte. Una vez en la costa de Dover habían tenido que ponerse a descargar. Courfeyrac parecía haberse repuesto de su tristeza y no parecía alterado por lo sucedido entre ellos. Él, por su parte, estaba teniendo problemas para concentrarse. Sus primeros pasos en un país extraño iban a ser muy importantes.

-Vamos, ya averigüé dónde podemos cambiar el dinero con menos desventaja -dijo Courfeyrac llegando a su lado. Parecía lleno de una nueva vitalidad.

A lo largo de todo el viaje, Courfeyrac había estado oscilando entre distintos estados anímicos, para preocupación de Marius. Nunca sabía a qué atenerse. Antes de las barricadas todo era muy diferente. Courfeyrac había sido el pilar inamovible de su vida desde que le había conocido. La persona que podía confiar a ojos cerrados que siempre estaría allí, el que le inspiraba ánimo y motivación para seguir adelante siempre. Aunque en muchos sentidos había tenido un cariño más especial al señor Mabeuf, Courfeyrac había sido un amigo fiel y constante, lleno de energía y alegría siempre.

Las barricadas lo habían cambiado. La muerte violenta de todos sus amigos, el fracaso del levantamiento y el hecho de no haber estado allí lo habían afectado más de lo que Courfeyrac era capaz de admitir y más de lo que Marius era capaz de entender. Había transformado el llevar a Marius hasta Inglaterra su única motivación y meta, pero su determinación fluctuaba entre periodos taciturnos y tristes con los que no tenía idea de cómo lidiar o de qué manera ayudarlo. Un ataque de actividad y ánimo venía seguido de silencios y ausencias que resultaban dolorosas, considerando lo animoso y vital que había sido siempre. Incluso su aspecto, siempre tan cuidado y refinado había cambiado radicalmente a lo largo del viaje.

No había sabido lidiar con él, lo sabía perfectamente. Había hecho su mejor esfuerzo y esperaba que Courfeyrac lo entendiera. Sin embargo, besarlo nunca había estado en sus planes.

No sabía qué le perturbaba más: haberlo hecho o que aparentemente había funcionado.

***

Tenía la impresión de que Courfeyrac hubiera preferido manejar él en persona el cambio de su dinero a libras, pero las limitaciones de idioma habían hecho que fuera Marius quien se encargara de ello, aunque con él a su lado. Tenía la sensación de que podría haber sacado mejor precio, pero su amigo insistía en que habían salido bien y no había manera de que no hubieran perdido dinero en la transacción.

No se quedaron en Dover demasiado tiempo. El castillo dominaba el paisaje pero no tenían razones para acercarse a él. Los separaban unas 16 millas de Canterbury, su próximo destino, de acuerdo a la ruta que habían formado para su viaje. Dirigirse a Londres seguía siendo lo más lógico, aunque Marius era muy consciente de que las posibilidades de encontrar a Cosette eran pocas.

Podrían haber intentado trabajar un poco en el puerto, ayudando con cargas y descargas. El lugar era un hervidero de actividad, con más barcos de los que hubiera imaginado alistándose para regresar a la patria que ellos habían abandonado. Sin embargo, se limitaron a ayudar con la carga y descarga del barco que les había llevado hasta allí.

Courfeyrac había conseguido que el capitán los recomendara a un amigo que necesitaba transportar una mercancía hasta Canterbury. Si alguien le hubiera dicho a Marius que iba a ver a su amigo trabajando como mozo de carga alguna vez, no lo hubiera creído. Aunque tampoco lo hubiera creído de él mismo.

-¿Vamos a hablar de ello? -preguntó finalmente.

Courfeyrac lo miró de reojo.

-¿De qué? -preguntó con tranquilidad.

Marius le dirigió una mirada de reproche, estaba seguro de que sabía a lo que se refería, pero también que le haría decirlo.

-De lo que sucedió en el barco -masculló a pesar de que desde esa distancia no podía escucharlos nadie. Courfeyrac mantuvo la expresión de incomprensión un rato más pero luego rió.

-Si crees que hay algo que hablar…

-¡Por supuesto! -Replicó Marius de inmediato-. Eso no fue… normal.

Courfeyrac lanzó un suspiro que no podía interpretar más que como desaliento, lo cual no calzaba con su expresión entre divertida y despreocupada.

-Oh, Marius, dos guapos caballeros intercambiando besos apasionados no son algo tan poco común como puedes creer.

El chico se ruborizó vivamente y miró a su alrededor a pesar de saber que no había nadie más cerca.

-Me refería a que no es normal entre nosotros.

Sus palabras le valieron una mirada valorativa de su amigo, como si quisiera saber qué tan en serio hablaba. Como si él pudiera bromear sobre eso.

Aunque Courfeyrac sí que podía.

-No lo es -confirmó su amigo tras unos momentos, aunque parecía contrariado. Cuando la preocupación empezó a reflejarse en el rostro de Marius se apresuró a explicarse-. Me hiciste sentir mejor, no hay nada malo con eso. No lo habíamos hecho antes, no tenemos que hacerlo de nuevo, pero estuvo bien, no lo negarás. Sé cuando alguien disfruta un beso.

La sonrisa socarrona de su amigo no se hizo esperar. Marius intentó replicar algo pero su amigo empezó a reír sonoramente.

-Estás pasando por todos los tonos de rojo que conozco, tienes que calmarte un poco -le indició todavía riendo.

-¡Sólo quería ayudarte! -señaló Marius finalmente.

Courfeyrac dejó de reír, lo miró fijamente una vez más y luego asintió.

-Lo agradezco entonces. Funcionó.

Marius sonrió un poco pero la sonrisa que le devolvió su amigo no era tan ancha y sincera como las risas de un momento atrás.

Tal vez sí debía haberle admitido lo mucho que lo había disfrutado.

Sin embargo, la mirada de reojo seguida de una sonrisa cómplice por parte de Courfeyrac le hizo entender que su amigo lo sabía.

Él siempre sabía.

***

Viajar en Inglaterra estaba resultando diferente a lo que había sido hacerlo en Francia. Ser extranjeros tenía un peso importante más allá del hecho de que ninguno dominaba el idioma. Marius había comprobado para su alivio que en realidad se manejaba bastante bien con el inglés aunque lo hubiera aprendido sólo de los libros. Le costaban algunas cosas pero se iba ajustando con facilidad. Courfeyrac solía señalarle con un tono no exento de envidia su evidente facilidad para los idiomas. A él le costaba mucho más hablar bien, pero cuando quería lograba comunicarse: lo llevaba bastante bien a pesar de las barreras del idioma.

A pesar que hacía ya un año más o menos de que Coufeyrac era la única persona en su vida, recién ahora en Inglaterra empezaba a sentir el peso de lo que aquello significaba. Se encontraban realmente aislados de los demás a menos que hicieran un esfuerzo importante para relacionarse con otros.

Era imposible no tener demasiado presente que sólo se tenían el uno al otro.

Curiosamente no era una idea que lo inquietara o le molestara más allá de la tristeza por la muerte de los amigos del ABC y del señor Mabeuf.

Pensar en eso durante el viaje lo hacía mirar a Courfeyrac de reojo cuando creía que no le estaba poniendo atención. Nunca había cuestionado la importancia que tenía en su vida. Era muy consciente de lo perdido que habría estado en el mundo si nunca lo hubiera encontrado. Su amigo se había convertido en un pilar inamovible dentro de su día a día. Aunque hubo periodos en los que tuvieron muy poco contacto, Marius siempre contó con él. Saber que estaba allí afuera en cualquier momento había sido esencial para que siguiera adelante en el mundo hostil.

Nunca se había cuestionado su relación, pero si era sincero, tampoco la había celebrado. En la vida de Marius habían existido tres personas que lo eclipsaron todo:

El primero fue su abuelo. Durante la mayor parte de su vida, Marius había visto a Francia y al mundo a través de los ojos del señor Gillenormand. A pesar de sus temperamentos tan diferentes, del miedo que le inspiraba y de lo poco que comprendía sus aficiones, el chico había querido a su abuelo tanto como lo temía. Luego, cuando las mentiras de toda una vida se habían descubierto, había aparecido la segunda persona.

Su padre. Marius había venerado a aquel hombre a quien antes había odiado y despreciado. Asumió a sus ideales y por él renunció a todo lo que había conocido. El barón de Pontmercy había eclipsado en él toda su vida anterior y había abrazado con entusiasmo la memoria y promesas del padre que nunca había conocido.

Luego había aparecido su tercera pasión, la más grande de todas: Cosette. La chica del parque que había convertido en nada todo lo que Marius había sido hasta entonces y la que había marcado todo lo que sería en adelante.

Courfeyrac nunca había representado para él ninguna pasión como aquella. De hecho, todo lo que su amigo significaba para él, era único en su vida.

Cuando cayó en cuenta sobre eso sostuvo la mirada sobre él más de la cuenta. Lo suficiente para que Courfeyrac se girara a mirarlo y le sonriera.

Mientras le devolvía la sonrisa nervioso, Marius temió que su amigo supiera lo que había estado pensando hacía tan solo un momento.

Aunque no sabía por qué que lo temía.

***

La ciudad de Canterbury era hermosa. Aunque seguía sintiéndose totalmente extraño y ajeno al lugar, la visión del río Stour le había encantado desde que habían llegado allí. La tierra parecía particularmente fértil y el terreno tenía pequeñas lomas que le daban un aspecto natural y apacible. Estaba seguro de que Cosette había amado ese lugar al pasar por allí meses atrás.

Tenían que haber tomado esa ruta, si es que iban hacia Londres. Por lo poco que la chica le había dicho sobre los planes de su padre no había podido intuir si ya tenía un lugar específico para ella, pero había tenido la impresión de que no era así. La ciudad era entonces la mejor opción antes de desplazarse a otro lugar y esa era la ruta principal. De hecho, según les habían dicho, iban a construir un nuevo medio de transporte que uniría Londres con Dover. Les hubiera sido muy útil ahora, pero tenían que seguir la ruta que probablemente Cosette y su padre habían seguido.

Con esa premisa, se tomaba los ratos libres que tenía al atardecer para intentar hacer indagaciones, aunque su acento francés no parecía ser del agrado de muchas personas. El primer lugar que estaba seguro de que Cosette tenía que haber visitado era la catedral de Canterbury, con sus impresionantes muros de piedra y grandes vitrales. Un sacerdote le había dicho que recordaba a una joven rubia y hermosa con su anciano padre, pero no podía estar seguro de cuándo los había visto. Sí sabía que no había intercambiado palabras con ellos.

Courfeyrac le había dicho que era una buena señal que alguien pareciera recordarlos, aunque Marius había notado que se lo decía para animarle nada más. No parecía particularmente emocionado por la noticia.

Había seguido investigando en cada ocasión que tenía. No encontraban trabajos fijos, pero la existencia de molinos en las orillas del río les había dado la oportunidad de conseguir algunas monedas por trabajos esporádicos en ellos. Habían ganado algo de experiencia con los molinos de las tierras que habían atravesado al norte de su país.

Ese día sus pesquisas no habían dado resultado, aunque tampoco le extrañaba. Canterbury estaba en la ruta principal de paso entre la ciudad y el puerto, la afluencia de personas era constante y densa. Sin embargo, sin perder la esperanza había preguntado a las personas de los negocios en los que se le ocurría que Cosette podría haber entrado al pasar por allí. No estaba seguro de si era verdad que nadie la había visto nunca. En realidad, culpaba a su limitado vocabulario en inglés para describirla con justicia.

Courfeyrac no solía sumarse a esas búsquedas. Su inglés era aún bastante básico, aunque se hacía entender cuando quería. Solía decirle con un tono mezcla de broma y reproche que cuando él era el afortunado que cuando llegaran a Londres manejaría tan bien el idioma que ya tendría acento. Marius sabía que exageraba, pero tenía que agradecer que su facilidad para los idiomas. En el pasado le había dado de comer y ahora era básica para los dos.

Había quedado de esperarlo en un café bastante cómodo que habían conocido a su llegada a Canterbury. Ahí se habían enterado un poco de la crisis tras la caída del negocio del algodón en la zona y la aventura que se vivía ahora con el ferrocarril. Supuso que su amigo querría saber más al respecto. Ya había notado el día anterior aquel brillo en su mirada que hacía tiempo había desaparecido. Ese que compartía con Combeferre, Enjolras y el resto de sus amigos cuando escuchaban sobre las injusticias de las que eran víctimas los trabajadores.

Cuando entró tardó un poco en encontrarlo. Antes, en París, siempre había sido fácil localizar a Courfeyrac. Era el hombre más elegante del lugar, el más animado, alrededor del cual se congregaban las risas y la fiesta. Siempre, a pesar del gentío a su alrededor, había levantado la mirada hacia Marius y le había invitado a acercarse al verle llegar.

Sin embargo, en esa ocasión no fue así. Lo encontró en un rincón del salón, medio escondido detrás de una columna. Empezó a acercarse hacia él. No había un grupo alrededor. Solamente otro hombre, de una edad similar, rubio y sonriente. Se inclinaba a un lado de la mesa en dirección a su amigo, hablando de manera confidencial. Nadie más les prestaba atención. Su amigo se reía de una manera contenida mientras el hombre apoyaba una mano en su rodilla de manera disimulada.

Marius se detuvo cuando supo qué estaba mirando. Las palabras de su amigo volvieron a su memoria: “dos guapos caballeros intercambiando besos apasionados no son algo tan poco común como puedes creer”. Se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento y se obligó a inspirar.

Fue hasta entonces que Courfeyrac miró a su alrededor, lo encontró y le sonrió. Le dijo algo a su acompañante y se levantó para dirigirse hacia él.

-¡Volviste! -dijo con entusiasmo. Parecía muy tranquilo, sonreía con sinceridad y lo miraba con interés-. Aunque por tu expresión asumo que no averiguaste nada. Tal vez en Rochester haya mejor suerte.

Le dio una palmada amistosa en el hombro. Marius no pudo evitar lanzar una mirada inquieta hacia su acompañante, quien los observaba por encima de su bebida.

-Lo conocí hace un rato -le explicó Courfeyrac encogiéndose de hombros-. Ven a tomar a algo con nosotros. Casi creo que logra entender algo de lo que le digo.

Marius se obligó a sonreír, aunque negó de inmediato. No le apetecía lo más mínimo tomar algo con aquel hombre.

-Volveré a la habitación -dijo con la misma facilidad que solía evitar las relaciones sociales tiempo antes.

Su amigo lo miró con suspicacia.

-¿Pasa algo malo?

No tenía una respuesta real para eso, así que se limitó a negar con la cabeza.

-Nos vemos más tarde -dijo en lugar de dar una respuesta. Hizo ademán de irse pero su amigo le puso una mano en el cuello y lo obligó a mirarlo. Notó un brillo especial en sus ojos, una mezcla de interés, intriga e incredulidad. Tenía que salir de ahí, así que dijo lo primero que pasó por su mente-. Cuídate.

Courfeyrac arqueó una ceja y le dijo que lo haría, dejándole ir después.

Intentó no pensar más en ellos una vez de regreso en la pequeña habitación que alquilaban. Falló estrepitosamente. No sirvió de nada intentar distraerse con el libro que Courfeyrac le había conseguido de alguna manera que prefería no conocer. Imágenes que no quería tener en su mente llegaban a él sin poder evitarlo. Las sensaciones del beso compartido en el barco volvían a él de improviso.

Lo peor fue pensar en acostarse a dormir sabiendo que no lograría conciliar el sueño. Generalmente dormía mal cuando Courfeyrac regresaba tarde, pero por preocupación. Como aquella vez en Arras. Su amigo había estado tan extraño que al insistir en salir solo le había preocupado muchísimo. Sin embargo, ahora no era ese sentimiento el que lo mantenía despierto.

Sabía perfectamente en qué andaba metido su amigo. O creía saberlo.

Sin embargo, cuando recién se estaba metiendo a la cama resignado a una noche de insomnio, escuchó la puerta abrirse y Courfeyrac entró a la habitación. Parecía tan tranquilo y relajado como antes, como le recordaba de París. Llevaba la ropa un poco más desacomodada de lo habitual, pero nada extremo. Le sonrió abiertamente al entrar y dejar el maltrecho sombrero en la mesita al lado de la puerta.

-Viniste temprano -comentó sin detenerse a pensar si era apropiado hacer referencia a ello.

Courfeyrac se encogió de hombros y se acercó para dejarse caer boca abajo a su lado en la cama, todavía con la ropa de calle.

-Me apetecía pasar un rato más contigo, casi no nos hemos visto -comentó de manera casual, encogiéndose de hombros, como si aquello no tuviera nada de especial-. Cuéntame de la búsqueda de hoy.

Marius lo miró estupefacto por un momento mientras se quitaba los zapatos, al tiempo que le dedicaba toda su atención. Una sensación de triunfo y satisfacción lo invadió contemplando a su amigo allí de regreso, acostado a su lado con la intención de pasar la noche con él.

Se ruborizó de repente intentando contener la sonrisa que pulsaba por salir de sus labios. Notó que Courfeyrac sí estaba sonriendo y también había algo de victoria en su mirada. Se sentía tan eufórico y confundido al mismo tiempo que por un momento pensó en preguntarle qué pasaba, por qué se sentía así y por qué él lo miraba de esa manera. Su amigo sabría explicarle lo que sucedía, siempre lo había entendido perfectamente.

Sin embargo, sabía que era algo que no podía preguntarle.

***

El primer lugar donde tuvieron una pista clara fue en una de las iglesias que daba caridad a los pobres en Canterbury. Con un ataque de inspiración, escuchando a Courfeyrac hablar sobre las injusticias que había podido apreciar hacia el pueblo inglés, Marius había deducido que el señor Fauchlevent continuaría ayudando a los pobres también en ese país, igual que su amigo seguía viendo las consecuencias de la injusticia social en cada rincón. Se había dirigido allí al día siguiente y había una señora muy mayor que recordaba a Cosette.

¡Hermosa niña de mirada triste! Así la había descrito. Al parecer de la señora, la chica estaba preocupada por su padre, quien no parecía gozar de muy buena salud, el viaje parecía que no le había sentado bien. Iba para la ciudad, donde su padre esperaba encontrar la manera de crear una nueva vida para ellos. Tenía la impresión de que la chica tenía mal de amores, aunque ella no le había dicho nada al respecto.

Cuando Marius se encontró de nuevo con Courfeyrac esa noche le había contado todo lo que la señora le había dicho. Había recibido un codazo en las costillas junto a una sonrisa cómplice, aunque habría jurado que la mirada de su amigo carecía de brillo al hacerlo.

-Debemos irnos -le había dicho su amigo con tono resuelto. El mismo con el que siempre había animado a Enjolras y a Combeferre para llevar adelante lo que habían estado discutiendo-. No estamos haciendo dinero y tenemos suficientes ahorros para intentar llegar a Londres. ¡Tenemos una pista ahora!

Marius aún no lograba procesar que fuera cierto: tenía una pista real sobre Cosette.

Notó la mirada de preocupación sobre Courfeyrac sobre él. No se le ocurrió hasta después que probablemente se debía a que no estaba vibrando de alegría.

No habría sabido describir lo que sentía.

***

Rochester estaba rodeada por fuertes que habían sido construidos durante las guerras napoleónicas. Marius había leído sobre ellos. A lo largo del viaje había descubierto lo mucho que impresionaba ver en sus proporciones reales algo sobre lo que había leído alguna vez. También le gustaba ver las majestuosas catedrales. La de esa ciudad estaba en remodelación pero ni siquiera los trabajos ocultaban su magnífica presencia, tan dominante como la del castillo de la ciudad. Sin embargo, el edificio que visitaron directamente al llegar a la ciudad fue el hospital de San Bartolomé.

La idea de que el señor Fauchlevent se encontraba enfermo había inquietado a Marius. Era todo lo que Cosette tenía en el mundo, en especial en una tierra extranjera donde no conocía el idioma. Su informante no le había dicho qué tan grave era, pero había pensado que era una posibilidad que buscara atención médica en la siguiente ciudad de haber continuado enfermo.

Courfeyrac lo acompañó a la visita. Marius pudo notar cómo cambiaba su rostro al ver las condiciones de las personas que acudían al lugar. La ciudad parecía próspera, pero las caras de la miseria no se escondían en un sitio como aquel donde iban a buscar ayuda.

Se preguntó si su amigo estaría pensando en Joly. A pesar de su hipocondría, Marius podía imaginarlo atendiendo a esas personas, sucias y mal cuidadas. Lo había visto en las barricadas, cubierto de sangre y tierra, curando heridas abiertas. Tenía un corazón generoso y bondadoso, más allá de sus miedos e inquietudes. También podría estar pensando en Combeferre y sus discursos sobre la necesidad de llevar la luz del conocimiento a todas las esferas sociales. O en Grantaire y la ironía de los lujos de los grandes edificios de la ciudad con esa miseria en sus calles. Probablemente pensaba en Enjolras, tratando de levantar la muchedumbre.

Independientemente de cuál de sus amigos ocupaba sus pensamientos, Marius reconoció la expresión en él. Era el dolor de un corazón sensible ante el padecimiento de los demás. La rabia contra un sistema social injusto. La pasión por hacer lo correcto.

La misma pasión que lo había llevado a las barricadas empezaba a arder en él de nuevo. Podía notarlo.

Sintió entonces un gran alivio por ver una parte de las que más admiraba de Courfeyrac de vuelta. Gracias a ello valió la pena la visita aunque en el hospital no pudieran decirle nada sobre Cosette o su padre. Todos estaban demasiado ocupados para poder atenderlos. Allí nadie daba abasto.

No tuvieron que hablarlo para ponerse de acuerdo.

Ese día no consiguieron nueva información ni dinero, ni prosiguieron con su viaje. Sin embargo, al llegar la noche, se encontraron con la satisfacción de saber que ese día habían ayudado a más de una persona.

***

Marius había desarrollado muchas habilidades al vivir solo y en la pobreza. Sin embargo, lo de arreglar ropa no había sido nunca su fuerte. Aquel arreglo en el maltratado chaleco de Courfeyrac lo había hecho la dueña de la pensión en la que estaban quedándose esos días. La señora parecía haberles tomado cariño y le había preguntado si necesitaba algo. Aunque su ropa no estaba particularmente presentable, le inquietaba mucho las condiciones en que se encontraban las prendas de su amigo, antes tan vanidoso y pulcro tiempo completo.

Cuando le enseñó el arreglo fino y cuidado que había hecho la mujer al chaleco que había rasgado en uno de los trabajos que habían conseguido en Canterbury, Courfeyrac lo había mirado con sorpresa y deleite. Marius lo había instado a ponérselo esa mañana, antes de ponerse en camino. Se había acercado para ajustárselo y confirmar el buen trabajo realizado en la prenda.

Courfeyrac lo había mirado divertido.

-No deberías preocuparte tanto por mi ropa -le señaló, aunque su voz no reflejaba reproche, sino diversión-. Después de todo, tú eres el que tiene que estar presentable cuando encontremos a Cosette.

Marius se encogió de hombros. A él nunca le había importado demasiado el estado de su ropa y a Cosette tampoco, aunque tal vez la mala iluminación del jardín de la calle Plummet fuera la culpable de eso.

-Ya me prestarás tu ropa si es necesario -replicó.

Courfeyrac lo miró sorprendido y se rió.

-¡Ya sabía yo que te gustaba usar mi ropa! -Se llevó las manos al cuello para soltar con agilidad el nudo de la corbata que se había puesto, la misma que Marius le había regalado en Lille. La pasó por detrás del cuello del chico, sosteniéndola después entre ellos dos-. ¿Qué planeas que siga usando yo si te dejo mi ropa cuando te quedes con Cosette?

Si por un momento lo había turbado la proximidad de verse acercado a Courfeyrac por la presión de la corbata en su nuca, toda sensación lo abandonó al escuchar sus palabras. Palideció y tardó un momento en asegurarse de que había entendido bien.

Su amigo notó que algo pasaba porque soltó la presión de la corbata, dejándola deslizarse por su cuello hasta caer por su hombro, quedando colgando de su mano.

-¿Estás diciendo que me dejarás cuando la encontramos? -preguntó Marius finalmente.

Le hubiera gustado que Courfeyrac no le rehuyera la mirada mientras empezaba a enrollar la corbata entre sus dedos.

-¿Qué quieres que me quede haciendo? -preguntó su amigo con tono despreocupado-. Dudo que Cosette y tú tengan el espíritu generoso de Joly, Bossuet y Musichetta.

Marius se sonrojó vivamente, intentando ignorar las imágenes mentales que aquella comparación había llevado a su mente. Sin embargo, la idea de que Courfeyrac fuera a irse era más fuerte que cualquier vergüenza.

-Pero… ¿Qué piensas hacer? -preguntó con un tono descorazonado que no intentó disimular-. ¡Apenas hablas un poco de inglés!

Lo miró de nuevo, casi pegando la barbilla a su propio pecho.

-Voy mejorando -le reprochó aún con una media sonrisa que murió en su cara sin ser correspondida. Suspiró y su rostro se tornó serio-. Volveré a Francia, supongo. Tendrás tu propia vida cuando encuentres a Cosette.

Nunca en todo ese viaje había considerado perder a Courfeyrac como la consecuencia lógica de encontrar a Cosette. ¡Había empezado ese viaje por él más que nadie! Como siempre que se alteraba sintió que las palabras se revolvían en su garganta sin llegar a pronunciarlas. Sin embargo, le dedicó la mirada más sentida y traicionada que pudo a su amigo, sin importarle el desaliento que se dibujó en su rostro al notarlo.

-Marius -dijo su amigo con un evidente intento de calmarlo. Al menos eso le pareció en un inicio, aunque la seriedad que tiñó su expresión lo alarmó un poco. Las manos de Courfeyrac sobre sus hombros tuvieron un mayor efecto tranquilizador que su voz seria, desprovista de alegría o bromas-. No te alteres. Si llegado el momento me pides que me quede, probablemente lo haré.

Debió sentirse aliviado, pero fue justo lo contrario. Frunció el ceño, convencido de que aquel cambio tan rápido en su posición tenía trampa. No se equivocaba.

-Hagamos un trato -le propuso su amigo-. Si cuando encontramos a Cosette me pides que me quede, te prometo que lo haré. Pero tienes que prometerme que pensarás muy detenidamente tus razones antes de pedírmelo.

Marius sintió la inquietud crecer en su interior. Había algo de solemne en la manera en que le pedía su promesa.

-Lo dices como si pensaras que voy a decidir no pedírtelo si lo pienso detenidamente.

Courfeyrac sonrió de medio lado pero no lo negó.

-¿Lo prometes?

Al chico no le quedó más opción que asentir.

-Lo prometo.

Sin embargo, estaba convencido de no tener que pensarlo: se lo pediría apenas la encontraran. No podía imaginar lo que sería ver a Courfeyrac marchar.

***

No se habían quedado más tiempo en Rochester. Courfeyrac insistía en que valía la pena invertir sus ahorros en llegar a Londres lo antes posible: era posible que Cosette ya no estuviera allí y entre más tiempo pasara más difícil sería volver a encontrar su rastro. Courfeyrac no había vuelto a sacar el tema de la promesa y él había evitado hablar de lo que sucedería al encontrar a Cosette. De lo que más habían hablado era del San Bartolomé. Era evidente que su amigo estaba tan impresionado como él y no se trataba sólo de la gente en el hospital.

Más allá de la belleza de lugares como Canterbury, Inglaterra parecía ser una tierra triste donde el pueblo se encontraba en muy malas condiciones. El desarrollo de la industria no parecía ser algo beneficioso si lo que producía era tantos rostros hambrientos y explotados. Courfeyrac estaba abiertamente indignado tanto por la situación de las personas como por la falta de reacción de estas. ¿Por qué no intentaban hacer caer ese sistema que progresaba inexorable a triturarlos?

En Dartford, la siguiente población importante en la que se detuvieron, se estaba formando una fábrica de papel que se vanagloriaba de ser la primera de su tipo. Una fundición de hierro, fábricas de maquinaria… El trabajo del campo, que tampoco estaba ausente, era ejercido por funcionarios en lugares con malas condiciones laborales cercanos al río Darent del cual aprovechaban la fuerza de su agua.

Courfeyrac le insistía en que no podían compartir sus ahorros indiscriminadamente. No tenía problema en detenerse a ayudar a cualquier persona, pero siempre bromeaba diciendo que Marius era capaz de repartir todos sus recursos en un momento y obligarlos a trabajar en una de esas fábricas para siempre.

Marius estaba seguro de que su amigo también hubiera dado el dinero de no estar preocupado por las limitaciones que tenían allí como extranjeros. Sin embargo, cuando les robaron una de sus bolsas de provisiones estaba tan enojado y decepcionado que lo había sorprendido.

-Una cosa es que la gente tenga miedo de salir a pelear cuando ha dicho que va a hacerlo -señaló Courfeyrac esa noche cuando estaban instalados en la pequeña habitación que habían encontrado para alquilar a un precio razonable-, ¡otra es que te robe cuando llegas a ayudarles!

Marius comprendió de repente que su amigo nunca había tratado directamente a gente como los Thénardier, por ejemplo. Se había pasado a vivir a un barrio de luchas populares pero no había visto la boca del lobo de la manera que él la había visto en la casa Gorbeau. La idea de que él tuviera más experiencia que Courfeyrac en algo le habría causado vértigo de no ser por la sensación de malestar tan intensa que le provocó pensar en aquella familia: Éponine había muerto, el chico, Gavroche, se había quedado en la barricada y temía que no hubiera salido vivo de allí tampoco. En cuanto al salvador de su padre y el resto de su familia, no sabía nada.

Tomó asiento a los pies del camastro que le correspondía. No había vuelto a pensar en ellos, lo que le hizo sentirse totalmente culpable. Había dejado Francia sin pensar en un momento en la promesa a la memoria de su padre de cumplir su última voluntad de ayudar a aquel hombre. ¿Pero cómo se suponía que podía ayudar a aquel criminal?

El pesar que sentía debió reflejarse en su rostro puesto que Courfeyrac cesó en su exposición sobre como el pueblo se ponía zancadillas a sí mismo y lo miró con preocupación, sentándose a su lado.

-Hey, no hay problema, tampoco nos robaron el dinero, sólo nos quedamos sin la comida que habíamos comprado. Es comprensible que si tenían hambre no lo pensaran antes de robarnos -se apresuró a decir como si quisiera tranquilizarlo, a pesar de lo alterado que había estado hace un momento.

-Lo sé -replicó Marius con sinceridad. Courfeyrac frunció el ceño y lo miró con intensidad, como si quisiera ver escrito en él qué le pasaba. Suspiró y se encogió de hombros-. Estaba pensando en otra promesa incumplida.

Ante la cara de estupefacción de su amigo, le contó sobre Thénardier: cómo había salvado a su padre, la última voluntad que este le había expresado, la casa Gorbeau. Su mirada de comprensión sobre el destino de los cinco francos que le había pedido cada semana prestados le recordaron además que le debía ese dinero y se sintió un poco más miserable.

-Rompo promesas y no cumplo mis deudas -resumió al final de su exposición, con aire pesaroso-. Es vergonzoso.

Sentía el rostro encendido y tuvo que respirar profundo. Se sentía sofocado de pensarlo y la manera en que Courfeyrac lo estaba mirando no ayudaba. Había una seriedad en la intensidad de sus ojos que lo hacía titubear.

-Eres tan noble que es ridículo -le señaló su amigo finalmente. Era evidente que intentaba sonar despreocupado pero su relato le había impresionado de alguna manera-. Ese hombre no merecía más ayuda de tu parte. Ya hiciste mucho no denunciándolo ese día. Estoy seguro de que tu padre no esperaba que fuera ese tipo de persona cuando te pidió eso.

Marius lo sabía también, pero eso no quitaba el hecho de no estar cumpliendo la voluntad de su padre. Intentó explicarse de nuevo pero Courfeyrac lo detuvo poniendo una mano en su hombro.

-Lo entiendo -le aseguró-, pero tienes que aceptar que hay promesas que llegado el momento no pueden cumplirse.

-No es honorable.

Courfeyrac sonrió, pero había algo triste en su expresión que despertó las alarmas de Marius.

-Lo sé. Le prometí a Enjolras que volvería a la barricada después de sacarte de allí y no lo hice.

Había una amargura en su voz que hizo a Marius sentirse más miserable todavía. No tenía idea de que sus propios tormentos pudieran recordar algo así a Courfeyrac. Abrió mucho los ojos y se apresuró a centrarse en su amigo, tomándolo del brazo.

-No puedes culparte por eso, ¡no había manera de volver! Si la barricada no hubiera caído…

Courfeyrac rió. Todavía había amargura en su voz pero había diversión real en su mirada.

- Lo sé. A eso me refería con que hay promesas que simplemente después ya no pueden cumplirse porque las circunstancias cambian. -Lo detuvo sonriendo ligeramente-. No te pongas así, no tienes que sentirte culpable por recordarme mis propios pecados. A menos que vayas a besarme de nuevo para hacerme sentir mejor, por supuesto.

Si el comentario estaba hecho para quitarle hierro al momento lo hizo, a cambio de que Marius se ruborizara por completo y bajara la mirada. El hecho de que la idea de besarlo de nuevo le produjera esa extraña sensación en la boca del estómago era perturbador.

Los dedos de Courfeyrac lo tomaron por delicadeza de la barbilla y le hicieron mirarlo de nuevo.

-Tal vez sea yo quien deba devolverte el favor -musitó su amigo. Marius sintió que la boca se le resecaba al ver que la mirada de Courfeyrac se desviaba a sus labios.

Cerró los ojos antes de sus bocas hicieran contacto.

Fue muy distinto a la primera vez. Si por un momento dudó, la mano de Courfeyrac en su nuca lo hizo olvidar cualquier intención de retroceder. Se dejó guiar con calma. No había nada de la urgencia de aquella vez en el barco. Courfeyrac actuaba como si tuviera toda la noche para besarlo. Podría sentir como con los dedos de la otra mano trazaban con suavidad caminos por su espalda. No se dio cuenta de que él mismo se había agarrado de la camisa de su amigo hasta que este se separó de él un momento.

-¿Está funcionando? -preguntó con un susurro.

Marius no tuvo tiempo de formar una respuesta coherente antes de que estuviera besándolo de nuevo.

No retomó la conciencia de la situación hasta que Courfeyrac apoyó la frente contra la suya, respirando agitado, al tiempo que acunaba su cara con una mano y dejaba la otra fija en la pretina de su pantalón. Casi emitió un quejido ante la súbita retirada de su amigo pero no lo hizo. Se limitó a mirarlo, notando que a él mismo le faltaba el aliento y no entendía realmente lo que sucedía.

Courfeyrac empezó a reírse ante su confusión y le dio un beso en la frente.

-Lo siento -dijo en voz baja.

Sin embargo, por el tono satisfecho de su voz y el brillo en su mirada al verlo después, Marius estuvo muy seguro de que no lo lamentaba para nada.

CONTINÚA

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