De París al Hogar (2/5 -parte 2-)

Feb 04, 2014 00:18

Título: De París al hogar
Personajes: Courfeyrac, Marius Pontmercy, Cosette, Monsieur Gillenormand, menciones a Les Amis (Marius/Courfeyrac, Marius/Cosette).
Advertencias: AU divergencia. Angst.
Summary: cuando Courfeyrac pilla a Gavroche deslizándose fuera de la barricada e intercepta el mensaje que este lleva de parte de Marius para Cosette, se da cuenta de que su compañero va a cometer un error al quedarse en la barricada y decide tomar cartas en el asunto. Pero nada sale como había planeado.
Notas: gracias a nottiem por su lectura del fic conforme avanza y su asesoramiento histórico, no lo habría logrado sin ella. Gracias también a inesika8 por haberlo leído ya terminado y darme su opinión. El fic ya está completo y publicaré dos veces por semana, para terminar el 14 de febrero <3



Lille fue como un soplo de brisa fresca y reconfortante. Era una ciudad que estaba en pleno desarrollo y agitación pero que les recibió mucho mejor que Arras. Además, desde la visita a la universidad de Douai y la conversación que habían mantenido, Courfeyrac se sentía mejor.

-Vamos, esta vez tienes que negociar tú el alojamiento -le indicó a Marius cuando llegaron a la segunda posada en la que querían probar suerte-. Después de todo, al otro lado del mar te vas a tener que encargar de eso.

El chico lo miró con horror: evidentemente no había pensado en ello. Courfeyrac rió para quitarle hierro al asunto y le puso una mano en el hombro.

-Si nos fiamos de mi inglés, no quiero pensar en dónde podríamos terminar alojados.

Marius logró llegar a un trato con la dueña del local. Courfeyrac estaba seguro de que él hubiera logrado un mejor precio, pero lo dejó disfrutar con su triunfo. Sin embargo, no fue suficiente para ahorrarse las lecciones de inglés que el chico decidió darle a partir de ese día. En realidad él tampoco estaba muy avanzado en pronunciación, lo había estudiado todo en los libros, pero sabía más que él y se empeñaba en enseñarlo bien.

-¡No, no se pronuncia así! -insistía con infinita paciencia. Mírame los labios. Es así.

Para su propia inquietud se dio cuenta de que entre más miraba sus labios más difícil le era concentrarse en lo que Marius pretendía que aprendiera.

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Tal vez en mejores condiciones hubieran encontrado trabajos mejores. Sin embargo, tras el paso por Arras, Courfeyrac estaba bastante disgustado con su vestimenta y no tenía opción de cambiarla. De cualquier forma consiguió trabajo en una librería. Le hubiera gustado ser dependiente, porque de hecho acomodar y limpiar libros era más cansado y pesado que la tienda de comida en la que había trabajado en la ciudad anterior. Sin embargo, estar en aquel lugar le recordaba las largas tardes junto a Combeferre y Enjolras, leyendo y compartiendo la sabiduría que llegaba a ellos por los libros.

Era la primera vez que él conseguía un trabajo fijo antes que Marius. El chico había hecho varias traducciones sueltas y había retomado el trabajo de escribir y leer para las personas que no podían hacerlo por sí mismas.

Un día que parecía haber sido particularmente bueno para él llegó de muy buen humor. Courfeyrac sabía distinguir cuando estaba de buenas a pesar de lo reservado que era. Había cierto aire relajado en sus facciones, faltaba una tirantez y tensión alrededor de sus labios y de sus ojos, sus hombros estaban más bajos y su mirada tenía un brillo diferente.

No lo había visto así desde antes de las barricadas.

Se acercó a él con cierto aire nervioso. Le tendió una caja delgada y alargada que Courfeyrac miró con incertidumbre.

-No me riñas -dijo Marius antes de que pudiera formular alguna pregunta-. Sé que pudimos ahorrarlo, pero fue un día bueno. La vi y quería que fuera tuya. Sé lo mucho que te molesta no tener una buena. No te enojes. Espero que te guste.

Hablaba de manera precipitada y acelerada. Courfeyrac no entendía a qué se refería, así que tomó la caja y la abrió.

En ella había una corbata nueva.

Se quedó observándola más tiempo del necesario. Sus manos temblaron un poco al sacarla del envoltorio. Era roja, suave y elegante en su sencillez. Dudaba que Marius hubiera invertido la ganancia de sólo un día en ella, podrían haber ahorrado ese dinero, ciertamente. Pero no iba a reprochárselo.

Apenas podía pensar con alguna coherencia mientras sus manos recorrían la textura de la misma recordando cómo había utilizado una similar para vendar la frente de Marius durante las barricadas.

Tardó demasiado en decir algo. Se dio cuenta cuando Marius retrocedió y al mirarlo notó que la tranquilidad y la relajación habían desaparecido de sus facciones.

-Tal vez no fue buena idea -musitó el chico-. Lo siento.

Salió de la habitación y Courfeyrac no pudo darle las gracias por su regalo hasta muy tarde esa noche. Marius se encogió de hombros y le sonrió con timidez, pero su buen humor no retornó.

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Courfeyrac nunca había tenido problemas con Marius. Se habían distanciado alguna vez, cuando el chico había dejado su apartamento y se había desaparecido mientras él estaba demasiado sumido en el ABC. Pero nunca habían tenido esa situación extraña de frases entrecortadas e incomodidad.

El conflicto se intensificó cuando unos días después el chico le comunicó que había conseguido empleo. El problema no era el trabajo en sí, sino la manera.

-Conseguiste trabajo en casa de un bonapartista -dijo una vez que Marius terminó de contarle la historia-, que además te invitó a ir a vivir a su casa porque no había conocido ningún joven bonapartista tan entusiasta.

Marius no entendió el tono de su voz al resumir de esa manera sus aventuras del día. Lo miró confuso.

-¿No es bueno? Decías que necesitábamos un golpe de suerte como el de Saint Quentin.

Courfeyrac podía imaginarse totalmente la expresión de decepción y desdén en Enjolras si lo hubiera escuchado. Casi podía recordar aquel día en que Marius había dado un discurso al ABC sobre Napoleón Bonaparte.

-Si tú crees que es bueno… -dijo encogiéndose de hombros, aunque le fue imposible sonreír-. Aunque podrías imaginar la cara de todos nuestros amigos si te escucharan. ¿Tomaste el trabajo? ¿Te vas a ir a vivir a su casa? Seguro es un lugar mejor que este.

El chico le dirigió una mirada herida.

-Le dije que no podía irme si no te daba un lugar a ti también. Dijo que podría ser, pero supongo que no vas a querer.

No. Por supuesto que no quería. Iba a decirlo pero Marius se le adelantó. Era la primera vez que Courfeyrac lo veía molesto, aunque más que enojado parecía turbado.

-Dijiste que usáramos todas nuestras habilidades. Sé mucho de Napoleón. Sé todo lo que se puede saber. Estudié días y semanas sobre él. Siempre lo has sabido. Este hombre estuvo con el Emperador en Calais cuando planeaban la invasión a Inglaterra, luego sufrió una enfermedad y tuvo que quedarse. Recuerda la gloria de la época y le entusiasmó hablar conmigo. Me dio trabajo. Pero…

Se detuvo de golpe, como si quisiera respirar profundo y relajarse antes de decir algo más. Sin embargo, no lo hizo. Volvió a marcharse sin esperar una réplica de su parte.

Courfeyrac empezaba a preguntarse si así habría dejado a su abuelo. Si se habría marchado a media discusión para no volver más.

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Todos estaban en Corinto. Joly y Bossuet estaban siendo más descarados de lo usual con Musichetta. Jehan declamaba poesía sobre Polonia que hacía a Feuilly sonreír y a Bahorel reír mientras Combeferre leía en una esquina del bar, intentando ignorar el monólogo de Grantaire sobre Napoleón mientras Enjolras miraba al cínico con más intensidad que nunca.

Estaban cubiertos en sangre y ninguno escuchaba a Courfeyrac por más que intentaba hablarles. Empezó a sacudirlos por los hombros y gritarles, pero ninguno lo percibía.

¿O eran sus hombros los que estaban sacudiendo?

Gritó y abrió los ojos sobresaltado al darse cuenta de que era su propio nombre el que se repetía una y otra vez. No era él quien estaba hablando.

-¡Courfeyrac!

Marius estaba sobre él. Tenía una expresión de miedo dibujada en el rostro, los ojos muy abiertos, el rostro pálido, lo sacudía con las manos agarrotadas. Tuvo que tomarlo de las muñecas para detenerlo. Tardó todavía un momento más en procesar que había estado teniendo una pesadilla y el chico lo había despertado.

-Tranquilo -se apresuró a decir sobresaltado. Su voz sonaba alterada también-. No pasa nada.

Al parecer, no eran las palabras correctas. Tampoco se detuvo a pensar que lo normal no era que quien sufría la pesadilla calmara a quien lo despertaba.

Marius se sentó sobre sus propios talones, todavía de rodillas sobre su cama al tiempo que lo miraba negando, con expresión asustada.

-Los estabas llamando a todos -dijo con aprensión. Luego, tras respirar profundo un par de veces, su voz empezó a tomar velocidad y a volverse un poco más aguda-. Ya no sé qué hacer. De verdad quiero ayudarte pero si no me dices cómo ¡no sé qué hacer!

Levantó las manos frente a su rostro, como si pretendiera agarrarse a sí mismo la cara o cubrírsela. Courfeyrac no terminaba de entenderlo.

-Estoy bien, era sólo una pesadilla -le dijo con toda la calma que le fue posible. Se sentía todavía en aquel bar, viendo a sus amigos cubiertos de sangre.

-No lo estás -replicó Marius. Era la primera vez en que le llevaba la contraria tan directamente pero no parecía poder contenerse. No estaba enojado, pero seguía asustado. Podía sentir el miedo vibrando en él-. No lo estás desde las barricadas y he tratado… No he sabido cómo, pero lo he intentado. Acepté este viaje porque creía que te ayudaría. Al inicio creí que sí pero luego se ha ido poniendo peor. He intentado distraerte pero no funciona. Trato de ayudarte pero no quieres mi ayuda o me equivoco al intentarlo. Si intento animarte con un regalo, me equivoco. Tienes pesadillas y estás triste pero no sé cuándo hablarte de ello o si debo, o si debo callarme o qué debo decir. Quiero ayudarte pero no sé cómo. ¡Tienes que decirme cómo!

El chico había hablado como siempre que empezaba a expresarse de manera apasionada: de manera rápida y atropellada. Se había interrumpido un par de veces y su expresión estaba cargada de consternación.

Courfeyrac se tomó un momento para procesar lo que le había dicho.

Se incorporó y abrazó a Marius con fuerza. Mucha fuerza. Tal vez más de la necesaria. Sin embargo, el chico se amoldó a él y al mismo tiempo acunó su cabeza contra su hombro y le estrechó con suavidad y firmeza a la vez. Su rostro era un mapa de incertidumbre e inquietud cuando lo encaró de nuevo. Puso una mano sobre su hombro para calmarlo, aunque había empezado a reír con una risa antinatural y dolorosa.

Marius estaba intentando ayudarlo. Estaba muerto de preocupación y miedo por él. De ahí las miradas extrañas y constantes, el regalo, su compañía en las salidas nocturnas, el cambio en sus hábitos de comunicación. Courfeyrac era a quien le habían matado todos sus amigos. Él era quien debía haber muerto con los demás y llevaba un sentimiento de soledad y culpa encima que le estaba matando.

Había creído que ayudar a Marius era lo único que le daba sentido a su existencia y ahora venía a darse cuenta de que el chico era muy consciente de ser él quien le estaba ayudando.

-No puedes decir en serio que estamos haciendo este viaje por mí -dijo finalmente. La sonrisa que se formó en su rostro era sincera, aunque las carcajadas anteriores hubieran estado carentes de alegría-. Estamos buscando a Cosette.

Marius desvió la mirada. ¿Acaso pensaba que se estaba burlando de él? Bajó los pies de la cama, sentándose en el borde. Courfeyrac hizo otro tanto para sentarse a su lado.

-Estabas motivado. Era lo único de lo que hablabas -se explicó en voz baja-. Pensé que era muy poco probable que encontráramos a Cosette pero también pensé que ella entendería que postergara mi promesa mientras te ayudaba.

Lo miró de reojo y Courfeyrac pudo ver en su mirada todo lo que por primera vez le estaba dejando ver: la sensación de estar incumpliendo la promesa a Cosette y traicionarla por cada momento que vivía pero también el afecto, la preocupación y la responsabilidad que sentía por él. En medio de todo eso, había algo de la inseguridad y el temor de no saber hacer lo correcto.

Le puso una mano en el hombro de nuevo, rodeando su espalda esta vez.

-Gracias -dijo en voz baja. Una sensación de calidez se estaba despertando en él, llenando el espacio vacío que solía dominar la soledad. Estrechó su hombro con suavidad-. Pero en verdad vamos a buscar a Cosette. La encontraremos.

Notó que Marius no lo creía del todo, pero no le importó demasiado una vez que el chico asintió. Tal vez era cierto que le ayudaba más a él tener esa misión por delante que a Marius la poca esperanza que tenía de alcanzarla.

-Sigamos adelante -continuó Courfeyrac con calma, aunque en realidad había un fondo de ruego en sus palabras, aunque su tono no lo delatara-. Es bueno viajar contigo.

Por primera vez fue consciente de que la barrera que solía sentir de parte de Marius tenía dos direcciones. Se había empeñado tanto en ayudar al chico que no estaba seguro ahora de entenderlo y conocerlo tan bien como creía y evidentemente, nunca le había permitido a él acercarse lo suficiente para conocerle. Había sido una relación unidireccional en muchos sentidos, pero no sólo por la distancia que Marius marcaba con el mundo que lo rodeaba.

Hubo muchas cosas que se quedaron sin decir esa noche. No le dijo todo el bien que le hacía. Tampoco que dejara de preocuparse porque no había nada que pudiera decir que le hiciera sentir mejor o peor. Sus amigos estaban muertos y nada cambiaba eso. Tampoco le dio las gracias por la corbata ni hablaron de ser bonapartista o republicano. No le habló de la soledad que sentía, la añoranza por una lucha que había soñado con sus amigos y con la que todos se habían ido menos él.

De hecho, no hablaron mucho más. Pero Marius lo abrazó de nuevo, algo titubeante. Luego se quedó con él hasta que logró dormirse de nuevo.

No le dijo que las pesadillas eran algo recurrente y que solamente en Arras, en aquella hacinada y feúcha habitación, habían dejado de torturarlo porque lo tenía a él a su lado.

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A partir de entonces, las cosas cambiaron. Courfeyrac descubrió que no era tanto un cambio del chico como de su actitud hacia él. Siempre había pensado en Marius como alguien a quién ayudar. Alguien por quien sentía un afecto profundo y algo más complicado de explicar, pero lejano e inaccesible de cualquier forma. Siempre había respetado tanto las fronteras de Marius que no se había dado cuenta de en qué momento habían dejado de existir.

Empezó a hablarle de sus amigos. Al inicio notó la preocupación de Marius, pero ahora, con tantos meses transcurridos, notaba que hablar de ellos le hacía bien. Le contó cómo había conocido a Enjolras, lo divertido que resultaba Combeferre aunque todos lo vieran generalmente serio, lo buen amigo que resultaba Bahorel para subirle los ánimos a cualquiera, la expresión de éxtasis total con la que Grantaire había visto a Enjolras por primera vez. Miles de pequeñas anécdotas, esas que venían todos los días a la memoria por cualquier detalle pero que hasta entonces había callado para sí.

Era liberador hablar de ellos de nuevo de esa manera.

También había otras cosas que hablar. Al parecer, por abrir él la comunicación, Marius era mucho más comunicativo también y no sólo respondiendo preguntas directas o haciendo comentarios sobre la naturaleza. Prácticamente podía visualizar ya las interminables noches que pasó en el jardín con Cosette, hablando sin cesar, leyéndose el alma el uno al otro, como le había intentado explicar ya una vez.

Y había otros asuntos pendientes.

-¿Todavía te molesta que trabaje para ese hombre? El bonapartista -aclaró Marius tras hacer la pregunta.

Courfeyrac suspiró.

-¿Aún te consideras uno de ellos?

Marius se encogió de hombros. Habían salido a caminar por la ciudad hasta alcanzar la orilla del río. Había empezado a lanzar piedras al agua y el chico lo había imitado.

-Se lo debo a mi padre -dijo con seriedad, mientras veía las ondas que formaban la piedra que acababa de tirar mientras pensaba la respuesta-. Pero también estuve en la barricada.

Lo sabía. Courfeyrac no había olvidado la entrada de Marius en la pelea, salvándolo de morir allí mismo y luego elevándose sobre la estructura con el barril de pólvora y la antorcha en la mano.

-Lo sé -se limitó a decir.

Marius lo miró de reojo y sonrió ligeramente, algo sonrojado, probablemente del esfuerzo físico de la caminata. O tal vez de lo que iba a decir.

-¿Si eres consciente de que Lamarque peleó y trabajó para el emperador, verdad?

Courfeyrac lo miró perplejo un momento y luego empezó a reír. Sólo a una persona le había escuchado utilizar ese argumento una vez y era una anécdota que valía la pena recordar. Se dispuso a contarla y Marius estaba más que dispuesto a escucharle.

-Me habría gustado que vieras la cara de Enjolras cuando Grantaire sacó ese tema a colación…

Era genial volver a reír junto a sus amigos de nuevo

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Courfeyrac todavía se lamentaba secretamente de su ropa pasada de moda y vejada por los trabajos realizados. Marius echaba de menos la vida pacífica y contemplativa. Las clases de inglés no terminaban de avanzar tanto como querían aunque se divertían en ellas. Sin embargo, la vida en Lille era buena.

En unas semanas, Courfeyrac había llegado a conocer a Marius como no lo había hecho hasta entonces. De repente el chico empezó a contarle de su pasado también. Siempre había pensado que el chico tenía una historia bastante triste y no se equivocaba, aunque su manera de enfocar las cosas no era tan deprimente. Antes de irse de casa su vida se había limitado a su abuelo, su tía, un primo lejano y los sirvientes de la casa.

-Théodule era el favorito de mi tía. Siempre le perdonaba todo. Mi abuelo decía que si otros niños se metían conmigo, era cosa mía ser un hombre y defenderme -le contó una noche cuando caminaban de vuelta hacia la posada donde estaban viviendo. Se encogió de hombros-. Generalmente lo dejaba pasar. Saber ahora que Cosette lo conoció de alguna manera pero es a mí a quien quiere me reconcilia con la idea.

Al decir eso último, le sonrió. No era una sonrisa amplia y descarada, estaba seguro de que no vería nunca una de esas en Marius. Era una sonrisa limpia y sincera, de una persona tranquila e incluso… feliz. Tan distinto al chico que había sacado casi a rastras de casa de su abuelo después de las barricadas.

Fue en ese instante cuando de repente se dio cuenta de manera consciente y definitiva de que las palabras de Combeferre ya no le valían. Marius no era ya ninguna fascinación platónica.

Lo tenía ahí al lado, justo al alcance de su mano.

Era real. Muy real.

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Se quedaron bastante tiempo en Lille. Era su última oportunidad de ahorrar lo suficiente para lo que les esperara en Inglaterra. Sabían que allá sería más difícil para ambos conseguir trabajo y serían extranjeros con todo el peso que eso conllevaba. Luego en Calais tendrían que abastecerse para el viaje y dejar Francia atrás.

Courfeyrac disfrutó cada momento en Lille. Las barreras entre Marius y él habían terminado por disolverse con una facilidad increíble. Nunca había tomado consciencia de que podía ser capaz de vestir a Marius con sus ropas y abrirle su casa para quedarse indefinidamente, y sin embargo conocerlo tan poco y tener tantos límites entre ambos que él mismo reforzaba y no el chico. Nunca había sido como sus otros amigos, las bromas con él habían tenido siempre cierta distancia, la ayuda incondicional había estado bajo un halo de confianza a ciegas.

Ahora todo había cambiado. En algún momento, durante su estancia en Lille, Courfeyrac fue consciente de que para entonces Marius le había hablado ya tanto sobre él que era mucho más de lo que había hablado con Cosette sumando todas las noches en su jardín.

Había algo particularmente satisfactorio en ese pensamiento.

Ahora Courfeyrac se atrevía a molestarlo un poco más. Disfrutaba hacerlo sonrojar con comentarios con doble sentido que antes no solía hacerle. Sentía un placer especial en saber que era el único con permiso a sumergir los dedos entre su oscuro cabello y desordenarlo. Podía apoyarse contra él cuando caminaban por la calle y Marius tenía la confianza de acostarse contra su pecho para leer cuando estaban en su habitación.

Un abrazo ocasional, el roce de unos dedos perezosos en la cintura mientras le daba su opinión sobre su vestimenta, un masaje en los hombros… Los límites no se habían vuelto difusos, simplemente eran otros que los separaban de los demás, dejándolos de un mismo lado.

Aunque en el fondo, Courfeyrac era consciente de que aquello no era todo lo que necesitaba.

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El viaje hacia Calais fue diferente a los que habían hecho hasta entonces. Ambos eran muy conscientes de que aquella era la última vez que se encontrarían caminando por Francia. La idea de que efectivamente iban a dejar el país se hacía más fuerte con cada paso que daban.

Courfeyrac había estado dispuesto a morir por Francia. Ahora iba a dejarla.

Ahora que sabía lo que eran, podía distinguir las miradas de preocupación de Marius.

-Podrías preguntarme lo que pasa -le sugirió una tarde cuando se detuvieron a comer a la sombra de un árbol particularmente generoso, en medio de las plantaciones de algodón que atravesaban.

-Podrías decírmelo -replicó Marius encogiéndose de hombros aunque le dedicó una sonrisa corta. Solía irradiar una alegría particular cuando encontraba una respuesta rápida e ingeniosa para él. Parecía sentirse orgulloso.

Últimamente resultaba más fácil ver alguna señal de alegría o disfrute en él. Courfeyrac mismo se encontraba riendo con mucha más frecuencia. Tal vez era cierto que el tiempo ayudaba.

Se acostó sobre la hierba con pereza. Ya se pondrían en marcha al rato.

-Pienso en que vamos a dejar Francia -declaró tras un momento.

Marius no se había acostado, pero se había girado hacia él para escuchar lo que tenía que decir. Notó su mirada incómoda y cómo buscaba las palabras que quería decir. Se apresuró a atajarlo.

-Voy a irme de Francia contigo. Ni se te ocurra sugerir lo contrario.

-No iba a hacerlo -negó el chico, aunque sus orejas se pusieron rojas, pillado antes de hablar-. Sólo iba a decir que no tiene que ser para siempre.

Courfeyrac lo miró por un momento sin decir nada. ¿Qué intentaba decirle? ¿Podría volver a Francia? ¿Una vez que encontraran a Cosette?

-Supongo que sé para qué pretendes que te deje con tu novia y me devuelva solo -comentó en tono de broma, arqueando una ceja.

El chico se sonrojó del todo y lo golpeó en el hombro con suavidad. Courfeyrac rió y le atrapó la mano.

-Tal vez prefiera quedarme contigo. Después de todo, no dejo nada en Francia.

Su voz sonó amarga, pero ya no se molestaba en ocultar eso. Marius no retiró la mano. Se inclinó un poco sobre la hierba, recostándose sobre ese brazo.

-Está tu madre, ¿no? Y está… Francia. Habrá un momento en que se pueda pelear de nuevo.

Aquello era una novedad. Lo miró con curiosidad.

-¿Vendrías conmigo?

El chico lo miró con sorpresa.

-¿Tú qué crees? -fue su sobresaltada réplica.

Courfeyrac no estaba seguro de la respuesta. Tampoco se quebraría la cabeza pensando qué había querido decir. Dependería de Cosette, a fin de cuentas.

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En Lille habían escuchado varias historias sobre los problemas de los trabajadores desempleados. Había sido un tema recurrente en el Musain las noticias que llegaban. Sin embargo, Courfeyrac tenía un entusiasmo particular en llegar a Calais. Había todo un movimiento de los obreros desempleados en esa época que parecía perfilar que pronto tendrían lugar sucesos importantes. Una parte de él tenía la sensación de que marchaban en la dirección equivocada. Lo que fuera a suceder en el norte tendría que desplazar a las personas hacia la ciudad para luchar.

Pero no era su objetivo en ese momento.

Estarían poco en el lugar, pero a Courfeyrac le gustaba pensar que su última ciudad en Francia sería un bastión socialista como aquel. Marius no perdió oportunidad de recordarle la fuerte influencia bonapartista en la zona tras ser el punto de reunión de Napoleón para la invasión a Inglaterra que nunca se llevó a cabo. El chico era incorregible.

La ciudad se mostraba tan activa que resultaba vibrante. Había sido colonizada por Inglaterra un tiempo, por lo que fue el primer lugar donde Courfeyrac se encontró probando su inglés. Todavía era malo, pero Marius había resultado un profesor decente pues algo lograba hacerse entender ahora. Una chica le había dicho que su acento era adorable y le había dado un beso en la mejilla. Marius se había sonrojado por él y la chica le había besado también cuando Courfeyrac le había dicho con orgullo que era su profesor.

Allí no eran los únicos viajeros. Al contrario. Como puerto principal y única salida hacia Inglaterra estaba lleno de personas con intenciones de viajar o recién llegados al país. Alquilaron una habitación pequeña desde la cual coordinar su salida. Tenía dos camas tan estrechas que Marius sugirió juntarlas. Total, ¿qué importaba dormir de nuevo juntos por unos cuantos días?

Empezaron a averiguar sobre los importes de viaje. Tenían dinero ahorrado, pero seguían teniendo por objetivo llegar con la mayor cantidad posible a Inglaterra. Los pasajes eran caros en los barcos para viajeros, así que buscaron otras opciones. Ambos estaban dispuestos a trabajar durante la travesía si era necesario. Después de todo, ¿en qué iban a invertir su tiempo en cubierta si no?

Courfeyrac se tomó además un momento para escribirle a su madre. Ya hacían varios años desde que se había marchado a París y se había despedido de ella pensando que no volvería a verla en mucho tiempo. Antes de empezar ese viaje con Marius le había escrito para avisarle que dejaba la capital para viajar hacia el norte, mientras las cosas se apaciguaban. Ahora le escribía para decirle que viajaría a Inglaterra y ya le contaría sobre su nueva instalación.

-Deberías avisarle a tu abuelo -le sugirió a Marius una noche.

El chico estaba en el pequeño escritorio de la habitación que compartían terminando de sacar cuentas con los precios de viaje que habían encontrado ese día. Se había tensado y había dejado de mover la pluma. Courfeyrac se acercó por detrás y le puso ambas manos en los hombros.

-No le importa lo que pase conmigo -dijo Marius con un tono que no estaba exento de resentimiento.

Courfeyrac estrechó ambas manos con afecto.

-Es tu familia. Se merece saber que no estás en el país al menos. En caso de que algo pase.

El chico movió la pluma, indeciso. El peso de las cosas que podrían pasar pendía entre ellos. Courfeyrac se inclinó junto a él para hablarle al oído.

-Sólo escribe una nota. Yo la llevaré.

Marius suspiró y tomó otro trozo de pergamino para escribir. Courfeyrac inspiró un momento y le dio un beso en la mejilla, como el que la chica de la ciudad le había dado.

El chico sonrió y siguió escribiendo.

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A lo largo del viaje habían intentado averiguar sobre el viaje de Cosette sin ningún resultado. No conocían la ruta o los medios por medio de los cuales el padre de Cosette podría haberla llevado a Calais. Les llevaban varios meses de ventaja, aquellos que Marius había pasado en recuperación más el tiempo de viaje a pie y sus semanas de trabajo en cada ciudad.

En las ciudades por las que habían pasado nadie les había hecho referencia a ellos. Al parecer un padre viajando con su hija y probablemente alguna dama de compañía no eran ninguna novedad por esos lares. En Calais no habían tenido mucha más suerte, aunque siempre había gente que por unas monedas estaba dispuesta a recordar cualquier cosa. Con un poco cuidado encontraron pocas pistas fiables, pero la mayor parte de las personas con las que hablaban parecían coincidir en que lo más lógico para un padre y una hija recién llegados a Inglaterra era marchar hacia Londres, si no era que se quedaban de camino en alguno de los agradables pueblos del Sur.

Marius había conseguido ya un mapa de Inglaterra que estaba estudiando todo el tiempo. Courfeyrac empezaba a pensar que al fin el chico empezaba a tener esperanza en cuanto a las posibilidades de encontrar a Cosette.

A veces, cuando lo encontraba concentrado en el mapa puesto encima de la desordenada maleta sin terminar, no podía evitar mirarlo hasta que el chico levantaba la cabeza para encontrarse con su mirada. Luego, Marius sonreía con timidez antes de hacerle algún comentario sobre la ruta que iban a seguir.

En momentos como ese, Courfeyrac recordaba que el chico había estado a punto de dejarse matar en las barricadas y una parte de sí se alegraba profundamente de haberlo salvado a tiempo de una muerte segura.

La noche anterior a partir, en un momento como aquel, lo asaltó una emoción que lo hizo sentir una vergüenza intensa y decidir gastar un poco de dinero en una botella de licor. Había dicho a Marius que era para brindar por la Madre Patria que dejaban. En realidad era para callar a esa parte de él que empezaba a decirle abiertamente que se alegraba de haber salido de las barricadas a su lado.

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-¿Estás bien?

La pregunta franca y directa de Marius le arrancó una sonrisa mientras subían al barco.

-Claro -le aseguró sin dudarlo- ¿Por qué no iba estarlo?

Habían caminado miles de kilómetros para llegar allí había sido su objetivo durante el último año. ¿Cómo no iba a estar bien? Dejar Francia había sido el plan desde que habían partido de París. Una parte importante de sus ahorros iban destinados a ello.

Los barcos de vapor eran más cómodos y bonitos, pero también caros. Asumían que el señor Fauchlevent habría encontrado la manera de cruzar con Cosette en uno de ellos que manejaba una compañía de Dover. Intentaron hablar con los empleados del barco cuando llegó a la costa pero ninguno parecía tener mucha memoria de los pasajeros que llevaban a diario. Uno, sin embargo, pareció responder a la descripción de Marius sobre la muchacha y declaró que le parecía haberla visto acompañada de un hombre viejo y una criada no mucho menor. Si eran ellos, tenía entendido que irían a Londres. No muchas personas usaban el servicio para dejar su país definitivamente.

Se encontraron ante el dilema de utilizar el mismo servicio de vapor o buscar un velero de carga, de esos que todavía dependían de las mareas y enfrentaban los riesgos de puertos poco preparados para afrontar las tormentas. Se decidieron por lo segundo por ser más barato, aunque se arrepintieron cuando tuvieron que pagar a un marinero mal encarado porque los acercara en bote hasta la embarcación.

Trabajaron acomodando mercancía y luego les pidieron que se marcharan al pequeño cubículo que les habían asignado. Cruzar en velero era más lento y dependían un poco de los vientos, así que tenían que prepararse para pasar buena parte del día allí. La tripulación no los quería en cubierta donde estorbaran.

Una vez en el cubículo, pequeño y con un camarote estrecho, Marius se acostó y pronto se quedó dormido. Lo miró un momento y sonrió para sí. Lo hacía con frecuencia al mirarlo, aunque no era consciente de ello.

Aunque estaba cansado y le dolía un poco la cabeza por el licor consumido la noche anterior, no pudo dormir y prefirió quedarse de pie, viendo a través de la pequeña y sucia ventana cómo se alejaban de la costa de Francia.

Ver cómo quedaba atrás la tierra por la que sus amigos habían dado la vida.

Ese pensamiento, tan agudo, directo e hiriente atravesó su mente y lo lastimó mucho más de lo que había previsto. Siempre había sabido que estaba allí esa culpa latente y punzante pero nunca la había dejado alcanzarlo. Ahora, sin embargo, no había podido evitarlo.

Le había prometido a Enjolras que volvería y en su lugar huía ahora, dejando la Patria a merced de sus opresores.

Soltó todo el aire de golpe. Aquella había sido una mala jugada de su mente pero ahora no podía detenerla.

Los sonidos de los balazos mientras se alejaban de las barricadas, Marius sangrando, los gritos de advertencia en las calles, los días encerrado en la casa Gillenormand, el viaje por Francia, huyendo de la ciudad donde todos sus amigos habían muerto después de que él los había dejado…

No fue consciente de las lágrimas que bajaban por sus mejillas hasta que Marius le apartó de la ventana. Creía que no había hecho ningún ruido, pero el chico se había despertado. Probablemente no entendía lo que pasaba, pero por una vez no fue capaz de contenerse para preocuparse por asustarlo.

Los recuerdos regresaban vívidos a él. La culpa se elevaba tras haber tomado consciencia la noche anterior de que no se arrepentía de haber sobrevivido. No podía lamentar estar vivo, ni de estar allí.

No podía escuchar lo que el chico le decía. Se abrazó a su cuerpo delgado y fibroso mientras hundía el rostro contra su cuello. Sabía que debía ser fuerte pero por una vez, tenía que dejarse ir. La culpa de haber dejado a sus amigos aunada a la satisfacción de haber salvado al chico y tenerlo junto a él lo estaba matando.

Se dejó abrazar por el chico. Se dejó acunar, se dejó mecer y luego, más calmado pero sin pensar con claridad todavía, incapaz de considerar las consecuencias, rozó los labios con calidez contra el cuello en el cual se había refugiado.

Tomó consciencia entonces de lo que había hecho y se quedó rígido. Marius no se apartó, aunque sus labios seguían rozando ligeramente húmedos sobre su piel. Fue él quien eventualmente se atrevió a separarse para mirar a Marius a los ojos. Temblaba de nuevo, aunque ya no por el llanto.

El chico le sostuvo la mirada algo inquieto. Courfeyrac no encontró manera de decir algo. Marius no parecía esperar que lo hiciera. En su lugar, el chico se acercó de una manera tentativa, inseguro pero resuelto al final, y lo besó en los labios.

Courfeyrac respondió al beso sin poder creer que Marius lo estuviera besando.

personaje: courfeyrac, shipper: marius/courfeyrac, fandom: los miserables, personaje: marius pontmercy, shipper: marius/cosette, personaje: monsieur gillenormand

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