De París al Hogar (2/5 -parte 1-)

Feb 04, 2014 00:17

Título: De París al hogar
Capítulo: De París a Calais
Personajes: Courfeyrac, Marius Pontmercy, Cosette, Monsieur Gillenormand, menciones a Les Amis (Marius/Courfeyrac, Marius/Cosette).
Advertencias: AU divergencia. Angst.
Summary: cuando Courfeyrac pilla a Gavroche deslizándose fuera de la barricada e intercepta el mensaje que este lleva de parte de Marius para Cosette, se da cuenta de que su compañero va a cometer un error al quedarse en la barricada y decide tomar cartas en el asunto. Pero nada sale como había planeado.
Notas: gracias a nottiem por su lectura del fic conforme avanza y su asesoramiento histórico y geográfico, no lo habría logrado sin ella. Gracias también a inesika8 por haberlo leído ya terminado y darme su opinión. El fic ya está completo y publicaré dos veces por semana, para terminar el 14 de febrero <3


II
De París a Calais

Marius era un compañero de viaje muy particular. Courfeyrac se había acostumbrado a él como compañero de apartamento, pero era un chico retraído en sí mismo, pensativo y en muchos aspectos ausente. Él solía encargarse de los temas de conversación, de proponer actividades para hacer y llevarlo con él fuera de vez en cuando. Siempre había lamentado que el chico no se involucrara más con el ABC, pero no había previsto que iba a ser tan vocal sobre sus ideas Bonapartistas al punto de chocar con Enjolras de la manera que lo había hecho.

De todas formas, había comprendido relativamente pronto que Marius no era una persona de socializar en grupo. Una parte de él se sentía secretamente orgullosa de que con él sí le gustara tratar. Se sentía privilegiado, aunque nunca se lo hubiera dicho ni a él ni a nadie.

Sin embargo, ahora que eran ellos dos solos en el camino, no era lo mismo. Estaban solos y no tenían mucho más que hacer que hablar. No llevaban libros en su equipaje, pesaban demasiado. A veces se quedaba absorto viendo la naturaleza en el camino. En eso le recordaba a Jehan. En más de una ocasión había ido de paseo con el poeta y había visto esa misma expresión embelesada viendo los campos floreados y los reflejos del sol sobre la hierba.

A ratos comentaba sobre lo que veía o le hablaba de un viejo libro que había traducido en su trabajo. En ocasiones era difícil seguir la línea de pensamiento de Marius, pero no le importaba. Le gustaba intentarlo, descifrar por dónde vagaba su mente y sorprenderlo con algún comentario que lo hiciera reír. ¡Generalmente reía tan poco!

Aquello lo mantenía ágil y despierto. Y vivo. En especial vivo.

Su primera parada era Reims. No tenían dinero como para costear carruajes para todo el camino y tampoco querían que el abuelo de Marius pudiera seguirles la pista. Salieron de la ciudad a pie, durante la madrugada. Le preocupaba la pierna del chico, el doctor le había dicho que la ejercitara y caminara con normalidad, pero dudaba que eso significara que podía ir hasta otra ciudad. Por suerte, un carruaje se detuvo a preguntarles su ruta y los trasladaron hasta la ciudad durante la mitad del camino. Courfeyrac estaba seguro que entre el aspecto de Marius que inspiraba a ayudarle y su propio encanto lograrían algunas ventajas en su viaje.

La idea de que iban para Reims, ciudad de las coronaciones de muchísimos reyes de Francia, le causaba una mezcla de asco y diversión. No dejaba de ser irónico que esa fuera su ruta de escape de París después de las barricadas. Enjolras siempre había dicho que volvería a poner un pie allí sólo si era para levantar la revolución.

Courfeyrac no lograba acostumbrarse a los pensamientos recurrentes sobre sus amigos aunque sabía que intentar evitarlos no iba a servirle de nada. Tampoco le disgustaban del todo, en cierta forma era como si ellos no lo abandonaran. Le contó a Marius lo que decía Enjolras y el chico sonrió.

-Cosette debe haber pasado por acá -dijo con algo que empezaba a sonar como esperanza.

Habían decidido preguntar disimuladamente por hoteles y restaurantes. Alguien podría haber visto a la chica y a su padre o tener alguna idea de a dónde iban. Sin embargo, Reims era una ciudad grande y nadie parecía recordar demasiado a los viajeros. Al menos nadie dispuesto a hablar con ellos.

Reims era una especie de capital intelectual y eso les habría venido bien para hacer un poco de dinero. Pero estaban demasiado cerca de París y Courfeyrac todavía temía que el señor Gillenormand enviara a buscar a su nieto. Marius creía que no le importaba al abuelo y si no le había buscado la primera vez que se había ido, no lo buscaría de nuevo. Sin embargo, él no estaba de acuerdo. Había visto al anciano cuando creía que su nieto moría; había visto su rostro cuando temía que la Guardia Nacional pudiera venir a por él. Había visto el estado en que conservaba su ropa y su cuarto.

Él sabía distinguir cuando alguien quería a Marius Pontmercy, pero no iba a discutir con él. Compraron algo de provisiones, hicieron cuentas y tras negarse de lleno a que el chico forzara más la pierna, habló con un cochero que aceptó por el dinero que le ofrecían llevarlos hasta Saint Quentin. De ahí podrían seguir camino hasta Amiens. La idea de evitar el bosque en lugar de tomar una vía directa pero más peligrosa hasta Ameins lo hizo decidirse. Marius había estado de acuerdo, se fiaba de su criterio, como siempre.

Irían a Saint Quentin. La ciudad tenía mala fama pero en esa época estaba tranquila. Tal vez ahí podrían trabajar un poco para recuperar dinero. Aquel viaje les había salido un poco más caro de lo planeado, pero desde el momento en que Marius se durmió sobre su hombro sin haber salido de Reims, Courfeyrac estuvo seguro de que habían hecho lo correcto.

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Courfeyrac no sabía mucho sobre Saint Quentin más allá de lo que sabía todo el mundo. Había sido zona dominada por los rusos no hacía demasiado tiempo, se encontraba en la alza de la industria textil y dudaba que el señor Gillenormand buscara a su preciado nieto por allí.

A ratos, cuando se sorprendía pensando en ese último detalle, se reía de sí mismo. Parecía que se hubiera fugado con Marius y su abuelo fuera a correr para salvar su virtud. Considerando la cantidad de tiempo que había vivido en su casa sin que al abuelo le importara, era gracioso.

Nunca había estado en esas zonas al norte de París. La gente era un poco diferente a la capital y bastante distinta a su hogar natal, pero Courfeyrac tenía don de gentes y eso funcionaba en cualquier parte. Logró encontrar una habitación pequeña pero suficiente para ambos: un par de camas, un pequeño armario y el suelo para poner sus cosas. No necesitaban mucho más y de cualquier forma, no hubieran podido pagarlo con el estricto régimen de ahorro que tenían con miras a dejar el país. Él estaba acostumbrado a más comodidades, pero después de haber vivido en la calle de la Vidriera y haber apreciado las penurias del pueblo, se conformaba con poco.

Marius hacía mucho le había confirmado que era capaz de vivir en cualquier condición con tal de seguir lo que creía y lo que quería.

Algo que se resumía en su objetivo final: Cosette.

-Tendremos que hacernos con un poco de dinero antes de seguir -le había advertido.

Por supuesto que era más fácil decirlo que hacerlo. Marius tenía habilidad para los idiomas y él… bueno, conseguir personas para la revolución no calificaba como un tipo de trabajo que pudiera realizar ahora, pero algo encontraría.

El chico no lo había objetado. Se había sentado a la orilla de su cama y había asentido. Al menos parecía haber descansado en el viaje, pero todavía estaba algo pálido. Courfeyrac se sentó justo frente a él, en la otra cama.

-¿Estás bien? -preguntó con tiento. Marius asintió una vez más, lo que sólo logró que frunciera el ceño y se inclinara hacia él. Le puso una mano en la rodilla para llamar su atención, lo que tuvo resultado. El chico fijó la mirada en él-. ¿No te estarás arrepintiendo de esto?

Marius se apresuró a negar y le sonrió. Le costó hacerlo, Courfeyrac podía notarlo, pero lo hizo.

-No podría haberlo hecho solo -dijo el chico con tono cansado-, pero tampoco tendrías que estar haciendo esto. Gracias.

Courfeyrac prefirió callarse que tampoco tenía nada más que hacer con su vida. La verdad, era probable que aunque hubiera tenido algo más, igual hubiera terminado en ese lugar con él.

Ayudar a Marius parecía ser una especia de vocación que no podía resistir. Más ahora que no tenía a nadie más que ayudar.

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Trabajar escribiendo y leyendo para la gente era un trabajo interesante pero no daba para mucho económicamente hablando. Al menos no cuando Marius y él eran incapaces de cobrarle a las personas por no haber recibido educación. No podía dejar de pensar en Combeferre cuando se encontraba escribiendo para un hombre las noticias que quería mandar a su mujer sobre el trabajo que había conseguido en la ciudad o le leía a una chica el mensaje que le enviaba su novio desde Amiens. ¿Cómo iba a rebelarse la gente, cómo iba a entender lo que sucedía, si no era capaz siquiera de leer el mundo en el que se movía?

A veces les pagaban en especie y tenían la comida del día. No era un mal trato. Intentaba que ahorraran todo lo posible, les quedaba mucho viaje por delante. La ciudad estaba en medio de un fuerte desarrollo económico así que había muchas personas de clase obrera que requerían servicios como aquellos y no les costó hacerse un hueco aunque ganaran poco. Tampoco eran extraños los nuevos ricos que no sabían leer o escribir o preferían pagarle a alguien que lo hiciera mucho mejor que ellos.

Luego, gracias a uno de los contactos que Courfeyrac logró hacer con su facilidad habitual para hablar con la gente, Marius logró colocarse en una pequeña empresita en alza que estaba realizando tratos con alemanes. Necesitaban ayuda para traducir algunos contratos y papeleo. “Conozco a la persona que están buscando” les había dicho a los dueños del negocio y después les había presentado a Marius.

Aquello había terminado con el chico trabajando muchas horas. Courfeyrac se había encontrado con algo de tiempo para sí y había buscado como distraerse. Era difícil dejar de pensar en el objetivo de llegar a Inglaterra porque entonces sólo le quedaban los recuerdos.

Cuando un hombre le alzó pleito en el mercado por estar cobrando tan barato por sus servicios robándole la clientela, había pensado en Bahorel. Las cosas podrían haber terminado muy mal porque los puños nunca se le habían dado tan bien como su amigo. Por suerte su cara simpática y su descaro le había ganado las simpatías de las personas que los rodeaban y había logrado salir de allí sin mayores consecuencias.

En otra ocasión se había tomado el día para caminar por la ciudad y había encontrado la escuela de arte De La Tour. Grantaire había logrado sacar al grupo de quicio una vez hablando de la monarquía y el arte usando a De La Tour de referencia. Enjolras podría haberlo matado, pero hasta a él le había sacado una sonrisa al terminar su monólogo con la locura del pintor. ¿Quién podía crear belleza en un mundo tan horrible? Para ser artista se necesitaba estar un poco loco, había concluido.

O un poco borracho, había dicho Enjolras con reproche. Grantaire se había emocionado porque su líder le considerara un artista.

Dejarse llevar por el camino de los recuerdos era muy fácil. En honor a ello se permitió gastar un poco de dinero en un alcohol barato y llevarlo de vuelta a la habitación en la que se estaban quedando. Allí lo encontró Marius cuando regresó entrada la noche.

No lo escuchó llegar. Apenas y levantó la vista cuando llegó a su lado y sin mediar palabra, tomó asiento a los pies de su cama, quitándose los zapatos y sentándose de frente a él. Por un rato no dijo nada, pero Courfeyrac podía sentir su mirada sobre él.

-¿Qué tal el trabajo? -preguntó sin referirse a la invasión de su espacio.

Marius se encogió de hombros.

-Bien. Estoy aprendiendo algo de ruso con los dueños del taller.

No le extrañaba, el chico siempre había tenido facilidad para los idiomas y voluntad para ello. Era una buena señal que estuviera aprendiendo cosas nuevas. Empezaba a reaccionar. El taller para el que trabajaba era de unos rusos retirados que se habían quedado en la zona después de que la invasión rusa de la región había terminado. Eran buena gente pero temían que entre el francés y el alemán les jugaran malas pasadas.

-Me gustaría escucharte hablar ruso -declaró.

Marius replicó algo que no entendió y supuso que eso era ruso. No pudo evitar reírse, sonaba gracioso. Notó que el chico sonreía con cierto entusiasmo. Luego, aunque intentó evitarlo, bostezó. Se tapó la boca y le dirigió una mirada asustada, como si no hubiera querido que lo pillara con sueño.

Courfeyrac frunció ligeramente el ceño.

-Debes estar cansado. Acuéstate de una vez.

-No, prefiero quedarme un rato -se apresuró a negar. Luego lo miró con preocupación-. ¿O te molesta?

Por supuesto que no le molestaba. Sonrió para sí y dejó lo que quedaba de la botella de licor en el suelo al lado de la cama.

-Para nada. Háblame más ruso. Intentaré creer que no son insultos lo que me estás soltando.

-Me aprendí un par ya -admitió, sonrojándose un poco.

Sin embargo, parecía muy satisfecho de sí mismo. Aunque tal vez no por aprender ruso. Si fuera un niño pequeño, Courfeyrac habría dicho que estaba feliz de haber logrado quedarse despierto a pesar de que le habían mandado a dormir.

Decidió no cuestionárselo y disfrutar al menos del trocito de noche que les quedaba escuchándolo batallar con la pronunciación en un idioma que nadie le podía corregir. Era gracioso escucharlo, le gustaba. El chico parecía estar de buen humor y era contagioso.

Tal vez había sido un buen día para Marius. Eso era bueno.

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Cuando la esposa del jefe de Marius se enteró de la razón de su viaje, insistió en que su marido se llevara al chico con él la próxima vez que tuviera que ir por negocios a Amiens. Dado que fue Courfeyrac quien se encargó de que la señora se enterara del asunto, él también estaba incluido en el viaje. No le había costado nada ganarse el favor de la mujer un día que había coincidido con ella al ir a buscar a Marius a su trabajo y la historia le había parecido de lo más romántica.

El hombre, con algo de renuencia ante la idea de perder a Marius como empleado, terminó por aceptar mientras le sirviera de traductor durante sus negocios en Amiens también.

A Marius le había molestado un poco que hablara sobre Cosette y él con sus patrones. Lo había notado incómodo y sonrojado cada vez que en el viaje se hacía referencia a ello. Había estado listo a retener y replicar a las bromas del hombre sobre lo que haría el chico cuando encontrara a su novia fugitiva en Inglaterra. Lo último que necesitaban era que Marius sintiera que estaban ofendiendo a Cosette y saltara en su defensa.

-¿Aún estás enojado conmigo por haberle hablado a tus jefes sobre Cosette? -le preguntó una vez que llegaron a Amiens y se instalaron en una habitación doble costeada por el jefe-. Nos salió bastante bien.

Marius negó.

-Es sólo que no me gusta hablar con extraños sobre… mi vida.

Courfeyrac arqueó ambas cejas.

-¿Sólo con extraños? No es como que a mí me cuentes mucho tampoco -sus palabras sonaron más a reproche de lo que había planeado. Se mordió la lengua por imprudente. Marius se sonrojó.

-Contigo no me importa hablarlo -dijo Marius encogiéndose de hombros.

Lo miró con incredulidad.

-Te sonrojas como una señorita cada vez que te pregunto algo personal -le señaló.

Su amigo lo miró con sorpresa.

-Siempre me sonrojo -replicó, como si fuera natural.

Como si eso no significara que...

-¿Eso quiere decir que puedo hacerte preguntas? -preguntó con más entusiasmo de la cuenta -. Porque me encantaría saber más de la chica por la que estamos haciendo todo este viaje.

Marius le contestó algunas preguntas sobre la chica, aunque tampoco se extendió demasiado. Sin embargo, el interés de Courfeyrac empezó a enfriarse al escuchar sus respuestas para dar paso a otra sensación. La idea de que al llegar a Inglaterra, cuando lograran encontrarla, Marius y Cosette se tendrían el uno al otro, le hizo sentirse muy solo.

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Habían tenido suerte en Amiens. El jefe de Marius los había dejado bien recomendados y se habían colocado con cierta facilidad aunque sus puestos fueran provisionales. Courfeyrac estaba asistiendo a un abogado en los trámites de uno de los hombres que había ido a ver el jefe de Marius a la ciudad mientras su amigo seguía haciendo traducciones para aquel hombre.

Se buscaron una habitación más pequeña y barata, con un camarote en el que se acomodaban con facilidad. Marius dormía arriba y él se había dejado la litera de abajo. Esta vez había pedido que la habitación tuviera escritorio, solían necesitarlo. Aunque era sólo uno, así que solía dejárselo al chico.

Marius siempre había sido un compañero de habitación bastante particular, reservado pero fácil de llevar. Ahora sin embargo, solía parecer inquieto. Courfeyrac a veces lo sorprendía mirándolo con un aire sospechoso, como si quisiera decir algo y no se atreviera. Siempre temía que un día abriera la boca y dijera que aquello no tenía sentido, que nunca encontrarían a Cosette y debía matarse para cumplir su palabra. Por eso, cuando notaba que lo miraba de aquella manera, solía sacar algún tema de conversación o proponerle algo.

Salgamos a dar un paseo por los puentes mediavales. Vamos a visitar la iglesia de Notre Dame, ¿tú ibas a la iglesia no? Vamos a ver el lugar de las murallas de la ciudad. ¿Te imaginas como era antes?

Siempre encontraba una manera de distraerlo y a Marius parecía aliviarle. Pero aquella mirada siempre regresaba. Lo inquietaba.

También había empezado a tener comportamientos inusuales.

-Voy a salir a tomar algo -le dijo Courfeyrac una noche. Ese día se había encontrado con un chico tan parecido a Joly en la calle que estaba seguro de que soñaría con el chico y sus quejas esa noche si no se ayudaba con algo.

Antes, cuando vivían juntos en París, Marius solía desearle que la pasara bien y hundía la cabeza en un libro.

Ese día, al contrario, lo miró con expresión sobresaltada.

-¿Puedo ir contigo?

Courfeyrac se quedó de piedra. Lo miró de hito en hito. Más allá de convencerlo a entrar a tomar algo en el café Musain con sus amigos, Marius no era el tipo de persona que salía a tomar o a divertirse por las noches. Por semanas había estado llegando tarde y Courfeyrac había tenido esperanzas de que tuviera algún grupo de amigos o algo, ahora sabía que lo había pasado en el jardín de Cosette.

-Claro -contestó tras darse cuenta de que había tardado mucho en responder.

Marius se levantó y lo miró con cierta incertidumbre. Courfeyrac lo tomó del hombro y se dirigió con él hacia afuera. Sería bueno llevarlo con él, lo mantendría fuera de líos y tendría que mantener la cabeza para asegurarse de que ambos volvieran bien.

Además, siempre había querido lograr salir con Marius alguna noche así. Se preguntaba por qué ese día, pero decidió no cuestionarlo más. Le sonrió al chico y él le devolvió la sonrisa.

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Vivir con Marius había sido distinto cada una de las veces que lo había experimentado. La primera vez era un chico perdido, sin un hogar al que regresar ni personas a las cuales acudir. Lo había acogido y había dado todo el aire y apoyo a sus ganas de independencia. El chico había luchado por mantenerse a sí mismo, se había matado estudiando idiomas y se había ido a mal vivir con tal de no deberle dinero a nadie. Courfeyrac le había admirado por ello.

La segunda vez, cuando llegó de noche a su casa a decirle que venía a quedarse con él, Courfeyrac no había tenido que planteárselo dos veces. Le dio un colchón y no pensó nunca en la posibilidad de que se marchara de nuevo. Marius para entonces era un chico más afianzado en su mundo y su vida, pero increíblemente reservado. Había intentado acercarlo a su círculo de amigos sin mucho éxito pero porque el chico era de naturaleza solitaria.

Sus amigos tenían opiniones diversas sobre él. A Jehan le gustaba su sensibilidad. Bossuet solía quejarse todavía de que le había robado al chico en la puerta del Musain. Enjolras decía que se podría sacar algún provecho de él si lograba eliminar al Bonapartista que llevaba dentro.

Combeferre por su parte siempre había mirado a Courfeyrac con ojos graves y le decía que tuviera cuidado de no dejar que la platónica fascinación que sentía le impidiera ver con claridad qué era lo que podían esperar realmente de un buen chico como Pontmercy.

Su amigo siempre lo había conocido bien.

Ahora, esta tercera vez, en este viaje por escalas, las cosas eran diferentes. Marius parecía hacer un esfuerzo por dejar sus reservas de lado. Hablaba con él todo el tiempo, insistía en acompañarle cuando salía e incluso desde su llegada a Amiens estaba empeñado en que le hiciera parte de las cuentas y planes que hacía con respecto al dinero y los viajes.

La verdad era que las cuentas no se le daban mal. Después de todo había vivido con muy poca entrada de dinero por mucho tiempo. También estaba dispuesto a más sacrificios económicos de los que Courfeyrac mismo había pensado. De hecho, en ocasiones pensaba que Marius debería encargarse en persona de su ahorro, aunque también podría terminar regalando la mitad de sus ahorros a cualquier niño o chica que estuviera pidiendo dinero o comida en la calle.

Sin embargo, el chico llegaba y le dejaba su sueldo en la mano para la caja de ahorro.

Cuando ponía la mano sobre la de él para dejar el dinero, Marius le sonreía y Courfeyrac se encontró en un par de ocasiones resistiendo el impulso de capturar sus dedos un momento más del necesario. En esta vida que llevaban ahora era difícil pensar en él solamente como una platónica fascinación como la había llamado Combeferre.

Antes, en las otras ocasiones en las que el chico había vivido con él, su vida era muy completa: tenía amigos, tenía París y tenía una nación por la cual luchar.

De todo eso, no quedaba nada ya.

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Tardaron un tiempo en ponerse en camino a Arras. Courfeyrac tenía que admitir que se había acostumbrado al ritmo de vida con Marius en Amiens y temía que al marcharse las cosas fueran a cambiar. Además, con los graves casos de cólera que se daban por todo el país temía que al ponerse en movimiento se expusieran más a ser infectados.

Sin embargo, se fueron cuando pensó que tal vez se había acostumbrado demasiado a aquella vida con Marius: ponerse en camino era una buena idea.

Esta vez no contaron con tanta suerte para viajar. Habían hecho un buen dinero pero parecía un desperdicio gastar demasiado viajando en coche cuando ambos estaban perfectamente recuperados de sus viajes anteriores. Marius ya casi ni siquiera cojeaba y se manejaba a la perfección.

-¿O preferirías que tomáramos carruajes?

Marius negó de inmediato.

-Me gusta caminar -declaró el chico-. ¿A ti también, verdad?

Sí. Cuando salían en esas largas caminatas era fácil no pensar en muchas cosas. Desde que había llegado a París, Courfeyrac se había convertido en un chico universitario sedentario excepto por salir con sus amigos y participar en los movimientos sociales. Nunca había sido dado a la actividad física como Bahorel o incluso las caminatas como Marius y Jehan. Sin embargo, ahora encontraba en el cansancio del viaje mucho descanso, ayudaba a evadir sueños que no quería tener. Encontrarse en los polvorientos caminos a solas con Marius era liberador.

-Si es en buena compañía -replicó dedicándole una sonrisa y un guiño.

A veces era tan sencillo volver a ser quien había sido junto a él. Fluía, con facilidad, sin tener que esforzarse en no pensar en el pasado.

En otras ocasiones, no era tan fácil. Tenía recuerdos. Más de una vez había intentado convencer a Enjolras y Combeferre de salir a hacer algún viaje de ese estilo. Caminar a otra ciudad cercana, ayudar a propagar la causa a otros sitios. Enjolras había preferido centrarse en París. Cuando aquella ciudad estuviera despierta y en pie de lucha, irían a otros lugares.

Aquello ahora no sucedería.

Cuando pensaba en eso, se le hacía más difícil avanzar. La energía y vitalidad que se había dicho que tendría por Marius y por él empezaba a agotarse y los recuerdos que había dejado de lado para enfocarse en el presente volvían para ahogarlo.

En esos momentos, Marius le ponía una mano en el hombro y comentaba algo sobre los pájaros, las flores en el camino o el campo en verano. Le hacía preguntas sobre lo que conocía sobre la próxima ciudad a la que iban o le hablaba sobre lo que sabía de su próxima ciudad y la realeza, o la próxima ciudad y Napoleón. Sus discursos solían ser algo atropellados y torpes, pero le gustaba. Le gustaba escucharlo.

No era como que aquello borrara los recuerdos de su mente, pero ayudaba.

Ayudaba mucho.

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Arras no fue tan benevolente con ellos como Amiens. Era una ciudad que se estaba industrializando con rapidez. Estaba dedicada por completo a la industria textil y había cierto movimiento en torno al carbón. Cuando llegaron a ella estaban cansados y exhaustos. Habían tomado un carruaje dos poblaciones antes y no se arrepentía del gasto. Sin embargo, al llegar a la ciudad habían tenido más gastos y pocas entradas. El cólera también había estado haciendo estragos en la región.

En Amiens, Marius y él habían contado con contactos y recomendaciones, pero en esta ocasión estaban por su cuenta. No lograron encontrar ninguna habitación doble que resultara cómoda para sus propósitos y no estuviera en condiciones de salud precarias. La que encontraron que podían costear mientras no estuvieran obteniendo nuevos ingresos era pequeña, vieja y no demasiado salubre de todos modos. El pensamiento de los comentarios que haría Joly al respecto ya a esas alturas resultaba automático pero en esta ocasión también podía imaginar en su horror hablando de los problemas del hacinamiento.

A Marius no pareció importarle. Ya había dormido alguna vez en un colchón en el suelo. Al verlo tan conforme con aquella habitación en uno de los edificios que aún no era restaurado después de las últimas guerras que aquejaron la región, Courfeyrac había suspirado.

-Si Cosette tuviera alguna duda sobre tus afectos, sólo tendría que repasar por todo lo que estás dispuesto a aceptar por ella.

El chico le había dirigido una mirada extraña entonces. Por un momento temió que volviera a decirle que no tenía por qué acompañarlo y hacer todo eso con él, pero pudo ver cómo se contenía de hacerlo. Ya sabía que no lograría convencerlo.

Conseguir empleo no fue difícil pero nada estable. Hicieron sustituciones por las personas que enfermaban pero en trabajos difíciles y explotados. Cuando ya lograron colocarse Marius encontró un puesto en una fábrica en un trabajo de bodega, haciendo inventario de producción en una nómina por turnos que rotaban de horas. Era cansado y maltratado, pero el chico no se quejaba aunque fuera algo muy distinto a lo suyo: el idioma y el derecho.

Courfeyrac por su parte consiguió un trabajo haciendo una sustitución en una tienda de víveres. Tenía labia para vendedor, pero los turnos también eran agotadores y tenía que ordenar él mismo la mercadería. No estaban haciendo demasiado dinero y empezaba a pensar que irse de Arras cuanto antes sería mejor. A ese paso, gastarían más dinero del que habían ahorrado para el viaje a Inglaterra que el que ganarían en ese lugar.

Comían mal, volvían agotados a dormir a un lugar pequeño y hacinado, poco abrigado para la época del año y tenían poco tiempo para hablar. A veces a Marius le dolían los hombros de estar inclinado sobre las cuentas y a él los brazos de estar acomodando mercadería. Compartían el maltrecho colchón de su pequeña habitación y se quejaban de sus respectivos trabajos. Generalmente el chico se dormía y él aprovechaba el cansancio para obligarse a hacer lo mismo. Al menos en aquellas condiciones no le atormentaban las pesadillas cada vez más frecuentes en las que sus amigos aparecían para torturarlo por no haber compartido su suerte. El peso de Marius a su lado en la cama le tranquilizaba y lo inquietaba a la vez.

Esa cercanía y a la vez esa lejanía eran difíciles de llevar después del tiempo en Amiens.

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-Voy salir -dijo Courfeyrac una noche.

Marius intentó seguirlo pero tuvo que decirle que esa noche necesitaba salir solo.

Sabía que debían ahorrar, pero no aguantaba. ¿Cuánto tiempo había pasado ya? ¿Cuánto desde que trabajaban de aquella manera explotada, vivían en aquella habitación de mala muerte y se veía obligado a compartir aquel maltrecho catre con Marius?

¿Cuánto desde que habían salido en aquel viaje, las aventuras compartidas, los planes en conjunto? ¿Y desde París, desde las barricadas?

Courfeyrac sabía que les faltaba mucho por delante. No habían hecho ni la mitad de su viaje y aun así tenía meses de que su vida se limitaba a Marius y giraba en torno a él. No era una queja, pero esa noche, necesitaba alejarse.

Pero no para estar solo.

Necesitaba compañía. La encontró, aunque no en ninguna de las chicas que le recibieron con caídas de ojos y ofrecimientos poco disimulados. Courfeyrac sabía cómo encontrar a la persona apropiada. Había sabido hacerlo en París y aquí no era demasiado diferente. Un chico dispuesto y con el mismo ánimo que él por esa noche.

Regresó a la habitación en la que vivían ya tarde, bien entrada la noche. Todas las luces estaban apagadas y Marius acostado. Intentó tomar su lugar a su lado en la cama sin despertarlo, pero entonces notó cómo lo miraba en silencio, de manera fija y preocupada.

Courfeyrac reprimió el impulso de decirle un irreflexivo “lo siento”.

Marius cerró los ojos primero.

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Otra noche no tuvo tanta suerte. No había esperado regresar a casa con el labio partido y una ceja sangrando. Tampoco que Marius se asustara de la manera en que lo hizo.

¿En qué momento se habían invertido los papeles y era Marius quién lo estaba curando a él?

-La próxima vez iré contigo -declaró el chico cuando logró que su ceja dejara de sangrar.

-Si insistes -replicó él con calma, aparentando que no le dolían las heridas, ni los golpes.

No esperaba que Marius apartara la mirada. Parecía triste, incluso algo culpable.

-Sé que no soy el mejor compañero para salir -dijo finalmente-. Lo siento.

-Hey -dijo Courfeyrac tomándolo de la muñeca-. Arras no es un lugar tan agradable para salir, por eso no te he pedido que vengas conmigo. Ya ves el resultado.

Se señaló la cara marcada y Marius lo miró no muy convencido.

-Eres el mejor compañero de viaje posible -le dijo Courfeyrac con sinceridad.

Había soñado en hacer un viaje como aquel con sus amigos, cierto. Pero habría sido un desastre. Combeferre lejos de las bibliotecas languidecía, Enjolras tanto tiempo sin elevar la voz para convencer al pueblo de ser libre desesperaba… Bahorel peleando en cada esquina, Grantaire borracho en cada café, Joly aquejado de enfermedades, Bossuet arrastrando su mala suerte por los pueblos, Feuilly soñando con hacer lo mismo pero en Polonia, Jehan perdido en la contemplación del campo y la composición de poemas….

Dolía pensarlo, pero no tuvo que obligarse a sonreír y estrechar con cariño la mano de Marius, deslizándola desde su muñeca. Se alegraba de estar allí con él, a pesar de todo.

Cuando Marius le sonrió de vuelta se dio cuenta de que había entrelazado sus dedos y tenía que dejar de hacerlo. Pero se tardó todavía un momento más antes de dejarlo ir.

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Salir de Arras fue un alivio para Courfeyrac. Se sentía agotado, física y emocionalmente, así que ponerse de nuevo en camino fue algo que realizó con entusiasmo. Marius también parecía aliviado, aunque ya había aprendido que la capacidad de su compañero para soportar situaciones adversas era superior a la suya.

El chico había tomado la iniciativa para llevar la conversación, lo que agradecía porque en realidad se sentía cansado hasta para pensar en temas para hacer pasar el tiempo. Sus amigos habían pensado en un inicio que Marius era corto para hablar. Por lo general lo parecía, hasta que tomaba confianza o encontraba un tema de su interés, como habían podido comprobar todos en su apasionada exposición sobre Napoleón Bonaparte. Aún recordaba que en ese momento había pensado que Enjolras lo mataría por meterle un bonapartista en el Musain, pero también había pasado por su mente que el chico era un buen defensor de lo que creía.

Ahora, sin embargo, Marius no hablaba apasionadamente de sus creencias. Comentaba aspectos del camino, le contaba historias del almacén donde había estado trabajando, proponía ideas sobre lo que podrían encontrar en Lille de acuerdo a lo que había escuchado, recordaba las noticias que les habían llegado a París sobre movimientos políticos en la zona. Hablar no parecía su fuerte pero cuando se decidía a hacerlo, podía hablar por horas sin tornarse aburrido.

Courfeyrac podía imaginarse a la dulce y bella Cosette escuchándolo hablar por horas de cualquier cosa sin salir del pequeño jardín.

Igual, en ocasiones parecía quedarse sin tener qué decir y lo miraba de manera extraña, casi como si estuviera preocupado de que le molestara escucharlo. Entonces le tocaba hacer un esfuerzo a él para seguir las conversaciones. Poco a poco fue adquiriendo fluidez de nuevo para ello, aunque cuando el tema se acercaba al pasado, a sus recuerdos de Combeferre, Enjolras y el resto de sus amigos, solía callarse o Marius cambiaba el tema de manera abrupta.

Al inicio del viaje no le había pasado aquello pero ahora era cada vez más difícil hablar de sus amigos. Creía que tenía que ser al revés.

En el camino encontraron más de una población pequeña o incluso granjas aisladas en las cuales descansar. Caminaban entre sembradíos de cereales y los molinos eran algo frecuente en el paisaje. La casa de una familia con su pequeña cosecha de fue uno de sus lugares favoritos. Les ofrecieron cama y comida a cambio de ayudarlos a cargar una pequeña carreta de cebada. En otra época Courfeyrac se habría preocupado por su ropa, pero después del trabajo en Arras no podía presumir de tener trajes en sus mejores condiciones.

Además, ahora sus prioridades estaban algo cambiadas.

La familia tenía dos hijas jóvenes, de una edad similar a la de Marius. Una en particular parecía fascinada con el chico. Cuando se quedaron en la sencilla mesa compartiendo unas cuantas noticias sobre Arras y las otras ciudades que habían visitado, notó que la chica se sentaba a la par de su amigo e intentaba llamar su atención de la manera más disimulada posible, mientras les ofrecían cerveza de la región.

Marius por supuesto, no se daba por enterado. Cuando la chica pasó a ser menos sutil, su compañero se puso incómodo y Courfeyrac prefirió dar por terminada la velada comunicando a sus amables anfitriones lo cansados que estaban.

-A veces me pregunto cómo hiciste para enamorar a Cosette -le comentó al chico cuando se quedaron a solas-. Nada parece aterrorizarte más que una mujer interesada en ti.

Su compañero se sonrojó, como solía hacerlo.

-Nos vimos una vez en el parque, nos seguimos viendo después… -dijo algo evasivo mientras se acomodaba con las sábanas que la buena señora de la casa les había dejado-. Luego le dejé algo que había escrito para ella en una banca de su casa.

Ya se lo había contado antes, pero le gustaba escucharlo de nuevo. Courfeyrac podía imaginarse aquella misiva. Podía visualizar perfectamente a Marius poniendo su corazón en un papel y dejándolo bajo una piedra.

Nadie más haría algo así.

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El plan había sido llegar hasta Lille, pero Douai estaba de camino y había una universidad. No sabía si Marius tenía la misma nostalgia que él pero lo necesitaba. No sabía cómo ponerlo en palabras. Había dicho que quería ver el ambiente y le había restado importancia al asunto. Sin embargo, era mucho más.

No sabía qué esperar. Sabía que no sería su universidad. Nada de París con el aire cargado de deseos de cambio. No estaría ninguno de sus amigos esperándolo por las esquinas. Sin embargo, necesitaba pasar por ahí.

Marius no lo cuestionaba ni hacía objeciones. A veces tenía la impresión de que el chico no tenía tantas ganas de llegar a Inglaterra como debería, a pesar de que era muy consciente de que cada día que pasaba era más fácil que llegara a convencerse a sí mismo de que estaba incumpliendo su promesa a Cosette en lugar de viajar para cumplirla.

Courfeyrac no quería correr ese riesgo, así que no se quedarían demasiado en ningún lado. Su objetivo inmediato era Lille, pero quería pasar por allí primero.

Sin embargo, tras todo un día con su noche de recorrer el campus y observar a los grupos de estudiantes tuvo que detenerse. Se sentó en un banco de piedra mientras intentaba procesar lo que había observado.

Marius lo había acompañado como una sombra. No le había explicado lo que buscaba pero él había respetado su silencio al hacer el recorrido. Tomó asiento junto a su lado en el banco, pero no dijo nada en ese momento tampoco. Se dedicó a pasear la mirada por el sendero mortecinamente iluminado, bordeado por pequeños setos que el jardinero de la universidad debía cuidar con esmero.

-¿Lo notaste? -preguntó Courfeyrac finalmente.

Su amigo lo miró sin comprender.

-¿Viste algún movimiento de lucha? ¿Alguna señal de una conciencia social? -No se detuvo a esperar su respuesta, él había buscado con minucioso ahínco y lo sabía.

Había pensado más en ello de lo que le hubiera gustado. Cuando lograba dejar de pensar en las amistades perdidas, lo acechaba otro fantasma del que era más difícil desapegarse. Ese que le decía que las muertes tal vez habían sido en vano.

¿Qué ganaba Francia con la sangre de sus amigos? ¿Era más de lo que había perdido? ¿Qué sería ahora de la lucha en París, de su universidad, sin un líder como Enjolras para encender los corazones y llamar a la lucha?

-Tal vez no pudimos verlo nada más. Tal vez los vigilan -comentó Marius. Su tono era calmado, aunque Courfeyrac lo conocía lo suficiente para distinguir cierta tensión en su voz-. Nunca vi ningún movimiento en la universidad hasta que me llevaste al Musain.

Ciertamente, las reuniones políticas del ABC eran a puerta cerrada, escondidos en la parte trasera del café. Las diatribas eternas de Grantaire en el Corinto podrían ser de cualquier tema. Los susurros de Feully convenciendo a sus colegas de unirse a la causa no se comparaban con los debates y esperanzas que expresaban los estudiantes en sus reuniones clandestinas.

Sonrió de medio lado mirando a Marius, prefiriendo dejar para después la broma de que el pobre no se hubiera enterado aunque fueran mucho menos discretos.

-Tal vez no tengan un líder como Enjolras.

Era la primera vez que se permitía hablar de su amigo en el sentido de la pérdida que significaba y no como parte de anécdotas divertidas. Supo que Marius era consciente de eso también debido a su expresión ligeramente incómoda y llena de dudas.

-Enjolras era un buen motivador -comentó el chico, aunque parecía tener ganas de callarse y dejar la idea incompleta-, pero tú eras quien atraía a la gente a reunirse en primer lugar.

-Eso no es… cierto -replicó, aunque hizo una pausa en medio de la frase al darse cuenta de que en realidad, lo era.

El mérito de Enjolras de encender los corazones para la lucha no podía quitárselo nadie, pero tenía que admitir que Marius no era el único discípulo que él había acercado a la causa. El chico se encogió de hombros, aunque el inicio de sonrisa en su rostro le indicaba a Courfeyrac que sabía que tenía razón.

-Nunca hubiera conocido al ABC si no me hubieras llevado a ellos -declaró con seguridad.

Courfeyrac suspiró, encogiéndose de hombros después intentando asumir una postura desinteresada y segura.

-Me pregunto qué tanto te arrepientes de que te llevara.

La sorpresa en el rostro de Marius fue espontánea.

-No me arrepiento de nada.

La respuesta sonó tan sincera que Courfeyrac quiso abrazarlo. En su lugar se levantó para que se pusieran en marcha. El chico lo siguió pero no añadió nada más. Siguiendo un segundo impulso, lo tomó del brazo con afecto mientras caminaban. Marius le dirigió una mirada inquieta que dio paso después a una breve sonrisa.

Era la primera vez que hablaban sobre sus amigos y lo que el ABC había sido después de todo lo sucedido en las barricadas.

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continúa

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