El Juego - V Juego al descubierto

Sep 08, 2012 23:37


 

1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6

Fandom: Sherlock BBC
Título: El Juego (5/6)
Capítulo: V - Juego al descubierto
Personajes: Irene Adler, Greg Lestrade, Sherlock Holmes, John Watson, Stanley Hopkins (adaptación al universo de la BBC del personaje de los cuentos de Sir Arthur Conan Doyle), Violet Norton (OC).
Parejas: Greg/Irene, con elementos Sherlock/Irene y Violet/Irene referido.
Advertencias: ninguna. spoilers 2x03 lo más.
Notas: continuación de “ Extraños en la noche” (Greg/Irene). Toma elementos de “ El regreso” (Gen-Lestrade!centric) y de “ La muerte les sienta bien” (Sherlock/Irene). Dedicado a aglaiacallia porque sin ella nunca lo hubiera escrito. Gracias a aradira por el precioso banner :D 
Notas personales: ¡quinto capítulo ya! Sólo queda uno más para terminar...

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Después de dejar la casa de Irene, Lestrade había pasado una de las peores noches de su vida. Al salir de allí se había sentido aturdido, necesitaba aclarar su cabeza. Había enviado un mensaje a Hopkins dejándolo a cargo del caso, prometiéndose mentalmente que luego se lo retribuiría al joven. Había llevado el auto hasta su casa pero no había entrado. Se había dedicado a caminar un poco hasta que al cruzarse con un par de hombres de aspecto sospechoso había recordado lo peligrosa que podía ser esa parte de la ciudad de noche.

Al llegar a casa se había encontrado con que, por una vez, su esposa había llegado temprano y lo había estado esperando. Él no le había notificado de su tardanza, así que lo había recibido con frialdad y algún hiriente intercambio de palabras secas.

En la noche, con ambos dándose la espalda en la cama, se había encontrado sin dormir y recordando las palabras de Irene. No había sido la primera en decirle que algo en su matrimonio no iba bien. Pero era la primera en darle ese ángulo sobre lo que estaba mal.

Así habría pasado toda la noche probablemente, si no hubiera recibido una llamada del trabajo por otro caso.

El trabajo siempre era bienvenido.

Hopkins se habría dado cuenta de que algo andaba mal de manera inmediata al verlo al día siguiente. Sabía que Sherlock le había enseñado a distinguir algunas pistas de que había peleado con su esposa, pero tenía que reconocer que Hopkins tenía un rango mucho mayor de inteligencia emocional. El problema con el chico era que el disimulo y el tacto no eran su fuerte.

Sin embargo, le había delegado a Hopkins por completo el caso del hombre encontrado en el cobertizo con las extrañas marcas que Irene no había podido identificar y se había dedicado al segundo caso que había aparecido en la noche. No había llamado a Sherlock. Le hubiera venido bien su ayuda, pero no le apetecía escuchar más opiniones sobre su esposa ese día.

De no haber sido por esa serie de eventos, tal vez se hubiera dado cuenta de todo antes. No fue hasta el final del día, cuando Hopkins le presentó el informe preliminar del caso, que se dio cuenta de que había realizado el arresto desde horas tempranas de la noche anterior.

-Espera. ¿Cómo supiste de qué eran las marcas? -Le preguntó al joven inspector cuando notó el detalle, antes de que dejara la oficina.

Hopkins se giró a mirarlo extrañado.

-Estábamos trabajando el caso con Sherlock, él lo hizo -replicó como si fuera obvio.

Lo hubiera sido, de no ser porque el detective consultor le había dicho que no lo sabía. Le había enviado un mensaje. ¡Lo había enviado donde Irene!

Buscó las notas que Hopkins había hecho del caso, siempre las adjuntaba. El joven había vuelto a acercarse a su escritorio, extrañado.

-¿Qué busca? -Preguntó con interés. No sonaba ofendido o intrigado, sino solícito a ayudar, como siempre.

-¿A qué hora te dijo Sherlock que sabía de qué eran las marcas?

Hopkins se encogió de hombros.

-A la misma hora que me lo dijo todo. La mayor parte del tiempo se nos fue anoche en registrar la propiedad por las pruebas y hoy en hacer hablar al detenido. ¡Nunca es tan fácil como lo pintan en la televisión! A ver… -Le quitó el reporte de las manos tras pedirle permiso con la mirada y buscó la hora. Al verla, Lestrade palideció. A esa hora él estaba en casa de Irene.

-¡Sabía de qué eran las marcas! -Exclamó Lestrade en voz alta antes de darse cuenta que lo hacía.

Hopkins lo miró con cautela.

-Claro -replicó con la certeza ciega que tenía en Sherlock.

Lestrade lo miró incrédulo.

-Me envió a preguntarle a Irene Adler sobre las marcas. No le informé hasta mucho más tarde que Irene no sabía qué eran. ¿Por qué…?

Se interrumpió de repente, dándose cuenta de que no debería estar pensando en voz alta. En especial frente a Hopkins, quien lo miró con los ojos muy abiertos.

-¿Sherlock lo engañó para citarlo con Irene Adler? No es que me extrañe particularmente, ella se muestra siempre muy complacida cuando se cruza con usted. -Parecía emocionado por la idea y le dedicó una mirada de admiración reverencial ante la idea-. Pero, ¿lo envió con Irene y salió de allí horas después? Lo había visto raro estos días, pero creía que había peleado con su esposa como siempre, ¡no pensé que fuera algo así!

-¿Qué? -Lestrade lo miró frunciendo el ceño, sin comprender la dirección de los pensamientos de su compañero. Aún estaba procesando que Sherlock lo hubiera enviado sin razón a ver a Irene-. ¿Algo como qué?

El joven se inclinó hacia él y utilizó su mejor tono de confidente.

-No lo juzgo. No creo que los matrimonios abiertos funcionen para todo el mundo, pero en el caso de ustedes, visto lo visto, podría ser una opción. ¡No se sienta culpable!

Cuando Lestrade procesó que Hopkins creía que su estado ese día se debía a que se había involucrado con Irene la noche anterior y esto había cambiado su dinámica matrimonial, se apresuró a condenarlo a todo el papeleo de los dos casos que habían trabajado por separado. ¿Cuándo aprendería a no dejarse decir ese tipo de cosas?

Sin embargo, una parte de él sabía que el joven tenía razón en su deducción aunque se equivocara en lo que creía que había sucedido en casa de Irene. En cierta forma, había sido algo más importante.

Pero ahora no iba a pensar en ello. Tenía algo más importante en mente: tenía que averiguar por qué Sherlock lo había hecho ir a ver a Irene.

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John miró preocupado su reloj. Sherlock llevaba ya varias horas afuera. No tenían ningún caso entre manos, pero después de escucharlo discutir por teléfono se había marchado de muy mal humor. No necesitaba explicaciones para saber que andaba viendo a Mycroft. Sospechaba que el mayor tenía muchas razones para estar enfadado con su hermano, y Sherlock quería hablar con Violet, la asistente de Irene.

Le había dicho que se quedara en el apartamento porque no le extrañaría que Lestrade pasara a hacerles una visita. Había guardado silencio cuando le había preguntado si Irene le habría informado de su marcha. Eso, unido al comentario de Irene de que el inspector necesitaría un amigo, lo tenía bastante inquieto, sin saber qué esperar.

Cuando escuchó pasos en la escalera supuso de quien se trataba. Sin embargo, no esperaba verlo tan agitado. Parecía haber llegado a toda prisa. Había pensado que su encuentro resultaría incómodo después de su intercambio sobre Irene el día anterior, pero el inspector parecía muy apurado para reparar en ello. Miró alrededor del apartamento, buscando a alguien más, dándose cuenta pronto de que estaba solo.

-Hola -saludó rápidamente-. ¿Dónde está Sherlock?

-Salió -respondió John automáticamente. A pesar de que lo esperaba su apresurada llegada lo había tomado por sorpresa, justo cuando iba a sentarse a leer el periódico por enésima vez mientras esperaba. Ante la expresión del inspector a su respuesta reaccionó-. No sé a qué hora volverá. No está en un caso hasta donde sé, así que no debería tardar demasiado.

Algo sucedía con Lestrade. Estaba particularmente alterado y la noticia de que Sherlock no estaba no le había sentado nada bien.

-¿Intentaste localizarlo en su teléfono? -Añadió John tratando de ayudar. Estaba seguro de que Sherlock estaría muy pendiente del aparato en esos días.

Lestrade negó. Apretó los labios y miró nuevamente alrededor, como si estuviera decidiendo lo que haría a continuación. John se debatió incómodo. ¿Por qué estaba tan alterado? No parecía relacionarse con un caso. ¿Sabría ya de la marcha de Irene? ¿Para qué buscaba a Sherlock?

-¿Te puedo ayudar yo en algo?

El inspector lo miró a los ojos con suspicacia.

-Tal vez -lo sorprendió el tono acusatorio de su voz-. ¿Sabes por qué Sherlock me envió a ver a Irene anoche?

-¿Qué? -Preguntó de inmediato frunciendo el ceño.

Oh. Sherlock había mencionado que se había encargado de que Irene comprobara que no podría conseguir el número de Mycroft por medio del inspector, pero no le había detallado cómo. De cualquier manera, eso era algo de Sherlock. Estuviera él en de acuerdo o no, no tenía derecho a revelárselo.

-Lo que dije -repitió Lestrade. Notó como respiraba profundo, intentando calmarse-. Me envió a hacerle una consulta de la que él sabía la respuesta. De hecho, creo que sabía que ella no la sabía.

John fijó la mirada frente a él un momento, poniendo en orden sus ideas.

-Nunca se puede saber exactamente qué traman Sherlock e Irene -le respondió con cautela. Luego le hizo una seña al detective para que entrara y se sentara, pero Lestrade negó, no tenía intenciones de quedarse aparentemente. Optó por quedarse de pie él también.

-La primera vez que la mandó a verme quería que me robara -declaró el inspector. No sonaba enfadado ante ese recuerdo, más bien resignado. Sin embargo, esta segunda trampa parecía alterarlo particularmente-. No me parece descabellado pensar que esta vez también pretendía algo.

John lo miró a los ojos.

-Tal vez sólo quería que tuvieran oportunidad de despedirse.

En ese momento se dio cuenta de que el inspector no sabía a qué se refería. Vio como fruncía el ceño y a pesar de que no tenía intenciones de quedarse entró un poco más al apartamento, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado, como si creyera haber escuchado mal.

-¿Qué?

John se humedeció los labios mientras maldecía mentalmente que Irene no se hubiera tomado la molestia de informarle a Lestrade de su partida cuando parecía haberla tenido tan clara y planificada desde mucho tiempo antes.

-Irene se marchó esta mañana de Londres.

No habría podido definir las emociones que cruzaron por el rostro del inspector. Había palidecido ligeramente y había desviado la mirada mientras procesaba sus palabras, que pesaban en el silencio del salón.

-¿Qué? -Repitió Lestrade, más para él mismo que como si esperara que volviera a responderle-. ¿Por qué?

John ladeó la cabeza. No estaba seguro de qué tanto debía decirle.

-Necesita desaparecer un tiempo. De nuevo.

Lestrade se llevó una mano a la cara, cubriéndose la boca un momento y luego pasándola por su cabeza.

-¿Está en peligro? -Preguntó tras un momento, mirándolo con seriedad.

John frunció el ceño.

-Irene sabe cuidarse -replicó con tacto.

El inspector se mordió el labio inferior. Su rostro se había teñido por completo de preocupación y pesadumbre, abandonando parte de la agitación anterior.

-¿Volverá? -Preguntó tras un momento.

-Eso espero -respondió John haciendo una pausa también. La verdad así era. Las consecuencias de que Irene no sobreviviera no pintaban bien para nadie. Ni Sherlock, ni Lestrade, ni el mismo país.

Lestrade se metió las manos en los bolsillos y resopló.

-Si Sherlock hubiera querido que se despidiera de mí, que lo dudo -acotó lanzándole una significativa mirada de incredulidad-, habría fallado estrepitosamente.

John la miró con curiosidad. ¿Qué había ocurrido en ese encuentro? Lestrade tenía una actitud muy distinta a cuando había hablado con él sobre la mujer. Lo alterado que estaba con Sherlock por haberlo hecho visitarla y el tono en que había hecho ese último comentario lo alarmaban. ¿Qué le había hecho Irene?

-No te dijo nada, asumo -comentó con la intención de hacerlo hablar más.

Lestrade chasqueó la lengua, negando.

-Oh, dijo muchas cosas… pero ninguna fue un hasta luego. De hecho, en cierta forma fui yo quien se despidió -Sonrió con ironía y lo miró-. Tal vez ella quería darme algunas opiniones sobre mi vida como despedida.

John abrió mucho los ojos, sorprendido por lo que acababa de decirle. Lestrade, sin embargo, parecía dispuesto a irse en ese momento.

-¿Qué te dijo? -Preguntó John de manera algo precipitada.

El inspector se encogió de hombros.

-Supongo que nada nuevo, pero desde otro punto de vista -respondió con poca convicción. Luego sonrió de la misma manera irónica que lo había hecho antes y lo miró-. Es curioso, creo que habrías estado de acuerdo con ella aunque nunca lo hubieras dicho de esa forma.

La idea de que hubiera estado de acuerdo con Irene lo sorprendió también. Antes de que reaccionara para decir algo, el inspector se dirigió a la puerta.

-Dile a Sherlock que tengo que hablar con él sobre esto -le pidió antes de salir.

John supo entonces que tendría que hablar con Lestrade de nuevo luego, aquel no era el momento.

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Irene Adler se había marchado de Londres. No se había esperado para nada esa noticia. Creía que la falta de mensajes por su parte se debía a la manera en la cual se habían separado la noche anterior. Después de todo, él había hablado en términos de no verse más. De no “usar” lo que había entre ellos para enfrentar los problemas con su esposa.

Quizá la mujer había considerado irrelevante decirle que se iba si él estaba poniendo distancia de por medio primero. Tal vez él la había hecho cambiar de tema, sin darle tiempo de despedirse después de besarlo.

Pero si Sherlock no lo hubiera enviado allí, ni siquiera se hubieran visto antes de su marcha.

¿O sí?

Lestrade resopló mientras seguía conduciendo. Debía volver a la oficina pero había dado un rodeo mientras intentaba despejar su mente. Al dirigirse a Baker Street había estado alterado. Una vez más, Sherlock lo utilizaba de alguna manera sin explicarle nada ni antes ni después. Debía estar habituado ya, pero en esta ocasión lo había tomado por sorpresa. Probablemente más por Irene que por Sherlock, pero era más fácil pedirle explicaciones al detective.

Ahora sabía que no podía pedírselas a ella tampoco.

Pensó en enviarle un mensaje, pero desistió. Si no le había dicho de su marcha, probablemente tampoco querría tener contacto con él por otro medio. Además, él era quien quería alejarse de ella mientras pensaba mejor la situación con su esposa.

Respiró profundo mientras esperaba paso en una esquina.

Irene había vuelto a hacer lo mismo que la primera vez. Aparecer de la nada, trastocarlo, cuestionar su situación, hacerlo hablar de lo que dolía y luego, desaparecer. Solamente que esta vez había durado más tiempo.

Había significado mucho más.

Detuvo su auto justo donde lo había hecho la noche anterior. No sabía en qué momento había definido su rumbo hacia la dirección en la que Sherlock lo había enviado a buscarla, pero allí estaba. De acuerdo a John, ya Irene no se encontraba allí ni lo estaría en algún tiempo. De hecho, no había garantía de que regresara, ni de que regresara a esa casa… Ni de que volviera a tener contacto con él si lo hacía.

¿Qué había pretendido Sherlock enviándolo a verla la noche anterior?

Se restregó la cara con la mano derecha. No podía seguir esa línea de pensamientos o se iba a volver loco. Ya hacía mucho tiempo había llegado a la conclusión de que no tenía sentido torturarse tratando de entender a Sherlock: esperar a que se explicase siempre era mejor. Tal vez sucedía lo mismo con Irene, aunque sospechaba que en su caso más bien lo que debía hacer era asumir que el misterio siempre la rodearía.

Sonrió para sí al pensar eso. Casi que podía palpar en su memoria el aire de intriga y peligro que la rodeaba. Era parte de su encanto.

Algo debía estar muy mal en él, porque la idea solo pronunció su sonrisa. Se recostó en el asiento del carro y dejó escapar el aire de sus pulmones, cerrando los ojos un momento.

Irene Adler había sido una experiencia completa, desde su regreso de la nada hasta su marcha sin despedida. Había llegado a replantearle varias cosas de su vida. No podía engañarse, siempre había sabido que su matrimonio no estaba bien. Tampoco era la primera persona que se lo señalaba. Sin embargo, ella lo había obligado a enfrentarse con ello. El efecto que causaba sobre él lo había hecho. Luego, como el broche final, habían estado sus palabras. Nadie le había hablado nunca de esa forma con respecto a su matrimonio, dudaba que nadie más se atreviera.

Abrió los ojos y fijó la mirada una vez más en la casa, a la cual habían colgado un letrero de “se alquila”.

A pesar de que Sherlock tuviera alguna intención oculta al enviarlo a ver a Irene; a pesar de que ella pudiera haber tenido alguna intención secreta para acercarse a él, el paso de la mujer por su vida había dejado una huella muy difícil de ignorar. Tampoco estaba seguro de querer ignorarla.

La vibración del teléfono en su bolsillo lo sacó de sus reflexiones. Al sacarlo leyó el nombre de Hopkins en el identificador. Contestó de inmediato.

-Hola -saludó el joven inspector con un tono ligeramente cauteloso.

-Dime -respondió él para indicarle que podía hablar.

-Tenemos un caso -replicó Hopkins con un tono más seguro y distendido al saber que no estaba interrumpiendo-. Gregson lo quiere, como usted no está aquí dijo que podía atenderlo, pero… se ve interesante y de momento es nuestro.

El inspector cerró los ojos. Un caso. Excelente.

-Es nuestro -reafirmó él-. Envíame la dirección, te veo ahí.

-¡Genial! -Exclamó Hopkins con el poco decoro del que solía hacer gala cuando un caso le llamaba particularmente la atención-. ¿Llamo a Sherlock?

Lestrade chasqueó la lengua con impaciencia, encendiendo el auto de nuevo.

-¿Scotland Yard te paga por resolver casos o por ver en primera fila a tu ídolo resolviéndolos? -Preguntó en tono ligeramente burlón-. Veamos la escena primero. Debe haber casos que podamos resolver solos. Además, ya debes haber aprendido algo de él a esta altura.

Aunque no pudiera ver a Hopkins en ese momento, podía visualizar tanto su sonrisa ligeramente avergonzada como el orgullo brillando en su mirada.

Volvería a enfocarse en el trabajo, eso se le daba bien. Sin embargo, sabía que le quedaba mucho que pensar cuando estuviera a solas y fuera de servicio de nuevo.

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El caso había resultado tan interesante como parecía, pero Lestrade había insistido en que lo llevaran solos. Hopkins no iba a quejarse. Si bien le encantaba ver a Sherlock trabajar, poder probarse a sí mismo en el campo era lo mejor.

Con Lestrade había tenido la oportunidad de convertirse en el detective inspector que siempre había querido ser. Al menos estaba camino de serlo. De no haber sido por su obstinado empeño en que aquella era su vocación, seguramente habría renunciado en sus inicios. Trabajar bajo las órdenes de Donovan había sido muy diferente y mucho menos gratificante.

Ahora por suerte, la inspectora trabajaba en otra unidad y no tenía que verla casi nunca. Después de que la retiraran de su cargo tras el regreso de Sherlock y someter todos los casos que ella había llevado entonces a revisión, Donovan había dejado la unidad de homicidios en apariencia de manera definitiva. Le estaba yendo bastante bien donde estaba ahora y no se cruzaban casi nunca.

Era lo mejor para todos, en opinión de Hopkins.

Además, él esperaba quedarse mucho tiempo allí como la mano derecha de Lestrade. Tanto, que tal vez eventualmente tendría su propio equipo de trabajo. Pero para entonces ya habría aprendido todo lo que fuera posible tanto de Sherlock como de su jefe actual.

Si bien era cierto que admiraba muchísimo al detective consultor, también quería aprender muchísimas cosas de su jefe. Si Sherlock era un experto leyendo escenas del crimen y resolviendo misterios desde las pistas, Lestrade tenía otras habilidades de las cuales Hopkins se sabía carente. En especial, todo lo relacionado a interrogatorios, tanto de víctimas y testigos como de sospechosos.

También tenía que aprender sobre el trabajo en equipo, en especial sobre el trato. Siempre había sido una persona sociable, pero en el plano laboral las cosas eran diferentes. Sabía que esa misma mañana se había equivocado hablando con Lestrade. Por más confianza o cariño que se le tenga a un jefe, no se le pueden decir esas cosas sobre su matrimonio. Ya debería haberlo aprendido.

Tuvo aquello presente durante todo el caso, aunque Lestrade no parecía continuar enfadado. En realidad era muy paciente con él la mayor parte del tiempo. Sabía que se había excedido en algún momento cuando la cantidad de trabajo y papeleo que le asignaba daba era demasiado, pero sus enfados no solían pasar de allí.

Sin embargo, en medio de un caso, su jefe parecía haber olvidado lo que fuera que le estaba preocupando desde el caso de las marcas del cordón de oración. Le encargó a él supervisar el manejo de la escena y se dedicó a hacer entrevistas e indagar en los alrededores del lugar. Luego, el caso transcurrió por sí mismo: interrogatorios, búsquedas de datos, dormir unas tres horas en la oficina (no valía la pena ir a casa por tan poco tiempo), más interrogatorios, más visitas al laboratorio por resultados… e ir a buscar ya a alguien por el crimen. No estaba resultando tan complicado.

Mientras esperaban en el auto a que su principal sospechosa hiciera acto de aparición en el pub donde trabajaba después de la hora de almuerzo, Hopkins vio su oportunidad de hablar con su jefe.

-Sabe, quería disculparme -dijo yendo directo al punto. No quería arriesgarse a que la sospechosa apareciera demasiado pronto y lo dejara a medias con lo que quería decirle.

Lestrade lo miró con extrañeza. Había pasado todo el caso ensimismado, por lo que no le extrañó que frunciera el ceño como si no tuviera idea de a qué se refería.

-¿Qué hiciste? -Preguntó con cautela y algo cercano al fastidio-. Si hay que rehacer algún trabajo para sostener un caso te tocará hacerlo solo.

Hopkins se enderezó ofendido. ¿Comprometer un caso? ¡Nunca!

-¡No hice nada que afecte al caso, ni a este ni a ninguno! -Su apasionada respuesta le valió una mirada cargada de incomprensión. Vaya, tal vez no tenía que disculparse, pero ya había empezado-. Me refería a lo que le dije ayer sobre su matrimonio. Supongo que estuvo fuera de lugar.

Lestrade lo miró unos segundos como si no se pudiera creer que estaba trayendo de nuevo el tema a colación. Él mismo empezaba a sospechar que debió dejar el tema en paz.

Para su suerte, el inspector sonrió con burla tras unos momentos.

-Supones, ¿eh? -Chasqueó la lengua y se rió. No parecía burlarse de él propiamente. La idea parecía hacerle gracia. La ironía que usó después tampoco tenía un tono particularmente hiriente, quizá sí un poco amargo-. Todo el mundo ha expresado su opinión al respecto, no veo por qué no ibas a hacerlo también.

Hopkins suspiró. No había pretendido devolver a su jefe al estado taciturno en que estaba antes del caso. Pero tampoco podía quedarse callado. Algo ocurría con Lestrade. Estaba inquieto, ausente mientras no trabajaban y extremadamente pensativo.

-Solo quiero ayudar -se mordió el labio inferior, sería mejor quedarse callado.

Su jefe lo miró con más curiosidad que enfado.

-¿Cómo? -Preguntó con escepticismo-. Sé que crees que sabes mucho de relaciones, pero el matrimonio en la vida de los policías es otra cosa.

Hopkins frunció el ceño.

-Depende del matrimonio. A la oficina llega la esposa de Dimmock con su hijo todo el tiempo cuando a él le toca hacer turnos y no puede ir a casa. No parecen tener problemas.

Lestrade negó con impaciencia.

-Dimmock tiene solo como cuatro años de casado. No es lo mismo.

En aquel punto tenía razón, claro. Pero sabía que los policías lograban mantener relaciones largas y sanas. Tal vez no todos, pero algunos.

-De acuerdo, tal vez no todos los policías tengan relaciones sanas y felices, pero algunos lo logran -señaló con un tono que podría haber sido considerado acusatorio-. No se puede partir de que no es posible. ¿Qué sentido tiene entonces seguir casado si los dos van a ser infelices?

Se dio cuenta que había hablado demasiado, otra vez, demasiado tarde. Lestrade le sostuvo la mirada y apretó las manos en el volante haciendo que sus nudillos se pusieran blancos…

-¿Así quieres ayudar? -Preguntó finalmente con incredulidad.

Hopkins resopló y recostó la cabeza en el espaldar del asiento del copiloto.

-No lo sé, usted es el que sabe qué necesita -replicó frunciendo el ceño-. Puedo hablar, puedo distraerlo, puedo trabajar doble turno, ¡incluso puedo darle mi cuarto extra en el apartamento! Quiero ayudar.

Su jefe lo miró fijamente unos momentos. Se humedeció los labios y negó.

-Hablas en serio -dijo finalmente. No era una pregunta. Sonaba ligeramente divertido, como si le pareciera la peor idea posible. Sin embargo, Hopkins era capaz de notar que estaba un poco halagado.

Alzó ambas cejas ante la afirmación.

-Por supuesto que hablo en serio -respondió con rapidez-. Es el mejor jefe que he tenido… y una buena persona. Me gustaría ayudarlo, solo que evidentemente no sé cómo.

Lestrade sonrió ligeramente, aunque su expresión no era particularmente feliz. Parecía cansado aunque divertido. Tamborileó con los dedos sobre el volante y asintió.

-Si acabamos temprano, podríamos ir a tomar algo -dijo desviando la mirada hacia la calle. Su tono bajó ligeramente-. No me gusta tomar solo. Solo un trago… una conversación que no sea de trabajo, ni de mi vida, ni de Sherlock. ¿Podrías con ello?

Hopkins decidió ignorar el tono ligeramente burlón de la pregunta.

-Por supuesto -replicó con convicción.

Luego sonrió mientras veía hacia la calle de nuevo y Lestrade le señalaba que su sospechosa se acercaba. Con suerte, terminarían temprano.

Una sensación de orgullo se expandió en su pecho. Parecía que finalmente iba a poder hacer algo por su jefe que no se tratara solamente de trabajo.

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Cuando Sherlock llegó a lo alto de la escalera tuvo dos cosas claras: Lestrade se había pasado por el apartamento y la señora Hudson seguía con dolor en la cadera. Lo primero lo sabía porque la manera de caminar del inspector dejaba huellas muy características, con esa inclinación marcada a la derecha. Además, siempre usaba los mismos zapatos cuando estaba de servicio. Lo segundo lo sabía porque, de encontrarse bien, su casera ya habría limpiado el pasillo al ver esas manchas de pisadas en el suelo.

Al entrar al apartamento se encontró a John con la computadora encendida, inclinado ligeramente hacia adelante, con la mirada fija en la pantalla y los dedos sobre el teclado sin moverse. Síntoma característico de estar escribiéndole a su hermana, o mejor dicho, intentando escribirle.

-Al fin estás aquí -comentó recostándose en la silla pero sin apartar los dedos del teclado. Lo miró acusatoriamente, de esa manera que implicaba que él debía saber lo que había hecho mal.

Se quitó la bufanda con calma y la dejó a un lado.

-¿Me necesitabas para algo? -Preguntó con algo de tacto, o eso esperaba. Recién habían limado asperezas en la mañana y no le gustaba que John pasara mucho tiempo enojado con él.

-Yo no, pero Lestrade sí, como supusiste -replicó John con seriedad. Estaba molesto, de nuevo-. ¿Sabías que Irene no le mencionó que se iba?

Sherlock hizo un gesto de indiferencia, no le extrañaba lo más mínimo.

-Si yo no hubiera cortado sus planes, tampoco nosotros sabríamos de su marcha -le señaló con frialdad.

No le molestaba la idea. Irene no le daba cuentas a nadie de lo que hacía y no iba a empezar por dárselas a ellos. Mucho menos a Lestrade.

John respiró profundo antes de hablar de nuevo. Eso era seña de que a su parecer él no estaba captando lo que quería decirle.

-Pero tú la conoces y sabes eso. Lestrade no -declaró con preocupación-. No supe cuánto podía decirle.

Eso era entonces. Estaba preocupado por Lestrade. Le parecía que su compañero consideraba al inspector menos fuerte de lo que en realidad era. Probablemente porque no lo había visto obligándolo a llevar un proceso de desintoxicación en su momento, aunque le valiera una de las separaciones temporales con su esposa.

-Hablaré con él -le aseguró Sherlock esperando apaciguar su molestia de ese modo. De cualquier manera, siempre había estado entre sus planes hablar con Lestrade.

Solamente no era una de sus prioridades ese día. Había otras cosas más urgentes aunque John no fuera capaz de apreciarlas.

-Oh, tienes que hacerlo -señaló John sin lugar a réplicas-. Sabe que lo engañaste para que fuera a hablar con Irene y quiere saber por qué.

Sabía que se daría cuenta cuando Hopkins le explicara la manera en que había atrapado al asesino, nunca había sido su intención ocultárselo demasiado tiempo. Aunque John creyera lo contrario, sí le preocupaba la relación de Lestrade e Irene. Consideraba apropiado que el inspector supiera cómo era la mujer. Sin embargo, no creía que eso lo alejara de ella.

Si Lestrade lo había aguantado a él hasta la fecha, dudaba que tuviera mayor problema en hacerlo con Irene mientras la encontrara “interesante”, “con un gran potencial”, “particular”, o cualquier adjetivo por el estilo.

-De acuerdo -replicó secamente, mientras se quitaba su abrigo también. No pensaba salir más ese día. Tocaría el violín un rato para pensar en todo lo que había sucedido. O al menos eso habría hecho si John no hubiera continuado mirándolo de ese modo-. ¿Sucede algo más?

John suspiró.

-¿Has sabido algo de Irene?

Sherlock sonrió de medio lado.

-Claro que no -respondió. Era obvio que no sabría nada de ella. Lo prefería. Si tuviera alguna noticia, sería porque las cosas no marchaban como la mujer planeaba y eso sería peligroso.

John frunció el ceño y se cruzó de brazos. La carta para su hermana quedaría para otro día.

-Creí que andabas donde Mycroft. ¿Él no sabe nada?

El detective consultor esbozó una mueca de desdén ante la mención de su hermano, quien a la fecha no había logrado encontrarle el punto a Irene. La mujer lo había engañado para conseguir el código de sus proyectos con los aviones, lo había engañado dos veces con su muerte y ahora lo usaba para deshacerse de sus enemigos. Lo que Mycroft pudiera pensar o no de ella lo tenía sin cuidado.

-Es lo suficientemente listo para saber que debe concentrarse en eliminar al grupo que la busca. Y no andaba hablando con Mycroft.

La verdad era que había hablado bastante rato con su hermano, quien lo había regañado por implicarse en el manejo de las cosas con la mujer y había intentado sonsacarle qué sabía él sobre su huida. Pero ese no había sido el objetivo de la visita que le había realizado.

John arqueó ambas cejas.

-¿Entonces?

-Hablé con Violet Norton -replicó, al tiempo que cruzaba las manos en la espalda. Hablarlo con John podía ser aún más efectivo que una noche de violín-. Quería comprobar que la mujer no nos engañaba o no se equivocaba al decir que la chica no sabía nada.

Había sido una conversación más difícil de lo que había pensado. Si bien Violet no resultaba tan interesante como se podría haber pensado que sería una persona cuya compañía apreciaba la mujer, su fidelidad y adoración hacia Irene la hacían difícil de tratar pues hablaba con mucho tiento sobre su jefa.

-¿La asistente? Irene dijo que no sabía nada importante -le recordó John.

A Sherlock le resultaba curioso como a pesar de lo poco que confiaba su compañero en la mujer, diera por hecho lo que esta decía.

-Y no lo sabe -aseguró-. Pude confirmarlo en una conversación bastante difícil. No parezco ser de su agrado.

John sonrió con burla ante esta declaración. La expresión de Sherlock se tornó ligeramente ofendida.

-Tienes ese efecto en la gente -señaló su compañero.

Sherlock apretó los labios un momento.

-Violet dijo que hubiera preferido hablar contigo porque la habrías entendido mejor.

La risa de John desapareció al escuchar que su nombre había salido en la conversación.

-¿Yo?

Sherlock contuvo una sonrisita burlona de respuesta.

-Parece creer que sus posiciones en esta relación son… parecidas. -Aunque no lo confesaría, él había tardado un momento en distinguir lo que la chica había querido decir con ese comentario, pero por el cambio en la fisonomía de John supo que él lo había captado de inmediato-. En su opinión, debe desagradarte la mujer tanto como yo le desagrado a ella.

Le divertían las reacciones de John cuando surgían esas insinuaciones. Esa ocasión no fue la excepción. Parpadeó, tragó grueso y lo miró como si buscara una mayor explicación a lo dicho por la chica. Sherlock mantuvo silencio hasta que su compañero habló de nuevo, cuidándose mucho de no desviar la mirada y tratando de ignorar lo que le había dicho.

-¿Pero lograste averiguar algo?

Sherlock hizo un ademán desdeñoso ante la pregunta.

-Nada importante. Irene tiene una serie de lugares seguros preparados, nadie los conoce todos y ella administró su preparación sin saber las localizaciones verdaderas de los sitios. Mycroft podría poner a sus técnicos a rastrear las conexiones de red desde los equipos que se utilizaron, pero las computadoras que fueron utilizadas para ello fueron destruidas.

-Previsoras -señaló John con un deje de admiración, muy probablemente sin pretenderlo.

-La mujer está fuera del alcance de Mycroft y muy probablemente, del de sus enemigos -concluyó.

La idea le daba tranquilidad suficiente para dejar de lado aquel problema y dedicarse a otras cosas. La mujer reaparecería a su debido tiempo. Su capacidad de sobrevivencia era admirable.

-Así que también está lejos de nosotros -señaló John.

Casi podía ver sus músculos relajarse ante esa idea. Solía estar muy tenso cuando Irene estaba cerca. No podía culparlo por ello.

-Por un tiempo, sí -replicó Sherlock, aunque estaba seguro de que en esta ocasión la ausencia no sería demasiado prolongada.

John asintió. Sabía que su compañero apreciaba la confirmación de aquel hecho. Cerró la computadora dando por finalizados sus infructuosos intentos de escribirle a Harry.

-¿Qué sucederá con Violet? -Preguntó finalmente, retomando el tema de la asistente de la mujer.

Sherlock se dirigió en busca de su violín, presintiendo el final de la conversación.

-Probablemente se quede bajo la protección de Mycroft haciéndole creer a los que le interrogan que sabe más de lo que en verdad sabe -señaló con indiferencia. No le importaba lo que sucediera con la chica, pero era lo más listo. Si ella no podía deducirlo por sí sola, Irene la habría dejado instruida para ello.

El doctor arrugó el rostro y negó. Su respuesta parecía haberlo indignado.

-¿Tan poco se preocupa Irene por ella? -Replicó tras un momento-. ¿La usa de cebo para escapar y la deja en manos de Mycroft?

Sherlock lo miró con seriedad.

-Si Violet estuviera libre, sería la mejor fuente de información para este grupo terrorista del que está huyendo Irene. Es mejor que esté en manos del gobierno que está esperando que Irene les dé algo, en lugar de en un grupo que quiere vengarse de ella.

John lo miró con incredulidad.

-Entonces, Irene lo hizo para protegerla -dijo en un tono acorde a su expresión.

El detective empezaba a aburrirse del tema. Violet Norton no merecía tanta preocupación.

-Es un valor importante para ella -señaló. Encargada de manejar su negocio, discípula de su oficio, compañera sexual, devota y fiel en extremo. No le extrañaba que fuera un valor que Irene quisiera recuperar al volver a restablecerse en Londres.

John frunció el ceño como si su declaración no le calzara para nada con Irene. Probablemente había tomado “importante” como algo emocional. Típico de él.

-Un valor -repitió el doctor, como si no le pareciera el término más apropiado.

-Su devoción por la mujer alcanza niveles ridículos -señaló acomodándose el instrumento sobre el hombro y tomando el arco, disponiéndose a tocar-. Haría cualquier cosa por ella sin pedir explicaciones antes.

John rodó los ojos.

-Supongo que quieres decir que la quiere -señaló como si estuviera corrigiéndolo.

Sherlock no replicó, estaba aburrido ya de esa conversación. Empezó a tocar mientras veía a John darlo por perdido y dirigirse a su habitación. En cierta forma, Violet tenía razón en una cosa: su compañero la habría entendido mejor.

Sin embargo, sus relaciones no iguales. Él nunca podría catalogar a John simplemente como un valor: era mucho más.

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El caso había estado muy interesante, tal y como Hopkins había señalado. El chico tenía una capacidad muy buena para evaluar al inicio de los casos que tan complicados serían. Por suerte, también tenía los recursos necesarios para encararlos, al menos la mayor parte del tiempo. Sería un gran inspector.

Sorprendentemente, también había resultado un buen compañero para salir a tomar algo. Siempre tenía anécdotas suyas o de algún amigo que hacían a cualquiera doblarse de la risa. La noche anterior habían pasado a tomar algo antes de volver a casa y esa noche también, para celebrar el arresto realizado. En definitiva era mejor que ir a beber solo a algún deprimente bar. Aquello le traía recuerdos de una época que prefería no recordar.

No había llevado el auto, previendo que tomarían algo. La noche era fresca así que había decidido caminar. Tal vez no sería lo más seguro pero le daba tiempo para pensar. Entre el trabajo, salir con Hopkins y las últimas noches en casa en las cuales su esposa había llegado temprano, no tenía oportunidad de hacerlo. Siendo sincero, en parte por eso se mantenía siempre ocupado.

De cualquier forma, había llegado a la determinación de que algo tenía que cambiar.

A dos cuadras de su casa sin embargo, sus pensamientos se detuvieron bruscamente. Conocía al hombre que permanecía de pie en la esquina siguiente, mirando en su dirección. El porte erguido, la bufanda al cuello y el abrigo largo ceñido eran inconfundibles.

Se fijó a ambos lados y cruzó la calle de inmediato. A esa hora no había casi tránsito en esa zona.

-¿Qué haces aquí? -Preguntó con extrañeza.

Sherlock le dedicó su mirada marca registrada de “es obvio”.

-Te espero.

Lestrade parpadeó confuso.

-¿Aquí? ¿Por qué no en mi casa?

Sherlock arqueó una ceja.

-Tu esposa está en tu casa.

No le parecía una explicación suficiente. En más de una ocasión Sherlock lo había esperado en casa solo para fastidiar a su esposa, pues era consciente de lo poco que le agradaba a la mujer.

-Eso no te ha detenido antes -le recordó.

-Tal vez esta vez no quiero que escuche lo que tenemos hablar -señaló con esa voz grave que utilizaba para tratar algo grave-. John dijo que querías hablar conmigo sobre Irene Adler.

Aquello era encontrarse con sus pensamientos en la calle. Había rehuido pensar demasiado en lo sucedido, esperando que con el paso de los días fuera más fácil digerirlo todo. No había intentado contactar con Sherlock de nuevo porque los casos lo habían tenido muy ocupado y en su lugar, allí estaba el detective esperándolo para hablar de ello.

Realmente prefería hacerlo lejos de su esposa.

-Caminemos -le pidió señalando en dirección a su casa. Tampoco quería extenderse demasiado en esa conversación.

Sherlock asintió y empezó a avanzar con él con calma.

-¿Y bien? -Preguntó tras un momento.

Lestrade inspiró. Sherlock sabía perfectamente lo que quería de él, pero no iba solo a decírselo, no. Quería hacerlo a hablar. Con el detective no había otra opción más que adaptarse a sus normas.

Mejor hacerlo rápido.

-¿Por qué me enviaste donde Irene para preguntarle por las marcas si sabías lo que eran?

El detective asintió, era la pregunta que esperaba.

-Irene quería el número de Mycroft -contestó de manera mecánica, como si no tuviera la mayor importancia-. Sabía que tú lo tenías y pensaba conseguirlo contigo. Su tiempo para dejar Londres se agotaba y no se iría sin intentar conseguirlo primero.

Lestrade se detuvo de golpe.

-¿El número de Mycroft? ¿Por qué? -El sentimiento de perplejidad dio paso al de alarma-. Tu hermano va a matarme, ¡no debía dárselo a nadie!

-No se lo diste -lo tranquilizó Sherlock con expresión de suficiencia, ganándose que le dedicara una mirada de reproche pero continuara caminando con él.

-¿Qué quieres decir? Me hiciste darle el teléfono, no tengo el número bloqueado ni nada -le recriminó sacando el teléfono de su bolsillo precipitadamente.

-Me hice cargo de ello desde antes -le aseguró Sherlock con calma.

Lestrade buscó el número y al abrirlo descubrió que efectivamente ya no lo tenía. Miró a Sherlock con creciente molestia.

-¿Lo borraste? ¡Sherlock! ¿Qué pasa si necesito hablar con tu hermano?

Supo de inmediato que no debía haber dicho eso. Sherlock se detuvo de nuevo y lo encaró frunciendo el ceño pronunciadamente.

-No tienes nada que hablar con Mycroft. Sus negocios juntos acabaron hace mucho tiempo.

Era cierto que no había vuelto a llamar al mayor de los Holmes desde que el consumo de drogas ilícitas de Sherlock había cesado. Pero en ocasiones él lo contactaba por alguna razón, para gran molestia del detective consultor.

Lestrade prefería no discutir ese punto de nuevo. Sabía que Sherlock nunca le había perdonado del todo la alianza con su hermano. De cualquier manera, había cosas más inmediatas de las cuales hablar.

-¿Por qué querría Irene contactar a Mycroft? Me dijiste que no lo conocía. -Sherlock sonrió con la expresión que solía utilizar cuando él caía en alguna de sus trampas, diseñadas para atrapar a algún sospechoso. Entonces lo comprendió-. ¿Me mentiste?

-No quería a Mycroft involucrado en esto -admitió el detective sin el menor rastro de remordimiento.

Menos mal que el camino estaba desierto. No le gustaba discutir en media calle. Si su esposa se daba cuenta de que le había dado un espectáculo a los vecinos junto a Sherlock le hubiera esperado una discusión real en la casa: nunca había tolerado al detective consultor ni su relación.

-¿Pero por qué Irene quería contactarlo a él? -Insistió.

El detective retrocedió y se dispuso a continuar caminando. Lestrade tuvo que apresurarse a reaccionar para llevarle el paso.

-La mujer quería negociar con Mycroft algunos asuntos de su seguridad. No te alteres -añadió con rapidez antes de que Lestrade reaccionara-: está segura.

El inspector sentía la confusión bullir en su interior. Había creído que al hablar con Sherlock todo sería más claro. Sin embargo, no era así. O tal vez sí, pero no le gustaba lo que escuchaba. Aunque se había hecho a la idea de que el envío donde Irene tenía algún motivo oculto, no había pensado que toda su relación con Irene se basara en algo tan ínfimo como que ella quisiera conseguir un número que él tenía.

Frunció el ceño al pensar en ese punto.

-¿Cómo sabía Irene que yo tenía ese número? -Preguntó con duda.

Notó que la pregunta incomodaba a Sherlock, quien se metió las manos en los bolsillos del abrigo con dignidad y desvió la mirada hacia el frente.

-Puedo haberlo mencionado en algún momento.

Le habría gustado saber exactamente qué tipo de relación tenían Sherlock e Irene Adler. Sin embargo, no estaba seguro de querer abordar el tema en ese momento. Cruzaron otra calle, ya se acercaban a su casa. Pudo ver la luz encendida en el segundo piso. Su esposa lo estaba esperando.

-¿Crees que Irene estará bien? -Preguntó tras un momento.

-Sí -afirmó Sherlock con seguridad-. ¿Te preocupa?

-Mucho -afirmó al tiempo que asentía. Se detuvieron frente a la casa y miró a Sherlock a los ojos. Sus enfados con él, como siempre, duraban poco. En cierta forma, estaba acostumbrado. Notó el interés brillar en los ojos de Sherlock ante su afirmación-. Es una persona especial.

El detective sonrió de medio lado con ironía, como si su declaración confirmara algo que ya sabía.

-Supongo que habrá sido muy especial contigo -señaló, dando un énfasis especial al adjetivo.

El recuerdo de los labios de Irene sobre los suyos vino claro a su memoria ante la afirmación de Sherlock, igual que el tacto de su piel bajo sus dedos. Pero también las sonrisas, las miradas de entendimiento, las conversaciones…

-Sí -aceptó sin querer extenderse al respecto.

Sherlock lo miró de reojo.

-La mujer tiene la capacidad de confundir y renovar -añadió.

Lestrade frunció el ceño.

-Me ayudó a ver algunas cosas, aunque no fuera su intención, supongo.

El detective lo miró fijamente, como si estuviera decidiendo si decirle algo.

-Irene nunca hace cosas que no sean su intención -declaró con firmeza.

El inspector frunció el ceño. ¿Qué estaba intentando decirle?

-Dijiste que lo que quería era el número.

Sherlock sonrió con condescendencia. Odiaba esa sonrisa, pero en ese momento, al descalificar su afirmación, le causó una calidez que no esperaba.

-Si la mujer hubiera querido solamente el teléfono, se hubiera limitado a robarte al rencontrarse contigo. No sería la primera vez que lo hace -Se estrechó el abrigo y asintió, dando por terminada la conversación-. Buenas noches, Lestrade.

Se marchó sin esperar réplica. El inspector lo vio alejarse hasta que dobló en la esquina. Tragó grueso repitiendo en su mente toda la conversación que acababan de mantener. Una ráfaga de viento lo hizo estremecerse. Dirigió la mirada hacia la casa. La luz encendida del portal no lo invitaba a entrar.

Sabía que una vez que cruzara el umbral tendría que enfrentarse a las recriminaciones de su esposa sobre su tardanza. Se acostarían en una cama demasiado pequeña y demasiado fría. O tal vez ella buscaría sexo de reconciliación, pero él no tenía ganas.

Necesitaba pensar y el único lugar donde nunca lo lograría, sería allí. Sherlock tenía razón, Irene lo había confundido, pero también había iniciado una renovación que él mismo no terminaba de descifrar el alcance que tendría. No podría hacerlo mientras estuviera inmerso en la relación que debía cambiar.

Tragó grueso una vez más y se pasó una mano por la cara, como siempre que estaba tomando alguna decisión difícil.

Sacó de nuevo su teléfono y buscó un número en la letra S. Marcó rápido, antes de arrepentirse. Espero unos momentos y le contestó una voz entusiasta, a pesar de la tardía hora.

-¡Hola! -El saludo menos formal posible, no debía extrañarle-. ¿Tenemos un caso?

Lestrade sonrió para sí. Acababan de terminar uno. Debería estar molido, pero claro: era mucho más joven que él y su energía era inagotable.

-No, Hopkins. Quería hacerte una pregunta.

Pudo imaginar la expresión extrañada del chico al otro lado de la línea.

-Usted dirá -declaró tras un momento de silencio sólo interrumpido por un quejido que le hacía pensar que Hopkins acababa de chocar con alguna cosa.

Hizo una pausa antes de decidirse. Al hacerlo, lanzó la pregunta con rapidez, antes de arrepentirse.

-¿Aún está disponible esa habitación que mencionaste?

-¡Por supuesto! -Replicó de inmediato el chico con un entusiasmo nada disimulado-. ¿Ahora mismo?

Lestrade suspiró mirando la ventana de su habitación con la luz encendida. Necesitaba alejarse de allí. Por una vez, ser él quien se iba, quien decidía ponerle fin a aquella situación y se retiraba para pensar en ello. Un cambio.

Independientemente de las razones que hubiera tenido Irene para tratar con él, de la manera en que se habían separado o de lo que había sucedido entre ambos, no podía seguir como si nada hubiera sucedido. No cuando Irene lo había hecho ver una realidad que siempre se había negado: él tenía el poder de cambiar su relación o mantenerla.

Tenía que decidir qué quería hacer al respecto y para ello, necesitaba tiempo, espacio. Tomar la iniciativa.

-Sí, por un día o dos, mientras encuentro un lugar.

Casi podía visualizar la sonrisa del inspector al otro lado del teléfono. No era políticamente correcto sonreír cuando un amigo te decía que iba a dejar a su esposa, aunque Hopkins no solía ser políticamente correcto.

Se sorprendió entonces al darse cuenta de que había pensado en el joven como un amigo.

Última entrega: El juego se renueva

personaje: sherlock holmes, personaje: stanley hopkins, fandom: sherlock holmes bbc, personaje: lestrade, personaje: irene adler, personaje: john watson, shipper: irene/lestrade

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