Fandom: Sherlock
Título: El regreso (1/2)
Personajes: Greg Lestrade, Stanley Hopkins (adaptado de los cuentos de sir ACD), Sherlock Holmes, John H. Watson. Menciones a otros detectives de Scotland Yard de la serie y los libros (Donovan, Gregson, Dimmock -el del 1x02-) y personajes de El misterio de la casa deshabitada.
Advertencias: spoilers 2x03. Spoilers de El misterio de la casa deshabitada (The Empty House) y por tanto posibles spoilers del 3x01, dependiendo de si la serie toma los mismos elementos que yo de ese cuento, no puedo saberlo. Pero que nadie diga que le arruiné el caso porque me he basado en el caso de ese cuento aunque no lo siguiera al pie de la letra.
Summary: Inspirado en El misterio de la casa deshabitada. Tras la caída de Sherlock, Lestrade también cae en desgracia en Scotland Yard. Sin embargo, llegará el momento de enterarse de la verdad y ahora, junto al inspector novato del equipo de Donovan, tiene que regresar provisionalmente a la división de homicidios y ser parte de una serie de eventos que tal vez, no sean hechos tan aislados como parecen.
Notas: gracias a
aglaiacallia por toda su ayuda y apoyo durante la escritura de este fic. Ha sido un placer integrar a mi detective favorito de los libros, Stanley Hopkins(1), con mi detective favorito de las adaptaciones, Lestrade de la BBC. Esto es mi versión del regreso de Sherlock desde los ojos de Greg Lestrade.
(1)"Reconocí en él a Stanley Hopkins, joven inspector de policía, del que Holmes esperaba muchísimo en el futuro; él, por su parte, profesaba la admiración y el respeto de un alumno hacia los métodos científicos del famoso detective aficionado." Watson. La Aventura del Negro Peter.
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A veces se pregunta si debería dejar Scotland Yard. Su carrera se ha venido a pique en los últimos meses. Años, debería decirte. Tres años, para ser exactos. Pero meses suena mejor. Menos mal, al menos.
Cada vez parece más lejana la posibilidad de regresar a la división de homicidios, de la que al fin lo desterraron por completo. Tal vez en la empresa privada le iría mejor. Excepto porque Scotland Yard es su vida. Especialmente ahora que es todo lo que tiene.
Suspira mientras mete la llave en la puerta de su apartamento. Se dice con frecuencia que no debería pensar en el pasado. Se pregunta si el recuerdo de todo lo sucedido con Sherlock Holmes dejará de perseguirlo algún día.
Cree que se ha vuelto loco cuando escucha su voz claramente al abrir la puerta.
-Entra rápido. Enciende la luz de la sala de estar pero entra aquí.
Lestrade no hace ninguna de las tres cosas.
-Lestrade - su apellido seguido de ese tono de advertencia. Hacía muchísimo tiempo que no lo escuchaba. No podía ser.
No son las palabras en sí lo que lo toma por sorpresa, ni el hecho de que haya alguien dentro de su apartamento.
Es la voz.
-Rápido -le apresura la voz.
Cierra la puerta por inercia. Camina hacia el salón y enciende la luz. Girarse para entrar en la habitación es más difícil de hacer.
Respira profundo y avanza, tal vez se engaña. Tal vez se enfrenta a algo peligroso. Ha confundido la voz porque estaba pensando en él.
Busca el arma en su cintura.
-No voy a atacarte -dice la voz, y no suena tranquilizadora. De hecho, suena algo hastiada.
Con la otra mano trata de encontrar su teléfono. Tiene muchos meses de no marcar ese número, pero lo hará de ser necesario. Sólo que no se atreve. No va a molestar a Mycroft Holmes por una alucinación que suena como su hermano.
Lestrade llega a la habitación y extiende la mano hacia el interruptor.
-No -lo detiene la voz-. Deben creer que estás en la sala. Cierra la puerta.
Muy despacio lleva la mano hacia la puerta. Se da cuenta entonces de que está temblando un poco. Aquello no puede estar sucediendo, pero puede sentir la presencia en su habitación. No es un fantasma o una aparición, no es una visión producida por el sueño. Hay una persona corpórea en su cuarto, y con la luz que se cuela por las persianas empieza a distinguirlo conforme sus ojos se acostumbran a la penumbra.
La altura correcta, la contextura, el cabello… Por Dios, incluso el abrigo.
Tiene que ser él.
-Estás… vivo - logra decir, aunque todo sigue pareciendo irreal, incluso su voz, ahogada por las emociones de incertidumbre y por qué no, miedo.
-A menos que creas fantasmas aún, ¿qué otra conclusión podrías sacar? -pregunta la voz irritada-. Ahora, dejemos de perder el tiempo. Hay mucho que hacer.
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-¿Por qué estamos encerrados en mi cuarto a oscuras?
Lestrade no sabe cuál es la reacción apropiada cuando alguien que creía muerto desde hacía muchos meses -años- reaparece de repente. ¿Sorpresa? ¿Furia? ¿Alegría? ¿Miedo? Tiene que ayudarse a respirar profundo porque el riesgo de hiperventilar es alto. El conjunto de sensaciones es abrumador, pero la realidad es una.
Sherlock Holmes está sentado en el suelo, frente a la ventana cerrada, con su laptop en las rodillas. La pantalla brinda la única luz en la habitación que se refleja sobre la cama.
No sabe si se debe a la luz azulada de la pantalla, pero Sherlock parece más pálido y delgado. Sus mejillas se marcan demasiado y juraría que las sombras bajo sus ojos están marcadas en su piel. No parece haber dormido ni comido bien en algún tiempo.
-Porque te están vigilando, obviamente -contesta Sherlock mientras busca la página oficial de Scotland Yard.
-¿A mí? -remarca sin creerlo. Había supuesto que la razón de tanto secretismo debía ser a causa de Sherlock, no de una vigilancia previa a su llegada-. ¿Por qué?
-Si resulto estar vivo -le explica Sherlock distraídamente mientras busca lo que necesita tras haber ingresado con su clave-, te matarán.
-¡¿Matarme?! -Lestrade no entiende nada-. ¿Quién? ¿Por qué?
-No tenemos que preocuparnos sobre eso mientras no sepan que estoy aquí -masculla Sherlock. Sonríe satisfecho, parece haber encontrado lo que buscaba.
-Debería arrestarte - señala Lestrade al verlo transferir un archivo.
-No seas ridículo, no puedes arrestar a un muerto.
Cierra la computadora y se queda mirando un momento al vacío, pensando. Lestrade tiene tantas preguntas que se le ahogan en la garganta. Tantos reclamos y tantas emociones que no sabe cómo no lo ha golpeado todavía. Ni siquiera le ha dejado saber que se alegra de que esté vivo.
Hay otra cosa más que se lo impide. La duda, la culpa. Todas esas noches que se dijo que se disculparía si aún tuviera oportunidad.
Respira profundo mientras Sherlock está poniéndose la bufanda, como si se dispusiera a irse.
-Sherlock -empieza Lestrade. Dice las primeras palabras con aplomo pero luego no sabe como seguir.
El detective hace un claro sonido de disgusto.
-No ahora.
Lestrade frunce el ceño.
-Tenemos que hablar -replica, empezando a sentir que la furia le gana a otras emociones.
Sherlock se termina de acomodar el abrigo y la bufanda, antes de mirarlo con ese deje de superioridad que puede imaginar perfectamente por su tono de voz, a pesar de que la poca luz en el cuarto no lo deje notarlo.
-¿Te he preguntado por la división de tránsito en que estás ahora y por qué Donovan está llevando la investigación del asesinato de Ronald Adair? ¿Te he preguntado por tu esposa?
Lestrade desvía la mirada.
-No se necesitan tus habilidades para deducir sobre todo eso.
-Nada de eso importa ahora -replica Sherlock con impaciencia. Lestrade tarda un momento en darse cuenta de que le está tendiendo un teléfono móvil que no conoce-. Sabrás de mí.
El inspector mira su mano dudoso. Realmente no debe dejarlo ir. Si no está muerto, es un criminal en fuga. Además, planea irse sin explicarle nada. La avalancha de preguntas que no hizo al verlo surge en ese momento.
Sin embargo, opta por solamente una de ellas.
-¿John sabe? -Pregunta sin tomar el teléfono.
Con la poca luz que se cuela por las ventanas cerradas, puede ver endurecerse el rostro de Sherlock, como si intentara intensificar una máscara imposible de descifrar.
-No -replica-. Pero seré yo quien se lo diga.
La mano con el teléfono sigue frente a él. Lestrade sabe que lo prudente sería no tomarlo. Sabe que si en Scotland Yard se dan cuenta de esto sería su final.
Pero extiende la mano y lo toma, aun mirando a Sherlock a los ojos. Sabe que es la mejor disculpa que puede darle. La mejor manera de decirle lo que no encontró palabras para decir.
Aún confía en él y se alegra de tenerlo de vuelta.
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Sherlock está vivo.
Es su primer pensamiento al despertarse. Si no se tilda por loco, es porque el teléfono que le dio la noche anterior amanece junto a él, a unos centímetros de sus dedos.
No recuerda haberse ido a acostar. Parpadea y contiene un gemido cuando percibe un dolor punzante en el cuello. Es entonces cuando se da cuenta de que efectivamente, no se fue a acostar. Se durmió de cualquier manera sobre la cama, aun lleva la ropa del día anterior y tiene el cuello adolorido.
Sherlock Holmes está vivo.
Las implicaciones de esa realidad son tantas que empieza a dolerle la cabeza. O tal vez se deba a haber dormido mal. Aunque siendo sincero, ¿hace cuanto que no duerme bien?
Ni siquiera repara en el tiempo que le lleva alistarse y marchar hacia el trabajo, pero es realmente poco. Pasa a comprar su café y su muffin antes de ir al edificio de New Scotland Yard. Sabe que tiene que mantenerse apegado a su rutina. Por más que la noche anterior fuera surrealista, su rutina es básicamente deprimente. Si se sale de ella, habrán preguntas.
Lestrade no quiere preguntas para las que no tiene respuestas.
Así que se limita a seguir la misma ruta de siempre mientras se obliga a no sonreír al recordar a Sherlock en su cuarto y a no mirar por encima del hombro buscando a quien lo está vigilando, según el detective consultor.
Está tan ocupado en controlarse a sí mismo que no es hasta la entrada del edificio que se da cuenta que tiene un pequeño problema en su rutina.
-¡Vaya Greg! ¿Dos teléfonos? - El comentario del guarda de seguridad de la entrada lo hace pegar un respingo. Efectivamente, acaba de depositar, tanto su teléfono como el que Sherlock le entregó la noche anterior en la bandejita puesta al lado del detector de metales. El hombre ríe tomando el segundo de los teléfonos entre las manos-. En otro caso preguntaría si es que estás de encubierto.
Otro caso, por supuesto. Lestrade sabe que no lo tomarán en cuenta para casos grandes en mucho tiempo, si es que vuelven a hacerlo. Ahora trabaja generalmente en la división de tránsito y no tiene mucho tiempo para trabajo de campo, excepto cuando los escuadrones de homicidios están muy ocupados.
Se apresura a pasar el detector y recoger sus cosas. Sin embargo, el guarda lo mira expectante. Seguro quiere saber si su comentario lo afectó.
-Me dejaron otro para que lo pruebe -comenta con naturalidad, o al menos eso espera. Fingir nunca ha sido su fuente-. El mío está dando problemas.
-Qué fastidio -responde el hombre sin poner verdadera atención-. Ojalá te sirva, aunque no es un modelo muy nuevo, ¿eh?
Lestrade le da algo parecido a las gracias o los buenos días con un sonido inarticulado y se aleja por el pasillo de ingreso. A veces se pregunta cómo los más pobres del edificio parecen ser los que manejen más de tecnología. Guarda ambos teléfonos con rapidez dentro de su abrigo y se dirige su oficina.
Escritorio, se corrige. Donovan tiene la que había sido su oficina. Ahora, como inspectora en la división de homicidios está encantada. A él le toca soportar verla en ese cargo desde el cubículo que le dieron en el mismo piso. Inspector en la división de tránsito.
Al llegar a su escritorio se sienta sin siquiera quitarse el abrigo y saca el teléfono para verlo. Desde que lo encendió se encontró con una pantalla negra y nada había cambiado.
Por un par de minutos se dedica solamente a sostenerlo en una mano y mirarlo. Sherlock sería capaz de deducir muchísimas cosas con el teléfono de alguien. Él no.
Solo sabe que a pesar del lío en el que está metido, al tomarlo la noche anterior había adquirido un compromiso.
No puede separarse de él hasta que suene el aviso que le indique lo que tiene que hacer.
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Lestrade sabe que en cierta forma debe estar agradecido. Así como en su momento se intentó acusar a John Watson de cómplice de Sherlock, hubo quien sugirió que él no se había preocupado por investigar a Sherlock nunca porque su carrera se beneficiaba de las capturas que hacía según sus asesoramientos.
Incluso había salido a la luz que conocía sus problemas de drogas y a pesar de eso lo había metido en la fuerza, recomendándolo a sus compañeros.
Al final no habían abierto ningún proceso contra él, pero la conclusión general había sido que si no era capaz de resolver los casos por sí solo, era mejor que estuviera en otra división. Algunos habían sugerido que le hacían un favor dejándolo allí.
Lestrade cree que hubiera sido más misericordioso echarlo que dejarlo en el mismo piso que la división de homicidios.
-¿Cree que conseguirá algo? - El tono escéptico de Gregson lo hace levantar la vista de la computadora. Está trabajando en la seguridad del desfile de los próximos días. No es como que estuviera a brazos cruzados en su división. Sólo está aburrido la mayor parte del tiempo-. No lo sé, Donovan, este caso todavía puede quedarle un poco grande…
Genial. Donovan y Gregson caminando hacia su escritorio. Conoce la actitud de ambos. Dos perros de caza detrás de una misma presa. No necesita escuchar más para entenderlo.
-¡Greg! - Exclama Gregson, y le dedica esa sonrisa amplia e hipócrita que Lestrade tanto detesta-. Te traemos buenas noticias. Podrás volver a jugar con los grandes un par de días.
Donovan tiene la decencia de mostrarse ligeramente incómoda, pero puede deberse solo a lo poco que le gusta Gregson.
-Han asignado los grupos de ambos a trabajar en el caso de Ronald Adair -le explica ella-. Tenemos una pista, nos iremos en una hora. Gregson va en otra dirección. El jefe quiere que te quedes a cargo en caso de cualquier cosa.
Debió suponer que el día siguiente de la reaparición de Sherlock no podía ser un día normal. Aunque bien pensado, tampoco es tan extraño. Después de todo, incluso eliminando los casos en los que Sherlock había colaborado, Lestrade es el detective de homicidios con más experiencia y éxitos, después de Gregson. Claro que la ventaja la logró dado a la ausencia de Lestrade en el área en los últimos tiempos.
Gregson dio una palmada en el escritorio.
-Tal vez aparezca algún caso bonito y fácil para el que no ocupes consultar con nadie -señala, y ríe de su propio chiste. Luego se gira hacia Donovan y le hace una inclinación exagerada-. Que gane el mejor, señorita.
Se aleja a paso rápido. Lestrade se sorprende al notar que casi no lo ha molestado. Ese día está de un humor particularmente extraño. Donovan por otro lado parece disgustada. Se gira de nuevo hacia él y levanta un poco la barbilla. Desde que la ascendieron lo hace con frecuencia, como si le recordara que ahora está a su nivel. ¿A quién engañan? Está más arriba.
-Te dejaré a Hopkins. Te vendría bien alguna ayuda si pasa algo.
Se aleja sin esperar que se lo agradezca. Tampoco pensaba hacerlo. Hopkins es el más nuevo de los detectives de su división. Ha cruzado palabra con él en pocas ocasiones. Parece simpático y con ganas de comerse el mundo, pero le molesta que en varias ocasiones lo ha pillado mirándolo desde el otro lado de la oficina.
¿Era coincidencia que lo pusieran provisionalmente en homicidios al día siguiente de la reaparición de Sherlock? ¿Qué había estado buscando el detective consultor en la base de datos de Scotland Yard la noche anterior?
Cuando el teléfono que le dejó Sherlock vibra, encendiendo la pantalla anunciando la llegada de un mensaje, se sobresalta.
Mira a ambos lados antes de tomarlo para leerlo.
No, no es coincidencia. - SH
Sus dedos no han empezado a sudar frío cuando ya ha borrado el mensaje.
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No busques una cámara - SH
El segundo mensaje llega cuando, tras pensarlo un poco, decide que la única forma de que Sherlock contestara a su pensamiento es que lo esté observando. Tan solo ha movido unos libros, pero la advertencia llega de inmediato.
¿Por qué?
Se darán cuenta de que sabes que te vigilan - SH
Las implicaciones de aquella frase lo dejan helado. ¿Hay dos cámaras en el escritorio? ¿Está Sherlock cerca como para observarlo? ¿Está quien sea que lo vigila cerca?
Aquello tiene ya mucho de delirio paranoico. Debe concentrarse en el trabajo, pero no sabe si va a lograrlo. Tal vez deba ir a buscar otro café. Más despierto podría pensar mejor.
-¡Hola!
La entusiasta voz que lo detiene viene junto al inspector joven y sonriente que Donovan se había ofrecido a dejarle. Su expresión resulta tan animada como su voz y para sorpresa de Lestrade, su mirada no viene cargada ni de burla ni de malsana curiosidad. Extiende la mano hacia él y la estrecha con firmeza.
-Donovan me dijo que trabajaríamos juntos - le explica precipitadamente-. Confieso que me emociona la idea de poder trabajar con usted, Inspector Lestrade. Seguía todos sus casos.
Aquel debe ser un nuevo tipo de broma, aunque nadie parece estarles poniendo atención.
-Parece que no te has enterado de mucho -señala Lestrade con prevención.
Hopkins se encoge de hombros.
-No lo sé, todo fue muy extraño, ¿sabe? Lo de Sherlock Holmes, quiero decir. Después de que se mató nadie investigó más y no sé… Yo no termino de creérmelo. ¿Sabe? Digo, si era tan listo no hubiera caído de esa forma.
Lestrade lo mira unos momentos decidiendo si no es broma, pero no puede evitar sonreír.
-¿Le has dicho eso a Donovan?
Hopkins dirige una mirada ligeramente resentida hacia la oficina de su jefa.
-No le interesa mucho lo que tenga que decir. Dice que ella logra cerrar tantos casos porque se queda en los hechos y no en teorías -hace una pausa y suspira-. Creo que no lo agrado.
Lestrade tiene que contener una sonrisa burlona. Supone que si piensa de esa forma, Donovan no debe apreciarlo lo más mínimo.
-Ella fue clave descubriendo a Sherlock Holmes - le recuerda Lestrade.
El muchacho tuerce el gesto ante el recordatorio.
-No lo sé, ya le digo, no sé qué haría al final pero… Era brillante. ¿Conoce su página? ¿La ciencia de la deducción? Me he estudiado todas sus publicaciones. Algunas cosas me han sido útiles. O podrían haberlo sido en algunos casos. Donovan…
-No le gustan las teorías, lo sé - Lestrade termina por él, ahora sin evitar sonreír. ¿Estará Sherlock escuchando eso?
La vibración del teléfono le indica que sí.
¿Quién es este? - SH
Stanley Hopkins. Es nuevo - se apresura a teclear asegurándose de que el joven no pueda leerlo.
Llévalo contigo - SH
Lestrade duda un momento. Una cosa es arriesgar su propia carrera, otra la de un joven detective que no sabe en lo que se está metiendo. Además, ¿llevarlo a dónde?
Insisto - SH
El inspector suspira. ¿Tiene opción?
Vanidoso. Te gusta lo que dijo de ti.
Sonríe cuando no hay respuesta.
-Oh, ¿tiene novia, inspector? - Pregunta Hopkins con interés. Recién Lestrade cae en cuenta de que ha estado observando sus movimientos. Menuda conclusión a la que había llegado-. Escuché que su esposa lo dejó, Donovan y Anderson hablaban de eso el otro día. Me alegra por usted que tenga una nueva compañía. Entonces, si hay algún caso de homicidio, ¿vamos juntos a la escena?
Sin esperar respuesta, dando por hecho la respuesta, se despide con una sonrisa y se dirige a su propio escritorio.
A Lestrade no le extraña nada que Donovan no quisiera llevarlo con ella.
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No tarda mucho en cruzar la oficina y sentarse frente al escritorio de Hopkins. Si tiene un par de días en homicidios espera al menos poder meter mano en algunos archivos. El joven entusiasta está revisando casos pendientes. Ni siquiera le da tiempo de ofrecerse a ayudarlo cuando le está contando el primer caso.
-¿Por qué lo dejaron? -Pregunta Lestrade sin entender. Suena a un caso recién empezado.
-Donovan dijo que no había suficientes pruebas para trabajar.
-Ya veo -Lestrade se obliga a callar mordiéndose el labio inferior. No acostumbra hablar mal de sus compañeros. Bueno, Gregson es un caso particular.
Realmente el expediente no da mucho para trabajar, no han investigado lo que se diga demasiado.
-Yo tenía una teoría -señala Hopkins tras un momento.
Lestrade continúa leyendo el informe un poco más. En realidad podrían haber intentado algo más. Sí, en otra época tal vez habría llamado a Sherlock para consultarle, siempre resultaba más seguro… pero tampoco es un caso imposible de resolver.
-¿Sabes qué decía Sherlock? Necesitas tener datos para poder hacer teorías -señala mientras se levanta y cierra el fólder con los papeles del caso-. Y ni siquiera tenemos eso. Vamos.
-¿Dónde? -pregunta Hopkins con un entusiasmo poco decente para una investigación de homicidios. No le extraña que sea un admirador de Sherlock, en realidad.
-A conseguir datos -responde, y se da cuenta que por primera vez en mucho tiempo, sonríe mientras trabaja.
Se siente bien volver a investigar.
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Ha estado pendiente del teléfono toda la mañana, sin ningún resultado. De su investigación por otra parte, no puede decir lo mismo. Ha avanzado de una manera asombrosamente rápida. De hecho, si la entrevista que van a realizar en ese momento resulta bien, podrían llevarse a alguien a custodia antes de mediodía.
Hopkins está particularmente entusiasmado de pensar que podrían resolver un caso en la ausencia de Donovan. Lestrade no ha respondido sus comentarios al respecto, pero la verdad es que él también lo está.
Aunque siendo sincero, el hecho de estar de nuevo investigando ya es una satisfacción, pero en particular, tener un compañero de trabajo que no lo ve con desprecio o con lástima, es todo un cambio. Incluso su constante conversación resulta tolerable.
Mientras lo escucha desahogarse sobre lo que significa trabajar escenas de crimen con Anderson y piensa en que efecto se llevará bien con Sherlock, la vibración del teléfono llama su atención. ¿Acaso está Sherlock escuchando todo por el teléfono en lugar de tener una cámara? Tendría sentido.
Eso fue más rápido de lo que esperaba. El chico efectivamente ayuda. - SH
Contiene el impulso de responderle que ha sido él y no Stanley Hopkins quien ató los cabos para llegar hasta allí, cuando toma conciencia de la calle en la que se encuentran. Mira dos veces hacia ambos extremos de la calle para asegurarse.
-¿Es esta la dirección? ¿Seguro?
-Totalmente -responde Hopkins sorprendido por la interrupción a su relato.
Lestrade saca su teléfono propio y busca la agenda. Podría jurar que… Sí, sabía que conocía esa dirección.
¿Estaba Sherlock esperando que llegaran allí? ¿Cómo podía saber que revisarían ese caso?
Claro. Había revisado los archivos del departamento de policía la noche anterior. Lo conocía lo suficiente para saber que querría ver los casos no resueltos. No le extrañaría que incluso hubiera influido en el orden de estos para que tuviera que ver este obligatoriamente.
Cuando se da cuenta de que Hopkins está callado, levanta la vista y lo encuentra sonriendo.
-Ya veo, dos teléfonos -comenta al notar que tiene su atención de nuevo-. Estuve en una relación así una vez. Le hastiaba que si quería hablarme y yo no quería saber nada del trabajo se encontraba el teléfono apagado. Insistía en que tenía que separar mi vida laboral de la relación y me dio otro teléfono. Fue un enredo absoluto… Me deshice de él cuando me di cuenta que me rastreaba por GPS.
Puede sacarlo de su error, pero no tiene una explicación mejor para andar dos teléfonos activos. El inspector parece tan convencido que prefiere aprovechar eso.
-Tenga cuidado, Inspector -añade el chico parqueando el carro al lado izquierdo de la calle, frente al edificio de apartamentos al que se dirigen-. Le puedo asegurar que no era la relación más funcional del mundo.
Lestrade mira el edificio al frente, al lado derecho. Verifica una vez más contra su agenda, no hay lugar a dudas.
Se trata de la actual residencia de John Watson.
-Sí, sé a lo que te refieres -comenta guardando ambos teléfonos-. Y tienes razón: no es una relación funcional.
Cuando más tarde salen del edificio con un hombre en custodia, Lestrade está seguro de que han hecho exactamente lo que Sherlock pretendía. El apartamento del sospechoso es un pequeño arsenal escondido y tiene un sistema de seguridad ilegal vigilando la casa del frente, el cual va a ser desconectado de inmediato.
Sherlock tiene ahora la vía libre para acercarse al apartamento de John sin estar vigilado.
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Cuando alguien te hace creer que está muerto, tiene que tener una muy buena razón para hacerlo. Igual para poner en riesgo tu trabajo, darte órdenes en tu casa y ponerte a llevar un teléfono para recibir instrucciones.
Pero cuando esa persona es Sherlock Holmes, puedes quedarte sentado esperando que te dé alguna explicación.
En cierta forma es lo que hace. Más de una vez ha revisado el teléfono porque cree sentir una vibración, pero ha sido solo su imaginación. Incluso entra al blog de John una vez, pero sigue igual que la última vez. Se muerde el labio inferior al ver que su entrada de una línea con la defensa más sentida y elocuente de Sherlock que ha visto, sigue sin comentarios.
Tras ver con sus propios ojos la vigilancia sobre John sabe que la paranoia exhibida por Sherlock la noche anterior no es infundada. ¿Tiene él una vigilancia igual? Sabe que no tiene cámaras en la casa, o el detective consultor no se hubiera apersonado allí. Tampoco deben tener escuchas puestas; poco sentido tendría porque suele estar solo.
¿Su teléfono vigilado? Tal vez por eso Sherlock le dio otro. Aunque sospecha que Hopkins acierta en cuanto a sus razones, en particular en rastrearlo.
¿Cómo se hace un hombre virtualmente muerto de tantos recursos?
La respuesta reposa en el número sin nombre de su teléfono probablemente. ¿O está Sherlock escondiéndose de su propio hermano también?
Ha dejado a Hopkins con el papeleo del arresto y él ha conducido el interrogatorio. Parece mentira que hayan atrapado a un asesino buscado por tantos delitos en un caso tan débil como ese. A Donovan no le hará la menor gracia, aunque no debería quejarse: estadísticamente el arresto cuenta para su equipo.
Le habría gustado dejar la vigilancia en el apartamento de John y ver aquel rencuentro. Espera que Sherlock pueda controlar la reacción del doctor. No es un secreto para nadie que a la fecha el hombre no ha superado la pérdida de su amigo.
No ha hablado mucho con él, si es sincero. Tras la muerte de Sherlock fue imposible no estar en el mismo lugar que John sin sentirse culpable. De nada valía que al arrestar al detective hubiera estado siguiendo órdenes y hubiera albergado toda la esperanza de que Sherlock lo aclarase todo al ser interrogado en la comisaría.
La verdad era que el detective había escapado cuando había ido a arrestarlo y había terminado saltando de lo alto de un edificio.
Cierra los ojos. Por semanas no había podido apartarse de esos pensamientos. Aunque en el trabajo no lo hubieran apartado, hubiera tenido que pedir tiempo libre. Había regresado al tabaco y a tomar por las noches. Su esposa se había ido. En el trabajo lo habían degradado.
Lo normal sería que estar furioso con Sherlock al descubrir que está vivo. Pero la noche anterior ni siquiera tuvo el impulso de pegarle.
El hecho de tenerlo de vuelta y que esté confiando en él le hace sentir prácticamente redimido.
Aunque tal vez el verbo confiar no sea tan apropiado como utilizar.
En Scotland Yard hay dos teorías a voces por las cuales se dice que él nunca descubrió los engaños de Sherlock: la primera, porque se beneficiaba de sus arrestos, fueran legales o no. La segunda, porque no es lo suficientemente listo para haberse dado cuenta. Pero sabe que existe una tercera teoría. Una que anda de a callado y se murmura en los pasillos. Se dice que Sherlock Holmes lo tenía tan encandilado que le era imposible verlo bajo una luz negativa. Que desde que lo había conocido lo había atrapado y hacía con él lo que le daba la gana.
Sabe que Donovan y Anderson son los principales abanderados de esa tercera propuesta.
No es exacta, es consciente más que muchos de todo lo negativo de Sherlock. Sin embargo, el resto tiene mucho de verdad.
Se pregunta si por eso, quien quiera que vigilara a John, lo tiene vigilado a él también.
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Hopkins parece haber asumido que trabajar juntos implica almorzar juntos. Al menos ha venido directo a sentarse con él. Trae un sándwich hecho en casa, al igual que un refresco natural. No pregunta nada antes de sentarse frente a él en el comedor de Scotland Yard.
-Deberías plantearte mejor tus compañías -le señala Lestrade, notando como la gente que está aún en el comedor se queda observando al joven cuando se sienta a su mesa. Es tarde, pero en la policía nadie tiene un horario de comedias particularmente regular.
El joven lo mira sorprendido.
-Siempre he querido hablar con usted, pero me intimidaba un poco. Ahora que hay confianza, no veo por qué no.
Lestrade tiene que admitir que a pesar de ser un poco impertinente y sacar conclusiones erradas sobre su vida, Hopkins le hace gracia.
-¿Hablar sobre qué? -Pregunta sonriendo con cierto deje de burla-. Déjame adivinar: ¿Sherlock?
El joven detective sonríe como un niño atrapado en una travesura y asiente mientras termina de masticar el generoso mordisco que dio a su sándwich.
-Tiene que admitir que es una fuente más directa que el blog del doctor Watson.
Es una manera de verlo claro, aunque él nunca fue tan cercano como John. No para de preguntarse cómo se habrá tomado que Sherlock esté vivo. Una vez que se recupere de la furia o del infarto, duda que haya persona más feliz en la Tierra.
-John tiene una mejor narrativa -le señala sin evitar mirar a su alrededor. No le haría gracia que sus compañeros escuchen el tema de conversación.
-Como datos anecdóticos no hay quien lo supere, claro -afirma Hopkins, y Lestrade está seguro que conoce todas las anécdotas que ha narrado el doctor en su blog-. Pero me interesa algo más… técnico, ¿sabe? Sobre cómo aplicaba sus métodos en el trabajo nuestro. Creo que habría aprendido más con él que en la Academia.
Lestrade recuerda los casos que trabajó con el detective. En ocasiones era casi imposible seguir su línea de razonamiento. No sólo por las intrincadas relaciones que era capaz de hacer, sino por lo increíblemente rápido que era capaz de hablar al explicarse y lo irritable que se ponía si le hacían más preguntas.
-No creo que Sherlock tenga madera de profesor -responde Lestrade con una sonrisa de medio lado. Se da cuenta de su error de inmediato y cierra los ojos-. No tenía. No tenía.
Hopkins lo mira con simpatía. Por un momento teme que vaya a ponerse a consolarlo.
-Apuesto a que aprendió de él -le asegura Hopkins -. Debe ser inevitable.
Lestrade respira profundo y deja su comida a un lado. Ya no tiene hambre.
- Yo le daba casos, él daba soluciones -replica con tono dudoso-. Tal vez nuestra relación era más utilitaria de lo que había pensado.
Por unos momentos espera que el teléfono suene con un mensaje para corregirlo que nunca llega.
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-Donovan está cerca de atrapar al asesino de Adair - le comunica Hopkins, y parece realmente sorprendido.
Tal vez solo está molesto por haber sido dejado de lado para un caso tan importante.
Lestrade ha intentado no enterarse demasiado del caso. Ahora que no está en la división de homicidios resulta incómodo escuchar los casos y plantearse las líneas de investigación que habría seguido. Sabe que se trata de un noble que fue asesinado de una manera muy particular, en una habitación a puertas cerradas en un cuarto piso al que parece imposible haber escalado por fuera.
Es una lástima que Sherlock esté muy ocupado haciendo lo que sea que esté haciendo, es un caso hecho a su medida.
¿Qué está haciendo Sherlock exactamente? No lo tiene claro, pero está seguro que no se trata solamente de saludar a las personas que lo han creído muerto todo ese tiempo. El teléfono en su bolsillo es una prueba. El rencuentro con John Watson tampoco puede ser algo puramente sentimental. Si ha salido de su retiro justamente ahora debe ser por una razón específica que no puede precisar.
-Le dije de nuestro arresto - continúa Hopkins, quien acababa de hablar por teléfono con su jefa-. No me puso mucha atención de cualquier forma. Cree que le va a ganar esta mano a Gregson, está emocionada.
Lestrade chasquea la lengua, viendo como Gregson se acerca con unos papeles de captura en la mano.
-Juraría que él no se ha quedado de brazos cruzados -señala.
-Aquí -dice Gregson dejando un legajo de papeles en el escritorio entre Lestrade y Hopkins-. Trabajo para la parte ociosa de la división de homicidios hoy.
Lestrade mira los papeles con tedio. ¿Ahora tiene que hacer el papeleo de Gregson? Viéndolo de esa forma, en ese momento lamenta ligeramente no haberle dado un puñetazo a Sherlock en su rencuentro.
-¿Qué es? -Pregunta con indiferencia, tratando de disimular el malestar que le causa la idea.
-Seguíamos una pista sobre lo de Adair, pero nos topamos con otra cosa -masculla molesto. Luego esboza una sonrisa burlona-. Pensé que te gustaría tomarlo Lestrade, la dirección te llamará la atención.
Antes de que Lestrade pueda tomar el expediente, Hopkins ya lo está viendo. No reconoce la dirección, juzgando su expresión.
Sin embargo, cuando le pasa los papeles, él la reconoce de inmediato.
-Es mi calle -dice en voz baja.
Gregson le dedica una mirada burlona antes de alejarse, pero Lestrade apenas y le pone atención.
Aquello no es coincidencia. No puede serlo.
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Por suerte el grupo de Gregson realizó el arresto. Claro, los números contaban para su equipo pero el trabajo lo hacían Hopkins y él. Sin embargo, lo prefiere a tener que realizar un arresto y un decomiso en su propia calle.
Revisar las posesiones del hombre no habría sido la primera tarea en su rutina habitual para trabajar ese tipo de casos, pero la idea de interrogar al hombre que presume le ha estado vigilando le resulta perturbador.
A Hopkins le parece muy buena idea: pueden encontrar pistas que los ayuden a guiar su interrogatorio después. Su entusiasmo sería contagioso de no estar tan preocupado.
¿Qué está haciendo Sherlock? No puede ser casualidad que en la mañana Hopkins y él arrestaran a un hombre frente a la residencia de John Watson. De hecho, dado su mensaje, esperaba que lo hicieran. Tampoco podía ser casualidad que siguiendo una pista nueva Gregson arrestara a otro hombre frente a su propia casa.
Si ambos arrestos fueron planeados por Sherlock, debe asumir que la marcha de Donovan al norte en pos del asesino de Adair también lo fue.
La idea de que la inspectora lograra un arresto tan importante gracias a Sherlock no terminaba de calzarle. Debe admitir que también le molesta bastante.
Pero el hecho de que la investigación de Gregson terminara en algo más le hace pensar que lo mismo puede ocurrir con la pista que su exsubordinada se encuentra siguiendo.
Lanza un gruñido de disgusto al ver la bolsa de evidencia que acaba de tomar.
-Ten cuidado, Hopkins -le indica con tono severo. No puede permitirse ese tipo de errores-. No puedes mezclar las pruebas de dos escenas diferentes bajo ningún concepto.
La mirada ofendida del joven lo hace revisar la etiqueta.
Tiene otra letra, el número de registro del equipo de Gregson.
Pero está seguro de que él guardó una bolsa igual en la mañana.
-Rápido, trae las pruebas de la mañana -ordena levantándose violentamente, revisando con atención las bolsas de evidencias frente a él. Faltan de traer cosas de la escena, evidentemente, pero allí encuentra más de una similitud. Grita para que Hopkins, quien corre para seguir su orden, lo escuche-. ¡Y el listado de objetos por procesar de cada casa!
Pronto lo que sospecha se vuelve evidente.
-Estos dos casos están conectados -exclama Hopkins-. La pregunta es, ¿qué los une?
Lestrade sabe que en cierta forma, tiene la respuesta en su bolsillo.
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El equipo de vigilancia es similar y el código de acceso a los registros computadorizados encontrados en ambas residencias de los hombres arrestados son igual de complejos. Hopkins parece realmente fastidiado cuando el técnico les dice que le puede llevar una semana desencriptar la información.
Lestrade tiene que admitir que se siente aliviado. Está seguro de que él debe estar en la vigilancia de su calle y no puede permitirse tener que salir del caso en ese momento. No sabe qué está tramando Sherlock, pero está seguro de que lo tiene en ese momento todo calculado. Ningún arresto ha sido casualidad.
Algo grande está por ocurrir.
-Lestrade, ¿tienes un momento?
Cuando hacia el final de la tarde el Inspector Dimmock se acerca a él con cara de circunstancias y le dice que necesitan hablar, cree que puede haber llegado el momento.
Hopkins ve con desconfianza cuando se apartan para hablar. Dimmock fue uno de los inspectores que trabajó en algunas ocasiones con Sherlock por recomendación de Lestrade. Al estallar todo lo de Richard Brook, Dimmock, sin enemigos en el cuerpo de policía ni mayor implicación en los casos, fue trasladado a otra división.
-Estamos investigando un dato anónimo sobre el dinero con el que está siendo alquilado un edificio de apartamentos -le explica el hombre mirando a su alrededor con cautela-. Efectivamente el origen del dinero es dudoso pero hoy, cuando intentamos interrogar al hombre que alquila el piso principal, nos encontramos algunas cosas interesantes…
La pausa que realiza pone a Lestrade impaciente. Odia que sus compañeros intenten hacerse los interesantes.
-¿Algo de mi división? -Pregunta sin tener claro por qué está hablando con él al respecto.
-Había un equipo de vigilancia. Según me dijeron en tecnología, estás a cargo de investigar dos asesinos que fueron descubiertos en calles distintas con ese tipo de aparatos.
Lestrade frunce el ceño. ¿Otro más?
-Creía que investigabas delitos de cuello blanco -comenta mientras intenta procesar la información.
Dimmock chasquea la lengua.
-Sí, bueno, parece que el hombre que arrestamos tampoco es quien decía ser en sus cuentas bancarias… Es buscado internacionalmente, exactamente como el hombre que encontraron en tu calle.
Asesinos en fuga, refugiados bajo nombres falsos en Londres. Si aquello no calza con las teorías de Sherlock sobre Moriarty no sabe qué lo hace. Se queda sumido en sus pensamientos sin replicar hasta que Dimmock habla de nuevo.
-Aquí hay algo extraño -añade Dimmock bajando la voz y mirándolo a los ojos-. Ese sujeto en tu calle y ahora este… no adivinarías la dirección.
Sin embargo, Lestrade casi que la presiente antes de que se la diga:
Baker Street.
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Le cuesta un poco convencer a Dimmock de irse para su casa al terminar la jornada y dejar que Hopkins y él revisen por su cuenta la escena. Pero a fin de cuentas, Dimmock es un hombre de familia deseando regresar con los suyos al final de un largo día. Además, no tiene razones para temer que dos inspectores de homicidios (uno de ellos en realidad de tránsito) vayan a dañar su caso relacionado con crímenes de cuello blanco.
Lleva un buen abrigo - SH
El mensaje de Sherlock lo desconcierta mientras recoge sus cosas para marchar hacia Baker Street. No se detiene a sorprenderse de que sepa que se dirige hacia allí y ya dejó de intentar adivinar de qué manera lo tiene vigilado. Lo ha aceptado. Así ha sido siempre con Sherlock. Ha ido aceptándolo como es, incómodo e inapropiado la mayor parte del tiempo.
-¡Voy contigo! -Exclama Hopkins apresurándose a recoger sus cosas.
Lestrade mira el reloj. Ya es hora de salida.
-No te preocupes -le dice tratando de sonar natural-. Es hora de salir. Vete a casa.
El joven lo mira inseguro de si bromea o no.
-No me importa, va a ir a revisar el apartamento de este otro hombre, ¿no? ¡En Baker Street! No me importa hacer horas extra para eso.
El inspector mayor lo mira con severidad, queriendo apreciar de manera correcta su entusiasmo.
-Sabes que no iremos al 221B, ¿verdad?
Le divierte ver la expresión de Hopkins ante sus palabras, una mezcla entre el fastidio de un niño por ver sus planes descubiertos y el orgullo herido de un profesional a quien se toma por poco serio.
Eso no impide que termine de recoger sus cosas y lo alcance. Lestrade suspira. Parece que no podrá deshacerse de él. De cualquier manera, recuerda que Sherlock le dijo que lo llevara con él. Tal vez se refería a eso.
-Lleva un buen abrigo -le aconseja-. Podría llevarnos más tiempo del que crees. Nunca se sabe.
Hopkins se encoge de hombros mientras salen de la oficina.
-Si hago extras hoy tal vez me den permiso mañana en la mañana. No tengo muchas ganas de ver a Donovan y compañía. Según me avisaron, ya hicieron un arresto.
Lestrade frunce el ceño mientras esperan el ascensor para bajar. Aquello le ha sonado extraño.
-¿Por el asesinato de Adair?
El inspector más joven intenta parecer satisfecho, pero fracasa miserablemente.
-Eso parece -replica en voz suave. Nota como mira a su alrededor, inseguro, incluso dentro del ascensor. Vuelve a hablar hasta que salen de él y se dirigen al parqueo oficial-. A veces, hacemos arrestos muy rápido, ¿no cree? Como… demasiado.
Tiene que admitir que lo ha pensado. Lo teme desde que ha visto los números de Donovan subir hasta alcanzar y presumiblemente superar los de Gregson.
¿No se estará precipitando demasiado su sucesora en arrestar a las personas, antes de realizar todas las pruebas necesarias?
Le perturba que al parecer, Hopkins sí lo piense.
-Probablemente, Donovan te encuentre con un interesante caso entre manos -le señala Lestrade tratando de no entrar en teorías conspiratorias-. Tres asesinos retirados de la práctica de su “arte” con vigilancias en puntos distintos de la ciudad y sin aparente conexión.
La idea parece animar al joven.
-Por eso debemos avanzar todo lo posible hoy -insiste Hopkins-, antes que ella regrese y se deje todo el crédito.
Lo peor, debe reconocer Lestrade, es que sabe que el joven tiene razón.
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